10. Objeto, actividad, pasividad

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-18 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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La demanda de él

 



•Mitch: I wonder if you could help me.


•Melanie: What?


•Mitch: I said, I wonder if you could help me.


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

Nos detuvimos aquí el último día.

 

En ese momento en el que ella decide jugar su papel en el campo de la demanda deseante que él plantea.

 

Y lo hace de manera por entero desafiante. De modo que, como les decía, sus palabras pueden ser traducidas así: sí, lo sé, yo soy lo que tu deseas.

 

Y por cierto que cuando ella responde así,

 


 

su cabeza se superpone totalmente sobre la jaula oscura del fondo, hasta el extremo de terminar por ocultarla.

 

Véanlo:

 






 

Y bien, ¿qué es lo que él, en tanto varón, desea? ¿No podría ser algo de esta índole? Tuvieron ocasión de contemplar el último día como Papageno, el aria con la que se presenta en La flauta Mágica, respondía a esta cuestión.

 

 


El deseo de Papageno

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Pues bien, recuerden como el Papageno de La flauta mágica describía su deseo:

 

«PAPAGENO
Yo soy el pajarero,
siempre alegre, ¡ole, upa!
Como pajarero soy conocido por
viejos y jóvenes en todo el país.
Cazo con reclamo y toco la flauta.
Puedo estar alegre y contento,
porque todos los pájaros son míos.
Yo soy el pajarero,
siempre alegre, ¡ole, upa!
Como pajarero soy conocido
por los viejos y los jóvenes
en todo este país.
¡Me gustaría tener una red
para muchachas,
las cazaría por docenas!
Luego las metería en la jaula
y todas ellas serían mías.
Si todas las muchachas fueran mías,
las cambiaría por azúcar:
y a la que yo más quisiera
le daría enseguida el azúcar.
y me besaría con delicadeza,
si fuera mi mujer y yo su marido.
Dormiría a mi lado y la acunaría
como si fuese una niña.»

 

¿Cómo podría no interesarnos Papageno, siendo como es un cazador de pájaros –Yo soy el pajarero, Cazo con reclamo?

 

Pero el primer motivo que hace para nosotros obligado atender a La flauta mágica es la relación bien explícita que hace Papageno, en su primera aparición en la obra, entre los pájaros y las muchachas.

 

Le gustaría, nos dice, tener una red para las muchachas. Las cazaría por docenas, luego las metería en la jaula y las haría suyas a todas.

 

Como ven, es éste, en principio, un deseo nada monogámico y, a la vez, uno posesivo y dominador.

 

¿No es esa idea la que se manifiesta

 


 

en la imagen en la que nos encontrábamos hace un momento en la que Melanie venía a ocupar el lugar de esa jaula que dibuja un arco tan semejante al de su propia cabeza?

 


 

¿Te gustaría enjaularme, verdad? Parece decir Melanie en el comienzo de su desafío.

 

Y lo hace de manera que, a la vez, se coloca ella misma en esa posición -a la vez que su cabeza se coloca delante de esa jaula del fondo-, es decir, sugiriendo, la posibilidad de ofrecerse ella misma en esa posición. Tal es la duplicidad, la ambigüedad esencial del juego de la seducción.

 

A lo que sigue un implícito vamos a ver de lo que eres capaz.

 

Por lo demás, no pierdan de vista que no deja de tentar al deseo femenino la idea de un hombre capaz de enjaularla.

 

Así, se da aquí una extraordinaria ambivalencia, porque después de todo, ¿quién es el enjaulado, la mujer {38o el pajarito?

 

}

 

Además, frente a ese primer deseo masculino de poseer a todas las mujeres, aparece uno segundo, más modulado, y que viene a asumir los rasgos del falo que les he enumerado como aquellos que responden al deseo de la mujer.

 

¿Acaso no es en ese sentido en el que avanza el aria de Papageno en su fase final?: de entre todas, una. Y una identificada como tal en el campo de la palabra, pues ella sería su mujer y el su marido.

 

«y a la que yo más quisiera
le daría enseguida el azúcar.
y me besaría con delicadeza,
si fuera mi mujer y yo su marido.
Dormiría a mi lado y la acunaría
como si fuese una niña.»

 

A vistas de lo cual, resulta obligado tomarse muy en serio a la señora MacGruder cuando le responde a Melanie:

 


•Melanie: And he’ll talk?


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…


•MacGruder: Well, no. You’ll have to teach him to talk.

 

Ciertamente, señorita, si usted desea que ese pájaro hable va a tener que enseñarle.

 

Luego veremos hasta donde alcanza esa pedagogía.

 

Conformémonos por ahora con anotar como, tomada la escena al pie de la letra, el personaje de la señora MacGruder no cesa de crecer: nos advierte no solo de la dificultad de lo que Melanie desea, sino también del trabajo que ella debería llegar a desplegar para poder obtenerlo.

 

 

 

 


Objeto, actividad, pasividad

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Pero volvamos al punto en el que nos encontrábamos:

 


 

Él la ha mirado

 


 

reconociéndola como objeto de su deseo.

 

Y es en tanto que tal

 


 

como ella, a su vez, se ha reconocido en la mirada que recibe, aceptando el desafío y entrando en el juego de la seducción.

 

Por lo demás, esa toma de decisión de entrar en el juego se traduce en un acto:

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

el de su movimiento de avance hacia él, que se ve reforzado por un travelling de retroceso.

 

Es pues el proceso de ese entrar activamente en el juego lo que tan admirablemente ha dibujado Hitchcock

 


 

ese movimiento por el que ella, primero inclinada y desplazada, se ha erguido progresivamente hasta alcanzar el plano y resplandecer, segura de sí misma, en él.

 

Es pues un movimiento por el que ella, bien activamente, se erige en el objeto que concita el deseo que ha sido enunciado.

 

Si lo que digo les desorienta, permítanme una aclaración obligada. Solo para quien nada sepa de la obra de Freud -y esto sea dicho con independencia de las titulaciones con las que se presenten- pueden resultar contradictorias las nociones de objeto,
de posición pasiva y de actividad.

 

Pues Freud escribió, en una fecha tan tardía como 1932, lo que sigue:

 

«Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva.»

[Freud, Sigmund: (1932) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: 33ª conferencia – La feminidad, p. 107]


 

Podría tratar de explicárselo a ustedes en el plano de la disquisición teórica, pero creo que eso huelga aquí, dado que el film nos ofrece la más precisa demostración práctica: ella, bien activamente, se ubica en la posición del objeto, incluida toda la pasividad que, llegado el caso, puede llegar a acompañarla.

 

Lo que podríamos resumir verbalizando así lo que en el rostro de ella puede leerse en este momento:

 

¿Me deseas? ¿quieres jugar? Está bien, veamos de lo que eres capaz.

 

 


La figura y el fondo

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Y así desaparece, al menos provisionalmente,

 


 

el inquietante vacío que había en el punto de partida y que además estaba cargado con esa lóbrega jaula negra del fondo.

 

Pues es precisamente el fondo es lo que la figura tapa:

 


•Melanie: Yes. What is it you’re looking for, sir?

 

y así el plano se llena, de modo que en su centro resplandece el objeto deslumbrante del deseo.

 

¿Se dan cuenta entonces lo que es el objeto de deseo en relación con la dialéctica de la figura y el fondo? Una constelación visual, imaginaria, que, precisamente, tapa el fondo.

 

Ya saben cómo la psicología de la Gestalt define el fondo: como aquello sobre lo que se recorta la figura.

 

Desde un punto de vista psicoanalítico, y tras reconocer la notable utilidad potencial que esa teoría tiene para la elaboración de una teoría de lo imaginario, creo que resulta obligado anotar que esa definición es en extremo pobre, demasiado funcional.

 

Pues el fondo no es solo aquello sobre lo que se recorta la figura, sino, más esencialmente, la ausencia de figura.

 

De lo que se deduce la prioridad ontológica del fondo sobre la figura. Pues no hay figura sin fondo -por más que la figura venga a ocultarlo- y. en cambio, sí hay fondo sin figura.

 

Lo podemos decir también así, ésta con imágenes:

 


 

no hay figura sin fondo

 


 

-por más que la figura venga a ocultarlo-

 


 

Pero sí hay fondo sin figura.

 

¿Que ella, Alma de Bretteville Spreckels, está ahí mostrando su esbelta figura? No les digo que no, pero sí les digo que no es como tal como es mostrada por Hitchcock.

 

La escala, con respecto a esa figura, es demasiado amplia y por eso su figura resulta demasiado pequeña como para ocultar el fondo.

 

Quizás sea, por ello, un buen momento para recordar aquello en lo que muy oportunamente supo reparar Jaime Díaz hace un par de sesiones: en que su nombre completo de soltera era Alma Charlotte Corday le Normand de Bretteville, y que, como tal, hace presente a esa otra entidad femenina -ven ustedes que, a prósito de ella, evito ahora utilizar el término figura-, a esa otra entidad materna, a propósito de la cual les hice el esfuerzo de hacerles ver que no era nada bella: Carlotta Valdés.

 

Y bien, esa Carlotta, si está ahí, no es para ocultar el fondo sino, más bien, para hacer bien palpable su presencia, diría incluso que para señalarlo: ese fondo sin forma que es el del movimiento incesante de esas turbulentas manchas negras.

 

Pues bien, ese privilegio ontológico del fondo sobre la figura se debe al carácter real del primero

 


 

frente al carácter imaginario de la figura.

 


 

A lo que es necesario añadir que, precisamente por eso, el fondo, en tanto ausencia de la figura, es el territorio de la angustia.

 

Llegamos así al momento de formular con mayor precisión lo esencial de lo que latía en la articulación de los dos primeros planos subjetivos.

 

El varón quiere poseer el objeto del deseo

 


 

-quiere poseer el objeto que se yergue para el deseo: ¿no la ven ahí a ella, erguida sobre sus zapatos de tacón?

 

Y la mujer, por su parte, se yergue para serlo, aún cuando intuye, si no sabe, del carácter imaginario del objeto que ofrece:

 


 

 

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