16. El pajarito escapa -mal encuadre, vacío, gemidos

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-11-08 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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El pajarito escapa

 


 

La nitidez de la jaula se impone ahora sobre el rostro de la mujer: por primera vez el brillo dorado de aquella se hace visible con mayor intensidad que el del cabello de ésta.

 

Se trata sin duda de traducir su turbación en el momento de reconocer que eso, el pajarito del amor, ella, en tanto mujer, no lo tiene.

 

Pero es bien evidente que se resiste a ello todo lo que puede. Así trata de hacerse con el pajarito, sacarlo de la jaula y mostrárselo a él…

 


 

Doy por hecho que han oído de nuevo ese sonido metálico de fondo, de nuevo totalmente incongruente, dado que parece proceder de un fondo distante del inconciliable con el que podría producirse en esta jaula tan próxima y pequeña.

 

Como ven, ese sonido que en su momento atribuimos a la pesadilla retorna ahora.

 

Por cierto, recordarán que les hablaba uno de estos días de la importancia de lo que está en el centro. Ya sé que no está de moda hablar de la importancia del centro, pero, ¿qué quieren que les diga? Los hechos son los hechos y ellos mandan en toda reflexión que se pretenda científica.

 

Ya les mostré lo que se encontraba en el centro del film y vieron hasta qué punto de trataba de algo en verdad impactante.

 

Pues bien, ¿saben que se encuentra en el centro de esta larga escena -dura 7 minutos con 13 segundos- que nos viene ocupando los últimos días? Pues exactamente esto: el instante en el que el pajarito se escapa.

 




•Melanie: Oh! Oh!



 

Escapa, vuela por la tienda, asciende hasta su techo.

 

 


Segundo plano vacío

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Irrumpe entonces en pantalla, justo en ese momento que reconocíamos decisivo del encuentro del hombre y la mujer, una constelación visual, no por justificable en lo diegético -se trata, después de todo, del techo de la pajarería- menos imprevista y desconcertante.

 



 

Pues no se ha visto precedida por un raccord de mirada y ninguna panorámica ascendente la ha asociado a las posiciones de los personajes.

 

Sin más, ha irrumpido bruscamente a modo de un espacio vacío, despoblado de objetos, de muebles y de jaulas, y por ello mismo abstracto, casi geométrico -bien próximo, por eso, a los explorados por las vanguardias plásticas.

 

Su color podríamos describirlo como blanco… si no fuera porque presenta un cierto parecido con el del fondo de la escena inicial de los créditos:

 


 

Se trata, ciertamente, del segundo plano vacío del film,


 

por más que en él revolotee desordenadamente ese minúsculo pajarillo que acaba de escaparse de su jaula y que, por lo veloz de su movimiento y por lo evanescente de su desbocado aleteo, no puede ser visualizado de otra forma que como una mancha inestable y fugaz. Algo, en este aspecto, semejante a lo que sucedía con los pájaros negros del comienzo.

 

De modo que el que éste sea mitad verde y mitad amarillo no lo separa de esa amenaza, sino que, bien por el contrario, suspende la limitación de ésta al ámbito de lo negro que venía rigiendo hasta aquí para extenderla a toda la gama cromática.

 

Y, ni que decirlo tiene, con su vuelo, el eje de la verticalidad se hace nuevamente presente. Sabemos que con solo seguir la dirección que esas manos femeninas señalan, más allá del techo, se encuentran los pájaros en libertad cuya amenaza se halla suspendida sobre el mundo.

 

Se trata, además, de un plano vacío hasta cuatro veces repetido:

 



•MacGruder: Oh, What is it? Oh!









 

Y, como aquel otro plano vacío,

 


 

éste es también un plano vacío ligado a lo femenino.

 

Así lo acreditan esas dos manos con sus uñas visiblemente pintadas de rojo y tan extrañamente cortadas por el encuadre, manifestando no se sabe que angustiado anhelo.

 

Manos tensas a la vez que abiertas que subrayan el vacío central del plano, la ausencia en él de todo objeto para la mirada, el desvanecimiento, en suma, de toda forma de objetualidad.

 


Gemidos de mujer

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Pero entenderán mejor lo que se juega en la escena si la escuchan con los ojos cerrados.

 

De modo que háganlo: cierren los ojos y solo escuchen.

 

¿Se dan cuenta ahora?

 

Lo que han escuchado, sobre el fondo de ese caótico piar de los pájaros, han sido gemidos de mujer.

 

Es decir: las llamas sonoras de su goce.

 

¿Les estoy diciendo que ha tenido lugar un acto sexual? No exactamente. Por lo que se refiere al desarrollo de la narración, no ha sucedido otra cosa que la escapada de un pajarito. Pero no es menos cierto que ese escaparse del pajarito no solo ha tenido una relación directa con el juego de seducción entre ambos personajes, sino que va a constituir una pieza clave del impacto sufrido por Melanie que va a llevarla a emprender el largo viaje, de finalidad no menos amorosa, que sigue.

 

En todo caso, lo fundamental es esto otro.

 

Díganme, si esto, en vez de una narración cinematográfica fuera un sueño, ¿no aceptarían sin dudarlo dos veces que el acto sexual es el contenido latente de eso que, en el contenido manifiesto, se presenta como el escaparse de un pajarito? Por lo demás, ese pajarito vuela, y el volar es una de las canónicas expresiones oníricas del acto sexual.

 

Y, por otra parte, si atendemos a lo que dicen las mujeres de la escena…

 






•Mitch: There we are.


•Melanie: Oh, there.


•MacGruder: Wonderful.

 

Wonderful, declaran entusiasmadas ante ese hombre que se presenta como tan diestro en el manejo del pajarito.

 

Y por cierto que cuando así hacen nos son mostradas ambas flanqueando la jaula dorada del pájaro negro.

 

 

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Safe Creative #2008175036938

 

 

15. El juego de la seducción y el arco del erotismo femenino

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-25 (4)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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El juego de la seducción: lo que se tiene y lo que no se tiene

 

Lo que toca hoy es proseguir analizando el juego de seducción iniciado entre Melanie y Mitch y atender tanto al tono de comedia sofisticada en el que se desarrolla como a los momentos en que ciertos trazos de encrespamiento lo invaden.

 

Mitch la desafía:

 


•Mitch: Do you happen to have a pair of birds that are


•Mitch: just friendly?

 

Entonces… ¿tienes de eso, pajaritos del amor?

 


•Melanie: Oh, I think so.

 

En un gesto de bien evidente coquetería, Melanie afirma que podría ser así. Que ella podría tener eso que él busca.

 

Pueden anotar desde ahora mismo el diferente registro en el que se desenvuelve el lenguaje de uno y otro personaje.

 

Preciso, expeditivo, conceptual, el de él. Etéreo, esquivo y ambiguo el de ella.

 


•Melanie: Now, then, let me see.


 

Y se dan cuenta de que lo que se suscita tiene una implicación directa en el campo de la visión.

 

To see, ver, va a ser, en lo que sigue, el verbo más utilizado.

 

El juego de la seducción requiere de la demora, y esa demora, en lo que sigue, se traza en una pequeña serie de desplazamientos en el espacio.

 

Y en un espacio, el de la pajarería, que no deja de estar cargado de la tensión que sus múltiples jaulas introducen en él.

 

Se trata de un combate en el que cada cual utiliza sus propias armas. Ella, como dueña de la imagen, se hace seguir en sus desplazamientos.

 


 

Con lo que aparece la segunda sombra de la escena.

 


 

Él, a su vez, presentándose como amo de la palabra, utiliza su dominio del lenguaje para acosarla.

 


•Mitch: Aren’t those lovebirds?



•Melanie: No. Those are red birds.


•Mitch: I thought they were strawberry finches.

 

Y así, él la acosa con su saber sobre los pájaros.

 

Pero podría decirse que el suyo es un saber estrictamente semiótico, que versa solo sobre sus nombres, sus distinciones y sus clasificaciones.

 

Mientras ella, inmune a toda esa palabrería, se hace seguir.

 


•Melanie: Yes. We call them that, too.


 

Y se dan cuenta: en tanto se hace seguir, se vuelve, se da la vuelta, en cierto modo, se esconde de su mirada.

 

Hasta que, de pronto, con un gesto burlón, añade:

 


•Melanie: Here we are. Lovebirds.

 

Mira lo que tengo.

 

 



•Mitch: Those are canaries.

 

Tú no tienes nada, replica él.

 

 


Seducción, ambigüedad, mujer, velo

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Les decía que el juego de la seducción es uno en el que prolifera la ambigüedad.

 

Pero hay que añadir ahora: en la esencial, esa ambigüedad se localiza en ella.

 

Acaban de verlo y de escucharlo. Es ella la que tiene o no tiene.

 

El motivo es bien evidente -recuerden lo que decíamos el otro día, también lo que hemos señalado en el punto de partida de hoy-: que él lo tiene es algo evidente.

 

La duda, la ambigüedad, se localiza en ella.

 

Y a ello se debe el que el vestido, en su dimensión erótica, esté esencialmente asociado a lo femenino.

 

No es casualidad que el sustantivo vestido, en nuestra lengua, la española, quede asociado a la ropa de la mujer, no a la del varón.

 

Podríamos anotar las diferencias así: la ropa viste, mientras que el vestido vela. Y es ciertamente evidente el poder erótico del velo que el vestido introduce: hace del cuerpo, en el campo del deseo, un cuerpo velado.

 

De modo que el velo se nos descubre como un atributo esencialmente femenino -con independencia de que varones y mujeres puedan vestirse con él: en uno y otro caso tal investidura colocará, al que la asuma, en posición femenina.

 

Muy concretamente: en la posición de quien aguarda a ser desvelado.

 

Adivinan ustedes el motivo de esa correlación: es de nuevo el asunto de la castración el que está en juego.

 

Es el momento de responder a la pregunta que habiamos dejado pendiente y que versaba sobre como ella, la mujer, construía la escena de su velamiento: ¿Se presenta, para guiar el deseo del varón, como quien lo tiene o como quien lo es? En este sentido formulaba Roberto su oportuna pregunta hace un par de sesiones: podemos reformularla también así: ¿ella aparece adornada por el fetiche, como quien lo tiene, o, por el contrario, toda ella emerge como una figura fetichizada?

 

 

Basta examinar la dialéctica erótica de lo femenino tal y como la pone en escena el universo fashion de las revistas femeninas para darse cuenta de que no hay contradicción entre lo uno y lo otro.

 

Quiero decir: ellas tienen la más grácil figura y, a la vez, se hayan investidas por los más variados complementos.

 

No hay contradicción en ello. No la hay, al menos, en lo imaginario, que es precisamente el territorio en el que existe el falo de la madre.

 

Y, por lo demás, esa proliferación por la que a la vez ellas se presentan siéndolo y teniéndolo de las más variadas maneras, ¿acaso no nos devuelve una proliferación de afirmaciones que se niegan a sí mismas hasta el extremo de significar la verdad? Piensen por ejemplo en el esplendor fálico de la bella y turgente pierna que emerge bajo la falda. ¿Acaso no comienza a desvanecerse -pero solo en parte, solo bien lentamente- cuando manifiesta su existir formando par con esa otra pierna que la acompaña?

 

 


El fetiche y Imago Primordial

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Pero tratar de dibujar la dialéctica del erotismo reduciéndola al registro de lo que se juega en la fase fálica -el tener y el no tener, cuyo fondo, como estamos viendo, es el de la castración- acaba siendo un enfoque inevitablemente reductor.

 

Para comprender el arco completo de su despliegue es necesario tener en cuenta tanto un dato mayor procedente del antes de esa fase como, a la vez, la novedad radical que ha de introducir la fase que sigue -me refiero, claro está, a la hoy tan desprestigiada fase genital que constituye, sin embargo, pieza clave en el armazón teórico de Freud.

 

Nos ocuparemos ahora de lo primero, pues lo segundo, lo relativo a la fase genital, deberá aguardar a un momento más idóneo para su abordaje.

 

Si la sombra de la castración constituye el fondo que hace de la mujer un ser inquietante, ciertamente no es posible reducir a ello, ni a sus escenografías fálicas, la otra cara de la mujer que es la de su brillo.

 


 

Vean los ojos de Melanie, atiendan a la belleza de su rostro, al brillo de su cabello: todo ello contradice el negro del vestido que ciñe su cuerpo.

 

Porque hay vestido y éste ciñe su cuerpo, este se conforma como figura. Porque es negro, escribe la negritud de la ausencia de figura que late en su interior.

 

Volvamos entonces a lo brillante.

 

Como les digo, no puede ser reducido al brillo del fetiche, aunque éste, sin duda, como advirtió Freud, tiene por función brillar, ocultando la oscuridad de la ausencia -es decir: del fondo.

 

Ciertamente eso está también ahí, en la imagen que tienen ahora en la pantalla.

 

Pues así brillan sus pendientes -y ciertamente los pendientes son uno de los complementos mayores de la mujer.

 

Voy a proponerles, paras completar el asunto del brillo femenino, una hipótesis nueva que les invito a ensayar.

 

Entiendanla como una ontología de lo brillante.

 

Ciertamente, el fetiche brilla. Pero es el suyo un brillo segundo y, en tanto tal, secundario.

 

El brillo primero es el de la Imago Primordial.

 

Ya saben, les hablaba de ello el otro día: el brillo de esa imagen fascinante en la cual, en el origen, se alumbró y conformó el yo del sujeto.

 

Les insisto de nuevo hoy en que nada tiene que ver esto con la fase del espejo de Jaques Lacan. Me resulta obligado hacerlo porque yo mismo he contribuido a la confusión en aquel antiguo artículo dedicado a lo siniestro que les he invitado a leer.

 

Ha venido a recordármelo el texto de uno de ustedes y ello obligaba a la anotación que ahora les hago. Porque yo por entonces había leído ya bastante a Freud y todavía creía que Lacan también lo había hecho.

 

Quiero decir, todavía creía en lo que él siempre dijo, que lo que él decía era el estricto desarrollo de la teoría freudiana.

 

Y, así, llegué a entender la fase del espejo de Lacan como no era: incorporando a ella ese yo originario del que hablaba Freud.

 

Discúlpenme por ello.

 

Aludiré en mi descargo no solo el laberinto rococó de los escritos y seminarios lacanianos, sino sobre todo el hecho de que el célebre artículo sobre la fase del espejo de Lacan no llegó a existir nunca.

 

Pero no voy a detenerme ahora a contarles esas historia. Los que estén interesados en ella pueden encontrarla aquí: El Estadio del Espejo “de Jacques Lacan”. Crónica de una mascarada, en Trama y Fondo, Lectura y Teoría del Texto nº 37, 2014, Madrid. Disponible aquí

 

Dicho esto, volvamos a la imago primordial, fundamento mismo de lo imaginario y, en esa misma medida, del brillo y la belleza.

 

Ya les dije que el fundamento de lo que llamo la Imago primordial se encuentra principalmente en el comienzo de el Malestar en la cultura.

 

Pueden encontrar ese desarrollo del asunto aquí: El 1: la Imago Primordial, en Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual, Psycho y la Psicosis II – Norman, Disponible aquí

 

Hoy voy a presentarles otra cita no menos notable sobre elllo que procede esta vez del Esquema del psicoanálisis:

 

 

«El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio; el amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Por cierto que al comienzo el pecho no es distinguido del cuerpo propio, y cuando tiene que ser divorciado del cuerpo, trasladado hacia afuera por la frecuencia con que el niño lo echa de menos, toma consigo, como objeto, una parte de la investidura libidinal originariamente narcisista. Este primer objeto se completa luego en la persona de la madre, quien no sólo nutre, sino también cuida, y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales, así placenteras como displacenteras. En el cuidado del cuerpo, ella deviene la primera seductora del niño. En estas dos relaciones arraiga la significatividad única de la madre, que es incomparable y se fija inmutable para toda la vida, como el primero y más intenso objeto de amor, como arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor… en ambos sexos.»

[Sigmund Freud: (1938) Esquema del psicoanálisis, p. 188]

 

Ven como ese pecho materno que es el primer objeto no es distinguido del cuerpo propio, es decir, es confundido con el propio yo.

 

Si hablo de Imago Primordial en vez de Objeto primordial es para acusar este decisivo matiz freudiano: en el principio el niño no se diferencia de lo que solo más tarde reconocerá como su objeto, sino que se identifica en él.

 

Se identifica en él como, en seguida, en la persona -es decir: en la imagen entera- de la madre. Y así ésta, aun cuando a partir de cierto momento comienza a comparecer como objeto diferenciado, no llega a serlo del todo, pues el yo narcisista de cada uno sigue viéndose ahí.

 

Es eso lo que se deduce de la afirmación de Freud de que cuando el pecho materno tiene que ser divorciado del yo toma consigo, como objeto,una parte de la investidura libidinal originariamente narcisista.

 

Y observen, especialmente, como la palabra objeto aparece ahora entrecomillada en el texto de Freud. Si aparece así es porque no es exactamente un objeto. Es, en todo caso, el proto-Objeto incomparable que se fija inmutable como el paradigma de todos los objetos de amor vendrán después y que, por eso mismo, habrán de decepcionar inevitablemente, dado que ninguno de ellos logrará estar a a la altura de aquello cuya memoria suscita.

 

Si algo indican esas comillas es que no es apropiado hablar, a propósito de ella, en sentido estricto, de objeto. Pues lo propio de los objetos es estar diferenciados del sujeto, mientras que de lo que aquí se trata es de algo anterior a tal diferenciación: porque el yo se ve ahí, porque la investidura libidinal originariamente narcisista lo recubre, eso que se ve ahí, aunque ha comenzado a ser no-yo -pues aparece y desaparece, está y no está, fort y da- es el fundamento imaginario mismo del Yo.

 

La Imago primordial, entonces.

 

Como les decía el otro día, nada ayuda mejor a abordarla que el auxilio de la teoría de la gestalt, pues nada como el rostro de la madre, tal y como se ofrece a la mirada del niño cuando mama, reúne mejor los atributos de la buena forma.

 

Y constituye, por ello -segunda hipótesis que les propongo hoy-, el paradigma mismo de la belleza.

 


 

Y ahora fíjense en sus ojos.

 

Ciertamente, ella deviene la primera seductora del niño.

 

Ven ustedes el reverso de la castración en el que reside el principal poder de la mujer sobre el varón: su mirada suscita la memoria de las primeras miradas, propiamente hechizantes, que recibiera el sujeto de su madre cuando mamaba de su pecho.

 

Es así, por cierto, como las mujeres enamoran: hechizan a los varones con solo mirarles a los ojos.

 

 


Psicoanálisis y Gestalt: una teoría de lo bello

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Y bueno, ya que estamos aquí, permítanme que les informe de otra de las hipótesis que deduzco del encuentro que les propongo entre el psicoanálisis y la teoría de la gestalt.

 

Fíjense, más detenidamente en esos ojos:

 





 

Es de lamentar las limitaciones de calidad de la imagen HD. Pero, pixelización aparte, díganme: ¿no se dan cuenta de que les estoy dando la explicación, en términos psicoanalíticos, del motivo de eso que la teoría de la gestalt constata sin lograr explicar su origen? Me refiero a que el círculo es la mejor gestalt, la más completa de las buenas formas.

 

Que lo sea tiene que ver no solo, y no tanto, con la forma esférica del seno materno, sino, sobre todo, con eso que, en la naturaleza, más se aproxima al círculo perfecto: el iris del ojo.

 

A lo que hay que añadir, desde luego, que el iris del ojo de la madre, tanto como su seno, queda asociado con la experiencia primaria del placer.

 

A los interesados en filosofía y estética les diré, de paso, que esto que digo de la belleza, del rostro y del circulo, corresponde bien a la categoría de lo bello tal y como Kant la describe.

 

Y, por eso mismo, en nada alcanza ni a lo siniestro ni a lo sublime.

 

 


El arco del erotismo femenino

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¿Se dan cuenta ahora de cómo ha crecido, de pronto, el arco erótico de lo femenino? La imago primoridal de un lado y la castración del otro.

 

Y, en la bisagra entre lo uno y lo otro, esa puesta en escena del falo que constituye pieza clave de la escenografía erótica de la mujer.

 

Pues, por las virtudes de esa mirada hechizadora de la que acabo de hablarles, también por su semejanza gestáltica con el rostro que dio imagen a la Imago primordial, la mujer suscita, para la mirada del hombre, a pesar de aparecer marcada por el estigma de la castración, el halo de la imago primoridal.

 

Es en el contexto de esta contradicción donde encuentra su lugar la escenografía fálica de la mujer despliega en la parada del amor.

 

Ya les he señalado el motivo mayor del prestigio del falo para el niño y para la niña: irrumpe en su mundo como eso que señala la mirada deseante de la madre en el instante mismo en que comienza a derrumbarse la imago primordial.

 

Y existe, a la vez, esa peculiaridad del órgano masculino que lo aproxima de manera tan neta al mundo de los signos y de la significación. Pues,
en ese espacio de confusión que es el de la experiencia sexual, nada como él muestra la propiedad del signo, ya que, ciertamente, a diferencia del enigmático sexo femenino, el masculino es, digámoslo así, un sexo declarativo.

 

Casi podríamos decir que habla: pues se levanta y desciende, se enciende y se apaga. He ahí el primer bit de información.

 

Es suma: la erección introduce el deseo sexual en el territorio del lenguaje.

 

Pero no piensen con ello que eso convierte, como se ha puesto de moda decir, al falo en no más que un significante. Pues si tal fuera, permitiría mentir, cosa que, sin embargo, no puede hacer: la erección no es signo, sino confesión del deseo.

 

Y bien, por lo uno tanto como lo otro, la entrada de la mujer en la escena del deseo pasa por poner en escena eso que no tiene.

 

Y solo ella puede hacerlo, digámoslo de paso, con tan notable esplendor, dado que, a la vez, ella, por ser, como la madre, mujer, puede presentarse bañada por el halo de la imago primordial.

 

 


Awful

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•Mitch: Here we are. Lovebirds.



•Mitch: Those are canaries.


 

Nada puede confirmar mejor lo que les digo que lo que, a continuación, sucede:

 



•Mitch: Doesn’t this make you feel awful?


 

El espectador carece de referencias que le permitan dar sentido a esta grosera pregunta que Mitch dirige a Melanie tan bruscamente. Deberán reconocerme, sin embargo, que cuadra a la perfección con todo lo que vengo diciéndoles.

 

Lo horrible de ella, lo que la emparenta con los pájaros negros, le es arrojado a la cara.

 

Claro que, a posteriori, podría llegar a pensarse que él estaría aludiendo ya a aquellas conductas pasadas de Melanie que la llevaron a comparecer en un juicio de faltas.

 

Por cierto que esa es la opción que hace suya el traductor español de los diálogos cuando presenta la frase así: ¿No le da cargo de conciencia? Sin embargo, es algo del orden de lo horrible -más bien que de lo inmoral- lo que el enunciado nombra.

 

Y es precisamente esa palabra -awful, horrible- la que ella no llega a pronunciar en su réplica.

 


•Melanie: Doesn’t what make me feel…

 

Lo que hace que eso horrible quede suspendido sobre el me reflexivo que habría de precederlo.

 

La crispada tensión del rostro de Melanie solo se relaja cuando escucha a Mitch hablar de pajaritos encerrados en jaulas:

 


•Mitch: Having all these poor, little innocent creatures caged up like this?


•Melanie: Well, we can’t just let them fly around the shop, you know.


•Mitch: (Chuckling) No, I suppose not.

 

Todo el encanto de su brillo retorna, en la misma medida en que se ve interpelada como ese bello pajarito al que el desearía enjaular.

 

Pues, bien evidentemente, él ha declarado de nuevo su deseo por la vía de la negación.

 

 


El juego de la seducción: la danza galante

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Y así se relanza la danza de la seducción y, con ella, retorna la clave de comedia con la que el cineasta la pone en escena.

 

Pero antes de seguir con ese relanzamiento que ya ha comenzado, resulta obligado añadir que la puesta en escena lo acompaña solo parcialmente.

 


 

Quiero decir: si ellos juegan y nosotros sonreímos, no deja de ser extrañamente dura la escenografía.

 

Observen, a este respecto, la aspereza de la jaula, nítidamente enfocada y, para colmo, gris, sobre la que se recorta la figura de Mitch. Y la presencia del límite de ésta, a modo de una gruesa línea recta que divide verticalmente el plano y que en esa misma medida separa a ambos personajes.

 

A veces uno tendería a intuir que el cineasta que por ahora se parapeta tras el corpachón de Mitch se sintiera tan excitado como tenso ante esa bella y seductora mujer en cuyo fondo retorna esa vitrina tras la que se encuentra el curvilíneo e inquietante árbol lleno de pájaros.

 

Por lo demás, cualquier biografía del cineasta les informará de hasta qué punto deseaba infructuosamente Hitchcock a Tippy Hedren y como esa peculiar pasión encontró su manifestación extrema en el rodaje de la escena final en la que ella padece el ataque los pájaros.

 

El juego, en cualquier caso, prosigue:

 


•Melanie: Well, we can’t just let them fly around the shop, you know.


•Mitch: (Chuckling) No, I suppose not.

¿Pues, después de todo, no es eso lo que ambos están haciendo? Quiero decir: revolotear por la tienda, entre sus jaulas, como si se encontraran en un laberinto romántico.

 


•Mitch: Is there an ornithological reason


•Mitch: for keeping them in separate cages?


•Melanie: Well, certainly. It’s to protect the species.



•Mitch: Yes, that’s important, especially during the molting season.



•Melanie: That’s a particularly dangerous time.


•Mitch: Are they molting now?


 

Como les decía, él emplea para acorralarla el lenguaje preciso de la zoología.

 

Mientras que ella, en cambio, hace uso de un lenguaje poroso e impreciso,

 


•Melanie: Oh, some of them are.

 

elusivo, incluso poético,

 


•Mitch: How can you tell?


•Melanie: Well, they get a sort of hangdog expression.

 

Y, como en el lenguaje, ella también se desplaza de nuevo en el espacio.

 

Nuevamente es patente que ella no huye de su acoso, sino que, bien evidentemente, lo suscita.

 

De hecho, está poniendo en práctica uno de los más ancestrales rituales amorosos, que consiste en hacerse perseguir por el varón que la solicita.

 

Y esta dialéctica de lo masculino y lo femenino que en ello se manifiesta bajo las figuras del perseguidor y la perseguida que se hacer perseguir, es, si lo piensan bien, homóloga a la de esos dos registros del lenguaje que les he señalado: el nombra y localiza, ella esquiva y se desplaza.

 

El presupuesto implícito en todo ello es que, con respecto a la palabra, la posición de ella es la de quien la aguarda y la recibe y por eso espera de él que la profiera.

 

Es ésta, en todo caso, una danza que cuenta con un final netamente preestablecido.

 



•Mitch: Yes, I see.


 

Él, finalmente, la alcanza, tanto como ella espera y desea ser alcanzada.

 


La hora de la verdad

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Dejémonos de juegos, dice entonces Mitch:

 


•Mitch: Well, what about the lovebirds?


 

Si lo tienes, enséñamelo.

 

Si lo eres, entrégate.

 

Quizás a alguno de ustedes les parezca excesivo esto que digo.

 

Y sin embargo, es exactamente eso lo que dice Mitch a continuación:

 


•Melanie: Are you sure you wouldn’t like to see a canary instead?


•Melanie: We have some very nice canaries this week.


•Mitch: All right.


•Mitch: All right. May I see it, please?

 

De acuerdo. ¿Puedo verlo, por favor?

 

Es decir: muéstramelo. Muéstrame ese pajarito que dices tener/ser.

 

Es evidente, en cualquier caso, hasta que punto se ha reconfigurado el plano.

 


 

Ahora están ellos dos frente a frente, perfil contra perfil, en un plano acentuadamente simétrico.

 

En su centro, de nuevo, una jaula dorada, pero esta vez absolutamente centrada, completa e íntegra ante nuestra mirada y, a su vez, dividida en dos lados por el arco metálico que la sostiene, con un pajarito en cada uno de ellos -evidentemente, un macho y una hembra.

 

Curiosa, ¿no les parece? esta pequeña estructura en abismo, dada la duplicación en cascada de los términos de la composición.

 

Ya no hay línea de escape.

 

Todo indica que ha concluido la danza galante y llega el momento del choque. El momento, también, en el que las ambigüedades del juego de la seducción concluyen inevitablemente.

 


•Melanie: Oh! Oh!



•MacGruder: Oh, What is it? Oh!














•Mitch: There we are.



•Melanie: Oh, there.


•MacGruder: Wonderful.

 

¿Se han dado cuenta de lo que ha sucedido?

 


 

Todo ha comenzado con un plano de encuadre no menos insólito que aquel otro en el que tanto nos hemos entretenido:

 


 

Lo recuerdan.

 


 

Dos planos que cualquier manual al uso describiría como mal encuadrados, pero cuyos malos encuadres -digámoslo así, entre comillas- participan de un mismo tema y es el de lo que, en la mujer, se sitúa precisamente del lado del mal encuadre.

 

 

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Safe Creative #2008175036938

 

 

14. Once años

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-25 (3)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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Un sesgo perverso -los once años de Cathy

 


•Mitch: Well, these are for my sister for her birthday, you see,


•Mitch: and as she’s only gonna be 11, I…

 

Ahora bien, ¿no hay de nuevo aquí un cierto sesgo perverso, esta vez en el modo en que se involucra en este juego erótico, a modo de coartada, a una niña que todavía solo tiene 10 años, dado que se anuncia su próximo onceavo cumpleaños?

 

Ninguna interpretación hay tampoco en esto que les digo ahora, pues constituye uno de los más evidentes hilos de la narración en su primera mitad:

 


 

el regalo de Kathy será primero la coartada que se dará a sí misma Melanie para viajar tras Mitch, y lo utilizará luego éste como justificación ante su madre para invitarla a cenar,

 


•Mitch: Miss Daniels brought us some birds from San Francisco.


•Mitch: For Cathy for her birthday. Where is she?


•Lydia: Across at Brinkmeyer’s.


•Mitch: As a matter of fact, Miss Daniels is staying up here for the weekend,


•Mitch: so


•Mitch: I’ve already invited her for dinner tonight.

 

al igual que utilizará más tarde la fiesta de cumpleaños de la niña como coartada para provocar un ulterior encuentro.

 


•Melanie: Well, I couldn’t. I have to get back to San Francisco.



•Melanie: No, I wouldn’t want to disappoint Cathy, but…


•Melanie: I see.


•Melanie: All right. Yes, I’ll be there.


 

Tan es así que el espectador se ve conducido a sospechar que el ataque de los pájaros en esa fiesta tiene algo que ver con todo ello:

 






 

De hecho, como ven, Kathy es la primera víctima del ataque que arrasa su fiesta de cumpleaños.

 


•Mitch: and as she’s only gonna be 11, I…

 

De modo que aquí, por el camino, se desliza por primera vez una cifra que tendrá un largo recorrido en el film.

 


La madre y los once años

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•Melanie: My mother? Don’t waste your time.



•Melanie: She ditched us when I was 11 and ran off with some hotel man in the east.

 

Aquí la tienen de nuevo.

 

Y esta vez la cifra aparece directamente relacionada con una madre.

 

Bien poco antes de que los pájaros ataquen la fiesta del 11 cumpleaños.

 


•Melanie: You know what a mother’s love is?


•Mitch: Yes, I do.


•Melanie: You mean it’s better to be ditched?


•Mitch: No. I think it’s better to be loved. Don’t you ever see her?


•Melanie: (voice breaking) I don’t know where she is.



•Melanie: Well, maybe I ought to go join the other children.

 

Notable, ¿no les parece? lo que acabamos de oír a Melanie: no habla de reunirse con los niños sino de reunirse con los otros niños, como si Mitch, y quizás ella también, lo fueran.

 


 

El plano se vacía y comienza una cuenta atrás:

 


•Annie: All right. Here we go. One…


•Annie: Two…


•Annie: Three…


•Annie: There you go.



 

Retorna de nuevo la cifra, esta vez de modo visual, dado que son 11 las velas colocadas sobre la tarta que sostiene la madre.

 

Acaban de ver lo que sigue:

 


•BOY: Look! Look!




 

Pero la cosa no acaba aquí.

 


•Lydia: Tell him about the party.


•Mitch: That’s right. We had a party here this afternoon for Cathy, for her birthday.


•Al: How old is she?


•Mitch: Eleven!

 

Lo ven, ahora esa cifra queda ligada a una imagen bien expresiva del mundo desintegrado de la madre.

 

De modo que, visto a posteriori,

 


•Mitch: and as she’s only gonna be 11, I…

 

la presencia de la madre planea ya, sólo que herméticamente implícita, en esta escena inicial, ensombreciendo el tono de comedia elegante que a pesar de todo es el suyo.

 

Ante estos hechos textuales -pues no lo pierdan de vista: tales son- ¿cómo no sospechar que la cifra 11 posee una relevancia muy especial en el universo subjetivo de Alfred Hitchcock? Y una relevancia asociada tanto a la figura de la madre como al tiempo del acceso a la primera adolescencia.

 

Les diré, por lo demás, dado que me gusta trabajar con todas las cartas sobre la mesa, que, para mi, eso es más que una sospecha.

 

Quiero decir: se trata de una cosa probada.

 

Y es que el análisis textual permite, precisamente, aducir pruebas -pruebas textuales- con mucha mayor facilidad que la experiencia clínica, en la que siempre resulta obligado proteger la intimidad del paciente.

 

Pero es todavía demasiado pronto para suscitar aquí el sentido de esa cifra.

 

Quien tenga prisa de conocerlo, puede encontrar el desarrollo del asunto en mi libro Escenas fantasmáticas. Disponible aquí

 

 

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13. El juego de la seducción y sus fingimientos

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-25 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

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Timándose

 

En todo caso, ellos, nuestros personajes, ignoran la presencia de esta jaula y del pájaro que mora en su interior, de la misma manera en que, como les decía, los espectadores del film probablemente no reparan conscientemente en ella mientras contemplan la escena.

 

Y es que tanto unos como otros están instalados en el despliegue del juego de la seducción tal y como se desenvuelve en el campo de lo imaginario.

 

Hay una vieja expresión para eso que les sucede a los seres humanos cuando se ven involucrados en ese juego. Quizás no la conozcan o les parezca ya muy antigua, pero es notablemente precisa: se dice -se decía- que están timándose.

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

•Mitch: Lovebirds.


•Melanie: Lovebirds, sir?


•Mitch: Yes. I understand there are different varieties. Is that true?

 

 


Fingimientos

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•Melanie: Well, yes, there are.


 

El juego de la seducción ha comenzado, Y se despliega, todo él, en el territorio de la representación, por la vía de una variada serie de fingimientos encadenados entre sí.

 

Sabemos que ella finge ser una dependienta, mientras que de hecho participa de un determinado juego que se sitúa del lado del erotismo. -En la medida en que se ha reconocido deseada en la mirada del hombre, se muestra dispuesta a disfrutar del poder que eso le confiere.

 

Por lo que a él se refiere, aun cuando ello todavía no nos ha sido confirmado, intuimos por su actitud que se halla no menos entregado a un determinado juego, del que su deseo es al menos uno de sus componentes. Y adivinamos, en todo caso, que finge no saber que ella no es una dependienta del establecimiento.

 

 


Fingimiento del fingimiento

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Hay fingimiento en la seducción, les digo, pero no cualquier fingimiento, sino uno particularmente específico.

 

Tratemos de aislar su estructura:

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

Ella le díce que sí, que podría atenderle.

 

Pero lo dice de manera poco convincente, como si anunciara la posibilidad de no hacerlo, de dedicarse, en cambio, a jugar con él.

 

E, igualmente, sucede con la preguna que le devuelve ¿qué es lo que desea?, en la que finge no saber, pero a la vez sugiere saberlo a la perfección -pues sabe que lo que él desea es a ella misma.

 

¿Se dan cuenta, entonces, de cuál es la estructura de ese particular fingimiento que se pone en juego en la seducción?

 

Digamos primero lo que no es: no es un fingimiento convincente, no es una buena interpretación que nos llevaría a creer indiscutible lo que se nos dice, sino un fingimiento de segundo grado, o, si prefieren, un fingimiento del fingimiento, que se relativiza a sí mismo, pues no tanto finge como finge que finge.

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?




•Mitch: Lovebirds.

 

Y, como ven, lo mismo sucede por parte de él: dice que quiere lovebirds, pero lo dice de manera que no queda nada claro que realmente sea eso lo que quiere.

 


•Melanie: Lovebirds, sir?

 

Lo leen en el rostro de ella: ¿este tipo se está quedando conmigo?

 

Para aclararles mejor este asunto de la estructura del discurso del seductor, permítanme que me detenga por un momento en su mejor ejemplo, que es el piropo del seductor, pues es seguramente lo que mejor puede explicarla.

 

Piensen en un enunciado como, por ejemplo, este: eres una mujer bellísima.

 

Eso pueden decirlo igualmente un enamorado y un seductor, pero cada uno de ellos lo dice de una manera notablemente diferente. Así, el enamorado lo dice de manera plenamente convincente -a fin de cuentas, está enamorado. El seductor, en cambio, lo dice con cierto retintín, con una pincelada burlona que relativiza el enunciado y lo pone bajo la rúbrica del fingimiento del fingimiento.

 

De modo que lo que puede leerse en su enunciación es algo así como: podrías ser bellísima para mí, pero podría ser que fueras menos bella de lo que deseas ser y yo podría estar burlandome de ti.

 

Ven la diferencia. Su fondo es cierta lucha de poder que late siempre en el juego de seducción.

 

Pues ven cual es el riesgo del enamorado: que al declarar convincentemente su amor, queda en manos de su amada en calidad de conquistado y, por eso, de alguien potencialmente irrelevante.

 


•Melanie: Lovebirds, sir?


•Mitch: Yes. I understand there are different varieties. Is that true?


•Melanie: Well, yes, there are.


 

Oyen, sin duda, el retintín que late en los enunciados de ambos.

 


El seductor no cesa de decir su verdad

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La cosa, ahora, versa sobre el saber de los pájaros del amor: ¿sabes tu de eso o acaso la verdad es que de eso tú no sabes nada ?

 

Es así, ¿no les parece? Y sin embargo, siendo así, algo más hay que decir de esa estructura.

 

Pues nos encontramos ante una que incluye una doble negación.

 

Y ya saben que esto es como en matemáticas: dos signos negativos seguidos devuelven un signo positivo. Una doble negación constituye una afirmación.

 

Si digo que finjo que finjo es que entonces, en lo esencial al menos, no finjo para nada.

 

Y así sucede que el seductor, a pesar de que se disfraza en su gesto burlón, no cesa de decir su verdad.

 

Quiero decir: la verdad de su deseo, muchas veces desesperado, de seducir, es decir, de ser deseado.

 

Y ciertamente, en el filo de su desafío, algo termina por hacerse evidente: no solo el intenso deseo que circula entre ambos, sino, simultáneamente, el miedo a confesarlo y, así, descubrirse vulnerables.

 


•Mitch: Well, these are for my sister for her birthday, you see,


•Mitch: and as she’s only gonna be 11, I…


•Mitch: I wouldn’t want a pair of birds that were…


•Mitch: too demonstrative.


•Melanie: I understand completely.


•Mitch: At the same time, I wouldn’t want them to be too aloof, either.


•Melanie: No, of course not.


•Mitch: Do you happen to have a pair of birds that are


•Mitch: just friendly?


•Melanie: Oh, I think so.

 

Como ven, el juego sigue.

 

A través de la referencia a los pajaritos del amor, no se habla de otra cosa que del encuentro sexual, por más que se lo proyecte a un tiempo posterior.

 

Podríamos afirmar incluso que Mitch estuviera describiendo por vía metafórica la situación misma en la que se encuentra ahora el juego erótico en el que Melanie y él se hallan involucrados.

 

Pues, a fin de cuentas, pide una pareja de lovebirds galante.

 


•Mitch: Do you happen to have a pair of birds that are


•Mitch: just friendly?

 

Obsérvese que no se dice amigos -friends- sino amigablesfriendly-, dejando abierta al futuro una relación posible.

 

Una pareja, en suma, suspendida en el juego de seducción: ni demasiado demostrativa, ni demasiado distante.

 

Y ella escucha a la perfección lo que late en la demanda formulada por las palabras del hombre, como lo manifiesta la sobreactuada ingenuidad con la que responde a sus solicitudes:

 


•Mitch: I wouldn’t want a pair of birds that were…


•Mitch: too demonstrative.


•Melanie: I understand completely.


•Mitch: At the same time, I wouldn’t want them to be too aloof, either.


•Melanie: No, of course not.

 

 

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12. El pájaro del amor y el pájaro negro

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-25 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

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La demanda de MItch: wonder

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?



•Mitch: Lovebirds.

 

Es ciertamente notable lo que Mitch demanda.

 

Pajaritos del amor.

 

¿Cómo es posible? ¿acaso no es él varón, acaso no debe tener, por eso mismo, el pajarito del amor? Ciertamente, lo tiene -me refiero, no lo pierdan de vista, al pajarito del amor, es decir, al pene.

 

Quizás ustedes, a pesar de todo lo que hablamos el otro día, seguramente siguen preguntándose que, si es así, si lo tiene, ¿por qué habría de pedírselo a ella?

 

El caso es que se lo pide y ustedes se sonríen cuando lo oyen, lo que quiere decir que se lo toman en serio. Pues recuerden lo que Freud decía del chiste: que en él hay casi siempre cierto deseo inconsciente que encuentra una vía de manifestación. Por el simple hecho de que entran en el juego de la situación de comedia sofisticada que la escena presenta, en cierto plano de ustedes mismos, dan por verdadera tan peculiar demanda.

 

De modo que nos sobran los motivos para seguir explorándola.

 

Debemos por tanto deletrearla más detenidamente:

 



•Mitch: I wonder if you could help me.


 

Atiéndeme,

 


•Melanie: What?



•Mitch: I said, I wonder if you could help me.

 

Atiéndeme

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?


•Mitch: Lovebirds.

 

Pajaritos del amor.

 

Hay algo de telegráfico en el modo en el que esta demanda se formula: Atiéndeme – pajarito del amor.

 

¿Como presentar lo elidido, la solución de continuidad entre lo uno -Atiéndame- y lo otro –el pajarito del amor? ¿Le está pidiendo a ella que le de el pajarito del amor? ¿O le está pidiendo que lo sea para él?

 

Pero atendamos más detenidamente a la primera parte de la demanda que he resumido en un expeditivo atiéndeme:

 


•Mitch: I wonder if you could help me.


 

La traducción convencional es ¿Puede usted ayudarme?

 

Pero hay algo de maravillado en el modo de preguntarse de él.

 

Reside en ese wonder que, como verbo, se traduce desde luego como preguntarse, pero también como asombrarse y maravillarse.

 

Y, como sustantivo, wonder se traduce por todas las constelaciones de la maravilla: maravilla, milagro, prodigio, asombro, admiración, portento

 

De modo que sería algo maravilloso, asombroso, prodigioso, que ella, precisamente ella, pudiera ayudarle en el campo de los pajaritos del amor.

 

Y ciertamente es así, dado que precisamente eso, el pajarito del amor, es algo que ella ni es, ni lo tiene.

 

 


Lo wonder del asombro de las chicas

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Por lo demás, ¿se han dado cuenta de que lo wonder opera también para ella? Me refiero a la sorpresa y al asombro con el que, en un primer momento, Melanie escucha la demanda de él:

 


•Mitch: I wonder if you could help me.


•Melanie: What?

 

¿Qué?

 


•Mitch: I said, I wonder if you could help me.


 

Ven su asombro: ¿qué quiere? ¿cómo es posible que él quiera algo de mí? Les hablaba el otro día del acoso que las niñas que acaban de salir de la fase de latencia someten a los niños de su edad que se encuentran todavía en ella.

 

Ciertamente, no deja de molestarles el modo en que los niños huyen de ellas -algún día habrá que empezar a analizar hasta que punto ese es uno de los motivos del fracaso escolar de los varones en esta fase, dado que esto que les cuento sucede precisamente en la escuela, en la que nos hemos empeñado a meter juntos a niños y niñas de la misma edad.

 

Pero dejemos esto ahora.

 

Lo que me interesa es llamarles la atención sobre lo wonder del asombro que esas mismas niñas han de sentir cierto tiempo después, cuando perciben que esos niños que las huían de pronto comienzan a interesarse por ellas y a…

 


 

colocarlas en el centro de su campo visual, justo en ese lugar donde hacía mucho que ellas habían querido estar.

 


 

Lo ven, ¿verdad? Ven con que gusto, pasado el primer asombro, se instala Melanie en esa posición.

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

 

 

 

 

 


El hombre y la mujer frente a frente

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•Mitch: Lovebirds.

 

El caso es que ahí tienen ustedes al hombre y a la mujer, frente a frente, interpelándose en el campo del deseo.

 

En términos semióticos, dos signos, hombre y mujer,

 


hombre     /    mujer

 

que constituyen un eje semántico, es decir, que se presentan opuestos entre sí, de modo que su significado se establece por la vía de esa oposición.

 

El significado del significante hombre es, en el campo de la especie humana, lo que se opone al significado del significante mujer y viceversa.

 

De modo que cierta barra significante -que no es para nada la que se inventa Lacan, sino la de Saussure- separa y opone lo uno de lo otro.

 

Ahora bien, eso es lo que sucede en el orden semiótico, porque en el orden de lo real…

 

¿Qué sucede en el orden de lo real? ¿Qué sucede ahí tal y como el film lo escribe en esta imagen?

 

Que en el lugar de esa barra significante aparece algo que no es un mero elemento de diferencia y oposición, puramente inmaterial, como diría Saussure, sino algo densamente material, algo que se espesa bien matéricamente, una presencia material que se presenta como informe y amenazante a la vez: ese gran pájaro negro.

 

Y se dan cuenta de hasta que punto el conjunto formado por ese pájaro negro y su jaula dorada poseen una presencia visual superior a la de cada uno de los dos personajes.

 

Pues bien, ahí lo tienen: el punto de ignición. Entre el hombre y la mujer, en lo real, el horizonte de la experiencia sexual.

 

Una experiencia en la que esos confines que constituyen los significados diferenciales de lo masculino y lo femenino, tanto como sus imagos diferenciadoras, se disuelven en el choque con el cuerpo real -quiero decir, con el cuerpo propio allí donde se confunde con el cuerpo del otro.

 


El pájaro del amor y el pájaro negro

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Ciertamente, ese pájaro negro no es el pájaro del amor.

 

Por supuesto que no.

 

Mas algo tiene que ver con él, pues es todo lo contrario que él.

 

Y ya saben ustedes que las dos vías más directas que conectan dos términos del lenguaje son la semejanza y la oposición.

 

De hecho, como veíamos el último día, ese pájaro negro ha sido algo

 


 

capaz de ensombrecer la mirada de Mitch, que por eso se desviaba de él

 


 

para iluminarse con la contemplación de

 


 

la figura de Melanie.

 

Ahora bien, si el pajarito del amor es el pene -recuerden que no lo digo yo, sino la Real Academia Española-, entonces ese pájaro negro debe ser todo lo contrario.

 

Y bien, ¿qué es todo lo contrario del pene? ¿Qué es todo lo contrario del pene en esa dialéctica, la de la fase fálica, que es la dialéctica del tener o no tener?

 

La castración, sin duda,

 

¿Que por qué pongo la experiencia sexual y la castración en el mismo lugar? Bueno, en primer lugar, no soy yo quien la pone ahí, solo soy, en todo caso, quien la encuentra ahí, en el film.

 

Pero, en todo caso, la cosa es del todo plausible, al menos desde el punto de vista del varón, quien accede entusiasmado a la experiencia sexual en la que espera poseer el objeto, ese objeto que tiene buena figura y espléndidas piernas y, sin embargo, a la hora de la verdad, choca con eso que es todo lo contrario y de lo que no quería saber nada: la castración tal y como se presenta para él en el cuerpo hendido de la mujer.

 

Como ven, solo un héroe aguanta ahí sin salir huyendo.

 

Y eso, un héroe, es precisamente lo que Melanie reclama.

 

El caso es que ahí tienen a Mitch, rodeado de un lado por la bella, resplandeciente, deslumbrante wonder Melanie y, del otro lado, por el amenazante, por el espeluznante pájaro negro.

 

Podemos percibir bien ahora hasta que punto el dorado de la jaula es idéntico al del cabello de Melanie, como el negro de su vestido es el mismo negro del pájaro, a la vez que presenta una textura no menor que la de éste.

 

Queda así definido el segundo conflicto narrativo del film como el que enfrenta al hombre y a la mujer en el campo del desafío sexual -pues les recuerdo una vez más que como ninguna otra cosa comparecen ambos: en lo que sigue, todas sus acciones, hasta el comienzo de las agresiones de los pájaros, no responderán a otro móvil que el del juego de la seducción.

 

Y, claro está, si les digo que éste es el segundo conflicto narrativo es porque el primero, presente desde el comienzo, es el que enfrenta a la civilización y los pájaros.

 

Pero, si lo piensan bien, se darán cuenta de que estos dos conflictos que vertebran el relato no son, después de todo, más que dos aspectos de un mismo drama.

 

Pues si el problema de la civilización estriba en cómo gestionar la violencia que emana de la pulsión, el encuentro sexual entre el hombre y la mujer es un ámbito central donde esa dificultad y esa gestión se ponen en juego.

 

 

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11. La castración

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-18 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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Álgebra hitchcockiana: orden inverso

 


Para poder desarrollar en profundidad esa dialéctica -la de la figura y el fondo que es también la de lo imaginario y lo real-, conviene que volvamos a esa estructura común en la que se inscribían los dos primeros planos subjetivos de la película.

 


 

Notable, les decía, el álgebra hitchcockiana.

 

Vimos hasta qué punto ambas cadenas se superponían, aunque, eso sí, en orden inverso.

 

Como les decía, en el caso de la mujer es la interpelación erótica la que precede al avistamiento de los pájaros, y ésta emerge como una interrogación, mientras que, en el caso del hombre, en cambio, el avistamiento del pájaro es anterior a la interpelación erótica, en ausencia de toda interrogación.

 

 


Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica

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Pues bien, ¿qué les parece si les digo que esta relación inversa corresponde bien a esta otra?:

 

«En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.»

[Freud, Sigmund: (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, p. 275]

 

Entiendan aquí el complejo de Edipo en su sentido más estricto, es decir, como esa fase en la que el niño desea a la madre y rivaliza con el padre y en la que la niña desea al padre y rivaliza con la madre.

 

Pues bien, afirma Freud que el complejo de Edipo del varón acaba con la llegada del complejo de castración, mientras que, inversamente, el de la niña comienza con él.

 

Puede parecerles que lo único en común entre esto y los dos planos subjetivos que nos ocupan es la inversión misma, pero que nada habría en común por lo que se refiere al contenido de lo invertido en uno y otro texto.

 

Y sin embargo…

 

¿Qué sucedería si ensayáramos a poner a los pájaros en el lugar de la castración? Doy por hecho que, en principio, la cosa les parecerá forzada.

 

Solo les pido que ensayen. Y recuerden lo que tantas veces dijo Freud, que a veces el que algo parezca forzado es producto de una resistencia por parte de la conciencia. De modo que la única manera de saber si es o no así consiste en seguir hacia adelante, para averiguar si eso, finalmente, llega a algún sitio.

 

Hay, al menos, un elemento sobre el que soportar esa relación: los pájaros en el film son una fuente de horror, como lo es la castración, nos dice Freud, para el varón.

 

Pero antes de proseguir esta línea de exploración, familiarícense un poco más con la temática de la castración:

 

«la niña pequeña (…) nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.

«He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto, poco interesado al principio; no ve nada, o desmiente su percepción (…) Sólo más tarde, después que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa; su recuerdo o renovación mueve en él una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza que hasta entonces había echado a risa. Dos reacciones resultarán de ese encuentro (…) que (…) determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio triunfalista hacia ella. (…)

«Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.

[Freud, Sigmund: (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, p. 270-271]

 

 


La envidia del pene

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Es posible que a algunos de ustedes les parezca inaceptable esa envidia del pene inicial que Freud describe.

 

Para que se familiaricen con su plausibilidad les daré un par de entradas diferentes.

 

La primera: piensen en dos hermanitos pequeños, da igual de que sexo, pero que se lleven poca diferencia de edad.

 

Quien más y quien menos sabe que no puede presentarse en el cumpleaños de uno de ellos con solo un regalo para éste; que deberá llevar dos para evitar que el otro experimente el desconsuelo insoportable de no recibir nada cuando su hermanito reciba su regalo.

 

La segunda entrada es un pequeño experimento.

 

Cojan algo que no valga gran cosa, incluso nada, qué se yo, una simple chapa, por ejemplo, y ténganla en sus manos durante un breve tiempo delante de esos dos mismos niños pequeños, dejándoles ver, con su actitud, que eso que tienen en las manos es algo que les interesa.

 

Luego dénsela a uno de ellos. Pueden estar seguros de que, de inmediato, el otro se verá asaltado por una intensa envidia, considerará ese objeto como maravilloso y hará todo lo posible por arrebatárselo a su hermanito.

 

Más exactamente: si es el mayor, es decir, si dispone de la fuerza suficiente, se lo arrebatará sin duda. Y si no dispone de ella se sentirá infinitamente maltratado y desposeído.

 

¿Se van dando cuenta? A lo que hay que añadir, qué quieren que les diga, que por más que en nuestra sociedad moderna se haya puesto de moda hablar con desprecio del pene, vale más que una chapa.

 

No me detendré ahora en ese desprecio, solo les llamaré la atención sobre el hecho de que correlaciona con la extrema crisis de natalidad que padecen las sociedades desarrolladas, así la nuestra, en la que, en los últimos años muere más gente que la que nace.

 

 

 

 


El pene y el deseo de la madre

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En lo que sí me detendré, en cambio, es en llamarles la atención sobre un hecho que explica muy bien el valor que el pene obtiene tanto para el niño como para la niña en la llamada fase fálica y en el que, sorprendentemente, no parece reparar Freud.

 

Pues, como acaban de ver en las citas que les he presentado, Freud examina el asunto desde el punto e vista del niño y de la niña en tanto constatan lo que, anatómicamente, tienen o no tienen.

 

Sin embargo, no atiende a lo que en mi opinión da al pene, tanto para el niño como para la niña, todo su valor.

 

Me refiero al hecho de que éste, antes y por encima de ser algo que está o no está en la anatomía del niño, es algo que queda marcado para él como aquello que la madre desea -claro está, sí, y solo si lo desea realmente.

 

Permítanme que me detenga en la descripción del contexto en el que eso sucede.

 

Para ello es necesario remontarse algo en el tiempo. En el principio, el niño nada sabe de lo que tiene o no tiene, sencillamente porque carece de yo, de imagen de sí.

 

¿Cómo nace esa imagen, la imagen de sí, de su yo? La toma del otro. Pero cuidado, no confundan esto con la llamada fase del espejo de Jacques Lacan, según la cual el niño obtendría la imagen de su yo tomándola, entre los seis y los ocho meses, de su imagen en el espejo tanto como de la de los otros niños de su edad.

 

Para nada es así. No es que la fase del espejo no exista: ciertamente existe y se da en ese periodo, como había establecido un notable psicólogo cognitivo, Henri Wallon, de quien Lacan la tomó, vía plagio, es decir, sin reconocer su origen.

 

Que puedo decirles: eso, el plagio, en los últimos tiempos, está muy de moda.

 

En mi opinión, el motivo de la estigmatización que hizo Lacan de la psicología cognitiva obedece, en lo fundamental, a su obsesión por borrar las huellas de ese plagio. Lacan quería ser famoso, a toda costa. Y sabía que Freud se había hecho famoso con sus fases -ya saben: oral, anal, fálica y genital-, como luego Melanie Klein lo había logrado con las suyas -esquizo-paranoide, y depresiva.

 

De modo que él, para situarse en el panteón del psicoanálisis, necesitaba la suya propia. Se la robó a Wallon.

 

El caso es que todo indica que había leído más y mejor a Wallon que a Freud, hasta el punto de que ignoraba, cuando afirmó que el yo nacía en la fase del espejo, que Freud había localizado ese nacimiento mucho antes.

 

Para Freud había, antes de alcanzar esa fase, un yo-placer que se constituía por introyección -es decir, por incorporación- de toda fuente de placer y por expulsión de todo lo que constituía motivo de displacer.

 

Y bien: la primera fuente de placer es, sin duda, el pecho materno. Y, por extensión, la imagen total de la madre.

 

Así, frente a la angustia de desintegración que experimenta el bebé en su ausencia, reencuentra la calma y el placer con su retorno.

 

De modo que, cuando ella está, hay una primera imago en la que el yo se reconoce. Cuando no está, en cambio, retorna la angustia de desintegración.

 

Les invito a ver en ello la dialéctica del fondo

 


 

y la figura

 


 

tal y como se la he descrito a ustedes hace un momento.

 

Y les invito también a llamar Imago Primordial a esa imagen en la que el yo se reconoce por primera vez, porque, aunque está sustentada por la madre real, es sin embargo vivida por el niño como una figura omnipotente -lo que hace de ella, bien evidentemente, una figura imaginaria.

 

Ella es entonces, para el niño, todo: la omnipotencia misma a la que nada puede faltarle. Y por tanto el soporte del primario narcisismo infantil.

 

Imagínense ahora la angustia con la que el niño -y sigo utilizando este término de modo genérico, designando tanto a las niñas como a los varoncitos- descubre un buen día que esa figura omnipotente se manifiesta de pronto carente, es decir, deseante.

 

Así le sucede cuando constata que ella aparta de él su mirada para dirigirla hacia un tercero que desde ese momento queda investido, para el niño, con su deseo.

 

En la misma medida en que así hace, necesariamente, cae de su omnipotencia, pues se descubre como un ser deseante y, en esa misma medida, carente.

 

¿Qué aparece entonces, tanto para el niño como para la niña, como el motivo de su deseo? Sin duda: el pene, cuyo prestigio, entonces, se descubre esencialmente dependiente del deseo de la madre.

 

La contrapartida de ese prestigio es, deben haberlo adivinado ya, el desprestigio de esa persona, la madre, que hasta ahora era percibida como la imago primordial.

 

Pues ella carece, precisamente, de eso. Y en el lugar de eso que no tiene, además, aparece algo, a modo de hendidura, que se abre hacia el interior del cuerpo.

 

No tienen más que echar un vistazo al cine de terror postclásico para constatar que el interior del cuerpo aparece siempre, más tarde o más temprano, como el fondo de todos los horrores.

 

 


El niño y niña ante la castración

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Creo que estamos ya en condiciones de proseguir nuestra exploración de este texto de Freud:

 

«la niña pequeña (…) nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.

«He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto, poco interesado al principio; no ve nada, o desmiente su percepción (…) Sólo más tarde, después que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa; su recuerdo o renovación mueve en él una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza que hasta entonces había echado a risa. Dos reacciones resultarán de ese encuentro (…) que (…) determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio triunfalista hacia ella. (…)

«Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.

[Freud, Sigmund: (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, p. 270-271]

 

Frente a la envidia del pene en la niña, el niño tiende, en un primer momento, a descartar su percepción –no ve nada, o desmiente su percepción-, es decir, a ignorarla. Pero luego, cuando ésta se le impone cono un hecho insoslayable, acaba viviéndola como una temible tormenta afectiva, cuyo color emocional, dirá Freud en muchos otros de sus textos, será el de la angustia –angustia de castración.

 

Con ella se pone fin, en el niño, al Edipo: en aras a preservar eso tan valioso que él tiene, renuncia a la madre y se identifica con el padre y su ley.

 

Comienza así su fase de lantencia. A lo que hay que añadir que, como efecto de esa angustia enterrada, quedan esos dos rasgos que acompañarán su relación futura con la mujer: el horror ante los genitales femeninos percibidos como la realidad de la castración y el menosprecio triunfalista -es decir: narcisista- hacia quien la padece.

 

En la niña, en cambio, no hay angustia de castración, sino saber de la castración consumada -en el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo-, lo que habrá de orientar de manera inequívoca, piensa Freud, el deseo femenino.

 

Tienen en este texto otra confirmación de hasta que punto, como les decía el otro día, es falsa esa afirmación lacaniana sobre el enigma del deseo de la mujer. El enunciado freudiano es del todo contundente: ella ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.

 

Por el contrario, el auténtico enigma para Freud, habrán tenido ocasión de leerlo en mi sesión sobre el fetichismo, es el del deseo del hombre y cobra esta forma: ¿como es posible que el varón desee a la mujer si ella es la encarnación misma de la castración?

 

«Probablemente a ninguna persona del sexo masculino le es ahorrado el terror a la castración al ver los genitales femeninos. ¿Por qué algunos se vuelven homosexuales a consecuencia de esa impresión, otros se defienden de ella creando un fetiche y la inmensa mayoría la supera? He ahí algo que por cierto no sabemos explicar.»

[Freud: (1927) El fetichismo]

 

De aquí mi fórmula -que por lo demás simplemente he deducido de lo que se encuentra en la mejor tradición de los relatos clásicos-, según la cual sólo un héroe está a la altura del deseo de la mujer.

 

Como ven, es del todo coherente con la afirmación de Freud que acabo de presentarles, por más que él aquí no utilice la palabra héroe. Porque es un hecho que lo que se está preguntando es, ¿cómo es posible que haya tantos héroes? Porque solo un héroe es capaz de afrontar la castración que ella encarna.

 

Permítanme que simplifique, para hacerles ver el núcleo del asunto: la mujer quiere la promesa de que, cuando llegue la hora de la verdad, él no saldrá huyendo.

 

 

 

 


El varón no está castrado

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Una última cosa a propósito del complejo de castración tal y como es pensado por Freud.

 

Casi huelga, dado lo ya dicho, pero es posible que, a pesar de ello, cierta redundancia pueda resultar todavía necesaria.

 

Se trata de llamarles la atención sobre cierta confusión presente en el discurso de demasiados psicoanalistas contemporáneos -y de la que, hasta donde se me alcanza, Lacan fue el principal promotor. Me refiero a esa que afirma que tanto el varón como la mujer están castrados.

 

Creo que es una concesión irresponsable al discurso feminista hoy dominante, que ha hecho de la igualdad, es decir, de la indiferencia sexual, su bandera.

 

No entiendan esto como una objeción general al feminismo, pues hubo un tiempo, en los comienzos de ese movimiento, en que las feministas reclamaban la igualdad jurídica sin por ello objetar, como sucede hoy mayoritariamente, la desigualdad -es decir: la diferencia- simbólica.

 

Por el contrario: a la vez que reclamaban el acceso en condiciones de igualdad al espacio social, reivindicaban -en vez de repudiar- su feminidad.

 

En todo caso, jamás habló Freud de castración en el varón.

 

Quiero decir: para él, el hecho de que tanto el varón como la mujer fueran golpeados por la realidad de la castración no le condujo nunca a afirmar que ambos sexos devinieran castrados.

 

Lo han leído ya con anterioridad, pero conviene que lo hagan de nuevo:

 

«En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.»

[Freud, Sigmund: (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, p. 275]

 

Como ven, Freud distingue con absoluta nitidez entre castración consumada
y mera amenaza de castración.

 

 


Castración: carencia + acto

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Seguramente se preguntarán porqué insiste Freud en llamar castración a esa condición de la genitalidad femenina que se caracteriza por la ausencia de pene, cuando la palabra castración designa no solo una carencia sino, a la vez, un acto violento que la provoca.

 

Han debido leer ya la explicación de ello en mi sesión sobre el fetichismo. El motivo de Freud tiene que ver con el punto de vista del niño -vuelvo de nuevo al uso genérico del término- ante la escena primordial.

 

El niño percibe el acto sexual de los padres como una agresión.

 

Como una agresión en la que el padre castra a la madre dando así sentido a los gemidos del goce que de ella proceden.

 

¿Les parece esto chocante?

 

No lo es tanto si atienden al hecho de que, hasta entonces, la madre era vista como esa omnipotencia que era la de la imago primordial a la que nada podría faltarle.

 

Solo añadiré que tal es la escena primaria canónica. Pero que es posible que el niño la viva de otra manera, es decir, invertida.

 

Concretamente: es posible que la viva como una aniquilación del padre por la madre. En tal caso, la omnipotencia de la imago primordial permanecería para siempre tan incólume como aplastante para el niño.

 

Tal es, en mi opinión, lo que sucede en la psicosis, como he argumentado detenidamente en el capitulo final de mi libro Escenas fantasmáticas.

 

Y tal es lo que encontraremos en el centro mismo de Los pájaros, manifiesto en la más precisa de las imágenes:

 




 

 

 

 

 


la diferencia mayor: la interrogación de Melanie

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Retornemos pues al film.

 


 

Debemos anotar ahora lo que constituye, más allá de esa disposición invertida, la diferencia mayor.

 

Se trata nuevamente de algo que comenzamos a señalar el otro día, aunque no sacáramos de ello todas sus consecuencias.

 

La pregunta de Melanie se insertaba

 


 

en el interior de un circuito netamente femenino, en el territorio de ese nosotras en el que, como les decía, y a pesar de la actual ingeniería de la neolengua, no tienen cabida los varones.

 

Y, en el interior de ese circuito, cobraba la forma de una interrogación, para nada de una demanda.

 

Pues el que pide algo, sabe, o al menos cree saber, lo que pide. Por eso el pedido, la demanda, es transitiva: yo quiero X, por ejemplo, un pájaro Miná.

 

El que se interroga, en cambio, no sabe y acepta no saber.

 

Así, la interrogación no es transitiva, sino intransitiva y, como acaban de escuchar, reflexiva: alguien se interroga, de modo que la interrogación afecta siempre a ese se que aparece ahí como un sí mismo.

 

Y bien Mitch, en cambio, demanda.

 

Vimos que también Melanie lo hacía, pero ciertamente no allí donde se interrogaba, sino donde formulaba la reclamación de su deseo.

 

De modo que debemos remodelar el esquema para hacer visible la diferencia más notable.

 


 

Aquí lo tienen: en el circuito de él no aparece la interrogación que es, sin embargo, el punto de llegada del de ella.

 

Y bien, atiendan ahora a la columna de la derecha, la de Mitch.

 

Les he sugerido ya que ese primer contacto visual con el pájaro negro encerrado en la jaula dorada tiene que ver con el primer atisbo de la amenaza de castración. Me dirán sin embargo que no hay angustia en él.

 

Yo diría más bien que hay ahí una angustia olvidada, pues no es menos cierto que está presente esa sombra que oscurece su rostro cuando se ve confrontado con el animal.

 

A continuación, desvía su mirada del ensombrecedor pájaro negro y su rostro se ilumina en la misma medida en que ve ante él a esa bella mujer.

 

Ciertamente, no hay inscripción alguna de la fase de latencia.

 

Por el contrario, la mirada de él corresponde a la del temprano adolescente de la columna de la izquierda -y recuerden, por cierto, que hemos vinculado su suspensión de la palabra con el silbido de aquel.

 

Les sugiero entonces esta idea: que la doble articulación de la columna de la derecha corresponde a la presentación de las dos caras que la mujer presenta para el hombre: la de quien encarna la castración y la de quien encarna al objeto del deseo.

 

Dos caras, desde luego, en extremo contradictorias.

 

El caso es que el final de la columna de la derecha nos conduce al comienzo de la de la izquierda, la de la mujer.

 

Ella, en tanto mujer, se ve admirada, deseada, interpelada como encarnación del deseo del hombre.

 

Y, sin embargo, ella sabe que está relacionada con un vacío radical, tal y como se manifiesta en su plano subjetivo en tanto este es, en lo esencial, un plano vacío.

 

 

 


Sacerdotisa

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Y este es su problema: que no es ese vacío lo que el varón quiere.

 

Pues, recuérdenlo, el varoncito, como la niña, han seguido la mirada deseante de la madre hasta el pene del padre con lo que éste ha quedado constituido desde entonces como el paradigma de lo deseable -¿acaso no quiere todo el mundo tener el mando a distancia? ¿o un teléfono inteligente?

 

La mujer, desde el saber de lo real que su castración le concede, sabe que no tiene lo que el hombre -como ella misma- desea.

 

¿Qué hace entonces? Qué hace entonces en tanto mujer femenina?

 

Ponerlo en escena.

 

Ponerlo en escena para así guiar al hombre.

 

Y bien, si el falo es lo que hace figura para el deseo, ella querrá tener la mejor figura, estará dispuesta incluso, para lograrlo, a subirse a los más altos zapatos de tacón.

 

Quiero decir: aceptará fetichizarse, para así guiar al varón hacia el acto sexual.

 

Ese es el motivo por el cual, si el erotismo es la institución principal de la cultura, la mujer comparece, en esa institución, como su sacerdotisa.

 

¿Lo dudan? Despejaremos esas dudas prosiguiendo el análisis.

 

 

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10. Objeto, actividad, pasividad

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-18 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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La demanda de él

 



•Mitch: I wonder if you could help me.


•Melanie: What?


•Mitch: I said, I wonder if you could help me.


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

Nos detuvimos aquí el último día.

 

En ese momento en el que ella decide jugar su papel en el campo de la demanda deseante que él plantea.

 

Y lo hace de manera por entero desafiante. De modo que, como les decía, sus palabras pueden ser traducidas así: sí, lo sé, yo soy lo que tu deseas.

 

Y por cierto que cuando ella responde así,

 


 

su cabeza se superpone totalmente sobre la jaula oscura del fondo, hasta el extremo de terminar por ocultarla.

 

Véanlo:

 






 

Y bien, ¿qué es lo que él, en tanto varón, desea? ¿No podría ser algo de esta índole? Tuvieron ocasión de contemplar el último día como Papageno, el aria con la que se presenta en La flauta Mágica, respondía a esta cuestión.

 

 


El deseo de Papageno

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Pues bien, recuerden como el Papageno de La flauta mágica describía su deseo:

 

«PAPAGENO
Yo soy el pajarero,
siempre alegre, ¡ole, upa!
Como pajarero soy conocido por
viejos y jóvenes en todo el país.
Cazo con reclamo y toco la flauta.
Puedo estar alegre y contento,
porque todos los pájaros son míos.
Yo soy el pajarero,
siempre alegre, ¡ole, upa!
Como pajarero soy conocido
por los viejos y los jóvenes
en todo este país.
¡Me gustaría tener una red
para muchachas,
las cazaría por docenas!
Luego las metería en la jaula
y todas ellas serían mías.
Si todas las muchachas fueran mías,
las cambiaría por azúcar:
y a la que yo más quisiera
le daría enseguida el azúcar.
y me besaría con delicadeza,
si fuera mi mujer y yo su marido.
Dormiría a mi lado y la acunaría
como si fuese una niña.»

 

¿Cómo podría no interesarnos Papageno, siendo como es un cazador de pájaros –Yo soy el pajarero, Cazo con reclamo?

 

Pero el primer motivo que hace para nosotros obligado atender a La flauta mágica es la relación bien explícita que hace Papageno, en su primera aparición en la obra, entre los pájaros y las muchachas.

 

Le gustaría, nos dice, tener una red para las muchachas. Las cazaría por docenas, luego las metería en la jaula y las haría suyas a todas.

 

Como ven, es éste, en principio, un deseo nada monogámico y, a la vez, uno posesivo y dominador.

 

¿No es esa idea la que se manifiesta

 


 

en la imagen en la que nos encontrábamos hace un momento en la que Melanie venía a ocupar el lugar de esa jaula que dibuja un arco tan semejante al de su propia cabeza?

 


 

¿Te gustaría enjaularme, verdad? Parece decir Melanie en el comienzo de su desafío.

 

Y lo hace de manera que, a la vez, se coloca ella misma en esa posición -a la vez que su cabeza se coloca delante de esa jaula del fondo-, es decir, sugiriendo, la posibilidad de ofrecerse ella misma en esa posición. Tal es la duplicidad, la ambigüedad esencial del juego de la seducción.

 

A lo que sigue un implícito vamos a ver de lo que eres capaz.

 

Por lo demás, no pierdan de vista que no deja de tentar al deseo femenino la idea de un hombre capaz de enjaularla.

 

Así, se da aquí una extraordinaria ambivalencia, porque después de todo, ¿quién es el enjaulado, la mujer {38o el pajarito?

 

}

 

Además, frente a ese primer deseo masculino de poseer a todas las mujeres, aparece uno segundo, más modulado, y que viene a asumir los rasgos del falo que les he enumerado como aquellos que responden al deseo de la mujer.

 

¿Acaso no es en ese sentido en el que avanza el aria de Papageno en su fase final?: de entre todas, una. Y una identificada como tal en el campo de la palabra, pues ella sería su mujer y el su marido.

 

«y a la que yo más quisiera
le daría enseguida el azúcar.
y me besaría con delicadeza,
si fuera mi mujer y yo su marido.
Dormiría a mi lado y la acunaría
como si fuese una niña.»

 

A vistas de lo cual, resulta obligado tomarse muy en serio a la señora MacGruder cuando le responde a Melanie:

 


•Melanie: And he’ll talk?


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…


•MacGruder: Well, no. You’ll have to teach him to talk.

 

Ciertamente, señorita, si usted desea que ese pájaro hable va a tener que enseñarle.

 

Luego veremos hasta donde alcanza esa pedagogía.

 

Conformémonos por ahora con anotar como, tomada la escena al pie de la letra, el personaje de la señora MacGruder no cesa de crecer: nos advierte no solo de la dificultad de lo que Melanie desea, sino también del trabajo que ella debería llegar a desplegar para poder obtenerlo.

 

 

 

 


Objeto, actividad, pasividad

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Pero volvamos al punto en el que nos encontrábamos:

 


 

Él la ha mirado

 


 

reconociéndola como objeto de su deseo.

 

Y es en tanto que tal

 


 

como ella, a su vez, se ha reconocido en la mirada que recibe, aceptando el desafío y entrando en el juego de la seducción.

 

Por lo demás, esa toma de decisión de entrar en el juego se traduce en un acto:

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

el de su movimiento de avance hacia él, que se ve reforzado por un travelling de retroceso.

 

Es pues el proceso de ese entrar activamente en el juego lo que tan admirablemente ha dibujado Hitchcock

 


 

ese movimiento por el que ella, primero inclinada y desplazada, se ha erguido progresivamente hasta alcanzar el plano y resplandecer, segura de sí misma, en él.

 

Es pues un movimiento por el que ella, bien activamente, se erige en el objeto que concita el deseo que ha sido enunciado.

 

Si lo que digo les desorienta, permítanme una aclaración obligada. Solo para quien nada sepa de la obra de Freud -y esto sea dicho con independencia de las titulaciones con las que se presenten- pueden resultar contradictorias las nociones de objeto,
de posición pasiva y de actividad.

 

Pues Freud escribió, en una fecha tan tardía como 1932, lo que sigue:

 

«Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva.»

[Freud, Sigmund: (1932) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: 33ª conferencia – La feminidad, p. 107]


 

Podría tratar de explicárselo a ustedes en el plano de la disquisición teórica, pero creo que eso huelga aquí, dado que el film nos ofrece la más precisa demostración práctica: ella, bien activamente, se ubica en la posición del objeto, incluida toda la pasividad que, llegado el caso, puede llegar a acompañarla.

 

Lo que podríamos resumir verbalizando así lo que en el rostro de ella puede leerse en este momento:

 

¿Me deseas? ¿quieres jugar? Está bien, veamos de lo que eres capaz.

 

 


La figura y el fondo

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Y así desaparece, al menos provisionalmente,

 


 

el inquietante vacío que había en el punto de partida y que además estaba cargado con esa lóbrega jaula negra del fondo.

 

Pues es precisamente el fondo es lo que la figura tapa:

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

y así el plano se llena, de modo que en su centro resplandece el objeto deslumbrante del deseo.

 

¿Se dan cuenta entonces lo que es el objeto de deseo en relación con la dialéctica de la figura y el fondo? Una constelación visual, imaginaria, que, precisamente, tapa el fondo.

 

Ya saben cómo la psicología de la Gestalt define el fondo: como aquello sobre lo que se recorta la figura.

 

Desde un punto de vista psicoanalítico, y tras reconocer la notable utilidad potencial que esa teoría tiene para la elaboración de una teoría de lo imaginario, creo que resulta obligado anotar que esa definición es en extremo pobre, demasiado funcional.

 

Pues el fondo no es solo aquello sobre lo que se recorta la figura, sino, más esencialmente, la ausencia de figura.

 

De lo que se deduce la prioridad ontológica del fondo sobre la figura. Pues no hay figura sin fondo -por más que la figura venga a ocultarlo- y. en cambio, sí hay fondo sin figura.

 

Lo podemos decir también así, ésta con imágenes:

 


 

no hay figura sin fondo

 


 

-por más que la figura venga a ocultarlo-

 


 

Pero sí hay fondo sin figura.

 

¿Que ella, Alma de Bretteville Spreckels, está ahí mostrando su esbelta figura? No les digo que no, pero sí les digo que no es como tal como es mostrada por Hitchcock.

 

La escala, con respecto a esa figura, es demasiado amplia y por eso su figura resulta demasiado pequeña como para ocultar el fondo.

 

Quizás sea, por ello, un buen momento para recordar aquello en lo que muy oportunamente supo reparar Jaime Díaz hace un par de sesiones: en que su nombre completo de soltera era Alma Charlotte Corday le Normand de Bretteville, y que, como tal, hace presente a esa otra entidad femenina -ven ustedes que, a prósito de ella, evito ahora utilizar el término figura-, a esa otra entidad materna, a propósito de la cual les hice el esfuerzo de hacerles ver que no era nada bella: Carlotta Valdés.

 

Y bien, esa Carlotta, si está ahí, no es para ocultar el fondo sino, más bien, para hacer bien palpable su presencia, diría incluso que para señalarlo: ese fondo sin forma que es el del movimiento incesante de esas turbulentas manchas negras.

 

Pues bien, ese privilegio ontológico del fondo sobre la figura se debe al carácter real del primero

 


 

frente al carácter imaginario de la figura.

 


 

A lo que es necesario añadir que, precisamente por eso, el fondo, en tanto ausencia de la figura, es el territorio de la angustia.

 

Llegamos así al momento de formular con mayor precisión lo esencial de lo que latía en la articulación de los dos primeros planos subjetivos.

 

El varón quiere poseer el objeto del deseo

 


 

-quiere poseer el objeto que se yergue para el deseo: ¿no la ven ahí a ella, erguida sobre sus zapatos de tacón?

 

Y la mujer, por su parte, se yergue para serlo, aún cuando intuye, si no sabe, del carácter imaginario del objeto que ofrece:

 


 

 

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9. Lo que responde a la demanda de Melanie

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-11 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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Lo que responde a la demanda de Melanie – 3

 

Pero nos concentraremos por ahora en constatar lo que en el texto sucede una vez que esa extraordinaria demanda de Melanie ha sido formulada. Y ello porque, a todas luces y de la manera más directa, viene a confirmar lo que acabo de proponerles.

 

¿A qué me refiero? ¿qué es lo que sucede de inmediato?

 



•MacGruder: I guess maybe I’d better phone. They said 3:00 oclock.

 

Porque exactamente algo va a suceder cuando den las tres:

 


•MacGruder: Maybe it’s the traffic.


•MacGruder: I’ll call.


•MacGruder: Would you mind waiting?


•Melanie: Well, maybe you’d better deliver him.


•Melanie: Let me give you my address.


•MacGruder: Oh, well, all right,



•MacGruder: but I’m sure they’re on the way.

 

Dense cuenta, incluso la buena de la señora MacGruder nos advierte que lo que responde a la demanda de Melanie está a punto de llegar.

 


•MacGruder: Would you mind if I called?



•Melanie: No. All right.





•Mitch: I wonder if you could help me.


•Melanie: What?



•Mitch: I said, I wonder if you could help me.

 

Como ven, no es un polluelo, sino un tipo bien crecidito.

 

Y, además, uno que habla. Y que lo hace muy bien. De hecho, pronto constataremos hasta qué punto promete poseer un notable dominio sobre las palabras.

 

Por lo demás, no hay duda de que ha llegado exactamente a las tres.

 

 


las dos subidas

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Y bien, ¿cómo no comparar su subida a la segunda planta de la pajarería con la de Melanie?

 

Pues, a pesar de sus semejanzas -la principal de las cuales es que en ambos casos la cámara se encuentra ya arriba, en la segunda planta-, las diferencias son notables.

 

Ni siquiera son mostradas desde la misma posición de cámara.

 




 

Melanie ignora todo lo que hay en la planta de abajo.

 

Mitch, en cambio, como lo habría hecho Hitchcock, echa un vistazo a los perritos que se encuentran expuestos allí.

 




 

Eso demora su ascenso, que comienza cuando el de Melanie ya ha concluido.

 

Esta lentitud del ascenso del varón con respecto a la rapidez del de la mujer podría ser equivalente a la demora del niño con respecto a la niña por lo que se refiere al despertar de su sexualidad tras el periodo de latencia.

 

Motivo, digámoslo de paso, al que hoy en día se presta poca atención dadas las implicaciones que se deducirían de su toma en cuenta en el debate sobre el acoso sexual. Pues es un hecho que, es ese periodo en el que la sexualidad de la niña se ha despertado ya mientras que la del niño sigue contenida en su más prolongada latencia, los varoncitos, en el colegio, se ven sometidos al acoso sexual de las niñas de su edad.

 

Pero sigamos con los dos ascensos. Es necesario señalar dos cosas más:

 





 

En el plano del ascenso de Mitch nos es dado ver un cuadro de dos perritos que, sin ser idénticos a aquellos con los que salía huyendo Hitchcock,

 


 

son tan amablemente blancos y hogareños como ellos. -Aunque, si debemos decirlo todo, aparecen rodeados de un negro casi ominoso.

 

Y segundo:

 



•Melanie: Have you ever seen so many gulls?

 

A diferencia de lo que sucediera con Melanie, la posición de cámara escogida en el plano de Mitch hace que,
al concluir el hombre su ascenso de las escaleras,
la gran jaula del pájaro negro quede interpuesta entre él y la cámara.

 

Además, él sí repara, siquiera brevemente, en el pájaro negro que se encuentra en su interior. Y, cuando lo hace, este proyecta sobre él la única sombra notable que se hace presente en toda esta larga escena inicial.

 

 

 


La mirada del varón: el pájaro negro y Melanie

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Pero lo más notable es como esa mirada al pájaro negro en la jaula dorada se encadena con la mirada inmediatamente posterior, esta vez dirigida a Melanie:

 



 

Como ven, la ecuación que emparenta a Melanie con el pájaro negro prosigue, esta vez apoyada en la mirada del segundo personaje masculino del film, esta vez ya no un niño, sino un varón lo suficientemente crecido.

 

Nos encontramos ahora ante un plano subjetivo, canónicamente establecido por raccord de mirada.

 


 

Por lo demás, el de ella es un plano entero que nos ofrece de nueva su figura entera, invitándonos a hacer con ella lo mismo que hace el propio personaje: mirarla completa, recorrer su figura de la cabeza a los pies.

 

Ella es, sin duda, en el plano de lo imaginario, intensamente deseable.

 

Es decir: constituye un atractivo objeto de deseo para la mirada.

 

Mas, por obra de esa notable conexión de las dos miradas de Mitch,

 



 

se encuentra afectada por la sombra de eso otro que el pájaro negro encarna y que nos ha sido presentado como lo en extremo opuesto a toda figuración del deseo: algo amenazante del orden de lo real.

 

Esperaré a la próxima sesión para que, una vez hayan realizado la lectura sobre el fetichismo que les he sugerido hace un momento, podamos conceptualizar el asunto aquí suscitado con mayor precisión psicoanalítica, dado que es algo relativo a la castración lo que está en juego.

 

Por ahora podemos constatar, en cualquier caso, que el deseo erótico aquí suscitado se halla por eso, a la vez, conectado a cierta sombra negra que abre, más allá del esplendor del objeto de deseo, un horizonte oscuro y amenazante.

 

Y no menos notable es, a la vez, la doble ceguera que afecta a esta relación. Pues ni el personaje ni el espectador que comparte su punto de vista reparan en esta relación que el texto construye a través de sus propias miradas.

 

Pero repitámoslo de nuevo: en otro plano, el de lo inconsciente, uno y otro saben de eso; de eso real que acecha y que termina siempre manifestándose en el momento en el que el sujeto consuma la posesión de su objeto de deseo.

 

Las palabras van a llegar en seguida, desde luego, pero nos apresuraríamos si omitiéramos la breve suspensión que las precede y que, por un instante, viene a detener el flujo verbal de Mitch en el momento mismo en el que se disponía a hablar:

 




•Mitch: I wonder if you could help me.

 

¿Reparan en ello?

 

Mitch, en calidad de comprador, se disponía a proferir un enunciado funcional, dirigido no más que a la empleada de un establecimiento de venta de mascotas. Situación pragmática en la que ambos individuos desplegarían su funcional intercambio, en tanto agentes de un proceso a la vez comunicativo y mercantil.

 

Pero ha sucedido que el cuerpo del deseo -a la vez bellamente imaginario e inquietantemente negro- se ha cruzado de por medio, disturbando el buen orden de los signos y amenazando con hacer derrapar ese enunciado funcional.

 

 


El star-system es un erotic-system

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Y al igual que el ascenso de la escalera de Mitch debía ser analizado en relación con el ascenso previo de Melanie, este primer plano subjetivo de Mitch

 


 

debe ser pensado en su relación con el previo primer plano subjetivo de Melanie.

 


 

Pues el film nos presenta en su inicio dos planos subjetivos sucesivos de sus dos protagonistas, el femenino y el masculino.

 

Y para que obtengan de estos todas sus consecuencias, deberé recordarles que el film se desarrolla en el ámbito del star-system, y que en éste, preceptivamente, el protagonista masculino y la protagonista femenina comparecen como prototipos eróticos ofrecidos a los espectadores de uno y otro sexo para que se abran a los procesos de identificación que el sistema de las estrellas en general y el film en particular les ofrecen.

 

De modo que el espectador, porque conoce ese sistema que enmarca su relación con el film, sabe que va a poder localizar de inmediato dos figuraciones emblemáticas de lo masculino y de lo femenino en el campo del deseo.

 

Dicho, todavía, en otros términos: el star-system es un erotic-system.

 

Permítanme, aún, otro aparte: a este propósito, debo pedirles que no se dejen llevar por ese tópico puritano según el cual esto sería producto de la voluntad de los aviesos capitalistas que dirigen la industria hollywoodiana de hacer cine comercial a toda costa.

 

Creo mucho más conveniente darle la vuelta al asunto y reconocer que si eso es comercial lo es porque a los espectadores les gusta. Es decir: porque les interesa.

 

Es decir, todavía: porque el sexo es uno de los asuntos mayores de la experiencia humana y uno que presenta serias dificultades dado que en ello se juega el choque con lo real tal y como se hace presente en el cuerpo mismo.

 

De ahí que se haga necesario todo de un orden simbólico que guíe y ordene la aproximación a él.

 

En suma: el erotismo es el edificio central, la institución mayor, de la arquitectura de toda cultura.

 

Les hablaba el otro día del punto de ignición. Pues bien, el encuentro sexual es una de sus localizaciones mayores. Como otra de ellas es la violencia. Y que ambas se encuentran íntimamente relacionadas es algo que el film ha comenzado a dibujar ya con precisión a través de esa oscura relación que liga a la mujer con los pájaros.

 

 

 


Hombre y mujer – dos planos subjetivos

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El caso es que ambos planos subjetivos están integrados en una semejante estructura de articulación del punto de vista que conviene explicitar.

 

En ambos casos, existe un doble raccord de mirada: a priori y a posteriori.

 



 

Y las semejanzas estructurales no acaban aquí, dado que ambos planos subjetivos se insertan en una cadena más amplia que a su vez participa de estructura común.

 

Veámoslo:

 


 

Un niño se interpone entre la cámara y la mujer.

 

 


 

La mujer se vuelve hacia él.

 


 

Luego repara en los pájaros

 


 

Y dirige hacia ellos su mirada.

 


 

El plano subjetivo de Mitch se inserta en una cadena de estructura muy semejante:

 


 

Un pájaro se interpone entre la cámara y el hombre.

 


 

El hombre se vuelve hacia él,

 


 

luego repara en la mujer

 


 

y dirige hacia ella su mirada.

 


 

La mujer es mirada por un niño, como el hombre es mirado por un pájaro.

 

La mujer mira entonces al niño, como el hombre mira al pájaro.

 

Luego, la mujer mira a los pájaros, como el hombre mira a la mujer.

 

En ambos casos la palabra está ausente, a la vez que se localizan los límites: de un lado el silbido piropeante del niño, del otro la suspensión de la palabra por efecto de la irrupción del objeto de deseo en el campo visual.

 


 

 

Se dan cuenta de la esencial relación entre ambas reacciones, por más que la una sea sonora y la otra silenciosa.

 

El silbido es una exclamación, una interjección que, como tal, define ese límite donde las palabras se detienen. Y lo que al abogado le sucede es, precisamente, eso: una detención de la palabra.

 

Y en ambos casos está en juego el deseo y la amenaza.

 

Pero -y a partir de aquí empezamos a atender a las diferencias- en un orden inverso.

 

En el primer caso, el despliegue del deseo precede a la emergencia de la amenaza -así Melanie, tras bañarse en el deseo interpelada por el silbido del niño, se ve confrontada con la amenaza que los pájaros encarnan.

 

En el segundo, en cambio, la amenaza se esboza antes de que emerja la mirada deseante. -Así, el hombre resulta ensombrecido por la presencia del pájaro antes de que su mirada se arrobe en la imagen de la mujer.

 

 


Hombre y mujer – dos preguntas

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De esta diferencia se deduce que esta común estructura presenta las posiciones del hombre y de la mujer como no intercambiables.

 

Pues si ambos miran a los pájaros negros, lo hacen de maneras y en momentos diferentes.

 

Él en el punto de partida, ella en el punto de llegada.

 

Ambos interesados, pero él indemne a toda interrogación,

 


 

mientras que ella se ve alcanzada por una bien precisa.

 


 

Ello se manifiesta de manera neta en la pregunta que cada uno de ellos hace a continuación:

 



•Mitch: I wonder if you could help me.

 


•Melanie: Have you ever seen so many gulls?


•Melanie: What do you suppose it is?

 

Como ven, la pregunta de la mujer es dirigida a otra mujer -es decir: se despliega totalmente en el interior de lo femenino- y versa sobre los pájaros -lo que hace de ella, tanto por lo uno como por lo otro, una interrogación -y una neta, íntimamente femenina.

 

Mientras que la pregunta de él es dirigida a una mujer y, lejos de conformarse como una interrogación, lo hace como una demanda en el campo del deseo.

 


 

Y, a efectos de todo ello, uno y otro personaje se manifiestan del todo diferentes para el espectador por lo que se refiere a la accesibilidad a sus puntos de vista narrativos.

 

Permítanme una precisión conceptual a este propósito: hasta aquí nos hemos ocupado de sus respectivos planos subjetivos, algo que compete a sus puntos de vista, valga la redundancia, visuales: los relativos a los que ellos ven. Pero la problemática del punto de vista narrativo es de otra índole: afecta a lo que los personajes saben y al grado de acceso de los espectadores a ese saber.

 

Pues bien, es obligado reconocer que el punto de vista de Mitch nos es del todo accesible: sabemos que el desea a esa mujer y compartimos ese deseo.

 

Del todo diferente es nuestra relación con esa mujer en la que localizamos un saber, relativo a los pájaros, del que bien poco sabemos más allá de su carácter amenazante.

 

¿Qué es lo que, en el plano visual, viene a signar esa diferencia? Sin duda, la diferencia que se hace presente entre los dos planos subjetivos:

 


 

En un caso hay un objeto para la mirada -es decir, para el deseo-, mientras que en el otro no lo hay.

 

Y el entendimiento humano solo sabe operar con objetos: sabe reconocerlos, medirlos y pesarlos. Pero, cuando no hay tales, se abre para él un campo de incertidumbre que inevitablemente vive como una amenaza.

 


La demanda de él y el juego de la seducción

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El caso es que,

 


 

tras esa suspensión de la palabra, Mitch habla.

 

Como les decía, formula a su vez su propia demanda.

 

Pero esta vez la demanda es formulada en el contexto del encuentro con la mujer: es a ella a quien se la dirige, y por dos veces consecutivas:

 





•Mitch: I wonder if you could help me.



•Melanie: What?


•Mitch: I said, I wonder if you could help me.

 

De modo que -también en esto es realmente notable el arranque de Los pájaros– a la demanda de la mujer, sigue la del hombre.

 

Y así el film las pone, a una y otra, frente a frente, De modo que lo que está en juego es, por tanto, la dificultad del acoplamiento entre una y otra.

 

La respuesta de la mujer a la demanda del hombre lleva su tiempo.

 



•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

Es este un plano tan inusual como notable.

 

Pues ni que decir tiene que cualquier otro cineasta lo habría comenzado con ella centrada, para seguir luego su movimiento en panorámica.

 

Hitchcock en cambio,

 


 

arranca con una composición insólita en el que el centro del plano aparece vacío y Melanie totalmente desplazada en un lateral, con su rostro cortado por los límites del encuadre.

 

Lo que, por cierto, dota de una extraordinaria presencia visual a esa oscura -esta vez no dorada, por tanto- jaula del fondo, en cuyo centro se encuentra posado un pequeño pajarito.

 

Pero uno tan pequeño que no logra llenarla, de modo que esa oscura jaula se nos presenta, visualmente, como prácticamente vacía.

 

Es pues un doble vacío el que se escribe en el comienzo de este plano tan notable.

 

Sigue luego un lento ascenso de su cabeza, hasta que ésta viene a ocupar el centro de la imagen.

 


 

Se acusa con ello un primer titubeo de ella, el tiempo necesario para entender no solo que está siendo confundida con una dependienta, sino también que está siendo interpelada en su calidad de mujer deseable.

 

Así,

 


 

un tiempo de inestabilidad queda anotado en el plano en tanto permanece vacío,

 


 

mientras la cabeza asciende inclinada hasta ocupar su centro,

 


 

para, sólo al final,

 


 

afirmarse en él.

 

El tiempo de una vacilación y, luego, la cristalización de una idea,

 


 

de una resolución.

 



 

la de aceptar esa demanda que ella reconoce como una demanda en el campo del deseo aun cuando -o precisamente porque- se articula como un malentendido.

 

Ahora bien, ¿es que no hay siempre un malentendido entre la demanda que se formula y el deseo que late en ella?


 

El caso es que Melanie ha tomado ya una decisión: participar en el juego, que es también desafío, de la seducción.

 

Decide jugar. Entre otras cosas, para saber hasta qué punto es deseable.

 

Y cuando eso sucede, cristaliza en la imagen una notable rima plástica: nuevamente, la curva de la parte superior de su cabeza coincide totalmente en su forma con la curva de la parte superior de la jaula oscura del fondo.

 

Es del todo evidente, en cualquier caso, que, más allá del juego de fingimientos que en lo que sigue ha de sucederse, ella juega su papel en el campo de la demanda deseante que el hombre plantea.

 

Y lo hace de manera por entero desafiante:

 



•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

Lo que puede ser traducido como sí, lo sé, yo soy lo que tu deseas.

 

 

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Safe Creative #2008175036938

 

 

8. El deseo de la mujer y algunas cuestiones de metodología

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-11 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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And he’ll talk?

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not. This will be a full-grown mynah bird.


•MacGruder: Full-grown.


•Melanie: And he’ll talk?

 

Tal es la demanda de Melanie: un pájaro que hable.

 

La misma señora MacGruder, de natural tan complaciente,

 


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…

 

no puede por menos que señalar su dificultad:

 

•MacGruder: Well, no, You’ll have to teach him to talk.

 

Lo que, desde luego, incomoda a la orgullosa Melanie,

 


 

mujer narcisista, en nada acostumbrada a que se pongan obstáculos a sus deseos.

 

Pueden ver en su rostro ahora, por otra parte, hasta qué punto la dependienta no es para ella más que un ser insignificante cuya tarea no puede ser otra que la de facilitar la consecución de sus deseos.

 

En cualquier aso, que algo decisivo está en juego en la demanda de Melanie es algo que viene a ser confirmado con una nueva apelación al número 3:

 


•MacGruder: I guess maybe I’d better phone. They said 3:00 oclock.


•MacGruder: Maybe it’s the traffic.


•MacGruder: I’ll call.


•MacGruder: Would you mind waiting?

 

Qué osadía, pretender hacer esperar a Melanie.

 


•Melanie: Well, maybe you’d better deliver him.


•Melanie: Let me give you my address.

 

Pero esa premura, esta negativa a esperar más, no solo anota el carácter altivo y orgulloso de Melanie, sino que viene a acentuar de nuevo la intensidad del deseo que late en su demanda.

 

Pero antes de ocuparnos del contenido de ésta, conviene que nos demoremos en analizar el marco en el que emerge.

 

Y, para ello, introduciremos antes alguna nueva consideración metodológica.

 

 


Metodología 3 y 4: demora, morosidad, deletreo

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La demora y la morosidad, tales son el tercero y el cuarto de nuestros principios metodológicos.

 

El tercero dice: demorar lo más posible el momento de entender, procurar entender lo menos posible y lo más tarde posible.

 

Pues quien entiende ya no deletrea y por tanto hace imposible el cuarto principio: el del moroso deletreo de cada uno de los elementos del texto.

 

Nada de abstracción hay en esta idea. De hecho, múltiples estudios de psicología cognitiva han demostrado que el modo habitual de lectura excluye totalmente el deletreo.

 

Todo lo contrario: la lectura habitual funciona por un sistema de hipótesis que el lector activa de manera automática, de modo que se conforma con tomar pequeñas muestras en el texto leído y, si estas confirman esas hipótesis, el lector corre hacia delante. Sobre este principio, digámoslo de paso, funcionan los métodos de lectura rápida tan de moda actualmente. Podríamos resumirlo así: mientras se entiende -o se cree que se entiende-, se corre hacia adelante.

 

Se dan cuenta de que lo que yo les propongo es todo lo contrario: una lectura lo más lenta posible.

 

Y ello sin miedo a desgajar cada elemento del conjunto, en la seguridad de que solo prestándole la suficiente atención en sí mismo, separado de todo lo que lo acompaña, será posible hacer emerger, en el medio plazo, sus lazos más profundos con los otros elementos que conforman el texto.

 

 

 

 

 


Plano contraplano: dialéctica de las figuras

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Detengámonos, así, a considerar la conformación que ha tomado en su última fase el plano contraplano que pone en escena este diálogo:


 

Observen el diferente tratamiento visual de las dos mujeres presentes en la escena.

 

Debemos anotar en primer lugar el más acentuado desenfoque en el fondo de Melanie que tiene por efecto destacar mejor su bella figura.

 

Es mucho menor la diferencia de definición entre la figura de la dependienta y el fondo que la rodea, de modo que destaca menos sobre él o, si prefieren, resulta más empastada en él.

 

Pero no es solo eso. Además, el rostro de Melanie es tratado con una suavidad mayor, de un modo, por decirlo así, más vaporoso, menos contrastado que el de la dependienta. De modo que su piel resulta lisa, suave, sin la menor arruga, mientras que las arrugas de la otra, la dependienta, resultan bien visibles.

 

Dicho en otros términos: hay más presencia de la huella fotográfica -de la dimensión real de la fotografía- en el tratamiento de la dependienta, mientras que en el de Melanie se han reforzado los parámetros fotográficos que apuntan a configurarla como una buena gestalt, como una imago bien cerrada, pulida y completa y, por eso, capaz de cautivarnos en el campo del deseo.

 

Conocen, aunque sea de manera intuitiva, esos parámetros por su presencia en las imágenes de la fotografía de moda, tanto como conocen su opuesto por su dominancia en las revistas amarillas.

 

 


Metodología 5: tres dimensiones

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Buena ocasión para realizar una nueva puntación metodológica, esta vez relativa al principio del deletreo.

 

Pues, a la hora de deletrear, es necesario atender a las tres dimensiones presentes en toda imagen -y, por extensión, en todo texto- y que por ello el análisis debe interrogar necesariamente.

 

Su dimensión semiótica -que se manifiesta bien en el hecho de que reconocemos en ambas imágenes la significación mujer-, su dimensión real -pues accedemos a la huella real de las actrices que encarnaron a esos personajes y que, por eso, en un momento dado del tiempo, estuvieron ahí, delante de la cámara-, y su dimensión imaginaria, manifiesta en que en una de las imágenes contemplamos como se suaviza la presencia de la huella a la vez que se intensifica lo que hace de ella una imago para el deseo.

 

 

 

 


Plano contraplano: dialéctica de los fondos – naturaleza y lenguaje

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Dicho todo esto, ocupémonos ahora del diferente tratamiento de los fondos de cada una de las dos mujeres.

 


 

Les llamo la atención, a este propósito, de que un sintagma audiovisual del tipo plano/contraplano es en primer lugar un dispositivo semiótico que puede ser analizado en términos de sistema de oposiciones.

 

Dicho esto, levantemos acta del sistema de oposiciones que aquí se manifiesta presente.

 

Del lado de la dependienta, nos encontramos ante un fondo visualmente mejor definido que el de Melanie y cuyos elementos conviene detenerse a enumerar. Pero igualmente conviene, antes de hacerlo, prestar atención a lo que hay de común en todos ellos tanto como lo que está en todos ellos excluido.

 

¿De qué se trata? De que todos ellos tienen que ver con los pájaros y, sin embargo, no aparece ahí pájaro alguno. O dicho en otros términos: no habiendo ahí ningún pájaro, todo está lleno de signos relacionados con los pájaros: bien alineadas cajas de alpiste para alimentarlos que presentan pajaritos pintados idénticos, un par de grandes archivadores llenos sin duda de documentación sobre ellos, una jaula vacía que podría albergarlos, libros y folletos que necesariamente versan sobre ellos y, finalmente, bien enmarcado, el dibujo zoológico, de una estilizada ave.

 

Y atiendan a esto: por ser un dibujo taxonómico, tiene por objeto representar no a un pájaro singular, sino las propiedades de una especie, es decir, de una clase de aves.

 

En suma, el fondo de la dependienta, en ausencia de pájaros, está poblado por signos cuyo referente -ausente- son los pájaros.

 

Lo que podemos decir también así: nada del lado de la naturaleza y todo, en cambio, del lado del lenguaje.

 

Del lado de Melanie, en cambio, un fondo no solo más difuso y, como ya señalamos, destinado a realzar su figura, sino también uno más abierto y vago, con líneas menos definidas y en el que, contra lo que podría esperarse en un espacio tan lleno de jaulas como el de esta pajarería, ninguna jaula se hace ahora visible, de modo que los pájaros presentes en esa gran vitrina acristalada parecieran encontrase en libertad.

 


 

Así, frente al orden del lenguaje del lado de la dependienta, el fondo de Melanie nos devuelve el desorden de la naturaleza.

 

De nuevo, pues, eso que ya habíamos encontrado en los créditos: no solo la oposición, sino también el conflicto entre los pájaros y las palabras.

 

 


Signos y palabras – La dimensión simbólica del lenguaje

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Aunque ahora, por lo mismo que hemos anotado ahí la presencia de signos icónicos de pájaros, creo que es obligado hablar más bien de oposición entre los pájaros y los signos.

 

Y ello porque debo proponerles una diferencia conceptual entre los signos y las palabras que considero decisiva, por más que, hasta donde se me alcanza, no ha sido formalizada antes de que yo empezara a utilizarla. Claro está, puede que me equivoque en ello. Si fuera así, les agradeceré que me lo hagan saber.

 

Los signos son entidades abstractas, dotadas de significado igualmente abstracto e independientes de los sujetos, pues forman parte del código, de modo que están ahí disponibles para cualquier sujeto.

 

Preexisten por tanto como tales, es decir, como elementos del código del que forman parte, con independencia de todo acto de enunciación que los realice.

 


 

Pueden constatar el caracter abstracto del significado de los signos en esos signos icónicos que rodean a la señora MacGruder: todos esos dibujos de pajaritos idénticos, carentes de la menor diferencia que singularice a cada uno de ellos, de modo que designan la categoría abstracta pajarito, que abarca a todos los pajaritos singulares existentes, pero que no designa a ninguno de ellos en particular.

 

Y lo mismo podemos decir de la estilizada ave de la izquierda: como buen dibujo zoológico, tiene por objeto definir el prototipo de la especie, y por ello excluye cualquier rasgo que pueda designar específicamente a un individuo determinado de ella.

 

Los signos son objetos semióticos. Pertenecen, al orden semiótico que es un orden abstracto: el orden del signo y la significación.

 

 

Ocasión idónea para anotar la relación entre ese orden -el orden semiótico- y el mundo de la objetividad, la comunicación y el mercado.

 

Pues el de la modernidad es un mundo todo el configurado por circuitos de circulación e intercambio de signos y de mercancías en el que, como en las grandes superficies comerciales, todo está bien clasificado, cuidadosamente dispuesto en una serie que se quisiera infinita de objetos al servicio del placer de los agentes que en él participan.

 

Las palabras, en cambio, son otra cosa: son signos pronunciados por sujetos singulares en momentos singulares e irrepetibles del tiempo.

 

Y eso hace de ellas hechos que, sin dejar de ser semióticos, son a la vez reales, pues son signos realizados y por eso, por encima y más allá de su significado, lo que importa en ellos es su sentido.

 

Y el sentido es algo -segunda diferencia conceptual que les propongo- esencialmente diferente del significado: pues el sentido de una palabra no es el significado del signo con ella enunciado, dado que depende del sujeto real que lo pronuncia y del momento real en el que ese acto de enunciación tiene lugar.

 

Esta combinación de lo semiótico y de lo real en las palabras define lo que creo que debemos entender como la dimensión simbólica del lenguaje.

 

Y bien, hasta donde se me alcanza, todo lo que tiene que ver con la subjetividad, todo lo que tiene que ver con los procesos del lenguaje que interesan al psicoanálisis, tiene que ver con la dimensión simbólica así definida.

 

Si esto que les digo les parece muy abstracto, no tienen más que pensar en esas palabras decisivas que, provenientes no de cualquiera, sino de seres importantes para ustedes, han recibido en momentos igualmente decisivos de sus vidas.

 

Se darán cuenta de inmediato que su sentido desborda absolutamente el significado de los signos en ellas involucrados.

 

Y bien, estamos ante un texto idóneo para dar un ejemplo de ello: los signos que ven en el plano de la dependienta son, simplemente, signos.

 

La demanda de Melanie, en cambio,

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not. This will be a full-grown mynah bird.


•MacGruder: Full-grown.


•Melanie: And he’ll talk?

 

desborda totalmente el orden de la dimensión semiótica del lenguaje, como tan expresivamente lo manifiesta el gesto perplejo de la tendera:

 


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…


•MacGruder: Well, no, you have to teach him to talk.

 

 


Una amenaza ligada al cuerpo pulsional de la mujer

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Y por otra parte, ¿no les parece que el texto nos presenta

 


 

una disociación radical entre ese orden que amuebla el espacio de la tendera y aquel otro que constituye el inquietante fondo de Melanie?

 

Pues, por lo que a la imagen de Melanie se refiere, da la impresión -larvadamente amenazante, digámoslo de paso-, de que esas ramas sobre las que están posados los pájaros parecen salir de su propio cuerpo, elevándose como si fueran sus alas o los destellos de una bien oscura irradiación.

 

No es casual el color de la pintura escogida para la madera de esa gran vitrina acristalada que aísla a los pájaros. Un gris destinado a confundirse con la pared del fondo, de manera que se diluya en beneficio de las ramas más oscuras en las que se hallan posados los pájaros.

 

¿Deberé recordarles, por otra parte, que son todas ellas ramas curvilíneas e irregulares, del todo opuestas a las rejillas rectangulares que conforman el fondo de la tendera?

 


 

Hay, en Psycho, una imagen que se encuentra directamente emparentada con ésta y que, por eso, a la vez, emparenta de manera bien estrecha a Melanie con Lila:

 


 

Resulta evidente que nos encontramos ante un mismo motivo plástico que da, a las figuras de las mujeres involucradas en él, un común aspecto oscuramente amenazante.

 

Se trata de una amenaza que procede de su cuerpo y que, en el primer caso, se manifiesta ligada de manera directa con los pájaros. Una amenaza, en suma, ligada al cuerpo pulsional, es decir, real, de la mujer.

 

 


Modernidad y Posmodernidad

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¿No les parece que el sistema de oposiciones que hemos dibujado hasta aquí resulta idóneo para dibujar la oposición que, en el panorama cultural de nuestra contemporaneidad, opone, los textos objetivos, funcionales, racionales, como son los de la ciencia, la tecnología y el mercado, frente a los textos subjetivos, es decir, a aquellos, herederos de la mitología, que son los textos artísticos?

 

 

textos subjetivos             textos objetivos

 

 

¿Y no les parece que, en su escisión, los unos nos devuelven cierta cara A de nuestro actual estado civilizatorio, llamémosla Modernidad, mientras que los otros nos presentan su cara B, más oscura y atormentada, y a la que conviene bien el nombre de Posmodernidad, no porque venga después, sino, bien por el contrario, porque constituye la cara oscura de aquella,

 

textos subjetivos            textos objetivos

Posmodernidad            Modernidad

 

 

su sombra, propiamente, atormentada, en la que se manifiesta una subjetividad desgarrada en la medida en que no puede escribirse en el campo, del todo dominante en nuestro mundo contemporáneo, que es el de los textos de la objetividad?

 

A un lado, pues, el buen orden de los signos y los objetos. Al otro, la pasión -como tal esencialmente pulsional- de los sujetos.

 


textos subjetivos            textos objetivos

Posmodernidad            Modernidad

pájaros                signos

 

 


La demanda de Malanie y la Anunciación

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Y bien, en el contexto de esa oposición sin aparentes puentes posibles, resuena la demanda de Melanie.

 

Ella quiere un pájaro que hable.

 


    textos subjetivos            textos objetivos

    Posmodernidad            Modernidad

    pájaros                signos

un pájaro que hable

 

¿Se dan cuenta de la extraordinaria resonancia del asunto? Pues supongo que ustedes saben cuál es el más famoso pájaro que habla en la historia de la mitología.

 

Ni más ni menos que el Espíritu Santo.

 


 

 

¿En qué medida eso se vincula con el deseo de la mujer? Yo diría que por muchas vías y por muchos motivos.

 


textos subjetivos                textos objetivos

Posmodernidad                Modernidad

pájaros                    signos

un pájaro que hable

 

 

Por ello, Una buena vía para aproximarse al asunto que nos ocupa y que les invito a todos a seguir es explorar uno de los temas más importantes de la tradición pictórica renacentista y barroca: el de la Anunciación.

 

Si lo hacen -y eso ahora es tan fácil como abrir Google con la función de busqueda de imágenes, aunque yo les invitaría a no conformarse con ello y hacer una espaciada visita al Museo del Prado, pues recuerden que este asunto pictórico alcanzó una especial relevancia en la Contrarreforma católica de la que España fue adalid-, si lo hacen, digo, tendrán ocasión de constatar que es un tema pictórico del todo protagonizado por la mujer y en el que no falta nunca ese ave capaz de hablar que es el Espíritu Santo.

 

 


El deseo de la mujer: el falo

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Pero mientras realizan esa excursión, les sugeriré otras vías.

 

La más evidente es la que se hace presente de inmediato cuando atendemos a ese uso metafórico de la palabra pájaro que, como les dije, hacía imposible traducir el título de la película, The Birds, por Las aves.

 

Sólo tienen que acudir al diccionario de la Real Academia Española para confirmar lo antiguo de ese uso:

 


 

Sin duda, el pájaro, y aún mejor el pajarito, es una tradicional manera de nombrar coloquialmente esa parte del órgano sexual masculino que es el pene.

 

Pero lo que está en juego en la demanda de Melanie, incluyendo eso, no se queda ahí: lo que Melanie reclama -lo que la mujer desea- es el falo.

 

Como hoy en día no se puede dar nada por hecho y la pasión loca por la ingeniería del lenguaje está provocando la aparición de multitud de vocacionales policías de la lengua, deberé hacer la siguiente explicitación: cuando hablo del deseo de la mujer hablo de la matriz simbólica que guía el deseo de las mujeres heterosexuales, tanto como el de aquellos varones homosexuales que declinan su deseo en femenino.

 

Igual que, si les hablo del deseo del varón, me referiré a la matriz simbólica que guía el deseo de los hombres heterosexuales, tanto como el de aquellas mujeres homosexuales que declinan su deseo en masculino.

 

 

 

 


La mujer que, indudablemente, existe

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Y tras hacer esta nota dirigida a los puritanos de la neolengua, aprovecharé la interrupción para hacer otra, igualmente necesaria dado el tema que nos ocupa, pero dirigida esta vez a los lacanianos, quienes se empeñan en repetir ese hueco aforismo según el cual la mujer no existe.

 

En mi opinión, no es más que un juego de palabras para gentes con poca formación filosófica: en sentido estricto, ningún universal existe, ni el universal mujer, ni el universal hombre, ni el universal gato.

 

En sentido estricto, estrictamente materialista, solo existen los hombres, las mujeres y los gatos singulares.

 

Pero atiendan a la contrapartida del asunto: si impugnamos el universal mujer deberemos impugnar todos los otros universales y, por esa vía, acabaremos, si somos serios, prescindiendo del lenguaje, porque la capacidad de pensamiento que el lenguaje realiza pasa, necesariamente, por la construcción de universales.

 

Y si en psicoanálisis se plantea, como uno de sus temas propios, el del deseo de la mujer, solo puede ser porque, para el psicoanálisis, la mujer existe.

 

Por lo demás, miren: la afirmación según la cual la Mujer no existe entra en contradicción directa con el pensamiento freudiano.

 

Basta, para establecerlo con toda claridad, con prestar atención a ese texto de Freud que lleva por título La elección del cofre (1913), en el que, a propósito del motivo de la elección por un varón entre tres cofres, Freud escribe:

 

«Si estuviéramos frente a un sueño, enseguida daríamos en pensar que estos cofrecillos son mujeres, símbolos de lo esencial en la mujer y, por eso, la mujer misma, como también lo son tabaqueras, polveras, cajitas, cestas, etc.»

[Freud, Sigmund: (1913) El motivo de la elección del cofre, p. 307.]

 

Ahí lo tienen: lo esencial de la mujer, la mujer misma… que, existir, existe.

 

Y vaya si existe.

 

Por lo demás, ¿cómo podría dudarlo alguien que haya visto Los pájaros?

 

Ciertamente, existe un enigma en lo femenino.

 

Pero, contra el tópico lacaniano, ese enigma no estriba en saber que es lo que la mujer desea. No voy a detenerme ahora en mostrarles como vino Lacan a construir la fabulación según la cual Freud habría dicho lo que nunca dijo, dado que pueden encontrarlo en mi web, en la sesión del 18/12/2015. El fetichismo

 

Sesión que les invito a leer, si tienen tiempo para ello, porque, siendo un detenido comentario del célebre trabajo de Freud sobre el fetichismo, ofrece un soporte teórico de fondo para el trabajo que estamos haciendo este año, muy especialmente por lo que se refiere a esa otra cara del Complejo de Edipo que es la temática de la castración.

 

El caso es que si Lacan hubiera leído en serio a Freud -cosa que a todas luces no hizo- sabría que esa idea, la de que es el falo lo que la mujer desea, recorre toda su obra, desde el principio hasta el final, cobrando toda su envergadura en ese tema, cada vez más presente en su obra postrera, que es el de la envidia del pene.

 

 


Falo, erección, promesa

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Pero volvamos al deseo de Melanie.

 

Para comprenderlo en profundidad, deben ustedes deletrear su demanda. Y eso exige que añadan ustedes al pájaro-pene los otros dos rasgos determinantes presentes en la demanda que Melanie formula: su capacidad de crecer

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not.


•MacGruder: This will be a full-grown mynah bird.



•MacGruder: Full-grown.

 

Full-grown: podríamos traducirlo por adulto, pero aquí es más apropiada una traducción literal: plenamente crecido.

 

Y es que hay pene sin erección, pero el falo solo comienza a existir a partir de ésta.

 

Pero la fórmula completa del falo, entendido por tal aquello que suscita el deseo de la mujer, no concluye, en mi opinión, ahí.

 

Y debo subrayar aquí que se trata de mi opinión, pues esto no lo encontrarán en Freud, aunque tampoco entra en contradicción con su teoría.

 

No concluye ahí, les digo, sino que reclama precisamente esto otro:

 


•Melanie: And he’ll talk?

 

que hable.

 

Es decir, muy concretamente, que sea capaz de hacer uso de la palabra -ya saben, de la dimensión simbólica del lenguaje- en su expresión más alta, que es la de la promesa.

 

 

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7. La demanda de Melanie

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-04 (4)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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Una planta en la que nada sucede

 

Tercera escena.

 


 

Como ven, la posición de cámara suscita de inmediato el eje de la verticalidad.

 

Ello da su sentido al hecho de que esta tienda de animales posea dos plantas, en una de las cuales, conviene anotarlo, no va a suceder nada.

 

Tal es su irrelevancia narrativa que, mientras la atraviesa, nuestra protagonista no se dentiene ni por un momento a mirar nada de lo que hay en ella.

 


 

-parece evidente que sabe a dónde va, de modo que nada le interesa excepto lo que pueda encontrarse en esa sección de pájaros, a la que asciende decididamente.

 

Y bien, porque todo va a suceder arriba, la cámara se encuentra ya allí, mostrando la planta de abajo en un acentuado picado, y haciendo bien visible la barandilla que conduce hasta ella. -Y por cierto: no solo la barandilla, sino también, a la derecha, parte de una gran jaula dorada. Tan dorada, podemos señalarlo desde ahora mismo, como el cabello de Melanie.

 

Si arriba, en un cielo que ha dejado de ser celestial, están los pájaros y, abajo, en la tierra, los hombres, la escena que ahora comienza se va a desarrollar en un nivel intermedio.

 

En un lugar lleno de pájaros, pero de pájaros, todos ellos, todavía enjaulados.

 

Se dan cuenta, supongo, que la topología del film invierte la topología simbólica mayor de nuestra mitología por lo que se refiere al eje de la verticalidad.

 

Pues arriba ya no está Dios, sino los pájaros -aunque hay que añadir que, como ya sabemos, con los pájaros, junto a ellos, hay también una diosa.

 

En cualquier caso, por esa vía, ese arriba -el que fuera el lugar de lo bueno, de lo elevado, de lo noble y de lo divino- se ha tornado siniestro.

 

Pero todo esto no le quita, a esa planta de abajo, nada de su relevancia. Una relevancia que, por lo demás, se hace evidente desde el momento en que constatamos que ha elevado considerablemente el presupuesto -me refiero al económico- de la escena por lo que se refiere a la complejidad del decorado construido.

 

Pero hay otro motivo para ese primer piso en el que no sucede nada. Pues, gracias a él, esta tienda de pájaros no es solo una tienda de pájaros

 


 

sino una tienda de animales, en general, una tienda de mascotas -la tienda de mascotas Davidson. O, como me recordaba Lorenzo Torres hace bien poco, la tienda de mascotas del hijo de David.

 

Ahora bien, las mascotas, ¿no son algo de la índole de lo familiar? Como lo son los perros, los gatos y también los pajaritos enjaulados.

 

Y bueno, traduzcan esta expresión –lo familiar– al alemán: lo heimlich. Eso familiar que puede volverse unheimlich, es decir, siniestro.

 

 


Melanie y la jaula dorada

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Idéntico dorado, ¿no les parece? el del cabello de Melanie y el de la gran jaula que rodea sin reparar ni por un momento en ella.

 

Como, por cierto, son idénticos el negro del ave que se encuentra en su interior y el del vestido que ciñe su cuerpo.

 

Y la rima plástica llega aún más lejos, pues la curva superior de la jaula no es diferente de la que dibuja la parte superior de la cabeza de Melanie, tal y como queda determinada por obra de su ceñido moño.

 

De nuevo, pues, designada la relación entre la mujer y los pájaros. Y, ahora, de forma mucho más elaborada por obra de esta densa relación metafórica.

 

Pues si esa energía pulsional que, en forma de pájaros negros, amenaza con desbocarse haciendo añicos el universo del relato, la jaula dorada aparece ahora como lo que la contiene de su desbordamiento.

 

Una pregunta, entonces, se nos impone con solo seguir el despliegue de la metáfora -y una que se encuentra en el eje mismo de la interrogación de Melanie-: ¿qué puede llegar a suceder cuando esa otra jaula que es su ceñido, incluso rígido, moño llegue a deshacerse? Es decir, para expresarlo en términos coloquiales: ¿qué puede pasar si ella llega a desmelenarse?

 

Que nada hay de forzado en esto que les digo quedará, por lo demás, confirmado por el texto mismo dentro de bien poco:

 

•Mitch: Back in your gilded cage, Melanie Daniels.


 

Pero no nos apresuremos.

 

Basta con constatar por ahora que, de ello, Melanie nada sabe. Por eso pasa junto a esa jaula y ese pájaro sin prestarles la menor atención.

 


 

Y porque ella no la mira, el espectador tampoco repara en su presencia.

 

Es probable incluso que, acabada la película, salido del cine el espectador tras su primer visionado de Los pájaros, no recuerde haber visto ahí, al final mismo de la escalera, un gran pájaro negro en una jaula dorada.

 

Cosa notable, porque esta jaula y el pájaro que se encuentra en su interior reaparecerán de manera a constante a lo largo de la secuencia y llegarán a alcanzar una presencia en extremo relevante en la fase final de la escena que ahora comienza.

 

El que la conciencia del espectador no acuse su presencia se deberá a que esa relevancia afectará a la puesta en escena, más no al desarrollo de la narración. Es notable hasta que punto la conciencia -y la memoria consciente- del espectador tiende a desatender incluso los aspectos más relevantes de la puesta en escena, reteniendo tan solo los actos y sucesos que determinan el devenir de la narración.

 

Y no obstante, a pesar de todo, resulta imposible decir que el espectador no haya visto eso en lo que no repara y que, por eso, luego no recuerda.

 

Pues es un hecho que el espectador se ve afectado, en el plano emocional, por múltiples factores como éste que sin embargo no llegan a ser acusados por su consciencia.

 

Localizamos ahí, de nuevo, el inconsciente en acción, como sujeto esencial de la experiencia estética.

 

Y por cierto, hablando de esas cosas en las que ni ella ni la conciencia del espectador reparan: noten en qué medida se intensifica el sonido de los pájaros cuando Melanie alcanza su planta. Oímos incluso un segundo silbido, pero ahora ya no procedente de un niño, sino directamente de un pájaro.

 

Diríase que fuera ella, al pisar la pajarería, la que desencadenara el estallido sonoro de los pájaros: como si los excitara. O como si la reconocieran.

 

Hay un célebre precedente de esto en el cine estadounidense: se trata de Cat Poeple,La mujer pantera-, de Jacques Tourneur.

 

Pero que de tales cosas ella no sabe nada es algo que queda acreditado en el diálogo que sigue:

 


•MacGruder: Oh, hello, Miss Daniels.


•Melanie: Have you ever seen so many gulls?


•Melanie: What do you suppose it is?


 

Melanie se interesa por la presencia de las gaviotas como si se tratara de algo que no tuviera que ver con ella.

 

Pero podemos invertir el orden del enunciado: aunque entiende que eso no tiene que ver con ella, se siente, sin embargo, por ello interesada.

 


La demanda de Melanie

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La respuesta de la señora MacGruder

 


•MacGruder: There must be a storm at sea. That can drive them inland,


•MacGruder: you know.

 

no deja de tener paras nosotros cierta relevancia, pues habla de una tormenta marina y suscita con ello la presencia de ese mar asociado al tridente de la diosa de la victoria.

 

Por lo demás, les llamo la atención sobre el hecho de que el mar es una presencia constante en los films de Hitchcock, donde aparece casi siempre asociado a un oscuro fondo de culpa.

 

Si quieren refrescar el asunto, no tienen más que revisitar Rebecca, film donde esa diosa oscura que es la propia Rebecca retorna, llegado el momento, del mismo fondo del mar.

 

En lo que sigue, la puesta en escena pasa a desarrollarse sobre la dialéctica del plano contraplano.

 


•MacGruder: I was hoping you’d be a little late.


•Melanie: Oh, but you said 3:00.


•MacGruder: Oh, I know.

•MacGruder: I know. I’ve been calling all morning.


•MacGruder: Oh, Miss Daniels,


•MacGruder: you have no idea. They are so difficult


•MacGruder: to get. Really, they are.

 

¿Qué les parece lo más notable de este diálogo?

 

Yo diría que el hecho de que en él tarda mucho en nombrarse aquello de lo que se trata.

 

Y porque eso se demora, nos vemos obligados a prestar atención a la posición de las mujeres sobre eso enigmático que está en juego pero de lo que por ahora nada sabemos.

 

El acento mayor recae, desde luego, en Melanie, cuyo carácter a la vez refinado y soberbio se deja ver en seguida frente esa tendera que -tanto por su edad como por su aspecto ingenuo e inofensivo- está ahí tan solo para permitir el despliegue de la demanda de Melanie.

 

Y es que es precisamente de eso de lo que se trata: sea lo que sea lo que está en juego, es algo que moviliza la demanda de Melanie, la mujer, en el campo del deseo.

 

Veámoslo:

 


•MacGruder: I was hoping you’d be a little late.


•MacGruder: You see, he hasn’t arrived yet.


 

Hay, en primer lugar, una urgencia en Melanie, pues ha llegado antes de la hora en busca de eso que desea y que no ha llegado todavía.

 

Y por cierto que eso que ella desea, sea lo que sea, queda consignado por la cifra 3:

 


•Melanie: Oh, but you said 3:00.

 

Digamos de paso que este es uno de los puntos que asocian de la manera más estrecha el trayecto de Melanie con el de la Marion de Psycho.

 

Si no dan con ello, yo mismo se lo mostraré el próximo día.

 

El caso es que eso que ella desea y que está marcado por la cifra tres, es, nos dice la señora MacGruder, algo extraordinariamente difícil:

 


•MacGruder: Oh, I know.


•MacGruder: I know. I’ve been calling all morning.



•MacGruder: Oh, Miss Daniels,


•MacGruder: you have no idea.


•MacGruder: They are so difficult


•MacGruder: to get. Really, they are.


•MacGruder: We have to get them from India,


 

A partir de aquí, el plano contraplano se estrecha: de los simétricos planos medios de ambas mujeres con escorzos reversibles pasamos a sendos primeros planos.

 

Cambio de régimen que obedece a consignar un nuevo aspecto de eso, sea lo que sea, que ella desea:

 


•MacGruder: when they’re just baby chicks, and then…


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?

 

No es, ciertamente, un polluelo lo que ella desea.

 


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not.

 

Llega por fin el momento en que se pone nombre a eso en busca de lo cual Melanie se ha presentado ahí antes de tiempo -poco antes de que den las tres:

 


•MacGruder: This will be a full-grown mynah bird.


•MacGruder: Full-grown.

 

Se trata, nos dice la señora MacGruder, de un pájaro Mina bien crecidito.

 

Pero no es eso todo, pues lo que concita del todo la demanda de la mujer en el campo del deseo no es sin más un pájaro lo suficientemente crecido, sino, además:

 


•Melanie: And he’ll talk?

 

Un pájaro que hable.

 

Ahí es nada.

 

 

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