Realidad, Representación, Relato

 

 

 

 

 


La metáfora del fin del mundo -la realidad y lo real

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Hubiera querido pedirles, para que pudieran comprender mejor las cosas de las que quiero hablarles, que suspendieran todas las certezas que poseen sobre la realidad que les rodea.

 

Pero sé que eso es mucho pedir. Pues nada necesitan, nada necesitamos tanto, como una realidad en la que habitar.

 

Nos aferramos a ella, no podemos permitirnos ponerla en duda.

 

De manera que, por una vía muy rápida, voy a tratar de ponerles en contacto con una experiencia de esa índole.

 

¿Qué mejor, para ello, que el arte, ese que es el espacio por antonomasia de la representación?

 

 


 

Ven un bosque rodeado de un césped bien cuidado, y sobre todo, en primer término, una estructura, todo lo elemental que ustedes quieran, pero, en cuanto tal, de inequívoca manufactura humana.

 

Se trata, por lo demás, de algo tan significativo como la estructura elemental de la morada y por eso, en su desnudez, hace especialmente visible hasta que punto toda morada es un texto, en la medida en que sus materiales están sometidos a un orden discursivo que establece y hace operativas sus funciones.

 

Como no es menos texto ese bosque rodeado de cesped bien cortado del que sin duda ha sido extirpada toda maleza.

 

Es pues, en suma, una buena imagen de la realidad. Pero, bien poco después, esa realidad eclosiona:

 

 






 

Ahora ya no hay realidad.

 

Pero lo real sigue ahí.

 

Aunque quizás lo perciban mejor así:

 


 

Pues no es de la nada -esa abstracción tan querida de los filósofos- de lo que les hablo.

 

Les hablo de lo real.

 

Así pues:

 


 

La realidad

 


 

y lo real.

 

 

Aunque sería más exacto presentarlo así:

 



 

pues lo real es el fondo que toda realidad vela.

 

 

Sin duda, la del fin del mundo es una de las mejores metáforas para hablar de la realidad y de lo real.

 

Y lo es porque, además de una metáfora, es una posibilidad bien real.

 

Podemos hablar de la realidad y decir que es nuestra, pero no podemos hablar de nuestro real, porque lo real no es ni puede ser nuestro.

 

De ahí ese lo -el artículo neutro- que ciñe lo real.

 

De hecho, el género neutro -que propiamente es un no género, no lo pierdan de vista- es, en la lengua española, la vía más rápida para localizar lo real.

 

Lo real es eso que no hace realidad para nosotros.

 

Ese territorio al que la mitología llamaba caos y la ciencia moderna entropía.

 

¿Y la realidad? La realidad es algo cuya mejor metáfora es el Arca de Noé.

 


 

La realidad, es decir, la cultura, el conjunto de textos que la conforman, es una gran arca con la que surcamos el caos de lo real o, si ustedes prefieren, con la que tratamos de contener la disolución de nuestro mundo en la sopa anómica de la entropía.

 

 

 


El psicótico y la realidad intersubjetiva

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Les hablaba del fin del mundo y ello ha podido parecerles un asunto demasiado lejano. Pero no pierdan de vista que puede ser también uno extraordinariamente próximo, con solo declinarlo en el plano individual.

 

Así por ejemplo, ¿no es la vivencia agónica del fin del mundo una experiencia inmediata de muchos psicóticos?

 

Y de hecho así sucede ya en Melancholia (Lars von Trier, 2011), el film al que pertenecen las imágenes que acabo de presentarles, y en el que todo se organiza en torno a la psicosis de su protagonista.

 

 

De hecho, nada hay tan revelador a propósito de la diferencia conceptual de la que les hablo -la que distingue la realidad de lo real- como la experiencia misma de la psicosis.

 

Pues para el psicótico es un dato de experiencia algo que nosotros tratamos de ignorar: que la realidad es intersubjetiva, que su tejido es el lel lenguaje, el del conjunto de los códigos y de los textos de los que disponemos.

 

Y lo sabe porque, aunque lo percibe y reconoce, no puede localizarse en ese tejido. No encuentra en él certeza alguna.

 

Sus certezas -eso que llamamos sus alucinaciones y sus delirios- están todas ellas -y él lo sabe demasiado bien- fuera de la realidad de los otros.

 

De modo que la mirada del psicótico nos permite aislar el orden semiótico que configura la realidad, pues de hecho es sólo eso, ese ordenamiento, lo que de ella puede percibir.

 

 

 


El mapa y la ciudad

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Les propondré otra metáfora:

 

 


 

piensen en el mapa de una ciudad como el orden semiótico que les permite pensar esa ciudad y desplazarse por ella.

 

No hay duda del ser semiótico del mapa: consiste en un conjunto de signos icónicos desplegados sobre una superficie plana que les permite a ustedes desplazarse por una ciudad que no conocen. -Si para desplazarse por la ciudad en la que viven no necesitan un mapa de papel, o un navegador incorporado a su móvil, es porque lo tienen incorporando en su mente.

 

Eso es pues, de manera simplificada, el orden semiótico: un conjunto de signos que revisten la realidad volviéndola legible.

 

Más allá del mapa está lo real mismo de la ciudad, que es en sí mismo refractario a los signos del mapa.

 


 

Aunque, para hablar de lo real. esta imagen puede todavía confundirles, tan icónicas nos resultan esas calles y esos edificios bien trazados por el orden de la geometría.

 

Para que empiecen a palpar lo real en serio es necesario descender más.

 


 

Pues bien, la realidad de cada uno de ustedes es una combinación de ambas cosas, dado que poseen el mapa que les permite desplazarse por la ciudad, a la vez que ciertos locus de ese mapa están, para ustedes, cargados de experiencia.

 

Y la experiencia lo es siempre de lo real.

 

Por eso saben que lo que esos locus significan para ustedes es algo que les resulta imposible comunicar a los otros.

 

Solo poseen dos vías para intentar hacerles saber algo de ello.

 


 


 

O bien llevarles allí, para ligarles a su experiencia de esos lugares, o bien recurrir al arte, creando representaciones que poder ofrecerles.

 

Ahora permítanme que les llame la atención sobre la condición de la utilidad del mapa.

 


 

De hecho la han experimentado necesariamente cuando, con su sola ayuda, visitaban por primera vez una ciudad todavía desconocida.

 

Necesitaban entonces que alguien, siquiera el conserje del hotel, trazara una cruz en su mapa que les permitiera inscribir en él el lugar donde ustedes se encontraban en ese momento.

 


 

Solo entonces ustedes podían inscribirse en ese mapa, localizarse en él, sentirse, en él, sujetos.

 

Solo entonces ciertos trayectos -y donde digo trayectos pueden poner ustedes, también, relatos- comienzan a ser posibles.

 

 


El psicótico vs. el sujeto

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Proyectando ahora nuestra metáfora del mapa sobre la experiencia del psicótico podríamos decir que éste, si bien posee el mapa de la ciudad, no puede localizarse en él.

 

A diferencia de lo que nos sucede a nosotros, que percibimos la ciudad tal y como el mapa la ordena -por eso podemos compartirla unos con otros- él, en cambio, experimenta una ciudad que nada tiene en común con el mapa.

 

El psicótico no puede localizarse en el mapa de la realidad intersubjetiva, y por eso no puede sujetarse a él.

 

Su yo, fragmentado, carece de anclaje, no está sujeto y, por eso, en rigor, no es sujeto. Face to face -Ingmar Bergman, 1976- describe ese estado con gran precisión.

 

 


•Jenny: ¿Crees que estoy emocionalmente lisiada de por vida?


•Jenny: ¿Crees que hay un ejército de un millón de personas emocionalmente lisiadas,


•Jenny: pobres diablos que deambulan, gritándose unos a otros, con palabras que no comprendemos y que hacen que tengamos más miedo aún?

 

Podríamos decir entonces que el psicótico es lo otro de lo que la sociocrítica entiende como sujeto. Pues para ésta, un sujeto es alguien que, en rigor, nace y habita en los textos, a la vez que se ve sometido a las contradicciones que contienen.

 

El psicótico, en cambio, es, por el contrario, alguien que no

puede sujetarse a los textos que conforman e interconectan a los sujetos que le rodean.

 

 

 

 


Alienación, desrealización, crisis del lenguaje

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Observen que no he utilizado la expresión sujeto psicótico, sino que he optado por oponer al yo no sujeto del psicótico el sujeto -cualesquiera de los tipos de sujetos- que la sociocrítica estudia.

 

Ello puede ser una vía útil para abordar el profundo malestar que afecta a la subjetividad en nuestro Occidente contemporáneo.

 

Me refiero a cierta extendida vivencia de alienación que se manifiesta en la sensación de que la realidad que nos rodea está hueca, como huecas resultan las palabras que poseemos para nombrarla.

 

 


•Tomas: Ojalá que alguien o algo me golpee, así puedo volverme real.


•Tomas: Lo repito una y otra vez, ojalá que un día yo sea real.


•Jenny: ¿Qué quieres decir por “real”?


•Tomas: Escuchar una voz humana y confiar que proviene de un humano que está hecho como yo…


•Tomas: Tocar un par de labios y al mismo tiempo, saber que realmente es un par de labios.


•Tomas: No tener que pasar por ese horrible momento que necesito, según mi experiencia, para confirmar que lo que he sentido es realmente un par de labios.

 

Es ésta desde luego una vivencia diferente a la del psicótico, de quien les decía hace un momento que habitaba una ciudad imposible, carente de mapa.

 

La alienación de la que les hablo ahora es en cambio la de alguien que puede localizarse en el mapa, pero que a la vez percibe la ciudad tan hueca como el mapa mismo.

 

 


 

Se vive irreal, como irreal vive lo que le rodea tanto como las palabras que debieran permitirle ceñirlo.

 

Todo, entonces, se manifiesta para él carente de vigor y verdad, es decir, vacío de sentido.

 

Lo que corresponde bien, en el campo del pensamiento, a lo que unos dan en llamar los tiempos de la deconstrucción y otros la era del lenguaje.

 

Se trata del punto de llegada de una senda del pensamiento que, en plena apoteosis racionalista de la ilustración, se inició con la crítica de la razón pura de Kant y que encontraría su punto de llegada en la crítica del lenguaje nietzscheana.

 

En ella, el lenguaje se ha vuelto sospechoso: una máscara de lo real constituida de palabras que no serían más que, finalmente, un conjunto de metáforas encubridoras.

 

Les he señalado la diferencia entre esta alienación y la vivencia del psicótico, pues éste vive una ciudad que nada tiene que ver con la del mapa y que está llena de sentidos a la vez bizarros e insoportables -propiamente siniestros.

 


 

Ahora bien, la alienación que les describo ahora no se encuentra tan lejos de aquella, pues en cualquier momento, cualquiera de esos signos huecos del mapa puede convertirse en una puerta abierta a la ciudad de la psicosis.

 

¿Acaso no fue ese, por otra parte, el punto de llegada del propio Nietzsche?

 

Así, no ha cesado de crecer, entre los modernos, la percepción del abismo que separa al lenguaje de lo real.

 


 


 

 

 

 

 

 

 


La Modernidad

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Les decía que ello comenzó un instante después de la Ilustración. Pues de hecho la Ilustración negaba la existencia misma del abismo, en la misma medida en que postulaba la racionalidad generalizada y, al hacerlo, excluía lo real de su universo.

 


 

 

Si el mundo era racional, de ello había de deducirse que su orden, el orden del mundo, era el orden mismo del lenguaje.

 

Nada tan ilustrativo de ello como las que fueron sus dos principales tareas: el rechazo de toda mitología -pues las mitologías, todas ellas, fueron siempre formaciones textuales destinadas a permitir localizar, en la realidad humana, la presencia de lo real- y la confección de la Enciclopedia, es decir, el levantamiento del mapa general del mundo, que habría de proseguir con el positivismo y que hizo suya la tarea de construir un mundo de acuerdo con ese mapa cada vez más preciso, por vía de la revolución industrial.

 


 

 

El que esta imagen les resulte tan claramente legible es el resultado del avance de esa tarea de construcción de una ciudad razonable.

 

Su triunfo ha sido, por eso, el de la apoteosis del orden semiótico.

 

Por eso, creo que es oportuno reservar la palabra modernidad para nombrar este nuevo mundo alumbrado por la razón ilustrada y positivista y realizado por vía tanto de la proliferación de las máquinas que, después de todo, no son otra cosa que los artefactos mismos de la razón, como de las mercancías, esos objetos repetidos, indiferenciados, y por eso cada vez más abstractos, que las máquinas fabrican.

 

Por ello la dinámica de esta nueva realidad, la moderna, encontró su realización más netamente racional en el mercado, como ámbito reglado de comunicación e intercambio.

 

Creo, en este sentido, que se entiende mal el capitalismo cuando se ignora que su tendencia principal no es otra que la de la genaralizalización del placer razonable.

 

 


La Posmodernidad

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Pero, como les digo, solo un instante después de la proclamación ilustrada de la modernidad, entre aquellos a los que les resultaba imposible instalarse en la ilusión de la inexistencia de lo real, comenzó la crítica de la razón, es decir, la toma de consciencia de sus límites, que eran, a su vez, los límites mismos del lenguaje.

 

Se ha llamado arte moderno al que participa de esa consciencia -y de esa sospecha hacia el lenguaje. Pero pienso que ese no es el término apropiado. Pues lo que en el mundo del arte sucedió a partir del romanticismo y hubo de proseguir con el naturalismo fue la emergencia de un sujeto que vivía el drama de su pérdida de anclaje en el mundo de la modernidad y de su razón generalizada.

 

Creo por eso más apropiado, para este pensamiento y este arte que participa de la sospecha y de la deconstrucción del lenguaje, el término de posmoderno, pues lo que en él emerge es la otra cara, la sombra oscura de la modernidad.

 

 

 


Modernidad y posmodernidad -objetividad vs. subjetividad

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En cierto modo, no sin simplificar algo el asunto, pueden resumirse los siglos XIX y XX por el contraste entre dos diapasones opuestos.

 

Por un lado el de la luz de la razón positiva, por otro, el de las sombras de una subjetividad desgarrada.

 


 


 

El primero alumbra los textos de la objetividad -científicos, tecnológicos, funcionales, operativos.

 

Pero son los suyos textos donde la subjetividad no puede escribirse y en los que el individuo solo encuentra el lugar objetivado del agente: no más que un objeto que interactúa funcionalmente con otros objetos.

 

Y el asunto es que son esos textos los que, rotas las amarras con todo relato mítico, configuran la realidad de la modernidad.

 

El segundo, por contra, es el territorio de los textos de la subjetividad, pero en los que ésta, desasida de anclaje en la realidad que los primeros configuran, es sólo un territorio secundarizado toda vez que la noción misma de subjetividad ha sido desacreditada y en el que solo el desgarro se escucha.

 

El romanticismo fue precisamente eso: el grito del sujeto que vivía desgarradamente la caída de sus mitos. Y el naturalismo, que vino después y que solo aparentemente le era opuesto, levantó la crónica de su anegamiento en lo real.

 

Modernidad y posmodernidad, entonces, vienen siendo las dos caras contradictorias y simultáneas de nuestra contemporaneidad, incluso sus dos grandes tonos emocionales: pues, si es un tono maníaco el de los modernos racionalistas, su contrapartida es el tono depresivo de los artistas -ellos siempre ya posmodernos, habitantes de las zonas oscuras que la razón nunca logra, ni logrará nunca- iluminar.

 

Pues no se confundan ustedes, recuerden lo que desde el primer momento advirtió Kant: que el entendimiento ilumina lo real tanto como lo tapa con la luz de sus a prioris.

 

De esa luz nace la realidad en tanto ordenada por ellos, pero a la vez esa luz invisibiliza -deja pues en la sombra- lo real.

 

 

 


Representación, relato

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Y sucede que el individuo -cada uno de ustedes, yo, cualquier otro- es -tal es su sí mismo- real.

 

Y ese su ser real no encuentra acomodo -pues carece de anclaje- en la realidad de la modernidad.

 

De hecho, la tensión entre esos dos diapasones no ha cesado de crecer.

 

Tanto más avanza el proyecto de la razón y se semiotiza el mundo, tanto más este se vuelve, a la vez, más eficaz y más abstracto.

 

Y, como les digo, la abstracción es para el sujeto sinónimo de irrealidad. De desasimiento de sí.

 

Pues el individuo necesita saberse ser. Y como su ser es ser en lo real, necesita tocar lo real, es decir, gozar.

 

Pero deben recordar que el goce es todo lo contrario del placer, ya que si éste apunta al grado cero de la tensión -bienestar bien pasajero que se eclipsa tan pronto como se alcanza-, aquel apunta hacia la tensión máxima, que no puede ser otra que la del dolor.

 

Les decía al principio que para hacer suyo el mapa de la ciudad, para engranarlo en su realidad, necesitaban localizar en él locus que lo anclara en lo real.

 

Locus, entonces, de dolor y de goce.

 

Pero localizarlos es tanto como representarlos. Y representarlos es conservarlos ustedes mismos y, a la vez, poder llegar a ofrecérselos a los otros.

 

Tales son las representaciones.

 

Pues las representaciones no son meros discursos, sino textos abocados a significar lo singular.

 

Y eso es lo que el arte hace, cuando no se diluye en los juegos formales de la abstracción: construye representaciones.

 

Pero sucede que esas representaciones -a diferencia de lo que sucedía en el pasado con las de las mitologías y las religiones- no encuentran su lugar -no tienen, de hecho, cabida- en el mapa de la realidad de la modernidad.

 

La realidad razonable de ésta, que es la del mercado, no les concede otro lugar que el de esos depósitos de lo imaginario que son los museos, los cines y los teatros.

 

Les decía antes que para que el mapa pueda resultarles útil necesitan que alguien trace una cruz para ubicarles en él.

 

Pero, la verdad, resulta evidente que eso, aunque es de agradecer, es demasiado poco.

 

Porque lo que ustedes verdaderamente necesitan es que haya alguien que marque, en su mapa, un lugar al que merezca la pena ir.

 


 

Lo saben bien cuando viajan: necesitan que existan lugares a los que merezca la pena ir.

 

Lugares a los que, podríamos decirlo así, peregrinar.

 

¿Acaso los millones de turistas que se desplazan por Europa no es eso lo que anhelan? ¿Y acaso sus viajes no tienen algo de parodias de las grandes peregrinaciones de otras épocas? -Basta con contemplar las largas colas ante los museos para confirmarlo.

 

Si hablo de parodias es sencillamente porque les faltan los relatos mitológicos que daban, a aquellas peregrinaciones, su sentido.

 

Y, ciertamente, nada tan desfalleciente como el deseo del turista.

 

Pero la pervivencia de su anhelo certifica el hecho del que les hablo: que sólo cuando un relato hace posible que el deseo impregne la ciudad y privilegie ciertas vías en su mapa, podrán ustedes apropiarse de una realidad que puedan vivir como realmente suya.

 

Pues es ese trayecto -ese relato y ese deseo- el que mantiene viva la realidad de su mapa, a la vez que impide que lo real de cualquier lugar en el que se encuentren se abra ante ustedes como un abismo.

 

 

 


 

Slow Club

 

 


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Dorothy / Sandy


 

Uno de los más notorios ejes plásticos que ordenan Blue Velvet estriba en la neta oposición que dibuja entre las sus figuras femeninas centrales, Dorothy y Sandy.

 


 

La primera pertenece al mundo de lo oscuro, la noche y lo cerrado, la segunda al de la luz, el día y lo abierto.

 

La una es morena y de rasgos latinos, mientras la otra es rubia y anglosajona.

 

Pero, su oposición no es, sin embargo, total, en la misma media en que, al fin, por lo que a Jeffrey se refiere, ambas son mujeres.

 

Así, en lo que tiene que ver con el color de sus vestidos, tanto como con la pintura de sus labios, si existe desde luego la diferencia, ésta no se articula en términos de oposición sino, digámoslo así, solo forma de una diferencia de intensidad, dado que se despliega en el interior una misma gama cromática: la que va del rosa -el color dominante en el vestuario de Sandy- al rojo -que es el determinante en la figuración de Dorothy.

 

Y esa diferencia, que incluye a la vez una cierta vinculación, llega en seguida a manifestarse bien en el cartel luminoso que, en la noche, preside el local en el que trabaja Dorothy:

 



 

En él, el rojo es el hilo central, que se ve rodeado por una doble línea rosa.

 

A la vez que ambos, el rosa y el rojo, rodean una cornamenta que, recortada sobre la oscuridad de la noche, introduce una bien expresiva sugerencia diabólica.

 

 

 

 

 


Los motivos del juego de Jeffrey

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Más acentuadamente rosa ahora es el jersey que viste Sandy en su más que peculiar primera cita con Jeffrey, dado que tiene lugar en el local en el que actúa Dorothy Vallens.

 


•Jeffrey: Wait. Here’s to an interesting experience, huh?

 

Sin duda, el juego de seducción entre los dos muchachos prosigue y se intensifica siguiendo siempre la misma lógica que ya hemos tenido ocasión reiterada de explicitar: el interés decidido de Sandy por Jeffrey, y la ambivalencia de éste con ella.

 

Pues si la mirada Jeffrey no deja de dirigirse hacia esa muchacha que sin duda le agrada los dos motivos de su juego en lo fundamental la ignoran.

 

El primero es, sin más, narcisista. Disfruta, no tanto de Sandy, como de su capacidad para seducirla -ya constatamos con la camarera de Arlen’s hasta que punto es sabedor de su atractivo para con las muchachas de su edad.

 

Y el segundo es, a su vez, como también anotamos, netamente perverso, pues no duda en manipular a Sandy para facilitarse el acceso a Dorothy.

 


•Sandy: I’ll drink to that!


 

Está, también, lo otro: la clara percepción que Sandy tiene de ello.

 

Por eso, cuando el no la mira, ella le observa inquisitiva.

 


•Jeffrey: Man, i Iike Heineken! You Iike Heineken?


 

Por lo demás, el narcisismo de Jeffrey es subrayado una vez más instantes antes de que tenga lugar el desarme de su armadura que ha de provocar la irrupción de Dorothy en escena.

 

Petulante, casi snob -cuidadosamente vestido todo él de negro- presume ante su amiga de beber cerveza europea.

 


•Sandy: I never really had Heineken before.


•Jeffrey: You never had Heineken before?


•Sandy: My dad drinks Bud.


•Jeffrey: King of beers.

 

Es sarcástico el comentario con el que Jeffrey concluye la conversación sobre la cerveza, dejando incluso apuntar su decepción por tener que pasar la noche con una provinciana cuyo padre solo bebe Bud.

 

 


La escena se abre

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Pero justo entonces se abre la escena:

 


•Presentador: Ladies and gentlemen,


 

Es, desde el principio, intensamente rojo el color de esa escena -y es el rojo de la escena misma, pues es el del telón que cubre su fondo- no exenta, sin embargo, de pinceladas de azul.

 


•Presentador: the Blue Lady, Miss Dorothy Vallens.


 

La mirada de Sandy busca la complicidad de Jeffrey.

 

Pero Jeffrey aparta la suya de ella sin devolverle su guiño mientras la dirige hacia la escena.

 

Lo que da paso

 


 

al primer gran primer plano del film.

 

Así pues, la escena invade la mirada de Jeffrey. Y lo hace, como lo muestra el plano subjetivo que sigue, aún antes de que Dorothy entre en el campo de luz.

 


 

Viste de negro, y su negro vestido la conecta con el negro del traje de Jeffrey, con lo que desde ahora mismo queda dibujado un lazo directo entre ellos que viene a excluir el rosa de Sandy.

 


 

Dorothy se vuelve dejando a la vista su bella espalda desnuda que encuentra su caja de resonancia en el telón rojo del fondo.

 


 

Jeffrey está fascinado, totalmente cautivado por la escena que le invade -el desenfoque total del fondo tras él traduce expresivamente ese efecto.

 



•Dorothy: She wore



•Dorothy: Blue velvet

 

En el momento en que la canción nombra el terciopelo azul que ella vestía, la luz azul invade la escena.

 

Y es digno de ser anotado que si son todos hombres los músicos que acompañan a Dorothy -el pianista es el propio Angelo Badalamenti, autor de la banda sonora del film-, en primer término, al pie de la escena, entre los espectadores, no parece haber ninguno.

 

De modo que son solo mujeres las que vemos al pie de una escena en la que se despliega, para la mirada de Jeffrey, una suerte de apoteosis de la feminidad.

 


 

En lo que sigue Sandy estará cada vez más nerviosa, en la misma medida en que perecibe la creciente fascinación de Jeffrey.

 


 

Jeffrey, por su parte, percibe su nerviosismo, lo que no excluye una pincelada de burla en su rostro.

 

No manifiesta, en cualquier caso, empatía alguna hacia ella. Por el contrario, parece disfrutar con la situación, a la vez que reaparecen la ojeras que vuelven a manifestar su creciente adicción.

 


 

La sonrisa de Sandy, que de nuevo busca la complicidad de su amigo, pretende ocultar su nerviosismo ante la mirada de Jeffrey, mientras la que éste le devuelve no oculta su matiz burlón.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


El poder sinestésico de la escena

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•Dorothy: BIuer than velvet was the night

 

Dorothy desliza sensualmente su mano sobre la cadera

 


•Dorothy: Softer than

 

y luego sobre su otra muñeca

 


•Dorothy: satin was the Iight

 

convirtiendo en imagen táctil esa luz de la que la canción dice que es más suave que el satín.

 

Comienza así a ponerse en funcionamiento un encadenamiento sinestésico que conforma una imagen multisensorial -vista, oído, tacto- destinada a embriagar al espectador tanto como a Jeffrey.

 

Sandy, inquieta, no puede evitar mirar a Jeffrey,

 


•Dorothy: From


•Dorothy: the stars

 

pero retira de inmediato su mirada, temerosa de que él pueda sorprender su preocupación y desagrado.

 


 

Pues, conducida por el joven al que desea a asistir a la escena en la que otra mujer -más madura, más bella, más sensual…- despliega sobre él su poder de fascinación, no puede dejar de vivir la situación como lo que realmente es: una evidente humillación para su condición femenina

 


•Dorothy: She wore blue

 

Comprobamos ahora que Dorothy, aunque viste de negro, lleva el azul en sus párpados.

 

No cualquier azul, desde luego, sino el denso azul de la melancolía.

 


•Dorothy: velvet

 

De modo que la sinestesia prosigue: es de terciopelo la mirada azul de Dorothy que cautiva a Jeffrey

 


•Dorothy: BIuer than velvet were her eyes

 

quien se siente mirado por ella a la vez que su oído, a efectos del cartel luminoso que se encuentra tras él, pareciera resplandecer a mientras es invadido por la sensual canción de la cantante.

 

 

El encadenado que entonces comienza,

 


 

tiene como primera tarea anotar la elipsis temporal -en la nueva imagen emergente han desaparecido los miembros de la orquesta y ya solo el pianista acompaña a Dorothy- que da paso al momento en el que Jeffrey decide abandonar el Slow Club para introducirse en el apartamento de Dorothy.

 

Pero es mucho más que eso lo que en esta transición sucede.

 

 

 

 


Una transición hipnótica

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Pues en el momento central del encadenado

 


 

la imagen de Dorothy parece haberse introducido totalmente en la cabeza de Jeffrey, brillando en su frente, sobre su mirada cautivada, justo encima de sus ojos.

 

Un procedimiento visual éste que probablemente Lynch aprendió de Vertigo (1958), donde Alfred Hitchcock,

 


 

utilizaba una composición bien semejante para expresar la fascinación obsesionante que Madelaine/Carlotta Valdes inspiraba en Scottie.

 

Y, antes de que el encadenado termine, el movimiento de los brazos de Dorothy en la segunda imagen con lo conforma parece desencadenar no se sabe que efecto hipnótico sobre el espectador.

 


•Dorothy: Shadows

 

Como si realizara una invocación a la llegada de la oscuridad semejante a la que años más tarde, en un entorno escénico muy semejante, realizará el mago de Mulholand Drive (2001).

 


 

Obligado recordar, igualmente, que el desempeño de este mago se hallará presidido por la Dama de Cabello Azul

 


 

Un nombre, éste, que hace de ella descendiente directa de la dama que en Blue Velvet acaba de ser presentada como la Dama de azul.

 


•Dorothy: Fall so blue


 

Y así, como si hubiera recibido su señal, Jeffrey se apresura a salir del local arrastrando con él a Sandy.

 


•Dorothy: As Ionely a


•Dorothy: blue

 

De modo que ya no ve -pero nosotros, igualmente cautivados, sí- el más intenso azul de la melancolía que tiñe ahora la figura de Dorothy, solo unos instantes antes de que su figura quede totalmente oscurecida.

 



•Dorothy: Blu star


 

Una figura ya totalmente negra que se recorta sobre un iluminado, casi brillante, telón rojo.

 

Pero es necesario anotar también que el encadenado visual que ha precedido la partida de los jóvenes se ha visto acompañado por una suerte de barrido musical que ha convertido de manera casi imperceptible el tema que escuchábamos, Blue Velvet en otro, Blue Star -compuesto por Badalamenti y con letra del propio Lynch-, en una suerte de collage sonoro semejante al que ya tuvimos ocasión de anotar a propósito de la juxtaposición, en la escena final, de Mysteries of Love y Blue Velvet.

 

Por esta vía, como ha escrito Nina Norelli

 

«the mood of Dorothy’s performance immediately shifts from that of relaxed cabaret to doomed torch singer.»

[Nina Norelli: Angelo Badalamenti’s Soundtrack from Twin Peaks, Bloompsbury Academic, New York, 2017]

 

Cambio que convierte la rememoración romántica de Blue Velvet en un apasionado lamento que introduce una no menos notable inflexión en el régimen de la enunciación verbal que conduce del pasado en tercera persona –She wore….- al presente de un suceso que solo puede ser percibido como enunciado en primera persona:

 

Shadows fall so blue

As lonely as a blue, blue star

 

Las sombras caen tan azules, tan solitarias, como una azul estrella azul.

 

Es el azul intensamente melancólico de la tristeza de esa solitaria estrella que es Dorothy.

 

Un azul-tristeza que se convierte en negritud en el momento mismo en que se anuncia el acceso a la otra escena, esa que venimos advirtiendo será la central y con respecto a la cual ésta, la que ahora termina, habrá de descubrirse como solo apariencia, como lo anuncia ese telón rojo del fondo que no ha sido abierto todavía.

 

Dicho en otros términos: la sensual, fascinante y llena de glamour escena que acaba de concluir está destina a anunciar esa otra escena que habrá de seguirle y, a la vez, a enmascararla.

 

Pues en ella, en la escena central que aguarda, nada del fascinante glamour ahora desplegado habrá de sobrevivir.

 

 


La invisible fachada de la iglesia

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En el encadenado que sigue la figura ya negra de Dorothy levanta la cabeza de modo que parece mirar a Sandy, cuya imagen aparece en el centro la emergente segunda imagen.

 


 

Y a su vez Sandy mira a Jeffrey, quien conduce ensimismado, ignorándola absolutamente.

 



 

El coche se detiene frente a la fachada del edificio Deep River, del lado de enfrente de la calle, es decir, necesariamente, aunque eso ahora no sea explicitado, del de la fachada de la iglesia que, como sabemos, se encuentra frente a ese edificio.

 


•Sandy: Jeffrey, you shouldn’t do this.

 

De su lado -pero invisible, pues la oscuridad de la noche parece parece haberlo invadido todo- la iglesia.

 

Y diríase que, en su nombre, Dorothy advierte a Jeffrey que es una locura lo que se dispone a hacer.

 


•Jeffrey: Why not?


•Sandy: ‘Cause it’s crazy… and dangerous.


 

Que hemos entrado en el mundo de lo oscuro lo acredita el hecho de que, aunque la fachada de la iglesia se halla sumergida en la oscuridad -y es tal su invisibilidad que cuando el espectador ve esta escena ninguna conciencia tiene de su presencia- el más alejado edificio Deep River resulte claramente -o mejor: oscuramente- visible al fondo de Jeffrey.

 


•Sandy: My God, i should have never told you.

 

 

 

 


Sandy decide permanecer ahí

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•Jeffrey: i’II be all right.


•Jeffrey: I don’t think you should stay. I think you should go home.


•Sandy: Can you drive this car?

 

Ciertamente, no es Jeffrey el caballero más galante. Lejos de llevar a su amiga a casa, la invita a que sea ella sola la que se lleve a sí misma.

 


•Sandy: – Yeah, but I…


•Jeffrey: Leave it in front of your house, OK?


•Sandy: OK.


•Jeffrey: I’II see ya tomorrow and i’II tell ya how it went.


 

Se entiende bien la perplejidad de Sandy.

 

El joven que la ha invitado a cenar, en vez de llevarla a casa la despide de noche ante la puerta del apartamento de otra mujer a la que se dispone a visitar.

 

Es pues del todo comprensible su respuesta:

 


•Sandy: I don’t wanna see you tomorrow.


•Sandy: – Mike’s coming over.


 

Es la puerta del edificio Deep River la que separa las cabezas de Sandy y Jeffrey en la superficie de la imagen.

 


•Jeffrey: OK. Um… can I call you?


•Sandy: OK, yeah, call.


•Sandy: I hope you sneak out OK.



•Sandy: I’m gonna wait here until she comes.

 

Pero Sandy decide -sin que nadie se lo pida- permanecer ahí.

 

¿Para verla a ella? Desde luego. Y, en cualquier caso, para conservar su precario lazo con Jeffrey.

 


•Jeffrey: Sandy…


•Sandy: I’m gonna honk four times.

 

Es curiosa la cábala que recorre Blue Velvet.

 

Los cuatro dedos de la pregunta que Jeffrey formuló a Double Ed -y que a su vez seguían a las cuatro escaleras colocadas frente a la fachada del negocio familiar- retornan ahora en forma de los cuatro toques de claxon con los que Sandy pretende ayudar a Jeffrey.

 

Sandy insiste en ello, enumerándolos uno a uno cuidadosamente

 


•Sandy: I’II go one,

 

a la vez qure su mano simula y así anticipa el gesto correspondiente.

 



•Sandy: two,


•Sandy: three,


•Sandy: four,


•Sandy: and then you’II hear it

 

Así, el tacto y el oído son suscitados y asociados de nuevo, a propósito de esa advertencia de Sandy que, por supuesto, Jeffrey no llegará a oír.

 


•Sandy: and you’II know she’s on her way up.

•Jeffrey: OK.

 

 


Detective o perverso

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Por su parte, Jeffrey se sorprende tanto como se alegra de que ella quiera seguir participando en su juego.

 


 

Y Sandy, aunque recibe agradecida el renacido -aunque leve- interés que Jeffrey manifiesta por ella, no deja de poner nombre a lo que ve:

 


•Sandy: I don’t know if you’re a detective or a pervert.


 

No sé si eres un detective -como mi padre- o un pervertido.

 

No es una pregunta, sino una afirmación.

 

Y una afirmación que requiere un adenda: a ella le gusta ese joven perverso, de modo que está decidida a no renunciar a él.

 


•Jeffrey: Well, that’s for me to know and you to find out.

 

De eso se trata. De saber hasta qué punto alcanza el juego perverso que el film mismo ha desencadenado.

 

 




 

Y un nuevo salto en la escala de planificación se produce ahora para confirmarlo -y es uno mucho más acentuado que el que anotamos en el Slow Club a propósito de Jeffrey.

 


 

Obligado anotarlo: hay, en ese juego perverso de Jeffrey que apunta a explorar lo que hay más allá de los límites de la locura, algo que afecta, que interesa profundamente también a la propia Sandy, hasta el punto de casi deformar su rostro por obra del gran angular utilizado para la obtención de la imagen.

 

Deformación que pone todo el acento en la mira escrutadora -pero también, a su vez, fascinada- que Sandy dirige a Jeffrey y que viene a anticipar la de éste en el interior de la escena central:

 

 



•Jeffrey: See ya.



•Sandy: Bye.


 

La calle que ahora, de nuevo en un plano subjetivo de Sandy, vemos a Jeffrey cruzar se nos antoja anchísima, tan ancha como ancho río del que se habla en el Deep River.

 



 


El segundo Ascenso

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Todo son diagonales oscuras en la escalera que asciende ahora nuevamente Jeffrey.

 

Y constatamos otra diferencia en el tratamiento visual de esta escena con respecto a la anterior en la que viéramos a Jeffrey subirla por primera vez.

 

Si entonces la cámara le seguía en su ascenso, ahora, en cambio, le aguarda desde arriba como si hubiera quedado ya instalada ahí.

 


 

El negro vestuario del joven descubre ahora su segundo motivo -su mimetización con el mundo de las sombras en el que se introduce siguiendo el dictado de Dorothy.

 



 

Vemos ahora escrita la cifra 4 en el único cartel visible que indica la distribución de los apartamentos -714.

 


 

Hay tensión, estado de alerta, pero ningún miedo en el rostro de Jeffrey, cuyas ojeras vemos dibujadas en él una vez más.

 


 

Es ahora más visible que nunca la cifra que identifica el apartamento de Dorothy.

 


 

Jeffrey se asoma al pasillo contiguo

 


 

y nos es dado contemplarlo con él en plano subjetivo.

 


 

La cifra de nuevo concita la mayor luz del plano

 


 

un instante antes de que la cabeza de Jeffrey se funda con ella.

 



 

Y a la cifra -7 de 10-, sigue la oscuridad absoluta:

 


 

Jeffrey se detiene por un instante entre al sillón vacío del padre -a su izquierda- y el sillón en el que yacerá con su esposa, Dorothy, y cuya presencia es anticipada por el chal que se encuentra en él.

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Safe Creative #2005103952971

 

 

 

Primeros Planos ordenados por escala

 

 

 


 


 



Gran Primer Plano

 

i.E.: >=30 (nº: 53)

 

01-37-22-895 (42,5) (2) (Ilsa)

 

01-38-50-171 (39,9) (3) (Ilsa)

 

00-59-34-931 (37,9) (3) (Laszlo)

 

01-38-49-026 (37,9) (2) (Rick)

 

01-38-55-103 (36,5) (1) (Laszlo)

 

00-45-05-288 (36,1) (2) (Ilsa)

 

01-33-28-567 (35) (1) (Ilsa)

 

01-13-29-966 (34,9) (1) (Ilsa)

 

00-59-36-170 (34,8) (3) (Ilsa)

 

01-36-57-971 (33,3) (5) (Rick)

 

01-17-32-302 (33,2) (1) (Ilsa)

 

01-09-05-588 (32,9) (2) (Annina)

 

01-39-06-500 (32,5) (1) (Ilsa)

 

00-33-34-494 (31,8) (2) (Ilsa)

 

01-23-55-115 (31,6) (3) (Ilsa)

 

00-32-42-895 (31,5) (1) (Ilsa)

 

01-09-32-693 (31,2) (1) (Annina)

 

01-25-01-895 (31,2) (1) (Rick)

 

00-33-37-342 (31,1) (1) (Rick)

 

00-49-34-818 (30,8) (4) (Ilsa)

 

01-21-47-766 (30,8) (3) (Ilsa)

 

01-28-56-058 (30,6) (1) (Rick)

 

01-24-00-345 (30,5) (2) (Rick)

 

01-06-07-748 (30,4) (5) (Annina)

 

00-52-57-312 (30,2) (2) (Laszlo)

 

 

 

 

 

 

 


Primer Plano Corto

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<30 >=26 (nº: 35)

 

01-34-17-718 (29,1) (1) (Rick)

 

01-06-50-059 (28,8) (4) (Rick)

 

00-44-07-711 (28,7) (1) (Ilsa)

 

00-53-19-014 (28,5) (3) (Strasser)

 

01-34-01-149 (28,3) (1) (Rick)

 

00-45-20-830 (28,2) (4) (Rick)

 

01-39-26-508 (28,2) (2) (Rick)

 

01-13-15-208 (28) (2) (Yvonne)

 

01-36-52-295 (28) (3) (Ilsa)

 

01-20-54-752 (27,7) (3) (Ilsa)

 

00-49-29-694 (27,6) (4) (Rick)

 

00-38-50-524 (27,5) (1) (Rick)

 

00-54-02-122 (27) (1) (Ilsa)

 

01-40-23-396 (26,9) (1) (Strasser)

 

00-29-43-282 (26,4) (1) (Isa)

 

00-43-39-729 (26,3) (1) (Ilsa)

 

00-45-57-017 (26,1) (1) (Ilsa)

 

00-48-10-166 (26) (1) (Rick)

 

 

 

 

 


Primer Plano

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i.E.: <26 >=20 (nº: 130)

 

01-34-57-540 (25,9) (1) (Strasser)

 

01-21-04-521 (25,8) (5) (Rick)

 

00-33-57-429 (25,1) (1) (Rick)

 

00-16-51-378 (25) (2) (Rick)

 

00-24-25-641 (24,8) (2) (Strasser)

 

00-31-22-467 (24,7) (1) (Sam)

 

01-36-21-467 (24,7) (2) (Rick)

 

01-34-00-044 (24,6) (1) (Ilsa)

 

00-28-30-671 (24,2) (3) (Ilsa)

 

00-33-55-337 (23,9) (1) (Laszlo)

 

00-40-55-350 (23,9) (1) (Ilsa)

 

01-07-26-990 (23,8) (1) (Rick)

 

01-08-38-456 (23,7) (1) (Rick)

 

01-23-27-714 (23,6) (1) (Ilsa)

 

01-40-09-870 (23,4) (4) (Rick)

 

01-16-24-846 (23,4) (1) (Laszlo)

 

00-26-34-499 (23,4) (2) (Ilsa)

 

01-16-18-318 (23,4) (2) (Ilsa)

 

00-23-44-229 (23,2) (3) (Rick)

 

00-34-42-047 (23,1) (3) (Ilsa)

 

01-40-42-526 (23) (4) (Rick)

 

00-02-46-932 (22,7) (1) (Refugiados)

 

00-48-16-369 (22,6) (1) (Ilsa)

 

00-10-56-707 (22,5) (3) (Rick)

 

01-39-25-119 (22,3) (1) (Ilsa)

 

00-23-46-659 (22,3) (2) (Heinze)

 

00-39-56-590 (22,2) (1) (Rick)

 

01-14-58-285 (22,2) (1) (Ilsa)

 

01-28-45-573 (22,1) (1) (Rick)

 

00-26-27-246 (21,9) (1) (Laszlo)

 

00-47-27-503 (21,8) (1) (Rick)

 

01-39-09-876 (21,7) (1) (Rick)

 

01-12-41-180 (21,7) (1) (Ilsa)

 

01-19-38-867 (21,7) (1) (Ilsa)

 

01-41-59-516 (21,4) (1) (Rick)

 

01-38-36-051 (21,3) (2) (Laszlo)

 

01-20-03-892 (21,1) (2) (Rick)

 

01-38-05-646 (21) (2) (Rick)

 

00-43-07-801 (20,9) (1) (Sam)

 

01-36-08-985 (20,9) (1) (Ilsa)

 

00-40-54-758 (20,8) (1) (Rick)

 

00-40-35-028 (20,7) (1) (Ilsa)

 

00-58-50-497 (20,6) (2) (Laszlo)

 

01-12-46-579 (20,5) (1) (Rick)

 

00-44-23-054 (20,4) (1) (Rick)

 

01-41-35-259 (20,3) (2) (Rick)

 

01-17-12-418 (20,3) (1) (Ilsa)

 

00-19-17-544 (20,1) (6) (Renault)

 

00-35-25-636 (20) (1) (Rick)

 

00-37-16-767 (20) (2) (Rick)

 

01-39-38-226 (20) (2) (Renault)

 

00-59-15-100 (20) (1) (Ferrari)

 

00-09-23-099 (20) (1) (Abdul)

 

 

 

 


Primer Plano Largo

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i.E.: 20 >=15,5 (nº: 121)

 

00-02-37-597 (17,7) (1) (Police Radioman)

 

00-02-48-736 (18,7) (1) (Refugiados)

 

00-03-37-868 (18,3) (1) (Pétain)

 

00-04-21-515 (17,7) (1) (Englishman)

 

00-05-39-632 (17,4) (1) (Strasser)

 

00-05-42-801 (15,5) (1) (Ilsa)

 

00-06-04-050 (17,9) (1) (Renault)

 

00-06-04-725 (19,8) (1) (Strasser)

 

00-08-19-713 (19,9) (1) (Women Playing Cards 2)

 

00-09-22-665 (18,2) (2) (Rick)

 

00-09-50-708 (19,3) (1) (Rick)

 

00-12-02-349 (15,8) (2) (Ugarte)

 

00-12-27-446 (17,7) (1) (Ugarte)

 

00-12-34-704 (19,6) (1) (Rick)

 

00-13-34-111 (18,1) (1) (Rick)

 

00-14-13-678 (18,3) (1) (Ferrari)

 

00-14-17-935 (18,9) (1) (Rick)

 

00-14-38-638 (17,4) (1) (Rick)

 

00-16-09-801 (16,8) (1) (Rick)

 

00-19-37-624 (19,9) (4) (Rick)

 

00-21-39-654 (19) (1) (Ugarte)

 

00-22-21-699 (17) (1) (Ugarte)

 

00-25-40-729 (17,4) (1) (Sam)

 

00-25-54-427 (18,9) (1) (Renault)

 

00-26-28-949 (18,1) (2) (Berger)

 

00-27-48-565 (18,2) (3) (Renault)

 

00-28-50-857 (17,2) (1) (Laszlo)

 

00-29-21-732 (16,4) (1) (Renault)

 

00-33-25-307 (17,6) (1) (Sam)

 

00-34-14-797 (19,2) (1) (Laszlo)

 

00-35-20-120 (19,1) (2) (Ilsa)

 

00-37-31-926 (18,3) (1) (Sam)

 

00-39-06-556 (19,4) (1) (Rick)

 

00-52-12-012 (17,6) (1) (Renault)

 

00-52-22-151 (18,1) (1) (Strasser)

 

00-52-30-183 (17,7) (2) (Laszlo)

 

00-52-32-504 (18,6) (3) (Strasser)

 

00-52-40-044 (18,3) (2) (Laszlo)

 

00-54-08-087 (17,4) (1) (Renault)

 

00-54-44-774 (18,2) (1) (Marroquíes)

 

00-56-14-244 (16,2) (3) (Rick)

 

00-57-46-027 (19,4) (1) (Ilsa)

 

00-57-57-888 (17,9) (1) (Rick)

 

00-58-11-066 (18,9) (2) (Ilsa)

 

00-58-44-793 (19,8) (3) (Ferrari)

 

01-00-27-179 (19) (3) (Ferrari)

 

01-02-53-669 (17) (2) (French officer)

 

01-03-23-696 (17,5) (2) (Renault)

 

01-04-21-593 (18,4) (3) (professor)

 

01-04-26-027 (17,5) (2) (Mrs. Leuchtag)

 

01-05-22-055 (17,2) (3) (Rick)

 

01-07-31-019 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-11-19-553 (18,9) (2) (Rick)

 

01-11-22-945 (16,3) (2) (Laszlo)

 

01-11-45-870 (19,9) (2) (Rick)

 

01-11-50-798 (17,7) (1) (Laszlo)

 

01-13-20-751 (15,6) (1) (Ilsa)

 

01-13-25-242 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-15-06-077 (19) (1) (Strasser)

 

01-15-20-616 (19,6) (1) (Ilsa)

 

01-18-26-532 (16,2) (1) (Ilsa)

 

01-20-01-070 (16,6) (2) (Ilsa)

 

01-20-49-415 (16,4) (1) (Ilsa)

 

01-22-05-547 (15,7) (1) (Rick)

 

01-22-31-804 (17,1) (1) (Rick)

 

01-26-48-611 (16,1) (2) (Ilsa)

 

01-27-33-577 (17,4) (3) (Rick)

 

01-27-58-190 (18,8) (3) (Laszlo)

 

01-29-58-575 (18,3) (1) (Renault)

 

01-31-52-668 (17,1) (2) (Rick)

 

01-34-02-768 (17,2) (1) (Laszlo)

 

01-34-13-741 (17,2) (1) (Renault)

 

01-34-46-012 (17,8) (4) (Renault)

 

01-34-54-238 (19,6) (2) (Ilsa)

 

01-38-00-305 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-39-18-370 (16,7) (1) (Laszlo)

 

01-40-11-380 (16,2) (2) (Strasser)

 

01-40-18-958 (16,5) (2) (Strasser)

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El apartamento de Dorothy

 

 


ir al índice del libro

 

 

 


Escalera: ascenso

 



 

Como ya anotamos, es un plano subjetivo de Sandy el que nos muestra a Jeffrey, armado con su equipo de fumigación, accediendo al edificio Deep River, cuya puerta oscura se ve precedida ya por las primeras escaleras.

 


 

Como era previsible, es un edificio oscuro, más bien sórdido

 


 

pero de luces cálidas.

 

Un pequeño cartel colgante y luminoso -pero parpadeante- señala hacia un ascensor del que pronto sabremos que no funciona.

 



 

La mirada de Jeffrey -porque ahora el plano subjetivo es suyo- recorre el desordenado directorio del edificio, buscando el apartamento de Dorothy Vallens, que es, al parecer, el más elevado -710.

 

Ya nos detuvimos sobradamente en las resonancias religiosas del número siete, de modo que solo añadiremos ahora que 710 -apartamento diez de la sétima planta- podría también ser leído así: siete de diez, séptimo de los Diez Mandamientos -del que tuve ya ocasión de señalarles que, entre los reformados presbiterianos, es el que prohíbe el adulterio.

 

No es inútil pasar revista a los apellidos que preceden al de Dorothy, pues parecen destinados a crear un cierto clima semántico: Shawmatorral, maraña-, Stevens -pero del que se han desprendido tres de sus letras, de modo que lo que se lee es sens, es decir, sentido-, Styes -orzuelo, pocilga- Tantar -nada en inglés, pero mosquito en rumano-, Trask -basura.

 

Con el cambio de plano

 


 

comenzamos a escuchar uno de esos zumbidos chisporroteantes -tan habituales en el cine de Lynch- que son propios de las conexiones eléctricas y que por eso atribuimos al letrero luminoso parpadeante.

 

Anticipa la noticia que nos es dada en el plano que sigue:

 


 

Ascensor estropeado. Literalmente: fuera de orden.

 

De modo que resulta obligado utilizar -aquí como en el Séptimo cielo de Franz Borzage- las escaleras. Ellas mandan composicionalmente en el plano que sigue

 


 

anticipando el ascenso de Jeffrey.

 

Y a ellas se accede atravesando un pasillo de deteriorados cubos de basura que no dejan de sugerir cierto desagradable halo olfativo.

 



 

No tanto como sucede en el film de Bozage, pero también aquí Lynch se demora en la visualización del ascenso de Jeffrey.

 


 

La luz natural y el verde de los árboles

 


 

van quedando abajo y atrás, mientras que delante y arriba es la oscuridad y la morbidez lo que aguarda.

 


 

El vago y tambien oscuro fragor en intensificación creciente que ha venido acompañando el ascenso

 



 

cesa cuando accedemos al pasillo del séptimo piso.

 

Pero no es el silencio lo que ocupa su lugar, pues no solo oímos los leves ruidos que hace Jeffrey en su desplazamiento, sino también una aún más vaga resonancia difícilmente descriptible, periódicamente puntada por notas de no se sabe que instrumento musical.

 



 

Es oscuro y degradado el pasillo que da acceso al apartamento, marrón oscuro, solo punteado por dos motivos rojos de diferente intensidad: el del letrero luminoso que señala la salida y el de la papelera. Anticipan los dos tonos de rojo que van a ser los de Dorothy un instante después.

 


 

Solo cuando Jeffrey se detiene ante la puerta constamos que es también rojo el tubo de goma de su fumigador.

 


•Dorothy: Yes? What is it?

 

He aquí los dos rojos que les anunciaba, el del vestido y el de los labios de Dorothy -siendo este segundo el más intenso.

 


•Jeffrey: Pest control. l gotta do your apartment.

 

Es hora de recordar que, en su plan, Jeffrey solo pretende introducirse en el apartamento y mirar.

 

A ello se adapta bien el disfraz que ha escogido para lograrlo. Controlador de plagas, fumigador, alguien, en suma, que puede combatir los focos de infección sin tener que tocarlos.

 

Pero ya conocemos su reverso: como la propia Dorothy declarará, va a fumigarla con su enfermedad.

 


•Dorothy: Humm


•Dorothy: That stuff stinks.


•Jeffrey: This is new stuff. There’s no smell.


•Dorothy: Good.


 

 

 

 

 

 


En, escena, el sillón del cadáver del padre

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Una vez en el interior del apartamento, un notable efecto de luz produce el efecto de que Jeffrey se encontrara frente a un escenario.

 

Se trata de una suerte de mal raccord de luz, pues la que ahora ilumina su espalda parece disonar con respecto a la que ilumina el resto de la estancia.

 

Al fondo una cocina de color crema que da la impresión -sucede así siempre en los films de Lynch- de que en ella nunca cocina nadie. En primer término, el salón, de neta dominancia magenta.

 

Disuena en esta escena el mal resuelto contraste entre el área de la cocina y la del salón, tanto por lo que se refiere a sus colores como a la casi absurda relación entre sus respectivos suelos, el de baldosas de la cocina y el de moqueta del salón.

 


 

Jeffrey entra en esa escena y poco después Dorothy viene a ocupar el que hace un momento era su lugar:

 


 

Como si hubiera sido absorbido por la escena que él mismo contemplaba hace solo un instante.

 


•Jeffrey: Just need to do the kitchen.


 

El plano es largo y silencioso, casi un plano secuencia. Lo que nos conduce a reparar en lo que hay en su centro -en el centro de esa escena.

 

¿Se dan cuenta de cuál es ese motivo central?

 

Se trata de ese sillón vacío que, en el comienzo del plano, parecía mirar a Jeffrey.

 


 

Se trata del mismo sillón en el que, en el final del film,

 


 

veremos sentado y amordazado el cadáver del padre.

 

Aunque no se trata de la misma posición de cámara en ambos casos, sí nos encontramos ante una bien semejante. Pero veremos entonces rota la pantalla del televisor sobre el que ahora se apoya Dorothy.

 

Resulta obligado anotar la localización de ese sillón porque queda ubicada así la presencia del cadáver del padre en la escena central del film que dentro de poco tendrá lugar en este mismo lugar.

 

Y para confirmar lo que les digo, vean, en lo que sigue, a Jeffrey deteniéndose en fumigar detrás de ese sillón, como si se pretendiera dirigir nuestra mirada hacia él.

 


•(knock at door)


•Dorothy: Grand Central Station!



 

Elegante plano de la pared desnuda, entre el salmón y el magenta, dispuesto tanto para acoger el vestido rojo suave del de Dorothy,

 


 

como para que, dentro de un momento, sobre él estalle la chaqueta amarilla de su visitante.

 

Solo un motivo decorativo: esa sinuosa y estilizada planta verde que retornará en Lost Highway (1997)

 


 

para acompañar la inmersión en la locura de su protagonista.

 

Y debe ser anotado que esta planta no sólo se encuentra aquí,

 


 

sino también en el cuarto de baño que visitará Jeffrey cuando retorne por la noche al apartamento:

 


 




 

Comprobamos ahora como la planta prefiguraba y anticipaba la presencia de ese visitante que viene a completar por anticipado la imagen final que habrá de cristalizar en este escenario que es el del apartamento:

 


 

Es del todo congruente con ello que, en el contraplano de este plano subjetivo de Jeffrey, la planta vuelva a hacerse visible.

 


 



 

El rostro y la amenazante mirada del hombre amarillo mantiene no se sabe que turbia relación con la planta que se encuentra tras él.

 

Dorothy, entonces, presenta a Jeffrey reconociéndole la identidad que el mismo ha escogido para su representación:

 



•Dorothy: lt’s only the bug man.

 

El es el bug man, el fumigador, sin duda, pero no termina de estar claro donde termina éste y comienza el hombre insecto, infectado por el Jitterbug desde siempre.

 




 

El cuadro se vacía y

 


 

Jeffrey se hace con la llave del apartamento de Dorothy Vallance.

 




 

El sillón del cadáver del padre sigue ahí.

 


•Jeffrey: That should do it.

•Dorothy: Yeah?

 

Comprobamos ahora que el color del tubo del equipo de fumigación de Jeffrey es exactamente el mismo que el del vestido de Dorothy.

 


 

Cuando el joven se despide y sale de cuadro dos cosas suceden.

 

La primera, que el rostro de la mujer, ahora que ya no es mirada, acusa su interés por el atractivo muchacho. Y, la segunda, que pasa a ocupar en la imagen el lugar del sillón del padre, que así queda oculto en imagen.

 


 

 

 

 


Escalera: descenso

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Esta vez el pasillo que ha debido atravesar Jeffrey de retorno se omite, pero no así el descenso de la escalera -con lo que esta escalera, y con ella el motivo del ascenso y del descenso, del arriba y el abajo, confirma su presencia e importancia en el film.

 

Esta vez, su descenso supone el alivio que la luz natural y la presencia de Sandy -tan cromáticamente asociada a ella, con lo que se manifiesta el sentido de su cabello rubio y de su tez blanca.

 


•Sandy: Are you all right?



•Jeffrey: Yeah. What happened?

 

Es tarea de Sandy conducirle hacia abajo.

 

Pues arriba, en el cielo de Blue Velvet, solo hay la mórbida oscuridad de Dorothy, Frank y el cadáver del padre.

 

Abajo, en cambio, está la luz -las iglesias del film no son visualizadas en su elevación, sino a ras de suelo.

 

Pero sólo a ras de suelo, porque más abajo, en el interior de la tierra, existe también, como sabemos, una oscuridad no menos amenazante:

 


 


•Sandy: I was about to go to the door when that guy did it for me.


•Sandy: Was it all right?

•Jeffrey: Yes and no. Did you recognize him?


•Sandy: I only saw his back. I think he went out a door at the end of the hall.


•Jeffrey: I didn’t get a good Iook at him either, but he sure Iooked at me.

 

Y porque hacerle descender es la tarea de Sandy su vestido es la única luz en esa oscura escalera.

 


•Jeffrey: I didn’t have time to get a window, but i found these keys. Nifty, huh?

 

Jeffrey alardea de la llave que ahora tiene.

 


•Sandy: Yeah, if they open the door.

 

Y Sandy, no demasiado alegre por ello, responde con cierta mordacidad.


•Jeffrey: Yeah.


 

 

 

 

 


Escalera: adicción y pesadilla

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Esta es, desde luego, una escalera que, aunque exterior, es bien oscura, como lo acusa su contraste el luminoso plano que, en directa continuidad temporal, abre la escena que sigue:

 

 


 

Pero ésta, en todo caso, es la única vez en que será mostrada -y recorrida- de día.

 

Todas sus demás apariciones serán ya nocturnas.

 

Y serán muchas, pues esta escalera, su ascenso y su descenso, retornará de manera obsesiva a lo largo del film, con una cadencia que parece responder tanto a los tiempos de la adicción como a los de la pesadilla.

 

Si ahora Jeffrey y Sandy la abandonan en su minuto 25, reaparecerá en el 31, cuando,

 


 

esa misma noche, Jeffrey retorne al apartamento de Dorothy.

 

Lo hará de nuevo más tarde, en el 52,

 


 

cuando, tras contemplar la escena del encuentro de Dorothy y Frank, abandone la casa.

 

Aparecerá, nuevamente, a la hora y 6 minutos,

 


 

en la nueva visita a Dorothy que concluirá con el primer encuentro de Jeffrey con Frank.

 

Volverá a aparecer más tarde, a la hora 46 minutos,

 


 

en la última visita que Jeffrey realice al apartamento en la que encontrará el cadáver maniatado del padre.

 

Y finalmente volverá a hacerse presente poco después -a la hora 50 minutos- cuando, al intentar abandonar el edificio Deep River, se encuentre con Frank interceptándole el camino.

 


 

Lo que da el total, realmente notable, de siete escenas protagonizadas por esa escalera -cuatro de ellas de ascenso y 3 de descenso.

 

Notable, claro está, no solo por su abundancia, sino por su cifra misma, siete, cuya función densamente simbólica en el film viene así a confirmarse una vez más.

 

Hablábamos, a propósito del retorno tan insistente de esta escalera, de la cadencia de la adicción -esa suerte de enfermedad febril de Jeffrey de la que habla Dorothy- tanto como de la de la pesadilla. Pues es esta una escalera que se asciende y se desciende una y otra vez, pero también una en la que, llegado el momento, se experimentará la parálisis típica de la pesadilla -seguir corriendo sin lograr avanzar- que tendrá lugar cuando la llegada de Frank corte el paso al descenso de Jeffrey.

 

 

 

 

 

 

 


Ante la iglesia

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Es, recordémoslo, muy suave el color rosa de la rebeca de Sandy, como es rojo el del coche de Jeffrey.

 

Y ahora ese rojo manifiesta su conexión directa con el de los labios de Dorothy.

 


 


 

Sandy aguarda a que Jeffrey le abra la puerta del coche.

 


 

Que se comporte, para con ella, como un caballero a la antigua usanza.

 



•Sandy: So, what’s next?

 

Al fondo, tras Sandy, la puerta lateral de la iglesia.

 

No puede extrañarnos que sean también siete los escalones que la preceden. Es el otro séptimo cielo -más a ras de tierra, desde luego-, el de Sandy, hacia el que ella le invita a Jeffrey una y otra vez.

 



•Jeffrey: Are you game for more?

 

El juego de seducción prosigue, incluso se verbaliza.

 



•Sandy: I owe you one


•Sandy: since I goofed this one up.


•Jeffrey: You didn’t goof it up. But…

 

Jeffrey exhibe ante la mirada de Sandy la llave que ha conquistado pero que -de acuerdo con las palabras de ella que acabamos de escuchar-, todavía no ha sido puesta a prueba.

 

Tras mirar interesada esa llave, su mirada se dirige, -en un gesto de complicidad y deseo- a los ojos del joven.

 


•Jeffrey: you still owe me one.


 

Pero cuando éste aparta de ella la mirada, constatamos la lucidez con la que percibe que el deseo de él -en extremo excitado- se encuentra en otro lugar -en el espacio interior de esa mujer al que ha decidido volver.

 


•Jeffrey: I’m gonna try and sneak in tonight.

 

Va a tratar de colarse, de entrar allí, esa misma noche.

 


 

Y sin embargo no duda en involucrarla a ella.

 

¿Solo porque la necesita como instrumento para ello o más bien porque disfruta introduciéndola en un retorcido juego de a tres?

 


•Jeffrey: It’s Friday. Do you have a date?


•Sandy: Yeah. I do.



 

Constatamos ahora que no hablábamos de adicción en balde.

 

Así lo indican las ojeras que presenta Jeffrey en este plano, tanto como la vehemencia con la que reclama la participación de Sandy en su adicción.

 


•Jeffrey: Well…


•Jeffrey: that does that.

 

Ella, a su vez, debe contemplar el gesto tiránico de Jeffrey por el que este le deja ver que se convierte en nada para él si no acepta participar sumisa de su juego.

 

Lo notable de Sandy, sin embargo, es la lucidez casi fría con la que lo constata, lo que le permite mantener su propio juego sin alterarse.

 



 

 

 


Llevando a Sandy a casa

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El coche abandona el centro de la ciudad, para retornar a Vista, el más amable barrio en el que los dos chicos viven.

 


•Sandy: You really wanna do this, don’t you?

 

Sandy verbaliza en forma de pregunta lo que ha constatado -la intensidad con la que el deseo de Jeffrey ha quedado prendado en el apartamento de Dorothy.

 

Jeffrey, cuya mirada en el espejo retrovisor ahora ya no se dirige a ella, a diferencia de cuando, en una composición del todo semejante,

 


 

la invitó a ir a Arlene’s, no contesta lo que considera evidente sino que manifiesta su actual desinterés hacia ella, con la mal disimulada coartada de una convencional preocupación por su seguridad. -Aflora en ello una vez más la estructura perversa de su juego.

 


•Jeffrey: i don’t want you to get involved. I do, but if something went wrong… Like you said, they may be involved in murder.

 

Cuando sus miradas se encuentran de nuevo, Jeffrey está ya deteniendo el coche ante la casa de Sandy, en lo que es un evidente anuncio de su decisión de deshacerse definitivamente de ella si no accede a sus deseos.

 



•Jeffrey: OK.

 

De modo que Sandy se rinde ante la perspectiva de retornar a la casa que quiso abandonar arrastrando a Jeffrey tras sí.

 

Y porque entiende a la perfección la lógica perversa del discurso de Jeffrey, declara entrar en el juego aceptando sus reglas: así el engaño de un tercero

 


•Sandy: OK. I’II tell Mike I’m sick.

 

y la mentira.

 


•Sandy: Just so the record is kept straight, though, I love Mike.

 

De modo que su entrega al juego se manifiesta total:

 



•Sandy: What do you want me to do?

 

¿Qué es lo que quieres que haga?

 


•Jeffrey: First we’ll have a really nice dinner. Try to find out whehe Dohothy Vallens sings.

 

De hecho, ella ya se ha anticipado los deseos de Jeffrey.

 



•Sandy: I already know. The Slow Club on Route 7.

 

Sabe que es en la carretera 7 donde se encuentra la otra escena de Dorothy.

 


•Jeffrey: Great. l’ll pick you up about eight?


•Sandy: Don’t pick me up. My dad might think it’s strange.


•Sandy: I’II walk over to your house. i’II be there at eight o’clock. OK?

 

Asombrosa esta Sandy.

 

Asombroso, sobre todo, lo relajadamente con que se involucra en el juego de Jeffrey, lo que viene a demostrar hasta qué punto sabe que, a medio plazo, ese juego no habrá de obstaculizar el suyo propio.

 


•Jeffrey: OK. You better get out before someone sees us.


 

Le gusto más de lo que él mismo cree, parece pensar.

 


•Jeffrey: See ya!



 

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La posición perversa de Jeffrey

 

 


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Espacios y línea de demarcación

 

Los espacios de Blue Velvet se ordenan con precisión en torno a una línea de demarcación.

 


 

A un lado, el barrio residencial de los jóvenes protagonistas y sus familias.

 



 

Del otro, más allá de cierta línea trazada por la ley con insistente precisión

 


 

el universo turbio y oscuro que despierta el deseo.

 



 

Su oscuridad es ya suficiente motivo para que el nuevo edificio que sigue,

 


 

el del instituto, por ser espacio del saber convencional, sea todo él claridad.

 

 

 

 


Juegos de seducción en el instituto

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Un instituto imponente a efectos de un acentuado gran angular que se hace bien patente por la curvatura de las líneas horizontales mayores del plano y que permite incluir en imagen la alta bandera que lo preside.

 


 

Frente a él, Jeffrey, ya estudiante universitario que retorna ahora como orgulloso conductor del vistoso descapotable rojo de su padre.

 


 

De modo que el coche rojo tapizado de un elegante cuero blanco se impone avasallador en una imagen que se conforma como una bien evidente escenografía adolescente de seducción.

 

Conviene detenerse en ello porque es ciertamente notable el modo en el que Lynch recrea ese universo adolescente de provincias que fue el suyo, jugando con sus estereotipos sin permitir que ello lleve a aplanar su film.

 

Sandy se siente halagada, tanto más cuanto sus amigas la acompañan.

 

Así pues, el juego de seducción adolescente resulta bien patente para todos y en todo momento.

 


•Jeffrey: You hungry or thirsty, or both?


•Sandy: I don’t know.


•Jeffrey: I’d Iike to talk to you about somethin’.


•Sandy: Wait just a minute.



•Sandy: Listen. Don’t you guys dare say anything to Mike.

 

Se nos informa de la existencia de un novio de Sandy, al que ésta no duda en engañar, sin miedo al juicio crítico -y a la patente envidia- dibujada las miradas de sus amigas, quienes tienen ya tema de conversación para la tarde.

 



•Amigas: Sure.

 

Nuevamente, la rebeca de Sandy es de un suave tono rosa.

 


•Sandy: it’s not what you think, OK?


•Sandy: Promise?


•Amigas: Whatever you say.



•Jeffrey: I don’t wanna cause trouble.

 

El gran angular se mantiene constante. Los dos adolescentes frente a frente, a cielo abierto en un día en extremo luminoso.

 

En el centro de la imagen, en el espejo retrovisor, la mirada de Jeffrey, a la vez escrutadora y seductora. Sandy disfruta de sentirse tan atentamente observada.

 

No solo por él,

 


•Sandy: i’m here, aren’t i?


•Amiga: He is nice-Iookin’.

•Amiga: Yeah.

 

sino también por sus amigas.

 


•Jeffrey: You ever been to Arlene’s?

 

Y es patente la fatuidad con la que Jeffrey le pregunta si una niña como ella ha estado ya en Arlene’s -de modo que el nombre del establecimiento en el que se desarrollará la escena que sigue es suscitado por primera vez.

 


•Sandy: Of course.

 

Y es igualmente patente como el modo en el que Sandy disfruta de poder contestar positivamente a esa pregunta, sabedora de la complicidad que establece con Jeffrey en la frontera del fin de la adolescencia.

 


 

Y es que Arlene no es, desde luego, un nombre cualquiera.

 

De origen celta, posee el significado de promesa y compromiso.

 

Solo que, como constataremos en seguida, esa promesa y ese compromiso habrán de formar parte de la estrategia perversa que rige el juego de Jeffrey.

 

 

 

 

 

 


La posición perversa de Jeffrey

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La fachada del restaurante Arlene’s -podemos leer ahora con toda claridad el letrero que la preside- se encuentra cuidadosamente centrada en imagen, en una composición simétrica que incluye el cielo suficiente como para que los semáforos colgantes resulten visibles. En rojo los de la izquierda y en verde los de la derecha.

 

¿No permite ello deducir ya las posiciones que en imagen guardarán Jeffrey y Sandy en la escena que sigue? Y por cierto que a la derecha se hace visible también el delgado pináculo de una iglesia, tanto como un camión de distribución de hielo del cual pronto habremos de reparar en su motivo.

 


 

Un gran camión atraviesa la imagen

 


 

imponiendo los grandes troncos cortados de árboles que transporta.

 

Así pues, el corte de nuevo.

 

De nuevo la relación entre los árboles cortados y la oreja cortada.

 


 

Cuando el camión pasa y sale de cuadro, la puerta del establecimiento cobra todo su protagonismo, ahora que ya no la desdibuja la pareja que veíamos pasar delante de ella en el comienzo del plano.

 

Sus cortinas naranjas -entre el rosa y el rojo, por tanto- protagonizan ahora la imagen sugiriendo una vez más la forma de un telón abierto y, por esa vía, la idea de que cierta escena aguarda.

 


 

Una vez dentro, Sandy es presentada a la izquierda, mirando pues hacia la derecha -en la dirección de los semáforos verdes.

 

Frente a ella, a la derecha, Jeffrey, mirando hacia la izquierda -el lado de los semáforos rojos, esa dirección de lo prohibido que ha decidido hacer suya.

 

La cámara, apoyada en el movimiento de la camarera que les atiende, desciende ligeramente a la vez se aproxima a los dos personajes corrigiendo la angulación con el fin de centrarles en imagen:

 



•Sandy: Now are you gonna tell me why we’re here?


 

Con esa corrección la calle exterior disminuye considerablemente su presencia, a la vez que la palabra Ice, pintada en el camión congelador, se hace bien visible sobre la cabeza de Jeffrey.

 

Ahora, la línea inferior del marco de la ventana que se encuentra tras ellos queda localizada justo a la altura de sus miradas, de modo que viene a dibujar en la imagen la línea recta en la que éstas han de encontrarse.

 

Pero sería apresurado reducir a ello lo que sucede mientras dura este desplazamiento de cámara.

 

De modo que debemos retroceder

 


 

para constar como la camarera que se aproxima mirando sonriente a Jeffrey desempeña un papel tanto en el dibujo del protagonista como en el de su relación con Sandy.

 


 

Pues Jeffrey, sin duda brevemente, dado que se sabe bajo la atenta mirada de Sandy, le dirige una de sus decididas miradas seductoras -sabe y disfruta del interés que despierta entre las chicas.

 


 

Y bien poco vuelve a hacerlo de nuevo:

 


 

Se baña, desde luego, en el narcisismo con que vive su bien reconocida deseabilidad.

 

Pero no es solo eso: sabe también que eso aumenta su valor -y su capacidad de influencia- ante los ojos de su amiga.

 


 

Y ciertamente Sandy repara en ello,

 


 

a la vez busca interesada el rostro de la competidora con la que quiere medirse.

 


•Sandy: Now are you gonna tell me why we’re here?


 

La pregunta de Sandy es directa: ¿por qué me has traído aquí?, ¿que es lo que quieres de mi?; en suma: ¿me deseas a mí o solo quieres utilizarme como instrumento para tus fines?

 

Lo que todavía podemos formular así: ¿soy el objeto de tu deseo o solo un medio para alcanzar otro deseo más o menos inconfesable?

Tan directa es su pregunta como confusa la respuesta de Jeffrey.

 

El modo en que los ojos de los dos jóvenes se ubican con respecto a la línea inferior de la ventana es bien expresiva de ello.

 

Los de Sandy se encuentran justo sobre esa línea, mientras que los de Jeffrey están ligeramente sumergidos con respecto a ella.

 



•Jeffrey: There are opportunities in life for gaining knowledge and experience.

 

En cualquier caso, los circunloquios de su respuesta dejan pronto aflorar un fondo perverso:

 


•Jeffrey: Sometimes it’s necessary to take a risk.

•Jeffrey: I’ll bet someone could learn a lot by getting into that woman’s apartment.


•Jeffrey: You know, sneak in, hide, and observe.

 

Jeffrey quiere entrar en el apartamento de la mujer marcada tanto por la cifra 7, como por el misterio de la oreja cortada para, una vez allí, esconderse y mirar.

 

De modo que no se trata en principio, por lo que al deseo de Jeffrey se refiere, -y con independencia de hasta donde será arrastrado más tarde- de hacer, sino de esconderse y mirar:

 

Quiere, pues, aquello que la oreja cortada oyó.

 

Es pues la escena primordial lo que está en juego.

 

Esa escena que, fuera vista o no, produjo la impresión acústica más intensa en la infancia del sujeto: el de ese sonido del acto sexual, cuyo diapasón grave es la respiración intensa del padre y cuyo diapasón agudo, el que produce los efectos más lacerantes en el sujeto, son los gemidos de goce de la madre.

 

Sandy, toda su concentración puesta en la escucha del joven al que desea con todas sus fuerzas enamorar, no se engaña sobre lo que oye, y subraya lo esencial de sus palabras:

 


•Sandy: Sneak into her apartment?

 

Meterse en su apartamento.

 

En el apartamento de ella, esa mujer investida de la deseabilidad del mal.

 


•Jeffrey: Yeah.


•Sandy: Are you crazy?

 

Ciertamente, Jeffrey no está loco. Su mente ha diseñado con toda frialdad

 


 

-ice-, con la frialdad propia de los cálculos del perverso, su plan.

 

Pero eso no evita que la proximidad del mundo de la locura comience a dibujarse en el horizonte del relato.

 


•Sandy: Jeffrey, she’s possibly involved in murder. This is givin’ me the creeps.

 

El plan de Jeffrey incluye, desde el primer momento, la decisión de utilizar a Sandy como instrumento, manejando para ello el atractivo que sabe siente por él la muchacha -y ello hasta el extremo de escoger Arlen’s como el lugar de la cita.

 


•Jeffrey: Now just settle down. I have a plan which I think will work.

 

Ella no puede por menos que resultar decepcionada.

 

Tanto más cuanto que Jeffrey no deja de explicitar que es bien pequeño el papel que ella debe desempeñar en su plan:

 


•Jeffrey: There’s very little for you to do, but I do need your help. Don’t you even wanna hear the plan?



•Sandy: Tell me any plan you want, but it’s not going any further than this diner.

 

Es débil su resistencia -no más que una desilusionada forma de hacerse valer-, a la que reacciona de inmediato Jeffrey con una más de sus cabriolas de seductor:

 


•Jeffrey: Sandy,


•Jeffrey: don’t take that attitude.



•Jeffrey: All right.

 

Son niños que juega a la seducción.

 

Pero, a la vez, es bien real la seducción a la que juegan.

 

Y si señalamos lo que de evidentemente manipulador hay en el carácter de Jeffrey, no podemos negarnos a anotar su contrapartida: que finalmente Sandy logrará sus fines -que son, desde el primer momento, matrimoniales.

 

 


En la escena: el hacer y el representar

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En todo caso allí, en Arlene,

 


 

espacio donde la sugerencia del compromiso se ve enturbiada por la sugerencia de la representación que las cortinas de su puerta dibujan, Jeffrey va a exponer su plan.

 

Conviene escucharlo atentamente, atendiendo al hecho de que describe la representación que él mismo se dispone a poner en escena -en la escena del apartamento de Dorothy Vallens.

 

Y debemos hacerlo sin perder de vista que todo plan del que se da cuenta detenidamente en un relato es uno destinado a no realizarse o a realizarse solo por la vía de un desvío que con ello queda desde ese momento anunciado.

 


•Jeffrey: The fihst thing I need is to get into her apartment


•Jeffrey: and open a window to crawl into Iater.


•Sandy: How are you gonna do that?


•Jeffrey: Right out in the car I happen to have some old overalls


•Jeffrey: and a bug-spraying rig.

 

Armado de su equipo fumigador -curiosa versión de la lanza del caballero andante-

 


•Jeffrey: I will go to her apartment as a pest-control man.

 

se presentará como fumigador –pest-control man, literalmente: hombre de control de plagas.

 


•Jeffrey: I will spray her apartment.

 

Y fumigará su apartamento.

 

Es decir: representará el papel de fumigador, pero a la vez fumigará el apartamento -lo hará, no representará su fumigación.

 

Fumigará el apartamento de la mujer en la que quiere entrar. -Sandy lo había subrayado: el quiere Meterse en su apartamento.

 

Y fumigarlo.

 

Es desde luego difuso el límite entre ella y su apartamento, como se demostrará cuando llegue el momento.

 

Y, por lo demás, el acto de fumigarlo alcanza, también él, una extraordinaria ambivalencia, pues fumigarlo puede significar limpiarlo, eliminar la contaminación del pecado que lo impregna, pero puede sugerir igualmente el extremo de ese introducirse en el interior del apartamento que es después de todo también la mujer.

 

Y, por esa vía, la fumigación deja de ser eliminación de la plaga para convertirse en su contrario, en fuente de enfermedad.

 

Por más que esto pueda en principio parecer absurdo, será algo que la Dorothy habrá de repetir hasta cuatro veces, como la más íntima convicción que la habita en su amor loco por Jeffrey:

 



•Dorothy: I have your disease in me now.


•Dorothy: I still have you inside of me.


•Dorothy: He put his disease in me.


•Dorothy: He put his disease in me.

 

Y no menos interesante es el papel que corresponde a Sandy en ese plan, pues viene a actualizar -nuevamente bajo la modalidad de la representación- todo lo que en su momento anotamos de su relación con el mundo de la religión:

 


•Jeffrey: You knock on the door, draw her attention away from me, and i’II jimmy a window.


•Sandy: And what do i say to her at the door?


•Jeffrey: You will be a Jehovah’s Witness.


•Jeffrey: I have some Awake! magazines for you.


 

Todo indica que Jeffrey disfruta de ese reparto de papeles que hace de Sandy la representante caricaturesca del mundo de la religión -que comparece aquí, ya lo hemos anotado, como el del Bien- a la vez que él se dispone a realizar su ambivalente incursión en el de la enfermedad y el mal.

 


•Jeffrey: I don’t need very much time, just a few seconds. Whaddaya think?


•Sandy: I don’t know.



•Sandy: I mean, it sounds Iike a good daydream, but… actually doing it’s too weird.

 

Son siempre notablemente precisas las anotaciones que Sandy realiza.

 

Así también ésta, que nombra el plan de Jeffrey como una ensoñación o, más exactamente, como una fantasía diurna.

 

Como una escena fantasmática, en suma.

 


•Sandy: It’s too dangerous.



•Jeffrey: Sandy, Iet’s just try the first part.


•Jeffrey: No one will suspect us.


•Jeffrey: No one would think two people Iike us would be crazy enough to do this.

 

Y de nuevo Jeffrey nombra ese horizonte de locura que se extiende más allá de la barrera a la que se sujeta el perverso.

 


•Sandy: You have a point there.

 

Es Sandy la que lo confirma.

 


 

Y no sin entusiasmo, pues sabe que entrar en su juego con la locura es la mejor vía de hacerse con él.

 


 

Lo que da paso a esa escena ante la iglesia de la que ya nos hemos ocupado y de la que solo conviene añadir ahora que engrana a la perfección con el papel asignado a Sandy en la escena, en su calidad de testigo de Jehová.

 

 

 

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El hombre de arena, Olympia y el Jitterbug

 

Jesús González Requena
Análisis de Textos Audiovisuales, 2019/2020
16/03/2020
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

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En la ferretería


 

A la mañana siguiente, la ferretería de los Beaumont.

 

Una construcción de una sola planta, pero cuya fachada está llena de escaleras -hasta cuatro que enmarcan la puerta de entrada a la tienda- que parecen invitar a subir hacia la séptima planta en la que mora Dorothy Vallens.

 



Double Ed: Coffee time.


Jeffrey: Yo!

 

Los pies y el bastón de un ciego.

 

¿Qué podemos decir de un ciego en el contexto del universo diegético de Blue Velvet, en el que la oscuridad constituye la amenaza mayor, tanto como el territorio en el que Jeffrey ha decidido internarse?

 

Que es alguien que sabe moverse en la oscuridad.

 

Pero, ¿cómo no reparar, en un plano tan desnudo como éste, en el único objeto que se nos muestra en la estantería de la Beaumont’s Paints & Hardware? Máxime por el contraste que este plano tan desnudo -insistamos en ello- presenta con el tan abigarrado que acaba de precederle:

 



 

No otra cosa que mangueras de riego verdes -cuatro grandes royos alineados en el estante.

 

En todo semejantes a aquella con la que regaba el padre instantes antes de su colapso.

 

Y también, por tanto, como la vena que se atascó en las proximidades de su corazón.

 


Olympia, Sandman

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Pero no solo eso.

 

También esto otro: la marca de esas mangueras, bien visible en la última de ellas: Olympia.

 

¿Cómo no atender a la precisa referencia intertextual que este nombre suscita? Venimos de constatar como incluso el vecindario más apacible de Lumberton, Vista, se ha oscurecido y sus casas, no solo la de Jeffrey, en la noche, han comenzado todas ellas a resultar inquietantes.

 

Lo familiar ha comenzado a ser percibido como extraño, lo heimlich como unheimlich.

 

En El hombre de arena, el relato de Hoffmann que fue escogido por Freud como el texto idóneo para desplegar su reflexión sobre lo siniestro, Olympia es el nombre de la joven de la que se enamora locamente Nataniel, su protagonista, y de la que acabaremos sabiendo -aunque de hecho habíamos empezado pronto a intuirlo vagamente- que no es más que una autómata.

 

Que de tal referencia intertextual se trata -más allá del evidente aroma de lo siniestro que envuelve buena parte del film- queda confirmado cuando recordamos que la canción que Ben, el mórbido hampón amigo de Frank, versa precisamente sobre el Sandman:

 


Ben: A candy-colored clown they call the Sandman

 

Ben interpreta, en un ostensible play-back, la canción In Dreams de Roy Orbison, también ella, como Blue Velvet de Bobby Vinton, de 1963, con lo que esta fecha queda confirmada como la del tiempo diegético del film.

 

Ciertamente, el Sandman del que habla la canción Orbison no es, al menos aparentemente, siniestro como el de Hoffman, sino la imagen amable del folclore anglosajón que promete bellos sueños a los niños cuando se van a la cama.

 

Pero, no menos ciertamente, uno y otro proceden de un fondo folklórico común, y ambos, el amable tanto como el siniestro, llegan por la noche, anunciando el sueño -con independencia de que este sea maravilloso o pueda convertirse en una pesadilla.

 

Y, en cualquier caso, es una figura en sí misma siniestra la de Ben, el personaje que lo interpreta.

 

Por lo demás, el que aquí sea presentado como un payaso de color caramelo, no lo aleja del de Hoffmann, cuyo aspecto bufonesco -pero, eso sí, diabólicamente bufonesco- en señalado con todo detenimiento.

 

No es casualidad, por lo demás, que la figura del payaso haya quedado asociada, en el cine anglosajón contemporáneo, desde La naranja mecánica a Batman o El Joker, como una imagen bien contemporánea de lo siniestro.

 


Ben: Tiptoes to my room every night


Ben: Just to sprinkle stardust and to whisper


Ben: Go to sleep


Ben: Everything is all right

 

Frank -figura no menos siniestra que la de Ben-, deletrea la canción mientras la escucha como si fuera íntimamente suya.

 


Ben: I close my eyes

 

La arena del Sandman hacer cerrar los ojos.

 

Y el sueño maravilloso puede convertirse a la vez en la más siniestra pesadilla.

 

Versa, en cualquier caso, sobre el amor:

 


Ben: Then I drift away


Ben: Into the magic night


Ben: I softly say


Ben: A silent prayer


Ben: Like dreamers do


Ben: Then I fall asleep to dream

 

Cuando el sueño de la canción comienza, Dorothy sale de la habitación en la que por unos instantes ha podido ver a su hijo raptado.

 

Y su raptor,

 


Ben: My dreams of you

 

Frank, sueña con ella,

 


Ben: In dreams I walk


Ben: with you

 

camina con ella -y es ese amor por ella el que libidiniza la patente relación amorosa que Ben y Frank mantienen-,

 


Ben: In dreams I talk to you

 

habla con ella.

 


 

Ben: In dreams you’re mine all the time


Ben: We’re together.

 

De modo que, de alguna manera, Frank se quiere en el lugar de ese niño raptado; la mujer con la que quiere caminar y hablar, la mujer que quiere que sea suya todo el tiempo, debería devolverle -la escena que Jeffrey ha contemplado en el apartamento de Dorothy es del todo expresiva a ese respecto- la madre del origen.

 

Lo más familiar convertido en siniestro por el camino más directo: tal es lo que se encuentra en el núcleo de la fantasía incestuosa que late en Blue Velvet.


Mono, sexo, desdoblamientos

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Jeffrey: Hey, Double Ed,


 

Double Ed.

 

Así pues, no es uno el que llega, sino dos, de modo que ese otro asunto tan propio de lo siniestro, el del doble, se esboza también aquí.

 


Jeffrey: where are the overalls?


 

Jeffrey pregunta donde se encuentran los monos de trabajo.

 

Pero, ¿qué hay en su cabeza cuando hace esa pregunta? La decisión de disfrazarse con un mono de fumigador para así introducirse en el apartamento de Dorothy Vallens, desde luego.

 

Ahora bien, literalmente, tal y como la imagen lo muestra, ¿qué es lo que hay en su cabeza?

 

Basta ir al arranque del plano para constatarlo:

 


 

Dos atractivas jóvenes vistiendo tan solo, cada una de ellas, un idéntico bikini azul. Veámoslas en una ampliación:

 


 

Es el interés por el sexo, por tanto, lo que bien patentemente se agita en el interior de su cabeza.

 

Resulta pues obligado atender ahora a la presencia de lo que se desdobla en dos, en esta película en la que todo está desdoblado: son dos mujeres en bikini como son dos los Ed empleados en la ferretería.

 

Y, por lo demás, ¿cuanto suman dos y dos?

 


Double Ed: They’re on the bottom shelf, rolled


Double Ed: up, where they’ve always been.


Jeffrey: Hey, Ed, how many fingers?

 

No hay duda: cuatro.

 

Como eran cuatro las escaleras presentes en la fachada de la ferretería:

 


 

Por lo demás, que Jeffrey no deja de ser un niño:

 


Double Ed: Four.


Jeffrey: I still don’t know how you do that.

 

Pues afirma que todavía no sabe cómo lo hace, cuando ya es mayorcito para saberlo, dado es bien patente que es el segundo Ed el que comunica al ciego por el tacto la respuesta correcta tocando cuatro veces seguidas el hombro de su compañero.

 


 

Lo que nos obliga a anotar que la respuesta pasa por el tacto: y por cierto que es esencialmente táctil el saber que se juega en el sexo.

 


Jeffrey: I still don’t know how you do that.

 

Ciertamente, de eso todavía no sabe gran cosa Jeffrey.

 

Pero está dispuesto a saber.

 

De hecho, está preparando sus armas para la incursión en el séptimo piso de Dorothy Vallens.

 


Jeffrey: Now Iisten. You sure you don’t need me or this rig for a while?


Double Ed: If you wanna spray for bugs, Jeffrey, it causes us no pain.

 

Spray for bugs se traduce correctamente por fumigar, pero al hacerlo así se pierde la presencia de esos insectos, bugs, que están ahí presentes como fuente de contaminación.


Mulholand drive: Jitterbug

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A lo que hay que añadir que esta palabra, bugs, usada como adjetivo, significa loco.

 

Quien ha visto Mulholand Drive es probable que recuerde que el concurso que gana Diane y que le permite viajar a Hollywood es un concurso de Jitterbug que es presentado en el comienzo mismo del film.

 


 

En él, sobre un fondo vacío, son mostradas parejas de jóvenes entregadas al frenesí del Jitterbug, mezcladas con sus propias sombras, desdobladas y superpuestas en imagen en momentos diferentes de su baile.

 

El desdoblamiento -que constituirá aquí motivo central del film- se haya pues masivamente presente desde su comienzo.

 

El nombre, el de este baile, Jitterbug –jitter – bug– puede ser traducido tanto por el bicho o microbio del nerviosismo, tanto como por
el molesto nerviosismo.

 

 

Aparece así por primera vez la protagonista del film rodeada por sus abuelos -la abuela de nuevo, pues.

 

 

Diane ganó el primer premio.

 

Y ello debió sumirla en un estado maníaco.

 

De hecho, ese concurso de baile aparece como el recuerdo casi delirante de una protagonista sumida en una depresión extrema.

 


 

Pues es un plano subjetivo -sin contraplano- el que hace que la luminosidad de la escena del baile sea sustituida por la oscuridad de un dormitorio en cuya cama se derrumba y abisma Diane.

 

¿Me detengo demasiado en esto del Jitterbug? El caso es que nos conduce, por la vía más inesperada, a la película favorita de la infancia de Lynch.


Jitterbug y El mago de Oz

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Me refiero a El mago de Oz, la película de Victor Fleming de 1939.

 

Pues para El mago de Oz, célebre película a la vez musical e infantil, llegó a rodarse una escena que contenía un número de jitterbug -El jitterbug era un baile de moda en los tiempos en que se rodó el film.

 

Lamentablemente, esa escena no se conserva, pero circula en la red una reconstrucción (The Jitterbug- Lyrics And Music-The Wizard Of Oz) que conviene ver, tanto por su interesante contenido como por el hecho de que su protagonista, como la de Blue Velvet, se llama Dorothy.

 


Dorothy: Did you just hear what I just heard?

 

Como ven -Has oído lo que acabo de oir? la oreja está también presente aquí, pues hay, en primer lugar, un ruido.

 


 

Scarecrow: That noise don’t come from an ordinary bird.

 

El espantapájaros afirma que se trata de un ruido desconocido
que no procede de un pájaro común. De modo que es como esos ruidos que acechan en el mundo lynchiano y que la música intenta apagar.

 

Tin Man: It’s giving me the jitters in the joints around the knees

 

Ese ruido hace que al Hombre de Hojalata le tiemblen las rodillas.

 

Y en seguida provoca el miedo de todos.

 

Lion: I think I see a shadow and it’d fuzzy and it’s furry

 

Así del león, quien afirma creer ver una sombra borrosa y peluda que llegará a cobrar forma en el monstruo de Mulholand Drive:

 

 

Scarecrow: I haven’t got a brain but I think I oughta worry.

 

Tambien el Espantapájaros proclama su miedo y así, en una brillante paradoja, afirma no tener cerebro, pero a la vez sentirse obligado a preocuparse.

 

Tin Man: I haven’t got a heart but I feel a palpitation.

 

Y a su vez el hombre de hojalata, participando de paradoja semejante, afirma no tener corazón y, a la vez, sentir una palpitación.

 

Se hace así patente lo que se dibuja en esas tres figuras que acompañan a Dorothy, el león, el espantapájaros y el hombre de hojalata: un cuerpo a la vez desmembrado y carente de sus órganos fundamentales.

 

Lion: As monarch of the forest I don’t like this situation.

 

El León confiesa su miedo.

 

Por cierto que en todo ello se concreta un tema central de El mago de Oz. En su trayecto, los tres amigos de Dorothy adquieren lo que en principio les falta: el león el valor, el espantapájaros el cerebro y el hombre de hojalata el corazón.

 


Dorothy: Are you gonna stand around and let him fill us full of horror?

 

Que es un pálpito de horror lo que siente el rey de la selva
es algo que las palabras de Dorothy nombran con precisión.

 

Mi impresión es que, de niño, Lynch debió experimentar cierta intensa vivencia de horror que quedó asociada a la contemplación televisiva de El Mago de Oz -pues en los años sesenta era ésta una película emitida por la televisión con harta frecuencia, lo que a su vez nos conduce a la televisión encendida que hemos visto contemplar a la madre de Jeffrey.

 

Y bien, si algo horroroso latía para él escondido en esa película, ¿dónde mejor podría manifestarse que en su escena oculta?

 

Aparecen, a continuación, una serie de denominaciones relativas a esa cosa horrorosa que tratan de nombrar, y que, sin embargo, precisa paradoja, solo alcanzan a nombran es su misma innombrabilidad:

 

Scarecrow: It’s a whosis!

Tin Man: It’s a whatsis!

 

Así pues, ante ese ruido, se da un evidente fracaso de las palabras,

 


 

lo que viene a encender todas las alarmas -pues es sabido que lo más horrible
es siempre aquello para lo que no hay imagen ni nombre posible.

 

Dorothy / Scarecrow / Tin Man / Lion: Beware!

 

Hay que tener cuidado.

 

Dorothy: Who’s that hiding in the treetops?
It’s that rascal, the Jittergug.
Should you catch him buzzing round you?
Keep away from the Jitterbug.
Oh the bees in the breeze and the bats in the trees have a terrible, horrible buzz.
But bees in the breeze and the bats in the the trees couldn’t do what the Jitterbug does.

 

Y luego aparece el Jitterbug como tal, pues este número de El mago de Oz no solo es un jitterbug, sino un Jitterbug sobre el Jitterbug.

 

Es decir: casi una definición.

 

Tomémonosla en serio: Es un bribón el tal Jitterbug del que hay que protegerse.

 

Lo acompaña un zumbido del que se dice que es horrible: peor que el de las abejas e incluso que el de los murciélagos, pues estos no hacen lo que el Jitterbug hace.

 

Lo hemos oído crecer en el momento en que Jeffrey encontraba la oreja cortada:

 


 

Aquí comenzaba su crescendo:

 




 

Y el modo de su emergencia era bien semejante al que ya se producía antes, inmediatamente después del derrumbe del padre:

 


Canción: Precious and warm a memory / Through the years…

 

Tanto como, más tarde, se ahondaba aquí:

 

 

Canción: Oh the jittter.
Oh the bug.
Oh the jitterbug.
I’m a twitter.
In the throws.
Oh the critter’s got me dancing on a thousand toes
Thar she blows!

 

Y por cierto que en El mago de Oz es la propia canción
la que nos devuelve la descomposición de la palabra jitterbug en sus componentes, jitter y bug.

 

Canción: Jitterbugs: Dit-dit-dit… Who’s that hiding in the treetops?

 

¿Quien se oculta en las copas de los árboles?

 



Doubled Ed

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Double Ed: If you wanna spray for bugs, Jeffrey, it causes us no pain.

 

Es todavía pronto para anotar la ambivalencia del modo escogido por Jeffrey para introducirse en el apartamento de Dorothy.

 

Conformémonos, por ello, con constatar el énfasis que desde aquí se hace en ese modo, por la vía de la mostración de sus preparativos.

 


Jeffrey: Okey-dokey, Double Ed.


Jeffrey: Oh, it’s so good to have you back.

 

Por lo demás, la ambivalencia se hace presente aquí en esa doble cara de Doubled Ed, quien a la vez es ciego y ve.

 


Double Ed: Yeah, sure.


 

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19. Mirada, figura, sombra, luz, deseo

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 19/01/2017 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

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Ilsa y la botella

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Pero no solo el humo -del cigarrillo, de la locomotora- cierra el flashback.

Sino también…

la caída de la mano derecha de Rick,
que provoca a su vez la caída de su vaso.

De la misma manera que la mano izquierda de Ilsa hizo caer su copa
cuando se dieron el último beso:

Copa y vaso caídos, sus líquidos derramados.

La repetición del gesto anota una detención temporal, un quedar todo suspendido, paralizado, en ese último beso. Y, sobre la semejanza, la diferencia: en la anterior escena estaban Rick e Ilsa todavía juntos, mientras que ahora Rick está solo.

Pero quizás no sea esta la mejor manera de decirlo. Probablemente avanzaremos más si lo decimos así: en esta escena está Rick y la botella.

Pues observen que en la imagen de arriba no aparece botella alguna -desde luego, sabemos que había una, pero ha quedado fuera de cuadro.

Y podemos añadir, en la misma dirección, que si en la escena anterior la mano derecha de Rick agarraba firmemente el brazo de Ilsa -la caída de la mano de ésta tiene algo de gesto de entrega ante la firmeza de ese agarrar- en lo que sigue, en esta escena, le veremos varias veces agarrar la botella.

Poderosa, por lo demás, la presencia visual de esta botella ahora ya casi vacía.

Además de la paralización, el plano ofrece una connotación de encarcelamiento por vía de esa suerte de barrotes entrecruzados del fondo.

Lo que, finalmente, puede leerse así: carente de Ilsa, Rick está entregado a la bebida, prisionero de sus recuerdos.

Apoyándose en el movimiento de Sam, la cámara busca centrar la puerta por la que va a entrar Ilsa.

Pero antes de que esa entrada en escena se produzca, la botella -bien iluminada, con una luz que anticipa la que recibirá Ilsa- está ahí anticipándola.

Ahora bien, díganme, ¿qué hace Rick sentado ahí? Pues no era ahí donde le dejamos cuando comenzó el flashback:


¿Fallo de raccord? Ya saben que esa expresión designa después de todo bien poco.

Por lo demás, lo prolongado -y emocionalmente intenso- del flashback hace que el espectador no repare en ello.

Pero hay, en cualquier caso, un hiato que no deja de poseer buenos motivos.

En la primera escena, se trataba de que la puerta por la que Ilsa había salido quedara asociada a la cabeza de Rick:

Ahora, en cambio, lo necesario es que esa puerta esté al alcance de su mirada.

Por lo que se refiere a la luz cambiante de la torre de control del aeropuerto, sigue estando presente, pero por ahora no ilumina la puerta del fondo como antes, sino ese gran jarrón que se encuentra a la derecha del plano.

Y, en cualquier caso, sigue desempeñando efectos escenográficos precisos. Dentro de un momento, su retirada creará un suplemento de oscuridad destinado a intensificar el efecto de la aparición de Ilsa.

Aquí lo tienen: el jarrón se oscurece,

Sam se agacha y casi se sumerge en la oscuridad,

Rick coge la botella e Ilsa emerge -aparece una vez más- en plano.


Y, ahora sí, la luz de la torre del aeropuerto se hace presente, para dar todo su realce a esa aparición.

Una aparición que se despliega en tres tiempos: Rick coge la botella,


Ilsa abre la puerta


y la luz de la torre genera en torno a ella un halo de esplendor.

Impresionante la entrada en cuadro de Ilsa.

Pero debemos retroceder todavía una vez más, porque hay algo más que ha sucedido en el plano en el que ella abría la puerta:


Se trata de la presencia, en él, de la botella, apuntando al lugar por el que esa entrada va a tener lugar.

Rick coge la botella, y en el lugar en el que la botella estaba, aparece la figura, erguida como la botella misma, de Ilsa:

Se dan cuenta de la íntima ecuación entre ella y la botella que se despliega en la escena:

Esta vez es más acentuada que nunca, pues prácticamente ambas figuras tienen
la misma posición
y la misma dimensión en plano. Comprobémoslo por la vía de un collage que combine ambos planos:

Un intenso acorde de violines parece venir a soldar lo que había quedado roto…


Mirada, figura, sombra, luz, deseo

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¿Se dan cuenta de cuál es el pulso más íntimo del cine? Tiene que ver con la mirada, la figura, la sombra y la luz.

Retrocedamos.

La mirada:

la sombra:


la figura:


y la luz:

Y, desde luego, el deseo.

Ninguna forma artística, hasta la aparición del cine, podía haber llegado tan lejos en el despliegue de la imaginería del deseo.

Y hablando de la mirada:

desde el punto de vista semisubjetivo de Rick, la botella, Ilsa y la puerta se encuentran en un mismo eje de profundidad del que también participa su mano.

Esa misma mano que, hace un momento veíamos como la estrechaba a ella:

No hay duda de que, en este momento,

la conexión entre ella y la botella es de nuevo sugerida, pues comparecen nuevamente como dos figuras erguidas y superpuestas.

Y tanto más cuando en el comienzo del plano que ahora contemplamos, el rostro de ella está en la oscuridad, de modo que es su silueta femenina la que se da a ver en su conexión con la silueta de la botella.

Pero si hablamos de superposiciones, no podemos detenernos ahí.

Pues la superposición de la botella y de ella misma forma parte de una cadena que prosigue en la superposición de ella con la puerta que se encuentra detrás, pero que no por eso pierde su plena visibilidad.

¿No les parece que en este encadenamiento -botella, mujer, puerta- se despliega todo el espectro de lo femenino?

Por lo demás, me reconocerán que Ilsa comparte con esa puerta la propiedad de oscurecerse e iluminarse periódicamente.

Vamos a tener en seguida la posibilidad de comprobarlo. De hecho, ahora mismo por lo que a ella se refiere pues,

según avanza, va aumentando la luz que recibe.

A la vez que la botella aumenta progresivamente su definición,

hasta alcanzar una definición neta en el momento en que ella se detiene y la botella queda interpuesta entre las figuras de ambos.

Ilsa: Rick, I have to talk to you.

Rick: I saved my first drink to have with you. Here.

Rick empuja la botella hacia ella a la vez que un suplemento de luz llena su abrigo blanco.


La torre del aeropuerto -incongruencias de luz

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Como ven, la luz oscilante de la torre del aeropuerto es capaz de aparecer desde dos zonas y con dos angulaciones contradictorias entre sí, pues unas veces ilumina la puerta del fondo y otras, como va a suceder de inmediato, atraviesa la estancia procedente de la izquierda del cuadro.

Ilsa: No, Rick. Not tonight.

Rick: Especially tonight.


Rick: Why did you have to come to Casablanca? There are other places.

Aquí lo tienen.

Esta primera imagen corresponde a la escena cuando la luz del foco no la alcanza:

En esta segunda,

en la que el foco está ya en acción, vemos como su luz alcanza a la espalda de Rick e incide sobre Ilsa iluminando parte de su rostro y de su cuerpo, a pesar de que se encuentra considerablemente girada hacia Rick.

Y en esta tercera,

en cambio, esa luz ilumina la puerta del fondo sin tocar para nada a los dos personajes.

De modo que resulta del todo evidente

que no es espacialmente congruente atribuir a una misma fuente de luz tan diferentes efectos luminosos.

Pues el foco de la torre del aeropuerto se mueve, desde luego, pero solo de manera giratoria, sin desplazarse de su lugar.

Por tanto, no es posible que alcance la espalda de Rick primero y la puerta del fondo después, dado que tales luces suponen angulaciones necesariamente muy divergentes.

Por lo demás, a poco que nos detengamos en este asunto, constataremos que la primera angulación es imposible, dado que el film nos ha permitido conocer previamente la ubicación espacial de esa fuente de luz.

Recuérdenlo,

se encuentra ubicada frente a la fachada del café.

¿Tiene interés detenerse en ello aun cuando el espectador no perciba tal incongruencia -pues es desde luego evidente que no la percibe como tal?

Pienso que sí.

Pues aunque no se perciba como tal incongruencia, quiero decir, aunque no haga -como nosotros estamos haciendo ahora- un juicio -y todo juicio es cognitivo- sobre esa incongruencia, percibe sus efectos, es sensible a los efectos emocionales, dramáticos, que esas transformaciones producen.

Y el que el motivo diegético que los produce sea incongruente -al ser atribuidos a una misma fuente de luz- no deja de llamarnos la atención como ese otro elemento que, por esa vía, se hace presente en la escena y cuya presencia en ella se ve intensificada por esa misma incongruencia.

Como ven,

desde fuera de campo, y por la vía de la luz, la torre del aeropuerto comparece así como una figura determinante de la escenografía de la escena.

Por cierto que es notable que aquí la torre de control del aeropuerto se haga presente desde fuera de campo a través de la luz como, en la escena del restaurante, el cañón alemán se hacía presente, desde fuera de campo, a través del sonido.


Ilsa: Was that cannon fire?

Ilsa: Or my heart pounding?

Rick: It’s the German 77th, and judging by the sound,

Rick: only about 35 miles away.

Rick: And getting closer every minute.

Cañón, torre, tales son las magnitudes que, desde fuera de campo, se hacen presentes en la relación de los amantes.

Y bien, cae por su propio peso: el tamaño importa: la botella de Rick es demasiado pequeña comparada con ese tremendo cañón o con esa poderosa torre.

En todo caso, por lo que se refiere a las últimas tres imágenes que hemos presentado, creo que pueden reconocerme que hacen bien visible la relación entre las tres figuras erguidas que aparecen en ellas: la torre, la botella y ella -pues en esta imagen la botella ve desdibujados sus contornos -en seguida volveremos sobre ello-, al confundirse con la imagen de Ilsa.


La puerta y la botella

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Pero volvamos a ese golpe de luz que la torre de control produce sobre ella

Rick: I saved my first drink to have with you. Here.

Como ven, está sincronizado con el momento en que Rick empuja la botella hacia Ilsa.

Y la empuja hasta el punto de que, por primera vez en las imágenes de ambos, la botella se separa de él, para pasar a quedar vinculada a la imagen de ella.

Se dan cuenta, espero, de lo que eso supone en él de desarbolamiento en su relación con la mujer. Pues, como les dije el otro día, la botella había aparecido en todo momento

asociada con él.

Así era, hasta aquí:

Como pueden ver, es una transformación radical: la botella, por primera vez en un plano de ambos, pasa a estar del lado de ella.

Claro está, ella dice que no:

Ilsa: No, Rick. Not tonight.

Una cosa es erguirse como la botella, establecer, con ella, una relación metafórica, y otra bien diferente es ser ella quien la tenga y la maneje.

Ella se niega a hacerlo.

Y, de hecho, no la veremos tocar nunca botella alguna en el film.

Rick: Especially tonight.

Rick: Why did you have to come to Casablanca? There are other places.

De modo que la botella queda entre ambos, a la vez que la puerta se hace una vez más especialmente visible por la luz que recibe del foco de la torre del aeropuerto.

La puerta y la botella, entonces, trazan un eje de profundidad que atraviesa el eje de superficie en el que se encuentran los dos personajes.

Ilsa: I wouldn’t have come if I’d known that you were here.

Ilsa: Believe me, Rick, it’s true. I didn’t know.

Rick: It’s funny how your voice hasn’t changed. I can still hear it.


Narraciones

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Rick: “Richard, dear, I’ll go with you anyplace.

Rick: We’ll get on a train and never stop.”

Rick no la mira, sino que mira su recuerdo. Y la luz del fondo sobre los cristales de la puerta, directamente asociada a la frente de él, da imagen a ese recuerdo.

Ilsa: Don’t, Rick.

Ilsa: I can understand how you feel.

Rick: You understand how I feel?

¿Puede ella comprender como se siente él?

No, no puede.

Vean por qué:

Rick: How long was it we had, honey?

Ilsa: I didn’t count the days.

Porque ella no contó los días que duró su felicidad, mientras que él sí lo hizo.

Rick: Well, I did.

Ahora sí la mira.

Con odio.

Rick: Every one of them.

Con un odio tan intenso como las lágrimas con las que lloró cuando leyó la carta.

Rick: Mostly, I remember the last one.

Y vean lo que recuerda:

Rick: The “wow” finish. A guy standing on a platform in the rain…

Rick: …with a comical look on his face from his

Rick: insides having been kicked out.

Describe la escena de un tipo esperando en el andén bajo la lluvia con una mirada cómica en su rostro, causada por el golpe recibido en sus entrañas.

De modo que Rick se convierte en narrador del desmoronamiento total de su narcisismo -eso que ahora se da en llamar autoestima- bajo la forma de ese patética figura de mirada cómica, parada ahí bajo la lluvia en el andén de la estación.

Reténganlo, para contrastarlo con la narración que, de inmediato, ella le va a ofrecer.


Ilsa: Can I tell you a story, Rick?

Aquí lo tienen: ella se dispone a responder con su propia historia.

Rick: Has it got a “wow” finish?

Ilsa: I don’t know the finish

Ilsa: yet.

Aunque Rick, desde el primer momento, la declara dudosa, inventada, ficticia.

Rick: Go on, tell it. Maybe one will come to you as you go along.

Pero antes de escuchar esa historia, anoten las diferencias que se dibujan en los grandes primeros planos de ambos que se suceden por la vía del plano contraplano.

Una vez más, el rostro de ella ocupa una parte considerablemente mayor de la pantalla. Nuevamente, la luz dulcifica su rostro hasta hacer desaparecer la menor arruga -podríamos decir que la luz acaricia su rostro con una suavidad del todo semejante a la del pañuelo de seda que cubre su cabeza. Y, por contra, acusa las asperezas y arrugas del rostro de él.

Mientras que el fondo que hay tras él, aunque se encuentra desenfocado, resulta visible, el de ella resulta irreconocible, disuelto por el flou que lo invade.

Lo que podemos traducir así: mientras que la figura de él participa del fondo que le rodea, ella es todo figura que hace desvanecerse el fondo de manera absoluta.

Y bien, ella, así bañada por el aura de la imago primordial, inicia su narración:

Ilsa: It’s about a girl who’d just come to Paris from her home in Oslo.

Ilsa: At the house of some friends…

Ilsa: …she met a man about whom she’d heard her whole life.

Es patente la asimetría en las historias que ambos se cuentan.

Pues si la de Rick habla de su patético abandono -una historia, por eso, del todo protagonizada por ella-, la historia de Ilsa, en cambio, tiene por protagonista a un tercero -hasta el punto de que es una historia en la que Rick no ocupa ningún lugar.

Ilsa: A very great and courageous man.

Está protagonizada por un hombre grande y valiente.

Ilsa: He opened up for her a beautiful world full of knowledge, thoughts and ideals.

Se dan cuenta lo que se deduce del retrato que Ilsa traza de Laszlo: es, de extremo a extremo, el de una figura paterna ejemplar.

Ilsa: Everything she knew or ever became was because of him.

Ilsa: She looked up to him and worshiped him…

Ilsa: …with a feeling she supposed was love.

Treinta segundos dura este plano.

De modo que es todavía más largo que aquel otro de Ilsa sobre el que escuchamos la canción El tiempo pasará.

Y su escala es todavía más acentuada.

Hablamos entonces de la tensión entre la letra y la música, señalando que la presencia de ella en plano, inmensa, venía a desmentir lo que la letra decía a propósito del paso del tiempo y de las pérdidas que lo acompañan.

Algo semejante viene a suceder ahora, en esta segunda apoteosis de su presencia visual: pues tal presencia supone, de nuevo, la reedición de la imago primordial, a la vez que el discurso que ella profiere viene a negarla; pues tal es lo que dice: que pertenece a otro, que se debe a él, a un hombre más grande, más sabio, más noble que Rick.

Rick: Yes, that’s very pretty.

Herido por esa historia en la que solo atiende a lo que en ella aumenta el ridículo patetismo de la figura de sí que él mismo ha descrito -pues tal es la simetría inversa entre ambas narraciones-, despechado, en suma, Rick vuelca sobre ella todo su desprecio: si ama a otro, si se entrega a él, si le pertenece, entonces es una prostituta.

Y se dan cuenta de que la prostituta aparece aquí como el deshecho, el resto que queda una vez caída la imago primordial.

Y sin embargo…

Sin embargo el halo de la imago primordial

la inviste ahora a ella con más intensidad que nunca.

Ahora bien, lo realmente notable es como ello viene a afectar a la posibilidad, a la viabilidad misma del relato.

Rick: I heard a story once. I’ve heard a lot of stories in my time.

Una vez oí una historia. He oído muchas historias en mi vida.

Y no se confundan, la palabra escogida es story no history: se habla, pues, del relato.

Pues bien, Rick, desengañado, habla con desprecio de los relatos, al modo deconstructivo, como equivalentes a engaño.

Y por esta vía, de nuevo, la historia individual y la colectiva se cruzan. Pues lo que se muestra en juego es la posibilidad de creer, de poseer un relato vivido como verdadero sobre el que el sujeto en un plano y la colectividad en otro, puedan sostenerse y librar cada uno su propio combate.

Y eso precisamente es lo que ella le ofrece, en tanto que le señala, con su deseo, con ese deseo que su narración describe, una figura de referencia, un modelo de identificación simbólica.

Pero él lo rechaza. Desde su punto de vista, es ella o nada.

Y, así, en breves palabras, Rick cuenta una tercera historia cuya degradación viene amplificada por el hecho de ser descrita como una historia muchas veces escuchada:

Rick: They went along with the sound of a tinny piano…

Y esa degradación alcanza incluso al piano, ese que ha sido el sonido mismo de su relación amorosa.

Rick: …playing in the parlor downstairs.

Rick: “Mister, I met a man once when I was a kid,” they’d always begin.

Como ven, algo en común hay en las dos historias que Rick cuenta -la primera y la tercera de las narradas en la escena-: si la primera tenía por protagonista a un varón humillado de cómica sonrisa congelada, la tercera presenta su equivalente femenino: una prostituta que fantasea con el cuento de su infantil pureza.

Rick: I guess neither one of our stories is very funny.

Rick: Tell me…

Rick: …who was it you left me for?

Rick: Was it Laszlo, or were there others in between…


Botella, mujer y puerta -la ambivalencia de lo femenino

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Rick: …or aren’t you the kind that tells?

Reaparece la botella. Rick recurre a ella -diríamos que se agarra a ella- tras llamarla prostituta.

La escena anuncia su cierre retornando a la angulación que la abrió:

De nuevo la botella, la mujer y la puerta.

Y Rick aferrado a la botella.

En el punto de partida,

una nueva imagen de superposición -¿de fusión?- de la mujer y la botella.

Y luego, progresivamente, esa superposición se diluye en la misma medida en que Ilsa avanza hacia la puerta:

con la que podría confundirse, si no fuera porque entra entonces en un campo de luz

Y la inclinación de Rick sobre la mesa hace que su frente se confunda con ella -hasta el punto de que la luz que ahora recibe esa frente participa del blanco del abrigo de ella.

La mujer es el problema del hombre, ¿no les parece?

Lo que tiene que ver sin duda con esa ambivalencia radical que la constela una vez que la imago primordial ha caído.

Es, por una parte, ausencia de figura: puerta, herida, hendidura, carencia de eso mismo que su deseo busca y que su mirada localiza para el niño.

Y es, por otra parte, figura que se yergue, que, digámoslo así, se faliciza, para atraer y guiar la mirada del varón hacia -tal es la paradoja central- esa experiencia que es la de la ausencia absoluta de figura.

No hay duda, por lo demás, de que ella camina hacia esa puerta.

Que se dispone a atravesarla, trazando así una dirección que la conduce hacia lo que hay tras ella que, como saben,

es el aeropuerto y su alta torre.

El aeropuerto es -como quedará del todo acreditado en la última escena del film- el lugar del acto.

Hasta allí deberá llegar Rick,

quien por ahora se mantiene paralizado, aferrado a su botella, en el interior de su café.

Lo que va de lo uno a lo otro es, se darán cuenta de ello si lo piensan bien, lo que va de la fase fálica -cuya declinación es la del tener y no tener-, a la fase genital -que se declina en cambio como hacer y padecer.

Y por cierto que este plano viene a confirmar algo que les he señalado ya: la vinculación de ella con la puerta por lo que se refiere a los juegos cambiantes de la luz:

(Sonido de la puerta abriéndose)

El sonido procedente de fuera de campo de la puerta primero abriéndose

(Sonido de la puerta cerrándose)

y luego cerrándose, pautan el desmoronamiento de Rick sobre la mesa.

Paralizado, entonces, ante la puerta.

Y ya saben a dónde se abre esa puerta.

La escena concluye en un

fundido en negro.

Que, como les advertí, se encuentra, exactamente, en el centro de la película.

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Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0
CC1809118337478, 2018

18. Tiempo, palabra, pérdida

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 19/01/2017 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

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Ilsa y la botella

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Pero no solo el humo -del cigarrillo, de la locomotora- cierra el flashback.

 

Sino también…

 

 

la caída de la mano derecha de Rick,
que provoca a su vez la caída de su vaso.

 

De la misma manera que la mano izquierda de Ilsa hizo caer su copa
cuando se dieron el último beso:

 

 

 

Copa y vaso caídos, sus líquidos derramados.

 

La repetición del gesto anota una detención temporal, un quedar todo suspendido, paralizado, en ese último beso. Y, sobre la semejanza, la diferencia: en la anterior escena estaban Rick e Ilsa todavía juntos, mientras que ahora Rick está solo.

 

Pero quizás no sea esta la mejor manera de decirlo. Probablemente avanzaremos más si lo decimos así: en esta escena está Rick y la botella.

 

Pues observen que en la imagen de arriba no aparece botella alguna -desde luego, sabemos que había una, pero ha quedado fuera de cuadro.

 

Y podemos añadir, en la misma dirección, que si en la escena anterior la mano derecha de Rick agarraba firmemente el brazo de Ilsa -la caída de la mano de ésta tiene algo de gesto de entrega ante la firmeza de ese agarrar- en lo que sigue, en esta escena, le veremos varias veces agarrar la botella.

 

 

Poderosa, por lo demás, la presencia visual de esta botella ahora ya casi vacía.

 

 

Además de la paralización, el plano ofrece una connotación de encarcelamiento por vía de esa suerte de barrotes entrecruzados del fondo.

 

Lo que, finalmente, puede leerse así: carente de Ilsa, Rick está entregado a la bebida, prisionero de sus recuerdos.

 

 

Apoyándose en el movimiento de Sam, la cámara busca centrar la puerta por la que va a entrar Ilsa.

 

Pero antes de que esa entrada en escena se produzca, la botella -bien iluminada, con una luz que anticipa la que recibirá Ilsa- está ahí anticipándola.

 

 

Ahora bien, díganme, ¿qué hace Rick sentado ahí? Pues no era ahí donde le dejamos cuando comenzó el flashback:

 

 

¿Fallo de raccord? Ya saben que esa expresión designa después de todo bien poco.

 

Por lo demás, lo prolongado -y emocionalmente intenso- del flashback hace que el espectador no repare en ello.

 

Pero hay, en cualquier caso, un hiato que no deja de poseer buenos motivos.

 

En la primera escena, se trataba de que la puerta por la que Ilsa había salido quedara asociada a la cabeza de Rick:

 

 

Ahora, en cambio, lo necesario es que esa puerta esté al alcance de su mirada.

 

 

Por lo que se refiere a la luz cambiante de la torre de control del aeropuerto, sigue estando presente, pero por ahora no ilumina la puerta del fondo como antes, sino ese gran jarrón que se encuentra a la derecha del plano.

 

Y, en cualquier caso, sigue desempeñando efectos escenográficos precisos. Dentro de un momento, su retirada creará un suplemento de oscuridad destinado a intensificar el efecto de la aparición de Ilsa.

 

 

Aquí lo tienen: el jarrón se oscurece,

 

 

Sam se agacha y casi se sumerge en la oscuridad,

 

 

Rick coge la botella e Ilsa emerge -aparece una vez más- en plano.

 


 

Y, ahora sí, la luz de la torre del aeropuerto se hace presente, para dar todo su realce a esa aparición.

 

Una aparición que se despliega en tres tiempos: Rick coge la botella,

 


 

Ilsa abre la puerta

 


 

y la luz de la torre genera en torno a ella un halo de esplendor.

 

 

Impresionante la entrada en cuadro de Ilsa.

 

Pero debemos retroceder todavía una vez más, porque hay algo más que ha sucedido en el plano en el que ella abría la puerta:

 


 

Se trata de la presencia, en él, de la botella, apuntando al lugar por el que esa entrada va a tener lugar.

 

Rick coge la botella, y en el lugar en el que la botella estaba, aparece la figura, erguida como la botella misma, de Ilsa:

 

 

Se dan cuenta de la íntima ecuación entre ella y la botella que se despliega en la escena:

 

 

Esta vez es más acentuada que nunca, pues prácticamente ambas figuras tienen
la misma posición
y la misma dimensión en plano. Comprobémoslo por la vía de un collage que combine ambos planos:

 

 

 

Un intenso acorde de violines parece venir a soldar lo que había quedado roto…

 


Mirada, figura, sombra, luz, deseo

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¿Se dan cuenta de cuál es el pulso más íntimo del cine? Tiene que ver con la mirada, la figura, la sombra y la luz.

 

Retrocedamos.

 

La mirada:

 

 

la sombra:

 


 

la figura:

 


 

y la luz:

 

 

Y, desde luego, el deseo.

 

Ninguna forma artística, hasta la aparición del cine, podía haber llegado tan lejos en el despliegue de la imaginería del deseo.

 

Y hablando de la mirada:

 

 

desde el punto de vista semisubjetivo de Rick, la botella, Ilsa y la puerta se encuentran en un mismo eje de profundidad del que también participa su mano.

 

Esa misma mano que, hace un momento veíamos como la estrechaba a ella:

 

 

No hay duda de que, en este momento,

 

 

la conexión entre ella y la botella es de nuevo sugerida, pues comparecen nuevamente como dos figuras erguidas y superpuestas.

 

Y tanto más cuando en el comienzo del plano que ahora contemplamos, el rostro de ella está en la oscuridad, de modo que es su silueta femenina la que se da a ver en su conexión con la silueta de la botella.

 

Pero si hablamos de superposiciones, no podemos detenernos ahí.

 

Pues la superposición de la botella y de ella misma forma parte de una cadena que prosigue en la superposición de ella con la puerta que se encuentra detrás, pero que no por eso pierde su plena visibilidad.

 

¿No les parece que en este encadenamiento -botella, mujer, puerta- se despliega todo el espectro de lo femenino?

 

Por lo demás, me reconocerán que Ilsa comparte con esa puerta la propiedad de oscurecerse e iluminarse periódicamente.

 

Vamos a tener en seguida la posibilidad de comprobarlo. De hecho, ahora mismo por lo que a ella se refiere pues,

 

 

según avanza, va aumentando la luz que recibe.

 

A la vez que la botella aumenta progresivamente su definición,

 

 

hasta alcanzar una definición neta en el momento en que ella se detiene y la botella queda interpuesta entre las figuras de ambos.

 

Ilsa: Rick, I have to talk to you.

Rick: I saved my first drink to have with you. Here.

 

Rick empuja la botella hacia ella a la vez que un suplemento de luz llena su abrigo blanco.

 


La torre del aeropuerto -incongruencias de luz

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Como ven, la luz oscilante de la torre del aeropuerto es capaz de aparecer desde dos zonas y con dos angulaciones contradictorias entre sí, pues unas veces ilumina la puerta del fondo y otras, como va a suceder de inmediato, atraviesa la estancia procedente de la izquierda del cuadro.

 

Ilsa: No, Rick. Not tonight.

Rick: Especially tonight.


Rick: Why did you have to come to Casablanca? There are other places.

 

Aquí lo tienen.

 

Esta primera imagen corresponde a la escena cuando la luz del foco no la alcanza:

 

 

En esta segunda,

 

 

en la que el foco está ya en acción, vemos como su luz alcanza a la espalda de Rick e incide sobre Ilsa iluminando parte de su rostro y de su cuerpo, a pesar de que se encuentra considerablemente girada hacia Rick.

 

Y en esta tercera,

 

 

en cambio, esa luz ilumina la puerta del fondo sin tocar para nada a los dos personajes.

 

De modo que resulta del todo evidente

 

 

que no es espacialmente congruente atribuir a una misma fuente de luz tan diferentes efectos luminosos.

 

Pues el foco de la torre del aeropuerto se mueve, desde luego, pero solo de manera giratoria, sin desplazarse de su lugar.

 

Por tanto, no es posible que alcance la espalda de Rick primero y la puerta del fondo después, dado que tales luces suponen angulaciones necesariamente muy divergentes.

 

Por lo demás, a poco que nos detengamos en este asunto, constataremos que la primera angulación es imposible, dado que el film nos ha permitido conocer previamente la ubicación espacial de esa fuente de luz.

 

Recuérdenlo,

 

 

se encuentra ubicada frente a la fachada del café.

 

¿Tiene interés detenerse en ello aun cuando el espectador no perciba tal incongruencia -pues es desde luego evidente que no la percibe como tal?

 

 

Pienso que sí.

 

Pues aunque no se perciba como tal incongruencia, quiero decir, aunque no haga -como nosotros estamos haciendo ahora- un juicio -y todo juicio es cognitivo- sobre esa incongruencia, percibe sus efectos, es sensible a los efectos emocionales, dramáticos, que esas transformaciones producen.

 

Y el que el motivo diegético que los produce sea incongruente -al ser atribuidos a una misma fuente de luz- no deja de llamarnos la atención como ese otro elemento que, por esa vía, se hace presente en la escena y cuya presencia en ella se ve intensificada por esa misma incongruencia.

 

Como ven,

 

 

desde fuera de campo, y por la vía de la luz, la torre del aeropuerto comparece así como una figura determinante de la escenografía de la escena.

 

Por cierto que es notable que aquí la torre de control del aeropuerto se haga presente desde fuera de campo a través de la luz como, en la escena del restaurante, el cañón alemán se hacía presente, desde fuera de campo, a través del sonido.

 


Ilsa: Was that cannon fire?

Ilsa: Or my heart pounding?

Rick: It’s the German 77th, and judging by the sound,

Rick: only about 35 miles away.

Rick: And getting closer every minute.

 

Cañón, torre, tales son las magnitudes que, desde fuera de campo, se hacen presentes en la relación de los amantes.

 

 

Y bien, cae por su propio peso: el tamaño importa: la botella de Rick es demasiado pequeña comparada con ese tremendo cañón o con esa poderosa torre.

 

En todo caso, por lo que se refiere a las últimas tres imágenes que hemos presentado, creo que pueden reconocerme que hacen bien visible la relación entre las tres figuras erguidas que aparecen en ellas: la torre, la botella y ella -pues en esta imagen la botella ve desdibujados sus contornos -en seguida volveremos sobre ello-, al confundirse con la imagen de Ilsa.

 


La puerta y la botella

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Pero volvamos a ese golpe de luz que la torre de control produce sobre ella

 

Rick: I saved my first drink to have with you. Here.

 

Como ven, está sincronizado con el momento en que Rick empuja la botella hacia Ilsa.

 

Y la empuja hasta el punto de que, por primera vez en las imágenes de ambos, la botella se separa de él, para pasar a quedar vinculada a la imagen de ella.

 

Se dan cuenta, espero, de lo que eso supone en él de desarbolamiento en su relación con la mujer. Pues, como les dije el otro día, la botella había aparecido en todo momento

 

 

asociada con él.

 

 

Así era, hasta aquí:

 

 

Como pueden ver, es una transformación radical: la botella, por primera vez en un plano de ambos, pasa a estar del lado de ella.

 

Claro está, ella dice que no:

 

Ilsa: No, Rick. Not tonight.

 

Una cosa es erguirse como la botella, establecer, con ella, una relación metafórica, y otra bien diferente es ser ella quien la tenga y la maneje.

 

Ella se niega a hacerlo.

 

Y, de hecho, no la veremos tocar nunca botella alguna en el film.

 

Rick: Especially tonight.

Rick: Why did you have to come to Casablanca? There are other places.

 

De modo que la botella queda entre ambos, a la vez que la puerta se hace una vez más especialmente visible por la luz que recibe del foco de la torre del aeropuerto.

 

La puerta y la botella, entonces, trazan un eje de profundidad que atraviesa el eje de superficie en el que se encuentran los dos personajes.

 

Ilsa: I wouldn’t have come if I’d known that you were here.

Ilsa: Believe me, Rick, it’s true. I didn’t know.

Rick: It’s funny how your voice hasn’t changed. I can still hear it.

 


Narraciones

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Rick: “Richard, dear, I’ll go with you anyplace.

Rick: We’ll get on a train and never stop.”

 

Rick no la mira, sino que mira su recuerdo. Y la luz del fondo sobre los cristales de la puerta, directamente asociada a la frente de él, da imagen a ese recuerdo.

 

Ilsa: Don’t, Rick.

Ilsa: I can understand how you feel.

Rick: You understand how I feel?

 

¿Puede ella comprender como se siente él?

 

 

No, no puede.

 

Vean por qué:

 

Rick: How long was it we had, honey?

Ilsa: I didn’t count the days.

 

Porque ella no contó los días que duró su felicidad, mientras que él sí lo hizo.

 

Rick: Well, I did.

 

Ahora sí la mira.

 

 

Con odio.

 

Rick: Every one of them.

 

Con un odio tan intenso como las lágrimas con las que lloró cuando leyó la carta.

 

Rick: Mostly, I remember the last one.

 

Y vean lo que recuerda:

 

Rick: The “wow” finish. A guy standing on a platform in the rain…

Rick: …with a comical look on his face from his

Rick: insides having been kicked out.

 

Describe la escena de un tipo esperando en el andén bajo la lluvia con una mirada cómica en su rostro, causada por el golpe recibido en sus entrañas.

 

De modo que Rick se convierte en narrador del desmoronamiento total de su narcisismo -eso que ahora se da en llamar autoestima- bajo la forma de ese patética figura de mirada cómica, parada ahí bajo la lluvia en el andén de la estación.

 

Reténganlo, para contrastarlo con la narración que, de inmediato, ella le va a ofrecer.

 


Ilsa: Can I tell you a story, Rick?

 

Aquí lo tienen: ella se dispone a responder con su propia historia.

Rick: Has it got a “wow” finish?

Ilsa: I don’t know the finish

Ilsa: yet.

 

Aunque Rick, desde el primer momento, la declara dudosa, inventada, ficticia.

 

Rick: Go on, tell it. Maybe one will come to you as you go along.

 

Pero antes de escuchar esa historia, anoten las diferencias que se dibujan en los grandes primeros planos de ambos que se suceden por la vía del plano contraplano.

 

 

Una vez más, el rostro de ella ocupa una parte considerablemente mayor de la pantalla. Nuevamente, la luz dulcifica su rostro hasta hacer desaparecer la menor arruga -podríamos decir que la luz acaricia su rostro con una suavidad del todo semejante a la del pañuelo de seda que cubre su cabeza. Y, por contra, acusa las asperezas y arrugas del rostro de él.

 

Mientras que el fondo que hay tras él, aunque se encuentra desenfocado, resulta visible, el de ella resulta irreconocible, disuelto por el flou que lo invade.

 

Lo que podemos traducir así: mientras que la figura de él participa del fondo que le rodea, ella es todo figura que hace desvanecerse el fondo de manera absoluta.

 

Y bien, ella, así bañada por el aura de la imago primordial, inicia su narración:

 

Ilsa: It’s about a girl who’d just come to Paris from her home in Oslo.

Ilsa: At the house of some friends…

Ilsa: …she met a man about whom she’d heard her whole life.

 

Es patente la asimetría en las historias que ambos se cuentan.

 

Pues si la de Rick habla de su patético abandono -una historia, por eso, del todo protagonizada por ella-, la historia de Ilsa, en cambio, tiene por protagonista a un tercero -hasta el punto de que es una historia en la que Rick no ocupa ningún lugar.

 

Ilsa: A very great and courageous man.

 

Está protagonizada por un hombre grande y valiente.

 

Ilsa: He opened up for her a beautiful world full of knowledge, thoughts and ideals.

 

Se dan cuenta lo que se deduce del retrato que Ilsa traza de Laszlo: es, de extremo a extremo, el de una figura paterna ejemplar.

 

Ilsa: Everything she knew or ever became was because of him.

Ilsa: She looked up to him and worshiped him…

Ilsa: …with a feeling she supposed was love.

 

Treinta segundos dura este plano.

 

De modo que es todavía más largo que aquel otro de Ilsa sobre el que escuchamos la canción El tiempo pasará.

 

 

Y su escala es todavía más acentuada.

 

Hablamos entonces de la tensión entre la letra y la música, señalando que la presencia de ella en plano, inmensa, venía a desmentir lo que la letra decía a propósito del paso del tiempo y de las pérdidas que lo acompañan.

 

Algo semejante viene a suceder ahora, en esta segunda apoteosis de su presencia visual: pues tal presencia supone, de nuevo, la reedición de la imago primordial, a la vez que el discurso que ella profiere viene a negarla; pues tal es lo que dice: que pertenece a otro, que se debe a él, a un hombre más grande, más sabio, más noble que Rick.

 

Rick: Yes, that’s very pretty.

 

Herido por esa historia en la que solo atiende a lo que en ella aumenta el ridículo patetismo de la figura de sí que él mismo ha descrito -pues tal es la simetría inversa entre ambas narraciones-, despechado, en suma, Rick vuelca sobre ella todo su desprecio: si ama a otro, si se entrega a él, si le pertenece, entonces es una prostituta.

 

Y se dan cuenta de que la prostituta aparece aquí como el deshecho, el resto que queda una vez caída la imago primordial.

 

Y sin embargo…

 

Sin embargo el halo de la imago primordial

 

 

la inviste ahora a ella con más intensidad que nunca.

 

Ahora bien, lo realmente notable es como ello viene a afectar a la posibilidad, a la viabilidad misma del relato.

 

Rick: I heard a story once. I’ve heard a lot of stories in my time.

 

Una vez oí una historia. He oído muchas historias en mi vida.

 

Y no se confundan, la palabra escogida es story no history: se habla, pues, del relato.

 

Pues bien, Rick, desengañado, habla con desprecio de los relatos, al modo deconstructivo, como equivalentes a engaño.

 

Y por esta vía, de nuevo, la historia individual y la colectiva se cruzan. Pues lo que se muestra en juego es la posibilidad de creer, de poseer un relato vivido como verdadero sobre el que el sujeto en un plano y la colectividad en otro, puedan sostenerse y librar cada uno su propio combate.

 

Y eso precisamente es lo que ella le ofrece, en tanto que le señala, con su deseo, con ese deseo que su narración describe, una figura de referencia, un modelo de identificación simbólica.

 

Pero él lo rechaza. Desde su punto de vista, es ella o nada.

 

Y, así, en breves palabras, Rick cuenta una tercera historia cuya degradación viene amplificada por el hecho de ser descrita como una historia muchas veces escuchada:

 

Rick: They went along with the sound of a tinny piano…

 

Y esa degradación alcanza incluso al piano, ese que ha sido el sonido mismo de su relación amorosa.

 

Rick: …playing in the parlor downstairs.

Rick: “Mister, I met a man once when I was a kid,” they’d always begin.

 

Como ven, algo en común hay en las dos historias que Rick cuenta -la primera y la tercera de las narradas en la escena-: si la primera tenía por protagonista a un varón humillado de cómica sonrisa congelada, la tercera presenta su equivalente femenino: una prostituta que fantasea con el cuento de su infantil pureza.

 

Rick: I guess neither one of our stories is very funny.

Rick: Tell me…

Rick: …who was it you left me for?

Rick: Was it Laszlo, or were there others in between…

 


Botella, mujer y puerta -la ambivalencia de lo femenino

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Rick: …or aren’t you the kind that tells?

 

Reaparece la botella. Rick recurre a ella -diríamos que se agarra a ella- tras llamarla prostituta.

 

 

La escena anuncia su cierre retornando a la angulación que la abrió:

 

 

 

De nuevo la botella, la mujer y la puerta.

 

Y Rick aferrado a la botella.

 

En el punto de partida,

 

 

una nueva imagen de superposición -¿de fusión?- de la mujer y la botella.

 

Y luego, progresivamente, esa superposición se diluye en la misma medida en que Ilsa avanza hacia la puerta:

 

 

con la que podría confundirse, si no fuera porque entra entonces en un campo de luz

 

 

Y la inclinación de Rick sobre la mesa hace que su frente se confunda con ella -hasta el punto de que la luz que ahora recibe esa frente participa del blanco del abrigo de ella.

 

La mujer es el problema del hombre, ¿no les parece?

 

Lo que tiene que ver sin duda con esa ambivalencia radical que la constela una vez que la imago primordial ha caído.

 

Es, por una parte, ausencia de figura: puerta, herida, hendidura, carencia de eso mismo que su deseo busca y que su mirada localiza para el niño.

 

Y es, por otra parte, figura que se yergue, que, digámoslo así, se faliciza, para atraer y guiar la mirada del varón hacia -tal es la paradoja central- esa experiencia que es la de la ausencia absoluta de figura.

 

No hay duda, por lo demás, de que ella camina hacia esa puerta.

 

Que se dispone a atravesarla, trazando así una dirección que la conduce hacia lo que hay tras ella que, como saben,

 

 

es el aeropuerto y su alta torre.

 

El aeropuerto es -como quedará del todo acreditado en la última escena del film- el lugar del acto.

 

Hasta allí deberá llegar Rick,

 

 

quien por ahora se mantiene paralizado, aferrado a su botella, en el interior de su café.

 

Lo que va de lo uno a lo otro es, se darán cuenta de ello si lo piensan bien, lo que va de la fase fálica -cuya declinación es la del tener y no tener-, a la fase genital -que se declina en cambio como hacer y padecer.

 

Y por cierto que este plano viene a confirmar algo que les he señalado ya: la vinculación de ella con la puerta por lo que se refiere a los juegos cambiantes de la luz:

 

 

(Sonido de la puerta abriéndose)

 

El sonido procedente de fuera de campo de la puerta primero abriéndose

 

(Sonido de la puerta cerrándose)

 

y luego cerrándose, pautan el desmoronamiento de Rick sobre la mesa.

 

 

Paralizado, entonces, ante la puerta.

 

Y ya saben a dónde se abre esa puerta.

 

La escena concluye en un

 

 

fundido en negro.

 

Que, como les advertí, se encuentra, exactamente, en el centro de la película.

 

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Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0
CC1809118337478, 2018

 

17. La Belle Aurore, el Superyó, la Diosa

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 12/01/2017
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

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Figuraciones del tercero -Sam y Tiresias

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Sam: Moonlight

Sam: and love songs

Sam: Never out of date.

 

Les decía que una poderosa metáfora inaugura esta escena.

 

Pues si La bella aurora es el nombre del restaurante en el que se encuentran los protagonistas, la sombra sobre el suelo de ese nombre escrito en el escaparate del local cobra la forma de una lápida al pie de la cual hubieran sido depositados dos ramos de flores.

 

Se habla pues del fin del paraíso terrenal de la identificación originaria. Es decir: de la caída de la imago primordial, a la que corresponde bien el sobrenombre de La bella aurora.

 

Sam: Hearts full of passion

Sam: Jealousy and hate

 

Les llamaba también la atención sobre ese tan visible techo -viene a ocupar casi dos tercios de la superficie de la imagen- que encierra a los personajes arrebatándoles el exultante oxígeno que en el comienzo del flashback acompañara a su relación:

 

 

El esplendoroso espacio abierto del bloque anterior se ha mutado ahora en uno cerrado y agobiante.

 

Por lo demás, el que el bar en el que se encuentran esté ubicado en lo alto de una buhardilla añade una sugerencia de refugio.

 

Y no piensen que ese techo carece de importancia, que es obvio dado que los personajes se encuentran bajo techado.

 

El que el techo se vea o no es, sencillamente, una decisión significante del cineasta.

 

Vean un ejemplo:

 

 

En esta escena anterior, ningún techo se mostraba, pues eran los visillos y las cortinas lo que interesaba al cineasta.

 

Se trata como les digo, de una decisión significante.

 

Algo, por lo demás, del todo evidente en un film como éste, pues compromete incluso a su presupuesto económico, dado que ambas escenas han sido rodadas en estudio, con decorados artificiales, y por tanto, aunque no lo parezca, realmente no hay techo real en ninguna de las dos escenas, por más que en la que nos ocupa ahora se haya diseñado uno expresamente para el rodaje del plano.

 

 

Y por cierto, ¿no les parece extrema la oposición entre estos dos planos? Podríamos, incluso, hablar de una relación de inversión entre ellos.

 

En uno, a la izquierda, ella está de pie.

 

En el otro, a la derecha, es él el que está de pie.

 

En el primero, Rick más centrado, en el segundo es Ilsa la que ocupa el centro del plano.

 

En uno, los dos frente a frente, en el otro dándose la espalda.

 

Hay, incluso, una columna que parece interponerse entre ambos.

 

Y las brillantes cortinas del primero se ven sustituidas en el segundo por ásperas vigas de madera.

 

En vez de las flores que se hacían ver por todas partes, ahora solo ese periódico que habla de la rendición frente a la invasión.

 

Y claro está, sólo en el segundo está presente Sam -de hecho esta es la primera vez que le vemos en Paris. Con él está presente también su canción –El tiempo pasará– sugiriendo la sombra de Laszlo -¿en qué medida no son él mismo y su canción parte de esa sombra? Es un hecho, en cualquier caso, que con su presencia se rompe la cadena de escenas de a dos que han sido hasta ahora todas las de Paris:

 

 

De modo que la presencia de Sam viene a romper ese juego dual imponiéndose, él mismo, como una presencia tercera.

 

Ciertamente, la ruptura ha comenzado en la escena inmediatamente anterior, aunque entonces no con un cuerpo, sino con una voz:

 

 

Pero en todo caso, bien evidentemente, una voz tercera.

 

Sam: Woman needs man

Sam: And man must have his mate

Sam: That no one can deny

Sam: It’s still the same old story

Sam: A fight for love and glory

Sam: A case of do

Sam: or die

 

Podríamos resumir todo lo anterior así: cuando ella aparta su mirada, el mundo pierde su brillo y parece apagarse.

 

Sam: The world will always

 

Él la mira con amor.

 

Su botella le sirve champagne a la vez que la señala, al igual que su misma mirada, como su objeto de deseo.

 

Pero su posición es esta vez muy diferente a la que se ha escogido para la cámara, de modo que no puede ver lo que nosotros contemplamos en el rostro de Ilsa.

 

Y lo que nosotros vemos es que, en cierto modo, ella ya no está ahí.

 

Sam: welcome lovers

 

Y habría que añadir, por otra parte, que no solo somos nosotros, los espectadores, los que lo vemos, sino que hay alguien, en el interior de la diégesis, que necesariamente está también viéndolo, aunque ello no sea subrayado.

 

Me refiero, claro está, a Sam:

 

 

pues a él corresponde la angulación en contrapicado con la que la imagen de Rick e Ilsa nos es mostrada, a pesar de que por ahora no haya un raccord de mirada que venga a subrayarlo.

 

Sam: As time goes

 

Rick llena tres copas. La tercera es, desde luego, la de Sam. Pero es también, en el plano simbólico, la de Laszlo.

 

Pues como la del Tiresias de Edipo Rey, su presencia es designación del padre muerto y de la culpa asociada a su muerte.

 

Sam: by

 

Y claro está: Sam canta ahora El tiempo pasará: a la vez que el contenido de su letra se escribe en el rostro de ella.

 

Por lo demás, que la cifra tres es aquí determinante es algo que a continuación dice el diálogo como de pasada:

 

Rick: Henri wants us to finish three more bottles.

-una presencia, la de la cifra tres, que, por cierto, los subtítulos españoles omiten.


Rick: He’ll water his garden with champagne before he lets the Germans drink it.

Sam: This ought to take the sting out of being occupied.

 

Aquí le tienen.

 

Su relevancia tercera es tal que reclama el primer plano.

 

Y un primer plano bien acentuado, pues hace de contraplano de un plano medio de Rick e Ilsa

 

 

que viene a confirmar lo que les decía hace un momento, que él está ahí y sabe de esa presencia ausente de Ilsa.

 

Rick: You said it.

 

¿Y qué decir de la potente la presencia en plano de la botella de Rick, flanqueada por esas dos copas que van a brindar una vez más? Si el análisis debe ser riguroso, respóndanme: ¿qué dos cosas habría que decir de esa botella?

 

La primera, su asociación neta con Rick:

 

su posición en imagen la integra con su figura a la vez que la mantiene netamente separada de Ilsa -lo que corresponde bien con el hecho de que nunca hemos visto ni veremos a Ilsa tocar esta botella ni ninguna otra: es siempre Rick quien las coge para escanciar su contenido en las copas.

 

La segunda, lo peculiar de su inclinación hacia la derecha -es decir: hacia ella.

 

Rick: Here’s looking at you, kid.

 

Ilsa mira a Rick con amor. Pero luego, de nuevo, aparta de él la mirada.

 

 

No hay duda: este apartar la mirada de Rick es el motivo central de la escena.

 

Piensa en Laszlo y, a la vez,

 

 

mira y sonríe a Sam quien, como no ceso de decirles, inscribe en la escena esa presencia tercera.

 

 

Y el cineasta lo acusa en este bello plano.

 

La partitura de Time goes by se encuentra en el centro del piano y, a la vez, en medio de los amantes, designando una vez más el paso del tiempo y la inevitable separación.

 

Es desde luego otro piano, pero no puede por menos que recordarnos el piano de Casablanca.

 

Recordémoslo:

 

 

Aquel piano era de color claro, pero era, por lo demás, bastante semejante.

 

 

Y llegamos hasta aquí.

 

 

Si en aquel estaban Rick, Sam, su piano y los salvoconductos, abajo están Rick, Sam, su piano, Ilsa y la botella.

 


El primer encuentro con la ley

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Nuevamente una voz brutal se hace escuchar.

 

 

Es también esta vez una voz metálica y sin rostro, pero ahora ya no habla francés, sino alemán.

 

 

Esa voz les arrastra a la ventana.

 

 

¿Se puede mirar una voz?

 

 

En cine todo parece indicar que sí, pues éste es un plano subjetivo de Ilsa y Rick,

 

 

contemplando desde la ventana esa voz sin cuerpo que habla.

 

Rick: My German’s a little rusty.

 

Una voz de la que Rick dice que no puede entenderla y de la que pretende burlarse.

 

Pero Ilsa no: ella la entiende y se la toma muy en serio.

 

Ilsa: It’s the Gestapo.

 

De modo que ella traduce.

 

¿No les parece ésta una espléndida escenificación de ese momento que Freud describe como aquel en el que la madre formula la amenaza de castración y la pone por cuenta del padre?

 

Es la Gestapo la que lo va a hacer, yo solo lo anuncio, lo traduzco.

 

Saben, por lo demás, lo que Freud dice de la actitud del niño en este momento: que en principio no se toma en serio la amenaza que recibe -¿se burla de ella, como hace ahora Rick? Que no se la tomará en serio hasta que choque con la visión de los genitales femeninos.

 

Ciertamente, no es posible olvidar que la Gestapo es un tipo de policía.

 

Una policía radical, capaz de someter al sujeto a la castración extrema.

 

¿No es así como debe oír el niño la prohibición y la amenaza? Como algo injusto, inmotivado, inhumano. Pero se dan cuenta de que estas palabras son inapropiadas aquí, dado que contienen categorías semánticas del todo extrañas al mundo del niño.

 

Si el yo originario es todo lo bueno -me refiero a ese yo que se localiza en la imago primordial-, esa ley aparece como algo del todo exterior e incomprensible, un puro signo de violencia.

 

Tal es, inevitablemente, el aspecto que la ley presenta para el niño en sus primeros encuentros con ella.

 

Y no piensen que eso se amortigua si el papá es en extremo amoroso con el bebé desde el primer día, si le da un montón de biberones y le cambia los pañales con frecuencia. Pues, como ya les he indicado más de una vez, ese padre no es vivido de otra manera que como una de las emanaciones o, si prefieren, como una de las facies de la imago primordial.

 

Y, desde ese punto de vista, el no de la ley, cuando llega, no puede ser vivido como menos amenazante, pero sí como más confuso, dado que se lo percibe como procedente de la imago primordial.

 

De ello habla Freud en una nota de El malestar en la cultura, dando la razón a lo afirmado por Alexander sobre este asunto:

«El padre “desmedidamente blando e indulgente” ocasionará en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro.»

[Freud: (1929) El malestar en la cultura, p126]

 

El no que corta, corta. Y es vivido como una violencia extrema.

 

A la que, por cierto, responde esa otra violencia extrema, sin duda no menos violenta, que es el deseo de la muerte del padre.

 

Supongo que en este momento alguno de ustedes podría quejarse y decirme, ¿cómo es posible que ahora hable de la policía política nazi, de la Gestapo, como figuración de la ley si he estado todo el pasado trimestre diciéndoles que el nazismo era la encarnación del Ello en el film?

 


Ley, pulsión, superyó

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Eso me obliga, o bien a dar una explicación que permita compatibilizar lo uno con lo otro, o bien a rectificar lo dicho hasta aquí a propósito del nazismo en la escena del film -y ahora hablo de escena en el sentido más amplio, abarcando la totalidad del film como la escena en la que nuestro inconsciente se reconoce y trabaja.

 

Estudiemos el asunto más despacio.

 

Decimos que el nazismo es presencia de la pulsión y luego decimos que el nazismo aparece como expresión de la ley. Aunque lo exacto no es decir decimos, sino encontramos, pues eso es lo que encontramos en el film.

 

La ley no es, desde luego, pulsión. Y la pulsión no es, desde luego, ley.

 

Pienso que a estas alturas tendrán claro hasta qué punto en el pensamiento de Freud la ley es una institución cultural destinada a contener y canalizar la pulsión.

 

Pero hay un lugar donde, siendo estas magnitudes opuestas, se encuentran necesariamente.

 

¿Cuál es ese lugar? No hay duda: el Superyó.

 

Pues el superyó es la instancia de la ley, pero una instancia que se carga con la pulsión que, por la presencia misma de la ley, invierte su dirección y se vuelve hacia el propio yo.

«¿De qué medios se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva, acaso para erradicar la agresión contrariante? (…) La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; vale decir: vuelta hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como “conciencia moral”, está pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él.»

[Freud: (1929) El malestar en la cultura, VII, p126]

 

Pueden darse cuenta de la importancia del factor económico -es decir, energético- en el pensamiento de Freud: el superyó es una instancia -factor estructural- que no puede actuar sin energía, y esa energía es la pulsión. Y, así, el que esa energía se dirija hacia el yo constituido en objeto de agresión, nos devuelve el aspecto dinámico del asunto.

 

Permítanme que les llame la atención sobre este aspecto esencial al pensamiento de Freud y esencialmente ignorado en nuestra sociedad contemporánea, incluso entre muchos psicoanalistas.

 

La pulsión, que es una magnitud energética que está siempre ahí, al margen de todo cálculo, constituye el motivo central del punto de vista económico.

 

Pero para que entiendan como funciona en Freud ese aspecto, no deben pensar en la economía como ciencia que describe procesos económicos regulados y, en esa medida, más o menos racionales.

 

El punto de vista económico, en Freud, se refiere a la energía y sus magnitudes -y su intención de mediarlas o, al menos, compararlas entre sí.

 

Lo que, dicho sea de paso, viene a emparenta al psicoanálisis con las ciencias duras, pues, como ustedes saben, la física, la química o la biología atienden siempre a magnitudes energéticas cuya presencia es determinante en sus campos de estudio.

 

Les llamo la atención sobre ello porque esto es algo que no suele suceder -y en este sentido el psicoanálisis es ciertamente una excepción- en las ciencias humanas y sociales, que suelen prescindir totalmente de consideraciones energéticas en sus análisis.

 

Y por cierto que el pensamiento contemporáneo participa de esta misma exclusión.

 

Tiende a pensar el mundo como algo racional, es decir, ordenado y regulable. Y tiende a pensar el conflicto y la violencia como el resultado de atentados a esa racionalidad natural. Motivo por el cual se acaba echando a la cultura la culpa de todo lo que va mal, olvidándose de que lo natural es la energía misma y que, como tal, es en sí misma un factor arracional que no responde a ningún plan, a ningún principio de ajuste o regulación.

 

De ahí la descomunal -y nunca del todo resoluble- tarea de la cultura: contener, conducir, volver productiva la energía.

 

Y es ahí donde Freud plantea el problema que las ciencias sociales tienden a ignorar. Se trata, sencillamente, de este problema: ¿dónde puede encontrar la cultura la energía necesaria para funcionar -y para realizar esa tarea que es la de contener y reconducir la pulsión? Pues Freud tiene una percepción nítida de que, sin energía, las máquinas culturales dejan de funcionar.

 

En todo caso, el asunto es que, por obra del superyó, la pulsión erótica dirigida hacia la madre y la agresiva dirigida contra el padre prohibidor -ya saben que esto es una simplificación, que en la primera no deja de haber también agresividad, como en la segunda no deja de haber erotismo- retornan sobre el yo.

 

Lo que, en suma, explica bien lo que les estaba diciendo, que ese nazismo que da, en la escena del film, imagen a la pulsión, cobre ahora la forma de esa policía letal e inflexible que es la Gestapo.

 

Les insisto: así es inevitablemente vivida la ley por el niño en su primer contacto con ella: como una policía letal e inflexible, potencialmente aniquilante.

 

Y ya saben ustedes, por otra parte, que esos son los rasgos con los que Lacan describe el superyó. Pero ya tuve ocasión de mostrarles hasta qué punto en ello Lacan se apartaba netamente de Freud, quien consideraba esa conformación del superyó no como su forma característica, sino como una derivada de índole patológica. Pues ciertamente es siempre posible que el superyó del sujeto quede ya para siempre cristalizado sobre esa primera imagen violenta y persecutoria.

 

¿De qué depende lo uno o lo otro? Freud se plantea esa cuestión en El malestar en la cultura:

«la experiencia enseña que la severidad del superyó desarrollado por un niño en modo alguno espeja la severidad del trato que ha experimentado. Parece independiente de ella, pues un niño que ha recibido una educación blanda puede adquirir una conciencia moral muy severa. Empero, sería incorrecto pretender exagerar esa independencia; no es difícil convencerse de que la severidad de la educación ejerce fuerte influjo también sobre la formación del superyó infantil.»

[Freud: (1929) El malestar en la cultura, VII, p126]

 

Hay veces que a Etcheverri se le va la mano en su búsqueda de la traducción más precisa. Donde leen espeja obviamente debería decir refleja.

 

En todo caso, como pueden ver, Freud reconoce una relación entre la severidad del superyó del individuo y la severidad de la que fue objeto durante su infancia –la severidad de la educación ejerce fuerte influjo también sobre la formación del superyó infantil.

 

Pero advierte a la vez que sería un error pensar que existiera entre ambas una relación directa, de modo que la intensidad de una reflejara automáticamente la intensidad de la otra –la experiencia enseña que la severidad del superyó desarrollado por un niño en modo alguno espeja la severidad del trato que ha experimentado.

 

Lo prueba ese hecho que ya hemos señalado anteriormente: un niño que ha recibido una educación blanda
puede adquirir una conciencia moral muy severa.

 

La explicación de ello viene dada a continuación en esa nota dedicada a Alexander de la que ya antes les he presentado un fragmento.

 

Véanla ahora completa:

 

«dos tipos principales de métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el consentimiento. El padre “desmedidamente blando e indulgente” ocasionará en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro. En el niño desamparado, educado sin amor, falta la tensión entre el yo y el superyó, y toda su agresión puede dirigirse hacia afuera. Por lo tanto, si se prescinde de un factor constitucional que cabe admitir, es lícito afirmar que la conciencia moral severa es engendrada por la cooperación de dos influjos vitales: la frustración pulsional, que desencadena la agresión, y la experiencia de amor, que vuelve esa agresión hacia adentro y la trasfiere al superyó.»

[Freud: (1929) El malestar en la cultura, p126]

 

No hay, como pueden ver, un reflejo directo. Tan negativo es el exceso como el defecto de severidad en la educación recibida.

 

Todo depende del equilibrio entre dos factores: la severidad -que produce frustración– y el amor.

 

Así, un exceso de amor puede provocar el superyó más rígido.

 

Porque no puede agredir a un padre tan amoroso, viene a decirnos Freud, al niño no le queda otro remedio que volcar en exceso la agresividad hacia sí mismo –ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro.

 

Por otra parte, una severidad excesiva y sin pizca alguna de amor hace imposible la aparición del superyó, de modo que el individuo vuelca su agresividad hacia el exterior sin restricción alguna.

 

Así, el asunto pasa por una adecuada combinación entre la severidad -por la que la ley se impone- y el amor -que hace posible la identificación.

 

De lo que podríamos deducir que todo depende, en suma, de la presencia o ausencia de un padre capaz de constituir un modelo de identificación capaz de encarnar la ley y, a la vez, de humanizarla.

 

Ese asunto, por lo demás, será lo que dará su sentido a la segunda parte del film, pues en ella tendrá lugar el encuentro entre el dictado incomprensible de la prohibición

 

 

y la figura de Laszlo constituida en modelo de identificación.

 

 

Asunto este que ya ha sido apuntado en esta primera mitad del film, pero que, en la segunda, pasará a constituirse en el tema central y donde, en esa misma medida, deberemos abordarlo en toda su complejidad:

 


 


La muerte de Dios y el retorno a las diosas

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Supongo que se estarán dando cuenta de que el análisis de Casablanca nos permite desplazarnos entre el plano de la constitución de la subjetividad del individuo y el plano de la conformación de la cultura en la que éste se inscribe de forma bien semejante a como Freud se desplaza entre ambos en El malestar en la cultura.

 

Y saben ustedes que para Freud afrontar el asunto de la cultura suponía inevitablemente la inmersión en el campo de la antropología, cosa que ya comenzara con Totem y tabú y que alcanzaría su inflexión mayor en el Moisés y la religión monoteísta.

 

Pues bien, ¿por qué no hacer lo mismo con Casablanca?

 

Obviamente, no nos da tiempo ya a hacerlo este año, pero sí podemos, al menos, esbozar la que habrá de ser una de las líneas mayores que nos ocupará el próximo, en la medida en que lo dedicaremos al análisis de la segunda mitad del film.

 

Será ese un buen momento para introducir como referencia bibliográfica freudiana el Moisés y la religión monoteísta.

 

Les decía que el niño vive su primer encuentro con la ley como la irrupción de una violencia extrema a la que responde esa otra violencia extrema, no menos violenta, que es el deseo de la muerte del padre.

 

Como ven, el pecado original existe en el mundo edípico.

 

Solo que no es natural sino cultural: es el efecto mismo de la prohibición.

 

De modo que el pecado original no es ni más ni menos que eso: desear la muerte del padre y la posesión de la madre. Es decir: desear el retorno de la imago primordial.

 

Ahora bien, si proyectáramos mitológicamente el asunto, díganme, ¿no les parece que podríamos traducir eso como el deseo de la muerte de Dios -el padre de los padres, después de todo, es decir su referencia simbólica mayor- y del retorno de las diosas arcaicas?

 

Puede parecerles esto un salto en el vacío, pero quizás no lo sea tanto, dado que el siglo XX comenzó con la proclamación de la muerte de Dios y, bien poco después, precisamente cuando se pensaba que se había dejado atrás todo vestigio del sentimiento religioso, irrumpió el retorno de formas de religiosidad más arcaicas, propiamente tribales, que afirmaban el culto a diosas maternas, terrenales y por eso territoriales -pueden encontrar su liturgia en el nietzscheano Así habló Zaratustra. Me he ocupado de ello en trabajo que llevaba por título Dios. Disponible aquí

 

Me refiero a diosas maternas, terrenales y territoriales, es decir, en suma, tribales, tales como, por ejemplo, esa diosa del nazismo que fue la madre patria Alemania.

 

Pero imagino que se dan cuenta de que pueden poner ahí, igualmente, a la madre patria Cataluña, a la madre patria Euskadi o a cualquier otra madre patria que reclame la exclusión de aquellos a los que no considera sus hijos.

 

Si quieren ustedes pueden pensar, como se hace habitualmente, el nacionalismo es una ideología política. Pero su motor es de índole netamente religiosa, es decir, mitológica, solo que la religiosidad de la que participa es muy arcaica, ya que constituye una fuerte regresión con respecto a esa otra religión, mucho más moderna, que es el cristianismo.

 

Pues éste instituye la figura de un Dios padre universal -un Dios netamente patriarcal- que, en cuanto tal, hace posible la idea de la igualdad de todos los hombres en tanto todos ellos son sus hijos y, en esa medida, introduce en el mundo la idea -el ideal, si ustedes prefieren- de una comunidad humana universal.

 

La religiosidad nacionalista es, en cambio, como les digo, con respecto a ésta, netamente regresiva, pues reclama el retorno a diosas terrenales excluyentes que niegan por eso patentemente la igualdad entre los hombres.

 

Es evidente su atractivo: dan soporte a esa forma primaria de goce que se abre cuando se encuentra una justificación -aparentemente ideológica, realmente religiosa- para volcar la agresividad sobre el otro, aquel que no es de la tribu, y que por tanto no es hijo de la diosa.

 

La forma más suave de ese goce es el desprecio y la más intensa el asesinato. Por supuesto, entre ambas se extienden todas las gradaciones imaginables del goce de la agresión.

 

No sé si han reparado en el aroma paranoico que acompaña siempre al discurso nacionalista. Participa del combinado de megalomanía y fantasía persecutoria que es específico de la sintomatología paranoide. Podemos resumirlo así: Porque somos un pueblo especial, más diferente, con más identidad, más noble y más puro, somos perseguidos con saña por otros pueblos, que por eso mismo se manifiestan como miserables e indignos.

 

Parece evidente que en la primera mitad del siglo XX -en los tiempos en los que se rodó Casablanca y en los que se ambientaba su narración- una ola de paranoia nacionalista recorría Europa.

 

Y, como les decía hace un momento, estaba asociada con la muerte de Dios -muerte que pueden tomar ustedes como real, pues era la muerte de una entidad simbólica que, en cuanto tal, mientras había existido, había actuado como sustento simbólico del orden edípico- y por la promoción de diosas maternas, diosas concebidas, literalmente, como las diosas de la madre patria.

 

Diosas, entonces, que, a escala antropológica, se imponían con el atractivo de la promesa del retorno y del consiguiente reencuentro con la imago primordial.

 

De lo que les hablo es, ciertamente, de algo no previsto en el discurso freudiano, por más que en él encontremos elementos que pueden constituir solidos puntos de partida para abordarlo.

 

Estoy pensando especialmente en el Moisés y la religión monoteísta, tanto por lo que se refiere a la idea freudiana del Dios monoteísta entendido una valiosa conquista histórica de la espiritualidad humana como por la postulación de la existencia de cierto periodo anterior al de éste Dios monoteísta y patriarcal caracterizado por la presencia de divinidades maternas.

 

Si tal periodo existió, resultaría evidente que no sería posible postular en él la existencia del Edipo, dado que ésta requiere de una presencia simbólica fuerte de la figura paterna.

 

Y, por otra parte, su retorno, en la misma medida en que se desencadena a partir de la muerte de Dios y del desmoronamiento del patriarcado, abre un sinfín de interrogantes que, sin embargo, el pensamiento de nuestro presente no quiere ni siquiera formular.

 

Así, por ejemplo, todos celebran como positiva la caída del patriarcado -una vez condenado este concepto por la vía de su simplificación como un sistema de opresión de las mujeres por los hombres- y no atienden a los efectos que esa caída puede producir en la medida en que arrastra con ella la caída a la figura paterna y, así, afecta a la viabilidad misma del Edipo, en tanto estructura construida a partir del prestigio de la posición tercera del padre.

 

¿Y qué decir del nuevo prestigio de las diosas matriarcales que vienen a ocupar su lugar? Su irrupción, tal y como se manifiesta en el nacionalismo -la diosa madre tierra- o en ciertas formas radicales del ecologismo -la diosa madre naturaleza- o del feminismo -la madre como dueña exclusiva del hijo en tanto nacido en su territorio corporal-, combinada con esa caída del prestigio del padre que acabo de mencionar, ¿no debe hacernos pensar en una afirmación de la identificación con la madre y, con ella, en el retorno al narcisismo primordial configurado por la identificación en la imago primordial que nos conduciría a un horizonte psicotizante?

 

Por otra parte ¿no deberíamos sospechar que tal identificación podría encontrarse en el fundamento de todo totalitarismo? Pues conduce al retorno de la fantasía de omnipotencia de la identidad -ese yo-todo-lo-bueno del origen- y por tanto al rechazo absoluto de la diferencia.

 

De hecho eso, el rechazo de la diferencia, es lo que late bajo la afirmación -presente en todas las formas de nacionalismo- de la propia tribu como más diferente que todas las otras: la única realmente diferente, es decir, la única, siendo todas las demás formas irrelevantes y degradadas.

 

Y así, las sociedades totalitarias excluyen la diferencia en la misma medida en que reclaman la identificación total.

 

¿No deberíamos, por ello mismo, pensar que la aceptación de la diferencia -presupuesto básico de toda cultura democrática- exigiría la asunción de la pérdida de ese yo originario -es decir, la caída de la imago primordial- y la consiguiente aceptación de la ley del padre?

 

Tal es la condición del proceso edípico de la construcción de la subjetividad que es, precisamente por eso, un proceso de individuación.

 

Y ya saben ustedes que el individuo, en su diferencialidad irreductible, no tiene cabida en las sociedades totalitarias, pues éstas reclaman la plena identificación de todos sus miembros con la figura del hijo ejemplar de la diosa.

 

Puede parecerles que me salgo demasiado de cuadro -permítanme esta metáfora cinematográfica- con estas reflexiones.

 

Pero, por mi parte, creo que no es así, pues solo anticipan la tarea del año que viene en la medida en que en la segunda mitad de Casablanca el drama girará, precisamente, sobre esa posibilidad: la de que Rick, para recuperar a Ilsa, entregue a Laszlo a los nazis -es decir: que realice el deseo de asesinarlo.

 

Y pienso que se les alcanza lo que eso significa a escala histórica: el sacrificio del padre en el altar de la diosa.

 

-De esa diosa que, a escala individual, es la imago primordial y, a escala social e histórica, la diosa madre patria Alemania.

 

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CC1809118337478, 2018

 

16. El esplendor de la relación originaria y su desvanecimiento

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 15/12/2017 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

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El esplendor de la relación originaria

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La disolvencia comienza con el humo que sale de la boca de Rick.

 

 

El arco del triunfo,

 

 

de un tiempo triunfal.

 

 

Todo es luz, sol, viento, alegría, vida.

 

 

Naturaleza acogedora.

 

 

Aunque quizás también esté presente una vaga sensación de irrealidad.

 

 

Ninguno de los cuatro elementos falta: junto al sol y el viento, la tierra y el agua. Y la comida.

 

Ven hasta qué punto, dicho sea de paso, ciertas palabras de Sam que oímos anteriormente estaban cargadas de la memoria del tiempo pasado:

 

Ilsa: It’s been a long time.

Sam: Yes, ma’am. A lot of water under the bridge.

 

 


Ilsa y Rick: la copa y la botella

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Y ella es ese ramo de flores sonriente que se convierte en ella misma.

 

 

Mientras él, al fondo, descorcha una botella de champagne.

 

 

Ella y la botella constituyen ahora una rima que conduce a las flores.

 

 

¿Han visto lo que les digo?

 

 

Ella, la mujer, en el campo del deseo, se yergue para guiar el deseo del varón: Ella se da como lo que no tiene, pone en escena aquello de lo que carece.

 

¿Cómo es eso posible? Solo cabe atribuirlo al halo de la imago primordial que la acompaña.

 

Rick: Who are you really? And what were you before?

 

Pero, como les digo, hay una vaga sensación de irrealidad que lo baña todo, y que las palabras mismas, cuando aparecen, vienen a designar.

 

¿Este flashback es un recuerdo o más bien una ensoñación?

 

Rick: What did you do and what did you think?

Ilsa: We said no questions.

 

Todo parece indicar que la permanencia de la ilusión exige la supresión de las preguntas y, por ello mismo, de las palabras que permiten formularlas.

 

Por cierto, supongo que ven como la copa y la botella son ahora los elementos de la simbólica de lo femenino y lo masculino: esa copa del deseo que es ella y esa botella que él tiene y que la designa a ella como el objeto del deseo.

 

Rick: Here’s looking at you, kid.

 

En vez de palabras, pues, imágenes.

 

O, más bien, sólo una imagen, la imagen deslumbrante de ella.

 

A este propósito, es oportuno observar que el plano se ha reconfigurado progresivamente como semisubjetivo.

 

Y supongo que se darán cuenta también cómo el que el hecho de que el punto de vista sea el de él, quien comparece como el sujeto del deseo, en nada obstaculiza el acceso de las mujeres al deseo que el film despliega.

 

Pues, como les decía el último día, ellas se ven, a través de la mirada de él, en la posición de la imago primordial.

 

 

Tras el encuentro de las copas en el brindis, sigue el contacto de los cuerpos

 



 


La sombra del desvanecimiento

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Interesante, por cierto, este último encadenado.

 

Pues retorna con él, una vez más, un motivo que ya hemos encontrado en varias ocasiones: el de la aparición de ella. Recuperémoslo:

 

 

Brindan.

 

 

Y todo se disuelve en la música y en el baile.

 

 

Pero observen lo que sucede entonces en el centro del plano:

 

 

Ella, literalmente, aparece en el centro, entre ambos:

 

 

Lo que podemos leer así: ella, su imagen, es la imagen de la relación de ambos.

 


 

La música, la danza y el abrazo.

 

Pero, ¿qué sucede entonces?

 

 

¿Qué ha sucedido? Retrocedamos para anotarlo: en el plano que sigue a éste,

 

 

por encadenado, ellos, sencillamente, han desaparecido.

 

No están. Véanlo:

 

 

Ahora bien, ¿no deberían estar ahí, en el centro de esa pista?

 

¿Damos demasiada importancia a un detalle que parece no tenerla? Podríamos desde luego argüir que ha sido un simple descuido de montaje.

 

Es la eterna afirmación que debe combatir siempre el análisis: es solo que, nada más que… no tiene importancia.

 

Pero sucede, creo que eso deberán reconocérmelo, este plano general acusa un vacío central.

 

 

Y así ambos,

 

 

en el momento del abrazo,

 

 

desaparecen.

 

Y luego, de nuevo, vuelven a aparecer ahí.

 

 

De modo que la sombra de la posible desaparición se esboza una y otra vez, tanto como viene a ser desmentida por nuevas apariciones.

 

 

Y un nuevo encadenado -ven hasta qué punto el juego de los encadenados pauta todo este bloque.

 

Y ciertamente, les insisto en ello, esta serie de encadenados se asocia muy bien con la música, pues, como ella, evita el corte y solo da paso a la novedad por vía de una transformación ininterrumpida y modulada.

 


 


Las palabras introducen al tercero

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Hermoso plano, todo él bañado por el horizonte del encuentro sexual.

 

De noche, en penumbra, Rick centrado y oscuro.

 

Rodeado de flores y de las telas más suaves -especialmente los visillos del fondo.

 

De modo que todo un despliegue de lo femenino rodea la figura oscura de Rick.

 

A la izquierda, de pie, junto a la chimenea, ella, vistiendo un brillante salto de cama.

 

De modo que es el brillo del deseo lo que la viste.

 

Y ese brillo baña el conjunto del plano por la vibración de la luz de la chimenea, de manera que el fuego de ésta se hace presente en la escena, aunque nunca sea mostrado directamente.

 

Así, esa luz cálida y vibrante que llena el plano procede del conjunto formado por Ilsa y la chimenea:

 

 

¿Aprecian la rima de esas dos formas verticales, la de la figura de ella y la de la alta chimenea que en cierto modo posee su propia cabeza en forma de esas flores que se encuentran a la misma altura que la de la cabeza de ella?

 

Y la rima sostiene la metáfora: la belleza de las flores es a su rostro como el fuego de la chimenea es a su cadera.

 

Ilsa: A franc for your thoughts.

 

El problema, en cierto modo, es que ella, en el juego del deseo, reintroduce las palabras.

 

Palabras que preguntan por el deseo de él -que lo convocan, desde luego- en el horizonte del encuentro sexual.

 

 

Rick: In America they’d bring only a penny.

Rick: I guess that’s about all they’re worth.

Ilsa: I’m willing to be overcharged.

Ilsa: Tell me.

Rick: Well, I was wondering…

Ilsa: Yes.

Rick: …why I’m so lucky, why I should find you waiting for me to come along?

 

¿Por qué tengo tanta suerte? ¿Cómo es posible que te encuentre esperándome, viniendo hacia mí?

 

Y entonces las palabras se disparan:

 

Ilsa: Why there is no other man in my life?

Rick: Hmm.

 

Ella, más ardiente que nunca, bañada en sus propias llamas, nombra, por más que sea por vía de la negación, a ese otro hombre.

 

Y ese tercero aparece dibujado en el pasado, como muerto:

 

Ilsa: That’s easy. There was.

Ilsa: He’s dead.

 

¿No les parece que se encuentran ante la realización del deseo edípico?: el otro, el tercero, el padre, está muerto y ella está disponible.

 

 

Con todo, su sombra se hace presente, dado que las palabras han evocado su existencia.

 

Rick: I’m sorry for asking.

 

Rick se arrepiente de haber preguntado. Intuye que las palabras traen las preguntas que terminan por nombrar la prohibición y la pérdida.

 

Rick: I forgot we said no questions.

Ilsa: Only one answer can take care of all our questions.

 

Una sola respuesta puede contestar a todas nuestras preguntas.

 

Traducen los subtítulos.

 

Pero no estoy seguro de que contestar sea la mejor traducción de ese take care. Pues take care significa cuidar, hacerse cargo.

 

No se trata propiamente de una respuesta
que conteste, sino una que se hace cargo de esas preguntas deshaciéndose de ellas -deshaciéndose de la pregunta por la presencia del muerto y, con ella, de la culpa que la acompaña.

 


Acto sexual y encadenado

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Y, como ven, es ella la que da esa respuesta: no con palabras, sino con la entrega de su propio cuerpo.

 

 

El encadenado que sigue anota, desde luego, una elipsis temporal: la que a la vez designa y oculta el acto sexual que tiene lugar.

 

 

Pero es, a la vez que una elipsis, una potente metáfora: la del acto sexual como experiencia de destrucción y de desintegración.

 

 

Observen esa línea que aparece a la altura del cuello de ella,

 

 

como cortándolo.

 

Paris mismo se convierte en una inmensa escombrera devastada.

 

¿No es algo semejante a lo que sucede en el Edipo rey de Sófocles cuando el héroe se acuesta con su madre?: la peste invade Tebas.

 

Ahora bien, saben ustedes que algo de eso hay en toda experiencia sexual, y especialmente en la primera.

 

Lo que sucede en ella nada tiene que ver con lo que se espera.

 

Cuando se espera la apoteosis de la fusión en la imago, es la caída de la imago lo que tiene lugar.

 

Lo que, por cierto, en el film cobra la forma de la sugerencia de una decapitación:

 

 

 

Una brutal fuerza de destrucción se ha desencadenado.

 

 

Una pulsión de destrucción que amenaza con aniquilarlo todo.

 

Y con ella, como habrán podido notar, los encadenados han desaparecido.

 


 

Hasta aquí:

 

 

El ensueño de Paris, ese paraíso terrenal inicial, ha desaparecido.

 

París se ha convertido en una ciudad abierta.

 


La ley del tiempo y la muerte de la más bella aurora

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Una ciudad abierta es, en cierto modo, una ciudad violada.

 

 

El caos lo invade todo.

 

 

Y claro está, alcanza también a los amantes, interrumpiendo su idilio.

 

 

Una voz rugiente se hace oír entonces.

 

 

Es una voz sin rostro, metálica, invasora.

 

Anuncia la inminente ocupación.

 

Rick: Nothing can stop them now. Wednesday they’ll be in Paris.

Ilsa: Richard, they’ll find out your record. It won’t be safe here.

Rick: I’m on their blacklist already.

Rick: Their “roll of honor.”

 

De modo que esa voz señala a Rick como culpable.

 

 

Les decía que el rostro de ella, la mujer, en tanto ligada a la imago primordial por vía de la madre, es la sede originaria de la belleza.

 

Pues bien: el film parece opinar lo mismo.

 

Sam: Moonlight

 

Ella es la bella. Y el anhelo de la belleza es lo que queda cuando tiene lugar la desaparición de su soporte originario.

 

Sam: and love songs

Sam: Never out of date.

 

La bella aurora ha muerto.

 

Pues se dan cuenta de que la sombra del cristal del bar sobre el suelo del café cobra la forma de una lápida al pie de la cual se han depositado flores de homenaje.

 

Sam: Hearts full of passion

Sam: Jealousy and hate

 

Paris no se defenderá, reza el titular del periódico que lee un soldado francés.

 

Sam: Woman needs man

 

La canción que escuchamos ahora es de nuevo As time goes by, pero a partir del punto en el que quedó interrumpida por la aparición de Rick en su café de Casablanca.

 

De modo que ha retornado su letra, y con ella Sam, de quien ya les dije que actúa aquí al modo de un Tiresias que nombra una ley que es, en primer lugar, ley del tiempo.

 

¿Les parece esta idea, la dela ley del tiempo, demasiado abstracta?

 

¿No es acaso eso, el tiempo mismo, en su inexorable suceder, aquello de lo que el ser humano más se resiste a saber, aquello de lo que, en el límite, no quiere saber nada? Y bien, Sam está ahí para cantarlo: su presencia tercera es la confirmación del fin del tiempo sin tiempo -de la era, entonces- del amor-fusión originario.

 

 

El plano destaca por su intensa profundidad de campo.

 

Y es que es la distancia entre Rick e Ilsa -como anuncio de su próxima separación- lo que ahora se impone en el comienzo de esta escena, por más que el movimiento que sigue sea de aproximación.

 

Sam: And man must have his mate

Sam: That no one can deny

 

El techo impone su presencia en la imagen, negando el cielo abierto de las anteriores escenas parisienses, entonces todavía llenas de vida y de naturaleza.

 

Sam: It’s still the same old story

Sam: A fight for love and glory

Sam: A case of do

 

La cámara nos da ahora acceso al rostro de Ilsa cuando no es mirada por Rick, con lo que se cambia el punto de vista narrativo: a la altura de esta escena, Rick, enamorado, ni ve y ni sabe lo que nosotros estamos comenzado ya a leer en el rostro de Ilsa.

 

Sam: or die

 

Eso que ella le oculta.

 

Observen que la presencia de esta ocultación es nueva: no se daba en la escena anterior,

 

 

en la que Ilsa estaba solo asustada por la próxima llegada de los nazis.

 

 

Pero ahora sí.

 


El mensajero de lo real

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¿Que se deduce de eso? Algo ciertamente importante: que la llegada de los nazis es casi simultánea a la llegada de Laszlo.

 

Reencontramos aquí, menos subrayado pero no menos presente, uno de los motivos centrales de la película que nos ocupó los últimos tres seminarios: The Searchers, de John Ford.

 

Veíamos entonces que la película comenzaba con la llegada de Ethan -el Laszlo de The Searchers:

 

 

Y no mucho después, pero por el mismo sitio y de la misma manera, con casi idéntico tratamiento visual, tenía lugar la llegada de los indios:

 

Ben: l wish Uncle Ethan was here. Don’t you, Ma?

 

 

La llegada del padre, es decir, la aparición del padre como tercero, es el fin del Paraíso de la relación dual.

 

No voy a detenerme ahora en The Searchers: tienen su análisis publicado en mi web. Disponible aquí. Solo quiero llamarles la atención sobre esta constancia mayor del relato edípico que entonces nombrábamos así: el padre es el mensajero de lo real; su aparición, localizada por la mirada de la madre, introduce el tiempo y con él la caída de esa imago primordial que era, en sí misma, el paraíso terrenal.

 

 

 

Sobre esa constancia son, desde luego, notables las diferencias.

 

Pues si allí todo comenzaba con esa mirada de la madre que introducía al personaje que venía a ocupar el lugar paterno.

 

 

Aquí en cambio ello se manifiesta por su reverso: el apartamiento de la mirada de ella hacia el sujeto:

 

Sam: A case of do

Sam: or die

 

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