10. El amor a la verdad y el repudio de lo femenino

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 11/11/2016 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

 

 

 

 

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Sobre el odio y otros sentimientos

 


 

Me ha llegado este mensaje:

 

 

«(en) la película (…) hay momentos en que aparece un odio político contra los indios y aparece precisamente en el Héroe-Ethan, odio en estado puro, descontrolado y permanente, anclado; diferente al odio de Brad que momentáneamente queda fuera de sí y comete la locura de suicidarse. Pero es quizá esta fisura de Ethan lo que lo hace humano y creíble. Entonces, lo que quiero plantear es precisamente el tema de los sentimientos, de los que se habla muy poco en el psicoanálisis y en el análisis textual. Quizá porque este tema sea delegado al territorio teórico de la psicología. Porque está claro que están relacionados con la pulsión, con lo real, que hay movilizaciones fisiológicas en los sentimientos. ¿Cómo encajan en el Lenguaje? Está claro que no se articulan en el puro código saussuriano, que entran en el terreno del Sujeto. Pero ¿cómo?»

 

No hay duda. Odio, haberlo, haylo.

 

Y periódicamente pasa a primer plano.

 

Y aunque su encarnación mayor pasa por la figura de Ethan, alcanza incluso a los personajes en principio más alejados de ese sentimiento.

 



 

Creo que hoy tendremos ocasión de detenernos en ello, aunque pienso las imágenes que les anticipo que son lo suficientemente expresivas.

 

Ahora bien, no diría yo que fuera un odio político.

 

¿Por qué? Porque los textos que gestionan el odio desde una orientación política son unidireccionales: los odiosos son siempre ellos, los otros, el enemigo.

 

Los nuestros, en cambio, son amables, amorosos.

 

Pero nada de eso hay en The Searchers, como lo prueba dos hechos: el primero que percibamos a distancia y con incomodidad el odio de Ethan; el segundo, que, llegado el momento,

 


 

percibimos un odio simétrico de los indios, cuyas motivaciones nos resultan, finalmente, tan convincentes como las de los blancos.

 

Establecida esta corrección, me parece oportuna la diferenciación entre el odio


 

de Ethan y el de Brad.

 

 

El odio de Brad es tan frágil como el propio Brad. Y así, como saben, Brad, sencillamente, se rompe.

 

Lo realmente interesante, en el film, es el odio de Ethan por lo que tiene, precisamente, de puro, permanente -aunque yo no diría descontrolado, sino, en cambio, macizo.

 

De hecho, si lo piensan bien, deberán reconocer que Ethan no se descontrola jamás.

 

No digo que no haga cosas crueles -como disparar sobre los heridos indios, o aniquilar los bisontes de los que se alimentan- pero esas cosas, desde el punto de vista de los objetivos hacia los que su odio apunta, resultan en todo momento eficaces, cosa que no sucedería si se tratara de actos descontrolados.

 

¿Eso le humaniza? No creo que esa sea la cuestión.

 

Entre otras cosas, porque no hay tal fisura. Insisto: su odio es macizo.

 

Y eso es lo que le da ese poder, lo que le confiere esa potencia extraordinaria que nos asombra pero que, a la vez, nos resulta convincente.

 

Lo que ya no veo es que no hablemos de sentimientos. Creo, más bien, que aquí lo hacemos todo el tiempo: solo que interrogando su intensidad y su verdad -que es a la vez pulsional y deseante.

 

No quedan para la psicología, entre otras cosas porque en psicoanálisis no es viable la diferenciación entre lo cognitivo y lo emotivo, no porque no exista una autonomía de lo cognitivo -eso es precisamente lo semiótico-, sino porque el psicoanálisis concibe todo proceso cognitivo humano como cargado pulsionalmente y orientado en términos de deseo.

 

 


Freud: el amor por la verdad

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Les decía el otro día que este es un buen momento para retomar, en una situación bien concreta, el tema de la verdad.

 

Los que, a raíz del comentario que hice en su momento sobre el asunto, se hayan tomado la molestia de leer mi artículo sobre la teoría de la verdad, quizás encuentren dificultades para conectarlo con la verdad de la que Freud habla en la última parte de su obra.

 

Que es, por cierto, la parte en la que más insistencia hace en la verdad como su ideal -recordémoslo de paso: a diferencia de los deconstructivos para los que todo ideal es imaginario Freud no tiene ningún reparo en hacer suyo el sentido noble de esta palabra: ideal, divisa mayor.

 

 


 

 

«no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño.»

[Freud: (1937) Análisis terminable e interminable]

 

Por cierto, vean hasta que punto los términos en los que formula la cuestión Freud son netamente pasionales -y donde hay pasión, es que hay emoción, pero emoción de verdad, pues no deben perder de vista que hay muchas emociones falsas-, habla del amor por la verdad.

 

Les decía yo en su momento que la verdad no era la objetividad. Que la verdad era, por contra, el compromiso del sujeto con su palabra y que por eso su estructura era la de la promesa.

 

Les parecerá muy diferente lo que dice Freud. Y lo es, sin duda, pero no tanto. En mi opinión al menos, no hay contradicción entre lo uno y lo otro.

 

Bien por el contrario. Voy a intentar mostrarles que sólo doy un paso más allá, congruente con la posición freudiana.

 

Observen que Freud no dice que la verdad sea la realidad objetiva. Lo que dice es que la verdad es el reconocimiento de la verdad objetiva.

 

Lo que significa -disculpen que me repita- que la verdad no es, en sí misma, la realidad objetiva, sino una posición del sujeto frente a ella: la de quien la afronta sin ilusiones ni engaños.

 

En suma: la verdad aparece aquí como un compromiso en la palabra frente a lo real.

 

 

No olviden, por lo demás, que Freud está hablando del vínculo analítico.

 

Se trata de una idea esencial para él: el análisis sólo es posible en esa dimensión de la verdad, De modo que su dimensión, la del análisis, es, por tanto, eminentemente ética.

 

Y esa ética es una ética de la verdad.

 

Insisto, pues conviene recordarlo frente a las mistificaciones lacanianas: una ética de la verdad, no una ética del deseo.

 

A ese propósito doy por hecho que la lectura del Moisés y la religión monoteísta les vacunará contra esa fantasía posmoderna.

 

Pues ahí -como, por lo demás, en El malestar en la cultura– se lee una y otra vez que la cultura solo es posible por la renuncia a lo pulsional -este es, por cierto, el título de uno de los capítulos, el D, de la Parte II del III Ensayo, de modo que es difícil ignorarlo -para quien lee, claro está.

 

Pero es sabido que se lee realmente mucho menos de lo que se dice leer.

Y bien, la historia de esa renuncia a lo pulsional que funda la espiritualidad, la ética y la justicia, piensa Freud, está esencialmente ligada a la aparición de la idea del Dios monoteísta:

 

 

«Una parte del pueblo había recibido del Moisés egipcio otra representación de Dios, más espiritualizada: la idea de una deidad única, abarcadura del universo entero, que a todos ama y es omnipotente; enemiga de todo ceremonial y todo ensalmo, ella fija a los hombres como meta suprema una vida en verdad y en justicia. En efecto, (…) no puede ser irrelevante que Ikhnatón se califique de manera regular en sus inscripciones como “el que vive en Maat” (verdad, justicia).»

[Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta]

 

Tal es la reflexión de Freud precisamente en la década -lo repetiré una vez más- en la que cae toda restricción pulsional y los europeos se disponen a entregarse al goce extremo de sacrificios humanos masivos.

 

 


La desautorización de la feminidad

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Quizás les parezca que esto que les estoy planteando tenga poco que ver con el punto del film en el que nos encontramos.

 

Pero no es así. Pues la cita que les he presentado se encuentra en el capítulo VII de Análisis terminable e interminable, muy poco antes de que comience el breve capítulo final, el VIII, que habla de la roca dura

 

 

«A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la “roca de base” y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad.»

[Freud: (1937) Análisis terminable e interminable]

 

-la roca base, traduce Etcheverry- de todo análisis y que consiste en el enigma de la sexualidad.

 

Enigma que, previamente, ha presentado así: el analista se siente, dice, predicando en el vacío cuando intenta explicar a sus pacientes femeninos que su deseo del pene es irrealizable tanto como cuando pretende hacer comprender a sus pacientes masculinos que aceptar una posición pasiva no siempre tiene el significado de la castración.

 

Esos son los dos aspectos de la roca dura de la sexualidad que Freud reúne bajo el concepto de desautorización de la feminidad.

 

¿Les choca el concepto? Probablemente, pero no debiera hacerlo si se pararan a pensar en el asunto.

 

Les invito a que ensayen a mirarlo desde este punto de vista: nunca como hoy en día, en nuestro presente inmediato, ha llegado más lejos la desautorización de la feminidad, es decir, el repudio de la pasividad.

 

Con la colaboración, dicho sea de paso, de buena parte de los discursos feministas -adviertan, eso sí, que no digo todos.

 

Les pondré un sólo ejemplo: si hay un tópico que se ha impuesto en el discurso pedagógico moderno -y que se inyecta masivamente en los niños desde que entran en el sistema escolar-: el que sostiene que la pasividad es mala, que sólo la posición activa es la saludable.

 

Desautorización de lo femenino que es también desautorización de lo real.

 



 

¿Por qué Look es el nombre radical de la mujer en The Searchers? No hay duda: porque es el nombre de lo indio de la mujer.

 

Que aparece ahí algo difícilmente manejable, algo potencialmente insoportable, es algo que el film afrontará sin tapujo alguno:

 





 

La más descarnada risa de Ethan anuncia que él sabe de eso.

 



•Ethan: (laughs) You know, that’s grounds for divorce


•Ethan: in Texas.

 

Ciertamente, es fácil llegar al divorcio.

 

En Texas y en cualquier otro sitio.

 


 

Dado que en el matrimonio lo que se debe gestionar es el afrontamiento de la roca dura de lo real, tal y como emerge en el cuerpo del otro.

 

Y ven ustedes como las más broncas rocas rodean a nuestra desolada pareja.

 

La de arriba podría caer sobre ellos en cualquier momento.

 


 

Martin no puede soportarlo.

 



 


•Laurie: Now, lookie here, Martin Pawley, l’m a woman.

 

Les hablaba de eso real que late bajo la noción de desautorización de lo femenino, y de lo que nadie quiere saber nada.

 


La verdad vs las ilusiones del deseo

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Y es que, como ustedes ya saben, porque lo han leído,

 

«No se ha demostrado en otros campos que el intelecto humano posea una pituitaria particularmente fina para la verdad, ni que la vida anímica de los hombres muestre una inclinación particular a reconocer la verdad. Antes al contrario, hemos experimentado que nuestro intelecto se extravía muy pronto sin aviso alguno, y que con la mayor facilidad, y sin miramiento por la verdad, creemos en aquello que es solicitado por nuestras ilusiones de deseo.»

«[Freud: (1934-1938) Moisés y la religión monoteísta]

 

los hombres no quieren saber gran cosa de la verdad.

 

Por el contrario: prefieren engañarse con las ilusiones de su deseo.

 

Y las mujeres también, desde luego.

 

Sólo que a ellas les ha tocado chocar antes y de manera más inapelable con la realidad de la castración.

 

De ahí que look sea su reclamo mayor a los hombres: ¿Serás capaz de mirar? ¿Serás capaz de mirarme?



 

¿Serás, llegada la hora de la verdad, capaz de sostener la mirada o intentarás deshacerte brutalmente de mí para refugiarte en la ilusión de tu deseo con la que quieres recubrirme y así ignorar mi dimensión de ser real?

 

No tienen más que pensar, por ejemplo, en la figura de Don Juan. Un varón que huye de cada mujer en la siguiente, para tratar de conservar, contra toda realidad, la ilusión de su deseo.

Se dan cuenta ahora, espero, de lo que quiere decir mi afirmación de que la mujer reclama un héroe, un varón capaz de sostener la mirada ante lo real.

 

Reclama, pues, su promesa de que será capaz, y reclama, sobre todo, la verdad de esa promesa.

 

Concluiré esta reflexión sobre el asunto de la verdad llamándoles la atención sobre el hecho de que nos encontramos ante un problema gnoseológico mayor -y éste es, por cierto, el otro tema no resuelto en Moisés y la religión monoteísta– ¿cómo es posible pasar del natural rechazo de los hombres a la verdad

 

 

«No se ha demostrado (…) que la vida anímica de los hombres muestre una inclinación particular a reconocer la verdad. Antes al contrario, hemos experimentado que nuestro intelecto se extravía muy pronto sin aviso alguno, y que con la mayor facilidad, y sin miramiento por la verdad, creemos en aquello que es solicitado por nuestras ilusiones de deseo.»

 

a su compromiso con ella?

 

 

«no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño.»

 

Y bien, también ahí todo parece indicar que la emergencia histórica del Dios monoteísta desempeña una función necesaria.

 

Y me refiero a Dios, no al padre de la horda. Es decir: me refiero a ese Dios patriarcal que es el soporte simbólico del padre cultural -cuya figura emblemática es, lo recordaré de nuevo, la de San José.

 

 

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