15. El comercio de mujeres y su sistema

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 16/12/2016 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

 

 

 

 

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La carta y su público

 


•Laurie: “Dear Miss Laury–”


•Laurie: Spelled it with a Y instead of an l-E. You’d think he’d know better.


•Jorgensen: Oh, spelling, please.

•Jorgensen: What’s the difference? Read the letter.



 

Ahora ya el encuadre de Laurie es muy semejante al que fuera el de Martin cuando estuvo sentado en ese mismo banco.

 


 

El imaginaba lo que le aguardaba en su viaje con Ethan. Ella ahora, en cambio, lee lo que en ese viaje ha sucedido.

 

Él se disponía a hacer, ella se dispone a saber lo que él ha hecho.

 


•Laurie: “Dear Miss Laury, l take pencil in hand to let you know…


•Laurie: Ethan and me still are trying to catch up with them Comanches…


•Laurie: the late Mr. Futterman told us about.”

•Laurie: The late

 


 

El lugar de la ira alarmada de Martin ante la violencia de Ethan es ahora el lugar de la pregunta de Laurie sobre la muerte de Futterman, que ha sido obra de esa violencia.

 


•Laurie: Mr. Futterman.


•Jorgensen: That means Mr. Futterman is dead,

 

Mr. Jorgensen está feliz de recibir una carta. Se interesa por lo que contiene de información sobre el viaje de sus amigos y los sucesos que en él tienen lugar.

 


•Jorgensen: by golly.

 

Charly, cuando nadie le mira, deja ver una mirada depredadora que tiene a Laurie por objeto y que habitualmente queda oculta tras su máscara de alegre muchachote rural.

 

 


•Mrs. Jorgensen: Oh, the poor man. Go ahead, Laurie.

 

Por su parte, la señora Jorgensen, al fin madre de Laurie, está seriamente preocupada por su hija, pues sabe la importancia que esa carta que tan mal comienza tiene para ella.

 


•Jorgensen: Yeah.

 

Como ven, el frente que escucha está finamente dibujado en la singularidad de cada uno de sus componentes.

 


•Laurie: “We cut north through lndian territory and did not have no trouble…


•Laurie: …finding Kiowas and Wichitas…


 

Jorgensen manifiesta su asombro en una mirada dirigida a Charly: esa carta es, por decirlo así, una película de vaqueros para él.

 

No vemos el rostro de Charly, pero lo adivinamos.

 

Le trae al fresco esa película, pues la que él está viendo ahora es una película erótica.

 


•Laurie: …and even some Comanches…

 

 

 

 

 

 


Scar y Ethan

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•Laurie: …camped by one of the agencies.


•Laurie: But none of them was Nawyeckys…


•Laurie: …nor claimed to know a war chief called Scar.”

 

Scar.

 

 

Y de nuevo:

 


•Laurie: Scar.

 


 

Scar es nombrado ahora en el mismo lugar y en la misma posición donde antes fue nombrado Ethan:

 

•Martin: That’s what l’m afraid of, Laurie. Him finding her. Oh, l’ve seen his eyes at the very word “Comanche.”


•Martin: l’ve seen him take his knife and…


•Martin: Never mind. He’s a man that can go crazy wild…

•Martin: …and l intend to be there to stop him in case he does.

 


•Laurie: “He’s the one the late Mr. Futterman said had Debbie.


•Laurie: At one

 

 


Comercio y mujeres

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Arranca así el primero de los tres flashbacks por los que muchos meses de búsqueda son resumidos en la carta que Laurie lee.

 

Con ello, se ancla, como ya señaláramos en su momento, el punto de vista narrativo en Martin.

 

Pero no menos relevante es el hecho de que la receptora de esa carta sea Laurie, dado que en el contenido de la misma se despliega todo un extenso ámbito de experiencias extremas de lo femenino que comienzan con Look

 


 

y prosiguen

 


 

con las mujeres raptadas por los indios,

 


 

desde la de más edad,

 


 

a las más jóvenes.

 


 

Look está ahí, en el centro, desde el principio, con su vestido intensamente rojo.

 

Es claro que está en el centro, porque es el objeto de comercio que está teniendo lugar.

 


•Laurie: At one of the agencies, we outfitted…


•Laurie:…with all kind and manner

 

Tiene una manta roja en su regazo que en principio podría parecer su falda, dado que su color es el mismo que la camisa que viste.

 


•Laurie:of trade goods…


•Laurie:…figuring that’d make it easier for us to come

 

Es una manta india,

 


 

solo que ahora intensamente roja.

 


 

Aunque Martin mira al jefe indio, es hacia Look hacia quien apunta la línea descendente de las rocas del fondo.

 

Y es que ella comparece como uno más de esos bienes de comercio -lo han oído: trade goods-,

 


•Laurie:of trade goods…

 

es decir, como uno de esos bienes de intercambio puestos en juego en la escena.

 

Pero decirlo así confunde la densidad antropológica del asunto: pues la mujer es, en esos casos, el bien de intercambio privilegiado.

 

Y se dan cuenta, porque se lo he advertido ya en varias ocasiones, que el de Look es el tercero de los actos de comercio de mujeres presentes en el film, siendo el primero el que afectaba a Laurie,

 


 

el segundo el que tenía por objeto a Debbie,

 


 

y el tercero éste

 


 

protagonizado por Look.

 

 


El comercio de mujeres y su sistema

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Y bueno, siendo tres, uno tiene la tentación de establecer su sistema.

 



 

Como ven, dispongo las imágenes, no por orden cronológico, sino de acuerdo a lo que invitan sus contenidos.

 

En las dos primeras imágenes no solo están presentes las mujeres, sino que entre ellas y Martin median telas intensamente rojas.

 

Abajo, en cambio, Debbie no está presente, sino tan solo su vestido, del que ya dijimos que que tenía puntos rojos sobre fondo blanco.

 

En las dos primeras, igualmente, están presentes los padres de las mujeres objeto de intercambio.

 

Y en ambos casos se trata de intercambios reglados de acuerdo con las tradiciones simbólicas de las respectivas comunidades, por oposición a la tercera, que presenta un intercambio crudo, violento, fuera de toda regla comunitaria.

 

O más exactamente, en el terreno incierto, fronterizo, que se abre entre dos comunidades dotadas de sus propios sistemas simbólicos, pero absolutamente incomunicadas entre sí.

 

Y quizás por eso mismo, sea solo en éste donde se haga presente y visible el dinero.

 



 

Observan, por cierto, como las miradas de los tres hombres se fijan en ese dinero tintineante sobre el plato, conscientes todos ellos, sea con avidez -Futtermann-, con tristeza -Martin- o con desprecio -Ethan- de que ello degrada profundamente al objeto de intercambio.

 

No es difícil identificar el motivo de fondo: el dinero es el mediador universal del intercambio y es por ello algo absolutamente abstracto.

 

Siendo puro valor de cambio, carece en sí mismo de valor de uso. Los otros objetos que se intercambian por las mujeres, en cambio, sean caballos, tierras o sombreros, son objetos concretos, dotados de valor de uso y, por tanto, de biografía.

 

En un nivel conceptual más abstracto, podemos decirlo también así: siendo intercambiable por cualquier bien, el dinero no es un bien, sino el mediador universal de los bienes intercambiables, su abstracción matemática.

 

Es, por eso, un signo sin significado -aunque sería más exacto decir: sin sentido-, un signo vacío, en suma.

 

Un signo, por eso, que, a diferencia de los otros signos, no puede realizarse como palabra -y es por eso por lo que es impermeable al sentido.

 

Y por ser un signo vacío, vacía de identidad a la mujer que es intercambiada por él.

 

Ese es, por cierto, el drama de la prostitución, que por lo demás constituye, como recordarán, algo que fue aludido en la parte final de aquella escena.

 

Pues el drama de la prostitución no reside en el hecho de que la mujer sea objeto de intercambio, sino en que en ella sea intercambiada por dinero, pues esto la vacía de identidad, la hace intercambiable e indiferenciable de cualquier otra prostituta.

 

Ese es el motivo de fondo de que en español no haya insulto mayor que el de hijo de puta: pues lo que la expresión hijo de puta nombra es a un hijo de cualquiera -en el límite: un hijo de la casualidad, alguien no precedido por un relato que le aguarde.

 

Si retornamos a las dos imágenes de arriba, queda todavía por anotar una diferencia: En la segunda falta un personaje presente en la primera.

 

Se trata, evidentemente, de Ethan, de modo que es Martin quien protagoniza en primera persona un intercambio simbólico cuyas reglas desconoce.

 

Y, por lo demás, no es el suyo un comercio limpio, sino más bien una tapadera para otros fines, sin duda nobles, pero no confesados.

 

De ahí la lamentable confusión que va a producirse.

 

Pero si es lamentable el resultado de ese intercambio, el otro, el primero, se ve igualmente conducido a embarrancar, pues Martin no puede tomar mujer antes de haber cumplido con la otra mujer a la que debe salvaguardar.

 

Es el reverso estricto de la conducta previsible de los indios de la que en seguida hablará Ethan a Martin:

 



•Martin: Oh, no. Ethan, you tell her to get on back there.


•Ethan: What? And have her whole family after our scalps…


•Ethan: …for flaunting one of their womenfolk? No, sir.

 

Un común código de honor reclama vengar a la mujer despreciada, tanto como rescatar a la mujer robada: si a los indios les tocaría hacer lo primero, a Martin le toca hacer lo segundo, pues en caso contrario no podría ser considerado digno de tomar, para sí, mujer.

 



 

Como ven, en los dos casos de arriba, ese que es el objeto más valioso, no lo es solo de intercambio y posesión, sino también de respeto y protección; en ello se pone en juego la dignidad misma del varón ante la comunidad a la que pertenece.

 

Pero ese es también el motivo de que en caso de guerra, cuando de lo que se trata es de someter a la comunidad enemiga -y no olviden que ese es el fondo histórico en el que se inscriben los acontecimientos del film- la vía más directa de agresión y humillación sea el robo y la violación de las mujeres de la comunidad enemiga.

 

Volvamos al sistema que el film dibuja: tenemos, en los dos primeros casos, dos intercambios encuadrados en los sistemas simbólicos de sus respectivas culturas.

 

Abajo, en cambio, nos encontramos con uno no simbólico, sino prostituido, producto de la impermeabilidad y el choque entre esas dos culturas y producido en el espacio vacío que se extiende entre ellas en el lugar de su choque.

 

Tal es el drama histórico que el film aborda -y, debemos añadir, que trata de suturar.

 

Y una nota a pie de página. Si les sorprende que hable ahora de los indios como una cultura dotada de su orden simbólico después de estar durante tanto tiempo hablándoles de que funcionaban, en el film, como la localización de lo real, no deben ver en ello una contradicción, si recuerdan algo que suscitamos en su momento: que cuando dos culturas no encuentran punto alguno de encuentro simbólico y colisionan entre sí, cada una de ellas se convierte, para la otra, en lo real.

 

Y por cierto que este asunto es el que, en lo que sigue, va a cobrar protagonismo en el film.

 

De hecho, eso ha comenzado ya en el juego de equivalencias en espejo entre Laurie y Look que van a protagonizar la sesión de hoy.

 

 


La compra de Look

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•Laurie:…figuring that’d make it easier for us to come

•Laurie:and go.

 

Look está en el centro de la escena.

 

Mira a Martin,

 


 

mira la manta

 



 

y mira a su padre.


 

Es pues espectadora del intercambio que está teniendo lugar y del que ella misma es objeto.

 

Y si mira la manta, es porque está en manos de él, y por eso lo que mira es eso de él que ella espera en la medida en que él se convierta en el dueño de esa manta que es ella misma.

 

No hay duda: Look comparece en el intercambio en calidad de objeto interesado y entusiasmado.

 

Es pues su punto de vista el que preside la escena y liga el resto de las imágenes.

 



•Laurie: You’d laugh if l told

•Laurie: you what was our

 

Con qué tristeza recibe de vuelta su manta Look, sin mirarla ni un solo momento.

 


•Laurie: biggest seller.”

 

First award Lard Type Hog.

 

Primer premio. Manteca de cerdo.

 


 

Sin duda, este es uno más entre los innumerables efectos cómicos de la incomprensión entre dos culturas diferentes que carecen de un lenguaje común.

 

Pero más allá de eso, es obligado anotar la semejanza puesta en juego: a los indios les gustan los emblemas de los premios a los cerdos y su grasa.

 

y Look es gordita como un cerdito.

 

Pero ya saben que ella,

 


 

india, está destinada a inscribir en el film la otra cara, oscura, de la mujer, ya no como gestalt de deseo, sino como carne, cuerpo real.

 



 

El caso es que no es tonto el padre de Look: prefiere un sombrero de señor.

 




 

Look, con todo el candor de su deseo, se abalanza hacia un sombrero que quiere sea para ella.

 


 

Y, con él puesto, ignorando que en el mundo de Martin es un atuendo masculino, ofrece a este su más amorosa sonrisa.

 


 

El acuerdo se produce.

 



 

Y Look corre entusiasmada.

 



 

La irrupción de Ethan cambia totalmente el tono del espacio.

 

Lo oscurece y tensiona.


 

Los indios le vigilan inquietos, mientras sus mujeres se alejan apresuradamente.

 

Se deshace el espacio del comercio.

 



•Ethan: Let’s go. l think l stumbled onto something.


•Martin: Scar? You found him?

•Ethan: When are you gonna learn to keep your big mouth shut?


•Ethan: Get your horse. Let’s get out of here.



•Martin: l just bought me a good blanket–

 

Martin está contento con la manta que ha adquirido.

 


•Ethan: Forget it. Move!




 

 

 

 

 


Look

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•Ethan: What l heard


•Ethan: back there was that a band of hostile Comanche…


•Ethan: …came through less than a week ago.


•Ethan: l asked if there was a white girl with them.


•Ethan: They got sullen and suspicious.


•Martin: Do you–? Think it might have been–?


•Ethan: l don’t know.



 

Todavía la música introduce un tono de comedia a la escena presente.

 

Pero ello no debe hacernos olvidar la curiosa simetría existente entre lo que esta imagen presenta y las palabras inmediatamente anteriores de Ethan.

 

¿Pues acaso ellos no son una banda hostil de blancos llevando consigo a una muchacha india?

 


•Ethan: What’s she following us for?



 

Look está feliz, se siente atractiva, ¿acaso no ha sido adquirida? El ha pagado por ella, de modo que ella es valiosa.

 

Ella se siente así: valiosa.

 



•Martin: Oh, you– You go on back now. Go on.


•Martin: Oh, look, l changed my mind. You can keep your blanket.

 

Pero sucede que la manta es inseparable de ella.

 


 

Y, por lo demás, ella no entiende nada.

 

Y la comedia empieza, todavía muy suavemente, a escorar hacia el melodrama, dibujando poco a poco a Look como la víctima más ingenua y pura del film.

 



•Martin: Oh, look, you don’t understand. l don’t want it!

 

Oh, mira, no lo comprendes. No la quiero.

 

Pero es evidente que es Martin quien no comprende nada.

 



•Ethan: You don’t understand, you chunk head.


•Ethan: You didn’t buy any blanket.

 

No has comprado una manta.

 


•Ethan: You bought her.

 

La has comprado a ella.


•Ethan: You got yourself a wife, sonny.

 

Tienes una esposa, hijo.

 



•Martin: Oh, no. Ethan, you tell her to get on back there.


•Ethan: What? And have her whole family after our scalps…

•Ethan: …for flaunting one of their womenfolk? No, sir.


•Ethan: Come on, Mrs. Pawley.



•Ethan: Come on, Mrs. Pawley. Join our merry crew.


•Martin: “Mrs. Pawley”?



•Martin: Oh, no.

 

 

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14. La tercera carta

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 02/12/2016 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

 

 

 

 

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Llega la tercera carta

 


 

La inmensa lápida preside de nuevo el espacio.

 




•Charlie: Whoa.



•Charlie: Howdy, Mr. Jorgensen.


•Jorgensen: Charlie!


•Charlie: Got me a letter here.

 

Es, ya saben, la tercera carta.

 


 


•Jorgensen: By golly, a letter?

 

Y bueno, ya lo ven, en este universo, una carta es un acontecimiento.

 

Tiene lugar entonces, digámoslo así, un raccord de carta.

 



 

Y la carta se inscribe ahí, en ese paisaje densamente simbólico cuyas referencias mayores ya conocemos: a la izquierda, las montañas de la muerte, a la derecha, el agua de la vida, que es también el agua del erotismo.

 


•Charlie: lt’s for Miss Laurie.

 

Es para la señorita Laurie.

 

Y se dan cuenta de que Charlie se ha vestido de cortejo.



•Jorgensen: Two letters in one year, by golly!



•Jorgensen: Mama! Mama! lt’s Charlie MacCorry .




•Jorgensen: He’s come with a letter and he’s come a-courting ,too, by golly! Come on.

 

Se lo oyen a Jorgensen: Charlie no solo trae una carta a Laurie, sino que viene a hacerle la corte.

 

 


La guitarra y la carta – un notorio fallo de raccord

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•Mrs. Jorgensen: Good morning, Charlie .


•Charlie: Howdy, Mrs. Jorgensen.



 

¿Se han dado cuenta del fallo de raccord?

 

Lo que lo suscita es un asunto que ya anotamos.

 




 

La guitarra que estaba en posición inversa en el plano anterior, entra en la casa de Laurie apuntando a ésta en la más precisa metáfora imaginable de una erección.

 


•Jorgensen: Laurie, here’s a letter for you.

 

La desenvoltura erótica con la que Ford juega con la guitarra de Charlie es del todo evidente. Pero ello no debe ocultarnos que existe una acentuada disociación entre la guitarra y la carta.

 

Recuerden lo que les dije: la fórmula del falo no se reduce al pene en erección.

 


•Jorgensen: Charlie brought it.

 

Charlie la trae, pero no es suya.

 




•Charlie: l figured it might be the news you been waiting for, so l–

 

Laurie reconoce el deseo de Charlie. Y lo agradece.

 

¿Qué mujer no se siente alagada al ser capaz de despertar la erección de un varón?

 


•Laurie: Well, thank


•Laurie: you, Charlie.


•Charlie: You’re welcome.


 

Pero es la carta lo que a Laurie realmente importa, pues espera de ella una promesa.

 



•Charlie: Say, l brung you some


•Charlie: boiled sweets.


•Laurie: Why, thank you, Charlie.



•Jorgensen: Come on, let’s sit down and get comfortable while Laurie reads the letter.

 


•Charlie: l reckon l really ought to be going–



•Mrs. Jorgensen: No, sit down, Charlie.

•Jorgensen: No, no, you stay, Charlie.



•Jorgensen: After all Charlie brought the letter, Laurie. He’s got a right to listen too .

 


•Charlie: l’ll sit a spell.

 

Laurie trata de retirarse para leer sola su carta.

 

La puerta abierta del fondo parece una invitación para ella.

 


•Mrs. Jorgensen: Come on, Laurie, read the letter.

 

Pero la presión familiar no se lo permite.

 



•Laurie: Oh, Ma, it’s my letter.

 


Guitarra, carta -la fórmula del falo

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¿Se dan cuenta de cómo la fórmula completa del falo preside la escena?

 


 

Les hablaba del conflicto entre la carta y la guitarra.

 

Y bien, les recuerdo, la fórmula del falo que les propongo incluye pene, erección y palabra. Y no pierdan de vista que la fórmula responde al deseo de la mujer.

 

Pues bien, llegado el momento, la palabra toma el mando.

 

Y con qué pasmosa literalidad fordiana. Ella, que ha burlado la guitarra de Charlie,

 


 

pega ahora la carta a su sexo.


 

Pueden encontrar aquí una manifestación más de esa erotización de la palabra masculina de cuyo origen mitológico les he hablado ya.

 

«respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”

El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (…)»

 


•Mrs. Jorgensen: Of course it is, dear. But read it.


•Jorgensen: Go ahead. Read it.



 



 

No menos notable es que se siente en el mismo lugar en el que estuvo sentado Marty ante ella.

 

Y allí, pega la carta a su pecho, como antes cubriera con ella sus genitales.

 


•Mrs. Jorgensen: Please.



•Laurie: “Dear Miss Laury–“


•Laurie: Spelled it with a Y instead of an l-E. You’d think he’d know better.

 

Y lo primero que reclama Laurie: ser nombrada por quien le envía la carta.

 


•Jorgensen: Oh, spelling, please.


•Jorgensen: What’s the difference? Read the letter.

 

 

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13. De la Diosa al Dios patriarcal

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 02/12/2016 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

  • El héroe: Freud vs Rank
  • La culpa: Moisés y la religión monoteísta vs Tótem y Tabú
  • Los dioses potencias de lo real
  • Rituales sacrificiales
  • Minotauro, Moloc, Saturno
  • Yavhé y Moloc
  • La Diosa
  • Un Dios ético
  • HIjo de Dios
     

     

     

     

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    El héroe: Freud vs Rank


  •  


     

    Retomemos el texto de Freud.

     

    Les decía que el tema del héroe no es extemporáneo a la obra de Freud, aunque pueda parecerlo al psicoanálisis de moda en los cenáculos modernos.

     

    Veamos como el concepto aparece en Moisés y la religión monoteista:

     

    «En 1909, Otto Rank, por entonces aun bajo mi influencia, publica por sugerencia mía un trabajo cuyo título es El mito del nacimiento del héroe. Trata sobre el hecho de que “casi todos los pueblos de cultura importantes (…) han glorificado muy temprano, en poemas y sagas, a sus héroes, legendarios reyes y príncipes, instituidores de su religión, fundadores de dinastías, imperios y ciudades; en suma, a sus héroes nacionales. En particular, han dotado de rasgos fantásticos a la historia del nacimiento y la juventud de estas personas, rasgos cuya desconcertante semejanza, que en parte llega hasta una literal concordancia entre pueblos diversos, muy separados entre sí y del todo independientes, es algo consabido desde hace mucho tiempo y que ha llamado la atención de los investigadores”.»

    [Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta.]

     

    Como han podido comprobar, así formulada en el libro de Otto Rank, la noción del héroe aparece del lado del mito, como una figura caracterizada por sus rasgos fantásticos que independientes de la biografía real de los personajes a los que son atribuídos, forman parte de una suerte de modelo propiamente mitológico.

     

    Y por cierto que allí donde acaba la cita que presenta Freud del libro de Rank, éste, en su propio libro, prosigue así:

     

    «(…) y uno de los principales problemas de la investigación de los mitos sigue consistiendo en la dilucidación de la causa de esas amplias analogías en el esquema fundamental de los relatos míticos, analogías que se tornan aun más enigmáticas por la coincidencia unánime de ciertos detalles y su reaparición en la mayoría de los grupos míticos.»

    [Rank, Otto: (1909) El mito del nacimiento del héroe]

     

    Si Freud ha detenido su cita antes de llegar aquí, es porque le parece excesiva la afirmación de su discípulo -por lo demás díscolo- de la existencia de un esquema fundamental de los relatos míticos que anticipa la línea por la que correrán los enfoques de las antropologías jungianas de todo tipo, desde las del propio Jung a las de Mircea Eliade o de Joseph Campbell.

     

    Freud no le sigue en ello, desde luego, pero sí reconoce la existencia de un cierto esquema, muy difundido y de estructura edípica, que versa sobre el nacimiento del héroe y la doble familia en la que éste desarrolla su infancia.

     

    Y llegamos así al punto sobre el que quiero llamarles la atención.

     

    Sucede que si Freud alude a ese esquema mitológico, no es para afirmar que Moisés responde a ese modelo, sino todo lo contrario: para afirmar que Moisés -el Moisés real- quiebra el modelo y que eso es la primera prueba que permite sustentar la afirmación de su condición de egipcio.

     

    ¿Se dan cuenta de lo que esto significa para Freud? Ni más ni menos que esto: que Moisés le interesa no como héroe fantástico, imaginario, sino como héroe real, .

     

    Pero entonces, ¿héroe mitológico o no? Esta es la cuestión crucial a la que pienso que solo se puede responder así: héroe mitológico, sin duda, pero no desde el punto de vista de Rank -ni del de Jung, Eliade, Campbell…-, como tampoco del de la mayor parte de las otras escuelas antropológicas que, aunque muy disímiles de esta, comparten el presupuesto del carácter imaginario, fantástico, esencialmente irreal, de los mitos.

     

    Moisés es sin duda, para Freud, un héroe mitológico, pero este enunciado se sostiene ya desde otro punto de vista, el de una nueva concepción radicalmente nueva de la mitología que está naciendo en la obra del último Freud.

     

    Una nueva concepción en la que mito ya no es sinónimo de ficción, fantasía o imaginación.

     

    Y, con ese nueva concepción de mito, nace, simultáneamente, una nueva concepción de héroe: un héroe real.

     

    Aquel que fue capaz de fundar esa novedad histórica absoluta que fue la religión monoteista.

     

    Es, por cierto, en esa nueva concepción en lo que yo trabajo. Y en lo que, claro está, les invito a trabajar a ustedes.

     

     

     

     


    La culpa: Moisés y la religión monoteísta vs Tótem y Tabú

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    En Moisés y la religión monoteísta Freud retoma el tema del padre de la horda primitiva:

     

    «El macho fuerte era amo y padre de la horda entera, ilimitado en su poder, que usaba con violencia. Todas las hembras eran propiedad suya (…) El destino de los hijos varones era duro; cuando excitaban los celos del padre eran muertos, o castrados, o expulsados. (…)

    «El siguiente paso decisivo (…) debe de haber sido que los hermanos expulsados, que vivían en comunidad, se conjuraran, avasallaran al padre y (…) se lo comiesen crudo. (…) no sólo odiaban y temían al padre, sino que lo veneraban como arquetipo, y en realidad cada uno de ellos quería ocupar su lugar. El acto canibálico se vuelve entonces inteligible como un intento de asegurarse la identificación con él por incorporación de una parte suya.»

    «(Llegaron) finalmente a unirse, a pactar una suerte de contrato social. Nació la primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones que se declararon inviolables (sagradas); vale decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición del padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la exogamia. Buena parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época del matriarcado. (…)

    «(…) En el vínculo con el animal totémico se conservaba íntegra la originaria bi-escisión (ambivalencia) de la relación de sentimientos con el padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro carnal y el espíritu protector del clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre primordial. Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado (…) Esta gran fiesta era en realidad una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados, sobre el padre.»

    [Freud: (1934-38) Moisés y la religión monoteísta]

     

    Así lo presenta Freud en el final de la Primera parte del Tercer ensayo.

     

    Aparentemente, es un resumen de lo expuesto, más de veinte años antes, en Tótem y tabú. Y, sin embargo, hay una notable diferencia entre uno y otro texto, en la que nadie parece haber reparado.

     

    Por mi parte, la anoté ya en este seminario (20/04/2007) hace unos nueve años.

     

    Se trata de esto:

     

    «Que devoraran al muerto era cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y ahora, en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza. El banquete totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad, sería la repetición y celebración recordatoria de aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron comienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión.»

    «(…) la banda de los hermanos amotinados estaba gobernada, respecto del padre, por los mismos contradictorios sentimientos que podemos pesquisar como contenido de la ambivalencia del complejo paterno en cada uno de nuestros niños y de nuestros neuróticos. Odiaban a ese padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales, pero también lo amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común. El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida; todo esto, tal como seguimos viéndolo hoy en los destinos humanos. Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica de la obediencia de efecto retardado que tan familiar nos resulta por los psicoanálisis. Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el tótem, y renunciaron a sus frutos denegándose las mujeres liberadas. Así, desde la conciencia de culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que por eso mismo necesariamente coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo.»

    [Freud: (1912-1913) Tótem y Tabú]

     

    ¿Ven de qué se trata?

     

    De la culpa, ciertamente.

     

    Nada se dice de ella en el resumen expuesto en Moisés y la religión monoteísta de ese primer sentimiento de culpa de los hermanos por haber asesinado al padre de la horda.

     

    Porque, como ya les dije en su momento, ¿por qué los hijos habrían de sentirse culpables de haber asesinado a esa bestia? -Estaba tentado a decir mala bestia, pero evidentemente eso supondría un marco moral inexistente entonces.

     

    La ambivalencia se sentimientos hacia él -odio y admiración- no basta para justificarla. Y la identificación con él no es necesariamente motivo de sentimiento de culpa, sino de afirmación en su incorporación vía devoración.

     

    Algo le ha llevado a Freud a evitar hablar del origen del sentimiento de culpa en el contexto de ese asesinato primordial.

     

    Es un hecho notable, en cualquier caso, que, en el Moisés… la temática de la culpa solo es suscitada por Freud cuando se refiere al pueblo judío en su relación con la religión de Atón que Moisés le había dado, al asesinato de Moisés y más tarde, a propósito del cristianismo y de la figura de Pablo, donde llegará a retomar incluso la idea cristiana del pecado original.

     

    ¿Cuál es el motivo de ese cambio evidentemente presente aunque no explícitamente declarado? La idea de que del asesinato del padre de la horda despertara el sentimiento de culpa en los hermanos suponía, implícitamente, el presupuesto de la posibilidad del sentimiento de culpa mismo en un contexto precultural, como si fuera, al fin, un sentimiento natural.

     

    Pero esta idea es ya insostenible para el Freud de 1938, pues éste está viviendo el retorno de una barbarie casi prehistórica caracterizada por la extinción del sentimiento de culpa.

     

    Y bien: éste debió ser el razonamiento que golpeó a Freud: si el sentimiento de culpa puede desaparecer es que no es un dato natural sino cultural y por tanto hubo de nacer un día, en el contexto cultural que pudiera posibilitarlo.

     

    Permítanme que les esboce el proceso histórico del nacimiento del sentimiento de culpa que pueda resolver ese hiato descartando el presupuesto del asesinato del padre de la horda y conservando, a la vez, la idea de la culpa en su relación con el deseo del asesinato del padre.

     

     

     


    Los dioses potencias de lo real

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    Durante siglos, para los seres humanos, los dioses eran las potencias de lo real

     


     

    a las que admiraban tanto como por ellas se sentían amedrentados.

     

    A la vez adimirados y amedrentados, porque la violencia que esas potencias podían desencadenar desbordaba totalmente los límites de lo humano.

     


     

    Tanto los límites de lo que su entendimiento podía comprender, como los de lo que que su fuerza podía resistir.

     

    Y lo mismo sucedía con las formas de su manifestación: nada permitía, al entendimiento humano, preveerlas y, así, tomar, frente a ellas, las necesarias precauciones.

     

    La combinación de esas dos magnitudes

     


     

    -la de una violencia que desbordaba de manera inconmensurable la fuerza con la que los hombres podían hacerle frente y la de una imprevisibilidad absoluta de sus irrupciones, tanto por lo que se refiere a su momento como a su forma y sus efectos- hacía de los dioses seres -quizás fuera mejor decir fuerzas- sagradas.

     


     

    Eso era, pues, lo sagrado -todo lo que tenía que ver con esas potencias, con su descomunal violencia y con su absoluta imprevisibilidad.

     

    Frente a ello estaba lo profano: el mundo de las actividades humanas socializadas y, en esa misma medida, inteligibles y previsibles.

     

    Se darán cuenta, quizás, de que utilizo ambos conceptos -el de lo sagrado y el de profano– en el sentido que les diera Georges Bataille.

     

    Pero, por mi parte, permítanme que añada un suplemento de conceptualización: el mundo de lo profano, era ya el mundo de la realidad de nuestros antepasados, porque era el de lo calculable, inteligible y previsible, sin que ello tuviera por qué excluir los conflictos; pues estos, como sus efectos, resultaban, en ese ámbito, igualmente calculables.

     

    Lo otro, ese mundo sagrado habitado por fuerzas descomunales, imprevisibles e ininteligibles, era el mundo de lo real.

     

    Bien es cierto que la noción de lo sagrado no se limitaba al mundo de los dioses y sus emergencias, sino que incluía igualmente todo lo que, de una manera o de otra, entraba en contacto con ellos, incluidos los actos de los hombres en su aproximación a los dioses: sus mitos, sus rituales, y los objetos que participaban en estos.

     

     

     


    Rituales sacrificiales

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    Y bien, centrémonos en ese ámbito por el que los hombres se aproximaban a los dioses, es decir, el ámbito de los rituales que eran, en lo esencial, propiciatorios: consistente en lo esencial en las conductas por las que los hombres trataban de evitar que los dioses desencadenaran sobre ellos su violencia.

     

    Hablamos, por eso, de rituales propiciatorios.

     

    Ahora bien, ¿qué propiciaban?

     

    Podríamos responder: la benevolencia de los dioses. Y no en un sentido genérico, sino en uno del todo concreto: que fueran buenos -que no fueran malos- para aquel que a ellos se aproximaba por la vía del ritual.

     

    Permítanme, a este propósito, que les llame la atención sobre algo en lo que seguramente no se han parado nunca a pensar.

     

    Desde el mismo momento en que la benevolencia del dios queda asociada al ritual propiciatorio, resulta obligado deducir que el dios en sí mismo no es necesariamente bueno, benevolente, dado que es necesario el ritual para, precisamente, propiciar su benevolencia.

     

    Y el asunto se hace tanto más claro cuando se constata que en la inmensa mayoría de los casos atestiguados por la antropología, el ritual propiciatorio consiste en la realización de sacrificios ofrendados al dios en cuestión.

     

    ¿Sacrificios de qué? De cualquier cosa que resulte valiosa para el que la sacrifica, de modo que cuanto mayor sea su valor, mayor se espera que sea la eficacia del ritual.

     

    Y no debe olvidarse que lo sacrificado no solo es algo que pierde el que lo da en sacrificio, sino también algo que recibe el dios al que se lo sacrifica.

     

    Pero lo notable, lo realmente indicativo de la índole del dios que recibe el sacrificio, es el modo mismo por el que se consuma el paso de lo sacrificado por el ser humano al dios que lo recibe.

     

    La forma con mucho más extendida de sacrificio fue la del fuego, de modo que solo en la medida en que el objeto se consumía por obra del fuego podía ser aceptado por el dios que lo recibía.

     

    Pero cabe preguntarse: la deidad, ¿lo recibía incólume, tal y como lo sacrificado existía antes de su paso por el fuego? Bien, esa es una posibilidad, a la que el paso por el fuego añadiría la idea de la purificación del bien recibido.

     

    Pero no es evidente. De hecho, tal respuesta supone muchas postulaciones de notable complejidad que no necesariamente habrían de presentarse en las formas más primitivas de sacrificio.

     

    Así, la existencia de un mundo otro en el que habita el dios y donde guarda los bienes recibidos una vez purificados -espiritualizados- por el fuego.

     

    Eso puede darse sin duda, pero no debe rechazarse la otra posibilidad: que la recepción por el dios del bien sacrificado se consume en su misma consumición, ya sea por el fuego, la espada o por cualquier otra vía.

     


     

    Quiero decir: que el dios no sea acumulativo sino voraz, que se trate de un dios para el cual no hay otra posesión que la destrucción, la incorporación y la aniquilación de lo poseído.

     

    Un dios, pues, a la vez violento y voraz, que se alimenta de esa consumación y que goza de ella.

     

    Si lo piensan bien creo que se darán cuenta que para con un dios así el rito no precisa siquiera, para su comprensión, de la postulación de una intención propiciatoria, -es decir: esa voluntad, de la que ya hemos hablado, de obtener la benevolencia del dios.

     

    Pues, ante él, el objeto sacrificado en el rito opera no ya como un obsequio entregado en busca de benevolencia, sino, de manera más sencilla y primaria, como un alimento destinado a saciar el hambre violenta del dios.

     

     

     


    Minotauro, Moloc, Saturno

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    Permítanme que les presente un ejemplo de ello lo suficientemente expresivo.

     

    «las siete doncellas y siete donceles que los atenienses tenían obligación de enviar a Minos cada ocho años (…) parece que eran encerrados en el Laberinto para ser devorados por el Minotauro o al menos quedar aprisionados para siempre. Quizá eran sacrificados quemándolos vivos dentro de un toro de bronce o de una imagen de hombre con cabeza de toro, con objeto de renovar la fortaleza del rey y del sol, a quien personificaba. (…) lo hace sugerir la leyenda de Talos, un hombre de bronce que abrazaba contra su pecho a la gente y se arrojaba al fuego con ella, que moría abrasada. Se cuenta que se lo había entregado Zeus a Europa o Hefaistos a Minos para guardar la isla de Creta (…) Según otro relato era un toro y según otro más, el Sol. Probablemente estaba identificado con el Minotauro y, despojado de su forma mítica, no sería otra cosa que una imagen broncínea del sol representado como un hombre con cabeza de toro. Con el designio de reavivar los fuegos del sol serían sacrificadas víctimas humanas al ídolo, quemándolas dentro de su cuerpo hueco o colocadas en sus manos inclinadas de tal modo que por declive rodaran a un foso de fuego. Ésta fue la manera como los cartagineses sacrificaban sus niños a Moloc; las criaturas eran colocadas en las manos de bronce de una imagen con cabeza de ternero, desde las que se deslizaban dentro de un horno encendido, mientras la gente bailaba al son de flautas y panderos para ahogar los gritos de las víctimas que se quemaban. (…) el culto asociado con el nombre de Minos y Minotauro puede haber influido poderosamente el culto de algún Baal semítico.»

    [Frazer, James George: (1890) La Rama dorada. Magia y religión, p. 320-330]

     

    Excelente descripción. Sólo una cosa le objetaría: dudo mucho que esos bailes, flautas y panderos tuvieran por objeto ahogar los gritos de las víctimas que se quemaban. Diría más bien que esa era la vía para entregarse de lleno al goce siniestro allí desencadenado.

     

    Pero vayamos a lo sustantivo.

     

    Como ven, posesión y destrucción se confunden en el Minotauro que recibe el sascrifricio.

     

    No se imagina benevolencia alguna posible en esa bestia divina, primaria y salvaje.

     

    Tan sólo se procura calmar su violencia o, si prefieren, su violenta reclamación de carne humana que lo alimente.

     

    Realmente notable, en este sentido, es que ello cobra la forma de una incorporación literal de la víctima por el dios, por la vía de una devoración que la hacer pasar al interior de su cuerpo, donde arde hasta morir.

     

    Como pueden ven, en opinión de Frazer, el culto al minotauro de los cretenses podría estar relacionado con el de Moloc Baal.

     

    Permítanme que se lo presente, pues la suya es una figura en extremo expresiva:

     


     

    Hay pocas representaciones suyas y todas son muy tardías.

     

    Así ésta, titulada El ídolo Moloc, con 7 cámaras, ilustración presente en el libro de 1704 de Johann Lund Los antiguos santuarios judíos.

     

    Vean esta otra:

     


     

    debida a Athanasius Kirchner y procedente de su libro de 1652, Oedipus Aegyptiacus.

     

    Moloc fue un dios de origen semita que, a través de los fenicios y de los cartagineses extendió su influencia por toda el área mediterránea.

    Y bien, han tenido ustedes ya ocasión de leer cual era el bien sacrificado más estimado por Moloch: los hijos mismos de los propios oferentes.

     


     

    Las cámaras, también llamadas, muy expresivamente, capillas, que se abren en el cuerpo del dios son lugares donde se albergaba al niño que iba a ser abrasado.

     

    Diodoro Sículo, historiador giego del siglo I a.C., ofrece una impresionante descripción del sacrificio masivo que tuvo lugar a principios del siglo IV, cuando el griego Agatocles sitiaba la ciudad cartaginesa:

     

    «Viendo a sus enemigos acampados bajo los muros de la ciudad, se sintieron asaltados por un temor supersticioso y se reprocharon haber descuidado las costumbres de sus padres en lo referente al culto de los dioses. Decidieron realizar una gran ceremonia en la que deberían ser sacrificados doscientos niños, escogidos en las familias más ilustres; algunos ciudadanos, temerosos de ser acusados, ofrecieron volutariamente a sus propios hijos, que no fueron menos de trescientos. (…) Había una estatua de bronce que representaba a Saturno, las manos extendidas e inclinadas hacias la tierra, de manera que el niño, que había sido colocado en ellas, rodaba e iba a caer en una sima llena de fuego. Es probablemente a esta costumbre a la que hace alusión Eurípides cuando habla de ceremonias de sacrificio realizadas en Tauride; el poeta pone en boca de Orestes la pregunta siguiente: “¿Cuál será la tumba que me recibirá cuando muera?” – Un fuego sagrado encendido en una gran sima de la tierra. Parece también que el antiguo mito de los griegos, según el cual Saturno devoró a sus propios hijos. encuentra una explicación en esta costumbre de los cartagineses.»

     

    Deténgámonos por un instante en el estatus que el niño posee en estos sacrificios.

     

    Es sin duda un bien, y, como tal, un bien sacrificable, en aras a la preservación de un bien mayor.

     

    Pero observen que, en esta caracterización que les propongo, la palabra bien es empleada en su sentido económico, no en uno ético.

     

    El hijo es un bien en tanto posesión, propiedad que se posee y de la que se dispone.

     

    De modo que los padres, por su propio bien, sacrifican uno de sus bienes más preciados, que es uno de sus hijos, en aras a conservar otros bienes considerados más valiosos -así, por ejemplo, la propia vida, quizás las riquezas, posibiemente el poder…

     

    Claro está, donde dice Saturno, deben poner Moloc, pues los griegos identificaban al uno con el otro.

     

    Ahora bien, ¿ello no debería también, en cierto modo, llevarnos a nosotros a poner Moloc en algunos de los lugares donde aparece Saturno?

     

    Y es que, como ven, Diodoro Sículo era ya antropólogo. Y, así, sugiere la posibilidad de que, en un pasado remoto, Moloc pudiera haber sido antepasado de Saturno, o bien que ambos procedieran de un arcaico tronco común.

     

    En cualquiera de los casos,

     


     

    ello da al asunto de Moloc una dimensión extraordinaria cuya resonancia atraviesa los siglos, sin duda hacia atrás, pero también hacia delante, hasta llegar, por ejemplo, a Goya.

     

    No hay aquí, ciertamente, fuego. Mas ello no nos aparta demasiado de la descripción de Diodoro Sículo.

     

    Por el contrario, nos permite percibir mejor cierto aspecto esencial de la figura de Moloc. Se trata de algo que ya les he señalado: el dios se apropia del bien recibido incorporándolo, literalmente devorándolo.

     

    Sencillamente: se alimenta de él.

     

     

     


    Yavhé y Moloc

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    ¿Hasta donde alcanzó su difusión? Sabemos que su presencia es insistente en el Antiguo Testamento, donde Yavhé, hablando por voz de sus profetas, no cesa de proclamar su indignación hacia su pueblo que olvida una y otra vez la alianza para adorar a Moloc ofrendándole los sacrificios sangientos de sus propios hijos.

     

    Incluso el propio rey Salomón llegó a participar en ellos.

     



     

    «Yo les adoctriné asiduamente, mas ellos no quisieron aprender la lección, sino que pusieron sus Monstruos abominables en la Casa que llaman por mi Nombre, profanándola, y fraguaron los altos del Baal que hay en el Valle de Ben Hinnom para hacer pasar por el fuego a sus hijos e hijas en honor del Moloc -lo que no les mandé ni me pasó por las mientes-, obrando semejante abominación con el fin de hacer pecar a Judá.»

    [Jeremías 32:33-35]

     

    La cita que les presento es una más de la multitud de aquellas en las que Yavhé expresa su indignación.

     

    Sin embargo hay, en ésta, un par de detalles que sugieren la posibilidad de que alguna vez, en un pasado remoto, Molloc y Yavhé pudieran haber sido un mismo dios.

     

    Pues, ¿acaso ese monstruo abominable no llegó a ocupar su propio templo?

     

    Y está, sobre todo, esa tan acentuada negación: dice no solo que no lo ordenó, sino que ni siquiera llegó a pasársele por la cabeza.

     

    Bueno, ya saben: Excusatio non petita,
    accusatio manifesta.

     

    ¿No les parece oír hablar ahí a un dios perplejo, inseguro, que por un momento duda si alguna vez llegó, si no a decir, al menos a pensar… que los hijos de los judíos habian de serle sacrificados… que el mismo, en una vida anterior, podría haber sido el propio Moloc?

     

    Y vean este texto de Ezequiel que parece casi una declaración.

     

    «Pero los hijos se rebelaron contra mí (…) Porque no habían puesto en práctica mis normas, habían despreciado mis preceptos y profanado mis sábados, y sus ojos se habían ido tras las basuras de sus padres. E incluso llegué a darles preceptos que no eran buenos y normas con las que no podrían vivir, y los contaminé con sus propias ofrendas, haciendo que pasaran por el fuego a todo primogénito, a fin de infundirles horror, para que supiesen que yo soy Yahveh.»

    [Ezequiel 20:21-26]

     

    Pero no se enfaden con el Dios hebreo por eso.

     

    Si aceptan leer la Biblia de modo materialista, quiero decir, prescindiendo de todo presupuesto metafísico, podrán reconocer fácilmente que en ella se encuentra la crónica de una transformación histórica incesante de la idea de Dios.

     

    Y a este propósito, para el que les habla, resulta más que convincente la hipótesis freudiana segun la cual el Antiguo Testamento contiene dos representaciónes esencialmente diversas de su dios.

     


     

    «Yahvé (…) Un dios local rudo, mezquino, violento y sediento de sangre (…) Cabe asombrarse de que, a pesar de todas las refundiciones, se hayan dejado en los informes bíblicos tantos elementos que permiten discernir aquella su originaria naturaleza. (…) si en la ulterior trayectoria todo fue diverso de lo que hacían esperar tales comienzos, podemos hallar la causa de ello en (que) (…) una parte del pueblo había recibido del Moisés egipcio otra representación de Dios, más espiritualizada: la idea de una deidad única, abarcadura del universo entero, que a todos ama y es omnipotente; enemiga de todo ceremonial y todo ensalmo, ella fija a los hombres como meta suprema una vida en verdad y en justicia.»

    [Freud: Moisés y la religión monoteísta]

     

     

     


    La Diosa

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    Ahora bien, Yavhé Moloc, ese dios local rudo, mezquino, violento y sediento de sangre, ¿estamos seguros de que fue un dios y no una diosa? Vean su imagen:

     


     

    nada en ella sugiera atributo fálico alguno.

     

    En su lugar, en cambio, aparece una oquedad ardiente que se abre hacia el interior del cuerpo.

     

    Y por cierto, ¿no fue una intuición semejante la que asaltó al Goya que,

     


     

    desde lo más hondo de su particuliar psicosis, pintó a Saturno devorando a sus hijos?

     


     

    Se piensa que, en su origen, Yavhé debió ser una divinidad volcánica

     


     

    Pues bien, a poco que echen ustedes un vistazo a un volcán en cualquiera de sus fases, creo que deberán reconocerme que, por su conformación, se encuentra mucho más cerca de la anatomía femenina que de la masculina.

     

    Y es precisamente allí,

     


     

    es en el interior de ese cuerpo ardiente, donde son absorbidos, incorporados y abrasados los hijos entregados en ofrenda.

     

    ¿Cómo no entender entonces el ritual como lo que más evidentemente aparenta ser, es decir, como un suerte de parto invertido, en el que el niño, en vez de ser dado a luz retorna al interior del cuerpo originario del que procede? ¿No han oído nunca decir decir a una mujer que ha vivido recientemente un parto que cuando éste se aproximaba era como si hubiera un volcán ardiente en su interior?

    ¿Me objetaran la presencia de los cuernos que ostenta Moloc? Sucede sin embargo que esos cuernos podrían perfectamente ser los de una poderosa vaca llamada Athor:

     


     

    divinidad egipcia, mitad vaca

     


     

    mitad leona,

     


     

    pero en cualquier caso hembra y mujer.

     

    Diosa de la fecunidad y del amor que, como todas las diosas arcaicas, era a la vez diosa de la muerte, la guerra y la destrucción.

     

    En la mitología egipcia aparece a la vez como madre y como hija de Ra. Y en esta segunda condición se la identifica con el Ojo solar de Ra, cuyo intenso calor puede abrasar.

     


     

    Y no menos notables son sus sersonificaciones en las culturas próximas.

     

    Así, los semitas la llamaban Baalat, “La Señora” y en Biblos fue identificada con Astarté.

     

    Ahora bien, Astarté era la esposa de Baal y Baal es el tronco del que procede, como una de sus versiones, el propio Moloc.

     

    ¿Esposa entonces? ¿O esposa luego, una vez diferenciada de su esposo? ¿No sería Baalat el nombre originario de Baal-Moloc? Si tuviera un tiempo del que no dispongo, me detendría a exponerles toda otra serie de indicios que apuntan en esta dirección.

     

    Me conformaré con este, procedente del Antiguo Testamento:

     

    «Salomón fue yerno de Faraón, rey de Egipto; tomó la hija de Faraón y la llevó a la Ciudad de David, mientras terminaba de construir su casa, la casa de Yahveh y la muralla en torno a Jerusalén. Con todo, el pueblo ofrecía sacrificios en los altos, porque en aquellos días no había sido aún construida una casa para el Nombre de Yahveh. Salomón amaba a Yahveh y andaba según los preceptos de David su padre, pero ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altos. Fue el rey a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, porque aquel es el alto principal. Salomón ofreció mil holocaustos en aquel altar.»

    [1 Reyes 3:1-4]

     

    Y bien, esos altos eran los lugares donde se sacrificaba a los niños.

     

    Sacrificios en los que llegó a participar mil veces, como ya les he dicho, el propio rey Salomón que había traído de Egipto a su esposa y quizás también, todo parece sugerirlo, a la propia Athor-Astarté-Baalat-Moloc.

     

     

    Les decía al comienzo de esta sesión que los dioses, en el origen, eran potencias de lo real.

     


     

    Y bien, una vez iniciado el largo y lento proceso de su humanización, ¿no les parece lógico que después de las grandes bestias y de las otras grandes potencias naturales que aterraban a los hombres la siguiente forma de divinidad fuera materna?

     


     

    Pues, ciertamente, nada hay tan poderosamente real, en el cuerpo de los miembros de nuestra especie, como esa extraordinaria metamorfosis corporal, en sí misma eminentemente real, por la que es parido un nuevo ser humano.

     


     

    Nada extraño, por ello, que suscitara desde el principio esa suerte de espasmo amedrentado que caracterizaba a la proximidad con las otras potencias de lo real.

     

     

     


    Un Dios ético

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    «Yahvé (…) Un dios local rudo, mezquino, violento y sediento de sangre (…) Cabe asombrarse de que, a pesar de todas las refundiciones, se hayan dejado en los informes bíblicos tantos elementos que permiten discernir aquella su originaria naturaleza. (…) si en la ulterior trayectoria todo fue diverso de lo que hacían esperar tales comienzos, podemos hallar la causa de ello en (que) (…) una parte del pueblo había recibido del Moisés egipcio otra representación de Dios, más espiritualizada: la idea de una deidad única, abarcadura del universo entero, que a todos ama y es omnipotente; enemiga de todo ceremonial y todo ensalmo, ella fija a los hombres como meta suprema una vida en verdad y en justicia.»

    [Freud: Moisés y la religión monoteísta]

     

    ¿Cómo fue posible que, frente a esa divinidad arcaica y bestial, emergiera y pudiera afirmarse ese nuevo dios más espiritualizado, comprometido con la verdad y la justicia?

     

    Es decir, un dios, por oposición a los que le habían precedido, ético y, por eso, fundamento de ese núcleo ético en torno al cual, en el cruce del pensamiento socratico y el Antiguo Testamento, comenzó a fundarse el pensamiento humanista occidental?

     

    En otras ocasiones me he ocupado de los dos momentos más notables en los que se manifiesta esa paso decisivo entre uno y otro tipo de divinidad, que hubo de pasar necesariamente por la prohibición de los sacrificios humanos.

     

    Me refiero al último canto de la Iliada,

     


     

    en el que Zeus, el dios que había protegido a los troyanos pero que no pudo evitar su derrota por los griegos, dados que estos eran los favoritos de las diosas, Era y Atenea, logra al menos contener el furor de Aquiles, quien había decidido entregar el cadáver de Héctor a los perros, y le induce a escuchar con compasión la súplica de su padre, Príamo.

     

    Y me refiero también al mito de Abraham,

     


     

    en el que emerge un Dios venido de otras tierras que hace a Abraham abandonar su tierra matriarcal en la que reinaba una diosa con toda probabilidad llamada Saray para conducirle a una nueva tierra y donde reclama a su hijo, Isaac, en sacrificio.

     

    Pero en un sacrificio radicalmente nuevo.

     

    Lo prueba el hecho de que, cuando Abraham, siguiendo la inveterada constumbre, se dispone a degollar a su hijo antes de quemarlo en la pira,

     


     

    ese nuevo Dios detiene su brazo.

     

    Si hemos visto en la Iliada nacer la compasión, en el mito de Abraham ello mismo tiene lugar, pero, a la vez, sucede algo más.

     

    Pues el nuevo sacrificio que este nuevo Dios reclama de Abraham ya no es la vida de su hijo, sino todo lo contrario.

     

    Lo que le reclama es su renuncia al hijo como bien, el reconocimiento de que el único dueño del hijo ya no es su padre ni su madre, sino el proio Dios.

     

    Que ese hijo, en suma, es hijo de Dios y que por eso ya no es sacrificable.

     

    No sé si se dan cuenta del cambio radical que eso hubo de suponer para la noción misma de lo sagrado.

     

    Pues, a partir de entonces, lo sagrado comenzó a dejar de ser lo sacrificado para pasar a ser lo insacrificable.

     

    Y el nuevo Dios que prohíbe el sacrificio y que reclama como propio al hijo ya no sacrificable ha de ser, necesariamente, un Dios paterno, pues es un Dios que viene a desligar al nuevo ser de sus lazos de sometimiento con el cuerpo real del que procede -el cuerpo de su madre, el cuerpo de su tribu y de su tierra.

     

    Y bien, en mi opinión, sólo de la aparición de este nuevo Dios que es ya un Dios de la palabra y de la promesa -tal es el sentido de la alianza de Dios con su pueblo de la que tantas veces se habla en el Antiguo Testamento- es posible deducir la aparición del sentimiento de culpa.

     

    Sentimiento de culpa que se intensifica cada vez que el pueblo judío olvida a su nuevo Dios paterno y retorna a realizar sacrificios sangrientos de sus propios hijos a la Diosa arcaica Moloc.

     

    Si los judíos de entonces, si el propio Salomón, realizaron miles de veces tales sacrificios, ello solo podía tener un motivo: que consideraban más poderosa a esa Diosa arcaica -al fin diosa de lo real- que el nuevo y espiritualizado Dios patriarcal.

     

    Y que sin duda lo odiaban por las renuncias pulsionales a las que les llamaba.

     

    De modo que el asesinato primordial no fue el del padre de la horda, sino el de los hijos de los hebreos y más tarde, el del mismo hijo de Dios.

     

    Pero claro está: en el asesinato de los hijos se repudiaba -y, así, asesinaba- al propio Dios patriarcal.

     

    De la culpa que ello suscitaba es de lo que hablaban, una y otra vez, los profetas: de esa culpa por la que se traicionaba la alianza con el Dios de la palabra.

     

     


    HIjo de Dios

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    Sus esfuerzos no fueron en vano.

     

    La expresión hijos de Dios no aparece todavía en el relato de Abraham que, por cierto, está considerado como uno de los más antiguos que la Biblia contiene.

     

    Pero aparecerá ya cristalizada en textos posteriores, donde la expresión, hIjos de Dios, alcanza pronto a todo hijo judío.

     

    Aunque, a la vez, se detiene la mayor parte de las veces en él.

     

    Así sucede que incluso el Yavhé que ha logrado olvidar haber sido una vez Moloc y que por tanto prohibe el sacrificio de los hijos del pueblo elegido, es capaz de manifestar la ira más extrema y reclamar el sacrificio de los hijos de los otros.

     

    Lo que sucede, por ejemplo, en la última plaga lanzada contra Egipto que aniquila a todos los hijos primogénitos de esa nación, incluido el del Faraón.

     

    Con lo que el Yavhé de los judíos se manifiesta, a la vez, como Moloc para los Egipcios.

     

    Tal es el límite del mejor dios hebreo: sigue siendo un dios nacional y por eso territorial. Finalmente tribal: ligado a la tierra y a la sangre de un pueblo que se quiere -como, por lo demás, se han querido siempre todos los pueblos- superior.

     

    ¿Como dar el salto final, en ese proceso de humanización de la divinidad, que fuera capaz de alumbrar una noción de humanidad universal, es decir, ya no tribal, ni territorial, ni nacional?

     

    Y cuando les hago esta pregunta, y mientras piensan en su respuesta, quiero llamarles la atención sobre el presupuesto que contiene: que los hombres se piensan a través de -y en su relación con- los dioses.

     

    Que solo a través de la construcción de sus dioses, como algo más peremne y menos variable que ellos mismos, pueden los hombres introducir nuevas categorías que les permitan pensarse a sí mismos y, en esa misma medida, proyectarse a sí mismos hacia el futuro como seres más elevados en dignidad.

     

    Y bien, les repito la pregunta: ¿como pudieron los hombres alumbrar esa noción de hombre universal que es el presupuesto de la reclamación, para nosotros irrenunciable, de la igualdad de todos los seres humanos?

     

    Yo diría que es ésta:

     


     

    «fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

    Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

    Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.

    El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.

    El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»

    María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»

    El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. (…)

    Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.»

    [Lucas 1:26-38]

     

    O dicho en otros términos: hizo falta que naciera el hijo de un dios desligado de toda tribu, de todo territorio, de toda nación.

     

    Un Dios sin cuerpo ni sangre, ni imagen, ni material alguna. Uno, en suma, que fuera puro espíritu, es decir, pura palabra -¿acaso no es eso -la capacidad del habla- lo que iguala a todos los hombres más allá de sus infinitas diferencias de todo tipo?

     

    Y fue necesario que ese Dios, sin mediación alguna de varón

    -pues todo varón ha nacido en un determinado territorio, la suya es la sangre que ha recibido de sus padres, de su tribu, de su nación-

     

    penetrara a una mujer virgen para alumbrar en ella, en el interior de su seno -que desde que el Dios lo ha visitado ha quedado convertido en sagrado- a un Hijo de Dios.

     


     

    En la simbólica que así se configura, la mujer -esa virgen que no conocía varón- encarna el cuerpo, la materia, lo real.

     

    Frente a ella, lo que la alumbra, lo que alumbra una vida sagrada en su interior, no puede ser un hombre,

     


     

    sino una pura palabra capaz de redimir al hombre de lo real.

     

    Pues tal es lo que el Espíritu Santo nombra: la palabra misma que penetra a la mujer con la potencia de la más poderosa de las promesas: la de que su hijo poseerá la mayor dignidad, la de ser Hijo de Dios.

     


     

    Espero que no se les escapará a ustedes la nueva dimensión que con ello se abría en el universo del erotismo.

     

    Pues de pronto la palabra, en su pronunciación masculina y en su recepción femenina, en su capacidad para penetrar el oído de la mujer, alcanzaba una resonancia erótica que ya nunca habría de perder a lo largo de la historia de nuestra civilización.

     

    Lo masculino entonces, frente a esa dimensión femenina que la virgen encarna, queda a su vez escindido en dos figuras inseparables pero a la vez netamente diferenciadas: por una parte la palabra divina, por otra, el hombre real que permanece ahí, junto a la virgen sagrada, sabiendo que el hijo que ha nacido no es suyo, que no es su bien, por más que él sea su padre, por más, incluso, que él mismo haya participado en el asunto de su embarazo.

     

     

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    12. Nawyecky

       

      Jesús González Requena
      Edipo III. La tarea del hijo
      Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
      sesión del 18/11/2016
      Universidad Complutense de Madrid
      de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

       

       

       

       

       

       

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      Una pregunta sobre la muerte de Cristo

       


       

      Comencemos con una nueva pregunta recibida:

       

       

      «He de decir que la idea de defensa del cristianismo abordando su base ética y su noción de individuo dentro de un panorama igualitario y no comunitario (restricción étnica) es algo que me parece muy interesante y quizá poco abordado en el mundo de hoy en día. Sin embargo, quisiera plantear algunas dudas sobre cual creo que es el verdadero sujeto ético que trata de gestar el cristianismo. Chesterton dijo: “(…) que busquen los ateos mismos un dios. Y sólo encontrarán una divinidad que haya proclamado su aislamiento, sólo una religión en la que Dios pareció, por un instante, ser ateo.” En este punto me parece muy interesante ir más allá; el propio David Hume, un hombre creyente, consideraba que la única forma de ser respetuosos con Dios era actuar moralmente mientras ignoramos su existencia. ¿No podríamos dar una lectura materialista de la muerte de Cristo? Al pronunciar la famosa frase “¡¿padre porque me has abandonado?!” muere -como diría Hegel- Dios como sustancia, y es aquí donde creo que está la grandeza del Espíritu santo que “está siempre con nosotros” ¿no podría decirse que Dios (Cristo) al matarse a si mismo, nos fuerza a afrontar el acto en su mayor radicalidad, a constituirnos como verdaderos sujetos éticos responsables de nuestra propia historia?»

       

      Pues sí, exactamente. A Chesterton y Hume añadiría al Unamuno cuyo San Manuel bueno y mártir (1933) constituye para mí una aportación decisiva.

       

      Por lo demás, solo modificaría un enunciado: no hablaría de matarse a sí mismo, pues Cristo no busca la muerte, aunque tampoco la rehúye: la considera como un momento inevitable y decisivo de su trayecto.

       

      Y así acepta su sacrificio como vía inevitable, llegado el momento, de sustentar su palabra.

       

      En mis términos: de hacerla verdadera -pues la verdad, precisamente, se hace o se deshace.

       

      Por eso su agonía, la agonía de un Dios, es la novedad que, en su momento, estremeció al Mediterráneo entero.

       

      Y de eso se trata exactamente: de una lectura materialista de la muerte de Cristo. Me he ocupado de ello en dos artículos a los que les remito:

       

      El punto de ignición, en Sociocriticism, vol. XXX-1 y 2, 2015.

       

      Pasión, Procesión, Símbolo, en Trama&Fondo, nº 6, Madrid, 1999.

       

      Allí sostengo que un hombre que afirmó ser hijo de Dios murió bien sosteniendo el nombre de ese Dios, en un acto existencial radical en el que hubo de saber que la existencia de ese Dios -aquel Dios del que podía ser su hijo- dependía de su capacidad de morir bien, precisamente siendo capaz de sustentar su nombre.

       

      Y esa muerta fue tan verdadera que otro hombre, que había contemplado su asombrosa gesta, decidió que merecía la pena reencarnarla.

       

      Y así, tras una meditación de tres días, salió a la calle afirmando que él era el Cristo reencarnado.

       

      En principio nadie le reconoció -¿cómo podrían reconocerle si era otro?- pero le reconocieron todos cuando repitió -es decir: cuando reencarnó- los gestos simbólicos del primero.

       

       

       

       


      Enl mercader

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      Veíamos el último día como comenzaba, en el film, un nuevo tema: el del comercio Y que éste aparecía con toda la resonancia antropológica del comercio fundamental: el intercambio de mujeres.

       

      Y bien, el tema sigue, pero a la vez, es objeto de su modulación en términos de degradación.

       

      Trader: tratante, mercader, comerciante.

       

      La palabra se escribe sobre el rostro mismo de Laurie.

       

      La cosa se encadena así: el fracasado comercio del que ella era objeto -la concertación de su boda con Martin-, da paso ahora a otro comercio mucho más oscuro, pero en cualquier caso igualmente relativo a una mujer.

       

      A la vez que el cuerpo de Laurie se desvanece en lo oscuro.

       

       


       

      Observen, bajo el cartel, la sombra de un poste y una viga que no vemos.

       

      Oscurece el plano y, a la vez, parece dibujar la estructura del conocido dibujo del acertijo del ahorcado.

       


       

      En el centro del plano, un quinqué, pero apagado.

       


       

      La cámara está inclinada, en ligero contrapicado, lo que hace visible el techo del bar, pero esta vez no hay en él cruz alguna. Es tan solo una masa oscura que colabora con el oscurecimiento más bien sórdido del plano.

       


       

       

       

       

       

       


      El vestido rojo de Debbie

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      •Ethan: Futterman?


      •Futterman: Yeah?


      •Ethan: Let’s talk.

       

      Hablemos.

       

      Es decir, negociemos.

       


       

      •Ethan: You


      •Ethan: sent me a letter.

       

      Y, como ya sucedía en la escena anterior, el tema del comercio se encadena con el de la carta.

       


      •Futterman: Yeah?


      •Ethan: About a dress.

       

      Y con el del vestido.

       

      De modo que el comercio, la carta y el vestido se ven impregnados por la sordidez del espacio que los rodea.

       





       

      El vestido pasa a manos de Martin, momento en que nos es dado verlo mejor.

       

      Pero sucede que nos cuesta reconocerlo: se dan cuenta de lo que nos sorprende: no lo recordábamos rojo.

       

      No es, desde luego, el vestido que llevaba Debbie en el comienzo,

       


      •Ethan: Lucy . You ain’t much bigger than when l last saw you.


      •Younger Debbie: l’m Deborah.


      •Younger Debbie: There’s Lucy over there.


      •Ethan: Deborah. Debbie.



       

      y que la emparentaba con Martha desde el primer momento.

       

      Además, la última vez que vimos a Debbie estaba cubierta por una manta

       




       

      y el vestido azul de su muñeca tapaba casi totalmente el vestido -casi más bien un delantal- de cuadros rojos sobre blanco.

       

      De modo que hay que esforzarse mucho para verlo emerger por debajo, en el límite inferior del plano.

       



       

      Pero sí, ese vestido estaba ahí.

       

      Y es más, reparamos ahora

       




       

      que también lleva un vistoso lazo rojo.

       




       

      Martin asiente: lo reconoce.

       


       

      Y la cámara cambia de posición.

       

       

       


      La centralidad de Martin

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      Si en primer término se enfrentan Futterman e Ethan, Al fondo Martin ocupa el centro absoluto.

       

      Por lo demás, el mostrador del bar, señalando hacia él, refuerza su posición y presencia.

       

      Y lo hace de una manera semejante

       


       

      a como reforzaba la posición central de Clayton en la escena de la toma de juramento.

       

      Por cierto que Martin ya estuvo allí:

       


      •Clayton: Wait a minute, sister.


      •Clayton: I didn’t get any coffee yet.



      •Clayton: Just– Oh, doughnuts. Thank you, sister.


      •Clayton: I’m sure fond of them doughnuts.

       

      Como si su destino estuviera marcado desde el comienzo.

       



      •Clayton: Aaron! Martin, come on up here.



      •Clayton: Come on. Raise your right hand–


       

      Y dense cuenta de que esa posición es una posición decisiva, pues está encuadrada por la puerta cerrada de Ethan.

       

      Pues bien, esa posición, en esta larga secuencia, solo estará ocupada por Martin primero y por Ethan después:

       


      •Aaron: boy.



      •Clayton: Where was I?


      •Younger Debbie: “Faithfully fulfill.”


      •Clayton: You will faithfully discharge–


      •Jorgensen: Mrs. Edwards–


      •Clayton: Shut up!

      •Clayton: You will faithfully discharge your duties as such

       

      Solo a Ethan y a Martin les será dado ocupar ese lugar privilegiado de la ley.

       

      Pero hay, que añadir, en la bisagra entre la presencia del uno y del otro, Martha se había deslizado por allí:

       


      •Clayton: -You will faithfully–


      •Ben: Sir,


      •Ben: can I go with you?




      •Ethan: How’d you come by it?

       

      Una última cosa sobre esta composición: si el vestido no está en el centro absoluto del plano es porque el plano está tensionado por la mirada de Martin sobre él.

       

      Mientras que la mirada de Ethan se fija con atento desprecio en Futterman -y por eso posee la intensidad misma de su odio: en cierto modo sabe ya que va a matarle esa noche-, la de Martin se abisma en la emoción desolada que el vestido remueve en él.

       

      Pero Ethan cabalga con Martin: y así, en cierto modo, coloca en Martin esa ternura que suya que en sí mismo no puede permitirse.

       

       

       

       

       

       


      Cartas, mujeres y monedas

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      •Futterman: You said there’d be a $ 1000 reward.

       

      Volvamos al tema del comercio.

       

      En él, el vestido ocupa el lugar que Laurie ha ocupado en el anterior acto de comercio, en el que Ethan la compraba a Jorgensen para Martin -su ganado era entonces el precio.

       

      Y no pierdan de vista que este tema, el del comercio sexual, tiene un alcance tan amplio como el de la carta.

       

      Si hay tres cartas, hay igualmente tres comercios de mujeres.

       

      Pues saben que el tercero será pronto el comercio por el que Martin adquirirá a Look.

       


      •Ethan: That’s what l said.

       


      •Futterman: Got it with you?



      •Ethan: You’ll get the reward when l find her and if she’s still alive.

       

      De la extrema sordidez de la escena participa el hecho de que cuando se habla de la posibilidad de que Debbie esté todavía viva se escuche, al mismo tiempo, el tintineo de las monedas en manos de Ethan.

       


      •Futterman: A man’s got a right to expect some kind of payment.

       

      Y eso no es lo único meticulosamente sincronizado en la escena:

       


      •Futterman: l laid out for that dress and sending you that writing.


      •(Sonido de las monedas sobre el cuenco)

       

      En el mismo momento en que la primera moneda cae ruidosamente sobre el cuenco de Futterman, Martin deja el vestido sobre el mostrador.

       

       

      Como si quedara del todo contaminado por esas monedas arrojadas sobre el mostrador.

       

      Se dan cuenta de que, en el eje del comercio con mujeres, saltamos del matrimonio -interrumpido- a una compraventa que tiene ya el sabor degradante de la prostitución.

       


      •Ethan: Twenty Yankee dollars.


      •Futterman: And a man’s time is worth something.

       

      El cambio de plano devuelve la centralidad absoluta al cuerpo escorzado -y de rostro oculto- de Ethan, mientras mantiene, a la derecha de la imagen, la posición de Martin como testigo de la escena: la atención con la que sigue la negociación se traduce en la luz de la ventana que parece amplificar su mirada.

       



      •Ethan: Talk.



      •Futterman: A young buck fetched it in late last summer.


      •Futterman: Said it belonged to a captive child of Chief Scar.


      •Martin: Scar?

       

      ¿Cicatriz?

       

      La pregunta de Martin -la luz de la ventana como intensificación de su atenta mirada está ahora todavía más presente-, con la repetición del nombre que incluye, nos obliga a reparar en él.

       

      Difícil imaginar un nombre más apropiado.

       

      Nombra la marca de una herida que ha logrado verse mejor o peor cerrada. Y por cierto que donde la cicatriz se ha cerrado, queda anotada la falta de un trozo perdido de piel.

       

      Lo que no deja de engranar con el hecho de que estén comprando un vestido al que la falta un trozo de tela.



      •Martin: We ain’t never heard of him, have we?



      •Futterman: Me neither. But this buck claimed he was a big war


      •Futterman: …chief with the Nawyecky Comanches.

       

      Y, en seguida, un significante –Nawyecky– que vale, en principio, por su total opacidad.

       

      Y cuyo sentido -que, por cierto, habla del sinsentido de las cosas- solo será declarado en la escena siguiente.

       


      •Ethan: Keep talking.


      •Futterman: Scar’s band was headed north to winter in at Fort Wingate, eating agency beef.

       

       

       

       

       

       


      Verdad, mentira y enunciación

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      •Futterman: That’s what this buck said. Maybe he lied.


       

      ¿Sobre que se ha producido el cambio de plano que nos retrotrae a esta poderosa composición? No hay duda: sobre la palabra mentira.

       

      Lo que encuentra su eco en el plano que sigue.

       



      •Ethan: Maybe you lie.

       

      ¿Mentir sobre qué? Porque, en cualquier caso, ese vestido que se encuentra en el centro del plano, es verdadero.

       

      Por cierto, díganme: ¿miente o no miente Futterman?

       

      No miente por lo que hace referencia a lo que el indio le ha dicho, y sin embargo, a pesar de eso, miente, pues se dispone a asesinar a Ethan y a Martin esa misma noche.

       

      Les insisto: la verdad y la mentira no están en el contenido objetivo de lo dicho, sino en el acto de enunciación por el que se lo dice.

       


      •Futterman: ln that case, my friend, you won’t find her…


      •Futterman: …and l won’t get my $ 1000.



      •Futterman: Look, you can spend the night.

       

      Y ya que tienen bien localizada la posición en la que se encuentra el vestido, anoten como la sucia mano de Futterman se coloca sobre él.

       

      Óiganlo y conéctenlo con lo que dice a continuación.

       


      •Futterman: Cards, a jug. And if you’d like to–

       

      ¿Cuál es el tercer término de la oferta? No hay duda posible: mujeres.

       

      Les decía que el tema del comercio de mujeres pasaba del lazo matrimonial a la economía sórdida de la prostitución.

       

      Aquí tienen la confirmación precisa, subrayada por el hecho de que la mano del tratante se encuentra ahora exactamente sobre el vestido de Debbie.


      •Ethan: No, thanks.

       

       


      Un altar sacrificial

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      •Futterman: Don’t forget to come back with


      •Futterman: my $ 1000.

       

      Pero lo realmente notable es el modo en el que la escena se resuelve.

       

      Pues, ¿recuerdan lo que sucede a continuación? Ni más ni menos que esto: que el vestido de Debbie comienza a arder.

       


      •Ethan: lt ain’t yours yet.

       



       

      Verdaderamente impresionante.

       

      Y todo indica que este encadenado no ha sido una idea que haya surgido en la fase de montaje del film, sino que ha sido meticulosamente preparado desde el mismo rodaje:

       


      •Futterman: my $ 1000.

       

      Futterman baja su mano.

       

      Podemos observar entonces hasta que punto es claro y está bien iluminado el muro del fondo donde vamos a ver emerger las llamas del vestido.

       


      •Ethan: lt ain’t yours yet.


       

      Y bien, ¿no hace todo ello del mostrador de Futterman el más inesperado altar sacrificial? Uno, en cualquier caso, que se sitúa en la estela de aquel otro que debimos deducir en lo alto del monte al que conducía el cañón por el que en su momento hubo de internarse Ethan.

       

      Altares bárbaros, sin duda, más no por ello menos altares que, por ejemplo, este otro:

       


       

      Y dado que tenemos imagen del altar en el que fue sacrificada Lucy, deberemos limitarnos a poner en conexión los altares de

       


       

      Debbie

       


       

      y de Laurie.

       

      Y por que todos ellos son altares, se deduce la nítida presencia, en el film, de una plena conciencia de ese invariante antropológico que consiste en la identificación del sexo como algo sagrado y, en esa misma medida, destinado al sacrificio.

       

      ¿Cuál es la principal diferencia entre uno y otro?

       

      Pero no piensen: deletreen.

       

      La principal diferencia es que donde en uno hay fuego en el otro está la palabra, en forma de libro.

       

      Y, en ello se manifiesta una radical diferencia, una transformación decisiva en la concepción de lo sagrado que, en cierto momento decisivo de la historia, hizo posible el nacimiento de nuestra civilización.

       

      Pero de ello les hablaré a mi vuelta de Bogotá.

       

       


      Habitados por lo indio

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      •Martin: Hey, Ethan?



      •Martin: Do you have a feeling that maybe we’re being followed?


      •Ethan: That’s the lnjun in you.

       

      Es tu parte india, decía la traducción española.

       

      Pero aquí es obligada una traducción literal: es el indio que hay ti.

       

      Y si queremos elevar el enunciado a la teoría, podríamos decir: es lo indio que te habita.

       

      Saben que esto viene de lejos.

       



      •Ethan: Fella could mistake you


      •Ethan: for a half-breed.

       

      Y que forma parte del no eres quien crees ser.

       

      Y así, nuevamente Ethan le recuerda a Martin que está habitado por aquello contra lo que lucha.

       

      Pero, al decirlo, dice, a la vez, que él mismo no lo está menos: pues Ethan sabe mejor que Martin que éste tiene razón.

       

      En suma, que lo indio que hay en ellos les permite saber que algo les acecha. Que de eso que Martin sabe por su condición de estar habitado por lo indio, Ethan, sin duda, sabe mucho más.

       

      No quiero decir con esto que la presencia de lo indio de Ethan sea más intensa que en Martin.

       

      Digo tan solo que Ethan, su yo, su conciencia, sabe más de eso, está mas cerca de ello -más cerca de donde ello estuvo.

       

      Pues fue Ethan el que encontró el cadáver de Marta en el cobertizo de su sacrificio, como fue él quien encontró a Lucy en el monte convertido en altar sacrificial.

       


      •Ethan: That’s the lnjun in you.


      •Ethan: Go to sleep.

       


      •Martin: Them horses there, they sure act mighty nervous.

       

      Y una vez más, junto a lo indio, y en relación directa con ello, los caballos.

       


      •Ethan: Well, they smell a change in the weather.

       

      Ellos viven lo real, olfatean su cambio constante.

       



       

       


      Nawyecky

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      •Martin: Oh, now, come on, Ethan! Don’t put any more wood on the fire.

       

      Ethan alimenta el fuego de manera desmesurada.

       


      •Martin: l’m burning up.

       

      Y Martin protesta porque se siente arder.

       


      •Ethan: We might get a frost before morning.

       

      Pero Ethan advierte que va a helar.

       

      Y hasta qué punto:

       


       


       

      No olviden, por lo demás. que este fuego es también el vestido de Debbie en llamas: Ethan quiere hacerlo lo suficientemente grande como para que abrase al propio Futerman.

       


      •Ethan: Anyway, l’m getting like old Mose Harper.

       

      Pero el frío de Ethan es también interior, es el frío de la vejez que le aproxima cada vez más a Mose Harper.

       



      •Ethan: My bones is cold tonight.



      •Martin: You know, it’s funny…


      •Martin: …but last winter, when we passed through Fort Wingate…


      •Martin: …l don’t have any recollection of a mention of Nawyecky Comanche.

       

      Martin, junto al fuego, pregunta por ese curioso nombre de la partida india: Nawyecky.

       



       

      Ethan, desde el saber que le conceden sus viejos huesos helados, como, por cierto, hago yo mismo cuando ustedes tienden a decir que algo que se les ha ocurrido es una tontería, dice que esto, como todo lo demás, también eso debe ser tomado en serio.

       

      Es decir: al pie de la letra:

       


      •Ethan: Not so funny when you recollect what “Nawyecky” means.


      •Martin: What’s that?

      •Ethan: Sort of like “roundabout.”

       

      Esta vez los subtítulos dan una traducción literal: “Algo así como dar rodeos“.

       

      Roundabout: que da rodeos, como un carrusel o un tiovivo.

       

      Pero esta vez pienso que la mejor traducción fue la realizada en el doblaje español de la película.

       

      Allí se decía: Una especie de movimiento constante.

       


      •Ethan: Man says he’s going one place, means


      •Ethan: to go tother.

       

      Si te dicen que van a un sitio, quiere decir que van otro –es la traducción de los subtítulos.

       

      Palabras, entonces, que se anulan a sí mismas, inciertas e inconstantes como lo real mismo.

       

      Es ésta, por lo demás, una idea que ya ha aparecido:

       


      •Ethan: lnjun will chase a thing till he thinks he’s chased it enough.


      •Ethan: Then he quits.

      •Ethan: Same way when he runs.


      •Ethan: Man says he’s going one place, means


      •Ethan: to go tother.

       

      Pero miren, debo decirles que esta vez el doblaje español llegaba a mejorar el diálogo original al traducir esto así: Una especie de movimiento constante. Tan pronto te encuentras una cosa que está en un sitio como que está en el opuesto.

       

      Y es de eso precisamente de lo que se trata en el film: lo indio, lo real, es naunyeky: un movimiento incesante, inconstante y, por eso, imprevisible.

       

      Estaría bien averiguar quien se encargó del doblaje. Debía ser una persona muy interesada en el film.

       

      Por cierto, esto, el que un doblaje mejore el diálogo original, es algo que ha sucedido, más de una vez. Quizás hayan oído hablar del caso célebre de los hermanos Marx cuyos diálogos eras mejores en español que en inglés gracias a la inestimable colaboración, en las versiones españolas de sus películas, de Miura y de Jardiel Poncela.

       



       

       

       


      La técnica naunyeki de combate

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      •Martin: Oh, come on, now, Ethan, don’t put any more wood on the


      •Martin: fire! l’m burning up.




       

      •Ethan: Comfortable?

       

      ¿Un padre amoroso? Ya saben ustedes que no.

       


      •Martin: Ethan, are you all right?



      •Ethan: Well, l’m just saying good night to you.

       

      Más bien un nuevo eslabón en la cadena de los duros expedientes formativos que Ethan aplica a Martin.

       


      •Martin: Well, good night.




       

      Sí pero, ¿hasta dónde alcanza la enseñanza que contiene? Piénsenlo: ¿qué está haciendo ahora Ethan?

       




      •Ethan: Good night.


      •Martin: Well, good night.

       

      ¿Y bien?

       


       

      Ethan está aplicando la técnica naunyeki de combate.

       

      No estar donde el enemigo te espera.

       

      Confundirte, para él, con lo real.

       

      Es, sin duda, la técnica ideal de combate: que tu enemigo no pueda prever nunca tu siguiente movimiento, que ni siquiera pueda saber dónde te encuentras.

       

      Ser, en suma, para él, lo real. Nada produce tanto pavor en el otro.

       

      Pero, a su vez, es alto el riesgo que eso supone para el que lo practica, porque lo real es el fondo mismo de la locura.

       

      Y ya saben que se habla de ello todo el tiempo:

       


      •Ethan: Anyway, l’m getting like old Mose Harper.

       

      Ethan lo sabe, está cada vez más cerca de convertirse en Mose Harper.

       


      •Ethan: My bones is cold tonight.

       

      El frío de lo real ha penetrado su cuerpo.

       

      Y no deja de ser notable que sea esta mención al frío interior que alcanza a un Martin tan próximo al fuego la que traiga a su mente la palabra naunyeky.

       



      •Martin: You know, it’s funny…


      •Martin: …but last winter, when we passed through Fort Wingate…


      •Martin: …l don’t have any recollection of a mention of Nawyecky Comanche.

       

      Lo naunyeky, porque es un movimiento tan incesante como incierto e imprevisible, amenaza con quebrar la integridad psíquica de quien se ve del todo inmerso en él.

       

       


      Los profetas y la religión de la verdad

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      Para poder seguir siendo sujeto, el sujeto debe poder sujetarse.

       

      Ahora bien, ¿cómo sujetarse en el territorio de lo naunyeky, si todo en ese territorio es incierto e inconstante? Y llegamos así a la gran pregunta que da su sentido -siempre precario- a la cultura en su conjunto: ¿qué puede impedir que nos volvamos locos si vivimos en el mundo de lo real? Si ustedes descartan toda hipótesis metafísica, sólo una cosa: los textos que poseemos.

       

      Pero es fácil darse cuenta de que ésta es una respuesta insuficiente.

       

      Hace falta algo más.

       

      ¿Qué? Que podamos vivir esos textos -no digo todos, sólo algunos de entre ellos- como verdaderos.

       

      De modo que la cuestión de la verdad retorna de nuevo, como la cuestión imprescindible.

       

      ¿Recuerdan como esa cuestión se manifiesta en el Moisés y la religión monoteísta?

       

      Freud no deja de asombrarse de la insistencia con la que los profetas retornan para rescatar la religión de la verdad de las amenazas que periódicamente retornan para asfixiarla:

       

       

      «Y entonces, de las filas del pueblo se elevaron, en una serie que ya no se interrumpiría más, hombres que no estaban ligados con Moisés por su origen, pero sí cautivados por esa tradición grande y poderosa que había crecido poco a poco en la sombra; y esos hombres, los profetas, fueron los infatigables heraldos de la vieja enseñanza mosaica: la divinidad desdeña el sacrificio y el ceremonial, sólo demanda fe y una vida en verdad y en justicia (Maat).»

      «[Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta]

       

      Hacen falta héroes que vengan a dar la cara por esos textos, a encarnarlos y revitalizarlos con sus propias palabras.

       

      Pero hablo, claro está, de palabras auténticas, es decir, performativas, palabras-promesa, palabras-acto en las que el sujeto alcanza la dignidad del ser.

       

      Porque, no se si han reparado en ello, en este extraño mundo que habitamos, el mundo de lo real, nada, excepto las palabras, se repite.

       

      El síntoma es también eso, repetición, aunque degradada. Pero repetición al fin, con la que el neurótico pone freno a la posible desintegración que siente le amenaza.

       

      Quizás les haya extrañado la nueva denominación que acabo de acuñar a propósito de la religión mosaica, nombrándola como la religión de la verdad.

       

      Espero que entiendan que no es un enunciado calificativo, sino meramente descriptivo: eso es lo que significa la extraordinaria espiritualidad y sentido ético que Freud ve en ella.

       

      La primera religión que, a diferencia de todas las anteriores, hace de la verdad su divisa.

       

      Herencia que hará suya el cristianismo, y que alcanzará su mejor expresión en algunos de los más potentes enunciados de San Pablo.

       


      El ataque de Futterman

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      Confundido con el negro de la noche se aproxima la figura oscura de Futterman.

       




       

      ¿Dónde no está Ethan? Donde el fuego arde.

       


      •(gunshot)

       

      Y hasta qué punto.

       

      El sombrero salta exactamente del punto donde se encuentra la llama.

       

      Y bien, ya sabemos dónde no está Ethan. La siguiente pregunta entonces es: ¿dónde está Ethan?

       



       

      En el lugar más frío.

       

      Ese es el precio de la técnica de combate naunyeki.

       


      •Ethan: Futterman.







       

      ¿Ven lo que les decía el otro día?

       

      No hay fisuras en Ethan. No se descontrola nunca. Es siempre absolutamente eficaz.

       

      Y esa eficacia es netamente pulsional: Ethan no tiene nada que perder, habita en lo real, su odio es emanación misma de lo real y, por eso, ni duda, ni tiembla.

       



       

      Es todo oscuro, sórdido, los hombres mueren por balazos recibidos en la espalda.

       

      Ninguna épica, en suma. Pero a la vez, como les digo, una absoluta eficacia.

       

      Sin duda, Ethan hubiera preferido matar a Futterman de frente. Pero, en cualquier caso, estaba decidido a matarle porque era un estorbo en su camino.

      ¿Que cómo Ethan se sostiene ahí, en ese frío absoluto? No hay duda: por la intensidad de su propia promesa.

       


      •Ethan: So we’ll find them in the end, l promise you.

       

      {}




      •Ethan: Thanks. You did fine.



      •Martin: Why, that’s Mr. Futterman.


      •Martin: Ethan, what are you doing anyway?



      •Ethan: Getting my money back, you idiot. What do you suppose?

       

      ¿Que crees? ¿Que estoy robando a un cadáver? Estoy recuperando mi dinero, idiota.

       

      •Ethan: We did all right.

       

      Hemos hecho lo correcto.

       

      Y por cierto que con la más extrema rectitud:

       

       



      •Martin: “We”? Why, you just staked me out there like a piece of bait!



      •Martin: You went and built up the fire, you fixed it so l could get my brains blowed out!


      •Martin: What if you had missed?

       

      ¿Y si hubieras fallado?

       



      •Ethan: Never occurred to me.

       

      Nunca me ha sucedido.




      •Ethan: Come on, let’s get out of here.



       

      Y entonces llega una carta…

       

       

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    11. El amor y la ira. Martin es armado caballero

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 11/11/2016 (1)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    Ella no es nada tuyo

     


    •Ethan: -She’s your nothing.

     

    Ella no es nada tuyo.

     


    •Ethan: She’s no kin to you at all.

     

    Ella no es pariente tuya en absoluto.

     

    Sin duda, se escuchan aquí dos formas de entender el parentesco: la biológica -estrictamente sanguínea- y la cultural.


    •Martin: Well, l always kind of thought she was.


    •Martin: The way her folks took me in, they raised me–


    •Ethan: That don’t make you no kin.

     

    Extrema la inflexibilidad de Ethan.

     

    Parece pertenecer a un mundo muy antiguo, aquel que no reconocía otro parentesco que el de la sangre.

     

    Que algo de eso hay es tan evidente como que, llegado el momento, querrá matar a Debby por considerarla maldita al haber sido poseída por un indio.

     

    Es decir: por haber mezclado su sangre con la india.

     

    Por cierto, ¿no oyen en ello ese orgullo racial que prohibía -lo han leído en Freud- a los judíos mezclar la sangre con los gentiles? Y si lo escuchan así, deberán reconocer entonces que a la resonancia hebrea de la posición de Moisés replica una cristiana en la de Martin, pues en ella el privilegio de sangre se extingue ante la comunidad universal -es decir, cultural- de los hijos del único Dios.

     

    Y ya saben hasta que punto es su voluntad de enfrentarse a ese designio de Ethan lo que va a dar a Martin toda su dignidad en el relato.

     

    Ocasión apropiada para llamar la atención de nuevo sobre la voluntad de historización que acompaña siempre al modo fordiano de aproximarse al mito, en tanto que declara a éste siempre mito en construcción, consciente de su proceso de transformación.

     

    Y le corresponde ahora participar en la sutura del desgarro que enfrenta a los nuevos americanos con los antiguos, con los que ya estaban allí antes de la colonización.

     

    Pero no basta con decir esto porque la posición de Ethan es mucho más complicada.

     

    De hecho, en su relación con Martin, Ethan acepta un parentesco que no es sanguíneo. Recuérdenlo: Ethan transgredió la ley, amó de Marta y -independientemente de que ese amor se consumara físicamente o no- le entregó el niño que encontró perdido en el desierto, que en cierto modo pasó a convertirse en el hijo inconfesado de ambos.

     

    Y no hay duda de que ha asumido para con él la posición de padre simbólico.

     

    Y existe, además, este otro matiz:

     


    •Ethan: -She’s your nothing.


    •Ethan: She’s no kin to you at all.

     

    Hay algo más que hace que retumben las palabras de Ethan.

     

    ¿Se dan cuenta de que se trata? ¿Perciben el diapasón al que pertenecen?

     


    •Ethan: What you saw wasn’t Lucy.


     

    «She’s your nothing.

    She’s no kin to you at all.»

     


     

    «What you saw wasn’t Lucy.»

     

    Ambos enunciados son negativos.

     

    Ambos dirigidos a un hombre joven y ambos relativos a una mujer.

     

    Ella no está donde tú crees verla.

     

    Ella no es pariente tuya.

     

    Ella no es lo que tu piensas.

     

    Ella es india.

     

    Tales son las nuevas advertencias del padre simbólico que, si lo piensan bien, verán que corresponden de manera directa al tú no eres quien crees ser.

     

    Y ese es el mensaje que retorna ahora:

     


    •Martin: All right, maybe it don’t.


    •Martin: But l intend to keep on looking anyway.


    •Ethan: How?


    •Ethan: You got any horses or money to buy them?


    •Ethan: You ain’t even got money for cartridges.

     

    No tienes caballos ni dinero, no tienes nada, no eres nadie…

     

    ¿Se dan cuenta de hasta qué punto era pertinente la decisión de presentar a Martin desnudo, sólo cubierto por esa áspera manta?

     


    •Ethan: Jorgensen’s offering you a good living here.

     

     


    Lo que Ethan ha dicho y lo que no ha llegado a decir

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    •Ethan: Martin, there’s something


    •Ethan: l want you to know–

     

    Martin, hay algo que quiero que sepas.

     

    ¿De qué se trata? No habrá, al menos por ahora, manera de saberlo.

     

    Pues esta vez es Martin quien interrumpe abruptamente el discurso de Ethan:

     


    •Martin: Yeah, l know what you want me to know.

     

    Sí. Sé lo que quieres que sepa.



    •Martin: That l got no kin, l got no money, no horses!

     

    Que no tengo parientes, ni dinero, ni caballos.

     



    •Martin: All l got here is a bunch of dead man’s clothes to wear!

     

    Lo único que tengo es un montón de ropa de un muerto.

     

    No tengo nada, no soy nadie.

     


    •Martin: Well, you told me that already, so shut your mouth!

     

    Ya me lo has dicho, así que cierra la boca.

    Sin duda: eso es lo que Ethan le ha dicho.

     

    Pero es lo que le ha dicho ya. Y Martin lo ha oído, lo ha repetido, lo ha hecho suyo.

     

    Como ven, Martin ha aprendido un montón de cosas: ya sabe quién no es, ya sabe lo que no tiene, ya sabe que está solo.

     

    Pero precisamente: eso es lo que Ethan ya le había dicho.

     

    No, entonces, lo que iba a decirle ahora.

     



     

    Pero es evidente que ya no quiere oír más.

     




     

    No sabemos lo que habría llegado a decirle.

     

    Pero hay dos cosas posibles.

     

    De la primera ya les he hablado: que ha hecho un pacto, por el que ha negociado su matrimonio. Y aprovecho para llamarles la atención de que esa es, dicen los antropólogos, la forma más antigua de comercio: el intercambio de mujeres.

     

    Ciertamente: Ethan ha dotado a Martin con su ganado, como Jorgensen a dotado a Laurie con su propiedad.

     

    Retengan este aspecto de comercio e intercambio, porque retornará pronto de modo más oscuro.

     

    La segunda: que Debbie está ya irremediablemente perdida, que ha sido violada por los indios, que ya no hay retorno para ella.

     

    Debbie y Laurie aparecen, pues, como dos aspectos de la mujer: el tratable -y por eso objeto de trato- y el intratable – el radicalmente indio.

     

    Y no pierdan de vista de que esos dos aspectos son los que ya hemos introducido:

     


     

    De hecho, Debbie se sitúa ahí:

     


     

    Entre Laurie y Look.

     

     


    El primer beso

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    •Martin: Morning, Laurie .


    •Laurie: Morning, Martin. Did you sleep well?


    •Martin: Well, no , l…


    •Martin: l kind of tossed and turned…


    •Martin: …and dreamed.

     

    Ha soñado con ella.

     


     

    El cineasta anticipa el beso con un ligero movimiento de aproximación

     

     

    que se detiene bruscamente en el mismo momento en que el beso se interrumpe -y con la misma brusquedad.

     

    No hay duda de que a Martin le falta práctica. Su cuerpo está tenso en exceso, mostrando su miedo a entrar en contacto con el cuerpo de ella.

     

    Asombro en el rostro de ambos.

     

    En Laurie eso significa: ha sido capaz de hacerlo.

     

    En Martin significa: ¿lo he hecho?


     

     

     


    La ira de Laurie

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    Martin comienza a relajarse.

     

    ¿Observan la transformación cromática de Laurie? El delantal blanco sigue ahí, pero ahora la camisa tiene tonos amarillentos y rojizos, que el cineasta engrana con los objetos dorados que se encuentran sobre la repisa de la chimenea.

     


    •Laurie: l’ll get your coffee.


    •Martin: You know, Laurie , l…


    •Martin: l was just thinking that……maybe it’s about


    •Martin: time you and me started going steady, huh?


     

    Ven la ira que aparece en el rostro de Laurie.

     

    Y por cierto, ven que la cafetera que sostiene en sus manos es también dorada, dibujando con los otros dos objetos de la repisa un triángulo dorado en cuyo interior se encuentra la camisa amarilla y roja de Laurie.

     

    Y es que, digámoslo de nuevo, Laurie arde, y su ardor puede convertirse en cualquier momento en una ira extrema.

     


     

    Se yergue imponente ante un mitad desconcertado, mitad asustado Martin.

     


    •Laurie: Martin Pawley, you

     

    Siempre que se enfada, Laurie invoca el apellido de Martin.

     

    Y, cuando lo hace, suena a reclamación. Es como si le dijera que no está a la altura de su apellido.

     

    ¿Y que es el apellido sino el nombre del padre? De modo que cada vez que pronuncia su apellido, le reclama exactamente eso: que asuma ocupar el lugar del padre.

     

    •Laurie: and me been going steady since we was 3 years old.


     

     

     


    Laurie y la tarea de Martin

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    •Laurie: Ethan rode on an hour ago.

     

    Laurie sabe que Martin va a ir tras él.

     



    •Laurie: Martin, l don’t know what you can do about finding Debbie that he can’t.

     

    No quiere que se vaya, pero sabe que debe hacerlo.

     

    ¿Acaso no ha invocado su apellido?

     

    Esa invocación, hace un momento, le comprometía a él con un compromiso establecido a los tres años. Pero, reclamada la dimensión del compromiso, es la dimensión del compromiso la que se impone. De modo que Martin debe partir tras Ethan.

     

    Ven entonces que ese apellido que es el nombre del padre es el nombre de la Ley. Lo que significa, no que él tenga el poder, sino que se debe a cierto deber: a la tarea que la Ley le destina.

     


    •Laurie: He’ll find her now, Martin. Honest, he will!

     


    •Martin: That’s what l’m afraid of, Laurie.

     

    Nunca hasta ahora Martin había tenido tanta presencia visual en el film, lo que se debe tanto a la disposición de sus brazos, que definen un triángulo netamente centrado, simétrico y bien asentado, como al modo en que su mirada se sitúa por encima de la línea de “horizonte” que establece, tras él, el respaldo del banco en el que se encuentra sentado.

     


    •Martin: Him finding her.


    •Martin: Oh, l’ve seen his eyes at the very word “Comanche.”


    •Martin: l’ve seen him take his knife and…

     

    Nosotros también lo hemos visto.

     








    •Martin: You want some water, Ethan?

     

    Entonces no podía -como tampoco nosotros, los espectadores- comprender nada.

     

    Pero ahora sí.

     


    •Martin: l’ve seen him take his knife and…



    •Martin: Never mind. He’s a man that can go crazy wild…

     

    He aquí un lugar donde la traducción española resulta francamente deficitaria: Puede ser muy violento se traducía aquí, donde es del todo evidente que la traducción correcta es Es un hombre que puede volverse loco.

     

    Es la amenaza de la locura la que pesa, a estas alturas, sobre el relato.

     

    Y se trata, por cierto, de la más devastadora de las locuras: la locura del padre.

     

    Pues, si el padre se vuelve loco, ¿dónde encontrará la ley su referencia?

     

    La nueva talla de Martin está en relación con su decisión de ocupar, en profundidad, la posición del hijo.

     

    Pero sólo ahora comenzamos a atisbar su programa completo: no solo seguir al padre y aprender de él, no solo identificarse con él como encarnación de la ley, sino también, llegado el momento, contener su odio.

     

    Y por eso, cuando llegue el momento en que eso resulte necesario, sostener al padre, ser capaz de sujetarlo.

     

    Porque, este es uno de los datos insoslayables de la existencia humana, nadie está del todo sujeto, nadie lo está permanentemente.

     

    Es solo el lazo simbólico el que sujeta: tanto al que está en la posición de dar como al que está en la de recibir.

     

    Por cierto, ¿no es eso exactamente lo que hace Cristo con su muerte? -sostener al Dios que le ha abandonado.

     

     


    La ira de Martin -de la comedia al drama

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    •Martin: …and l intend to be there to stop him in case he does.

     

    Y porque, como les digo, la identificación con el padre es uno de sus requisitos, ahora por primera vez vemos emerger la ira de Martin.

     

    Asombrosa, les insisto una vez más, la manera con la que Ford se desplaza de la comedia al drama,

     

     


     

    de la sonrisa amorosa al gesto más amargo o violento.

     





     

     

     


    Laurie y su deseo de la ley

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    •Laurie: l was hoping l could hold you here, but l guess l knew better.

     

    Laurie desea que él se quede con ella. -Es decir: desea quedarse con él.

     

    Pero, a la vez, sabe que Martin debe partir. Y le impulsa en esa dirección. Es decir, acepta que hay para él una ley que le destina cierta tarea insoslayable.

     

    Pero ese deber que lo es de él y que ella acepta, y el modo en que ella lo acepta y lo promueve, indica que ella también lo desea, por más que éste sea un deseo en todo contradictorio con el otro, el de retenerle, el de quedarse con él.

     

    Pues lo que está en juego es:

     


    •Laurie: Martin Pawley, you



    •Laurie: and me been going steady since we was 3 years old.

     

    dar sentido a su nombre.

     


    •Laurie: l was hoping l could hold you here, but l guess l knew better.


    •Laurie: Here.


    •Laurie: l stole that for you.

     

    Lo ha robado para él.

     

    Es decir: deseaba retenerle con ella, pero sabe que él debe partir.

     

    Y contribuye, por eso, a su partida al entregarle la carta que, ahora, se convierte, para Martin, en una suerte de mapa.

     




    •Martin: “l…





    •Martin: “bought a–”


    •Laurie: Oh, here,


    •Laurie: let me read it for you.


     

    Y es así como nos es dado conocer el otro contenido de la carta -digo el otro porque, evidentemente, el primero era el trocito de tela.

     

     


    •Laurie: “l bought a small-sized dress off a lnjun.

     

    Compré a un indio un pequeño vestido.

     


    •Laurie: lf this here’s a piece of your child’s dress, bring reward.

     

    Si este es un trozo del vestido de su niña, traiga la recompensa.

     

    Les hablaba del contrato que involucra a la mujer como objeto de intercambio.

     

    Retorna ahora de forma más áspera.

     

     

    Primero, la compra del vestido a un indio -con lo que Debbie comparece desnuda-, luego, su mutilación: el corte de ese trozo que es enviado con la carta.

     

    Y de nuevo el dinero: en forma de reclamación de la recompensa.

     


    •Laurie: l know where they gone.


    •Laurie: Jerem Futterman.

     

    Futter, en alemán, significa forraje.

     

    El hombre del forraje, pues.

     


    •Martin: Jerem


    •Martin: Futterman?


    •Martin: Well, Laurie, he’s got a small trading post on the south fork of the Brazos.


    •Martin: l just gotta get a horse! Do you think your Pa–?

     

    Pero como nada tiene, debe pedir un caballo.

     



    •Laurie: Finish your breakfast!


    •Martin: But, Laurie, l gotta find him!


    •Laurie: All right,

     

    Y Laurie se quita su delantal.

     

    Pero que diferente es todo de la otra vez:

     


     


    •Laurie: All right,

     

    Pues no lleva, esta vez, un vestido debajo.

     


    •Laurie: go on and find him!


    •Martin: Oh, Laurie, don’t you understand?




     

     


    Laurie arma caballero a Martin -de la fase fálica a la genital

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    ¿Le habría dado el señor Jorgensen un caballo? Probablemente no, dado que ello contravendría el acuerdo establecido con Ethan.

     

    De modo que es Laurie quien se lo da.

     

    Es ella la que le da eso lo que él no tiene, caballo y rifle, como le ha dado antes el mapa de su nuevo viaje.

     

    Esas tres cosas imprescindibles para poder proseguir la busca.

     

    Y es que, como les decía hace un momento, hay en ella un deseo más fuerte que el de quedarse con él: sabe que él debe cumplir su tarea, desea al hombre capaz de cumplir con su tarea, y por eso le impulsa en esa dirección dándole ella misma los atributos esenciales.

     

    Rifle, caballo, mapa.

     

    Con lo que le nombra y a la vez le reconoce caballero.

     

    Y por cierto que con ello se afirma en una posición netamente femenina: abandona la fase fálica -en la que, como les decía, lo que está en juego es el tener y que se manifestaba en su deseo de quedarse con él: tenerle a él y así tenerlo teniéndolo a él- para entrar en la genital: no tenerlo en absoluto, reconocer que es él quien lo tiene, y reclamar de él que esté a la altura suficiente como para ser capaz de hacérselo.

     



    •Martin: Laurie, that’s your own good horse. That’s Sweetface.

     

    Por eso, le da su mejor caballo.

     

    Sweetface, uno que parece tener el pelo del mismo color que el de la propia Laurie.

     

     


    •Laurie: You take him, and welcome!


    •Laurie: But don’t you count on finding me here when you get back.


    •Laurie: l been hanging around this godforsaken windscour for two long years waiting for you. l ain’t cut out to be no old maid.

     

    No quiero convertirme en una solterona.

     



    •Martin: Well, l’m sorry, Laurie. But l just gotta catch up with Ethan.

     

    Lo siento Laury, pero tengo que alcanzar a Ethan.

     

    Ese es exactamente el asunto: alcanzar a Ethan, alcanzar su posición.

     

    Llegar a estar a su altura.

     

    Y también: poder ocupar su lugar cuando él falle.

     

    Ven lo que hay ahora justo encima de la cabeza de Laurie: las rocas con forma de órgano de Ethan.

     

    Ningún atisbo en cambio, esta vez, de agua.

     


     


    El tiempo

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    Y bien, ya está ella, de nuevo, ahí.

     


     

    Y por cierto que menos joven, un poco más envejecida.

     



     

    Pues esta es, como ya saben, una película sobre el tiempo.

     

    Pero es necesario decir ahora de Laurie algo semejante a lo que antes dijéramos de Martin:

     

    Que ha cobrado más densidad,

     


     

    que se traduce en una mayor presencia compositiva.

     


     

    Ven de lo que les hablo.

     

    Es la posición de los brazos, en ambos casos, combinada con la posición frontal de la cámara, la que dota a ambos tan intensa presencia.

     

    En ambos casos, además, hay una suerte de línea de horizonte -literal en el segundo caso, dibujada por el respaldo del banco en el primero- por encima de la cual destaca la mirada de cada uno de ellos.

     

    Y en ambos casos las suyas son miradas vueltas hacia el interior. En el de Martin, hacia la imagen del crimen de Ethan que teme. En el de Laurie, la de la partida de Martin que no quiere ver pero que sin embargo no puede evitar imaginar.

     


     

    Ford no mueve un ápice la cámara cuando Martin cruza el cuadro al fondo con su caballo.

     

     

     



     

     

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    10. El amor a la verdad y el repudio de lo femenino

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 11/11/2016 (1)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    Sobre el odio y otros sentimientos

     


     

    Me ha llegado este mensaje:

     

     

    «(en) la película (…) hay momentos en que aparece un odio político contra los indios y aparece precisamente en el Héroe-Ethan, odio en estado puro, descontrolado y permanente, anclado; diferente al odio de Brad que momentáneamente queda fuera de sí y comete la locura de suicidarse. Pero es quizá esta fisura de Ethan lo que lo hace humano y creíble. Entonces, lo que quiero plantear es precisamente el tema de los sentimientos, de los que se habla muy poco en el psicoanálisis y en el análisis textual. Quizá porque este tema sea delegado al territorio teórico de la psicología. Porque está claro que están relacionados con la pulsión, con lo real, que hay movilizaciones fisiológicas en los sentimientos. ¿Cómo encajan en el Lenguaje? Está claro que no se articulan en el puro código saussuriano, que entran en el terreno del Sujeto. Pero ¿cómo?»

     

    No hay duda. Odio, haberlo, haylo.

     

    Y periódicamente pasa a primer plano.

     

    Y aunque su encarnación mayor pasa por la figura de Ethan, alcanza incluso a los personajes en principio más alejados de ese sentimiento.

     



     

    Creo que hoy tendremos ocasión de detenernos en ello, aunque pienso las imágenes que les anticipo que son lo suficientemente expresivas.

     

    Ahora bien, no diría yo que fuera un odio político.

     

    ¿Por qué? Porque los textos que gestionan el odio desde una orientación política son unidireccionales: los odiosos son siempre ellos, los otros, el enemigo.

     

    Los nuestros, en cambio, son amables, amorosos.

     

    Pero nada de eso hay en The Searchers, como lo prueba dos hechos: el primero que percibamos a distancia y con incomodidad el odio de Ethan; el segundo, que, llegado el momento,

     


     

    percibimos un odio simétrico de los indios, cuyas motivaciones nos resultan, finalmente, tan convincentes como las de los blancos.

     

    Establecida esta corrección, me parece oportuna la diferenciación entre el odio


     

    de Ethan y el de Brad.

     

     

    El odio de Brad es tan frágil como el propio Brad. Y así, como saben, Brad, sencillamente, se rompe.

     

    Lo realmente interesante, en el film, es el odio de Ethan por lo que tiene, precisamente, de puro, permanente -aunque yo no diría descontrolado, sino, en cambio, macizo.

     

    De hecho, si lo piensan bien, deberán reconocer que Ethan no se descontrola jamás.

     

    No digo que no haga cosas crueles -como disparar sobre los heridos indios, o aniquilar los bisontes de los que se alimentan- pero esas cosas, desde el punto de vista de los objetivos hacia los que su odio apunta, resultan en todo momento eficaces, cosa que no sucedería si se tratara de actos descontrolados.

     

    ¿Eso le humaniza? No creo que esa sea la cuestión.

     

    Entre otras cosas, porque no hay tal fisura. Insisto: su odio es macizo.

     

    Y eso es lo que le da ese poder, lo que le confiere esa potencia extraordinaria que nos asombra pero que, a la vez, nos resulta convincente.

     

    Lo que ya no veo es que no hablemos de sentimientos. Creo, más bien, que aquí lo hacemos todo el tiempo: solo que interrogando su intensidad y su verdad -que es a la vez pulsional y deseante.

     

    No quedan para la psicología, entre otras cosas porque en psicoanálisis no es viable la diferenciación entre lo cognitivo y lo emotivo, no porque no exista una autonomía de lo cognitivo -eso es precisamente lo semiótico-, sino porque el psicoanálisis concibe todo proceso cognitivo humano como cargado pulsionalmente y orientado en términos de deseo.

     

     


    Freud: el amor por la verdad

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    Les decía el otro día que este es un buen momento para retomar, en una situación bien concreta, el tema de la verdad.

     

    Los que, a raíz del comentario que hice en su momento sobre el asunto, se hayan tomado la molestia de leer mi artículo sobre la teoría de la verdad, quizás encuentren dificultades para conectarlo con la verdad de la que Freud habla en la última parte de su obra.

     

    Que es, por cierto, la parte en la que más insistencia hace en la verdad como su ideal -recordémoslo de paso: a diferencia de los deconstructivos para los que todo ideal es imaginario Freud no tiene ningún reparo en hacer suyo el sentido noble de esta palabra: ideal, divisa mayor.

     

     


     

     

    «no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño.»

    [Freud: (1937) Análisis terminable e interminable]

     

    Por cierto, vean hasta que punto los términos en los que formula la cuestión Freud son netamente pasionales -y donde hay pasión, es que hay emoción, pero emoción de verdad, pues no deben perder de vista que hay muchas emociones falsas-, habla del amor por la verdad.

     

    Les decía yo en su momento que la verdad no era la objetividad. Que la verdad era, por contra, el compromiso del sujeto con su palabra y que por eso su estructura era la de la promesa.

     

    Les parecerá muy diferente lo que dice Freud. Y lo es, sin duda, pero no tanto. En mi opinión al menos, no hay contradicción entre lo uno y lo otro.

     

    Bien por el contrario. Voy a intentar mostrarles que sólo doy un paso más allá, congruente con la posición freudiana.

     

    Observen que Freud no dice que la verdad sea la realidad objetiva. Lo que dice es que la verdad es el reconocimiento de la verdad objetiva.

     

    Lo que significa -disculpen que me repita- que la verdad no es, en sí misma, la realidad objetiva, sino una posición del sujeto frente a ella: la de quien la afronta sin ilusiones ni engaños.

     

    En suma: la verdad aparece aquí como un compromiso en la palabra frente a lo real.

     

     

    No olviden, por lo demás, que Freud está hablando del vínculo analítico.

     

    Se trata de una idea esencial para él: el análisis sólo es posible en esa dimensión de la verdad, De modo que su dimensión, la del análisis, es, por tanto, eminentemente ética.

     

    Y esa ética es una ética de la verdad.

     

    Insisto, pues conviene recordarlo frente a las mistificaciones lacanianas: una ética de la verdad, no una ética del deseo.

     

    A ese propósito doy por hecho que la lectura del Moisés y la religión monoteísta les vacunará contra esa fantasía posmoderna.

     

    Pues ahí -como, por lo demás, en El malestar en la cultura– se lee una y otra vez que la cultura solo es posible por la renuncia a lo pulsional -este es, por cierto, el título de uno de los capítulos, el D, de la Parte II del III Ensayo, de modo que es difícil ignorarlo -para quien lee, claro está.

     

    Pero es sabido que se lee realmente mucho menos de lo que se dice leer.

    Y bien, la historia de esa renuncia a lo pulsional que funda la espiritualidad, la ética y la justicia, piensa Freud, está esencialmente ligada a la aparición de la idea del Dios monoteísta:

     

     

    «Una parte del pueblo había recibido del Moisés egipcio otra representación de Dios, más espiritualizada: la idea de una deidad única, abarcadura del universo entero, que a todos ama y es omnipotente; enemiga de todo ceremonial y todo ensalmo, ella fija a los hombres como meta suprema una vida en verdad y en justicia. En efecto, (…) no puede ser irrelevante que Ikhnatón se califique de manera regular en sus inscripciones como “el que vive en Maat” (verdad, justicia).»

    [Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta]

     

    Tal es la reflexión de Freud precisamente en la década -lo repetiré una vez más- en la que cae toda restricción pulsional y los europeos se disponen a entregarse al goce extremo de sacrificios humanos masivos.

     

     


    La desautorización de la feminidad

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    Quizás les parezca que esto que les estoy planteando tenga poco que ver con el punto del film en el que nos encontramos.

     

    Pero no es así. Pues la cita que les he presentado se encuentra en el capítulo VII de Análisis terminable e interminable, muy poco antes de que comience el breve capítulo final, el VIII, que habla de la roca dura

     

     

    «A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la “roca de base” y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad.»

    [Freud: (1937) Análisis terminable e interminable]

     

    -la roca base, traduce Etcheverry- de todo análisis y que consiste en el enigma de la sexualidad.

     

    Enigma que, previamente, ha presentado así: el analista se siente, dice, predicando en el vacío cuando intenta explicar a sus pacientes femeninos que su deseo del pene es irrealizable tanto como cuando pretende hacer comprender a sus pacientes masculinos que aceptar una posición pasiva no siempre tiene el significado de la castración.

     

    Esos son los dos aspectos de la roca dura de la sexualidad que Freud reúne bajo el concepto de desautorización de la feminidad.

     

    ¿Les choca el concepto? Probablemente, pero no debiera hacerlo si se pararan a pensar en el asunto.

     

    Les invito a que ensayen a mirarlo desde este punto de vista: nunca como hoy en día, en nuestro presente inmediato, ha llegado más lejos la desautorización de la feminidad, es decir, el repudio de la pasividad.

     

    Con la colaboración, dicho sea de paso, de buena parte de los discursos feministas -adviertan, eso sí, que no digo todos.

     

    Les pondré un sólo ejemplo: si hay un tópico que se ha impuesto en el discurso pedagógico moderno -y que se inyecta masivamente en los niños desde que entran en el sistema escolar-: el que sostiene que la pasividad es mala, que sólo la posición activa es la saludable.

     

    Desautorización de lo femenino que es también desautorización de lo real.

     



     

    ¿Por qué Look es el nombre radical de la mujer en The Searchers? No hay duda: porque es el nombre de lo indio de la mujer.

     

    Que aparece ahí algo difícilmente manejable, algo potencialmente insoportable, es algo que el film afrontará sin tapujo alguno:

     





     

    La más descarnada risa de Ethan anuncia que él sabe de eso.

     



    •Ethan: (laughs) You know, that’s grounds for divorce


    •Ethan: in Texas.

     

    Ciertamente, es fácil llegar al divorcio.

     

    En Texas y en cualquier otro sitio.

     


     

    Dado que en el matrimonio lo que se debe gestionar es el afrontamiento de la roca dura de lo real, tal y como emerge en el cuerpo del otro.

     

    Y ven ustedes como las más broncas rocas rodean a nuestra desolada pareja.

     

    La de arriba podría caer sobre ellos en cualquier momento.

     


     

    Martin no puede soportarlo.

     



     


    •Laurie: Now, lookie here, Martin Pawley, l’m a woman.

     

    Les hablaba de eso real que late bajo la noción de desautorización de lo femenino, y de lo que nadie quiere saber nada.

     


    La verdad vs las ilusiones del deseo

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    Y es que, como ustedes ya saben, porque lo han leído,

     

    «No se ha demostrado en otros campos que el intelecto humano posea una pituitaria particularmente fina para la verdad, ni que la vida anímica de los hombres muestre una inclinación particular a reconocer la verdad. Antes al contrario, hemos experimentado que nuestro intelecto se extravía muy pronto sin aviso alguno, y que con la mayor facilidad, y sin miramiento por la verdad, creemos en aquello que es solicitado por nuestras ilusiones de deseo.»

    «[Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta]

     

    los hombres no quieren saber gran cosa de la verdad.

     

    Por el contrario: prefieren engañarse con las ilusiones de su deseo.

     

    Y las mujeres también, desde luego.

     

    Sólo que a ellas les ha tocado chocar antes y de manera más inapelable con la realidad de la castración.

     

    De ahí que look sea su reclamo mayor a los hombres: ¿Serás capaz de mirar? ¿Serás capaz de mirarme?



     

    ¿Serás, llegada la hora de la verdad, capaz de sostener la mirada o intentarás deshacerte brutalmente de mí para refugiarte en la ilusión de tu deseo con la que quieres recubrirme y así ignorar mi dimensión de ser real?

     

    No tienen más que pensar, por ejemplo, en la figura de Don Juan. Un varón que huye de cada mujer en la siguiente, para tratar de conservar, contra toda realidad, la ilusión de su deseo.

    Se dan cuenta ahora, espero, de lo que quiere decir mi afirmación de que la mujer reclama un héroe, un varón capaz de sostener la mirada ante lo real.

     

    Reclama, pues, su promesa de que será capaz, y reclama, sobre todo, la verdad de esa promesa.

     

    Concluiré esta reflexión sobre el asunto de la verdad llamándoles la atención sobre el hecho de que nos encontramos ante un problema gnoseológico mayor -y éste es, por cierto, el otro tema no resuelto en Moisés y la religión monoteísta– ¿cómo es posible pasar del natural rechazo de los hombres a la verdad

     

     

    «No se ha demostrado (…) que la vida anímica de los hombres muestre una inclinación particular a reconocer la verdad. Antes al contrario, hemos experimentado que nuestro intelecto se extravía muy pronto sin aviso alguno, y que con la mayor facilidad, y sin miramiento por la verdad, creemos en aquello que es solicitado por nuestras ilusiones de deseo.»

     

    a su compromiso con ella?

     

     

    «no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño.»

     

    Y bien, también ahí todo parece indicar que la emergencia histórica del Dios monoteísta desempeña una función necesaria.

     

    Y me refiero a Dios, no al padre de la horda. Es decir: me refiero a ese Dios patriarcal que es el soporte simbólico del padre cultural -cuya figura emblemática es, lo recordaré de nuevo, la de San José.

     

     

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    9. La mujer y la verdad

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 04/11/2016 (2)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    Telas y delantales blancos

     




     

    Les he hablado ya de la insistencia con la que Ford viste a sus mujeres en el film con delantales blancos. Aunque es justo reconocer

     


     

    que no siempre son blancos. A veces, como éste de Lucy, son más bien beiges.

     

    Pero cuando eso se constata, se atisba, a la vez, cierta voluntad de jerarquía: es el caso de esta escena inicial en la que el blanco queda reservado en exclusiva para Martha.

     


     

     


     

    Todavía aquí es beige el delantal de Lucy, pues en esta escena el que debe dominar por su radiante blancura es, no puede haber duda sobre ello, el de Martha:


     

    Pero eso es así solo por tiempo limitado.

     

    Pues,

     


     

    cuando llega la noche del ataque indio, Lucy abandona los tonos beiges

     


     

    para emparentarse con Martha tanto en su delantal blanco como en el vestido azul que se encuentra debajo de él.

     

    Les llamo la atención sobre ello porque tiene toda su importancia: de hecho, a ello alude Brad poco antes de su muerte:

     


    •Brad: No. No, but l saw Lucy, all right.

    •Brad: She was wearing that blue dress–

     


     

    En suma: es obligado reconocer que Lucy adquiere los atributos cromáticos y de vestuario de Martha la noche de su -brutal- iniciación sexual.

     

     

     


     

    Y ya saben cómo todo ello se repite con Laurie y su madre.

     




     

    Pero también a la señora Jorgensen, llegado el momento, le será retirado el blanco del delantal.

     


     

    Y el motivo resultará evidente: será Laurie la que entonces deberá comparecer como el objeto de deseo.

     


     

    Por cierto que doy por hecho que observan hasta que punto también Charlie, por su parte, viene decidido a todo por lo que a ese delantal blanco se refiere.

     

     


    Del blanco al amarillo y al rojo

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    Ford, como cineasta que es, medita sus colores: así, se hace evidente hasta qué punto cuando sus personajes femeninos se aproximan al umbral de la experiencia sexual la imagen comienza a arder:

     


     

    Está ardiendo ya aquí tanto como lo estará más tarde aquí:

     



     

    Y, en sintonía con ello, veremos como, por lo que a las mujeres se refiere, llegado el momento el film oscilará hacia el amarillo y el rojo.

     


     

    Y es que, cuando el film se ensombrece, desaparecen los delantales blancos de las mujeres.

     


     

    y son tonos rojos o rojizos los que vienen a ocupar su lugar.

     


     

    Lo que, no pueden dudarlo, alcanzará también a la propia Debbie.

     


     

    Ello no quiere decir, desde luego, que el blanco no retorne.

     

    Bien por el contrario. Llegado el momento, el blanco reaparecerá, para declarar inequívocamente su sentido en su lugar canónico: el del vestido blanco de la novia en el día de su boda.

     



     

    Todo ello viene a cuento del trozo de tela del vestido de Debbie.

     


     

    Debbie niña, como les dije, no llega nunca a llevar delantal blanco, pero su vestuario se organiza en toda una gama de azules.

     

    Y este es otro de los modos de la manifestación de su drama: el desgarro de su tela más íntima se produce sin haber podido pasar, previamente, por la apoteosis del blanco que lo anuncia y convoca.

     

     


    El ardor de Laurie

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    La puerta de Laurie domina la composición: aunque ahora no está en el centro, como sucedía en la escena anterior desarrollada en este mismo espacio.

     


     

    ¿Por qué esta diferencia de composición? Si sabemos aguardar lo suficiente verán cómo es posible hacer aflorar dos buenos motivos para ello.

     

    No está en el centro, más no por ello pierde relevancia,

     


     

    dado que hacia ella apunta el encorvamiento del cuerpo de Martin tanto como la orientación de la que hace bien poco era su bañera.

     

    ¿Y qué decir de los objetos que hay tras esa puerta abierta?

     

    Son bien visibles, pues están lo suficientemente iluminados. Si reparan en ellos, reconocerán que merecen nuestra atención.

     

    Y tanto más la merecen cuanto que uno de ellos no se encontraba ahí en la escena anterior:

     



     

    Basta con ello para acreditar su relevancia.

     

    No está ahí por casualidad, alguien se ha tomado la molestia de colocarlo en ese lugar para hacerlo bien visible al comienzo de esta escena.

     

    Una ampliación nos permitirá ver ambos objetos mejor:

     


     

    Vista así, la imagen casi parece conformar un cuadro surrealista.

     

    Y bien, ¿por qué estos dos objetos tan cuidadosamente colocados ahí? ¿A dónde nos conducen?

     

     

    ¿Con qué, en el texto, se conectan? Resulta obligado reconocer que el primero por la izquierda -el que patentemente no se encontraba en la escena anterior- remite al vestido siquiera sea por su ausencia: pues es la estructura destinada a soportarlo para la costura, por más que ahora ningún vestido se encuentre en él.

     

    ¿Y el segundo? Pónganle nombre y la referencia se disparará: como barril que es, nos conduce aquí:

     


     

    De modo que nos vemos conducidos así, una vez más, a esa noche terrible y semiolvidada cuya presencia resuena a lo largo de todo el film.

     


     

    Vestido, cuerpo -pues tal era lo que el barril cifraba- y puerta. Tales son los elementos que anudan ambos planos en su común resonancia.

     

    Y si volvemos al plano completo una vez que hemos reparado en ello

     



     

    nos golpea inesperadamente la clara percepción de la semejanza de la composición de ambos planos.

     

    A la izquierda, en primer término, en ambos, un varón en escorzo.

     

    A la derecha, una puerta muy palpablemente situada en el mismo lugar por lo que a la superficie del plano se refiere.

     

    Y, en ambos planos, el fuego.

     

    Luego, las diferencias, que son esencialmente de ubicación: arriba, fuego destructor, exterior y por nada contenido; abajo, fuego doméstico, contenido, domeñado en su chimenea.

     

    Sin duda esta oposición se coordina con la otra: arriba, vestido y barril caídos en el exterior, sucios y ensangrentados; abajo, en cambio, localizados en el interior, aguardando.

     

    Y si contemplamos la cosa dinámicamente, podríamos decir que esos elementos se encarnan y se echan a andar:



     

    ¿No les parece que, a estas alturas, y sobre el fondo de aquella terrible escena, nos encontramos con un enunciado que en cierto modo devuelve eso que, les decía, es la parte de promesa que constituye el reverso de la prohibición del padre?:

     

    Ya saben: junto al ella te está prohibida está


     

    el habrá otra ella para ti.

     


     

    ¿Y acaso no es eso lo que vendrá a confirmar Ethan dentro de un momento?

     

     



     

    ¿Y ven en qué se ha metamorfoseado el rojo de la sangre que manchaba el delantal de Martha arriba?

     

    No hay duda: en el rojo de la ropa interior de Martin que cubre abajo el delantal de Laurie.

     



    •Martin: You might at least have left me my britches!

     

    Martin, tan inconsciente de todo lo que les he dicho como el espectador mismo, protesta: ella se ha apoderado de sus pantalones.

     

    Pero, tomando consciencia de ello, de la presencia al fondo de la escena terrible, están en condiciones de tomarse en serio su miedo.

     

    Y por ello mismo: de reconocer la dimensión heroica del varón capaz de vencerlo.

     

    El caso es que ella, afirmándose dueña del espacio, no deja de tratarle como a un niño

     


    •Laurie: lt’s time for bed anyway.

     

    Como su madre ha hecho hace un momento, en la escena anterior, también ella ahora anuncia que es hora de irse a dormir.

     



    •Laurie: Here, try these on.

     

    Ahora bien, ¿se dan cuenta de que Laurie está ardiendo casi toda la película?

     


     

    Pues es exactamente el lugar de la chimenea el que su cadera ocupa ahora. Confirmémoslo superponiendo ambas imágenes:

     


     

    De hecho, saben que ésta es una idea que reaparece en el film, pues ya tuve ocasión de llamar la atención sobre ello el año pasado:

     



     

     

    Por cierto, ¿ven, dicho sea de paso, que es del todo probable que las divinidades volcánicas fueran en su origen divinidades maternas? Ahora bien, Yahvé era, con seguridad, un dios volcánico. ¿No deberíamos deducir de ello que hubo de ser, en el origen, un dios materno que más tarde habría de ser desplazado por uno paterno?

     

     


    •Martin: l ain’t gonna.

     

    Por su parte, Martin, siempre retraído, trata de defender los límites de su espacio corporal.

     

    Cuando lo que ella quiere es… exactamente todo lo contrario: que él irrumpa en el dominio de su cuerpo y lo haga suyo.

     

     


    Ethan y Miss Jorgensen

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    Observen que, a pesar del desplazamiento de Laurie hacia la izquierda del cuadro, Ford no ha panoramizado siguiéndola, lo que indica que la entrada principal en escena aún no ha tenido lugar.

     


     

    Y bien, esa entrada está teniendo lugar ahora.

     


    •Laurie: Well, likely they’ll need some taking in.

     

    Y la mirada de Ethan levanta acta de como Laurie maneja a Martin: decidida a arreglarle la ropa interior de su hermano,

     


     


    •Laurie: Marty, you’re that gaunted . Ma’s having a turkey for dinner tomorrow–

     

    decidida a alimentarle…

     

    Y una nueva entrada tiene lugar. Esta vez es el padre de Laurie.

     

    Ya les decía el otro día, en el debate, que no deben ignorarlo, pues está siempre ahí, en su lugar, es decir, al fondo, como el mismo San José.

     


    •Jorgensen: Laurie? Laurie, come. Let the boys get to bed.

     

    Desde el lado de la derecha -el de Ethan- ordena a Laurie que deje tranquilo a Martin.

     

    No lo dice explícitamente, pero permite adivinar que Ethan tiene que hablar con él.

     


    •Laurie: All right, Pa.



     

    Laurie toma la medida a Ethan.

     

    Está apoyado por su padre, pero no es su padre.

     

    Y, por otra parte, sabe lo que su padre ha acordado con Ethan.

     

    ¿Que por qué lo sabe? No hay duda: porque se lo ha contado su madre.

     

    Ethan le contará en seguida a Martin -y a nosotros- los términos de ese pacto. Solo omitirá lo que se deduce del acto de Laurie que sigue:

     



    •Laurie: Good night, Marty.


    •Martin: Good night, Laurie.

     

    Que en el acuerdo se incluye su boda con Martin.

     

     




    •Laurie: Night, Mr. Edwards.


    •Ethan: Night, Miss Jorgensen.

     

    Y por cierto: supongo que se han dado cuenta de lo mal que le sienta a Laurie que se dirijan a ella como señorita Jorgensen.

     

    Es evidente la broma de Ethan: te tomas muchas licencias siendo todavía la señorita Jorgensen, viene a decirle.

     

    Pero deben reconocerme que, más allá de lo uno y de lo otro, la cosa parece filmada como un presagio

     


    •Ethan: Night, Miss Jorgensen.


     

    pues una sombra cubre su rostro que se ha vuelto serio, casi apesadumbrado, cuando se oye nombrada así.

     

     


    Ethan y Martin: plano contraplano

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    En todo caso, es de eso de lo que se va a hablar en lo que sigue.

     

    Por ello, cuando Laurie ha salido y cerrado la puerta, Ford corrige el ángulo de cámara y panoramiza.

     


     

    Devolviendo por un momento la composición, centrada sobre la puerta, sobre la que se organizara la escena anterior.

     

    Pero eso dura bien poco pues, en seguida, la corrección de la imagen prosigue, está vez a través de un pequeño travelling.

     


    •Ethan: Jorgensen’s been running my cattle with his own.

     

     

    Y se abre, a partir de aquí, un proceso de montaje plano contraplano.

     


     

     

    Cosa que, en muchos otros cineastas, sería irrelevante, dado que el desarrollo de un diálogo en plano contraplano es una de las soluciones más convencionales del cine tradicional.

     

    No es ese, sin embargo, el caso de Ford, quien recurre bastante menos de lo habitual a este procedimiento. Y, si no me equivoco -tendría que revisar otros films para confirmarlo-, cada vez menos según avanza su obra.

     

    En cualquier caso, lo que sí puedo afirmar sin lugar a duda es que son muy pocas las escenas de The Searchers filmadas así.

    .

    Pero sabemos el motivo de este plano contraplano: por primera vez Martin va a enfrentarse frontalmente a Ethan.

     




    •Martin: Your cattle?

     

    La desnudez de Martin bajo su manta le coloca en una posición precaria.

     


    •Martin: You mean Debbie’s cattle.

     

    ¿El ganado de Ethan o el ganado de Debbie? Dos cosas resuenan, de manera difícilmente deslindable, en esta discusión.

     

    Por una parte, la exclusión de Debbie, en tanto ya india, del mundo de los blancos -recuerden que en el bolsillo de Ethan se encuentra ya ahora el trozo de su vestido.

     

    Por otra, la decisión de Ethan, una vez muerto su hermano, de asumir formalmente el lugar de jefe de la familia.

     


     

    Pues, como ya les he señalado, la decisión de juntar su ganado con el de Jorgensen es parte del implícito contrato matrimonial que afecta a Martin y Laurie.

     

    Y por esa vía, a la vez, Ethan está entregando un hijo por aquel otro puesto a su cuidado que no ha logrado devolver vivo.

     

    Es sin duda mayor, más contundente, la presencia de Ethan en su plano que la de Martin en el suyo.

     


     

    Y, además de la desnudez de éste, está el contrapunto que motiva su composición descentrada: esa ropa interior roja de un muerto -él mismo la nombrará así dentro de un momento.

     

    Supongo se darán cuenta del elemento que corresponde a esa ropa en el plano de Ethan.

     

    Me refiero, claro está, al quinqué, que, como sabemos, ha quedado asociado a Debbie, vía su trozo de tela, en la escena anterior.

     


    •Ethan: He’s agreed to take you on and split the increase in my herd while I’m gone.

     

    Ethan insiste en el empleo del posesivo en primera persona.

     

     


    •Ethan: l’m pushing on tomorrow.

     

    A la vez que anuncia su inmediata partida.

     


    •Martin: Well, l sure ain’t gonna stay here. l started out looking for Debbie…


    •Martin: …l intend to keep on.

     

     

     

     

     

     


    ¿Por qué?

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    •Ethan: Why?

     

    ¿Por qué? ¿Qué les parece este por qué? Lo primero que hay que decir de él es algo que matiza el modo como Ethan ocupa el lugar del padre: aun cuando no solo le ha encontrado trabajo a Martin, sino que incluso le ha arreglado unos próximos esponsales, cuando éste se rebela contra su designio no le dirige una prohibición, sino una pregunta: ¿Por qué?

     

    De modo que le convoca a una reflexión:

     


     


    •Martin: Why?

     

    Y la dificultad de esa reflexión se manifiesta en el modo como Martin acoge la pregunta: ¿Por qué?

     



    •Martin: Well, because she’s my–


     

    Los puntos suspensivos manifiestan hasta qué punto le cuesta dar con la respuesta.

     

    Supongo que se habrán dado cuenta de que todo ello hace de ésta la prolongación de una conversación anterior:

     

    •Martin: Uncle Ethan.


    •Martin: Something mighty fishy about this trail, Uncle Ethan.

    •Ethan: Don’t call me “uncle.”

    •Ethan: I ain’t your uncle.

    •Martin: Yes, sir.

    •Ethan: No need to call me “sir” either.

    •Ethan: Nor “grandpa,”

    •Ethan: nor “Methuselah.”


    •Ethan: I can whup you to a frazzle.


    •Martin: What do you want me to call you?


    •Ethan: Name’s Ethan.



    •Ethan: Now, what’s so mighty fishy about this trail?

     

    Aquella conversación concluía con una pregunta de Ethan, tanto como ésta comienza con otra:

     


    •Ethan: Why?

     

    En la anterior, a aquella pregunta seguía también un comienzo de respuesta de Martin que quedaba interrumpida por…

     


    •Martin: Well, first off–


    •Man: Look!


    •Man: Look! Brad!

     


     

    ¿Por qué? Por una de la más poderosas interrogaciones visuales jamás filmadas, desde luego.

     


    La mujer y lo real -Look

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    Pero también, y justo un instante antes de eso, por… Look.

     

    Desde luego, look es una palabra que los norteamericanos usan con mucha frecuencia.

     

    Pero no es menos cierto que aquí, en esta película, ya lo saben ustedes, Look tiene un especial sentido:

     


    •Laurie: Now, lookie here, Martin Pawley, l’m a woman.

     


    •Martin: Oh, look. l sure do wish l could make you understand.



    •Look: Look?


    •Look: (speaks ln comanche)


    •Look: Look.


    •Ethan: She says her name is Wild Goose Flying in the Night Sky.


    •Ethan: But she’ll answer to “Look”


    •Ethan: if that pleases you.

     


     

    La interrogación lo es por lo real, desde luego.

     

    Pero lo es, simultáneamente,

     


     

    por la mujer.

     


     

    Doy por hecho que a más de uno esta conexión les parecerá excesiva.

     

    Pero deben recordar que a este Look escrito en el espacio sigue el encuentro con el ganado muerto -¿pero no sería mejor decir sacrificado?

     


    •Man: Look!


    •Man: Look! Brad!







    •Brad: Reverend!

     

    Y, ante el ganado sacrificado, se reclama de la presencia de un reverendo.

     



    •Brad: Look!

     

    Lo oyen de nuevo: Look.

     

    A lo que sigue la certeza de que las mujeres se encuentran en peligro.

     



    •Ethan: Caddos or Kiowas, huh?



    •Ethan: Ain’t but one


    •Ethan: tribe uses a lance like that.


    •Brad: Hey, Pa, your prize bull.


    •Brad: Killed every one of them.



    •Brad: Not for food either. Why’d they do a thing like that?



    •Ethan: Stealing the cattle was just to pull us out.


    •Ethan: This is a murder raid. Shapes up to scald out either your place or…



    •Ethan: my brother’s.


    •Jorgensen: Mama! Laurie!


    •Jorgensen: Oh, please, God, please, no!

     

    Y saben a dónde eso conduce finalmente:

     


    •Mose: Yes, sir.

     

    •Lucy: My, the days are getting shorter.


    •Martha: Lucy, we don’t need a lamp yet.


    •Martha: Let’s just enjoy the dusk.


     


    •Lucy: Ma,


    •Lucy: I can’t–


    •Martha: Lucy!




     





    •Ethan: Martha! Martha!



     

    De modo que les insisto:

     


     

    La interrogación lo es por lo real y lo es,

     


     

    simultáneamente,

     


     

    por la mujer.

     

    Después de todo, no hay contradicción en ello, porque son dos aspectos de una misma cuestión.

     

    Dado que la interrogación por la mujer, si es propiamente una interrogación y no una mera pregunta, es decir, si es irresoluble, es porque es una interrogación por lo real que hay en ella.

     

    Lo más notable es que esa interrogación, en The Searchers, tiene un nombre. Y ese nombre es Look.

     

    Un nombre, hay que añadir, que convoca a un acto. Pues se trata de un verbo, conjugado en imperativo: Look, Mira.

     

    Y ya saben ustedes de la dificultad de ese acto. Tiresias quedó ciego.

     


     

    Y Perseo, por su parte, necesitó de su escudo convertido en espejo para así poder vencer a Medusa evitando morir por efecto de su visión.

     

    De modo que sólo un héroe es capaz de estar a la altura del deseo de la mujer cuando ésta reclama de él, de manera imperativa, ¡Mira!

     

     

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    8. Del padre de la horda al Dios patriarcal

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 04/11/2016 (1)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    Cultura y barbarie, Historia y prehistoria

     

    Una nueva pregunta me ha llegado esta semana:

     

    Freud: Moisés y la religión monoteísta]
    Según entendí en la última sesión y al leer el libro de Freud, este establece una oposición clara entre prehistoria y cultura, entendiendo la primera como barbarie y la segunda como el estado en el cual ya se ha establecido una renuncia de lo pulsional. (…) ¿si la cultura es el soporte que Freud utiliza como sostén al caos de lo pulsional, no sería pertinente calificar a la prehistoria como cultura? ¿Esto no podría replantear la idea del dios patriarcal como sine qua non de la cultura al existir estas estrategias de renuncia en sociedades tanto matriarcales como patriarcales y que jugarían en la “liga del totemismo-animismo”?

     

    «Por otro lado me gustaría plantear algunas dudas sobre la idea de Bataille de la bestia “diosa madre” como origen de la religiosidad humana en el paleolítico superior. Pese a que esta idea me parece sumamente sugerente y podría coincidir con la hipotética importancia de las representaciones femeninas en momentos ya anteriores a la aparición del homo sapiens como especie, formulada por autores como Bednarik en las interpretaciones traceológicas de piezas como la Venus de Tan-tan, parece que el marco de representaciones para hablar de una preponderancia de la figura matriarcal en el sentido de Bachofen y además en el plano metafísico hace aguas al llegar al Paleolítico superior y a las fases de mayor desarrollo del arte parietal y mueble donde las representaciones de lo masculino y lo femenino se ponen en continuo conflicto pero son indisolubles en la estructura como ya formulara Leroi-Gourhan.

     

    «Mi pregunta es ¿podríamos aplicar este origen de la deidad matriarcal bestializada e omnipotente a la prehistoria factica o a un momento de desarrollo de la religión más avanzado en la antigüedad oriental como usted formula en la relación de Saray con la divinidad y la autoridad?»

     

    Lamento haber omitido parte de la argumentación -ustedes ven ahí los puntos suspensivos-, porque contiene justas indicaciones en favor de la idea propuesta.

     

    Pero, como ven, resultaba ya demasiado larga. Y sobre todo porque no son necesarias ahora, dado que comparto lo afirmado aquí y en nada lo considero contradictorio con lo dicho entonces, hechas, eso sí, un par un de puntualizaciones.

     

    La primera afecta a la oposición cultura / prehistoria: una oposición clara entre prehistoria y cultura, entendiendo la primera como barbarie y la segunda como el estado en el cual ya se ha establecido una renuncia de lo pulsional.

     

    Quizás no me expresé con suficiente claridad.

     

    El caso es que yo no hablaba, a la hora de ocuparme del notable fragmento de la Advertencia preliminar del 38 al III Ensayo de Moisés y la religión monoteísta, de la oposición prehistoria / cultura, sino de dos oposiciones simultáneas que daban su sentido a las afirmaciones de Freud: la oposición barbarie y cultura y la oposición prehistoria / historia.

     

    Era en el contexto de estas dos oposiciones en el que encontraba toda su significación el enunciado de Freud sobre la aparición de una barbarie casi prehistórica.

     

    Hablar de una barbarie casi prehistórica significaba señalarla próxima a la barbarie arcaica hipotetizada por Freud en la prehistoria.

     

    Pero esto no significa que la prehistoria sea, para Freud, identificable con la barbarie. Significa tan sólo que coloca en un momento de la prehistoria -pero en uno muy lejano- el asesinato del padre de la horda.

     

    De modo que Freud no identifica barbarie con prehistoria.

     

    En su libro se percibe bien que utiliza la tradicional diferenciación de la prehistoria y la historia en función a la aparición de la escritura.

     

    Desde que hay escritura -desde que hay testimonio documental escrito- hay historia. Pero la cultura ha empezado necesariamente mucho antes.

     

     


    Del padre de la horda al Dios patriarcal

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    Y vayamos a la segunda puntualización –la idea del dios patriarcal como sine qua non de la cultura.

     

    Freud no coloca al Dios patriarcal en el comienzo de la cultura. Lo que coloca allí es el asesinato del padre de la horda, origen, piensa él, del totemismo.

     

    El Dios patriarcal sólo aparecerá -eso sí: como retorno de lo reprimido     relativo al padre de la horda asesinado- muchísimos siglos después: ya saben, en tiempos de Amenhotep IV, Ikhnatón o Akhenatón, como prefieran.

     

    Y ciertamente en ese largo periodo el propio Freud coloca de todo:

     

     

    «El progreso que sigue al totemismo (…) Los animales son remplazados por dioses humanos cuyo origen en el tótem no se oculta. Unas veces el dios es figurado todavía como un animal o, al menos, con rostro zoomorfo; otras, el tótem se convierte en el compañero predilecto del dios, inseparable de él; y otras, aún, en la saga el dios mata a ese mismo animal, pese a que este era su estadio anterior. En un punto de este desarrollo (…) aparecen grandes deidades maternas, es probable que con anterioridad a los dioses masculinos, y luego se mantienen largo tiempo junto a estos últimos. (…) Las divinidades masculinas aparecen primero como hijos varones junto a la Gran Madre, y sólo después cobran los rasgos nítidos de figuras paternas. Estos dioses masculinos del politeísmo espejan las constelaciones de la época patriarcal. Son numerosos, se limitan unos a otros, en ocasiones se subordinan a un dios superior. Y bien; el paso siguiente nos lleva al tema que aquí nos ocupa, el retorno de un dios-padre único, que gobierna sin limitación alguna.»

    [Freud: Moisés y la religión monoteísta]

     

    Dioses animales, dioses mitad humanos mitad animales, diosas maternas, conjuntos politeístas…

     

    Entre esos dos extremos tan alejados es de suponer se idearan y se ensayaran -es decir: se pusieran en práctica- todo tipo de reglas culturales, o, para volver al campo conceptual freudiano en el que muy correctamente se sitúa la pregunta, de restricciones pulsionales.

     

    Y hay que añadir: muchas que hoy consideraríamos extraordinariamente bárbaras.

     

    Por ejemplo: la contención de la violencia dentro de la propia nación y la convocatoria a la aniquilación total de la nación enemiga.

     

    En el tercer artículo al que les remitía el otro día, presentaba ejemplos de ello procedentes tanto de la Ilíada como del Antiguo Testamento, donde esa regla se manifestaba con especial virulencia.

     

    Es decir: como una llamada al goce ilimitado en la aniquilación del otro.

     

    Formas de barbarie casi prehistórica, decía Freud, y les llamo ahora la atención sobre el casi, porque, de hecho, los ejemplos de los que les hablo son casi prehistóricos en el sentido literal: fueron primero relatos mitológicos que se transmitieron verbalmente hasta que, en un determinado momento, alguien los convirtió en escritura.

     

    Y claro está, la escritura acompañó desde el primer momento los holocaustos nacionalsocialista y estalinista que practicaron precisamente el mismo tipo de restricción-gestión pulsional.

     

    O piensen si no en la regla que prohíbe toda violencia hacia los superiores a la vez que autoriza toda violencia sobre los inferiores y ello en un grado progresivo según se desciende en la escala social hasta llegar a la numerosa clase de esclavos a la que se le puede hacer todo.

     

     


    La novedad del Dios monoteísta

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    Les digo todo esto para que no pierdan el punto de vista histórico, quiero decir, para que atiendan a la larguísima historia que va de las primeras reglas de restricción pulsional hasta la aparición de algo tan insólito como esa divinidad ética que es el Dios Monoteísta.

     

    Porque miren, los dioses griegos, sin ir más lejos, no eran para nada, como todo el mundo sabe, dioses éticos.

     

    Para mí, la idea más fecunda del Moisés es la clara percepción de la novedad que supone ese Dios único, en tanto desimaginarizado y espiritualizado y, en esa misma medida, ético.

     

    «La religión que se ha iniciado prohibiendo hacer imágenes de Dios se desarrolla cada vez más, en el curso de los siglos, como una religión de la renuncia de lo pulsional. No era que exigiese la abstinencia sexual; se conformaba con una restricción marcada de la libertad sexual. Pero Dios es apartado por completo de la sexualidad y enaltecido al ideal de una perfección ética.»

    [Sigmund Freud: (1939) Moisés y la religión monoteísta]

     

    De hecho, tengo la impresión que hasta él casi nadie había reparado en ello, los unos porque consideraban a Dios preexistente al mundo y por tanto, en la práctica, inherente a él; y los otros porque lo consideraban una fantasía ilusoria.

     

    Los primeros no podían valorar su novedad pues lo consideraban eterno, los otros no podían valorar su aportación, porque la consideraban un espejismo.

     

    Si quieren ustedes, un mito, en el sentido convencional del término.

     

    Y es que con respecto al asunto del mito viene a suceder lo mismo.

     

    Unos lo consideran expresión simbólica de una verdad esencial -los religiosos, pero también los junguianos- y los otros lo reducen a una mera ilusión engañosa, enmascaradora de la realidad.

     

    Les insisto: Freud rompe con estos dos puntos de vista: con unos reclamando un historicismo radical, netamente materialista, que rechaza toda esencia preexistente.

     

    Con los otros, porque percibe los mitos como cosas reales que influyen decisivamente en la construcción de lo humano.

     

    Y por cierto que esto deben entenderlo como un progreso del materialismo, pues es uno que por primera vez es capaz de consdiderar la materialidad misma del mito, es decir, su capacidad de producir efectos en lo real.

     

    La idea que está apareciendo ahí, en estado práctico, podemos nosotros formularla en términos teóricos así: los hombres se construyen -constituyen su cultura- construyendo sus mitos y sus dioses.

     

    O para decirlo también en términos de la teoría del texto: construyendo los relatos que dan forma a sus dioses.

     

    Y, por cierto, desde este punto de vista, resulta obligado no solo historiar los mitos, sino -otra novedad que está naciendo con Freud- diferenciar el grado de barbarie o de calidad humana y cultural, que contienen o, más exactamente, que alumbran, que introducen en el mundo -pues ciertas cosas no existían hasta que ellos no aparecieron:

     

     

    «la oposición de principio entre un monoteísmo riguroso y un politeísmo irrestricto. (…) distinto nivel espiritual, pues mientras una religión está muy próxima a fases primitivas, la otra, en un ímpetu de elevación, ha subido hasta las alturas de una abstracción sublime. Acaso se pueda hacer remontar a esos dos factores la impresión que se recibe en ocasiones: que la oposición entre las religiones mosaica y egipcia se habría aguzado con voluntad y deliberación.»

    [Freud: Moisés y la religión monoteísta]

     

    «significaba un retroceso de la percepción sensorial frente a una representación que se diría abstracta, un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad; en rigor: una renuncia de lo pulsional con sus consecuencias necesarias en lo psicológico.»

    «Freud: Moisés y la religión monoteísta]

     

    Como suelo hablarles mal de Lacan, para compensar voy a decir hoy algo bueno de él: en un momento dado -aunque claro está, sin citar en ello a Freud, dada su falta de costumbre-: Lacan ve bien el papel decisivo que esa representación abstracta, por su capacidad de estimular el pensamiento abstracto, va a tener en el futuro desarrollo de la ciencia en Occidente.

     


    Las diosas arcaicas

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    Y ahora vayamos a la segunda parte de la pregunta recibida.

     

    Debo decir que me alegro de que la idea de la diosa arcaica le resulte sugerente, porque es una hipótesis que añado yo a la explicación batailliana.

     

    Lo que sostiene Bataille es la idea, para mí absolutamente convincente, de que los primeros dioses debieron ser las grandes bestias.

     

    Por mi parte, añado que es bien probable que a esos primeros dioses siguieran luego divinidades maternas.

     

    Y ello porque si las grandes bestias -como los volcanes o los terremotos- fueron las primeras divinidades, lo fueron porque eran potencias reales, tan potentes como imprevisibles y amenazantes, a los que los primeros hombres ofrecían sacrificios para intentar obtener de ellos la benevolencia -y ello porque no eran percibidas como bondadosas.

     

    Y bien, en esa perspectiva es del todo plausible que los hombres pasaran a divinizar esa otra potencia real que es la de la generación de la vida tal y como se manifiesta en la especie humana.

     

    Tal sería el lugar de las diosas maternas.

     

    No digo, pues, que fueran necesariamente las primeras. Me basta con pensar que fueron dominantes en un periodo anterior al de la progresiva patriarcalización de los panteones que concluiría con la aparición del dios monoteísta.

     

    De modo que las críticas a Bachofen o las propuestas de Leroi-Gorhan no me plantean mayores problemas ni me veo en la necesidad de rebatirlas.

     

    Y para ir al final de la cuestión, sí, ciertamente, en mi opinión la gesta de Abraham es la de la entronización de un nuevo dios paterno que viene a destronar a una previa diosa arcaica que reclamaba el sacrificio del hijo primogénito, como la del Aquiles del último canto de la Ilíada es la de un héroe que, tras entregarse a la cólera destructiva de Hera y Atenea, escucha a un Zeus que, aunque ha perdido esa guerra, inspira al héroe un sentimiento tan nuevo como el de la compasión.

    Es cierto, la palabra compasión no aparece en el texto de Freud.

     

    Ahora bien, ¿no es eso lo que se encuentra en el núcleo de ese ser ético que da a este nuevo Dios su principal novedad? Lo es, al menos sin duda alguna, en su descendencia cristiana.

     

     

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    7. El cetro, la carta y el trozo de tela

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 28/10/2016 (2)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    El poder del centro

     


     

    Decíamos: la escena inicial de la segunda parte del film se subdivide en dos zonas

     


     

    que, a su vez, a continuación, se desdoblaban en dos escenas separadas:

     


     

    Y bien, la escena que sigue y de la que nos vamos a ocupar ahora reúne el conjunto de los personajes de nuevo:

     


     

     

    El poder del centro es el título de un espléndido libro de Rudolf Arnheim que les aconsejo leer.

     

    Ciertamente, el centro es siempre el lugar central, por más que los contemporáneos le tengan fobia -y no olviden que la fobia es, antes que nada, miedo.

     

    A los modernos les gusta más el descentramiento, pero parecen olvidar que solo puede haber descentramiento cuando hay un centro con respecto al cual éste puede tener lugar. De modo que el centro es la condición de todo descentramiento, del que depende necesariamente.

     

    Por lo que deberían dar gracias a aquellos que, porque sostienen un centro, les permiten a ellos colocarse en posiciones descentradas.

     

    El caso es que, en el arte clásico, el centro es un lugar ocupado por lo central. No así en las artes manieristas, donde el centro aparece inquietantemente vacío.

     

    De modo que no pierdan de vista este asunto en el análisis de la escena que sigue, dado que desempeña en ella un papel, propiamente, central. Tendrán ocasión de comprobar hasta que punto no solo los personajes -y por cierto que todos, los cuatro personajes- sino también ciertos objetos se sucederán en el centro de la imagen.

     

    Lo que, por tanto, nos obligará a anotar un cambio notable con respecto a las dos escenas anteriores. Pues en ellas eran solo las mujeres las que ocupaban, primero una y luego otra, el centro de manera absoluta. Ahora, en cambio, también los hombres acceden a esa posición. Lo que permite anticipar que la búsqueda -y el viaje- se va a reanudar pronto.

     

    La escena está constituida por cinco planos. Veamos la serie completa, con la imagen de comienzo y de final de cada plano y su duración correspondiente.

     

    Este es el primero.

     

    (…)

    00:00:16:036

     

    Segundo:

     

    (…)

    00:00:12:684

     

    Tercero:

     

    (…)

    00:00:16:054

     

    Cuarto:

     

    (…)

    00:00:03:268

     

    Y quinto:

     

    (…)

    00:00:28:365

     

    ¿Que motiva la alternancia? Sin duda, la introducción del punto de vista de Laurie -planos dos y cuatro- como espectadora interesada del diálogo que mantienen los otros tres personajes.

     

    Si no fuera por ello, todo parece indicar que Ford habría resuelto la escena en plano secuencia -es decir: en un único plano. Volveremos luego sobre ello.

     

    Y una última consideración previa: ¿qué cualidad específica posee el primer plano de la serie que lo distingue de todos los demás?

     

    Sin duda, la posición más baja de la cámara destinada a visualizar las grandes vigas de madera del techo.

     


     

    Y ya sabemos en qué medida eso participa de esa economía de la repetición modulada que se manifiesta constantemente en el film:


     

    Ya saben: la cruz de Ethan.

     


     

    Que es la de su deseo prohibido.

     


     

    Radicalmente insatisfecho.

     


     

    Y, a la vez, poderosamente sublimado.

     

    Y bien, ahora la cruz es algo que comparten Ethan y la señora Jorgensen:

     


     

     


    El quinqué y la mujer, el fuego y el agua

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    Pero vayamos al comienzo de la escena y retomemos la cuestión del centro.

     


     

    En primer lugar, sigue ocupado por la señora Jorgensen.

     

    Reencuadrada -y así reforzada- por el marco de la puerta.

     

    Se dan cuenta de que este plano nos devuelve de manera directa el interior dibujado al fondo en la escena anterior:

     


     

    El quinqué, la puerta, la ventana, los visillos.

     


     

    Y por cierto que la composición hace relevante la presencia de ese quinqué, que llega a adquirir una relevancia visual casi tan intensa como la de la mujer.

     

    Y sin duda esa relación, la de la mujer con el quinqué, que ha sido reactivada desde la escena anterior, es otro de los motivos del juego de repeticiones moduladas que atraviesa del film.

     


    •Ethan: And twice that much here. Yankee dollars.


    •Aaron: That’s fresh minted.


    •Aaron: There ain’t a mark on it.


    •Ethan: So?


     

    La del quinqué es una pequeña y cálida llama que da su temperatura a lo femenino dibujado como espacio interior.

     

    El otro día les llamaba la atención sobre la dialéctica extrema del agua en el film: helada unas veces

     


     

    y acentuadamente cálida en otras.

     


     

    Pues bien, lo mismo podemos decir del del fuego: también él posee, en el film, una dialéctica extrema: la que opone

     


     

    la pequeña llama

     



     

    del quinqué al fuego

     


     

    del incendio.

     


     

    En el centro de esa oposición se localiza el fuego del hogar.

     


     

    ¿No les parece que por esta vía el film dibuja todo un mapa de las constelaciones del deseo?

     

     


    El deseo de Laurie y el punto de vista que señala el sufrimientio

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    •Laurie: Ma, Marty’s


    •Laurie: Ma, Marty’s drawers

     

    Y bien, la centralidad de la Sra. Jorgensen se mantiene cuando Laurie llega hasta ella con los calzones de Martin en la mano.

     

    Laurie, como siempre, avanza con su deseo por delante, incluso ignorando lo doloroso que ha de resultar para su madre el asunto que viene a suscitar.

     

    La mirada de las dos mujeres coincide en esos calzones rojos de Martin. Pero la mirada central, la de la señora Jorgensen, se ve connotada por la cruz bien iluminada que se encuentra sobre ella, en el techo.

     

    Aunque no está exactamente sobre ella, sino sobre el espacio vacío que se encuentra entre ella y el otro elemento que la connota: el quinqué del fondo.

     


     

    En cierto modo, la pequeña llama del quinqué, a la altura misma de los calzones de Martin, anota tanto la pérdida de la señora Jorgensen como el anhelo de su hija Laurie.

     

     


    •Laurie: is a sight. Could we give him some of


    •Laurie: Brad’s things?

     

    ¿Ven lo que sucede en el momento mismo en que Laurie, con el desenfado de su deseo juvenil, ha nombrado con total inconsciencia lo que sin duda constituye el punto máximo de dolor para su madre?

    Se trata, desde luego, de la entrada en imagen de Ethan, quien hasta ese mismo instante estaba oculto tras la figura de la señora Jorgensen.

     

    Es solo un ligero echarse hacia atrás de ella, que se traduce, en el cuadro, en un pequeño desplazamiento hacia la derecha. Justo el suficiente para que aparezca ahí, entre ambas mujeres, la figura de Ethan, mirando a Laurie y acusando eso mismo que escapa a la conciencia de la joven, vuelta insensible a todo lo que no sea la llamada de su deseo.

     

    Realmente asombroso el cálculo de los tempos del plano y de sus más mínimos desplazamientos.

     

    Y, si lo piensan bien, se darán cuenta de que ello replica a cierta articulación que tuvo lugar en la escena anterior:

     


     

    La señora Jorgensen entraba en cuadro dando imagen al sufrimiento de Ethan

     


     

    como ahora Ethan entra en cuadro para anotar el sufrimiento de la señora Jorgensen.

     

    Vistas las dos imágenes en paralelo, la cosa resulta más visible. Pues Ethan en aquel plano, como la señora Jorgensen en éste, esbozan sonrisas que tratan de disimular su sufrimiento, ese mismo sufrimiento que reconocen y acusa la figura que se encuentra al fondo.

     

    Esa íntima, no verbalizada proximidad entre ambos

     



     

    es lo que se anota solo un momento después,

     


     

    en el modo en el que ambos comparten la cruz.

     


    •Mrs. Jorgensen: Of course. They’re in Grandma’s chest.


     

     


    De cartas y pérdidas

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    •Mrs. Jorgensen: Ethan, you’ll sleep


    •Mrs. Jorgensen: in the bunkhouse.

     

    Y en el mismo momento en que la señora Jorgensen se vuelve -al hacerlo oculta el quinqué con el que, en cierto modo, se funde- su marido pasa a ocupar la posición central:

     


    •Jorgensen: By golly, the letter!

     

    Inflexión escénica por la que se va a abandonar el tema de la muerte de Brad que venimos arrastrando desde la escena anterior para retomar el de la búsqueda de Debbie.

     

    Ahora bien, ya saben que cada uno tiene su propia carta:

     

     


    •Jorgensen: You got my letter about your son Brad?


    •Ethan: Yeah. Just about this time a year ago.

     

    Ethan escribió entonces una carta a Jorgensen. Y, ahora, Jorgensen tiene otra para Ethan.

     

    Cartas que se cruzan a la vez que los años pasan. Y cartas que tienen que ver siempre con las pérdidas que unos y otros arrastran.

     

     


    •Jorgensen: By golly, the letter!


    •Jorgensen: ln the Sweden chest.


    •Jorgensen: lt come for you, Ethan. Last winter. Charlie MacCorry brought it.



     

    Ethan pasa entonces a ocupar la posición central a la espera de recibir la carta que le ha sido destinada.

     



    •Jorgensen: l’m looking for that letter Charlie MacCorry…



    •Jorgensen: By jiminy.


     

    Y también en este plano el centro declara sus virtudes.

     

    Si corresponde primero al que busca la carta

     


     

    pasa luego, en seguida, a quien va a padecer sus efectos.

     


     

    Y, así, las pérdidas se encadenan, como por una suerte de efecto dominó.

     

    Laurie, siempre aferrada a los calzones de Marty -como les decía, ella no tiene nada de histérica: sabe que es el falo lo que desea- adivina ya que esa carta va a arrebatárselo todo.

     


    •Jorgensen: Here it is. By golly, l forgot.

     

    En el centro, ahora, quien entrega la carta.

     



    •Ethan: Excuse me.


     


     

    ¿Y ahora? Ahora, en el centro, ese pequeño trocito de tela que parece emanar de la carta misma.

     


     

    Laurie coge un quinqué.

     



     

    Ethan, a su vez, coge otro quinqué idéntico.

     


     

    Y así, por esa vía, ambos quedan conectados como los inmediatamente afectados por lo que la carta contiene.

     


     


    El trozo de tela

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    •Ethan: Mrs.


    •Ethan: Jorgensen, take a look at this.

     

    Y el trozo de tela es entregado a la madre, pues es ella la que sabe de lo que en él se concita.

     



    •Mrs. Jorgensen: Just a snip of calico.


    •Ethan: Ever see it before?

     


    •Ethan: Maybe on a dress Debbie wore?

     

    En el centro, ahora, Jorgensen.

     

    Pero quizás sea más relevante decir esto otro: en el centro, el diálogo entre la carta y el trozo de tela del vestido de Debbie.

     


    •Mrs. Jorgensen: Why, yes. Yes, it was an apron.


    •Mrs. Jorgensen: Ethan, have they found her yet?

     

    Hasta que ambos se reúnen de nuevo hasta casi fundirse.

     



    •Ethan: Not yet.

     

    Parta dar luego paso a un intercambio: si el trocito de tela ha retornado a manos de Ethan, la carta pasa a las de la señora Jorgensen.

     

    De modo que todo se organiza en una ecuación de equivalencia: la carta vale por la tela, la tela es el contenido de la carta.

     

    ¿De qué habla esa carta, qué designa esa tela?

     

    No hay duda posible.

     


    •Ethan: lf she’s alive, she’s safe.


    •Ethan: For a while. They’ll keep her. They’ll raise her as one of their own until…


    •Ethan: Till she’s of an age to…

     

    Es la tela por antonomasia, esa tela del cuerpo que da su resonancia a todas las otras telas a la vez que las pone del lado de lo femenino.

     

    Es el himen -en tanto separado, desprendido- lo que ahí se localiza.

     

    De modo que se amplía el campo de la dialéctica de la tela en el film.

     

    Si ya habíamos visto el lugar del vestido como la tela que, al cubrir la ausencia anatómica permitía conformar cierta imagen de completitud del objeto de deseo

     


    •Brad: She was wearing that blue dress–

     

    -y podríamos aquí, de nuevo, apelar a la gestalt para constatar que la mujer, vestida, devuelve una mejor forma, una forma más completa, que desnuda-, tanto como habíamos visto el gabán

     


    •Ethan: l found Lucy back in the canyon.


    •Ethan: Wrapped her in my coat.


    •Ethan: Buried her with my own hands.

     

    que era entregado como la tela más espesa, la del amortajamiento, llega ahora este tercer elemento:

     


     

    el trozo de tela que, por ser tal -es decir: trozo- devuelve la imagen del vestido desgarrado y se deposita como un trozo que anota lo que, en el cuerpo de su portadora, falta.

     

    Es, entonces, todo lo contrario al velo -y todo vestido lo es.

     

    Es todo lo contrario al velo porque, si el vestido lo es, el trozo es la huella del vestido desgarrado.

     

    O mejor aún: es el desgarro mismo del vestido que ya no hace velo.

     


    •Ethan: Not yet.

     

    Y todo ello sobre ese quiqué igual al que hace un momento sostenía Laurie.

     


     

    ¿Ven hasta donde alcanza el enlace que esos dos quinqués idénticos establecen?

     

    El himen perdido de Debbie tiene por reverso ese otro himen, el de Laurie, que ésta no va a poder perder, al menos por ahora, por obra de los efectos de esa carta.

     


     

    Y por cierto que si ello es así, observen como se encadenan las dos primeras cartas del film:

     


     

    La primera, no hay duda sobre ello, habla de la violencia de la muerte,

     


     

    tanto como la segunda habla de la violencia del sexo.

     

     

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    6. Cuestiones freudianas

     

    Jesús González Requena
    Edipo III. La tarea del hijo
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
    sesión del 21/10/2016 (2)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

     

     

     

     

     

     

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    A propósito de la verdad

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    He recibido este mensaje de uno de ustedes:

     

    «(… algo) me ha resultado muy llamativo en un discurso suyo en una entrevista que he visto, y es el proceso de deconstrucción y por lo tanto de pérdida de la Verdad o sentido de la Verdad en el psicoanálisis contemporáneo, así como en la sociedad (…). ¿Podría hacernos una introducción a este tema? Y ya que estamos frente a la película The Searchers, ¿podría decirse efectivamente que aquí la Verdad aún se sostiene? ¿En qué momento histórico y como consecuencia fundamental de qué causas o procesos más concretos en los que atañen a nuestro mundo actual se podría situar esta “brecha” cultural? ¿Hay durante la Historia de Occidente algún hecho comparable en este sentido? ¿Es posible restaurar esta Verdad en un mundo deconstruído? ¿y en el psicoanálisis? ¿Sustituye el relato imaginario la pérdida de sentido, y en esta dirección, es posible un imaginario que sostenga y dote de sentido la vida humana cuándo ha fallado la función simbólica en el plano colectivo? Si pensamos de forma radical podríamos decir que caminamos hacia la psicosis… o hacia el más puro automatismo?»

     

    Comencemos por aquí:

     

    «(… algo) me ha resultado muy llamativo en un discurso suyo en una entrevista que he visto, y es el proceso de deconstrucción y por lo tanto de pérdida de la Verdad o sentido de la Verdad en el psicoanálisis contemporáneo, así como en la sociedad (…). ¿Podría hacernos una introducción a este tema?»

    Sobre estos asuntos, les remito aquí:

     

    “Teoría de la verdad”, en Trama y Fondo. Lectura y Teoría del Texto, nº 14, 2003. Disponible aquí

     

    “Sobre los verdaderos valores. De Freud a Abraham”, en Trama y Fondo nº 24, 2008. Disponible aquí

     

    El primer texto pretende definir la noción de verdad, de una manera diferente a la habitual.

     

    El segundo, se ocupa de la cuestión de la crítica de la noción de verdad en el pensamiento de la deconstrucción y trata de replantear la cuestión desde el psicoanálisis freudiano y de la particular aventura biográfica y analítica del propio Freud.

     

    Por cierto que el Abraham al que remite el título no es, como suele pensarse, el psicoanalista alemán, sino el patriarca bíblico.

     

    Y es que el texto reivindica la relación de la verdad con el Dios monoteísta partiendo de las intuiciones de Freud sobre ello y procurando dar algunos pasos más hacia adelante.

     

    Con respecto a lo que sigue,

     

    «¿En qué momento histórico y como consecuencia fundamental de qué causas o procesos más concretos en los que atañen a nuestro mundo actual se podría situar esta “brecha” cultural? ¿Hay durante la Historia de Occidente algún hecho comparable en este sentido?»

     

    les diré, sintetizando en extremo, que, si nuestra civilización está vinculada en su origen al nacimiento del dios patriarcal y monoteísta, su desaparición podía resultar igualmente ligada a la muerte de este.

     

    Y por lo que se refiere a la cuestión de la verdad, nada muestra de manera tan directa su relación con el Dios monoteísta como como el hecho de que el filósofo que procedió a la deconstrucción de la noción de la verdad fue el mismo que declaró la muerte de Dios.

     

    De ello también se habla en el segundo artículo.

     

    «¿Es posible restaurar esta Verdad en un mundo deconstruído? ¿y en el psicoanálisis? ¿Sustituye el relato imaginario la pérdida de sentido, y en esta dirección, es posible un imaginario que sostenga y dote de sentido la vida humana cuándo ha fallado la función simbólica en el plano colectivo? Si pensamos de forma radical podríamos decir que caminamos hacia la psicosis… o hacia el más puro automatismo?»

     

    Y dado que el Dios patriarcal y monoteista es el respaldo antropológico de la función simbólica del padre, a mí se me hace cada vez más evidente que el desorden simbólico producido por la muerte de Dios y la caída del padre es el motivo central que ha provocado que las perversiones y la psicosis hayan pasado a ocupar en la segunda mitad del siglo XX el lugar que la neurosis ocupaba entre los malestares psíquicos del siglo XIX.

     

    Pueden encontrar una reflexión de fondo de sobre ello aquí:

     

    “El oscuro retorno de la Diosa”, en Trama y Fondo, Lectura y Teoría del Texto nº 39, 2015, Madrid. (www.gonzalezrequena.com, textos en pdf/Psicoanálisis)

     

    «Y ya que estamos frente a la película The Searchers, ¿podría decirse efectivamente que aquí la Verdad aún se sostiene?»

     

    Y por lo que se refiere a la cuestión de The Searchers, mi respuesta es afirmativa.

     

    De hecho, lo encontraran argumentado, y precisamente en oposición al discurso nietzscheano, en la última sesión del año pasado.

     

    Por lo demás, si leen el primero de los artículos, Teoría de la verdad, verán que ya entonces empleaba precisamente esta película para argumentar la noción de verdad subjetiva.

     

    Allí se argumenta que la verdad no tiene nada que ver con la objetividad, dado que su estructura, propiamente enunciativa, es la de la promesa: verdad es la promesa cumplida.

     

     


    Deseo de la verdad y pulsión de muerte

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    En relación directa con esta cuestión está esta otra que he recibido también esta semana:

     

    «¿Por qué embarcarse en un ejercicio que puede perjudicar la relación del autor con su propia “patria” en un momento histórico en el que ese pueblo (incluido él) más necesita la unión y cohesión?

    «Esta cuestión me lleva a preguntarme por diferentes artistas, escritores, pensadores, investigadores, cineastas… que a lo largo de la historia han decidido publicar obras que sabían que perjudicarían su carrera, su imagen, su integridad física… ¿Qué se produce en aquéllos que por la necesidad de expresar una determinada cuestión son capaces de poner en peligro, su trayectoria, su libertad…? ¿Podemos hablar de pulsión ante esta conducta?»

     

    Se trata de una cuestión ciertamente mayor.

     

    ¿Cuál es la dinámica y la energética -por expresarnos en términos freudianos- que sostiene el compromiso con la verdad?

     

    Pero es demasiado pronto para responder a ella. No quiero decir que llegue demasiado pronto, por el contrario. Corresponde ya formularla y mantenernos, en lo que sigue, tensionados por ella.

     

    Algo podemos, en todo caso, decir sobre ello: que el deseo de la verdad, la pasión por el saber, se sitúa de manera directa en el ámbito de esa región que Freud ha designado bajo la noción, todavía confusa, de pulsión de muerte.

     

    Y por eso, ¿qué mejor que The Searchers y el Moisés y la religión monoteísta para avanzar en su exploración?

     

     


    La herencia arcaica

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    Y una tercera cuestión, referida al Moisés y la religión monoteísta:

     


     

    «En el apartado “E – Dificultades” de la 3ª parte, aparecen varias referencias a lo que Freud llama “herencia arcaica”. (…)

    «Freud habla de “huellas mnemónicas de las vivencias de generaciones anteriores”. Aquí me surge la duda de qué entendemos por “huellas mnemónicas” y hasta qué nivel de concreción llegarían éstas. Dicho de otra manera, ¿es que estas huellas pueden ir más allá de provocar una tendencia u orientación en el individuo y llegar a hacer que éste conciba una idea concreta determinada? Pregunto porque cuanto más concreta sea esa “huella mnemónica” más se me parece a algo similar a un recuerdo (que el individuo no puede tener porque no vivió él la escena originaria), una imagen del pasado, con elementos concretos, y eso es algo que, a priori, debo confesarle, se me antoja poco verosímil y me hace pensar que quizás no he entendido bien algo de esto.»

     

    Versa sobre la peliaguda cuestión de la herencia arcaica.

     

    Pienso que la lectura realizada es correcta.

     

    Freud recurre a una hipótesis para mí también insostenible: la idea de la herencia no solo de disposiciones, sino de contenidos, de huellas mnémicas.

     

    Hasta donde se me alcanza, nada la sostiene.

     

    Pero lo importante, en el análisis textual, no es nunca estar o no de acuerdo con algo, sino plantearse qué lugar ocupa, cuál es la función de ese enunciado en el texto en el que aparece.

     

     


    El asesinado del padre primordial

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    Y bien, Freud sostiene que esa huella, que concibe como traumática -el asesinado del padre primordial- explicaría la fuerza con la que se afirma, al modo del retorno de lo reprimido, la religión monoteísta.

     

    Es su manera de aferrarse a la hipótesis mayor de Tótem y Tabú. Pero es también, no lo pierdan de vista, su manera de conceder un lugar al pecado original cristiano.

     

    Ese crimen, ese pecado original, y la culpa que lo acompaña -la conciencia del pecado-. sería el fundamento mismo de la cultura.

     

    Pues lo que está en juego para Freud en el texto es el origen mismo de la cultura, que habría nacido, en el totemismo, como el efecto de la culpa generada por ese crimen.

     

    Observen, pues, se lo señalo de paso, la diferencia mayor entre Levi-Strauss y Freud.

     

    Pues Levi-Strauss toma de Freud la idea de que la prohibición del incesto constituiría el punto de inflexión entre la naturaleza y la cultura.

     

    Pero no incorpora lo que en Freud aparece como su motivo primero: ese paquete indisociable que es el del crimen primordial y la culpa que genera y que hace de la culpa -esto es lo que Levi-Strauss omite- el fundamento de la cultura cuya primera manifestación es la prohibición del incesto.

     

    Y es que, si el estructuralismo levi-straussiano se conforma con constatar la presencia de la regla como pieza de la estructura social, Freud, para quien el punto de vista es no solo estructural, sino también dinámico y energético, necesita explicarse de dónde procede la energía que sostiene esa regla.

     

    Y más que eso: necesita responder al asunto que el estructuralismo siempre omite: el del origen, el del cómo y por qué ello llegó a suceder.

     

    En suma: ¿cómo pudo surgir la cultura? y así, para él, lo que sostiene la regla que hace la cultura es la culpa generada por el asesinato del padre.

     

    ¿Tuvo lugar tal asesinato?

     

    Sin duda.

     

    Rebeliones contra el amo ha habido siempre y, cuando se han saldado con la victoria, ésta ha concluido las más de las veces en su asesinato.

     

    Les ofrezco dos ejemplos de ello bien recientes de los que Freud no habla: la muerte de Luis XVI tras la revolución francesa o la del zar tras la revolución soviética -por cierto que en ambos casos los asesinatos alcanzaron a sus familias respectivas.

     

    Y por cierto que ambos fueron ejemplos relevantes porque esas muertes no se produjeron en el primero momento, en el torbellino, digámoslo así, de la rebelión, sino que solo llegaron más tarde, con dificultad, como si una oscura compulsión se abriera paso contra toda resistencia racional, dada la evidente desposesión de poder de las víctimas e incluso de su irrelevancia personal -ciertamente, nada tenían de grandes hombres esos dos reyes asesinados.

     

    Ahora bien, ¿es necesario postular una herencia arcaica para explicar la reiteración de tales asesinatos?

     

    Por mi parte, no lo veo necesario. Creo que basta con la noción de pulsión para explicar la tendencia natural del ser humano hacia el asesinato -del padre o de cualquier otro ser humano.

     

    Pero mi opinión es lo de menos. Y, en todo caso, les insisto: lo que le importa a Freud no es tanto el origen de la idea de Dios como el origen del sentimiento de culpa.

     

    Si se ocupa de Dios, es llevado a ello por su intuición de que sin él en sentimiento de culpa resulta incomprensible.

     

     


    La desaparición del sentimiento de culpa la amenaza totalitaria

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    Y es que, como les vengo diciendo, en mi opinión, el motivo esencial del Moisés y la religión monoteísta es la constatación, en el mundo que le es contemporáneo, de la desaparición del sentimiento de culpa, percibido por Freud como el principal dique capaz de frenar la agresividad humana.

     

    Eso es lo que le lleva a plantearse de nuevo la cuestión del origen de la culpa.

     

    Muy exactamente de eso es de lo que habla en la Advertencia preliminar del III ensayo, fechada en Viena 1938:

     

    «Vivimos en una época muy curiosa. Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie. En la Rusia soviética se han lanzado a la empresa de elevar a unos cien millones de seres humanos, mantenidos en la sofocación, hasta formas de vida mejores. Se tuvo la osadía suficiente para quitarles el “opio” de la religión, y se fue lo bastante sabio para concederles una medida razonable de libertad sexual. Pero, en cambio, se los sometió a la compulsión más cruel, y se les arrebató toda posibilidad de pensar libremente. Con parecida violencia, el pueblo italiano es educado para el orden y el sentimiento del deber. Uno se siente casi aliviado de una aprehensión oprimente viendo, en el caso del pueblo alemán, que la recaída en una barbarie poco menos que prehistórica puede producirse sin apuntalamiento en ideas progresistas. Comoquiera que fuese, las cosas se han plasmado de tal suerte que hoy las democracias conservadoras se han convertido en las guardianas del progreso cultural…»

     

    Como ven, Freud habla con asombro de la nueva combinación de progreso y barbarie que se manifiesta en su tiempo -Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie.

     

    La Rusia soviética aparece como su encarnación: la eliminación del opio de la religión y la concesión de la libertad sexual -tales serían las manifestaciones del progreso- aparecen asociadas a la más extrema y bárbara violencia: la de arrebatar al individuo toda posibilidad de pensar libremente.

     

    Lo que para Freud es tanto como su aniquilación como sujeto.

     

    A lo que hay que añadir que la idea de que la libertad sexual resolvería los problemas de la cultura era algo que Freud ya había descartado plenamente en El malestar en la cultura.

     

    Tengan en cuenta, por lo demás, que en la Europa de los años veinte y treinta, es decir, la que se sitúa entre esas dos hecatombes que fueron la primera y la segunda guerra mundial, se experimentó un notable liberalismo en las costumbres.

     

    Seguro que ustedes han oído hablar de los felices años veinte.

     

    El asunto es que a finales de los años treinta, Freud tenía una muy clara percepción de la amenaza totalitaria, que para él presenta la doble cara del comunismo y del nazismo.

     

     


    Una barbarie poco menos que prehistórica

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    Pues independientemente de las ideas progresistas que acompañen a uno o a otro, ambos comparten, escribe, una barbarie que es casi prehistórica.

     

    Y es necesario conceder a esta expresión, la de una barbarie poco menos que prehistórica, toda su importancia.

     

    Pues en ella el adjetivo prehistórica no es una mera forma de enfatizar lo bárbaro de esa barbarie.

     

    Por el contrario. Si hay que tomársela en serio es por el sustantivo que convoca y que desempeña en el ensayo que así se introduce un papel de primera importancia. Me refiero a la prehistoria misma, pues es en la prehistoria donde se sitúa ese crimen primordial a partir del cual, en opinión de Freud, emergió la cultura.

     

    Permítanme una interpretación, es decir, un paso más a partir de lo que Freud dice pero que, creo, es del todo congruente con ello: si se abre la posibilidad de una barbarie prehistórica, lo que se abre es, simultáneamente, la posibilidad misma del fin de la cultura.

     

    Y eso es lo que hace tan urgente para Freud la necesidad de pensar como la cultura pudo nacer.

     

    Pues contempla la posibilidad del retorno al tiempo de la violencia bárbara e irrestricta del padre de la horda: ¿y acaso las figuras de Hitler y Stalin no son concebibles sobre su modelo en la misma medida en qu reclamaron para sí un poder absoluto no limitado por ley alguna?

     

    Lo primero me parece evidente: barbarie a parece en oposición a cultura tanto como prehistoria aparece en oposición a historia.

     

    Y ciertamente, si en el libro Freud trata de explicarse como pudo surgir la cultura es porque se da cuenta de la posibilidad de su extinción.

     

    Lo segundo, en cambio, es un paso que sin duda Freud tiene en la mente pero que, a la vez, no puede dar.

     

    Por muchos motivos.

     

    El primero de los cuales es debido a que el padre, en Freud, es el fundamento del superyó y la referencia de la ley, mientras que el padre de la horda, como Hitler y Stalin, son la negación de toda ley.

     

    Así, lo leen ustedes muchas veces en el libro, ese Moisés del que se dice que es un gran hombre, un héroe, es identificado, simultánea e insistentemente, como una figura paterna para su pueblo.

     

    Y más adelante, Jesucristo aparece como una nueva figura de esa misma estela.

     

    Y el segundo motivo está en relación con una idea que debió parecérsele a Freud inevitablemente cuando escribía el libro y que muy seguramente fue el otro de de los motivos centrales de su enmarañamiento y de su imposibilidad de acabarlo -pues en rigor hay que decir que, llegado cierto punto, el libro se interrumpe, ya no prosigue, pero no termina de resolver lo suficiente como para producir el efecto de su conclusión.

     

    Me refiero a algo bien concreto, pero a la vez extraordinariamente desconcertante para Freud y que podemos resumir en esta pregunta: ¿qué culpa podría generar asesinar a Hitler o a Stalin?

     

    ¿No sería ese, más bien, un acto heroico?

     

    Pero entonces, ¿cómo es posible que el asesinato del padre arcaico produjera la culpa capaz de hacer emerger la cultura?

     


    Padre de la cultura vs. padre de la horda

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    Todo un callejón sin salida en el que se debate Freud.

     

    Pero, en tanto que se debate, es que está a pesar de todo buscando una salida.

     

    Es al trabajo de darle, al asunto, una salida o, si ustedes quieren, de retomar y proseguir con el asunto más allá de donde Freud hubo de interrumpirlo -pues estaba ya demasiado cerca de su propia muerte- a lo que les invito.

     

    Pero para ello, ya saben, no hay que apresurarse. Por el contrario: hay que analizar detenidamente el texto. Y, sobre todo, prestar detenida atención a sus contradicciones.

     

    Por cierto que esto es lo que no están acostumbrados a hacer. Es lógico, uno espera que un texto sea del todo coherente y tiende, por ello, mientras puede, a ignorar las contradicciones que encuentra en él.

     

    Pues bien: hagan todo lo contrario: solo cuando localicen y aíslen las contradicciones que el texto contiene sabrán lo que sucede en él.

     

    Lo que en él esta sucediendo.

     

    Porque todo gran libro es la crónica y la huella del tiempo real -y de la pasión- de la escritura que lo conforma.

    Va siendo hora de volver a The Searchers.

     

    Sólo añadiré, antes de dejar en suspenso este asunto aquí, un par de cosas.

     

    La primera, que el avance hacia la salida de ese callejón pasa, en mi opinión, por oponer al padre de la horda el padre de la cultura.

     

    Ciertamente, Freud no da ese paso…

     

    Pero solo en la medida en que no llega a sustantivizar esa noción, la de padre cultural, por oposición a ese otro padre, biológico pero no cultural, que es el padre de la horda.

     

    Pero, a la vez, de mil maneras, no cesa de apuntar en ese sentido. Hay muchos detalles en los que tal tensión se manifiesta. Volveremos sobre ellos. Mientras tanto les invito a que hagan por buscarlos.

     

    Hoy me limitaré a señalarles uno mayor: el que se manifiesta en lo que separa Tótem y Tabú de Moisés y la religión monoteísta: diferencia que es bien patente en sus mismos títulos.

     

    Pues el radio de reflexión del primero es el totemismo.

     

    El del segundo, en cambio, la religión monoteísta y su evolución hacia el cristianismo.

     

    Y es que el mismo Freud que pocos años antes, en El porvenir de una ilusión, describía la religión como e opio del pueblo, de pronto ha comenzado a percibir que la nueva barbarie, esa que aparece asociada al progreso, crece en relación directa con la desaparición de ese opio.

     

    Opio que, por eso mismo, aparece escrito entre comillas, como sugiriendo la posibilidad de que fuera algo más que opio, algo, por ejemplo, capaz de contener esa emergente barbarie -la idea ya está presente en el Malestar en la cultura– que, como les digo, es la evidente mayor preocupación que motiva el libro.

     

    Y bien, ¿es que acaso el Dios monoteísta, con la conquista de espiritualidad que supone, no es algo radicalmente opuesto al padre de la horda?

     

    Y por lo mismo: en Tótem y tabú no hay espacio alguno para un padre cultural.

     

    En cambio, en Moisés y la religión monoteísta está nada menos que… el propio Moisés.

     

    Y la otra y última cosa que les puedo decir hoy es que creo que la puerta de salida mayor de ese callejón sin salida que parece ser el Moisés y la religión monoteísta se encuentra aquí:

     


     

    Quiero decir: tanto en el Moisés de Miguel Ángel como en el ensayo de Freud de 1914 que lleva ese mismo nombre.

     

     

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