Jesús González Requena y Amaya Ortiz de Zárate
1ª edición: Ediciones de la Mirada, Valencia, 2000
ISBN: 84-95196-16-6
Edición actual: gonzalezrequena.com, 2013
No son pocas las películas que han escogido la locura como tema central de sus argumentos. Pero, en la mayoría de los casos, todo ha quedado en eso: en la construcción de narraciones sensatas, razonables, sobre personajes locos. Relatos tan razonables, por lo demás, como los asesores psiquiátricos y psicológicos que han colaborado en el proyecto -de hecho, en las últimas décadas cierta doxa psicológica se ha entroncado en el sentido común de la modernidad.
Ante ellas el espectador, si atisba esa temática que tanto le intriga, sabe a la vez que cuenta con las confortables garantías protectoras del discurso sensato, concienzudamente psicológico, que todo lo explica y lo motiva: todo resulta, así, acotado como patología del otro, el enfermo, ese ser sin duda desdichado pero a la vez tan diferente a nosotros que lo observamos -y de ese nosotros participan, sin duda, tanto los espectadores como los cineastas, compartiendo unos y otros la distancia, cauterizada por el discurso del buen sentido y de la psicología, que nos separa del loco.
Sucede así que la enunciación de esos films en nada participa de la locura que describen: por el contrario, se convierte ella misma en la mejor garantía de esa distancia con la que todos se protegen de una experiencia que, a la vez, les imanta y les aterra.
Son muy pocas, en cambio, las películas que, no conformándose con hacer de la locura el tema de sus argumentos, han afrontado de lleno la experiencia -inevitablemente brutal y descarnada- que la constituye.
Léolo es una de ellas: más allá de su argumento -por lo demás, en lo experiencial si no en lo anecdótico, esencialmente autobiográfico-, es su escritura misma la que afronta la experiencia radical de la locura, testificando así que la enunciación que la anima sabe de ella, la recorre y la elabora.
Y, así, inevitablemente, entronca con uno de los más acerados vectores del arte de nuestro tiempo: ese que emergiera con el romanticismo y que, tras impregnar en profundidad tanto al simbolismo como al naturalismo, alcanzó a las manifestaciones más expresivas de las vanguardias para instalarse, finalmente, en el ámbito de los espectáculos de masas -desde el psico-thriller y el cine de terror hasta el reality-show televisivo.
Nos referimos a ese que, desencadenado desde los tiempos de Sade y Goya -es decir, desde ese colapso de la Ilustración que desde entonces tiñe a la Modernidad con las sombras oscuras de su otra e inesperada cara, la Posmodernidad- no ha cesado de manifestar su presencia tanto en los espacios del arte como en los de los medios de masas: la experiencia de los límites de la razón; la de ese ámbito donde, huérfanos de los mitos que hasta hace no mucho la sostuvieran, la conciencia de nuestro tiempo se asoma al abismo de la locura.
Ahí, en ese umbral donde todas las sujeciones fallan -y donde, por eso, la angustia se dispara-, en el filo mismo de esa extrema navaja, se sitúa la voz que habla y la mirada que hace ver en Léolo.
Y, desde allí, este hermoso y terrible film nos devuelve la crónica de la lucha heroica de un ser que, a través de la escritura, trata de constituirse en sujeto para, así, escapar al abismo de la desintegración psicótica.
Por eso, invitamos al lector a leer detenidamente Léolo -y, recordémoslo, leer es algo más que analizar: significa recorrer el camino que la letra del film traza; redescubrirlo como espacio de experiencia y, por eso mismo, afrontarlo rehaciendo la experiencia cuya huella ha quedado ahí, en él, trazada. n