8. El deseo de la mujer y algunas cuestiones de metodología

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-11 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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And he’ll talk?

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not. This will be a full-grown mynah bird.


•MacGruder: Full-grown.


•Melanie: And he’ll talk?

 

Tal es la demanda de Melanie: un pájaro que hable.

 

La misma señora MacGruder, de natural tan complaciente,

 


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…

 

no puede por menos que señalar su dificultad:

 

•MacGruder: Well, no, You’ll have to teach him to talk.

 

Lo que, desde luego, incomoda a la orgullosa Melanie,

 


 

mujer narcisista, en nada acostumbrada a que se pongan obstáculos a sus deseos.

 

Pueden ver en su rostro ahora, por otra parte, hasta qué punto la dependienta no es para ella más que un ser insignificante cuya tarea no puede ser otra que la de facilitar la consecución de sus deseos.

 

En cualquier aso, que algo decisivo está en juego en la demanda de Melanie es algo que viene a ser confirmado con una nueva apelación al número 3:

 


•MacGruder: I guess maybe I’d better phone. They said 3:00 oclock.


•MacGruder: Maybe it’s the traffic.


•MacGruder: I’ll call.


•MacGruder: Would you mind waiting?

 

Qué osadía, pretender hacer esperar a Melanie.

 


•Melanie: Well, maybe you’d better deliver him.


•Melanie: Let me give you my address.

 

Pero esa premura, esta negativa a esperar más, no solo anota el carácter altivo y orgulloso de Melanie, sino que viene a acentuar de nuevo la intensidad del deseo que late en su demanda.

 

Pero antes de ocuparnos del contenido de ésta, conviene que nos demoremos en analizar el marco en el que emerge.

 

Y, para ello, introduciremos antes alguna nueva consideración metodológica.

 

 


Metodología 3 y 4: demora, morosidad, deletreo

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La demora y la morosidad, tales son el tercero y el cuarto de nuestros principios metodológicos.

 

El tercero dice: demorar lo más posible el momento de entender, procurar entender lo menos posible y lo más tarde posible.

 

Pues quien entiende ya no deletrea y por tanto hace imposible el cuarto principio: el del moroso deletreo de cada uno de los elementos del texto.

 

Nada de abstracción hay en esta idea. De hecho, múltiples estudios de psicología cognitiva han demostrado que el modo habitual de lectura excluye totalmente el deletreo.

 

Todo lo contrario: la lectura habitual funciona por un sistema de hipótesis que el lector activa de manera automática, de modo que se conforma con tomar pequeñas muestras en el texto leído y, si estas confirman esas hipótesis, el lector corre hacia delante. Sobre este principio, digámoslo de paso, funcionan los métodos de lectura rápida tan de moda actualmente. Podríamos resumirlo así: mientras se entiende -o se cree que se entiende-, se corre hacia adelante.

 

Se dan cuenta de que lo que yo les propongo es todo lo contrario: una lectura lo más lenta posible.

 

Y ello sin miedo a desgajar cada elemento del conjunto, en la seguridad de que solo prestándole la suficiente atención en sí mismo, separado de todo lo que lo acompaña, será posible hacer emerger, en el medio plazo, sus lazos más profundos con los otros elementos que conforman el texto.

 

 

 

 

 


Plano contraplano: dialéctica de las figuras

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Detengámonos, así, a considerar la conformación que ha tomado en su última fase el plano contraplano que pone en escena este diálogo:


 

Observen el diferente tratamiento visual de las dos mujeres presentes en la escena.

 

Debemos anotar en primer lugar el más acentuado desenfoque en el fondo de Melanie que tiene por efecto destacar mejor su bella figura.

 

Es mucho menor la diferencia de definición entre la figura de la dependienta y el fondo que la rodea, de modo que destaca menos sobre él o, si prefieren, resulta más empastada en él.

 

Pero no es solo eso. Además, el rostro de Melanie es tratado con una suavidad mayor, de un modo, por decirlo así, más vaporoso, menos contrastado que el de la dependienta. De modo que su piel resulta lisa, suave, sin la menor arruga, mientras que las arrugas de la otra, la dependienta, resultan bien visibles.

 

Dicho en otros términos: hay más presencia de la huella fotográfica -de la dimensión real de la fotografía- en el tratamiento de la dependienta, mientras que en el de Melanie se han reforzado los parámetros fotográficos que apuntan a configurarla como una buena gestalt, como una imago bien cerrada, pulida y completa y, por eso, capaz de cautivarnos en el campo del deseo.

 

Conocen, aunque sea de manera intuitiva, esos parámetros por su presencia en las imágenes de la fotografía de moda, tanto como conocen su opuesto por su dominancia en las revistas amarillas.

 

 


Metodología 5: tres dimensiones

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Buena ocasión para realizar una nueva puntación metodológica, esta vez relativa al principio del deletreo.

 

Pues, a la hora de deletrear, es necesario atender a las tres dimensiones presentes en toda imagen -y, por extensión, en todo texto- y que por ello el análisis debe interrogar necesariamente.

 

Su dimensión semiótica -que se manifiesta bien en el hecho de que reconocemos en ambas imágenes la significación mujer-, su dimensión real -pues accedemos a la huella real de las actrices que encarnaron a esos personajes y que, por eso, en un momento dado del tiempo, estuvieron ahí, delante de la cámara-, y su dimensión imaginaria, manifiesta en que en una de las imágenes contemplamos como se suaviza la presencia de la huella a la vez que se intensifica lo que hace de ella una imago para el deseo.

 

 

 

 


Plano contraplano: dialéctica de los fondos – naturaleza y lenguaje

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Dicho todo esto, ocupémonos ahora del diferente tratamiento de los fondos de cada una de las dos mujeres.

 


 

Les llamo la atención, a este propósito, de que un sintagma audiovisual del tipo plano/contraplano es en primer lugar un dispositivo semiótico que puede ser analizado en términos de sistema de oposiciones.

 

Dicho esto, levantemos acta del sistema de oposiciones que aquí se manifiesta presente.

 

Del lado de la dependienta, nos encontramos ante un fondo visualmente mejor definido que el de Melanie y cuyos elementos conviene detenerse a enumerar. Pero igualmente conviene, antes de hacerlo, prestar atención a lo que hay de común en todos ellos tanto como lo que está en todos ellos excluido.

 

¿De qué se trata? De que todos ellos tienen que ver con los pájaros y, sin embargo, no aparece ahí pájaro alguno. O dicho en otros términos: no habiendo ahí ningún pájaro, todo está lleno de signos relacionados con los pájaros: bien alineadas cajas de alpiste para alimentarlos que presentan pajaritos pintados idénticos, un par de grandes archivadores llenos sin duda de documentación sobre ellos, una jaula vacía que podría albergarlos, libros y folletos que necesariamente versan sobre ellos y, finalmente, bien enmarcado, el dibujo zoológico, de una estilizada ave.

 

Y atiendan a esto: por ser un dibujo taxonómico, tiene por objeto representar no a un pájaro singular, sino las propiedades de una especie, es decir, de una clase de aves.

 

En suma, el fondo de la dependienta, en ausencia de pájaros, está poblado por signos cuyo referente -ausente- son los pájaros.

 

Lo que podemos decir también así: nada del lado de la naturaleza y todo, en cambio, del lado del lenguaje.

 

Del lado de Melanie, en cambio, un fondo no solo más difuso y, como ya señalamos, destinado a realzar su figura, sino también uno más abierto y vago, con líneas menos definidas y en el que, contra lo que podría esperarse en un espacio tan lleno de jaulas como el de esta pajarería, ninguna jaula se hace ahora visible, de modo que los pájaros presentes en esa gran vitrina acristalada parecieran encontrase en libertad.

 


 

Así, frente al orden del lenguaje del lado de la dependienta, el fondo de Melanie nos devuelve el desorden de la naturaleza.

 

De nuevo, pues, eso que ya habíamos encontrado en los créditos: no solo la oposición, sino también el conflicto entre los pájaros y las palabras.

 

 


Signos y palabras – La dimensión simbólica del lenguaje

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Aunque ahora, por lo mismo que hemos anotado ahí la presencia de signos icónicos de pájaros, creo que es obligado hablar más bien de oposición entre los pájaros y los signos.

 

Y ello porque debo proponerles una diferencia conceptual entre los signos y las palabras que considero decisiva, por más que, hasta donde se me alcanza, no ha sido formalizada antes de que yo empezara a utilizarla. Claro está, puede que me equivoque en ello. Si fuera así, les agradeceré que me lo hagan saber.

 

Los signos son entidades abstractas, dotadas de significado igualmente abstracto e independientes de los sujetos, pues forman parte del código, de modo que están ahí disponibles para cualquier sujeto.

 

Preexisten por tanto como tales, es decir, como elementos del código del que forman parte, con independencia de todo acto de enunciación que los realice.

 


 

Pueden constatar el caracter abstracto del significado de los signos en esos signos icónicos que rodean a la señora MacGruder: todos esos dibujos de pajaritos idénticos, carentes de la menor diferencia que singularice a cada uno de ellos, de modo que designan la categoría abstracta pajarito, que abarca a todos los pajaritos singulares existentes, pero que no designa a ninguno de ellos en particular.

 

Y lo mismo podemos decir de la estilizada ave de la izquierda: como buen dibujo zoológico, tiene por objeto definir el prototipo de la especie, y por ello excluye cualquier rasgo que pueda designar específicamente a un individuo determinado de ella.

 

Los signos son objetos semióticos. Pertenecen, al orden semiótico que es un orden abstracto: el orden del signo y la significación.

 

 

Ocasión idónea para anotar la relación entre ese orden -el orden semiótico- y el mundo de la objetividad, la comunicación y el mercado.

 

Pues el de la modernidad es un mundo todo el configurado por circuitos de circulación e intercambio de signos y de mercancías en el que, como en las grandes superficies comerciales, todo está bien clasificado, cuidadosamente dispuesto en una serie que se quisiera infinita de objetos al servicio del placer de los agentes que en él participan.

 

Las palabras, en cambio, son otra cosa: son signos pronunciados por sujetos singulares en momentos singulares e irrepetibles del tiempo.

 

Y eso hace de ellas hechos que, sin dejar de ser semióticos, son a la vez reales, pues son signos realizados y por eso, por encima y más allá de su significado, lo que importa en ellos es su sentido.

 

Y el sentido es algo -segunda diferencia conceptual que les propongo- esencialmente diferente del significado: pues el sentido de una palabra no es el significado del signo con ella enunciado, dado que depende del sujeto real que lo pronuncia y del momento real en el que ese acto de enunciación tiene lugar.

 

Esta combinación de lo semiótico y de lo real en las palabras define lo que creo que debemos entender como la dimensión simbólica del lenguaje.

 

Y bien, hasta donde se me alcanza, todo lo que tiene que ver con la subjetividad, todo lo que tiene que ver con los procesos del lenguaje que interesan al psicoanálisis, tiene que ver con la dimensión simbólica así definida.

 

Si esto que les digo les parece muy abstracto, no tienen más que pensar en esas palabras decisivas que, provenientes no de cualquiera, sino de seres importantes para ustedes, han recibido en momentos igualmente decisivos de sus vidas.

 

Se darán cuenta de inmediato que su sentido desborda absolutamente el significado de los signos en ellas involucrados.

 

Y bien, estamos ante un texto idóneo para dar un ejemplo de ello: los signos que ven en el plano de la dependienta son, simplemente, signos.

 

La demanda de Melanie, en cambio,

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not. This will be a full-grown mynah bird.


•MacGruder: Full-grown.


•Melanie: And he’ll talk?

 

desborda totalmente el orden de la dimensión semiótica del lenguaje, como tan expresivamente lo manifiesta el gesto perplejo de la tendera:

 


•MacGruder: Well, yes, of course he’ll…


•MacGruder: Well, no, you have to teach him to talk.

 

 


Una amenaza ligada al cuerpo pulsional de la mujer

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Y por otra parte, ¿no les parece que el texto nos presenta

 


 

una disociación radical entre ese orden que amuebla el espacio de la tendera y aquel otro que constituye el inquietante fondo de Melanie?

 

Pues, por lo que a la imagen de Melanie se refiere, da la impresión -larvadamente amenazante, digámoslo de paso-, de que esas ramas sobre las que están posados los pájaros parecen salir de su propio cuerpo, elevándose como si fueran sus alas o los destellos de una bien oscura irradiación.

 

No es casual el color de la pintura escogida para la madera de esa gran vitrina acristalada que aísla a los pájaros. Un gris destinado a confundirse con la pared del fondo, de manera que se diluya en beneficio de las ramas más oscuras en las que se hallan posados los pájaros.

 

¿Deberé recordarles, por otra parte, que son todas ellas ramas curvilíneas e irregulares, del todo opuestas a las rejillas rectangulares que conforman el fondo de la tendera?

 


 

Hay, en Psycho, una imagen que se encuentra directamente emparentada con ésta y que, por eso, a la vez, emparenta de manera bien estrecha a Melanie con Lila:

 


 

Resulta evidente que nos encontramos ante un mismo motivo plástico que da, a las figuras de las mujeres involucradas en él, un común aspecto oscuramente amenazante.

 

Se trata de una amenaza que procede de su cuerpo y que, en el primer caso, se manifiesta ligada de manera directa con los pájaros. Una amenaza, en suma, ligada al cuerpo pulsional, es decir, real, de la mujer.

 

 


Modernidad y Posmodernidad

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¿No les parece que el sistema de oposiciones que hemos dibujado hasta aquí resulta idóneo para dibujar la oposición que, en el panorama cultural de nuestra contemporaneidad, opone, los textos objetivos, funcionales, racionales, como son los de la ciencia, la tecnología y el mercado, frente a los textos subjetivos, es decir, a aquellos, herederos de la mitología, que son los textos artísticos?

 

 

textos subjetivos             textos objetivos

 

 

¿Y no les parece que, en su escisión, los unos nos devuelven cierta cara A de nuestro actual estado civilizatorio, llamémosla Modernidad, mientras que los otros nos presentan su cara B, más oscura y atormentada, y a la que conviene bien el nombre de Posmodernidad, no porque venga después, sino, bien por el contrario, porque constituye la cara oscura de aquella,

 

textos subjetivos            textos objetivos

Posmodernidad            Modernidad

 

 

su sombra, propiamente, atormentada, en la que se manifiesta una subjetividad desgarrada en la medida en que no puede escribirse en el campo, del todo dominante en nuestro mundo contemporáneo, que es el de los textos de la objetividad?

 

A un lado, pues, el buen orden de los signos y los objetos. Al otro, la pasión -como tal esencialmente pulsional- de los sujetos.

 


textos subjetivos            textos objetivos

Posmodernidad            Modernidad

pájaros                signos

 

 


La demanda de Malanie y la Anunciación

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Y bien, en el contexto de esa oposición sin aparentes puentes posibles, resuena la demanda de Melanie.

 

Ella quiere un pájaro que hable.

 


    textos subjetivos            textos objetivos

    Posmodernidad            Modernidad

    pájaros                signos

un pájaro que hable

 

¿Se dan cuenta de la extraordinaria resonancia del asunto? Pues supongo que ustedes saben cuál es el más famoso pájaro que habla en la historia de la mitología.

 

Ni más ni menos que el Espíritu Santo.

 


 

 

¿En qué medida eso se vincula con el deseo de la mujer? Yo diría que por muchas vías y por muchos motivos.

 


textos subjetivos                textos objetivos

Posmodernidad                Modernidad

pájaros                    signos

un pájaro que hable

 

 

Por ello, Una buena vía para aproximarse al asunto que nos ocupa y que les invito a todos a seguir es explorar uno de los temas más importantes de la tradición pictórica renacentista y barroca: el de la Anunciación.

 

Si lo hacen -y eso ahora es tan fácil como abrir Google con la función de busqueda de imágenes, aunque yo les invitaría a no conformarse con ello y hacer una espaciada visita al Museo del Prado, pues recuerden que este asunto pictórico alcanzó una especial relevancia en la Contrarreforma católica de la que España fue adalid-, si lo hacen, digo, tendrán ocasión de constatar que es un tema pictórico del todo protagonizado por la mujer y en el que no falta nunca ese ave capaz de hablar que es el Espíritu Santo.

 

 


El deseo de la mujer: el falo

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Pero mientras realizan esa excursión, les sugeriré otras vías.

 

La más evidente es la que se hace presente de inmediato cuando atendemos a ese uso metafórico de la palabra pájaro que, como les dije, hacía imposible traducir el título de la película, The Birds, por Las aves.

 

Sólo tienen que acudir al diccionario de la Real Academia Española para confirmar lo antiguo de ese uso:

 


 

Sin duda, el pájaro, y aún mejor el pajarito, es una tradicional manera de nombrar coloquialmente esa parte del órgano sexual masculino que es el pene.

 

Pero lo que está en juego en la demanda de Melanie, incluyendo eso, no se queda ahí: lo que Melanie reclama -lo que la mujer desea- es el falo.

 

Como hoy en día no se puede dar nada por hecho y la pasión loca por la ingeniería del lenguaje está provocando la aparición de multitud de vocacionales policías de la lengua, deberé hacer la siguiente explicitación: cuando hablo del deseo de la mujer hablo de la matriz simbólica que guía el deseo de las mujeres heterosexuales, tanto como el de aquellos varones homosexuales que declinan su deseo en femenino.

 

Igual que, si les hablo del deseo del varón, me referiré a la matriz simbólica que guía el deseo de los hombres heterosexuales, tanto como el de aquellas mujeres homosexuales que declinan su deseo en masculino.

 

 

 

 


La mujer que, indudablemente, existe

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Y tras hacer esta nota dirigida a los puritanos de la neolengua, aprovecharé la interrupción para hacer otra, igualmente necesaria dado el tema que nos ocupa, pero dirigida esta vez a los lacanianos, quienes se empeñan en repetir ese hueco aforismo según el cual la mujer no existe.

 

En mi opinión, no es más que un juego de palabras para gentes con poca formación filosófica: en sentido estricto, ningún universal existe, ni el universal mujer, ni el universal hombre, ni el universal gato.

 

En sentido estricto, estrictamente materialista, solo existen los hombres, las mujeres y los gatos singulares.

 

Pero atiendan a la contrapartida del asunto: si impugnamos el universal mujer deberemos impugnar todos los otros universales y, por esa vía, acabaremos, si somos serios, prescindiendo del lenguaje, porque la capacidad de pensamiento que el lenguaje realiza pasa, necesariamente, por la construcción de universales.

 

Y si en psicoanálisis se plantea, como uno de sus temas propios, el del deseo de la mujer, solo puede ser porque, para el psicoanálisis, la mujer existe.

 

Por lo demás, miren: la afirmación según la cual la Mujer no existe entra en contradicción directa con el pensamiento freudiano.

 

Basta, para establecerlo con toda claridad, con prestar atención a ese texto de Freud que lleva por título La elección del cofre (1913), en el que, a propósito del motivo de la elección por un varón entre tres cofres, Freud escribe:

 

«Si estuviéramos frente a un sueño, enseguida daríamos en pensar que estos cofrecillos son mujeres, símbolos de lo esencial en la mujer y, por eso, la mujer misma, como también lo son tabaqueras, polveras, cajitas, cestas, etc.»

[Freud, Sigmund: (1913) El motivo de la elección del cofre, p. 307.]

 

Ahí lo tienen: lo esencial de la mujer, la mujer misma… que, existir, existe.

 

Y vaya si existe.

 

Por lo demás, ¿cómo podría dudarlo alguien que haya visto Los pájaros?

 

Ciertamente, existe un enigma en lo femenino.

 

Pero, contra el tópico lacaniano, ese enigma no estriba en saber que es lo que la mujer desea. No voy a detenerme ahora en mostrarles como vino Lacan a construir la fabulación según la cual Freud habría dicho lo que nunca dijo, dado que pueden encontrarlo en mi web, en la sesión del 18/12/2015. El fetichismo

 

Sesión que les invito a leer, si tienen tiempo para ello, porque, siendo un detenido comentario del célebre trabajo de Freud sobre el fetichismo, ofrece un soporte teórico de fondo para el trabajo que estamos haciendo este año, muy especialmente por lo que se refiere a esa otra cara del Complejo de Edipo que es la temática de la castración.

 

El caso es que si Lacan hubiera leído en serio a Freud -cosa que a todas luces no hizo- sabría que esa idea, la de que es el falo lo que la mujer desea, recorre toda su obra, desde el principio hasta el final, cobrando toda su envergadura en ese tema, cada vez más presente en su obra postrera, que es el de la envidia del pene.

 

 


Falo, erección, promesa

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Pero volvamos al deseo de Melanie.

 

Para comprenderlo en profundidad, deben ustedes deletrear su demanda. Y eso exige que añadan ustedes al pájaro-pene los otros dos rasgos determinantes presentes en la demanda que Melanie formula: su capacidad de crecer

 


•Melanie: This one won’t be a chick, will he?


•MacGruder: Certainly not. Oh, no, certainly not.


•MacGruder: This will be a full-grown mynah bird.



•MacGruder: Full-grown.

 

Full-grown: podríamos traducirlo por adulto, pero aquí es más apropiada una traducción literal: plenamente crecido.

 

Y es que hay pene sin erección, pero el falo solo comienza a existir a partir de ésta.

 

Pero la fórmula completa del falo, entendido por tal aquello que suscita el deseo de la mujer, no concluye, en mi opinión, ahí.

 

Y debo subrayar aquí que se trata de mi opinión, pues esto no lo encontrarán en Freud, aunque tampoco entra en contradicción con su teoría.

 

No concluye ahí, les digo, sino que reclama precisamente esto otro:

 


•Melanie: And he’ll talk?

 

que hable.

 

Es decir, muy concretamente, que sea capaz de hacer uso de la palabra -ya saben, de la dimensión simbólica del lenguaje- en su expresión más alta, que es la de la promesa.

 

 

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