8. Del padre de la horda al Dios patriarcal

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 04/11/2016 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

 

 

 

 

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Cultura y barbarie, Historia y prehistoria

 

Una nueva pregunta me ha llegado esta semana:

 

Freud: Moisés y la religión monoteísta]
Según entendí en la última sesión y al leer el libro de Freud, este establece una oposición clara entre prehistoria y cultura, entendiendo la primera como barbarie y la segunda como el estado en el cual ya se ha establecido una renuncia de lo pulsional. (…) ¿si la cultura es el soporte que Freud utiliza como sostén al caos de lo pulsional, no sería pertinente calificar a la prehistoria como cultura? ¿Esto no podría replantear la idea del dios patriarcal como sine qua non de la cultura al existir estas estrategias de renuncia en sociedades tanto matriarcales como patriarcales y que jugarían en la “liga del totemismo-animismo”?

 

«Por otro lado me gustaría plantear algunas dudas sobre la idea de Bataille de la bestia “diosa madre” como origen de la religiosidad humana en el paleolítico superior. Pese a que esta idea me parece sumamente sugerente y podría coincidir con la hipotética importancia de las representaciones femeninas en momentos ya anteriores a la aparición del homo sapiens como especie, formulada por autores como Bednarik en las interpretaciones traceológicas de piezas como la Venus de Tan-tan, parece que el marco de representaciones para hablar de una preponderancia de la figura matriarcal en el sentido de Bachofen y además en el plano metafísico hace aguas al llegar al Paleolítico superior y a las fases de mayor desarrollo del arte parietal y mueble donde las representaciones de lo masculino y lo femenino se ponen en continuo conflicto pero son indisolubles en la estructura como ya formulara Leroi-Gourhan.

 

«Mi pregunta es ¿podríamos aplicar este origen de la deidad matriarcal bestializada e omnipotente a la prehistoria factica o a un momento de desarrollo de la religión más avanzado en la antigüedad oriental como usted formula en la relación de Saray con la divinidad y la autoridad?»

 

Lamento haber omitido parte de la argumentación -ustedes ven ahí los puntos suspensivos-, porque contiene justas indicaciones en favor de la idea propuesta.

 

Pero, como ven, resultaba ya demasiado larga. Y sobre todo porque no son necesarias ahora, dado que comparto lo afirmado aquí y en nada lo considero contradictorio con lo dicho entonces, hechas, eso sí, un par un de puntualizaciones.

 

La primera afecta a la oposición cultura / prehistoria: una oposición clara entre prehistoria y cultura, entendiendo la primera como barbarie y la segunda como el estado en el cual ya se ha establecido una renuncia de lo pulsional.

 

Quizás no me expresé con suficiente claridad.

 

El caso es que yo no hablaba, a la hora de ocuparme del notable fragmento de la Advertencia preliminar del 38 al III Ensayo de Moisés y la religión monoteísta, de la oposición prehistoria / cultura, sino de dos oposiciones simultáneas que daban su sentido a las afirmaciones de Freud: la oposición barbarie y cultura y la oposición prehistoria / historia.

 

Era en el contexto de estas dos oposiciones en el que encontraba toda su significación el enunciado de Freud sobre la aparición de una barbarie casi prehistórica.

 

Hablar de una barbarie casi prehistórica significaba señalarla próxima a la barbarie arcaica hipotetizada por Freud en la prehistoria.

 

Pero esto no significa que la prehistoria sea, para Freud, identificable con la barbarie. Significa tan sólo que coloca en un momento de la prehistoria -pero en uno muy lejano- el asesinato del padre de la horda.

 

De modo que Freud no identifica barbarie con prehistoria.

 

En su libro se percibe bien que utiliza la tradicional diferenciación de la prehistoria y la historia en función a la aparición de la escritura.

 

Desde que hay escritura -desde que hay testimonio documental escrito- hay historia. Pero la cultura ha empezado necesariamente mucho antes.

 

 


Del padre de la horda al Dios patriarcal

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Y vayamos a la segunda puntualización –la idea del dios patriarcal como sine qua non de la cultura.

 

Freud no coloca al Dios patriarcal en el comienzo de la cultura. Lo que coloca allí es el asesinato del padre de la horda, origen, piensa él, del totemismo.

 

El Dios patriarcal sólo aparecerá -eso sí: como retorno de lo reprimido     relativo al padre de la horda asesinado- muchísimos siglos después: ya saben, en tiempos de Amenhotep IV, Ikhnatón o Akhenatón, como prefieran.

 

Y ciertamente en ese largo periodo el propio Freud coloca de todo:

 

 

«El progreso que sigue al totemismo (…) Los animales son remplazados por dioses humanos cuyo origen en el tótem no se oculta. Unas veces el dios es figurado todavía como un animal o, al menos, con rostro zoomorfo; otras, el tótem se convierte en el compañero predilecto del dios, inseparable de él; y otras, aún, en la saga el dios mata a ese mismo animal, pese a que este era su estadio anterior. En un punto de este desarrollo (…) aparecen grandes deidades maternas, es probable que con anterioridad a los dioses masculinos, y luego se mantienen largo tiempo junto a estos últimos. (…) Las divinidades masculinas aparecen primero como hijos varones junto a la Gran Madre, y sólo después cobran los rasgos nítidos de figuras paternas. Estos dioses masculinos del politeísmo espejan las constelaciones de la época patriarcal. Son numerosos, se limitan unos a otros, en ocasiones se subordinan a un dios superior. Y bien; el paso siguiente nos lleva al tema que aquí nos ocupa, el retorno de un dios-padre único, que gobierna sin limitación alguna.»

[Freud: Moisés y la religión monoteísta]

 

Dioses animales, dioses mitad humanos mitad animales, diosas maternas, conjuntos politeístas…

 

Entre esos dos extremos tan alejados es de suponer se idearan y se ensayaran -es decir: se pusieran en práctica- todo tipo de reglas culturales, o, para volver al campo conceptual freudiano en el que muy correctamente se sitúa la pregunta, de restricciones pulsionales.

 

Y hay que añadir: muchas que hoy consideraríamos extraordinariamente bárbaras.

 

Por ejemplo: la contención de la violencia dentro de la propia nación y la convocatoria a la aniquilación total de la nación enemiga.

 

En el tercer artículo al que les remitía el otro día, presentaba ejemplos de ello procedentes tanto de la Ilíada como del Antiguo Testamento, donde esa regla se manifestaba con especial virulencia.

 

Es decir: como una llamada al goce ilimitado en la aniquilación del otro.

 

Formas de barbarie casi prehistórica, decía Freud, y les llamo ahora la atención sobre el casi, porque, de hecho, los ejemplos de los que les hablo son casi prehistóricos en el sentido literal: fueron primero relatos mitológicos que se transmitieron verbalmente hasta que, en un determinado momento, alguien los convirtió en escritura.

 

Y claro está, la escritura acompañó desde el primer momento los holocaustos nacionalsocialista y estalinista que practicaron precisamente el mismo tipo de restricción-gestión pulsional.

 

O piensen si no en la regla que prohíbe toda violencia hacia los superiores a la vez que autoriza toda violencia sobre los inferiores y ello en un grado progresivo según se desciende en la escala social hasta llegar a la numerosa clase de esclavos a la que se le puede hacer todo.

 

 


La novedad del Dios monoteísta

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Les digo todo esto para que no pierdan el punto de vista histórico, quiero decir, para que atiendan a la larguísima historia que va de las primeras reglas de restricción pulsional hasta la aparición de algo tan insólito como esa divinidad ética que es el Dios Monoteísta.

 

Porque miren, los dioses griegos, sin ir más lejos, no eran para nada, como todo el mundo sabe, dioses éticos.

 

Para mí, la idea más fecunda del Moisés es la clara percepción de la novedad que supone ese Dios único, en tanto desimaginarizado y espiritualizado y, en esa misma medida, ético.

 

«La religión que se ha iniciado prohibiendo hacer imágenes de Dios se desarrolla cada vez más, en el curso de los siglos, como una religión de la renuncia de lo pulsional. No era que exigiese la abstinencia sexual; se conformaba con una restricción marcada de la libertad sexual. Pero Dios es apartado por completo de la sexualidad y enaltecido al ideal de una perfección ética.»

[Sigmund Freud: (1939) Moisés y la religión monoteísta]

 

De hecho, tengo la impresión que hasta él casi nadie había reparado en ello, los unos porque consideraban a Dios preexistente al mundo y por tanto, en la práctica, inherente a él; y los otros porque lo consideraban una fantasía ilusoria.

 

Los primeros no podían valorar su novedad pues lo consideraban eterno, los otros no podían valorar su aportación, porque la consideraban un espejismo.

 

Si quieren ustedes, un mito, en el sentido convencional del término.

 

Y es que con respecto al asunto del mito viene a suceder lo mismo.

 

Unos lo consideran expresión simbólica de una verdad esencial -los religiosos, pero también los junguianos- y los otros lo reducen a una mera ilusión engañosa, enmascaradora de la realidad.

 

Les insisto: Freud rompe con estos dos puntos de vista: con unos reclamando un historicismo radical, netamente materialista, que rechaza toda esencia preexistente.

 

Con los otros, porque percibe los mitos como cosas reales que influyen decisivamente en la construcción de lo humano.

 

Y por cierto que esto deben entenderlo como un progreso del materialismo, pues es uno que por primera vez es capaz de consdiderar la materialidad misma del mito, es decir, su capacidad de producir efectos en lo real.

 

La idea que está apareciendo ahí, en estado práctico, podemos nosotros formularla en términos teóricos así: los hombres se construyen -constituyen su cultura- construyendo sus mitos y sus dioses.

 

O para decirlo también en términos de la teoría del texto: construyendo los relatos que dan forma a sus dioses.

 

Y, por cierto, desde este punto de vista, resulta obligado no solo historiar los mitos, sino -otra novedad que está naciendo con Freud- diferenciar el grado de barbarie o de calidad humana y cultural, que contienen o, más exactamente, que alumbran, que introducen en el mundo -pues ciertas cosas no existían hasta que ellos no aparecieron:

 

 

«la oposición de principio entre un monoteísmo riguroso y un politeísmo irrestricto. (…) distinto nivel espiritual, pues mientras una religión está muy próxima a fases primitivas, la otra, en un ímpetu de elevación, ha subido hasta las alturas de una abstracción sublime. Acaso se pueda hacer remontar a esos dos factores la impresión que se recibe en ocasiones: que la oposición entre las religiones mosaica y egipcia se habría aguzado con voluntad y deliberación.»

[Freud: Moisés y la religión monoteísta]

 

«significaba un retroceso de la percepción sensorial frente a una representación que se diría abstracta, un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad; en rigor: una renuncia de lo pulsional con sus consecuencias necesarias en lo psicológico.»

«Freud: Moisés y la religión monoteísta]

 

Como suelo hablarles mal de Lacan, para compensar voy a decir hoy algo bueno de él: en un momento dado -aunque claro está, sin citar en ello a Freud, dada su falta de costumbre-: Lacan ve bien el papel decisivo que esa representación abstracta, por su capacidad de estimular el pensamiento abstracto, va a tener en el futuro desarrollo de la ciencia en Occidente.

 


Las diosas arcaicas

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Y ahora vayamos a la segunda parte de la pregunta recibida.

 

Debo decir que me alegro de que la idea de la diosa arcaica le resulte sugerente, porque es una hipótesis que añado yo a la explicación batailliana.

 

Lo que sostiene Bataille es la idea, para mí absolutamente convincente, de que los primeros dioses debieron ser las grandes bestias.

 

Por mi parte, añado que es bien probable que a esos primeros dioses siguieran luego divinidades maternas.

 

Y ello porque si las grandes bestias -como los volcanes o los terremotos- fueron las primeras divinidades, lo fueron porque eran potencias reales, tan potentes como imprevisibles y amenazantes, a los que los primeros hombres ofrecían sacrificios para intentar obtener de ellos la benevolencia -y ello porque no eran percibidas como bondadosas.

 

Y bien, en esa perspectiva es del todo plausible que los hombres pasaran a divinizar esa otra potencia real que es la de la generación de la vida tal y como se manifiesta en la especie humana.

 

Tal sería el lugar de las diosas maternas.

 

No digo, pues, que fueran necesariamente las primeras. Me basta con pensar que fueron dominantes en un periodo anterior al de la progresiva patriarcalización de los panteones que concluiría con la aparición del dios monoteísta.

 

De modo que las críticas a Bachofen o las propuestas de Leroi-Gorhan no me plantean mayores problemas ni me veo en la necesidad de rebatirlas.

 

Y para ir al final de la cuestión, sí, ciertamente, en mi opinión la gesta de Abraham es la de la entronización de un nuevo dios paterno que viene a destronar a una previa diosa arcaica que reclamaba el sacrificio del hijo primogénito, como la del Aquiles del último canto de la Ilíada es la de un héroe que, tras entregarse a la cólera destructiva de Hera y Atenea, escucha a un Zeus que, aunque ha perdido esa guerra, inspira al héroe un sentimiento tan nuevo como el de la compasión.

Es cierto, la palabra compasión no aparece en el texto de Freud.

 

Ahora bien, ¿no es eso lo que se encuentra en el núcleo de ese ser ético que da a este nuevo Dios su principal novedad? Lo es, al menos sin duda alguna, en su descendencia cristiana.

 

 

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