6. Cuestiones freudianas

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 21/10/2016 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

 

 

 

 

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A propósito de la verdad

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He recibido este mensaje de uno de ustedes:

 

«(… algo) me ha resultado muy llamativo en un discurso suyo en una entrevista que he visto, y es el proceso de deconstrucción y por lo tanto de pérdida de la Verdad o sentido de la Verdad en el psicoanálisis contemporáneo, así como en la sociedad (…). ¿Podría hacernos una introducción a este tema? Y ya que estamos frente a la película The Searchers, ¿podría decirse efectivamente que aquí la Verdad aún se sostiene? ¿En qué momento histórico y como consecuencia fundamental de qué causas o procesos más concretos en los que atañen a nuestro mundo actual se podría situar esta “brecha” cultural? ¿Hay durante la Historia de Occidente algún hecho comparable en este sentido? ¿Es posible restaurar esta Verdad en un mundo deconstruído? ¿y en el psicoanálisis? ¿Sustituye el relato imaginario la pérdida de sentido, y en esta dirección, es posible un imaginario que sostenga y dote de sentido la vida humana cuándo ha fallado la función simbólica en el plano colectivo? Si pensamos de forma radical podríamos decir que caminamos hacia la psicosis… o hacia el más puro automatismo?»

 

Comencemos por aquí:

 

«(… algo) me ha resultado muy llamativo en un discurso suyo en una entrevista que he visto, y es el proceso de deconstrucción y por lo tanto de pérdida de la Verdad o sentido de la Verdad en el psicoanálisis contemporáneo, así como en la sociedad (…). ¿Podría hacernos una introducción a este tema?»

Sobre estos asuntos, les remito aquí:

 

“Teoría de la verdad”, en Trama y Fondo. Lectura y Teoría del Texto, nº 14, 2003. Disponible aquí

 

“Sobre los verdaderos valores. De Freud a Abraham”, en Trama y Fondo nº 24, 2008. Disponible aquí

 

El primer texto pretende definir la noción de verdad, de una manera diferente a la habitual.

 

El segundo, se ocupa de la cuestión de la crítica de la noción de verdad en el pensamiento de la deconstrucción y trata de replantear la cuestión desde el psicoanálisis freudiano y de la particular aventura biográfica y analítica del propio Freud.

 

Por cierto que el Abraham al que remite el título no es, como suele pensarse, el psicoanalista alemán, sino el patriarca bíblico.

 

Y es que el texto reivindica la relación de la verdad con el Dios monoteísta partiendo de las intuiciones de Freud sobre ello y procurando dar algunos pasos más hacia adelante.

 

Con respecto a lo que sigue,

 

«¿En qué momento histórico y como consecuencia fundamental de qué causas o procesos más concretos en los que atañen a nuestro mundo actual se podría situar esta “brecha” cultural? ¿Hay durante la Historia de Occidente algún hecho comparable en este sentido?»

 

les diré, sintetizando en extremo, que, si nuestra civilización está vinculada en su origen al nacimiento del dios patriarcal y monoteísta, su desaparición podía resultar igualmente ligada a la muerte de este.

 

Y por lo que se refiere a la cuestión de la verdad, nada muestra de manera tan directa su relación con el Dios monoteísta como como el hecho de que el filósofo que procedió a la deconstrucción de la noción de la verdad fue el mismo que declaró la muerte de Dios.

 

De ello también se habla en el segundo artículo.

 

«¿Es posible restaurar esta Verdad en un mundo deconstruído? ¿y en el psicoanálisis? ¿Sustituye el relato imaginario la pérdida de sentido, y en esta dirección, es posible un imaginario que sostenga y dote de sentido la vida humana cuándo ha fallado la función simbólica en el plano colectivo? Si pensamos de forma radical podríamos decir que caminamos hacia la psicosis… o hacia el más puro automatismo?»

 

Y dado que el Dios patriarcal y monoteista es el respaldo antropológico de la función simbólica del padre, a mí se me hace cada vez más evidente que el desorden simbólico producido por la muerte de Dios y la caída del padre es el motivo central que ha provocado que las perversiones y la psicosis hayan pasado a ocupar en la segunda mitad del siglo XX el lugar que la neurosis ocupaba entre los malestares psíquicos del siglo XIX.

 

Pueden encontrar una reflexión de fondo de sobre ello aquí:

 

“El oscuro retorno de la Diosa”, en Trama y Fondo, Lectura y Teoría del Texto nº 39, 2015, Madrid. (www.gonzalezrequena.com, textos en pdf/Psicoanálisis)

 

«Y ya que estamos frente a la película The Searchers, ¿podría decirse efectivamente que aquí la Verdad aún se sostiene?»

 

Y por lo que se refiere a la cuestión de The Searchers, mi respuesta es afirmativa.

 

De hecho, lo encontraran argumentado, y precisamente en oposición al discurso nietzscheano, en la última sesión del año pasado.

 

Por lo demás, si leen el primero de los artículos, Teoría de la verdad, verán que ya entonces empleaba precisamente esta película para argumentar la noción de verdad subjetiva.

 

Allí se argumenta que la verdad no tiene nada que ver con la objetividad, dado que su estructura, propiamente enunciativa, es la de la promesa: verdad es la promesa cumplida.

 

 


Deseo de la verdad y pulsión de muerte

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En relación directa con esta cuestión está esta otra que he recibido también esta semana:

 

«¿Por qué embarcarse en un ejercicio que puede perjudicar la relación del autor con su propia “patria” en un momento histórico en el que ese pueblo (incluido él) más necesita la unión y cohesión?

«Esta cuestión me lleva a preguntarme por diferentes artistas, escritores, pensadores, investigadores, cineastas… que a lo largo de la historia han decidido publicar obras que sabían que perjudicarían su carrera, su imagen, su integridad física… ¿Qué se produce en aquéllos que por la necesidad de expresar una determinada cuestión son capaces de poner en peligro, su trayectoria, su libertad…? ¿Podemos hablar de pulsión ante esta conducta?»

 

Se trata de una cuestión ciertamente mayor.

 

¿Cuál es la dinámica y la energética -por expresarnos en términos freudianos- que sostiene el compromiso con la verdad?

 

Pero es demasiado pronto para responder a ella. No quiero decir que llegue demasiado pronto, por el contrario. Corresponde ya formularla y mantenernos, en lo que sigue, tensionados por ella.

 

Algo podemos, en todo caso, decir sobre ello: que el deseo de la verdad, la pasión por el saber, se sitúa de manera directa en el ámbito de esa región que Freud ha designado bajo la noción, todavía confusa, de pulsión de muerte.

 

Y por eso, ¿qué mejor que The Searchers y el Moisés y la religión monoteísta para avanzar en su exploración?

 

 


La herencia arcaica

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Y una tercera cuestión, referida al Moisés y la religión monoteísta:

 


 

«En el apartado “E – Dificultades” de la 3ª parte, aparecen varias referencias a lo que Freud llama “herencia arcaica”. (…)

«Freud habla de “huellas mnemónicas de las vivencias de generaciones anteriores”. Aquí me surge la duda de qué entendemos por “huellas mnemónicas” y hasta qué nivel de concreción llegarían éstas. Dicho de otra manera, ¿es que estas huellas pueden ir más allá de provocar una tendencia u orientación en el individuo y llegar a hacer que éste conciba una idea concreta determinada? Pregunto porque cuanto más concreta sea esa “huella mnemónica” más se me parece a algo similar a un recuerdo (que el individuo no puede tener porque no vivió él la escena originaria), una imagen del pasado, con elementos concretos, y eso es algo que, a priori, debo confesarle, se me antoja poco verosímil y me hace pensar que quizás no he entendido bien algo de esto.»

 

Versa sobre la peliaguda cuestión de la herencia arcaica.

 

Pienso que la lectura realizada es correcta.

 

Freud recurre a una hipótesis para mí también insostenible: la idea de la herencia no solo de disposiciones, sino de contenidos, de huellas mnémicas.

 

Hasta donde se me alcanza, nada la sostiene.

 

Pero lo importante, en el análisis textual, no es nunca estar o no de acuerdo con algo, sino plantearse qué lugar ocupa, cuál es la función de ese enunciado en el texto en el que aparece.

 

 


El asesinado del padre primordial

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Y bien, Freud sostiene que esa huella, que concibe como traumática -el asesinado del padre primordial- explicaría la fuerza con la que se afirma, al modo del retorno de lo reprimido, la religión monoteísta.

 

Es su manera de aferrarse a la hipótesis mayor de Tótem y Tabú. Pero es también, no lo pierdan de vista, su manera de conceder un lugar al pecado original cristiano.

 

Ese crimen, ese pecado original, y la culpa que lo acompaña -la conciencia del pecado-. sería el fundamento mismo de la cultura.

 

Pues lo que está en juego para Freud en el texto es el origen mismo de la cultura, que habría nacido, en el totemismo, como el efecto de la culpa generada por ese crimen.

 

Observen, pues, se lo señalo de paso, la diferencia mayor entre Levi-Strauss y Freud.

 

Pues Levi-Strauss toma de Freud la idea de que la prohibición del incesto constituiría el punto de inflexión entre la naturaleza y la cultura.

 

Pero no incorpora lo que en Freud aparece como su motivo primero: ese paquete indisociable que es el del crimen primordial y la culpa que genera y que hace de la culpa -esto es lo que Levi-Strauss omite- el fundamento de la cultura cuya primera manifestación es la prohibición del incesto.

 

Y es que, si el estructuralismo levi-straussiano se conforma con constatar la presencia de la regla como pieza de la estructura social, Freud, para quien el punto de vista es no solo estructural, sino también dinámico y energético, necesita explicarse de dónde procede la energía que sostiene esa regla.

 

Y más que eso: necesita responder al asunto que el estructuralismo siempre omite: el del origen, el del cómo y por qué ello llegó a suceder.

 

En suma: ¿cómo pudo surgir la cultura? y así, para él, lo que sostiene la regla que hace la cultura es la culpa generada por el asesinato del padre.

 

¿Tuvo lugar tal asesinato?

 

Sin duda.

 

Rebeliones contra el amo ha habido siempre y, cuando se han saldado con la victoria, ésta ha concluido las más de las veces en su asesinato.

 

Les ofrezco dos ejemplos de ello bien recientes de los que Freud no habla: la muerte de Luis XVI tras la revolución francesa o la del zar tras la revolución soviética -por cierto que en ambos casos los asesinatos alcanzaron a sus familias respectivas.

 

Y por cierto que ambos fueron ejemplos relevantes porque esas muertes no se produjeron en el primero momento, en el torbellino, digámoslo así, de la rebelión, sino que solo llegaron más tarde, con dificultad, como si una oscura compulsión se abriera paso contra toda resistencia racional, dada la evidente desposesión de poder de las víctimas e incluso de su irrelevancia personal -ciertamente, nada tenían de grandes hombres esos dos reyes asesinados.

 

Ahora bien, ¿es necesario postular una herencia arcaica para explicar la reiteración de tales asesinatos?

 

Por mi parte, no lo veo necesario. Creo que basta con la noción de pulsión para explicar la tendencia natural del ser humano hacia el asesinato -del padre o de cualquier otro ser humano.

 

Pero mi opinión es lo de menos. Y, en todo caso, les insisto: lo que le importa a Freud no es tanto el origen de la idea de Dios como el origen del sentimiento de culpa.

 

Si se ocupa de Dios, es llevado a ello por su intuición de que sin él en sentimiento de culpa resulta incomprensible.

 

 


La desaparición del sentimiento de culpa la amenaza totalitaria

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Y es que, como les vengo diciendo, en mi opinión, el motivo esencial del Moisés y la religión monoteísta es la constatación, en el mundo que le es contemporáneo, de la desaparición del sentimiento de culpa, percibido por Freud como el principal dique capaz de frenar la agresividad humana.

 

Eso es lo que le lleva a plantearse de nuevo la cuestión del origen de la culpa.

 

Muy exactamente de eso es de lo que habla en la Advertencia preliminar del III ensayo, fechada en Viena 1938:

 

«Vivimos en una época muy curiosa. Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie. En la Rusia soviética se han lanzado a la empresa de elevar a unos cien millones de seres humanos, mantenidos en la sofocación, hasta formas de vida mejores. Se tuvo la osadía suficiente para quitarles el “opio” de la religión, y se fue lo bastante sabio para concederles una medida razonable de libertad sexual. Pero, en cambio, se los sometió a la compulsión más cruel, y se les arrebató toda posibilidad de pensar libremente. Con parecida violencia, el pueblo italiano es educado para el orden y el sentimiento del deber. Uno se siente casi aliviado de una aprehensión oprimente viendo, en el caso del pueblo alemán, que la recaída en una barbarie poco menos que prehistórica puede producirse sin apuntalamiento en ideas progresistas. Comoquiera que fuese, las cosas se han plasmado de tal suerte que hoy las democracias conservadoras se han convertido en las guardianas del progreso cultural…»

 

Como ven, Freud habla con asombro de la nueva combinación de progreso y barbarie que se manifiesta en su tiempo -Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie.

 

La Rusia soviética aparece como su encarnación: la eliminación del opio de la religión y la concesión de la libertad sexual -tales serían las manifestaciones del progreso- aparecen asociadas a la más extrema y bárbara violencia: la de arrebatar al individuo toda posibilidad de pensar libremente.

 

Lo que para Freud es tanto como su aniquilación como sujeto.

 

A lo que hay que añadir que la idea de que la libertad sexual resolvería los problemas de la cultura era algo que Freud ya había descartado plenamente en El malestar en la cultura.

 

Tengan en cuenta, por lo demás, que en la Europa de los años veinte y treinta, es decir, la que se sitúa entre esas dos hecatombes que fueron la primera y la segunda guerra mundial, se experimentó un notable liberalismo en las costumbres.

 

Seguro que ustedes han oído hablar de los felices años veinte.

 

El asunto es que a finales de los años treinta, Freud tenía una muy clara percepción de la amenaza totalitaria, que para él presenta la doble cara del comunismo y del nazismo.

 

 


Una barbarie poco menos que prehistórica

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Pues independientemente de las ideas progresistas que acompañen a uno o a otro, ambos comparten, escribe, una barbarie que es casi prehistórica.

 

Y es necesario conceder a esta expresión, la de una barbarie poco menos que prehistórica, toda su importancia.

 

Pues en ella el adjetivo prehistórica no es una mera forma de enfatizar lo bárbaro de esa barbarie.

 

Por el contrario. Si hay que tomársela en serio es por el sustantivo que convoca y que desempeña en el ensayo que así se introduce un papel de primera importancia. Me refiero a la prehistoria misma, pues es en la prehistoria donde se sitúa ese crimen primordial a partir del cual, en opinión de Freud, emergió la cultura.

 

Permítanme una interpretación, es decir, un paso más a partir de lo que Freud dice pero que, creo, es del todo congruente con ello: si se abre la posibilidad de una barbarie prehistórica, lo que se abre es, simultáneamente, la posibilidad misma del fin de la cultura.

 

Y eso es lo que hace tan urgente para Freud la necesidad de pensar como la cultura pudo nacer.

 

Pues contempla la posibilidad del retorno al tiempo de la violencia bárbara e irrestricta del padre de la horda: ¿y acaso las figuras de Hitler y Stalin no son concebibles sobre su modelo en la misma medida en qu reclamaron para sí un poder absoluto no limitado por ley alguna?

 

Lo primero me parece evidente: barbarie a parece en oposición a cultura tanto como prehistoria aparece en oposición a historia.

 

Y ciertamente, si en el libro Freud trata de explicarse como pudo surgir la cultura es porque se da cuenta de la posibilidad de su extinción.

 

Lo segundo, en cambio, es un paso que sin duda Freud tiene en la mente pero que, a la vez, no puede dar.

 

Por muchos motivos.

 

El primero de los cuales es debido a que el padre, en Freud, es el fundamento del superyó y la referencia de la ley, mientras que el padre de la horda, como Hitler y Stalin, son la negación de toda ley.

 

Así, lo leen ustedes muchas veces en el libro, ese Moisés del que se dice que es un gran hombre, un héroe, es identificado, simultánea e insistentemente, como una figura paterna para su pueblo.

 

Y más adelante, Jesucristo aparece como una nueva figura de esa misma estela.

 

Y el segundo motivo está en relación con una idea que debió parecérsele a Freud inevitablemente cuando escribía el libro y que muy seguramente fue el otro de de los motivos centrales de su enmarañamiento y de su imposibilidad de acabarlo -pues en rigor hay que decir que, llegado cierto punto, el libro se interrumpe, ya no prosigue, pero no termina de resolver lo suficiente como para producir el efecto de su conclusión.

 

Me refiero a algo bien concreto, pero a la vez extraordinariamente desconcertante para Freud y que podemos resumir en esta pregunta: ¿qué culpa podría generar asesinar a Hitler o a Stalin?

 

¿No sería ese, más bien, un acto heroico?

 

Pero entonces, ¿cómo es posible que el asesinato del padre arcaico produjera la culpa capaz de hacer emerger la cultura?

 


Padre de la cultura vs. padre de la horda

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Todo un callejón sin salida en el que se debate Freud.

 

Pero, en tanto que se debate, es que está a pesar de todo buscando una salida.

 

Es al trabajo de darle, al asunto, una salida o, si ustedes quieren, de retomar y proseguir con el asunto más allá de donde Freud hubo de interrumpirlo -pues estaba ya demasiado cerca de su propia muerte- a lo que les invito.

 

Pero para ello, ya saben, no hay que apresurarse. Por el contrario: hay que analizar detenidamente el texto. Y, sobre todo, prestar detenida atención a sus contradicciones.

 

Por cierto que esto es lo que no están acostumbrados a hacer. Es lógico, uno espera que un texto sea del todo coherente y tiende, por ello, mientras puede, a ignorar las contradicciones que encuentra en él.

 

Pues bien: hagan todo lo contrario: solo cuando localicen y aíslen las contradicciones que el texto contiene sabrán lo que sucede en él.

 

Lo que en él esta sucediendo.

 

Porque todo gran libro es la crónica y la huella del tiempo real -y de la pasión- de la escritura que lo conforma.

Va siendo hora de volver a The Searchers.

 

Sólo añadiré, antes de dejar en suspenso este asunto aquí, un par de cosas.

 

La primera, que el avance hacia la salida de ese callejón pasa, en mi opinión, por oponer al padre de la horda el padre de la cultura.

 

Ciertamente, Freud no da ese paso…

 

Pero solo en la medida en que no llega a sustantivizar esa noción, la de padre cultural, por oposición a ese otro padre, biológico pero no cultural, que es el padre de la horda.

 

Pero, a la vez, de mil maneras, no cesa de apuntar en ese sentido. Hay muchos detalles en los que tal tensión se manifiesta. Volveremos sobre ellos. Mientras tanto les invito a que hagan por buscarlos.

 

Hoy me limitaré a señalarles uno mayor: el que se manifiesta en lo que separa Tótem y Tabú de Moisés y la religión monoteísta: diferencia que es bien patente en sus mismos títulos.

 

Pues el radio de reflexión del primero es el totemismo.

 

El del segundo, en cambio, la religión monoteísta y su evolución hacia el cristianismo.

 

Y es que el mismo Freud que pocos años antes, en El porvenir de una ilusión, describía la religión como e opio del pueblo, de pronto ha comenzado a percibir que la nueva barbarie, esa que aparece asociada al progreso, crece en relación directa con la desaparición de ese opio.

 

Opio que, por eso mismo, aparece escrito entre comillas, como sugiriendo la posibilidad de que fuera algo más que opio, algo, por ejemplo, capaz de contener esa emergente barbarie -la idea ya está presente en el Malestar en la cultura– que, como les digo, es la evidente mayor preocupación que motiva el libro.

 

Y bien, ¿es que acaso el Dios monoteísta, con la conquista de espiritualidad que supone, no es algo radicalmente opuesto al padre de la horda?

 

Y por lo mismo: en Tótem y tabú no hay espacio alguno para un padre cultural.

 

En cambio, en Moisés y la religión monoteísta está nada menos que… el propio Moisés.

 

Y la otra y última cosa que les puedo decir hoy es que creo que la puerta de salida mayor de ese callejón sin salida que parece ser el Moisés y la religión monoteísta se encuentra aquí:

 


 

Quiero decir: tanto en el Moisés de Miguel Ángel como en el ensayo de Freud de 1914 que lleva ese mismo nombre.

 

 

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