7. La sombra de la sospecha y la tercera visión

 

 

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No quieras saber todavía

 


•Williams: Now, Jeffrey, you found something which is very interesting to us…


•Williams: Very interesting. I know you must be curious to know more.

 

Es notable el modo en el que se abre la escena de la conversación entre Jeffrey y el detective Williams: presentando a Sandy, la hija de Williams, quien sin embargo no está en la escena.

 

Ahora bien, ¿hasta qué punto no está en ella? Pues, en cierto modo, está a pesar de todo: tanto en la foto como en espacio fuera de campo, como sabremos más tarde:

 


•Sandy: I hear things.


•Jeffrey: Yeah?


•Sandy: My room is above my father’s office so…


•Jeffrey: Above youh fatheh’s office?

•Sandy: So l heard a few things about the ear.

 

Por más que, ciertamente, no lo sepamos todavía.

 


•Williams: Very interesting. I know you must be curious to know more.

 

De modo que ella está ya aquí, en la habitación de arriba del despacho del padre, escuchando -el oído es un órgano extraordinariamente sensible en el mundo lynchiano.

 


•Williams: But I have to ask you not only not to tell anybody about your find, but also not to ask more about the case.

 

Pero, por lo que se refiere a la pregunta de Jeffrey, ninguna respuesta.

 

Todo lo contrario: una orden, sin duda, pero una de contenido netamente negativo; una prohibición que podríamos traducir así: no hay respuesta para ti; calla, no quieras saber. No, al menos, todavía.

 


•Williams: One day when it’s all sewed up, I’ll let you know all the details.


•Williams: Right now, though, I can’t.

 

Pero ello no excluye una línea posible de identificación:

 


•Jeffrey: I understand. I’m just real curious, like you said.


•Williams: I was the same way myself when I was your age.


•Williams: That’s what got me into this business.

 

Yo fui como tú eres ahora, tu podrás llegar a ser como yo soy ahora.

 

Pero una sombra oscura amenaza ese trayecto:

 


•Jeffrey: Must be great.


•Williams: It’s horrible, too.

 

¿Hasta dónde alcanza? ¿Cuál es la índole del saber oscuro que el detective posee? ¿Hasta qué punto está contaminado por eso horrible de lo que sabe? La sugerencia de fondo es: quizás fuera mejor para ti no saber.

 

Pero es un hecho que eso intensifica aún más el deseo de saber de Jeffrey.

 


•Williams: I’m sorry , Jeffrey. That’s the way it has to be.


•Williams: Anyway, I know you do undehstand.


•Jeffrey: Sure.


 

 

 

 

 


La sombra de sospecha que se extiende sobre Williams

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No menos notable es el cambio entre estas dos imágenes de un mismo plano:

 



 

Si en la primera, en el que ambos se miran, parecen encontrarse y acordar, en la segunda, en el que ya no se encuentran sus miradas, todo parece sugerir que Jeffrey no acepta la orden, y que el detective está preocupado porque ello pueda ser así.

 

Vean la breve escena que sigue de la despedida de Jeffrey y de su salida de la casa, y díganme que elementos de la puesta en escena trabajan en este sentido.

 



•Jeffrey: Thanks for the card for Dad.


•Mrs. Williams: You’re welcome. Nice to meet you, Jeffrey.

•Jeffrey: You, too.



•Jeffrey: Say hello to Sandy for me.


•Williams: We will.


 

Antes de nada, reparen en que se trata de una escena aparentemente insignificante y de muy escaso contenido narrativo, que podría haber sido omitida sin mayor perjuicio para el desarrollo de la narración.

 

En ningún lugar como en estas escenas secundarias puede medirse más rápidamente el talento de un cineasta.

 

Y por eso este un buen lugar para retomar eso de lo que les hablaba el último día en el debate a propósito de las escenas que Ian Hunter escribió para Los pájaros y que Alfred Hitchcock rechazó diciéndole que carecían de contenido dramático.

 

Pues bien, ¿dónde está el contenido dramático de esta escena? Veámoslo.

 

Esta es en principio una casa más amable, menos oscura y sobrecargada que la de Jeffrey.

 


•Mrs. Williams: You’re welcome. Nice to meet you, Jeffrey.

 

Y, en consonancia con ello, la madre que en ella vive es mucho más amable y sonriente que la de Jeffrey.

 


•Jeffrey: You, too.

 

Pero el padre…

 

El perfil suministra bien poca información del rostro. Pero este perfil es acentuadamente duro.

 

Y la pistola del padre, casi invisible en la escena anterior, ha cobrado en ésta, desde el primer momento, una abultada presencia.

 

Me reconocerán que es poco usual que el policía lleve su pesada pistola en sus horas de asueto en el interior de su propia casa. Salvo, ciertamente, que pretenda ofrecer una imagen intimidatoria a su visitante.

 

La otra decisión notable consiste en que, mientras ambos atraviesan la sala, se mantiene al policía en segundo término,

 


 

siguiendo a Jeffrey atentamente, vigilándole de manera casi acechante. Diríase que precavido ante a él.

 



•Jeffrey: Say hello to Sandy for me.


•Williams: We will.


 

Y al mismo diapasón obedece el hecho de que la escena no concluya con la salida de Jeffrey, sino que se demore para mostrar al policía observándole, manteniéndose siempre su pistola bien visible.

 

Así, el film extiende una sombra de sospecha sobre él que se prolongará casi hasta el final del film.

 

 

 

 


La tercera visión de Jeffrey

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Jeffrey sale de la casa de los Williams.

 

El plano está acentuadamente descentrado, para introducir la masa arbórea de la derecha.

 

En una escena posterior tendremos la ocasión de ver la casa de día:

 


 

No nos dará entonces la impresión de que fuera tan frondoso el árbol como nos lo parece ahora.

 



•Sandy: Are you the one that found the ear?


 

¿Eres tú el que encontró la oreja? Es decir: Jeffrey es el que encontró la oreja.

 

Y su oreja, la de Jeffrey, especialmente iluminada, ocupa ahora el centro del plano.

 

Lo que sigue es la tercera visión de Jeffrey:

 

 

Eso sí, la primera no siniestra.

 

Pero, evidentemente, conectada con las otras por formar parte de una misma serie:

 


 

Primera,

 


 

segunda

 


 

y tercera.

 

En la noche más oscura, una mezcla de música y viento.

 

Música que recuerda a la de los créditos del comienzo y viento que mueve unas ramas de manera semejante a como se movía la tela-telón de terciopelo de ese comienzo.

 

De la oscuridad emerge un cuerpo femenino

 


 

Y luego su rostro, cada vez más acentuadamente recortado sobre la oscuridad del fondo.

 


 

Es decir: de ese fondo tan oscuro, negro que ha irrumpido en el mundo de Jeffrey, emerge lentamente una figura resplandeciente.

 

Una imago, pues, para el deseo, que viene a eclipsar con su radiante presencia el fondo oscuro del que procede.

 

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6. Madre, oreja, puerta

 

 


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La madre de Jeffrey y el terciopelo azul -Fetichismo

 


 

La cosa se lio cuando les llamaba la atención sobre el hecho de que esta mujer, la madre de Jeffrey, quien, por cierto, protagoniza el plano por ser la figura más centrada en él, es de una extrema frialdad, a pesar de que es a su propio hijo a quien se dirige:

 


 

Es un salón, por cierto, tan sobrecargado de objetos decorativos como oscuro.

 



•Jeffrey: I’m goin’ out for a while.


•Mrs. Beaumont: Do you want the car?

 

¿No les parece que hay algo de alucinado en su mirada? En todo caso, es un hecho que viste de azul.

 

Dato del todo relevante en una película que se llama Tercioopelo azul.

 

Alguien dijo entonces que sí, que viste de azul, pero que su vestido no es de terciopelo.

 

Cosa, por cierto, que yo reconocí de inmediato: ciertamente, nada hay de terciolelo en esta madre.

 

Pero, ¿qué quieren que les diga? eso no cambia el hecho de que viste de azul.

 

¿De qué azul? No, ciertamente, del azul del terciopelo del vestido-telón del comienzo del film.

 


 

No de ese sino …

 

¿de cual otro?

 



•Canción: Blue


 

Yo diría que de uno más parecido a éste.

 


 

Y observan ustedes que hay aquí también rosas, no rojas sino rosas, sobre la mesa, delante de la madre.

 

Les recordaba, por otra parte, que si hemos establecido cierta relación entre

 


 

el señor Beaumont

 


 

y Frank, como dos figuraciones extremas del padre, resulta obligado atender a sus respectivas parejas,

 


 

la señora Beaumont

 


 

y Dorothy como, a su vez, dos figuraciones extremas de la madre.

 

No hay duda, el azul terciopelo lo es de Dorothy -de hecho la estamos viendo ahora impregnada por él-

 


 

mientras que el azul celeste aparece asociado a la señora Beaumont.

 

El escándalo se produjo cuando les llamé la atención sobre las propiedades del terciopelo.

 

Y recuerden bien que les dije que no creía conveniente en ese momento hablarles de ello, que podría ser prematuro.

 

Fueron ustedes los que insistieron.

 

Pero volvamos a ello. Quiero decir, a las propiedades del terciopelo.

 

Como paso previo para hablar de ellas les hablé de las propiedades del visón y de otras pieles que han sido adorno tradicional de las mujeres.

 

Las pieles, que quieren que les diga, por su ser mismo, están más cerca -como incluso su nombre indica- de la piel y del pelo que de la tela.

 

Y el terciopelo puede ser situado, entonces, en algún lugar intermedio.

 

Tiene…

 

¿cómo decirlo? Un suplemento de textura que apunta hacia la carnalidad.

 

¿Damos un paso más? No hay duda

 


 

de que el trozo de terciopelo azul es el fetiche de Frank.

 


 

Y hasta qué punto.

 

Literalmente: aparece como la condición de su acceso sexual a Dorothy.

 

Y es que tal es el rasgo empírico mayor del fetichista: que solo puede abordar sexualmente a la mujer por la mediación del fetiche.

 

Cosa curiosa, ¿no les parece? Tan curiosa como un hecho empírico que cualquier sexólogo conoce: que el fetichismo, aunque puede darse en algunas, unas pocas, mujeres, es una conducta sexual que se da mayoritariamente entre los hombres.

 

¿Por qué? Deberán reconocerme que algo debe tener que ver con la diferente conformación de los genitales de uno y otro sexo.

 

Porque eso, los genitales de uno y otro sexo, que le vamos a hacer, no son iguales.

 

Es un hecho.

 

¿Les parece mal? No sé si hay una ventanilla en el lateral de la puerta del cielo donde los más contumaces negadores de la diferencia sexual pueden presentar reclamaciones por tamaño desafuero.

 

¿Qué piensan ustedes que no hay cielo? Pues entonces no se yo donde van a poder ir a quejarse.

 

En todo caso, para que entiendan mejor la conducta del fetichista, les diré que responde al pánico que genera en él la contemplación de los genitales femeninos.

 

De modo que, frente a ellos, el fetiche funciona como su peculiar salvaguarda.

 

Pero no nos alejemos más de la película.

 

Por lo demás, no tendremos más remedio que volver a esta temática cuando nos ocupemos de la escena que Jeffrey se ve impelido a contemplar en el apartamento de Dorothy.

 

Por ahora, solo añadiré un dato que tiene lo suyo de turbador.

 

¿Han notado la semejanza de tono

 


 

del azul claro que viste ahora a la madre

 


 

con el que investirá luego la figura Frank?

 

En pocos lugares como aquí se articula tan plásticamente la definición que diera Freud del fetiche como el falo (imaginario) de la madre.

 

Y hablando de la madre,

 


•Jeffrey: No, i’m just gonna walk around.

•Mrs. Beaumont: AII right.


•Aunt Barbara: You’re not going down by Lincoln, are you?

 

¿No les parece que este otro personaje femenino tan afectivo, la tía, acentúa por contraste la frialdad de la madre? Y tiene lo suyo de desazonante la mirada que la madre dirige ahora hacia ella.

 

 

 


Lincoln -No huelga decirlo

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•Jeffrey: No, just around the neighborhood. Don’t worry.

 

Y por el camino se ha puesto ya nombre al otro barrio, ese al que se espera que no se acerque Jeffrey, ese barrio que adivinamos ya sórdido y peligroso, tan opuesto a aquel en el que viven los personajes.

 


•Aunt Barbara: You’re not going down by Lincoln, are you?

 

¿Por qué ese nombre, Lincoln? Lincoln fue, como saben, el presidente de los Estados Unidos que abolió la esclavitud.

 

Pero no parece este mayor motivo por lo que a lo que sucede en el film se refiere.

 

¿Entonces? Avanzamos más si reconocemos que los americanos tienen a Lincoln como uno de los grandes padres de la patria.

 

Propiamente, como uno de sus padres fundadores.

 

Y, de entre estos, el más directamente asociado con la ley -era abogado y se dice que tenía un acendrado sentido de la justicia.

 

Pero aquí el barrio Lincoln aparece como todo lo contrario al reinado de la ley.

 

¿Entonces? Hay todavía otro rasgo notable de la vida de Lincoln: fue asesinado.

 

Y bien, entonces, la temática del asesinato del padre y la de la violación de su ley aflora de nuevo.

 


•Aunt Barbara: OK, honey.


 

La cámara, según Jeffrey sale de cuadro, se dirige, como suponemos que lo hacen las miradas de las dos mujeres, a la pantalla del televisor,

 


 

donde vemos los pies de un hombre que asciende por unas escaleras.

 

Se trata, huelga decirlo, del movimiento opuesto al que acaba de realizar Jeffrey cuando descendía de su habitación.

 

Les he dicho que huelga decirlo.

 

Pero por cuestiones de método debo retirar esta expresión de inmediato.

 

Decimos de algo que huelga decirlo cuando lo consideramos obvio para todos.

 

Pero eso no vale para el análisis textual, pues cuando damos algo por obvio es muy posible que con ello dejemos de ver más.

 

Por tanto: no huelga decirlo.

 

Es cuestión de método decirlo.

 

Y decirlo despacio para poder oirlo.

 

Y si por el momento no podemos añadir nada más, conviene que lo dejemos anotado, a la espera de que un nuevo elemento determine su valor.

 

Por cierto que lo que nos ocupa ahora es un buen ejemplo de ello.

 

¿Por qué?

 


 

Porque en esta película las escaleras conducen, constantemente, al apartamento de Dorothy.

 

 

 


Jeffrey, la oreja, y el fragor del mundo

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El mundo más cotidiano ha cobrado, para Jeffrey, el aspecto más inquietante.

 

Incluidos los padres de familia que sacan a pasear a sus perros al anochecer -demasiado grande él, demasiado pequeño su perrito- y que parecen haber quedado congelados, con sus gafas de sol tan negras como la misma noche.

 



 

Todo se ha vuelto enmarañado y oscuro para Jeffrey -este es el cuarto plano subjetivo de la película-, a la vez dotado de una acentuada e inquietante profundidad.

 

Tiene lugar entonces un en extremo notable encadenado:

 




 

La cámara se adentra en el interior del cuerpo atravesando los bordes de sus hendiduras de modo que este pierde su reconocibilidad y se descubre como un universo inmenso e insólito.

 

Les decía el otro día que el mismo Jeffrey era, en cierto modo, esa oreja cortada. Aquí tienen la confirmación literal de esta idea.

 


 

En la imagen misma tiene lugar una suerte de metamorfosis por la que él -y su interrogación- se convierte en la oreja que la designa.

 

Y, ciertamente, Jeffrey se abisma en el vacío interior que esa oreja localiza.

 

Emana, de ese interior, un fragor insoportable.

 

Un fragor que es prolongación directa del que invadía el mundo de Henry en Cabeza borradora -el primer largometraje de Lynch, de 1977- y que se manifestaba capaz de aniquilar toda conciencia si nada le ponía freno.

 

Por cierto, no estamos ante un solo encadenado, dado que hay dos, solo que mientras el primero es largo y bien visible, el segundo es breve y casi imperceptible.

 

Comienza aquí:

 



 

Y, de nuevo, negro.

 

Es evidente el motivo de este segundo encadenado esta vez invisible: el cineasta quería que el plano acabara en negro sin utilizar un fundido en negro, produciendo así la sensación de que la cámara se introduce -en el interior de esa oreja-, en lo más más oscuro.

 

Por lo demás, el cineasta ha reproducido el procedimiento con el que cerrara la escena del derrumbe del padre: según la cámara se abisma en el interior de la oreja, el ruido ensordecedor que se oye en ella tapa, hasta volverlo inaudible, al sonido de la música.

 

¿Qué es lo que hace tan inquietante este procedimiento? Yo diría que el hecho de confrontarnos con una pregunta como ésta:

 

¿Tiene música el mundo o la música viene a poner cierta armonía y modulación en un mundo que carece de ella? Y por cierto, no sé si lo saben, pero la música es algo esencial en la vida de Lynch, quien vive y rueda con ella.

 

¿Se trata entonces, en su caso, de una música destinada a cubrir con su armonía cierto fragor insoportable procedente del mundo real? Y aquí de nuevo se manifiesta la ambivalencia de Jeffrey: quiere saber de ello y a la vez intuye imprescindible ponerle freno.

 

 

 

 


Puerta y oreja

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Pues bien, vean lo que sigue y díganmente como se relaciona con lo que acabamos de analizar:

 


•Jeffrey: Hello. My name is Jeffrey Beaumont. Is Detective Williams here?


•Mrs. Williams: Oh’ yes. Yes’ Jeffrey ‘ come on in.

•Jeffrey: Thanks.



 

¿Qué les parece? ¿No encuetran cierta forma de oreja en esa puerta?

 

Quiero decir: el cineasta ha buscado una puerta cuya curva superior es semejante a la de la oreja, lo que se ve acentuado tanto por esa línea curva pero no cerrada de metal negro que la adorna, como por el hueco interior de sus cristales.

 

De modo que, como la cámara ha penetrado en el interior oscuro de una oreja, una puerta con forma de oreja -y de signo de interrogación- se abre ahora para Jeffrey.

 


 

Un lugar, pues, donde Jeffrey va a buscar respuestas para su interrogación.

 

Ese negro adorno metálico sugiere una flecha en dirección a la entrada.

 

Por lo demás, esa curva que les invito a percibir como la del signo de interrogación se repite en cascada, hasta cinco veces: en el arco del dintel de la puerta misma, en el de su adorno negro, y en su ventanita interior y en la contrapuerta exterior.

 

 

 


La oreja, la escena que falta y la pesadilla

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Supongo que se dan cuenta de que, a partir de aquí, según el film avanza, vamos entrando cada vez más profundamente en una pesadilla que gravita, toda ella, sobre la escena sexual más violenta y escabrosa.

 

Y a este propósito cabe preguntasrse: ¿qué puede tener que ver esa pesadilla con un padre derrumbado, con una madre erguida y fría como un témpano y con una oreja cortada? Es la oreja cortada de un padre.

 

Pero, por ser también la oreja de Jeffrey, es también la oreja de un adolescente, incluso la de un niño.

 

Permítanme, para responder a ello, una pregunta: ¿cuál es el sonido más turbador, en el espacio doméstico de la vida familiar, para un niño pequeño? Sin duda, el sonido del acto sexual de los padres.

 

Y bien, si eso es así, ¿cómo se manifiesta eso en esa gran tríada inicial del film constituida por el padre desfallecido, la madre hierática y la oreja cortada? Porque en esa casa familiar no se da ese sonido tan especial que si ustedes, aunque muy probablemente lo oyeron, no pueden recordar es porque se encuentra sumergido en su inconsciente.

 

Como les digo, ese sonido no se da aquí.

 

¿No era algo de eso lo que podía leerse en la queja que encerraba esa cita de Lynch en la que nos hemos detenido ya?:

 

«Según mis recuerdos, tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas. Pero los chicos tienen los sentidos particularmente alertas, los ojos muy abiertos, las orejas muy atentas, y el mundo les manda una catarata de informaciones y sensaciones… Los chicos perciben las cosas de manera muy fuerte, pero tienen también una imaginación que puede amplificar los acontecimientos más insignificantes, los detalles más ínfimos. Agrandado por la imaginación de un niño, un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más bella o la más horrible de las historias. Cuando era chico esta percepción de las cosas podía ser formidable, pero, al mismo tiempo, turbadora e inquietante. Por ejemplo, poder entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarte nada de nada, sentir que hay algo raro en esa casa. Como una nube malvada que flota en el aire y te indica de manera confusa que en esa casa algo anda mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero sientes que hay algo escondido, que en la casa reina un cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean… En mi casa todo era muy tranquilo, muy normal. Mis padres nunca se pelearon, hasta tal punto que a veces hasta me habría gustado que se pelearan un poco, que hubiera en la casa un poco de movimiento. Pero jamás pasó nada. Nuestra casa era un lugar sólido, estable, tranquilizador

[David Lynch]

 

 

Podría faltar ese movimiento: el del acto sexual de los padres -tan parecido muchas veces para el niño a una pelea-.

 

Y falta, por tanto, el ruido que lo acompaña.

 

Si algo confirma esto que quizás les parezca demasiado especulativo, es precisamente el hecho de que se sigua de ello la inmersión progresiva en una pesadilla.

 

Y no en cualquier pesadilla, sino en una que gravita precisamente sobre esa escena cuyo sonido falta y que por eso falta como escena.

 

A propósito de todo ello, conviene hacer el señalamiento de algo que escapa a la conciencia del espectador del film, pero que actúa decididamente sobre él: cuando llegue esa escena, si el ojo, fascinado por su visión, de Jeffrey estará en el centro de la imagen, su oreja, en ese gran primer plano, acabará desplazándolo de ese lugar.

 

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5. Detrás de Vista

 

 

 

 

 

Jesús González Requena

Análisis de Textos Audiovisuales, 2019/2020

17/02/2020

Universidad Complutense de Madrid

de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 


  • Un padre de la ley
  • Detrás de Vista
  • ?
  • La oscura escalera de Jeffrey 

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    Un padre de la ley


  •  


    •Jeffrey: Do you have a Detective Williams still working here?

     

    Un curioso dibujo infantil ocupa el mostrador de la policía de Lumberton -uno un tanto semejante al del cartel de bienvenida a Twin Peaks que reaparecía constantemente en la cabecera de la serie-

     


     

    Como ven, las referencias a la infancia -a esa infancia que el protagonista está abandonando- son constantes.

     

    Lo que nos hace pensar de nuevo en El hombre de arena de Hoffman, cuya historia, como les decía el otro día, comienza con el Nathaniel niño para pasar luego a narrarnos el drama que estalla en su juventud.

     


    •Policía: Yes’ he’s up in room 221. Right up the stairs’ through that door.

    •Jeffrey: Thanks.


     

    Jeffrey avanza con la oreja en la mano.

     

    Una oreja que, en cierto modo, es su oreja, en la medida en que declara que hay una palabra -la del padre- que no puede escuchar.

     


    •Jeffrey: Detective Williams?



    •Detective: Yes?


    •Jeffrey: My name is Jeffrey Beaumont. I live near you. I believe you know my father Tom? Beaumont’s Hardware Store?

     

     

    ¿Por qué Jeffrey se presenta nombrando a su padre? Sin duda, porque el policía le conoce.

     

    Pero decir eso, en términos de análisis, es no decir nada.

     

    Pues es una decisión del narrador que esa amistad exista y, a su vez, el que esa amistad exista hace posible que ahora Jeffrey se presente nombrando a su padre.

     

    En suma, nada obliga que eso sea así.

     

    Es, pues, una decisión del cineasta, por cuyo sentido -ya saben ustedes: por su efecto, más que por su intención- es necesario preguntarse.

     

    El primer motivo es evidente: permite situar al policía en la misma generación que al padre, dado que, como decíamos el otro día, en cierto modo habrá de ocupar su lugar.

     

    Pero no es solo eso. Pues ello permite ahora ligar de nuevo, esta vez en el diálogo mismo, la enfermedad de su padre -la causa de su enmudecimiento- con la oreja cortada.

     


    •Williams: Sure I do.


    •Williams: I hear he’s in the hospital. How’s he doing?


    •Jeffrey: Well’ he’s OK’ I guess. I hope. They’re doing tests. That’s why I’m home from school.

     

    Y por cierto que, ante ese otro padre, Jeffrey se presenta como un casi huérfano.

     

    Escuchen con qué nitidez se conecta ahora en el diálogo, como les decía, eso que antes ha sido conectado en la narración:

     

    el enmudecimiento del padre y el encuentro de la oreja cortada.

     


    •Jeffrey: I was over at the hospital this morning and I coming home and in the field behind our neighborhood, there behind Vista,

     

     


    Detrás de Vista

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    •Jeffrey: I’ uh… found an ear.


     

    Les decía que es obligado trabajar, siempre que ello sea posible, con los diálogos originales, no con los doblados, pues en estos siempre se encontrarán inevitables distorsiones.

     

    Pero les diré más: ni siquiera deben fiarse de los diálogos originales subtítulados, pues muchas veces suprimen, para abreviar algunos elementos del diálogo que forman parte de la banda sonora.

     

    Aquí tienen un ejemplo. Si este era el diálogo tal y como consta en la banda sonora del film, el subtítulo inglés lo ha simplificado así:
    I was at the hospital this morning and I coming home through the field behind Vista…

     

    Perciben la diferencia. No se trata de un detalle sin importancia: pues el diálogo no solo dice que ha encontrado la oreja detrás de Vista, sino también que Vista es el nombre del barrio en el que los Beaumont y los Williams viven.

     

    Como ven, un nombre que le va bien al cartel de Lumberton,

     


     

    en tanto Vista, pantalla, que oculta cierto fondo oscuro que se encuentra detrás, dado que es detrás de nuestro barrio, detrás de Vista, donde Jeffrey ha encontrado la oreja.

     

     


     

    Y a la vez, por esa vía, la palabra detrás aparece dos veces –I was over at the hospital this morning and I coming home and in the field behind our neighborhood, there behind Vista

     

    De modo que la indagación de Jeffrey no tiene por objeto lo opuesto a su barrio, lo diferente a él, sino más concretamente lo que hay tras él, lo que él oculta.

     

    Y todo parece indicar que lo que decimos del barrio, lo podemos hacer extensible a su infancia entera.

     

    Y bien, la oreja cortada es el emblema de ese enigma para el que Jeffrey solicita respuesta de parte de ese otro padre que es el detective Williams.

     


    •Williams: You did? A human ear?


    •Jeffrey: Yeah. I thought I should bring it to you.

     

    Insisto: pone en manos de ese otro padre aún más autorizado pues, en tanto policía, más del lado de la ley, esa oreja enigmática que en cierto modo él es.

     

    ¿No les parece evidente que Jeffrey, al mismo tiempo que se ve impulsado por cierto deseo culpable -la muerte del padre, la sexualidad- busca una presencia fuerte de la ley capaz de contenerle por una parte y, por otra, de guiarle en su indagación en ese nuevo territorio que el acceso a la edad adulta abre ante él? Tal es, en suma, su disociación, que pronto habrá de traducirse, a su vez, en oposición existente entre esas dos figuras femeninas que le aguardan, Sandy y Dorothy.

     


    •Williams: Yeah’ that’s right. Let’s take a look at it.



    •Williams: Yes’ that’s a human ear’ all right.

     

    Ven, por otra parte, como se asocia la oreja cortada con Lumberton, pues si el nombre de la ciudad aparece arriba, en el centro de la pared del fondo, la oreja cortada lo hace abajo, igualmente en el centro del plano.

     


    •Williams: Let’s see what the coroner makes of it. Then I want you to show me exactly where you found it.


    •Jeffrey: All right.



     

     


    ?

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    •Dr: We’ll check the morgue records. I don’t recall anything coming in minus an ear.

     

    Lo que nos conduce al forense.

     

    En esta nueva escena resulta del todo patente como ese trozo de carne separado del cuerpo al que perteneció se constituye en el centro del enigma.

     

    Y es notable el fondo escogido para ella dentro de los muchos posibles.

     

    Todo él metálico y en eso totalmente opuesto al ser carne de la oreja, a la vez que sugiriendo el acto mismo del corte, que pasa necesariamente por la intervención de un objeto igualmente metálico.

     

    Y por cierto, ¿se dan cuenta de que la oreja tiene la forma de un signo de interrogación?

     


    Muy posiblemente, el componente icónico de este signo proceda, precisamente, de ahí.

     

    Pero qué lejos del orden de los signos está esta oreja cortada.

     

    Pues, como siempre en Lynch, cierto exceso orgánico la invade manifestándose ahora en esos pelos que han seguido creciendo de ella una vez que ha sido amputada.

     


    •Dr: The person may very well still be alive somewhere.


    •Jeffrey: What can you tell about the person from the ear?


    •Dr: Well, once the tests are done, quite a lot, ex, blood type, whether or not the ear came off a dead person.


    •Dr: Also, it looks like the ear was cut off with scissors.

     

    Parece que ha sido cortado con unas tijeras, dice el forense.

     

    Y, de inmediato, vemos y oímos- unas tijeras que cortan un precinto policial:

     


    •(sonido metálico de las tijeras cortando)

     

    Como les anticipé el otro día, estas tijeras cuyo sonido metálico oímos cortan la cinta policial que veda el acceso a un perímetro prohibido y lo hacen precisamente por la palabra no.

     

    Y es que de eso se trata precisamente en el trayecto de Jeffrey: de negar la prohibición y de acceder al espacio de lo prohibido.

     



     

    Do not cross.

     

    Ven con qué literalidad es enunciada la cuestión.

     


     

    ¿Y qué decir de este plano general que precede al primer fundido en negro del film?

     


     

    Pero no respondan a esta pregunta en el plano del sentido.

     

    Por el contrario, pospongan la cuestión de su sentido lo más posible y busquen primero con qué otra imagen ésta se haya conectada.

     

    Sin duda, es ésta:

     




     

    Como ven, el bloque inicial de la película queda enmarcado por la presencia en su comienzo y en su final de esa cuerda que separa y acota el terreno.

     

    Con ello, se establece una vez más la conexión entre el derrumbe-enmudecimiento del padre y el encuentro de la oreja cortada.

     

    Y todo invita, entonces, a poner en relación ambas casas:

     



     

    la casa de la infancia se ha vuelto pequeña, deteriorada, degradada…

     

    Y ya no hay césped alguno en torno a ella.

     

    Todo es maleza.

     


    La oscura escalera de Jeffrey

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    Fundido en negro.

     

    Pero lo notable es el modo de enlace con el plano siguiente:

     


     

    No en un fundido inverso, sino una puerta que se abre en una oscuridad tan absoluta que, antes de su apertura, era solo negro lo que se veía.

     

    Ciertamente, el mundo se ha vuelto extraño, densamente oscuro, para Jeffrey.

     

    Pero en todo caso, como ya les sugerí el primer día, no parece especialmente feliz el mundo familiar de Jeffrey.

     


     

    Y esa larga, desnuda y oscura escalera…

     

    La ubicación de su habitación, en lo alto de la larga escalera, no puede dejar de recordarnos a la habitación de la abuela en la que se refugiara Matt, el protagonista de The Grandmother, el mediometraje que Lynch había realizado en 1970.

     


     

    No me voy a detener ahora a hablarles de esta notable película, netamente vanguardista, de Lych.

     

    Solo presento estas imágenes como confirmación de hasta que punto el cinesta trabaja con los materiales de su infancia.

     



     

    Y abajo…

     

    la más fría de las madres, dirigiendo hacia él una mirada tan gélida como inquisitiva.

     

    ¿Y qué más? Es un hecho: ella viste de azul.

     

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    4. Oreja cortada y boca enmudecida

     

     


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    Oreja cortada y boca enmudecida

     

    Tras este tercer fallo -a la tercera va la vencida- cuando busca una nueva piedra con la que intentar dar en el blanco, Jeffrey tiene una segunda y no menos angustiante visión:

     



     

    Una oreja cortada, macilenta ya, y llena de hormigas, se impone a su visión -y a la nuestra en plano detalle- en el que es el tercer plano subjetivo del film.

     

    Vemos pues cómo esto se asocia con la imagen anterior del padre en el hospital, incapaz de hablar, es decir, enmudecido.

     

    Pues un patente lazo semántico conecta esas dos cosas que, como hemos constatado, han constituido dos shocks visuales -dos visiones siniestras- y que han tenido lugar en


     

    el primero y

     


     

    el tercero de los planos subjetivos de Jeffrey.

     

    Una boca que no puede hablar y una oreja -que por estar cortada- no puede oír.

     

    Expresión extrema de una comunicación interrumpida.

     

    Es la circulación de la palabra, en tanto palabra dicha y oída, lo que está en juego.

     

    ¿Se dan cuenta hasta donde alcanza la cosa? Basta para comprenderlo con que modifiquemos los términos de estos dos enunciados introduciendo en ellos al padre.

     

    Pues si se trata de la boca de un padre que no puede hablar, llegará el momento en que sabremos que

     


     

    la oreja cortada pertenece a otro padre, uno que, desde luego, ya no puede oír.

     

    Les decía hace bien poco que, en el relato maravilloso el héroe se adentraba en el bosque a efecto de cierta tarea que le había sido otorgada por determinado destinador simbólico.

     

    Y les decía también que, con respecto a esto, en Blue Velvet encontrábamos todo lo contrario:

     

    un héroe se adentra en el bosque de lo real sin que ninguna tarea-guía le haya sido destinada, dado que el que debería ser su destinador natural, el padre, ha enmudecido y nadie ha venido a ocupar su lugar.

     

    ¿No les parece que ello da su sentido al segundo plano subjetivo?




     

    La ausencia de guía que capaz de señalar la dirección del trayecto encuentra así su expresión en el plano del fallo de puntería de Jeffrey.

     

    Y, por lo demás, la oreja es sin duda la designación de cierto secreto, dado que su poseedor algo debió oír antes de perderla, y por eso ella comparece ahora ahí depositada como un enigma.

     

    El enigma que, como saben, Jeffrey hace suyo de inmediato.

     

     

     

     


    Hormigas buñuelescas

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    Y no menos notable es que, cuando ha enmudecido la palabra del padre -esa que es después de todo la destinada a introducir sentido en el trayecto del hijo- a la vez que se nos muestra ese órgano de la audición ya inservible, se hace oír en la banda sonora un creciente ruido de chicharras.

     

     



     

    Un sonido sin sentido, inarticulado, matérico y hormigueante que por ello no deja de corresponder bien al movimiento de las hormigas que vemos en el interior de la oreja.

     

    En cualquier caso, por su carácter de miembro amputado, su visión no puede por menos que suscitar la angustia ligada a la pérdida de la integridad corporal.

     

    ¿No les parece que cierto fantasma de castración late al fondo? El pasado día les hablaba,

     


     

    a propósito de la metáfora vascular de la manguera atascada del señalamiento del lado biológico, natural, del cuerpo, el desdibujamiento de sus límites con la naturaleza que lo rodea.

     


     

    La idea retorna aquí acentuada con la imagen de esta oreja entre la hierba, en un proceso de descomposición que conduce a su disolución con la materia del mundo.

     

    ¿Y qué me dicen de las hormigas que recorren esa oreja?

     


     

    ¿No ven en ellas una influencia directa del cine de Buñuel y Dalí?

     












     

    Fue en extremo brillante la metáfora que dibujaron Dalí y Buñuel: el movimiento de las hormigas en esa mano traducía bien la sensación de hormigueo de una mano pillada por una puerta, tanto como el hormigueo mismo del deseo.

     

    Se dan cuenta que es una traducción metafórica

     



     

    bien semejante a la de la manguera-vena atascada que acabamos de recordar.

     

    Pues estas hormigas en la oreja cortada sugieren el hormigueo de las chicharras en el oído de Jeffrey tanto como el deseo de saber que esa misma oreja suscita en él.

     

     

     


    La muerte y el sexo

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    Un deseo de saber que se ve confrontado a la vez con dos enigmas elementales: el saber de la muerte y el saber del sexo, dos cuestiones que golpean contundentemente a todo adolescente.

     

    Pues es evidente que el colapso del padre y el encuentro de la oreja conducen de inmediato a Jeffrey a la confrontación con la experiencia sexual:

     



     

    Se dan cuenta como se ordenan ambas cuestiones:

     


     

    Y esta confrontación hace visible de pronto que el tema de la enfermedad, de cierto déficit orgánico, aparece ligado no solo al sr. Beaumont, sino igualmente a Frank.

     

    Por lo demás, nos damos cuenta entonces de que son los dos campos mayores de problemática del cuerpo los que aquí se suscitan:

     

    enfermedad y muerte por un lado sexualidad por el otro.

     

    Y, por lo demás, en ambos casos, cierta percepción siniestra se impone: pues las hormigas devoran esa oreja

     


     

    como devoraban la mano del personaje masculino de La Edad de Oro.

     

    ¿Qué hacer con eso?

     


     

    Hay que intentar reparar ese desgarro que se ha producido en el mundo.

     

    Hay que buscar otro padre, y a ser posible uno que tenga la más cierta relación con la ley, es decir, un policía.

     

    En la esperanza de que su ley sea capaz de contener el siniestro agujero que se ha abierto en el mundo.

     


    Comisaría, corte, tijeras

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    Pero pueden ustedes darse cuenta de la dificultad: incluso el emblema de la policía de Lumberstone es un árbol caído.

     

    Y cortado, como la propia oreja.

     

    De hecho, la visualización del corte es tan masiva en Blue Velvet

     



     

    como lo será en la siguiente obra del cineasta, la serie televisiva Twin peaks.

     

    ¿No les parece que podemos localizar en ello, de nuevo, cierta sugerencia a la temática de la castración? El otro día les hablaba en el debate del texto de Freud sobre lo siniestro, donde éste suscitaba el asunto de la castración a propósito de la amenaza que recibe el protagonista del relato de ETA Hoffman bajo la forma del anuncio de la llegada del hombre de arena que arranca los ojos de los niños.

     

    Y ello, allí también, estaba relacionado con la presencia de dos figuras paternas opuestas: el padre del protagonista y Coppelius.

     

    Que no estamos mal encaminados al suscitar este asunto nos lo confirma la tercera canción del film -junto a Blue Velvet y Misterios del amorIn dreams, compuesta e interpretada por Roy Orbison

     


    •Ben: A candy-colored clown they call the Sandman

     

    Incluso el nombre del pueblo, Lumberton, remite a ello, pues puede ser traducido literalmente como tonelada de madera.

     


     

    Una tonelada de madera patentemente cortada.

     

    Se dan cuenta, es el corte lo que se impone, aquí tanto como a propósito de la oreja cortada.

     


     

    Una vez aislado este aspecto -el del corte, en el que resuena bien patentemente la temática de la castración- nos damos cuenta de que nos encontramos ante un hilo mayor del film.

     

    ¿Cuál será su próxima manifestación? No hay duda sobre ello:

     


    • (sonido metálico de las tijeras cortando)

    las tijeras…

     


    •Frank: Daddy’s coming home.

     

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    3. La frialdad de la madre y el derrumbe del padre

     

     


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    La locura del mundo, el fondo, lo real

     

     

    Terminamos el último día viendo el final de la película, donde, como les decía, escuchábamos los dos últimos versos de la canción.

     


    •Canción: And I still can see Blue Velvet.


    •Canción: Through my Tears


     

    Como les decía, Blue Velvet, la canción, había quedado interrumpida por la inmersión en los más oscuros misterios del amor.

     

    Solo que no está nada claro que tales misterios hayan quedado esclarecidos.

     

    Es más plausible decir que han quedado, tan solo, contenidos.

     

    Y es notable hasta qué punto, justo antes de este final, en la escena inmediatamente anterior, se oiga esto:

     


    •Sandy: It’s a strange world.

     

     

    Es un mundo extraño.

     

    Si este no es el tema de la película, sí es al menos su sensación dominante.

     

    La extrañeza del mundo.

     

    O si ustedes prefieren, eso del mundo que nos desconcierta, eso que, lejos de responder a nuestras expectativas, las trunca una y otra vez.

     

    Llamémoslo lo real.

     

    Y, ciertamente, eso es lo que se manifiesta de manera masiva tras el desfallecimiento del padre:

     


    •Canción: But when she left gone


    •Canción: Gone was the glow of blue

     

    Cuando se fue el resplandor azul que bañaba el mundo, este comienza a manifestarse en su extrañeza fundamental:

     


    •Canción: velvet


    •Canción: Whoa-whoa.


    •Canción: But in my heart


    •Canción: there’ll always be.


    •Canción: Whoa-whoa-whoa


    •Canción: Precious and warm a memory


    •Canción: Through the years…


     

    Y es ciertamente el extraño sinsentido del mundo lo que emerge a continuación.

     

    Es decir: lo real mismo allí donde escapa a toda comprensión.

     

    El fondo.

     

    Lo que está al fondo de toda imagen, pero que sólo se hace visible cuando la figura cae.

     

    El choque con ese fondo, en el que a continuación se va a abismar la cámara, viene precedido, en la imagen, como hemos dicho, por el derrumbe del padre.

     

    Pero es diferente lo que sucede en la banda sonora, donde de lo que se nos habla es de la pérdida de un objeto amoroso femenino.

     

    Así, lo que la canción en su relación con la imagen dice, es que el fondo extraño del mundo se hace visible en su extrañeza cuando desaparece el resplandor que lo cubría, y que procedía de la figura del deseo, esa mujer que vestía terciopelo azul.

     

    Dicho en otros términos: cuando desaparece el objeto de deseo cuyo resplandor cubre el mundo, el mundo, como el fondo que hay tras la figura, se hace visible en sí mismo, desprovisto del encanto que ese brillo le confería.

     

    Si les parece extraño lo que les digo -cosa inevitable, dado que es de lo extraño de lo que les hablo- piénsenlo a través de un ejemplo bien concreto de una experiencia de esa índole.

     

    Si han estado enamorados alguna vez, recordarán en que medida esa sensación de enamoramiento embellecía el mundo, en la medida en que lo cubría con el resplandor que emitía el objeto de su amor.

     

    Cuando el objeto se va, cuando desaparece -ven hasta que punto es de eso de lo que habla la canción- cuando ese resplandor deja de estar presente, el mundo se ve más desnudo, frío, desencajado, inhóspito.

     

    Nos damos cuenta entonces de que la melodía de la canción funciona aquí como una expresión sinestésica -sonora- de ese resplandor -visual.

     

    Pues la canción cesa progresivamente mientras lo que más opuesto a ella, un ruido inarmónico y áspero, una suerte de fragor telúrico del mundo, invade cada vez más intensamente la banda sonora.

     

    Para ver lo real, basta con mirar más de cerca.

     

    Así, la cámara, ella sola, se abisma en lo real.

     

    El simple cambio de escala, el alejamiento de la escala antropomórfica, introduce un mundo monstruoso que se encuentra ahí mismo, en el interior del césped del aparentemente amable jardín de la infancia.

     


     

    Y el efecto inmediato de ello es que el suelo -el terreno sobre el que, en principio, nos afirmamos- deja de ser firme y sólido.

     

    Y el amable color verde del césped cede su color al negro:

     


     

    Todo se vuelve entonces oscuro, inhumano, y feroz.

     

     


     

    Haciéndose evidente que una vitalidad a la vez siniestra y loca late en su interior.

     


     

     


    La Edad de Oro

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    Por cierto, ya que hemos comenzado a hablar de las influencias de Lynch en el cine moderno, conviene que nos preguntemos también por las influencias que el cine de Lynch acusa.

     

    ¿Saben cuál es la película que más intensamente ha influido en esta escena?

     


     

    La Edad de Oro, de Luis Buñuel, 1930.

     





     

    Así comienza La Edad de Oro: con una mirada dirigida a un mundo no antropomórfico, primario, bestial y letal.

     










     

    Y hay, en ello, una patente fascinación.

     













     

     

     

     


    La distancia de la madre

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    Pero antes de abandonar esta asombrosa secuencia inicial de Blue Velvet, resulta obligado realizar dos anotaciones.

     

    La primera,

     


     

    la absoluta ignorancia y la absoluta distancia de la madre con respecto a todo lo que sucede en el jardín.

     

    Recuerden, a este propósito que, contra lo previsible,

     


     

     

    no la veremos en el hospital cuando Jeffrey visite a su padre.

     

    Ella permanece, en cambio, igualmente fría y sentada en su tresillo:

     


     

    Así la encontraremos en el minuto nueve de la película: sentada en el mismo lugar, con la misma frialdad.

     

    Solo a la altura de la hora treinta y cuatro veremos a la madre en el hospital

     


     

    Y, como ven ustedes, ubicada lo más lejos posible del padre y con su constante gesto absolutamente frío.

     

     


    El lugar del derrumbe del padre

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    Y la segunda, el lugar preciso donde se produce el derrumbe del padre:

     


    •Canción: a flame burning brightly


    •Canción: But when she left


     

    Obsérvenlo con atención:

     


     

    pues nos permite anotar tanto el buen hacer del cineasta como la brutalidad del desgarro que la escena plasma.

     

    Comencemos por lo primero.

     

    ¿Se han dado cuenta de que ese trozo de césped deteriorado había sido ya localizado desde el comienzo de la secuencia?

     


     

    Localizado, digo, pero localizado fuera de campo, es decir, a la vez señalado por la cuerda que lo acota y no mostrado.

     

    Pues, tal es el buen hacer del cineasta del que les hablaba, se reserva la violencia plástica que ese desgarro introduce -en tanto que rompe la armonía del verde césped que rodea la casa-

     


     

    para el momento mismo del colapso del padre.

     


    •Canción: But when she left



    •Canción: Gone was the glow of blue


     

    Y dice, por lo demás,

     


     

    muchas cosas esa cuerda: no sólo acota la zona donde el césped se ha estropeado, sino que nos indica que el padre ya ha resembrado ahí y ahora está regándolo para que se restablezca.

     

    Así es presentado el padre en su tarea: conteniendo la entropía de lo real que a todo amenaza.

     

    Pero, desde luego, conteniéndola solo provisionalmente.

     


     

    Es, por lo demás, la muerte del padre lo que está en juego, pues la forma de ese desgarro en el tapiz de césped del jardín sugiere la de una fosa.

     

     


    Travesía por el bosque

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    •Radio: Logs, logs, logs. Glamour in the pines

     

    ¿Se dan cuenta de cómo ahora ya nada oculta el carácter plano, artificial, publicitario, de la pantalla amable que cubre lo real?

     

    Este sería, tras la brutal inmersión en lo que se esconde bajo la alfombra de césped del jardín, el segundo efecto del desfallecimiento del padre:

     

    la percepción del carácter plano, artificial, de la imagen inicial de Lumberton.

     


    •Radio: Lumberton (chainsaw) USA It’s a sunny, woodsy day in Lumberton, so get those Chaisaws out. This is the mighty W-O-O-D, the musical voice of Lumberton.

     

    Y si el azul del telón se suavizó y estatizó al convertirse en el azul del cielo, ahora recobra su intensidad y su movimiento, esta vez horizontal, en forma de un río de aguas oscuras.

     


     


     


     

    El paisaje se asilvestra, y vemos por primera vez al protagonista del film caminando solo por las afueras boscosas de la ciudad.

     

    La travesía por el bosque es una figura clásica del relato infantil, en el que el bosque es siempre lo otro con respecto al espacio protegido del hogar:

     

    un ámbito inhóspito que debe ser atravesado por el héroe en su viaje.

     


    •Radio: At the sound of the falling tree… (tree falls) it’s 9:30!

     

    Sin embargo seguimos oyendo la radio local: habla de un árbol caído, cosa normal sino típica de este pueblo maderero, pero que no deja de conectarse con la caída del padre, pues el árbol, de tronco y grandes raíces, lugar donde enraizarse y cobijarse: no deja de ser una apropiada metáfora paterna.


    •Radio: There’s a whole lotta wood waitin’ out there, so let’s get goin’.


     

    Jeffrey se detiene, sin especial motivo, ante una pequeña caseta de madera -sin embargo, en Lost Highway cobrará una notable importancia una casa de forma semejante.

     


     

    Allí, prueba su puntería apuntando, suponemos, hacia el herrumbroso barril del fondo -pero es la caseta la que permanece en el centro del cuadro.

     


     

    Falla.

     


     

    Y sigue su camino.

     

    Pero no pierdan de vista que el asunto de la puntería tiene su trayecto:

     

    llegará el momento en que tendrá la mejor puntería: cuando dispare contra Frank.

     







     

     


    Las dos caras de la ciudad

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    Es fuerte el contraste el que se da entre

     


     

    esto

     


     

    y esto.

     

    Como entre

     


     

    esto y

     


     

    esto.

     

    Todo lo amable y luminoso que había arriba se vuelve áspero e inhóspito abajo.

     

     


    Un padre enmudecido y un cuerpo que habla

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    Una cortina -que es también aquí un telón, el segundo- se abre.

     


    •Nurse: Mr. Beaumont?


     

    Se abre a una imagen del padre, totalmente conectado a la maquinaria hospitalaria.

     

    Hay algo ciertamente siniestro en la combinación de esos dos términos tan opuestos: el cuerpo y las máquinas que, para mantenerlo vivo, lo apresan.

     

    Y, junto a eso, algo todavía más brutal para Jeffrey: la evidencia bien patente del miedo de su padre.

     

    Pues es el punto de vista de Jeffrey el suscitado en este momento, dado que éste es un plano subjetivo, como queda confirmado por el raccord de mirada a posteriori con el contraplano que sigue:

     


     

    En él, la angustia de Jeffrey se hace patente de inmediato, de modo que la escena cobra la forma de la más inesperada y demoledora revelación que es subrayada por un lento travelling de aproximación

     


    •Nurse: Your son Jeffrey’s here to see you.


     

    que acentúa la parálisis del chico ante tal visión.

     

    Así, es el médico el que debe arrastrarlo al interior de la habitación.

     



    •Jeffrey: Hey’ Dad.



     

    El padre intenta hablar sin lograrlo.

     

    De modo que a Jeffrey le es dado experimentar -y, claro está, a nosotros con él- la caída de la función simbólica del padre: pues el suyo es ahora un padre privado del órgano de la fonación.

     

    Enmudecido, desprovisto del don de la palabra.


     

    Es decir: un cuerpo privado del órgano humano por antonomasia, y que, como les decía, sólo sobrevive conectado a máquinas lógicas, semióticas que, paradójicamente, lo hacen hablar de mil maneras -en tanto traducen de mil maneras las constantes de su cuerpo.

     

    Pero es su cuerpo, y no él, el que habla por ellas.

     

    De modo que ese lenguaje otro de las constantes del cuerpo hace más patente la ausencia de la palabra simbólica.

     


     

    Y no es menor la angustia del padre que la del hijo, tal y como se manifiesta en su esfuerzo, desesperado e inútil, por tomar la palabra.

     


     

    Se trata, en suma, del encuentro con la impotencia del padre.

     


    Una travesía por el bosque sin tarea que la guíe

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    Jeffrey retorna por el mismo camino, a través del bosque, por el que llegó.

     

    Pero, ¿qué me dicen del encadenado que acaban de contemplar? ¿No les parece que lo real, con su erosionador hormigueo, parece penetrar y devastar, por obra del encadenado, el rostro del adolescente?

     


     

    Es su nueva soledad en el mundo la que ahora atestigua el plano general.

     

    Les hablaba antes de la travesía por el bosque preceptiva de tantos cuentos infantiles.

     

    Y no solo la presencia del bosque suscita la relación entre estos y Blue Velvet, dado que, como en ellos, el film nos ofrece el proceso de transformación y maduración de un joven que se ve compelido a abandonar el hogar familiar para hacer frente al mundo real exterior.

     

    Pero por lo mismo que aludimos a la semejanza con los cuentos maravillosos, debemos aludir a lo que separa Blue Velvet de estos.

     

    Pues el trayecto del héroe de los cuentos maravillosos responde a la recepción por éste de una determinada tarea que orienta su trayecto.

     

    Y eso es precisamente lo que le falta a Jeffrey, lo que no ha llegado a recibir.

     

    A él nadie le ha dado tarea alguna dado que su padre

     


     

    ha enmudecido inesperada y prematuramente.

     

    ¿Se dan cuenta de cómo se asocia esa mudez del padre con lo que sigue?

     



     

    Jeffrey vuelve a probar su puntería

     


     

    y vuelve a fallar.

     

    Insiste

     




     

    y falla por tercera vez.

     

    Pero no solo eso.

     

    También esto otro: la suciedad aumenta.

     

    Y ello en un plano que conviene considerar como subjetivo, pues, aunque su escala no corresponde a la distancia en que se encuentra el personaje, sí presenta correspondencia de eje -es decir:

     

    coincidencia del eje de cámara con el eje de la mirada del personaje.

     

    Y así, dado el doble raccord de mirada -a apriori y a posteriori- que lo enmarca, viene a traducir la focalización de la atención del personaje sobre el objeto de su mirada.

     


     

    Un plano hipersubjetivo, en suma.

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    2. Una casa turbadora e inquietante

     

     


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    El final feliz y su estremecimiento

     


    Blue Velvet acaba en cierto modo como comienza.

     



    •Canción: and the mysteries

     

    Volvemos a los bomberos una vez apagado el fuego.

     


    •Canción: of Love


    •Canción: come clear.


     

    Y el niño caminando en línea recta hacia su madre.

     


     

    Lo que conduce al abrazo feliz.

     

    Pero el film no acaba así.

     

    Sigue un estremecimiento.

     


    •Canción: And I still can see


    •Canción: Blue Velvet.

     

    Lo han oído en la canción: todavía puedo ver el terciopelo azul.

     

    Dentro de bien poco ese terciopelo azul invadirá de nuevo la pantalla.

     


    •Canción: Through my


    •Canción: Tears


     

    El mismo cielo límpidamente azul.

     

    Y luego el retorno del telón que es también gigantesca falda de terciopelo.

     


     

    Retorna pues el terciopelo azul.

     

    Y por cierto: ¿no les parece que la altura de la mirada de la cámara hacia esa falda del vestido de terciopelo que llena la pantalla es la propia de un niño? El asunto es que ese terciopelo azul está ahora, en el final del film, impregnado para nosotros por el aroma de todo lo aparentemente neutralizado: el fuego de esa pasión ardiente que se ha desplegado en escenas del todo perversas, la proximidad misma de la locura, y la potencial aniquilación de un niño.

     


     

     

     

     

     


    Blue Velvet, 1963

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    Volvamos al comienzo.

     


    •Canción: Blue velvet


     

    Es fácil fechar el tiempo que el film rememora, pues la canción que le da título, Blue Velvet, de Bobby Vinton, fue un gran éxito de 1963.

     

    Y, en 1963, David Lynch, nacido en 1947, tenía 17 años, una edad perfectamente adjudicable a Jeffrey, el protagonista del film.

     

    Pero atendamos ahora a la letra de la canción Blue Velvet que, -es obligado anotarlo- comienza a sonar en el momento mismo en que el terciopelo se desvanece.

     



    •Canción: Blue Velvet


     

    De modo que el terciopelo sigue ahí.

     


    •Canción: Whoa-whoa


    •Canción: She wore blue

     

    Y justo cuando aparecen esas flores intensamente rojas, la canción nos habla de una mujer que vestía azul terciopelo.

     



    •Canción: velvet

     

    Es hora de decir que el rojo,

     


     

    como el de las rosas, es el otro color de Dorothy:

     


     


    •Canción: Whoa-whoa.

    •Canción: Bluer than velvet was the night.


     

    Ella, esa mujer de terciopelo azul era más azul -¿y más triste?- que la noche de terciopelo.

     


    •Canción: Whoa-whoa-whoa


    •Canción: Softer than satin was the light


    •Canción: From the stars

     

    Más suave que el satén era la luz de las estrellas.

     


    •Canción: She wore


    •Canción: blue


    •Canción: velvet. Ella llevaba terciopelo azul.

     

     


    Hay algo raro en esa casa

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    Existen una declaraciones de Lynch sobre su infancia que corresponden notablemente con el tono inicial de la película.

     

    «Creo que era un chico completamente normal (…) Según mis recuerdos, tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas. Pero los chicos tienen los sentidos particularmente alertas, los ojos muy abiertos, las orejas muy atentas, y el mundo les manda una catarata de informaciones y sensaciones… Los chicos perciben las cosas de manera muy fuerte, pero tienen también una imaginación que puede amplificar los acontecimientos más insignificantes, los detalles más ínfimos. Agrandado por la imaginación de un niño, un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más bella o la más horrible de las historias. Cuando era chico esta percepción de las cosas podía ser formidable, pero, al mismo tiempo, turbadora e inquietante. Por ejemplo, poder entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarte nada de nada, sentir que hay algo raro en esa casa. Como una nube malvada que flota en el aire y te indica de manera confusa que en esa casa algo anda mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero sientes que hay algo escondido, que en la casa reina un cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean… En mi casa todo era muy tranquilo, muy normal. Mis padres nunca se pelearon, hasta tal punto que a veces hasta me habría gustado que se pelearan un poco, que hubiera en la casa un poco de movimiento. Pero jamás pasó nada. Nuestra casa era un lugar sólido, estable, tranquilizador.»

    [David Lynch]

     

    ¿Fue feliz la infancia de Lynch? Creo que era un chico completamente normal Según mis recuerdos, tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas.

     

    Un verbo –creo-, un adverbio –según– y un adjetivo –demasiados– están ahí marcando una distancia con aquello que se dice.

     

    Es muy diferente decir Según mis recuerdos tuve una infancia feliz que decir Tuve una infancia feliz.

     

    Pero los chicos tienen los sentidos particularmente alertas, los ojos muy abiertos, las orejas muy atentas (…) Cuando era chico esta percepción de las cosas podía ser formidable, pero, al mismo tiempo, turbadora e inquietante.

     

    Ciertamente, estas dos palabras corresponden bien a la atmósfera del film entero.

     

    Por ejemplo, poder entrar a una casa. Y bien, eso es exactamente lo que a continuación sucede.

     

    Y, sin buscar nada en particular, sin imaginarte nada de nada, sentir que hay algo raro en esa casa.

     

    Y bien, ¿hay algo raro en esta casa?

     



     

    Fuera, cuidando el jardín, el padre.

     


    •Canción: Bluer than velvet were her eyes

     

    Pero la canción prosigue:

     

    Más azules que el terciopelo eran sus ojos.

     

    Y de inmediato la cámara se introduce en el interior de la casa

     


    •Canción: Whoa-whoa-whoa.

     

    y nos muestra a la madre, quien desde luego tiene los ojos azules.

     


    •Canción: Warmer than May her tender


    •Canción: sighs. Love was

     

    Pero no parece que sus tiernos suspiros sean más cálidos que mayo.

     

    Lo desmiente tanto esa pistola que atrae la mirada de la madre, como la imagen en extremo fría, casi hierática, de ésta.

     


     

    Tan hierática, por cierto, como el pie de la lámpara que hay junto a ella.

     

    Y profundamente aburrida, quizás desilusionada, incluso desinteresada de su propia vida.

     

    ¿No les parece que hay como una nube malvada que flota en el aire y te indica de manera confusa que en esa casa algo anda mal?

     

     


    Pistola y manguera

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    Un muñeco negro vestido de rojo y con aspecto de marioneta comparte el centro del plano con la figura blanca del pie de la lámpara cuyo rostro hierático tiene un cierto parecido con el de la madre.

     


    •Canción: Warmer than May her tender

     

    Ciertamente, nada de calidez ni de ternura vemos en esa mujer.

     

    Y constatamos como su fría mirada se ve atraída por una pistola tan localizada por su mirada como señalada por ese tan femenino tapete de ganchillo que se encuentra sobre el televisor.

     


    •Canción: sighs. Love was

     

    Sigue la imagen del padre mientras la letra de la canción habla de amor

     


    •Canción: Love was ours

     

    El amor era nuestro.

     

    Diríase que aquí la canción se aparta del todo de lo que la imagen presenta. Pues es la distancia entre el padre -fuera- y la madre -dentro- la que se impone en la imagen.

     

    Y no solo eso. Pues ese asunto, el de la separación, la distancia, el desinterés entre el padre y la madre encuentra su punto de apoyo en la relación metafórica que se establece

     


     

    entre la manguera del padre

     


     

    y la pistola que la madre mira.

     

    Pues hay sin duda una rima entre ambas que podríamos formular así: esa pistola que atrae la mirada de la madre no es la manguera del padre.

     

    Ciertamente: la madre, aburrida, solo interesada en la pistola del televisor, se desinteresa absolutamente tanto del padre como de su manguera.

     


     

    ¿No les parece que eso corresponde bien a esas palabras de Lynch?: sientes que hay algo escondido, que en la casa reina un cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean…

     

    Ahora bien, es un hecho que las imágenes que nos ocupan corresponden igualmente bien a lo que Lynch dice a continuación en estas mismas declaraciones: En mi casa todo era muy tranquilo, muy normal. Mis padres nunca se pelearon

     

    Es difícil resistirse a ver en ello la contrapartida de esa ausencia absoluta de peleas entre sus padres.

     

    Y ello, sobre todo, porque eso cobra, inesperadamente, la forma de una queja: Hasta tal punto que a veces hasta me habría gustado que se pelearan un poco, que hubiera en la casa un poco de movimiento

     

    Pero jamás pasó nada. Es decir: una ausencia total de pasión.

     

    Pues el movimiento por antonomasia en una casa, para un niño, es el del abrazo amoroso de sus padres.

     


    •Canción: ours


    •Canción: Ours

     

    En todo caso, es evidente que algo va mal en la manguera del padre.

     


    •Canción: a love I held tightly

     

    Yo sostuve fuertemente nuestro amor, dice la canción, mientras que el padre lo que sostiene fuertemente es su manguera, a la vez que constata su atasco.

     

    Y saben lo que sigue: ni más ni menos que su desfallecimiento por la vía del síncope:

     


    •Canción: Feeling

     

    La manguera, verde como la vegetación que la rodea, se ha atascado en una rama.

     

    Si les llamo la atención sobre la vegetación es porque es de índole biológica la deriva metafórica que adquiere la manguera en lo que sigue.

     


    •Canción: the rapture


    •Canción: grow

     

    La presión aumenta, cristalizando entonces el desplazamiento de la metáfora sexual -manguera y pistola- a la metáfora vascular.

     



    •Canción: Like


    •Canción: a flame burning brightly


     

    Aunque no deja de haber, sin duda, una conexión entre ambas metáforas, dado que en ambas se ve concernido el corazón.

     

    Y por lo demás, la presencia mantenida de ambas metáforas viene a ser acentuada por la canción, en tanto que nombra un sentimiento de éxtasis creciente:

     


    •Canción: Feeling


    •Canción: the rapture


    •Canción: grow

     

     

     

     

     


    Goce y desfallecimiento del padre

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    Sintiendo el éxtasis crecer

     



    •Canción: Like


    •Canción: a flame burning brightly

     

    Como una llama ardiendo brillantemente…

     


    •Canción: But when she left

     

    Se habla bien literalmente del goce.

     

    Y sin embargo es el desfallecimiento del padre lo que está teniendo lugar.

     

    Todo un seísmo para Jeffrey que viene a poner fin a ese protegido mundo de la infancia que ha sido dibujado en la serie anterior de encadenados y que da paso al mundo oscuro, extraño, en el que va a internarse en lo que sigue.

     

    Y, a pesar de todo, ese desfallecimiento es nombrado por la canción como el sentimiento de un éxtasis creciente.

     

    Como una llama ardiendo brillantemente.

     

    Ven lo que les decía antes, hasta que punto American Beauty está en deuda con Blue Velvet:

     


    •Jane: I need a father who’s a role model.


    •Jane: Not some horny geek-boy who’s gonna spray his shorts


    •Jane: whenever l bring a girlfriend home from school.


    •Jane: What a lame-o.


    •Jane: Someone really should just put him out of his misery.

     

    El deseo de la muerte del padre es el punto de partida, absolutamente explícito, de American Beauty.

     


    •Ricky: Want me to kill him for you?


    •Jane: Yeah. Would you?


     

    Saben lo que, en Blue Velvet, sigue al derrumbe del padre: la emergencia de ese otro padre siniestro que es Frank.

     

    Ya hemos visto como pronto se enciende esa llama brillante.

     

    ¿Les parece excesivo esto que les digo, que Frank es la otra cara, la cara siniestra del padre? Quizás piensen que esto que les digo sea una interpretación subjetiva mía. Pero miren, no es así. Solo deletreo algo que está literalmente escrito en el film:

     



     

    Lo han visto.

     

    El rostro distorsionado del padre en el hospital se metamorfosea en el rostro feroz de Frank.

     


    •Canción: But when she left

     

    Pero cuando ella se fue…

     


     

    Se dan cuenta de hasta qué punto la metáfora fálica sigue presente.

     

     


    La locura del mundo

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    •Canción: Gone was the glow of blue

     

    El agua de la manguera se mueve ahora como si un aspersor la enviara cadenciosamente en una y otra dirección.

     


    •Canción: velvet

     

    Sin embargo, es un perro enloquecido el que produce ese efecto.

     

    Pero cuando ella se fue, desapareció el resplandor del terciopelo azul -dice la canción.

     

    Y, podríamos añadir, la locura del mundo se hizo visible una vez que ese resplandor desapareció.

     

    El niño de la casa vecina -que dibuja en cualquier caso el ser padre del hombre caído a la vez que esboza el tema mismo de la nueva orfandad del hijo- contempla cómo un perro que desde luego no es el mejor amigo del hombre, hace una fiesta del derrumbe de su amo y bebe enloquecido de su manguera. -Un niño y un perro como estos reaparecerán años más tarde en Lost Highway.

     

    Por cierto que esta imagen viene finalmente a sugerirnos que es una fabulación retrospectiva, esa imagen de una infancia feliz –Según mis recuerdos, tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas– de la que hablaba Lynch en sus declaraciones.

     

    La locura del mundo,

     


    •Canción: Whoa-whoa.


    •Canción: But in my heart

     

    se manifiesta ahora encarnada en la rigidez absurda de esa manguera

     


    •Canción: there’ll always be.

     

    Y en el modo loco en el que el perro bebe de ella.

     

    Pero en mi corazón siempre habrá

     

     



    •Canción: Whoa-whoa-who


    •Canción: Precious and warm a memory

     

    Precioso y cálido, un recuerdo.

     


    •Canción: Through the years…


     

    A través de los años…

     

    Aquí cesa la canción, deja e oírse toda música, y un ruido amorfo, primario, potencialmente brutal, ocupa su lugar.

     


    Mysteries of Love y Blue Velvet

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    Y debemos anotar que eso evita que escuchemos los dos últimos versos de la canción:

     

    «She wore blue velvet
    Bluer than velvet was the night
    Softer than satin was the light
    From the stars
    She wore blue velvet
    Bluer than velvet were her eyes
    Warmer than May her tender sighs
    Love was ours
    Ours a love I held tightly
    Feeling the rapture grow
    Like a flame burning brightly
    But when she left, gone was the glow of
    Blue velvet
    But in my heart there’ll always be
    Precious and warm, a memory
    Through the years
    And I still can see blue blue Velvet
    Through my tears
    »

     

    Versos que solo escucharemos en la escena final de la película, casi encabalgados sobre la canción que el propio Lynch escribió para el film: Mysteries of Love:

     


    •Sandy: It’s a strange world.


    •Sandy: Isn’t it?

     

    Ya están oyendo Mysteries of Love.

     




    •Canción: Sometimes


    •Canción: a wind



    •Canción: blows

     

    A veces sopla el viento -dice la canción en su final-

     


    •Canción: and the mysteries of Love



    •Canción: come clear.


     

    Y los misterios del amor se esclarecen.

     


     

    Y aquí, en el momento que antes les señalaba como el del estremecimiento, se enlaza casi sin solución de continuidad el final de la letra de Blue Velvet:

     


    •Canción: And I still can see


    •Canción: Blue Velvet.


    •Canción: Through my


    •Canción: Tears


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    Safe Creative #2005103952971

     

     

     

    El terciopelo y el fuego

     

     

     


     

     

     

    Jesús González Requena
    Análisis de Textos Audiovisuales, 2019/2020
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

     

     

  • Telón y vestido
  • El autor y su firma
  • El telón se desvanece
  • Amercan Beauty
  • Lumberston
  • Artificial
  • Bomberos, fuego, niños
  • Hilos formales

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    Telón y vestido

     


     

    ¿Qué es esto? ¿Un telón? Esa es la primera sugerencia, como tal introducida connotativamente, pues la ausencia del marco de la caja teatral impide reconocerlo como un dato denotado.

     

    Y un telón azul, de una muy acentuada textura, y extrañamente brillante.

     

    El título viene de inmediato a identificarlo:

     


     

    Un telón de terciopelo azul.

     

    ¿O debemos decir una tela, de terciopelo azul? Y es que, por lo general, los telones no se mueven así.

     


     

    Y el caso es que este se mueve como mecido por el viento.

     

    La idea de comenzar así estaba ya en el guion, donde se habla de pliegues de terciopelo que se mueven lenta y onduladamente.

     

    «Blue Velvet – The Screenplay
    BLUE VELVET screenplay by
    David Lynch
    FADE IN:
    FOLDS OF BLUE VELVET UNDULATE EVER SO SLOWLY.
    WITH TITLES DISSOLVE TO:
    1. EXT. BEAUMONTS’ FRONT LAWN – DAY Blue skies. PAN SLOWLY DOWN to clean white picket fence, with beautiful
    red roses in front of it. Birds CHIRP in the distance. A faint sprinkler
    SOUND is heard. Very sweet MUSIC is playing.»
    http://www.lynchnet.com/bv/bvscript.html]

     

     

     

    Y observen que es un guion que, por lo demás, Lynch firma solo.

     

    Sin duda: el relato confirmará que se trata precisamente de eso, de tela de terciopelo azul:

     


     

    La del vestido que ella se pone cuando Frank, el psicópata, la visita.

     

    Ciertamente, nunca resultará tan extrañamente brillante como en los títulos de crédito, aunque ese brillo de aspecto casi metálico que exhibe en ellos aparecerá, llegado el momento,

     


     

    desplazado en el cuchillo con el que Dorothy amenazará Jeffrey.

     


     

    Como ven, ese vestido de terciopelo azul, tiene un largo trayecto en el film

     


     

    Incluso estará presente, a pesar de la ausencia de Dorothy,

     


     

    en la escena del duelo final en el apartamento.

     

    Y está, por otra parte, la no memos notable presencia de

     


     

    ese trozo faltante del vestido

     


     

    que se convertirá en un fetiche

     


     

    de la mayor relevancia.

     


     

    El fetiche de Frank

     


     

    que parecerá irradiar su color sobre todo el personaje.

     

    Entonces se hará más patente que nunca la connotación de tristeza que tiene el azul en la lengua inglesa, donde el blue es el color del blues.

     

    Matiz de tristeza

     


     

    que dará la pincelada inesperada que terminará de dibujar a este personaje, marcado por el azul de la melancolía.

     

    Y que

     


     

    se cruzará de la manera más inquietante con la boca.

     

    Con las bocas,

     


     

    habría que decir,

     


     

    pues no solo la suya sino también las de sus víctimas que darán forma así al más chocante triángulo.

     


     

    Pero dado que esa tela llena toda la pantalla antes de que el relato comience, su identificación, a la vez, como telón, se nos impone: telón que va a abrirse a la historia que va a comenzar.

     

    Pero en tanto que se mantiene insistentemente cerrado y sensualmente ondulante durante todos los créditos, sugiere, si no anuncia, cierta escena oculta que aguarda.

    Por tanto: telón que oculta y tela de vestido.

     

    Y, hay que añadir, de una parte determinada del vestido. Pues si miran con algo de atención las zonas de las esquinas superiores del cuadro verán como esos pliegues del vestido de terciopelo se inclinan hacia dentro como solo sucede en una falda.

     

     

     

     

     


    El autor y su firma

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    Y es ahí, resulta obligado decirlo, donde el el cineasta escribe su nombre tres veces,

     


     

    A David Lynch film

     


     

    Screenplay by

     


     

    y Directed by.

     

    Como ven, el film arranca con una reclamación extrema de su autoría que queda ligada a ese trozo de tela de terciopelo azul.

     

    Se suscita aquí la cuestión del autor, esencialmente asociada a la temática estética.

     

    Detengámonos en ello por un momento.

     

    ¿Se han parado a pensar en qué otro ámbito, además del del arte, damos en utilizar la palabra autor? Sin duda, en el campo del crimen.

     

    Hablamos del autor de una obra de arte como hablamos de autor de un crimen. Hecho notable éste que no deja de encontrar su eco en el tan insistente interés por el crimen que se da en el mundo del arte.

     

    Pues es, como saben, ingente la cantidad de obras de teatro, de novelas o de películas en las que uno u otro crimen desempeña un papel central.

     

    ¿No sugiere ello que el arte podría ser, entre otras cosas, una vía de sublimación de la agresividad que habita el interior de los seres humanos?

     

    El caso es que hablamos del autor de una obra de arte como hablamos del autor de un crimen. ¿Saben por qué? Porque en uno como en otro caso, damos con ello por hecho que la individualidad del sujeto, su singularidad, aparece vinculada -ya sea a la obra, pintura o novela, sinfonía o película, o al crimen.

     

    Y es que la verdad de una obra de arte no está en lo que díce. Está, por el contrario, en la presencia de la subjetividad de su autor. No en la verdad de lo que el autor puede querer decirnos, sino en la verdad de su experiencia personal, vivencial, en tanto que ha quedado impresa, que ha dejado su huella en la película y que por eso la película nos transmite cuando hacemos la experiencia del visionado.

     

    Hay películas en las que sus cineastas no han hecho más que ilustrar en imágenes ciertas historias y ciertos temas más o menos interesantes.

     

    Esas tienen poco interés estético, como películas, con independencia del interés de sus argumentos.

     

    ¿Saben en qué consiste una buena película? En que no ilustra argumentos, sino en que cuando pone en escena esos argumentos sucede algo.

     

    Es la verdad de ese suceso la que nos alcanza. Me refiero a la verdad de lo que sucede en el rodaje, cuando, claro está, en el rodaje sucede algo.

     

    ¿Cuál es la condición para que eso suceda? que el cineasta sea capaz de poner en juego su propia experiencia pues es su verdad la que nos alcanza. Siempre, caro está, pues ese es el dato distintivo del artista, que logra darle forma.

     

     

     

     

     


    El telón se desvanece

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    ¿qué sucede con ese telón que es a la vez una falda de terciopelo cuando se abre? Ahora bien, ¿es apropiado decir esto?, ¿podemos decir que este telón se abre?

     

    En rigor no, más bien se diluye,

     


     

    Se desvanece -en un encadenado que dura casi cuatro segundos- dando paso al más azul, claro y límpido de los cielos imaginable.

     

    Justo entonces comienza la canción cuyo título es el mismo del film, a la vez que la cámara desciende para ligar ese cielo tan azul

     


    •Canción: Blue Velvet


    •Canción: Whoa-whoa


    •Canción: She wore blue

     

    con las más rojas de las rosas y con una valla impecablemente blanca.

     

    Azul, rojo, blanco -y también el verde de las hojas- inmaculados.

     

     

     

     


    Amercan Beauty

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    Por cierto: cuando nos reunimos el año pasado les llamé la atención sobre la extraordinaria influencia de David Lynch en el cine de los últimos años.

     

    ¿No se dan cuenta, por ejemplo, de cómo este comienzo ha influido en el de American Beauty, la película que en 1999, 13 años después del estreno de Blue Velvet, dio a conocer a Sam Mendes?

     



    •Lester: That’s my wife, Carolyn.



    •Lester: See the way the handle on those pruning shears


    •Lester: matches her gardening clogs?


    •Lester: That’s not an accident.


     

    Y les estoy hablando de uno de los cineastas de mayor éxito comercial del cine norteamericano actual.

     

    Porque supongo que están al tanto del ruido que está haciendo 1917.

     


     

    ¿Se dan cuenta?

     


     

    El mismo rojo intenso,

     


     

    semejante azul al fondo,

     


     

    y vallas igual de impolutamente blancas.

     

    En ambos casos, colores intensos, saturados y sin textura. Y el mismo efecto de sentido: un cierto aroma de artificialidad, de irrealidad.

     

    Hasta dónde alcanza la influencia de Lynch en el Mendes de American Beauty es algo interesante de indagar. Pues se extiende más allá de ese tema plástico de la rosa roja y la valla blanca. El tema de la irrealidad que éste primer tema suscita se asocia igualmente a su contraste con un mundo oscuro, latentemente inquietante, que encuentra en ambos films una plástica opuesta: oscura, cargada de textura.

     


     

    Si recuerdan las palabras que esta chica, la hija del protagonista del film, dice en la escena inicial se encontrarán con un tema, éste propiamente psicológico, no menos presente en Blue Velvet.

     

     

     

     

     


    Lumberston

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    Volvamos a Blue Velvet:

     


     

    Es, en principio, un mundo en exceso limpio y apacible el suyo, presentado a través de una serie de lentos encadenados.

     



    •Canción: velvet


    •Canción: Whoa-whoa. Bluer than velvet was the night.

     

    Un mundo protegido de todo fuego por el más amable de los bomberos,

     


    •Canción: Whoa-whoa-whoa


    •Canción: Softer that satin was the light

     

    poblado de los más hermosos tulipanes, protegidos por impolutas vallas blancas y ordenadas…

     


    •Canción: From the stars

     

    Este es el tercer encadenado.

     


    •Canción: She wohe

     

    Como ven, es la rememoración del mundo apacible, protegido y feliz de la infancia, donde todo se detiene al paso de los niños.

     


    •Canción: blue Un mundo donde esos niños habitan las más amables y acogedoras de las casas.

     

    Por cierto que este último encadenado ha venido a cerrar la serie.

     


     

    Y ese cierre viene anotado por el estatismo de este plano que contrarresta el movimiento que se ha ido encadenando en los anteriores, siempre asociado al de la melodía de la canción.

     

    El movimiento de las flores y sus hojas, mecidas por el viento, que se prolonga en el del coche de bomberos prosigue en el de los capullos amarillos y finalmente se prolonga en el de los niños cruzando la calle.

     

     

     

     


    Artificial

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    Un mundo, en suma, a la vez brillante, protegido e inmaculado.

     


     

    Pero hay que añadir de inmediato, brillante y protegido e inmaculado en exceso.

     

    Todo es en él es tan inmaculado, tan carente de mácula, que resulta irreal.

     


     

    Tiene algo artificial, también almibarado y kitsch tan propio de las tarjetas postales.

     


     

    ¿No es de esa índole la calculada rima entre las posciciones -diríamos incluso los gestos- del bombero y de su perro?

     

    Les he dicho que ese inquietante telón

     


     

    sobre el que el cineasta escribe tres veces su nombre se desvanece para dar paso a un cielo limpidamente azul.

     

    Pero, ¿no sería más exacto decir que ese telón se metamorfosea en un cielo azul?

     


    •Canción: Blue Velvet

     

    Y así, desde ese momento, ese cielo azul queda marcado como sospechoso, pues es la prolongación de ese espeso telón del que procede.

     

    En suma: él mismo es un telón, sólo que invisible, que oculta aquello mismo que enmascara. –Twin Peaks, la serie de televisión que Lych realizará tras Blue Velvet girará constantemente sobre este tema.

     

    En cierto modo, Blue Velvet empieza como muchos relatos de Philip K. Dick: presentando mundos amables pero impregnados de una cierta extrañeza que tarde o temprano es reconocida como la huella de lo que enmascaran.

     

     


    Bomberos, fuego, niños

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    Es obligado constatar que los elementos escogidos para esta primera descripción de Lumberton no son gratuitos.

     


     

    Pues un niño va a ser la víctima mayor del relato,

     


     

    por más que solo le veamos en la escena final del film y, además, tan solo de espaldas, de modo que nunca alcanzaremos a ver su rostro.

     



     

    Y el otro elemento, además de las flores,

     


     

    es el coche de bomberos, que anticipa metonímicamente otro de los elementos plásticos mayores del film: el fuego.

     


     

    Que será, antes que nada, el fuego de la pasión.

     

    Les digo tema plástico porque el fuego no tiene casi presencia narrativa, sino que comparece como expresión metafórica del la violencia, el deseo y el goce.

     

    Igual que hemos seguido el hilo del terciopelo, conviene ahora que sigamos el hilo del fuego.

     

    Las imágenes que acabo de mostrarles aparecen directamente asociadas a la violencia sexual de Frank:

     


     

    Tanto como al goce de Dorothy:

     



    •Frank: Now it’s dark.



    •Dorothy: Hit me.


    Y más tarde, en una serie posterior, Jeffrey vendrá a ocupar el lugar de Frank, en un encadenamiento que conducirá, de nuevo, al goce masoquista de Dorothy:

     



    •Dorothy: Don!


    •Dorothy: Hit me!

    •Jeffrey: No! No!



    •Dorothy: Get away! Get away from my bed! Stay away!






     

    Esta vez será ya un fuego desbocado.

     

    Les he dicho que el fuego, en Blue Velvet, casi no tiene presencia narrativa.

     

    Pues existe con todo una presencia narrativa que les va a costar recordar.

     

    ¿Lo logran?

     


    •Frank: remember anything?


    •Frank: Now it’s dark.

     

    Ahí lo tienen: el fuego llega con Frank.

     

     


    Hilos formales

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    ¿Se dan cuenta de lo que estamos haciendo? Poniendo en práctica uno de los principales procedimientos del análisis textual: localizar y seguir los hilos formales, plásticos y temáticos, del texto. Reconocerlos y pensarlos como elementos formales, elementos cuyo retorno, por encima y por debajo de la narración, construyen, por decirlo así, la melodía del texto.

     

    Y es que lo esencial de nuestra tarea no estriba en establecer lo que el texto dice, sino en comprender la forma por la que su decir nos conmueve.

     

    De modo que esta es la tarea principal de esta asignatura: desarrollar en ustedes la capacidad de ver la forma en vez de ignorarla dejándose llevar sin más por su efecto de sentido. Pues si el sentido es algo más que un significado dicho, es que es algo que se siente -algo, por tanto, experiencial- que pasa necesariamente por la forma y por la materia del texto.

     

    Así, la conciencia de la forma no solo no nos aparta del sentido, sino que nos permite acceder mejor a él.

     

    Fíjense:

     


     

    los bomberos

     


     

    protegen del fuego, como

     


     

    los maestros protegen a los niños

     


     

    de perderse.

     

    Y en medio de todo esto está,

     


     

    diríase que interrogándose por su propia infancia, ese joven que es Jeffrey.

     

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    La escena: 3. El ritual de Frank

     

     


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    Los términos de la escena primaria

     

    Y, así, la escena se reconfigura de inmediato con la llegada de quien -no siendo ciertamente el padre- viene a ocupar en cualquier caso el lugar del tercero.

     


     

    Así pues, la escena, propiamente, se reformula, respondiendo esta vez su disposición a la de la estructura de la escena primaria, en la que el sujeto contempla la escena del acto sexual de los padres.

     

    Puede parecer excesivo formularlo así, pero sobran los motivos para hacerlo.

     

    Y se encuentran no sólo en el encadenamiento arcaico que ya hemos anotado del desplazamiento de Jeffrey por los espacios de Dorothy -cocina, cuarto de baño, dormitorio, habitación infantil- ni en la fascinación paralizante que ha producido en él la inesperada y fulgurante figuración fálica de la mujer.

     

    Pues hay, en el film, motivos explícitos inapelables. Es decir: literales. Tanto por lo que se refiere a Dorothy en la posición de la madre:

     


    •Mike: Who’s that? Is that


    •Mike: your mother, Jeffrey?

    •Jeffrey: Dorothy.


    •Jeffrey: No, como here, you Ivy League shit. She’s hurt, in case you didn’t notice.


     

    Como por lo que se refiere a Frank en la posición del padre:

     


     

    Así, en la pesadilla de Jeffrey, el distorsionado rostro de su padre en el hospital se metamorfosea en el rostro de Frank

     


     

    Tanto como el sonido de la garganta incapaz de pronunciar palabra de aquel se transforma en el aullido salvaje de éste.

     


     

     

     

     

     


    El perverso y el psicópata

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    Pero, claro está, todo es mucho más perversamente complicado, tal y como ha quedado predibujado por la conversación telefónica anterior que, si ha confirmado a Dorothy en el papel de madre -cuyo hijo ha sido raptado, como ahora, en cierto modo, Jeffrey está raptado en su armario- ha identificado a Frank no como al padre, sino como el psicópata que ocupa su lugar con la voluntad inequívoca de aniquilarlo.

     

    Quiero decir: de aniquilar simultáneamente al padre y a su lugar.

     

    Y por cierto que, a este respecto, ello nos permite dibujar con precisión la diferencia entre el perverso y el psicópata.

     

    El primero hacer burla del padre, juega continuamente al irrespeto de su ley, incluso la deconstruye, pero el psicópata va más lejos y de un solo golpe: quiere aniquilarlo, tanto a él como a la ley simbólica que encarna.

     


    •Dorothy: Hello, baby.


    •Frank: Shut up!


    •Frank: lt’s Daddy, you shithead! Where’s my bourbon?

     

    Frank, desde su entrada, se apodera del espacio: ocupa su centro, a la vez que, como amo, reclama la puesta en marcha del ritual del sometimiento.

     



     

    Ahora hay, en la mirada de Jeffrey, algo más que fascinación.

     

    Con sus ojos desorbitados, parece hipnotizado, desarmadamente invadido por la escena que tiene ante sí.

     


    •Frank: Can’t you fuckin,


    •Frank: remember anything?

     

    Dorothy no puede recordar, es decir, repetir la secuencia invariable de gestos imprescindibles a la escena que Frank reclama.

     

    Y es que, por más que se esfuerce, Frank se mostrará siempre insatisfecho.

     

    Pues, para él, de lo que se trata es de probar que es el amo absoluto y que ella, su esclava, es incapaz de preveer su deseo.

     

    Plásticamente, se hallan reunidos todos los elementos sobre cuyos contrastes se ha puesto en escena sucesivamente el glamur de Dorothy y su desaparición.

     

    Así, encontramos el azul terciopelo del vestido de ella a la vez que la lámpara medusa y el cuarto de baño.

     

    Y si la taza del inodoro no se ve ahora, es necesario señalar que se encuentra exactamente ahí, en el eje vertical mismo de esa silla roja sobre la que ella va a sentarse en seguida.

     


     

    Dorothy, obediente, apaga la luz de la lámpara y enciende una pequeña vela.

     

    Es el régimen de semioscuridad del que gusta Frank.

     

    Luego corre a sentarse en el lugar que el rito le asigna.

     


     

    Disculpen que apure todas las implicaciones de la puesta en escena: compositivamente, la cabeza de ella se encuentra ahora en el exacto lugar de la taza del inodoro.

     


     


     

    Puede parecer algo excesivo, pero supone la traducción visual exacta de la palabra que hace bien poco Frank ha utilizado para insultarla y que con escasa precisión suele ser traducida en español por gilipollas:

     


    •Frank: lt’s Daddy, you shithead! Where’s my bourbon?

     

    shithead: es decir, literalmente, cabeza de mierda.

     

    Es voluntad del psicópata aniquilar al otro, no solo y no tanto física como simbólicamente: busca destituirlo de toda dignidad.

     

    Pero no pierdan de vista que su objeto de aniquilación aquí es sólo secundariamente Dorothy.

     

    Se trata para él, antes que nada, de destruir la legitimidad del padre secuestrado y suplantado.

     

    El sometimiento de Dorothy, obtenido al precio de conservar la vida del esposo, constituye, a este propósito, un procedimiento refinadamente perverso, dado que le obliga a ella, para salvarle la vida, a involucrarse en la destitución de su ley -en primer lugar de esa ley que hace, de ella, su mujer.

     

     

     

     

     

     


    Frank: foco central de la mirada de Jeffrey

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    •Frank: Now it’s dark.

     

    La oscuridad, esa dimensión mayor del universo lynchiano, encuentra aquí, en lo que sigue, su referente absoluto.

     


    •Frank: Spread your legs.

     

    Tanto como Frank sigue constituyendo el centro absoluto de la escena. Es decir, constituye el foco central, para la mirada de Jeffrey

     



     

    quien ahora aparece absolutamente fascinado.

     

    No, claro está, por la mujer -pues ésta ahora le da la espalda- sino por el propio Frank, del que incluso pareciera sentirse cómplice.

     



    •Frank: Wider.


    •Frank: Now show it to me.


     

    Frank apura su copa

     


     

    y realiza un gesto de un extraño amaneramiento.

     


     

    Solo mucho más tarde podremos deducir -no queremos decir, desde luego, que lo haga la conciencia del espectador- que procede de Ben, el amigo de Frank que cantará In Dreams -la canción que habla del Sandman.

     


     

    Sigue, luego, el gesto autoritario y amenazante, que acompaña a la orden que no cesará de repetir en lo que sigue.

     


    •Frank: Don’t you fuckin’ look at me.


     

    Es una orden que focaliza lo que está en juego en la escena:

     

    el acto mismo de la mirada, del que Dorothy es desposeída y del que Frank se proclama amo absoluto, pero del que participa también el propio Jeffrey.

     



     

    El rostro de Jeffrey ahora no manifiesta miedo ni excitación, sino un estado de posesión parecido, como decíamos antes, a la hipnosis o al sonambulismo.

     

    No hay ahora, en su mirada, ninguna focalización: ya no mira desde fuera, sino que está del todo absorbido por la escena, fundido con ella.

     

     


    La metamorfosis de Frank

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    Tiene lugar entonces la metamorfosis de Frank, al modo de las que suceden en los relatos fantásticos, por más que aquí sea producida por un procedimiento bien realista: Frank es probablemente asmático, pero en cualquier caso se suministra su droga por esa vía.

     


     

    Pero el film escribe con total precisión el motivo de su asfixia, es decir, el foco de su angustia.

     

    De hecho se encuentra ya inscrito en el lateral derecho de la imagen.

     


     

    Esa mujer que es toda ella terciopelo azul.

     

    Y que lo es tan intensamente que es capaz -he ahí el foco de la angustia- de asfixiarlo hasta hacerlo desaparecer -como desaparece ahora de la imagen por efecto del desplazamiento de la cámara tras la espalda de Dorothy.

     

    Recibe entonces, por cierto, el nombre que le corresponde:

     


    •Frank: Mommy…

     

    Ante ella, ante la madre, ante el umbral absoluto de la vida, Frank,

     


     

    protegido por la mascarilla que le concede un suplemento de oxígeno -a la vez que hace de él un ser monstruoso- se arrodilla.

     


     

    Emerge así, entonces, la precondición originaria de esa voluntad del psicópata de erigirse en amo absoluto y absolutamente aniquilante. Tiene que ver con su sometimiento en el origen a una potencia materna a su vez vivida como absoluta y aniquilante.

     

    Y su contrapartida: la ausencia de un tercero capaz de someterla, es decir, de rebajarla a ella de su omnipotencia originaria. Tal es el motivo de la compulsiva necesidad de Frank de aniquilar el lugar del padre, dado que ese lugar no ha existido nunca para él.

     


    •Frank: Mommy!


    •Frank: Mommy!


    •Frank: Mommy …



    •Dorothy: Mommy loves you, Frank.

     

    Y entonces Frank formula su más íntimo anhelo:

     


    •Frank: Baby wants to fuck!

     

    Perciben ustedes la evidente contradicción: si es un nene, ¿cómo pretende follar? El sólo puede hacer precisamente eso que está ahora haciendo: mirar -como hace, como no ha dejado de hacer todo el tiempo, el propio Jeffrey.

     


    •Frank: All right, get ready to fuck! You fucker’s


    •Frank: fucker! You fucker!


     

    El sesgo infantil de su ira resulta ahora del todo patente.

     


     

    Tan patente que ella, casi apiadada, olvida la regla y desciende la mirada hacia él.

     



    •Frank: Don’t you fuckin


    •Frank: ‘look at me!

     

    Que es exactamente lo que él no soporta: ser visto en esa infinita debilidad que es la suya.

     

     


    El goce de Dorothy

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    Pero estalla, a la vez, lo más inesperado: el golpe que ella recibe desencadena su goce -el rojo de su boca y el azul terciopelo de sus ojos lo confirma.

     

    Aunque es difícil decir si lo que desencadena ese goce es la violencia de la que es objeto o su soberanía sobre la infinita debilidad que esa violencia contiene.

     






     

    Viene a confirmarlo la súplica gimiente de Frank.

     


    •Frank: Baby … wants blue velvet.

     

    ¿Qué es el terciopelo azul? Una de las más precisas encarnaciones del fetiche tal y como fuera descrito por Sigmund Freud.

     

    Un objeto que ocupa el lugar, y así vela, la ausencia de falo en la madre, pero que al mismo tiempo es la marca de esa ausencia que vela.

     

    Sólo por la vía del fetiche puede entonces el fetichista acceder a la mujer.

     


     

    Pero diríase que la escena de Blue velvet contuviera todas las variantes de la perversión.

     

    Pues lo oral reaparece: así Frank, en una regresión extrema, se hace introducir en la boca el terciopelo azul.

     



     

    tarea que Dorothy realiza con evidente satisfacción,

     


     

    mientras que Frank descubre su pecho.

     




     

    Sólo a través de ese rodeo oral puede Frank recuperar su empuje:

     



    •Frank: Don’t you fuckin’


    •Frank: look at me! Don’t you fuckin’ look at me!

     

    Es total la pasividad de Dorothy en la escena, sin duda.

     

    Pero esa pasividad, más allá de su inicial sometimiento, es ahora el signo de su soberanía.

     


     

     

     

     


    La fórmula completa del fetiche

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    •Frank: Look at me.

     

    La inversión del discurso de Frank tal que ahora se produce está en relación con la aparición de esas tijeras que aparecen como algo que él puede enseñar.

     


    •Frank: Daddy’s coming home.

     

    Con ellas se reclama padre, es decir, alguien capaz de desposeer a la madre de su falo imaginario.

     

    Haciéndolo, desde luego, de manera perversa, pues lo propio de las tijeras es cortar, no penetrar.

     

    Sólo mas tarde sabremos cual es la índole del acto del que esas tijeras participan:

     



    •Dorothy: Don.



    •Dorothy: Don.

     

    Con esas tijeras Frank ha cortado un trozo de la falda de terciopelo azul de Dorothy

     


     

    -esa falda que oculta lo que Dorothy tiene o no tiene- y que ha convertido en un objeto que ocupa el lugar de esa carencia a la vez que la designa.

     

    Con lo que, como les decía se restituye la fórmula completa del fetiche.

     



    •Frank: Daddy’s comin’ home.

     

    El es ahora quien introduce el terciopelo azul en la boca de Dorothy,

     



    •Frank: Don’t you fuckin’ look at me!

     

    tanto como en la suya propia, en la más insolita recreación del cordón umbilical.

     

    Y el diálogo declara con precisión hasta que punto es de algo así de lo que se trata.

     


    •Frank: Daddy’s comin’ home.

     

    Por esa vía, el terciopelo azul pasa a cobrar el aspecto de una lengua desmesuradamente larga que constituye una de las más aceradas pinceladas siniestras que recorren el film.

     


     

    Recuerden:

     


    •Jeffrey: Ja!


    •Sandy: I used to know a kid that lived there.


    •Sandy: Had the biggest tongue in the world.


    •Jeffrey: Ja, ja.

    •Sandy: Ja, ja. What happened to him?


    •Jeffrey: I don’t know. He moved away.






     

    La lengua más monstruosamente larga y mortecinamente azul

     



     

    se descubre entonces como el correlato de la ausencia de oreja del padre.

     


     

    Un padre que lleva por nombre Don, lo que contiene dos implicaciones extraordinarias. La primera, que nombra, -en inglés como en español- la función simbólica del padre -dar ese don mayor que es el de la palabra y que tan radicalmente ausente está en el film. La segunda, -ciertamente más estremecedora por su índole biográfica-, que ese mismo nombre, Don, es, como ya hemos tenido ocasión de señalar, el nombre del padre de David Lynch.

     

     

     


    Papi quiere volver a casa

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    Y todavía una última pincelada perversa: es el puño lo que Frank introduce en Dorothy en lugar de ese pene que adivinamos infantilmente incapaz de una auténtica erección.

     


    •Frank: Daddy’s comin’ home.



    •Frank: Daddy’s comin’ home.

     

    Las palabras de Frank ahora son menos una constatación que una invocación: en calidad de papi quiere, trata desesperadamente, volver a casa -a esa casa iniciática que es el cuerpo de la madre.

     




    •Frank: Daddy’s coming…


    •Frank: Mommy! Mommy!


     

    Y, finalmente, parece lograrlo,

     



     

    devolviendo la imagen más patética imaginable.

     

    Pero sin dejar por ello espacio alguno para la burla, dado que el suyo es un patetismo netamente siniestro.

     






    •Frank: Don’t you fuckin’ look at me!


    •Frank: Don’t you fuckin’ look at me!

     

    Por otra parte, la soberanía de Dorothy no deja de confirmarse en el patente goce con el que absorbe toda la violencia de Frank.

     




     

    Este gesto aparentemente absurdo está sin embargo bien motivado en el universo de su psicopatía. Con él, trata de deshacerse de lo que ha contaminado su mano una vez que la ha introducido en el cuerpo de Dorothy.

     

    ¿O debiéramos decir que trata de recuperar el control de su mano expulsando la capa imaginaria que -procedente de ese interior-, siente que la recubre y apresa?

     





     

    Frank apaga la vela soplando sobre ella y dice

     


    •Frank: Now it’s dark.


     

    Por su parte, Jeffrey acusa sus palabras como si contuviesen una verdad esencial que resonara en sus oídos.

     

    Después de todo, Now it’s dark es el reverso directo de esa frase que él mismo repite más de una vez a lo largo del film: It’s a strange world.

     


     

    Y, finalmente, Frank verbaliza la amenaza sobre la que se levanta toda la arquitectura perversa de la escena:

     


    •Frank: You stay alive, baby.


    •Frank: Do it for Van Gogh.

     

    Evidentemente, con el nombre de Van Gogh nombra Frank a Don, ese padre aniquilado que es el marido de Dorothy.

     

    Pero ello no debería llevarnos a desatender la presencia de Vincent Van Gogh en Blue Velvet, lo que es tanto como decir, la interrogación lynchiana sobre su acto de automutilación.

     

    ¿Intento mágico de deshacerse de cierto ruido insoportable del mundo? -idea esta sin duda plausible para quien haya visto Erarserhead…

     

    ¿O más bien intento -igualmente imaginario- de abandonar para siempre el circuito de la palabra?

     



     

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    La escena: 2. Las mutaciones de Dorothy

     

     


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    Las mutaciones de Dorothy

     


     

    Pero el retorno del glamur que ha desencadenado el final de la llamada de Frank se descubre solo fugaz.

     

    En seguida retorna a la lámpara, con su fealdad contumaz.

     


     

    Y sin embargo también es éste es un plano subjetivo de Jeffrey, sólo que uno totalmente opuesto al anterior.

     

    Degradado por la dureza de la luz, por lo desarbolado de la posición corporal de Dorothy, e impregnado por el acentuado mal gusto de esa lámpara-seta verdoso amarillenta que podría asemejar tambien la forma de no se sabe que incierta medusa.

     


     

    De modo que se suceden, sin transición alguna, dos imágenes de la misma mujer,
    esencialmente contradictorias por lo que al deseo del que las mira se refiere.

     

     



    Reparamos entonces en que son rojos los zapatos de Dorothy. Rojos como los de Dorothy de El mago de Oz.

     

    Sus movimientos, en lo que sigue, semejan extraños rituales de sometimiento sexual

     



     

    que podrían estar dedicados al amo cuya palabra ha impuesto su ley por vía telefónica.

     

    En cualquier caso, manifiestan un evidente signo de degradación psíquica de la mujer.

     


     

    Su conclusión -y el cese de su erotismo- es anticipado por el retorno, en plano, tanto de la lámpara amarilla como del cuarto de baño.

     


     

    Y así, cuando Dorothy se quita su peluca -cuando nos vemos obligados a reconocer que era una peluca lo que hasta entonces considerábamos su cabello natural- se intensifica bruscamente de nuevo el proceso de desmontaje de su bella imagen, es decir, el retorno de su degradación en tanto objeto en el campo deseo.

     


     

    El proceso de degradación sigue en dirección al cuarto de baño, donde, con el descenso de sus zapatos de tacón, culmina su desnudamiento.

     



    Lo que, no es posible anotarlo de otra manera, en el film coincide con el de su desnudamiento de todo glamur.

     


     

    Pero sucede que el arte del cineasta, y el extraño timming de la secuencia, tiene que ver con ese juego a la vez constante y equívoco de degradación y restauración del erotismo de Dorothy.

     

     



    Un erotismo, eso sí, que se sabe ya tan artificial como esa peluca que ella ahora vuelve a ponerse, y a la vez ligado a ese espacio -fotografiado también él como sucio- del cuarto de baño.

     

    Pero es un hecho que el rojo cubre ahora del todo su cuerpo
    mientras avanza hacia el armario.

     


     

    Y Jeffrey…

     

    vean una nueva confirmación de lo que les decía hace un momento: se oculta hasta desaparecer totalmente entre las ropas de ella.

     

    Como si, en relación con ella, al fin la propietaria de ese armario, se anulara a sí mismo, desapareciendo en tanto sujeto diferenciado.

     


     

    La mano de Dorothy se introduce en el armario.

     


     

    Y del lugar en el que ha desaparecido Jeffrey

     


     

    saca -y así hace progresivamente visible- su vestido de terciopelo azul.

     

    El plano que sigue

     


     

    muestra por un instante el sillón vacío -el del cadáver del padre- solo un momento antes

     


     

    de que el vestido de terciopelo azul que ya viste Dorothy lo cubra totalmente.

     

    Y algo en el espectador repara entonces -no, ciertamente, su conciencia, que se encuentra en un palpable estado de obnubilamiento- en que ese tejido azul es el mismo del telón inicial del film.

     


     

    Es el momento de recordarlo: el arqueamiento que presentaban entonces las líneas descendentes del terciopelo sugerían que, de ser ese telón un vestido, correspondería a la imagen mostrada a la cadera de la mujer que lo llevaría puesto, y la cámara lo habría filmado desde la altura de la mirada de un niño.

     


     

    Según Dorothy atraviesa el plano, deja caer sobre es sillón del padre la toalla roja con la que hace un instante se cubría, lo que produce la sugerencia de algo sangriento que golpeara nuestra mirada allí.

     


     

    El caso es que una vez que Dorothy lleva su vestido de terciopelo azul, de modo casi mágico, vuelve a recobrar su más sensual su belleza.

     

     

     

     

     

     

     


    El armario y el cuchillo

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    Jeffrey, cuando emerge de entre los vestidos de Dorothy, produce un ruido involuntario.

     

    ¿Habrá sido la aparición del terciopelo azul la que le ha llevado a delatar su presencia?

     



    Dorothy lo oye y una nueva metamorfosis se produce en su rostro. No acusa el menor miedo. Su mirada es, en cambio, tan segura como amenazante no exento de un fondo de índole a la vez violenta y persecutoria.

     





     

    Retorna entonces a la escena ese otro espacio que, aunque ha estado ahí todo el tiempo, casi habíamos olvidado: el de la cocina.

     

    En ella, en esa cocina en la que nunca se cocina nada, Dorothy coge un cuchillo.

     

    Podemos decirlo así, pero ello no es del todo preciso, pues no hemos visto como ella lo cogía. De modo que es más exacto decir: en la cocina, Dorothy aparece con un brillante cuchillo en la mano.

     

    Pero tampoco esto es exacto del todo, pues no vemos ahora la mano que sostiene el cuchillo. Lo que vemos es que ese cuchillo brillante parece salir de su cuerpo, de su cadera, como una bien evidente emergencia fálica.

     

    Tal sugerencia ha de prolongarse en lo que sigue.

     




     

    Así armada, se aproxima decidida al armario.

     



     

    Jeffrey, con los ojos desorbitados, mira el inesperado cuchillo de Dorothy.

     


     

    Y es tan intensa su visibilidad, por lo demás reforzada por el raccord de mirada que conecta el plano anterior con éste, que casi absorbe todo lo demás, velándolo con su poderoso resplandor.

     

     

     

     

     

     


    Armario -La vida criminal de Archibaldo de la Cruz

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    Conviene pues que detengamos aquí el hilo que ese cuchillo abre con tan intensa visualidad para atender al resto de los elementos que constelan la escena.

     

    Así, esa mujer madura que descubre en el interior del armario lleno de sus vestidos, agazapado entre su ropa, a ese adolescente, casi un niño.

     

    Elementos, pues, no muy distintos de los que se concitaban, por ejemplo, en aquella otra escena de Ensayo de un crimen (Luis Buñuel, 1955) que podría haber inspirado ésta.

     


    •Institutriz: ¡Archibaldo!.


    •Institutriz: ¡Archi!


     

    También allí un ruido involuntario descubría a la mujer la presencia del niño oculto en el armario.

     





    •Institutriz: Salga usted inmediatamente.


     

    Y también allí, entre ropas de mujer, agazapado, se encontraba el niño.

     


    •Institutriz: ¿No me oye? Pobre de usted si no obedece. ¡Salga!

     

    El mismo grito conminatorio para hacerle salir –Get out of there!

     



    •Institutriz: Pero este niño… ¿qué ocurrencias son esas?


    •Archibaldo: Estaba jugando.

     

    El pequeño Archibaldo estaba jugando a esconderse en el interior de los vestidos de la madre. Y, después de todo, ¿no estaba jugando a eso también el propio Jeffrey?

     

    Aunque este niño, el de Buñuel, tiene más bien la edad del Matt de Grandmother.

     


     


    •Institutriz: Esos no son juegos de un niño bien educado.

     

    En cualquier caso, el gran armario lleno de vestidos de mujer es, por antonomasia, el armario de la madre.

     


    •Institutriz: Ya verás si se entera tu mamá de que le estropeas la ropa.

    •Archibaldo: Mi mamá me deja hacer lo que quiera.

     

     

     

     

     


    El cuchillo y el deseo de Jeffrey

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    •Dorothy: Get out of there!

     

    Cierto es que, como decíamos, el elemento diferencial que en esta escena se impone, ese gran cuchillo que blande la mujer dueña del armario, tiende a velar todo lo demás.

     


    •Dorothy: Get out! Put your hands up! On your head! Do it!


    •Dorothy: Get on your knees! Do it!


    •Dorothy: What are you doing?

     

    No hay duda de que el centro visual de la escena se concentra en el brillo de ese cuchillo que posee la mujer que viste el terciopelo azul.

     


    •Dorothy: Who are you? What’s your name? What’s your name?

     

    Tan desarmado como fascinado por el arma que ella posee, Jeffrey da la más precisa respuesta a la pregunta que le es hecha sobre su identidad:

     


    •Jeffrey: Jeffrey.


    •Dorothy: Jeffrey what?

    •Jeffrey: Jeffrey nothing.

     

    Jeffrey nada.

     

    Sin referencia alguna con el padre desfallecido. Y totalmente en manos de la mujer que posee el gigantesco cuchillo.

     


     

    El brillante cuchillo de Dorothy roza entonces la mejilla de Jeffrey.

     



    •Dorothy: Give me your wallet. Give me your wallet!


    •Dorothy: Jeffrey Beaumont.


    •Dorothy: What are you doing in my apartment’ Jeffrey Beaumont?
    •Jeffrey: l wanted to see you.

     

    El chico es sincero: quería verla.

     

    A esa bella mujer que había fascinado su mirada en el Slow Club: quería verla desnuda -¿pero no es el terciopelo azul su auténtica piel?- y lo que ha visto es su gran cuchillo.

     


    •Dorothy: Are you kidding?


    •Dorothy: Who sent you here?

    •Jeffrey: Nobody.


    •Jeffrey: I’ve seen you before.

     

    Jeffrey confirma, en seguida, esa índole perversa de su deseo que ya conocemos:

     


    •Jeffrey: I sprayed your apartment. I took your key. I didn’t mean to do anything except see you.

     

    Ninguna otra cosa que verla.

     

    Y, por lo demás, ¿cómo hacerle algo a una mujer dotada de tan gigantesco cuchillo?

     


    •Dorothy: What did you see tonight? Tell me!


    •Jeffrey: I saw you come in, talk on the phone…


    •Dorothy: And then?

     

    La nueva posición de cámara muestra ahora el rostro enloquecido de Dorothy rodeado -¿enmarcado?- por el brazo de Jeffrey, cuya mano se encuentra sobre su cabeza, en cumplimiento de la orden de ella.

     

    Pero sucede así que, en cierto insólito modo, pareciera abrazarla, a la vez que ella -y su locura- quedara instalada en su interior.

     


    •Jeffrey: You got undressed.


    •Dorothy: Do you sneak in girls apartments to see them get undressed?


    •Jeffrey: No, never before this.

     

    Y tras obligarle a reconocer su posición y su deseo.

     

    Dorothy se lo devuelve en espejo:

     


    •Dorothy: Get undressed. I want to see you.

     

    Su rostro ahora brilla diabólico.

     


    •Jeffrey: Look, I’m sorry. Just let me leave.


    •Dorothy: No way!


    •Dorothy: I want to see you! Get undressed!

     

    Y sus gritos imperativos -pero esto el espectador no puede saberlo- son semejantes a los que pronto oiremos procedentes de Frank y dirigidos a ella misma.

     


     

    La mujer que viste de terciopelo azul se pone de pie.

     


     

    De modo que la posición de Jeffrey ahora podría considerarse la misma que la de la cámara en el inicio del film:

     


     


    •Dorothy: Stand up.

     

    La escena bascula entonces de nuevo.

     




     

    Las posiciones de ambos se invierten y el cuchillo queda oculto dentro de cuadro.

     

    ¿Dónde? En el lugar mismo, igualmente oculto, del sexo de Jeffrey.

     



    •Dorothy: Come closer.



    •Dorothy: Closer.



     

    Recibe entonces el chico la segunda pregunta de la noche: si la primera lo ha sido por su nombre, la segunda lo es por su deseo

     



    •Dorothy: What do you want?

     

    Y, como para aquella, tampoco hay respuesta para ésta.

     


    •Jeffrey: I don’t know.

     

    Ciertamente, no lo sabe.

     



     

    Y, sin embargo, ahí está todo su deseo: en este preciso modo de entrega y sometimiento a la dama azul.

     


    •Dorothy: Don’t move.


    •Dorothy: Don’t look at me.

     

    Las ordenes de Dorothy ahora son suaves, casi amorosas.

     





    •Dorothy: Do you like that?


    •Jeffrey: Yes.


     

    Pero pueden ser igualmente violentas.

     


    •Dorothy: Don’t touch me!


    •Dorothy: Or I’ll kill you!

     

    Que todo el deseo de Jeffrey está ahí ahora es de sobra evidente, pues nada le impediría en este momento desarmarla y hacerse con el control de la situación.

     

    No puede, sin embargo, reconocerlo.

     


    •Dorothy: Do you like talk like that?


    •Jeffrey: No.


    •Dorothy: Get over there on that couch.


    •Dorothy: Lie down.

     

    Hay algo verdaderamente loco en el modo en que ese mujer que viste su largo vestido de terciopelo azul sigue con su cuchillo levantado al joven desnudo al que obliga a yacer en su sillón, bien cerca del asiento ensangrentado del padre.

     



     

    Y su cuchillo ahora se confunde con su propio rostro, parece incluso salir de su misma boca, instantes antes de convertirse en un beso.

     


    •(knock at door)

     

    Pero es justo entonces cuando la llamada de un tercero interrumpe el abrazo.

     


     

    El cuchillo retorna, con el extremo de su brillo.

     

    Un brillo tanto más acentuado cuanto oscurecido está el rostro de la mujer que lo blande.

     


    •Dorothy: Shut up! Don’t say anything. Hide in the closet. Don’t say anything’ or l’ll kill you. l mean it.


     

    Pero que este tercero no es el padre es algo que el cineasta escribe con esa abultada mancha sangrienta que ocupa su sillón y que -recordémoslo una vez más- anticipa la futura presencia, ahí mismo, de su cadáver.

     


     

    Y Jeffrey es reabsorbido por el armario.

     

     

     


    El cuchillo y la dama del radiador

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    Dorothy debe deshacerse de su cuchillo. ¿Dónde hacerlo? En cualquier sitio, diríamos, menos detrás de un radiador, pues al colocarlo ahí caería al suelo y terminaría resultando visible.

     

    Pero es precisamente ahí donde Dorothy lo deja.

     


    •(knock at door)


     

    Hay motivo para ello en el universo lynchiano, pues es en un radiador donde comienza, en Eraserhead, el sueño de la Lady in the Radiator.

     


     

    Se trata de un viejo radiador que de pronto comienza a emitir un zumbido extraño y se ilumina desde su interior.

     


     

    No hay, ciertamente, indicación de que el personaje duerma.

     

    Es pues una pesadilla que es un delirio -como, por lo demás, toda la película lo es.

     


     

    En el cine de Lynch, en cualquier lugar, en cualquier momento, y en el rincón más aparentemente irrelevante, puede abrirse un abismo.

     


     

    Y el abismo que aquí se abre cobra la forma de una escena

     


     

    en la que actúa la devastadora y sonriente Dama del Radiador.

     



    De modo que el radiador es la puerta de la pesadilla.

     


     

    Si ahí entra ahora el cuchillo, podría ser también de ahí de donde hubiera salido ese cuchillo de Dorothy.

     

    Como, en cierto modo, sale de ahí la escena que sigue.

     


     

    De hecho ya está ante ella, aguardándola, de nuevo en el armario, Jeffrey.

     

    Pero antes de entrar en ella, conviene realizar una cierta recapitulación, pues cierta serie puede reconocerse: lo oral -la cocina- lo anal -el cuarto de baño- y lo fálico -que ha irrumpido en forma de ese gran cuchillo del que Dorothy se ha manifestado investida.

     

    ¿Y acaso no es eso lo que el niño busca en ese interior de la madre que es el de su armario y el de los vestidos que lo llenan?

     

    El primer tiempo de lo fálico es la postulación de la completitud de la imago primordial -la imago materna- la postulación, en ella, de ese falo que la haría completa, no carente, plena.

     

    El segundo tiempo, en cambio, es el de la destitución de ella de esa plenitud.

     

    Y bien, tal es lo que sucede en lo que sigue, cuando la llegada de Frank tiene, por primer efecto, destituir a Dorothy de su cuchillo.

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    La escena: 1. El cuarto de baño

     

     


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    Metamorfosis del espacio

     


     

    Nos habíamos detenido aquí.

     

    Jeffrey entre el sillón de Don -pues tal es, lo oiremos pronto, el nombre del marido de Dorothy y padre de su hijo- y el chal de Dorothy.

     

    Pero es posible decir también:

     

    entre la cocina, a la izquierda, y un pasillo, a la derecha,
    que va a modificar radicalmente la configuración de este escenario que es el del apartamento de Dorothy.

     


     

    Poco se ha reflexionado sobre esta dimensión del arte cinematográfico: su capacidad de modificar un espacio ya presentado previamente, de reconfigurarlo en función a las exigencias del desarrollo del drama.

     

    Dimensión ésta especialmente potenciada en el cine lynchiano, y muy especialmente por lo que se refiere a la casa.

     

    A la casa doméstica, al hogar en el que viven sus personajes.

     

    Eso alcanzará su mayor intensidad en Lost Higway.

     

    Hasta aquí, en la escena anterior, el apartamento de Dorothy ha sido presentado configurado sobre el eje que iba de su puerta de entrada a la cocina, pasando por el salón:

     


     

    Sin embargo, a partir de aquí, un eje diferente, perpendicular a éste, va a emerger hasta imponerse.

     


     

    Viene determinado por el pasillo en el que ahora Jeffrey se interna.

     

    Es este buen momento para insistir en que, en la escena anterior en este mismo escenario -el apartamento de Dorothy-, fue la cocina la habitación visualmente preponderante.

     

    ¿Por qué? Atribuirlo a la excusa escogida por Jeffrey para introducirse en la casa
    sería difuminar la cuestión, como lo demostrará pronto la habitación que va a obtener el mayor protagonismo en el comienzo de la segunda visita.

     

    ¿Recuerdan ustedes cuál? Precisamente aquella en la que concluye el pasillo en el que ahora se interna Jeffrey.

     

     

    Pero antes de ocuparnos de ella, debemos anotar que este internamiento tiene, como primera manifestación, una suerte de desaparición visual de Jeffrey en una oscuridad total -procedimiento éste aquí solo esbozado, pero que alcanzará un uso mucho más intenso y elaborado en Lost Highway.

     

     


    Centralidad del cuarto de baño 1

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    Y bien, descubrimos entonces que al fondo de ese pasillo se encuentra el cuarto de baño y, en este, claramente visible, con su tapa levantada, el inodoro.

     

    primera de las pinceladas escatológicas que frecuentarán la larga escena que sigue.

     

    A su derecha

     




     

    el dormitorio de Dorothy que nos es dado ver en plano subjetivo de Jeffrey y cuyas sábanas son rojas, como también lo serán en Mulholand Drive donde la cama de Diane será el lugar de su suicidio.

     

    Y si en Lost Higway serán negras las sábanas de la cama donde tendrá lugar el crimen, su cabecero será, también allí, rojo.

     

    Elecciones cromáticas éstas que vienen a designar el dormitorio, y más concretamente la cama, el tálamo nupcial -el lugar señero de la fase genital- como uno altamente dramático -sangriento.

     

    El plano siguiente hace por un instante bien visible, de nuevo, en el cuarto de baño, el inodoro con su tapa descubierta.

     

     

     

     


    El infierno lynchiano: un mundo sin música

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    Jeffrey se vuelve -y ese inodoro vuelve a estar visible tras él-: a la izquierda -nuevo plano subjetivo-

     

     

    la habitación del hijo de Dorothy.

     


     

    Y un nuevo plano subjetivo -esta vez hipersubjetivo- focaliza un curioso sombrero infantil.

     

    El mismo que llevará el hijo de Dorothy en la última escena de la película
    cuando avance haciendo equilibrio hasta abrazar a su madre.

     



     

    En forma de cono, con una hélice en su vértice, es todo él alusión a la música:

     

    notas musicales rodeadas de estrellas en su centro y un borde con forma de partitura musical.

     

    Y ello en una escena -queremos decir en ésta, a diferencia de lo que sucederá en la final- absolutamente carente de música.

     

    Y dado que se trata del sombrero de juegos de un niño que no está ahí -del que pronto sabremos que ha sido raptado- podemos anotar que esa es la música de la que carece.

     

    Que se encuentra, por tanto, en el infierno, dado que así es el infierno en el universo lynchiano: un mundo carente de música.

     

     


    Oral, anal -L’Âge d’Or

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    Notable, pues, la disposición espacial -y, sobre todo, visual- del apartamento de Dorothy.

     

    En su centro no se encuentra, ni su dormitorio, ni el dormitorio de su hijo, sino el cuarto de baño, convertido en el espacio central flanqueado por esos dos dormitorios.

     

    Centralidad, la del cuarto de baño, que es poderosamente acentuada por el modo en el que el cineasta visualiza la escena:

     


     

    Notable simetría la que el montaje viene a establecer entre estas dos imágenes, inequívocamente destinada a localizar el inodoro en el lugar central de la exploración de Dorothy.

     


     

    Por tercera vez se muestra en imagen el inodoro abierta y bien visible en esta tan oscura escena.

     

    Podemos apreciar ahora también como una planta, de la misma clase que la que adorna la entrada del apartamento se encuentra también aquí, justamente encima de ella.

     

    Nuevamente, la huella de L’Âge d’Or (1930) de Luis Buñuel se hace presente en el film

     


     

    donde la forma sinuosa del extraño y oscuro papel higiénico que cuelga a la izquierda encuentra su eco en la planta de Blue Velvet.

     

    El trayecto de Jeffrey en el apartamento de Dorothy, por tanto, se concreta así: de la cocina

     


     

    al inodoro,

     


     

    es decir: de lo oral a lo anal.

     

    Tal es el arcaico, netamente regresivo, trayecto de Jeffrey
    en el apartamento de la figura fascinante que está en el centro de la escena que rige su deseo.

     

    Ciertamente notable, a este respecto, en el cuadro de este sesgo regresivo del deseo de Jeffrey, es que el dormitorio de Dorothy interese tan poco a la indagación de Jeffrey y que por ello mismo tan escasa presencia tenga en el film.

     

    Pues si la cocina introduce la connotación oral y el cuarto de baño la anal, correspondería al dormitorio la genital -y esa, precisamente, es la única en la que está larga noche no entrará Jeffrey.

     

    Tal es la extrema dificultad que la fase genital y el acto que la constituye presentan en el universo de Blue Velvet.

     


     

    Mientras, abajo -montaje paralelo-, Sandy ve llegar el coche que trae a Dorothy.

     


     

    El cuarto de baño y la taza de retrete que hasta ahora habían comparecido tan solo como decorado -en el fondo visual- de la escena, entran ahora en el relato: van a ser el motivo de que no escuche la advertencia de Sandy.

     

    Por lo demás, se hace explícita la referencia a la otra escena, la del Slow Club:

     


    •Jeffrey: Heineken.

     

    a través de la única palabra que Jeffrey pronuncia -el nombre de la cerveza que allí bebió.

     

    Y, más allá de eso, en ese fondo que la filmografía del cineasta constituye, resuenan igualmente los problemas nocturnos de Jeffrey cuando era pequeño, es decir, cuando,

     


     

    en Granmother, se llamaba Matt -y donde ya vestía de negro tan riguroso como ahora mismo.

     


     

    Sandy se dispone a avisar a su amigo.

     

     

    Pero justo entonces éste activa la cisterna del inodoro.

     

     

    De modo que nosotros, espectadores, sólo oiremos los dos primeros toques de claxon, mientras se mantiene Sandy en imagen.

     


     

    Los otros dos -que sin duda deben estar sonando- no podemos oírlos, pues el sonido del agua de la cisterna los tapa, He aquí otro de los motivos del énfasis que se pusiera en la escena anterior en la cuenta previa que Sandy hacía de esos cuatro bocinazos de advertencia.

     

    Con lo que ella no contaba, desde luego, era con la incontinencia de su amigo, ya que no solo es la cantidad de Heineken lo que le ha llevado al cuarto de baño, sino también la intensidad erótica de la escena que allí contempló mientras la bebía. -Ciertamente, el guión de Blue Velvet es de una elaborada precisión que escapa facilmente a una mirada superficial.

     

     

    Jeffrey, como un niño que explorara los cosméticos de su madre, se demora en del cuarto de baño mientras la banda sonora sigue invadida por el sonido de la cisterna del inodoro.

     

    Insistamos en ello: es en el cuarto de baño, bajo el signo de lo anal, y no en el dormitorio de Dorothy donde se polariza la indagación de lo femenino que Jeffrey realiza.

     

    Y ello a pesar de que en ese dormitorio en el que el joven ni siquiera ha llegado a entrar acabamos de tener ocasión de contemplar una cantidad mucho más abundante de cosméticos.

     

    Es obligado consignarlo, solo al final del film, y por un muy breve espacio de tiempo, llegará Jeffrey a acceder a ese dormitorio.

     


     

    Y allí se pondrá de rodillas.

     


    •Sandy: I hope you’re OK, Jeffrey.


     

     

     

     

     


    En el armario – la posición de voyeur

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    La cámara muestra, a ras de suelo, a Jeffrey atravesando el pasillo.

     

    Su ubicación acentúa la presencia de las molduras rectilíneas de madera que lo decoran y que direccionan el desplazamiento de Jeffrey hacia eso que en seguida sabremos es lo que se encuentra exactamente enfrente del cuarto de baño: el armario de Dorothy en el que se esconderá Jeffrey.

     


     

    Brillan sus zapatos negros como si fueran de charol.

     


     

    Sólo entonces escucha el sonido de la puerta abriéndose.

     



     

    Y corre a esconderse en el armario de Dorothy

     


    •Jeffrey: Thank you, Jimmy.

     

    Ya está ahí Jeffrey, en ese armario que se encuentra justo enfrente del cuarto de baño, constituyendo el pasillo, eje en el que se disponen ambos -cuarto de baño y armario-, el eje central que vertebra la casa.

     

    Y un eje, obligado es añadirlo, ciertamente infantil, como infantil es la posición de Jeffrey, tan semejante a la del niño que se oculta en el gran armario de su madre.

     

    En lo que sigue, agazapado en el armario, paralizado en la posición de voyeur, como le sucediera al protagonista de La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954), cuyo nombre comparte, su punto de vista regirá la escena en una cadena constante de planos subjetivos y semisubjetivos.

     

    Y en ambos casos -en Rear Window como en Blue Velvet– la vocación detectivesca del protagonista solo superficialmente encubrirá la pasión -de éste tanto como del espectador- por acceder visualmente a la escena de un crimen en uno y otro caso de índole inequívocamente sexual.

     

     


    Una lámpara fea – desmontaje del glamur

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    •Dorothy: See you tomorrow.

     

    Mientras Dorothy permanece todavía fuera de cuadro despidiéndose de su acompañante -cuya difusa sombra se recorta en el centro del cuadro-, una extrañamente fea lámpara de pantalla verde y con forma de seta nos es presentada por primera vez.

     

    Por ahora solo su pie está encendido.

     

     



     

    Dorothy entra finalmente en plano, a la altura de esa planta verde presente aquí tanto como en el cuarto de baño.

     


     

    Según avanza, el movimiento de cámara que la acompaña centra progresivamente la fea lámpara en cuadro.

     

    Pero no es esa la única modificación del espacio mostrado por la imagen. Nuevamente, ahora a la izquierda, el pasillo y el cuarto de baño resultan visibles. El poder gravitatorio sobre la escena de ese cuarto de baño habrá de intensificarse en breve.

     

    Apoyándose de rodillas sobre el sillón,

     


     

    Dorothy enciende la parte superior de la lámpara-seta, que ahora resplandece con toda su fealdad verde y amarilla -los mismos colores de la única planta presente en la casa.

     

    Su acentuado mal gusto introduce en el apartamento el aroma visual de una suerte de prostíbulo atrabiliario, a la vez que se acentúa la sugerencia, tan propia de los cuentos maravillosos, de la seta venenosa.

     

    Ciertamente, existe un arte propiamente lynchiano de combinar el realismo sórdido, lo kitsch y el cuento maravilloso.

     

    De modo que son dos los focos de la imagen que atraen nuestra mirada: la esbelta pierna de la mujer que la raja de su falda hace visible y la verde lámpara-seta.

     

    A la vez que no deja de producirse cierta rima visual entre esa pierna y el pie de la lámpara.

     

    Algo hirientemente kitsch ha llegado con esa lámpara, para minar la sensual fascinación que, en el Slow Club, rodeaba a la figura de Dorothy.

     


     


     


     

    Dentro del armario, en la sombra, Jeffrey, fotografiado de modo que su oreja se encuentra notablemente visible.

     

    En seguida, su mirada se convierte en el foco visual mayor en la medida en que es iluminada por la luz que se filtra entre las rendijas del armario.

     


     

    Pero ello no impide que su oreja se encuentra ahora en el centro del plano, sorprendentemente visible en la oscuridad del armario.

     

    Y es que, bien pronto, la escena se volverá no solo sonora sino también desgarradoramente verbal.

     

    Pero antes de eso, lo que viene es lo menos previsible si esta película no fuera Blue Velvet, y su director no fuera David Lynch.

     

    Pues lo que el espectador espera, tras la escena del Slow Club, es un paso más en el listón de la sensualidad, del erótico desvelamiento de lo que aquella escena prometía.

     

    Lo que ahora sucede, sin embargo, es todo lo contrario: no un crescendo de erótica sensualidad, sino su más árido, y casi sórdido desmontaje.

     


     

    Demasiado amplio el plano, demasiado vacío su centro, una iluminación y una angulación que en nada realzan el lateralizado cuerpo de Dorothy, a la vez que esa turbia y fea lámpara le roba todo brillo a su cuerpo.

     

    Todo es, en suma, desangelado, marcado por el signo de la degradación.

     

    Claro está, hay otra manera de mirarlo, pero que en nada lo contradice: la zona mejor iluminada y centrada del plano es el lugar del tresillo donde pronto se sentará Frank.

     



     

    La luz es todavía más dura cuando Dorothy se aproxima a cámara, camino del armario.

     

    Todo el glamur de la escena del Slow club parece a estas alturas desvanecerse definitivamente.

     


     


     

    Viéndola acercarse, Jeffrey

     


     

    desaparece en el plano.

     

    -Es decir, desaparece en un fondo negro directamente relacionado con ropas de mujer que guarda el armario.

     

    El sonido del teléfono detiene entonces a Dorothy.

     


     

     


    La llamada de Frank

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    Se produce entonces, en este micro universo de solo dos -la mujer que se desnuda de su belleza y el niño que la espía tan interesado como desconcertado y asustado- irrumpe entonces la llamada de un tercero.

     


    •Dorothy: Hello?

     

    La fea lámpara-seta -¿horrenda?- se funde ahora con la cadera de Dorothy.

     

    Tan literalmente como desapareció hace un momento, reaparece ahora Jeffrey en el interior del armario.

     


    •Dorothy: Yes, sir.


    •Dorothy: Frank? Frank, let me talk to him.

     

    El oído es ya el sentido al mando; la oreja de Jeffrey, siempre bien visible, ocupa ahora el centro de la imagen.

     

    La escena sonora se abre.

     


    •Dorothy: Please, Frank… sir.

     

    Como decíamos, en ella una voz tercera, la de alguien que es identificado como autoridad -sir-, irrumpe en este espacio hasta ahora solo de dos.

     

    Y en el paso del dos al tres, es la trama edípica la que se despliega. Con ella, con el tres que en ella aparece, llega la estructura. Pues no hay estructura con solo dos.

     

    De hecho, el dos sólo existe por referencia al tres, pues antes de su aparición sólo hay un uno desdoblado.

     

    Probablemente les parecerá una abstracción cabalística esto que les digo. No lo es, sin embargo, como lo demuestra, precisamente, la escena que nos ocupa.

     

    En ella, en este momento, Jeffrey no es más que una mirada que se ve en Doroty y en sus espacios -de la cocina al cuarto de baño y a sus vestidos-, una mirada que está atrapada en el interior de su armario, es decir, en su mismo interior.

     

    De modo que, vestido por las ropas de ella que le ocultan, oculto en el armario que las reúne a todas, Jeffrey queda del todo confundido con la imagen de esa mujer, ora fascinante, ora devastada, a la que contempla.

     

    Así pues, es necesario que aparezca el tres, un tercero, para que el uno y el dos se vean confrontados a su diferencia.

     

    El tres es por eso la cifra del padre. Mas no es aquí el padre quien viene a ocupar el lugar tercero, dado que el padre de Jeffrey ha enmudecido y el del otro niño, el hijo de Dorothy, ha sido raptado.

     

    Ninguno de estos sino alguien, cierta figura siniestra, que ha venido a suplantarle ocupando su lugar.

     

    Su voz, aunque todavía no podemos oírla directamente, resuena en la escena por sus efectos sobre la voz -y el cuerpo todo- de Dorothy,

     


    •Dorothy: I like to sing “Blue Velvet”.

     

    Tardamos un poco en comprender que ese sir, Frank, ordena un determinado ritual cuya primera fórmula -signo inequívoco de sometimiento- es I like to sing “Blue Velvet”.

     


    •Dorothy: Don…

     

    Oímos entonces, con la intensidad con la que resuena en el oído de esa oreja que se encuentra en el centro del cuadro un nombre de varón.

     

    Intuiremos en seguida que ese Don es el marido de Dorothy y por tanto el padre de su hijo, ese niño pequeño como él raptado.

     

    Pero contamos también con este otro dato: Don era el nombre del padre de Lynch -Don Lynch-, lo que viene a confirmar la inscripción directa del cineasta en ese lugar del hijo que vienen a ocupar simultáneamente Jeffrey y el hijo de Dorothy.

     


    •Dorothy: Don, it’s all right, don’t worry. Don!

     

    La presencia en imagen de la lámpara crece, invadiéndolo todo con su enfermiza -venenosa- fealdad.

     


    •Dorothy: Don, can you hear me?

     

    Inquietante pregunta ésta, dado que está destinada a ser oída por el hombre cuya oreja ha sido violentamente amputada.

     


    •Dorothy: Is little Donny all right?

     

    Y hay, todavía, otro Don, Donny, un niño que ha de ser el hijo que hace de Don un padre y de Dorothy una madre.

     


    •Dorothy: Is he there with you?

     

    Se prolonga todavía el crescendo visual de la lámpara.

     


    •Dorothy: Don? You mean Meadow Lane?

     

    Obviamente, Don no responde -como tampoco puede hacerlo el padre de Jeffrey.

     

    En su lugar es Frank, el señor, quien comparece como el amo de la palabra.

     


    •Dorothy: Frank! Frank, what’s the matter with him?

     

    Momento a partir del cual el él del discurso de Dorothy se vuelve ambivalente: podría referirse tanto a Don como a Donny, tanto al esposo como al hijo. Esta es una ambivalencia que impregnará toda la escena que sigue.

     


    •Dorothy: I know.

     

    De nuevo, el señor, el amo, ordena el retorno del ritual.

     

    Dorothy repite las frases de sometimiento.

     


    •Dorothy: I’ll be sweet.

     

    Y entonces ese Frank al que Dorothy se somete se nos descubre no sólo como quien rige el acceso al padre y al hijo, sino como quien reclama ocupar el lugar de ambos.

     

    Pero a la vez, inesperadamente, la lámpara ha salido de cuadro, y el rojo se ha reintroducido de pronto en la escena, con la intensidad del carmín de esos labios que hablan por el teléfono negro.

     

    Observen como, en lo que sigue, ese rojo va a crecer, a la vez que va a aparecer una pincelada de azul.

     

    -Rojo, negro, azul: los tres colores de la escena del Slow Club.

     

    Y lentamente, entre el sufrimiento y el ritual que se ve obligada a interpretar, retornan, incluso acentuados, los destellos de la belleza sensual de la Dorothy de aquella escena:

     


     

    El rojo de sus labios y el azul de sus párpados alcanzan una mayor visibilidad cuando ella se reconoce en el lugar de la madre:

     


    •Dorothy: Mommy loves you.

     

    Justo entonces la gama cromática que atrapó nuestra mirada en el Slow Club cristaliza desdibujando el fondo del sórdido apartamento.

     

    En lo que sigue, va a crecer por obra de un muy sutil montaje interno:

     


    •Dorothy: OK, Frank… sir.


     

    A la vez que una turbación desesperada y loca emerge en el rostro de la mujer.

     


     

    El arte del cineasta a la hora de fotografiarla, estriba -y ello sucederá muchas veces en lo que sigue- en no corregir el encuadre cuando su rostro se desplaza en el gran primer plano, dejando que parte de éste quede fuera de cuadro, traduciendo así de la manera más expresiva su radical descentramiento emocional.

     


     

    Es verdaderamente notable la medida en la que el rojo de sus labios puede adueñarse del plano.

     

    Y de un plano más que subjetivo, diríamos hipersubjetivo de Jeffrey, pues si su escala no corresponde a la distancia desde la que él mira, si traduce la intensidad de su focalización.

     


     


     

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