12. Mujer enamorada, poeta y cineasta

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 28/03/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

 

 

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El derrumbe del padre

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«”Tu padre era un borracho, tus tías unos pellejos de vino, y eso es lo que tú eres”, barbotó Dick acostado como estaba.»

Terrible, desde luego, el discurso del padre tal como se concretó en ese momento decisivo de la adolescencia de Orson elles.

Ahora bien, ¿no les parece que, si Bannister ocupa el lugar del padre, su discurso, antes de torcerse, había empezado bien?

Bannister: Mike’s quite a hero, quite a tough guy.

¿No es eso lo que se supone que el padre debe decir -y más que eso: prometer- a su hijo: que él también puede llegar a ser un héroe?

Pero es un hecho que el padre se derrumba, incluso antes del comienzo mismo del viaje.

Bannister: You hear that, Black Irish?

Michael: It’s true.

Bannister: Well, bear it in mind.

La caída, el derrumbe del padre, ¿acaso no es la referencia constante, masiva, de eso que, de manera más bien absurda, se ha dado en llamar arte moderno?

Y bien, ¿cuáles son los efectos de ese derrumbe?

La llamada modernidad está convencida de que ninguno.

No ha cesado de afirmar que la caída del padre es, por el contrario, un logro, un éxito.


Ahora bien, el derrumbe del padre supone, inevitablemente, el derrumbe de la palabra del padre.

Y la palabra del padre es el fundamento mismo del orden simbólico.

De modo que entonces…


Si muero antes de despertar

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Michael: Naturally, someone had to take Mr. Bannister home.

¿No les parece, por lo demás, que hay un vago aroma funerario en este plano?

Se debe a esa cruz que ostenta el pequeño barquito en el que se desplazan por el puerto.

Me reconocerán al menos que ninguno otro tiene algo parecido.

Y, por lo demás, está reforzada por los maderos oscuros que se cruzan en primer término en la parte superior derecha del plano.

Decididamente, la connotación funeraria impregna el viaje de este barquito al amanecer, por más que sepamos que Bannister no está muerto, sino tan sólo borracho…

Y a los que les parezca que doy demasiada importancia al inconsciente en todo esto, les diré que reclamo en mi favor la palabra del narrador.

Pues es él quien habla de inconsciente.

Michael: I told myself I couldn’t leave a helpless man lying unconscious in a saloon.

Y si me objetan que esto está tirado de los pelos pues no se habla del inconsciente de Bannister sino de su estado inconsciente a causa de la bebida, deberé decirles que se apresuran, pues en muy breve lapso la palabra inconsciente será pronunciada por segunda vez:

Michael: Well, it was me that was unconscious…

Habla ahora también, desde luego, de un estado, pero de uno esta vez no debido al alcohol y que, además, se expande a toda la narración.

De hecho, se nombra aquí con precisión esa suerte de estado sonambúlico en el que se mueve el personaje -y nosotros con él- durante todo el relato, desde el momento que en el Parque Central ha encontrado, brillando, en el interior del coche cama del pasado, a la Figura Primordial.

Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

Michael: if I’d been in my right mind, that is.

Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

Quizás uno de los motivos esenciales de la elección de la novela de Sherwood King sea su título –If I Die before week-up-, por eso mismo sumergido como la otra cara de The Lady from Shanghai.

Y caray si está sumergido: tanto que ni aparece en los títulos de crédito,

donde tan solo se habla de una Historia basada en una novela de Sherwood King.

Esa es otra de las maneras en las que el inconsciente trabaja: reprime el enunciado central, pero a la vez escribe los que lo rodean, permitiendo localizarlo por vía metonímica.

Y bien, ese título sumergido, If I Die before week-up, Si muero antes de despertar, nombra un cierto estado de desrealización -de pérdida de la dimensión de la realidad.

De eso precisamente habla este enunciado:

Michael: Well, it was me that was unconscious…

Pero, sobre todo, esto es lo que, como les digo, determina el tono, el clima entero del film.

Si realmente ella, La Dama de Shangai, es la Imago Primordial, entonces ese estado se expande más allá y más acá del film, a toda la vida de cineasta.

De modo que todo tendería a percibirse como irreal, ficticio, simulacro y farsa a la vez.

Y ciertamente, esa percepción -o esa falla en la percepción, esa pérdida de asiento en la realidad- es algo que acompañó a Welles a lo largo de toda su vida, hasta encontrar su más explícita declaración en F for Fake (1974).

Welles: Ladies and gentlemen, by way of introduction: this is a film about trickery and fraud. About lies.

Welles: Tell it by the fireside or in a marketplace or in a movie. almost any story is almost certainly some kind of lie.

Welles: But not this time. No, this is a promise. During the next hour, everything you’ll hear from us is really true. And based on solid facts.


Ese era otro, no yo

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Michael: and he was exactly as helpless as a sleeping rattlesnake.

Aparece, esta vez sólo verbalmente, el segundo animal del film: una serpiente de cascabel. Conviene anotarlo, pues es el segundo de una larga serie.

De hecho, ahora mismo se hace visible el tercero.

Ya conocemos a este perro.

Tan negro y cándido como el Irlandés Negro.

Por eso sólo me detendré a señalar esto: que precede inmediatamente a la irrupción del primer plano de Elsa.

Bannister: Say, it’s nice of you, Michael

Me reconocerán que es éste un plano de una centralidad absoluta. Sobre todo porque ella no mira nada ni a nadie, sino que escucha, controla la situación.

Ella está ahí, centrada, frontal, recortada sobre el mar indefinido, en flou.

Decía capitana, pero podría decir almirante.

Bannister: to be so nice to me while I’m so drunk.

Mientras que el cuerpo inútil del padre se hace presente en un evidente estado de descomposición.

Y objeto de su mirada de desprecio.

Para comprender que es ella quien lleva el timón… basta con prestar atención al brillo del timón que lleva sobre su pecho.

Podrían ser las medallas de un almirante.

Bannister: Lover!

Elsa: I wasn’t sure you’d come.

Michael: I’m not staying.

Como ya hemos tenido ocasión de anotar, cuando está al lado de ella, Michael se queda insólitamente rígido.

Esta vez ni siquiera es capaz de mirarla.

¿Tendrá miedo al brillo de su timón?

De hecho, parece un soldado firme ante su oficial.

Elsa: You’ve got to stay.

Bannister: Lover!

Broome: Gonna be a real nice cruise.

Y otra vez reaparece ese procedimiento que ya se hizo presente al final de la escena del garaje, por el que inesperadamente descubrimos que había alguien más ahí, observándolo todo con gesto burlón.

Broome: First, the Panama Canal, then up the Mexican coast.

Figuras malignas y burlonas, que saben siempre más de lo que debieran saber.

Que lo saben todo de él.

Y que se burlan.

Manifestaciones de ese proceso de desrealización que alcanzará su apoteosis en la adaptación wellesiana de El proceso de Kafka.

Broome: We need a bosun, Danny-boy.

Broome: Ever done any sailing?

Michael: A bit of it.

Figuras inciertas, irreales, móviles.

Michael: I saw you last night at the garage, it was.


Broome: Somebody else, Danny-boy,

Broome: not me.

Notable a este propósito, por cierto, la última frase.

Resuena en ella el célebre enunciado de Rimbaud –Je suis un autre- que, si lo piensan bien, posee la estructura misma de la quiebra psicótica.


Ella, Rita Hayworth, le necesita

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Bessie: Don’t go. She needs you bad. You stay.

Ella, Rita Hayworth, le necesita.

Y él puede sacar partido de ello si sabe jugar sus cartas.

Goldie: Mike, if you play your cards

Goldie: right, we can get a job for us both.

Como ven, no hay que interpretar nada: todo está dicho con una literalidad inapelable.

Michael: I think we’ll take it.

Recapitulemos lo que ha sucedido en esta bisagra del film que da paso al viaje que va a comenzar, y que es un viaje de ficción tanto como un viaje real.

El padre se ha desmoronado.

Su palabra, que empezaba invocando al héroe -y por tanto, la posibilidad del relato- se ha desmoronado.

Y ha sido conducido en un extraño funeral marino

hacia el yate en el que reina esa mujer fascinante y omnipotente

capaz de reverdecer la memoria de la imago primordial.

Y, como ya sabemos, entre lo uno y lo otro ha habido un crimen

cuyas cifras fueron cuatro y cinco.


Un triángulo en alta mar

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Les he llamado la atención sobre el color que comparten el perro y O’Hara.

Ahora podemos confirmar hasta qué punto esa es una elección precisa del texto.

Pues el color de ambos contrasta absolutamente con el canónico blanco de los otros marineros.

Michael: And what was I,

Pero no sólo es el color: también una suerte de raccord de movimiento no narrativo liga al perro con el irlandés:

Michael: Mike O’Hara, doing on

Michael: a luxury yacht pleasure

Michael:cruising in the sunny Caribbean Sea?

Michael: But it’s clear now, I was chasing

Michael: a married woman.

Y, como ven, las palabras siguen a las imágenes: él iba detrás de una mujer casada como un perro faldero.

Michael: But that’s not the way I wanted to look at it. No.

Michael: To be a real prize fathead like Mike O’Hara…


Michael: you’ve got to swallow whole all the lies you can think up to tell yourself.

¿Y qué imagen aparece entonces, justo cuando O’Hara habla de las mentiras que se cuenta a sí mismo para ocultarse su canino sometimiento a esa mujer?

Bannister, sin duda.

Y Bannister, asociado por segunda vez al alcohol, parece localizado en el origen de todas las mentiras.

Pero lo más notable del procedimiento de montaje utilizado es que esta atractiva serie de encadenados liga, asocia estrechamente, las figuras de ambos, de Bannister y de O´Hara:

Y entre ambos, el alcohol.

Se confirma una y otra vez lo que ya les dije último día: que en la figura de Bannister, más allá de Eduardo Cansino, es el padre de Welles el que aparece: en el mar junto a su hijo, bien agarrado a la botella.

Michael: Bannister?

Garage Attendant: Arthur Bannister himself.

Garage Attendant: Some guys have all the luck.

Michael: Personally,

Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.

Por otra parte, los bastones que anotaban la impotencia del personaje, a la vez, le dan ese movimiento torpe y patético, que podría ser también el de un alcohólico.

Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.

Michael: Our little expedition spent some weeks in the West Indies…

Michael: dawdling around,

Y el uno y el otro atrapados por la red de Circe.

No hay duda que es así: es Ella quien está al mando.


Circe está al mando

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Ella, Elsa, está al mando; su otro nombre es el de su barco: Circe.

Y como es sabido, Circe era una diosa hechicera que convertía a los hombres en animales.

En animales de todo tipo, no sólo en cerdos como hizo con los marineros de Ulises. Pero, en cualquier caso, también los cerdos están presentes en The Lady from Shanghai. Emergen, inesperadamente, cuando termina la carrera de Michael en persecución de Elsa por las calles de Acapulco. El blanco absoluto del vestido de la mujer, que tan acentuadamente contrasta con las sucias callejuelas de la ciudad, parece emanar un aroma de hechizo.

¿No les da la impresión de que está a punto de producirse el hechizo?

Y sin duda ese hechizo tiene que ver con el poder hechicero del cuerpo de esa mujer que se desplaza como flotando por las calles de Acapulco.

A la puerta del café en el que se introduce -y que por ello, en cierto modo, se constituye en palacio de Circe- aguardan los cerdos que consignan el destino del marino enamorado que la persigue.

De hecho es muy estrecha la relación de Elsa con el mundo animal:

Ni siquiera se inmuta ante las serpientes que rodean su canoa en la excursión por la selva mexicana -de hecho, su displicente giro de cabeza, por obra del montaje, participa en cierto modo del sinuoso -y oscuro- movimiento de la serpiente.

Los varones que la acompañan, en cambio, se sienten inquietos, fuera de lugar en el universo primario y animal de la selva.


Ella, la estrella, es también una sirena intocable cuyo canto, en las largas noches de la travesía marina, les hace enloquecer de deseo:

Elsa: “Don’t hold me

Elsa: “But if you hold me

Elsa: “Don’t take your arms away

Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “Please don’t love me

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Elsa: “away”

Y además de la selva, como sirena, habita también las profundidades del mar, donde reina entre todas las bestias marinas.

Michael: I’ve never seen an aquarium.

Elsa es por eso, en cierto modo, ese pulpo que, desde el fondo del acuario, parece atrapar a Michael. Y porque ella reina en ese universo tan extraño para él a pesar de su condición de marino, le pide que se lo muestre.

Michael: Would you show me about?

Elsa: I couldn’t think where else we could meet.

No hay duda de cuál es el reverso oscuro de ese bello rostro fascinante:

Elsa: “We arrived at the boat landing at approximately 10:20.

Perfil con perfil, la horrísona fealdad de la morera lo devuelve en su aspecto más letalmente amenazante.

Pero si la morera, como es sabido, permanece estática entre las rocas, Elsa posee también el sinuoso poder deslizante de los tiburones.

Elsa: “He said he was frightened of a hold-up and asked me to get the gun, just in case.

Ahora bien, a estas alturas, si seguimos atendiendo a esa percepción del film como una suerte de documental sobre su propio rodaje y sobre las relaciones de sus protagonistas durante el mismo, ¿no les parece que las tintas están cargadas en exceso sobre la estrella, a la vez que el poder del productor se ha ido difuminando hasta descubrirse como un ser débil y también él víctima de esa diosa omnipotente?

Bannister: With these mirrors, it’s difficult to tell. You are aiming at me, aren’t you?

Bannister: I’m aiming at you, Lover!

Bannister: Of course, killing you is killing myself.

De modo que finalmente también él aparece totalmente sometido a su hechizo.

Bannister: It’s the same thing.

-Y, en el límite, totalmente identificado con ella, como atestigua la superposición del rostro de ella sobre su imagen.

¿No les parece excesivo, desmesurado, el poder atribuido a esta mujer letal?


Poeta y cineasta

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No hay duda que es ella la que gobierna, pero…

Michael: Our little expedition spent some weeks in the West Indies dawdling around, seeing the sights, laying in supplies…

Pero a su vez hay algo que les atrapa a todos ellos:

Michael: and getting into more trouble.

Y así, de pronto, descubrimos que en ese extraordinario documental que es La dama de Shanghai, incluso el trabajo mismo de filmación se hace presente y, muy especialmente, el dispositivo visual que sostiene la mirada el cineasta.

Pues, ¿quién si no él está mirando aquí?

Pero sostengamos la pregunta.

¿Quién, ahora, nos está mirando?

O más exactamente: ¿quién nos está mirando mirar?

¿Y por qué nos hace un guiño de complicidad?

¿Por qué nos sonríe?

¿Será porque sabe que todo esto no es más que un espejismo?

Les he señalado muchas veces que Michael O’Hara es un personaje en extremo plano: bueno, ingenuo, marino y poeta enamorado. Y es Welles, sin duda, quien lo interpreta, quien se pone en escena a través de él, comenzando a elaborar su mito del artista apasionado y desinteresado –deliberada, intencionalmente loco.

Elsa: Michael, why did you let yourself get dragged into it?

Michael: Sure because I’m a fool,

Michael: a deliberate, intentional fool…

Michael: and that’s the worst kind. Or didn’t you know?

Pero hay algo excesivo, demasiado obvio, en esta caracterización, que llega incluso a dibujar al personaje, en su acentuada tontería, como un besugo:

Michael: I’m afraid so. Something very foolish indeed.

Un besugo cautivado por la fascinante mirada de Elsa.

Pero Welles no sólo se pone en escena en su film por esa vía. Como hay dos mujeres opuestas en Elsa, Welles se despliega en él en dos figuras no menos extremas: junto al marino y escritor, se pone en escena, también, a través de la figura de George Grisby, el socio de Bannister que trama su asesinato, como cineasta, es decir, como sujeto de la mirada que construye y nos ofrece.

Michael: and getting into more trouble.

De hecho, al igual que George Minafer, el joven protagonista de The Magnificent Ambersons, George Grisby comparte su nombre de pila con George Orson Welles.

Y así, como cineasta de nombre George, nos mira e, incluso, nos hace un guiño de complicidad a propósito de esa mujer que es, a la vez, la protagonista del film y su esposa.

Y sin duda esa complicidad señala que conoce nuestro deseo con respecto a la estrella que él mismo mira y ofrece a nuestra mirada.

Y con la que, por tanto, comercia.

Él es, no hay duda, el cineasta: el artífice de la imagen que nos es dada a ver.

¿No late aquí la palpable impotencia que asalta al cineasta y que se manifiesta en el desmesurado sudor que impregna su rostro cuando mira a la mujer que le aguarda ante ese barco -y por tanto ante ese viaje- que es ella misma?

-Pues resulta evidente que la imagen establece un paralelismo compositivo entre el yate Circe y el cuerpo de Elsa.

De modo que son dos y no solo uno los desdoblamientos:

Y en su duplicidad imposible se expande bien ese sentimiento de pérdida, de desvanecimiento de la realidad que impregna todo el film.


La mujer enamorada y el cineasta que controla la escena

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Les decía que en The Lady from Sanghai, además de la letal Dama de Shangai, hay una mujer joven, enamorada y feliz, que se siente atentamente mirada por el hombre al que ama.

Y ese hombre, el cineasta, lo sabe.

Y en un momento dado se nos presenta en la imagen como una figura de dos cabezas que, a continuación, se disocia en dos figuras diferenciadas.

Grisby: She’ll ask you.

El cineasta sabe que ella está enamorada.

Grisby: You wait and see.

Pues Rita Hayworth no eligió el papel de Elsa Bannister; tan sólo se empeñó en ser la protagonista de la nueva película de Orson Welles. Tal era para ella la única vía, por lo demás desesperada e inútil, de intentar recuperar su amor. Y, de hecho, la huella de ese amor puede percibirse netamente en el film, con sólo atender a su dimensión propiamente documental.

Elsa: Will you help me?

Pero entonces una inferencia resulta obligada: si el cineasta sabe que ella está enamorada, entonces, es él mismo, el cineasta, y no ella, quien controla la escena. Lo que da todo su sentido a ese momento, aparentemente incomprensible, en el que el bueno de O’Hara, contra toda lógica de lo que la anécdota narrativa presupone, pone en duda su amor hacia ella.

Elsa: Give me a cigarette. I’m learning to smoke now.

Elsa: Ever since that night in the park…

Elsa: I’ve been getting the habit.

Michael: Do all rich women play games like this?

Elsa: Call me Rosalie.


(Michael da una bofetada a Esla)

Mientrass ella se aferra a ese cigarrillo que recibió como prenda de amor.

Hay demasiadas imágenes en The Lady from Shanghai que no cuadran con la figura letal de Circe y que presentan, por el contrario, a una mujer enamorada y frágil, aferrada a ese cigarrillo excepcional que él le ofreciera.

Elsa: I didn’t think you would do that.

Welles, el gran director de actores, no podía dejar de percibirlo -y de utilizarlo- durante el rodaje del film.

Y seguramente, mientras la película no estuvo concluida, Rita Hayworth llego a convencerse de que estaba recuperando su amor.

¿No se ve aquí a una mujer feliz, natural, sin dobleces? ¿Una que se siente mirada – filmada- con amor?

Mientras la película no estuvo concluida, Rita Hayworth llego a convencerse de que estaba consiguiendo recuperar a su amado. No sólo ella y Welles habían vuelto a vivir juntos, sino que, mientras el rodaje proseguía, el cineasta le dedicaba toda la atención que ella deseaba.

No es difícil deducirlo del modo como Bogdanovich -quien además de autor de un libro de entrevistas con el cineasta, trabajó en una ocasión como actor a sus órdenes- describe la técnica de dirección de actores de Welles:

«Los actores quieren agradar. Les gustan los elogios. Quieren que les digas que lo están haciendo bien. No podría haber un público más receptivo y maravilloso que Orson Welles. (…) Se entregaba y animaba tantísimo como director que me resulta imposible pensar en alguien que haya superado a Orson a la hora de trabajar con los actores. Era memorable esa maravillosa calidad de complicidad que transmite, y que hace que los actores se sientan cómodos y arropados (…) En esencia estás haciendo lo que quiere, pero te maneja de un modo tan natural y es tan generoso en sus halagos y te anima tanto a ser tú mismo que lo que sale es una combinación de ti mismo y de lo que quiere Orson.»

[Bogdanovich]

Es realmente precisa -por una vez, la admiración no nubla el análisis- la descripción que Bogdanovich nos brinda de la técnica -sería mejor decir: de la tekné– de dirección de actores de Welles.

Destaca en ella, por una parte, su poderosa capacidad de seducción. Pero, a la vez, se dibuja con claridad el motor de tal capacidad: el cineasta seduce a sus actores hasta apropiarse de ellos, convirtiéndolos en las herramientas de expresión de su mundo personal.

Y así, como actriz, durante el rodaje, Rita Hayworth hubo de sentirse amada, tanto por el actor que ponía en escena a ese marinero irlandés enamorado como por el cineasta que ponía toda su pasión en su trabajo de dirección de actores.

Y, por ello mismo, ese sentimiento no pudo sobrevivir al final del rodaje.

De modo que, para brutal decepción de la actriz, solo dos meses después de su finalización, había retornado ya la crisis de la pareja que conduciría a la ruptura definitiva.

Son muchos los momentos en los que Rita Hayworth nos ofrece la imagen más convincente de la mujer enamorada que tan mal casa con la fría asesina que se manifiesta en otros momentos de la película.

Michael: Would you care to dance with me?

Y son tan convincentes, sencillamente, porque son verdaderos.

¿Ven ustedes cómo la verdad de ese amor convive con la verdad de la perversión con la que el cineasta lo utiliza en su film?

Michael: Stop crying-

Michael: I can’t stand for you to cry.

Elsa: Do you know what Broome’s been doing?

Michael: Spying. Spying on you.

Michael: Sure, I’m going to take you where there aren’t any spies.

Elsa: Michael, where?

Y sin duda fue éste el motivo de las malas críticas que recibió la actriz por su interpretación en el film.

Realmente, la mujer enamorada de estas imágenes difícilmente casa con la fría asesina que se manifiesta en otros momentos de la película:

Michael: Don’t you move! I told you not to move, I mean it.

Michael: I found the gun.

Michael: You killed Grisby. Yes.

Michael: You’re the killer.

Pero sería un error pensar que Welles había perdido el control como director de actores.

Pues esas dos mujeres opuestas, presentes ambas en el personaje de Elsa, esas dos caras irreconciliables de The Lady from Shanghai, contribuyen sin duda de manera decisiva a esa extrañeza de pesadilla que da al film su más acentuada e insólita originalidad.

Basta con aceptar esta idea, con reconocer que Rita Hayworth encarna en él dos personajes femeninos ya no diferentes sino opuestos, para convenir que el film nos ofrece probablemente las dos mejores interpretaciones que la actriz realizara a lo largo de toda su carrera.

Pero sucede que si eso es así nos vemos ahora obligados a constatar que es el cineasta, y no Rita Hayworth, quien controla la escena.

Pero no piensen que me contradigo con ello.

Porque si les digo que no es Rita Hayworth la que está al mando, si constato que Welles la usa y la manipula, no obstante sigue ahí pendiente la sombra de ese otro personaje, la Dama de Shangai, que es quien finalmente está al mando de todo.

Elsa: Oh my God, what are we scared of?

Grisby: So long,

Grisby: kiddies!

Elsa: Now he knows about us.

Y justo entonces, O’Hara pone en duda su amor.

Michael: I wish I did.

Grisby: Bye-bye.

 

 

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11. Bannister

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 08/03/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

  • El nombre del padre

  • Bannister y Cansino: un padre bailarín e incestuoso

  • Autoapología en el sindicato portuario

  • Un sueño en el que se sueña con el padre

  • El placer de la humillación

  • En el bar con el padre

     

     

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    El nombre del padre

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    Elsa: I meant for you to find it. I don’t know how to shoot.


    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.



    Magnífico plano el que sigue, y que comienza con la salida por la derecha del coche de ella,


    continúa con la lectura de la advertencia del peligro de aproximarse a esa rampa




    y con la aparición, desde detrás de la columna, del detective Broome.

    Se escucha entonces un coro de voces fascinadas:


    Broome: Some dame, ain’t she?

    Todos la admiran.

    Como todos, incluidos los más famosos músicos y artistas, admiraban a Beatriz Ives, la madre de Welles, en su distinguido salón de Chicago.


    Garage Attendant: Yeah, and some car.


    Broome: Evening, Mr. Grisby.

    Y a la vez, todo está absolutamente enrarecido, todo es extraordinariamente sospechoso.

    Pero O’Hara no se da cuenta de nada, porque ha quedado hechizado.


    Garage Attendant: Mr. Bannister sent it all the way from San Francisco…


    Garage Attendant: just so she could have it here.

    Resuena entonces el nombre de Bannister.


    Michael: Bannister?

    Y con él, el tono onírico se impone de nuevo. Pues O´Hara nunca ha conocido a Bannister, nada puede significar para él más que un nombre ocasionalmente leído en un periódico. Y sin embargo ese nombre resuena en él como si de pronto lo recordara, como si lo reconociera.


    Garage Attendant: Arthur Bannister himself.


    Garage Attendant: Some guys have all the luck.


    Es decir: resuena con la intensidad misma del nombre del padre.


    Michael: Personally,

    ¿Qué diremos de Bannister?


    Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.

    Es una brillante entrada en campo la de Arthur Banister, pues brillantes son sus bastones de tullido.

    No hay duda, entonces, que es esa condición de tullido la que constituye el rasgo primero y mayor del personaje.

    Y ello, también desde el primer momento, asociado a la esposa que le engaña.


    Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.


    Bannister y Cansino: un padre bailarín e incestuoso

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    Barbara Leaming, en su biografía sobre Rita Hayworth, afirma con perspicacia que la figura de Bannister funde en un sólo personaje


    las figuras de Eduardo Cansino, el padre bailarín e incestuoso,


    y de Edward Judson, el primer marido de la actriz, un vividor sinvergüenza mucho mayor que ella -39 años frente a 18- que, viendo en Rita una buena inversión, se ocupó de su lanzamiento si dudar en utilizar las técnicas más sórdidas.

    Nada resume mejor la conexión entre estas dos sórdidas figuras que el nombre de pila que comparten: Eduardo, Edward.

    Fue el segundo el que tiñó de rojo el cabello moreno de la actriz y la obligó a realizar un tratamiento de electrólisis para ampliarle la frente. De modo que a él se debe el notable cambio de aspecto que va de la foto anterior a esta:


    La mejora de su atuendo hace evidente que a él también le había favorecido la transformación.

    Cuenta Leaming una anécdota cuya relación con la película resulta evidente:

    «El contrato con la Columbia estaba a punto de vencer y Judson -que siempre buscaba una coyuntura que explotar- quería que Harry Cohn estuviera satisfecho de Rita. Cohn les había invitado a pasar el fin de semana en su yate, pero Judson tenía sus propios planes. Dijo a Henry Rogers que a última hora se fingiría enfermo para que Rita estuviera a solas con el magnate.

    «Rita tomó entonces una importante decisión con cuyas consecuencias tuvo que contender durante los años que siguió en la Columbia. Aunque estaba acostumbrada a hacer lo que el marido le decía, se negó a entregarse sexualmente a Harry Cohn. Si Eddie había planeado que estuviera en la intimidad con el magnate del cine, cuya rudeza era conocida, no tenía más remedio que cumplir las órdenes e ir al yate. Pero decidió que no iba a acostarse con el productor.”

    «El deseo de llevarse a Rita a la cama se convirtió para Cohn en una obsesión.»

    [1989: Si aquello fue felicidad… La vida de Rita Hayworth: p. 65-66]

    ¿Debemos aceptar entonces esta idea de Barbara Leaming según la cual es la de Bannister una figura inspirada en el padre incestuoso de Rita Hayworth?

    Por proceder de Leaming, sabemos que procede, finalmente, de Welles, y ese es un buen motivo para dudar. Sin embargo, a la vez, hay un buen motivo para tomarla en serio. Ese motivo, como todos los buenos motivos, es uno de índole textual. Quiero decir con ello que la mejor confirmación de su verdad es, precisamente, la que el texto ofrece -y en la que, por ello mismo, Leaming no repara-,


    Michael: Personally,


    Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.


    Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.

    al presentarnos al personaje de Bannister como un tullido que debe emplear dos bastones -por lo demás inusualmente brillantes- para desplazarse.


    Michael: Now, New York is not as big a city as it pretends to be so I spent the next day in the hiring hall, waiting for a ship.

    Sin duda, aquí como en otros sitios, las palabras de Welles -en este caso dirigidas a Bogdanovich, pero que Leaming conocía cuando escribió sus libros sobre Welles y Hayworth- le ciegan la verdad que el film escribe:

    «¿Por qué dejaste tan lisiado a Bannister, de las dos piernas?

    «Porque Evert Sloane era básicamente un actor de radio. No sabía moverse. Era como una marioneta. Estaba bien para Berenstein en Kane, pero no me pareció que una marioneta fuera un gran abogado criminalista. Me inventé un tipo de lesión muy elaborada que le encantó.»

    [Declaraciones de Orson Welles a Peter Bogdanovich recogidas en los Comentarios incorporados a la versión del film en DVD.]

    ¿Cuánto debe saber moverse un gran abogado criminalista?

    Sólo la voluntad de aceptar y entender el deseo consciente del que habla ciega a quien escucha -tanto a Leaming como a Bogdanovich- la abultada incoherencia que manifiesta este enunciado: la agilidad propia de un gran abogado reside en sus cualidades lingüísticas, no en las corporales -como por lo demás demostró durante una década el célebre Perry Mason.

    Además, en caso de que tales cualidades corporales sean necesarias, nada tan absurdo como excluirlas totalmente presentando al personaje como un lisiado.

    No hay duda, en suma, que estas tan acentuadas incoherencias señalan, por inversión, en una precisa dirección: en ese desplazamiento de las cualidades lingüísticas del letrado a las corporales del bailarín, se confirma finalmente la presencia, por inversión, de la figura de Eduardo Cansino, el padre incestuoso.


    ¿Acaso no es la inversión una de las operaciones características del inconsciente?

    Pero seguro que a algunos de ustedes les asalta ahora ese inquietud característica que producen ciertas interpretaciones psicoanalíticas. Si la cosa no sale al derecho, se le da la vuelta. Si no es A, es no-A, y, así, asunto concluido. Desde luego hay gente que maneja con demasiada soltura la interpretación psicoanalítica.

    Espero ya haberles convencido de que no soy uno de ellos. Pues ya saben que, en la medida de lo posible, no practico la interpretación.

    Pero prueben a mirarlo desde este punto de vista: ¿no es una extraña danza la que realiza Bannister cada vez que trata de caminar?


    Michael: Personally,


    Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.


    Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.


    Michael: Now, New York is not as big a city as it pretends to be so I spent the next day in the hiring hall, waiting for a ship.

    Hay sin embargo una objeción de otra índole que debemos introducir aquí. Y es sencillamente ésta: que las insistentes referencias a España y a Murcia evidencian que la presencia en el film del padre incestuoso no es un contenido inconsciente, sino uno bien evidentemente consciente.

    Y también esto otro: que si esos bastones brillantes hablan a todas luces de la impotencia de Bannister, nada de esa índole puede atribuírsele a Eduardo Cansino, pues él no sólo bailaba y no sólo era un padre incestuoso. Sino que, antes que nada, y sin duda alguna, había engendrado a Margarita Cansino luego conocida por Rita Hayworth.

    Y sin embargo, la focalización de los brillantes bastones del hombre constituye una directa, evidente, masiva, designación de su impotencia. Y ello, especialmente, por su inmediata asociación con la mujer, a la que la voz narradora nombra en este mismo momento:


    Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.


    Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.


    Autoapología en el sindicato portuario

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    Michael: Now, New York is not as big a city as it pretends to be so I spent the next day in the hiring hall, waiting for a ship.


    Y junto al tullido, un mono.

    En una película que está llena de animales.


    Michael: That way, big boob that I am, I thought I could escape her.

    Un mono que ocupa progresivamente el centro del cuadro -un centro por lo demás brillante- en la misma medida en que la voz de Welles habla de la estupidez del personaje que encarna y de la mujer araña que lo atrapa.

    ¿Cómo no anotar entonces el protagonismo de ese mono que no puede escapar de allí porque se encuentra atado? ¿No es la otra cara, burlona, de la presentación apologética del heroico marino, político y poeta, que va a tener lugar a continuación?

    Imposible no prestarle atención, y no sólo por su centralidad en la imagen y por el centro vacío que ocupa en un plano tan cargado de figurantes en su perímetro.

    Incluso también, por esa luz brillante reflejada en el suelo que hace resaltar su pequeña figura.

    Pero sobre todo por esto otro: porque aparece ligado a un cigarrillo:


    Goldie: Don’t eat that cigarette. It’ll stunt your growth. Come here.

    Freud diría, sin duda, que late aquí la presencia de un niño cargado de ansiedad que se masturba compulsivamente.

    Por lo demás, a ese mono se le habla como si fuera un niño.


    Bannister: Excuse me.


    Bannister: I wonder if you could help me locate a Mr. O’Hara. Michael O’Hara.


    Goldie: Mike O’Hara?


    Goldie: You mean, Black Irish, the big harp that talks fancy?

    Este es otro de los lugares donde la traducción española -¿Ese Negro Irlandés que habla tantísimo?- resulta desafortunada.

    No ese Irlandés Negro, sino El Irlandés Negro, pues se trata de un apodo, no de una adjetivación.

    Y no es que hable tantísimo, aunque también, sino que habla fancy, bonito, muy bien, de manera demasiado refinada.

    Exactamente ese rasgo que muchos años antes hiciera atribuir al pequeño Orson el carácter de niño prodigio.


    Bannister: I don’t know him myself…

    Jake: Black Irish?


    Jake: Yeah, I know him.


    Jake: Joe. Call Mike O’Hara. A guy here wants to see him.


    Port Steward: Michael O’Hara! Please step to the bulletin board.

    Irlandés, duro y, aunque no case, escritor, es decir, artista, cosa, ésta última, que, desde luego, no era el protagonista de la novela original, pero sí, sin duda, el propio Orson Welles.


    Port Steward: A man wants to see you.

    Resuena la voz que le llama, a él, el hombre que escribe.

    También, por tanto, al narrador de esta historia. A ese narrador que no duda en describirse míticamente.


    Bannister: Shipmates?


    Jake: We was in Spain together.


    Jake: They called him Black Irish after what he did to them finks back in ’39.


    Goldie: Mike’s got a lot of blarney in him but he knows how to hurt a man when he gets mad.


    Michael: You were asking for me?


    Bannister: O’Hara?

    Michael: O’Hara.


    Y esa autoproclamación, esa autoapología, valga la expresión, proseguirá toda la escena, por obra de las miradas admiradas, entre asustadas y arrobadas, de los dos marineros del fondo. -Pero no lo olvidemos: el contrapunto de esta puesta en escena narcisista se encuentra en el mono que acaba de precederla.


    Bannister: You’re what they call an able-bodied seaman?

    Esta vez la traducción española se queda corta: ¿Es usted lo que se dice un marinero de primera?

    Pues aunque es correcta, ofrece una conclusión no dicha, obviando por contra las palabras que conducen hasta ella. Quiero decir: si es un marinero de primera, lo es en tanto que es able-bodied, es decir: capacitado, fornido, fuerte, recio, robusto, sano. Tal es el abanico de traducciones que nos ofrece el diccionario.

    No hay duda de que se trata de describir a alguien que es exactamente todo lo contrario que Bannister.


    Michael: Well, that’s what they call it.

    Y las miradas de los dos marinos contribuyen a ello: tanto manifiestan su admiración por O’Hara como su curiosidad y desprecio hacia Bannister.

    Eso es lo que justifica la sobrecarga casi asfixiante del encuadre, aún intensificada por el brillo sudoroso de los rostros.


    Un sueño en el que se sueña con el padre

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    Bannister: You ever work on a yacht?

    Michael: No.

    No, no ha trabajado nunca en un yate, pero no hay duda de que lo ha deseado.

    The Magnificent Ambersons:


    George: I don’t intend to go into any business or profession.

    Lucy: No?

    George: No!

    Lucy: Why not?


    George: Well…just look at them. That’s a fine career for a man, isn’t it? Lawyers, bankers, politicians!


    George: What do they ever get out of life, I’d like to know? What they know about real things? Where do they ever get?


    Lucy: What do you want to be?

    George: A yachtsman.

    El desprecio que el protagonista de The Magnificent Ambersons muestra hacia los abogados, los banqueros y los políticos ¿no es después de todo del mismo tipo que el que exhiben las miradas de O’Hara y sus compañeros hacia Bannister?

    ¿Pero no son también del mismo tipo que las que el Welles de 68 años dirige todavía hacia su propio padre cuando recuerda la anécdota de los pantalones negros?

    Claro está que, por otra parte, esos marineros son todo lo contrario al niño mimado de los Ambersons: baqueteados marinos de cargueros.

    Sí pero, ¿y el O´Hara al que admiran y que habla tan fancy? ¿No es acaso el marinero más inverosímil imaginable?


    Port Steward: Michael O’Hara!

    ¿Quien puede tomarse en serio a este marinero que escribe novelas en su máquina de escribir en la sala de espera del edificio de contratación del puerto de Nueva York?

    La versatilidad de Welles le permite identificarse tanto con el prototipo del esnob decimonónico que es George Minafer como con el marinero-poeta-politizado, pero no menos esnob, después de todo, que es Michael O’Hara.


    Bannister: You ever work on a yacht?

    Michael: No.


    Bannister: I presume you can handle a speedboat?

    Michael: Well, I presume so.

    Y del barco a la bebida.


    Bannister: Do you drink?


    Michael: I beg your pardon?


    Bannister: I asked you if you drink?

    Y con excesiva insistencia.

    Algo absurdo, desde luego, como casi todo en este extraño film. Pero creo que ya vamos acostumbrándonos a la idea de que es la sistemática absurdidad de sus situaciones la que por algún extraño motivo le confiere su más poderoso atractivo.

    Como sucede, digámoslo una vez más, en los sueños.

    Si el abogado más famoso del país ha decidido ir él mismo a contratar a O’Hara es porque sabe que de ninguna otra manera éste aceptará trabajar para él. De manera que, en tales condiciones, introducir dificultades añadidas como este examen sobre la relación del marinero con el alcohol está del todo fuera de lugar.

    Pero no lo está en un sueño en el que se sueña con el padre.

    Pues, como ya sabemos, pocos meses antes de la muerte de su padre, Welles, quien tenía entonces sólo 15 años, hizo con él aquel viaje a Oriente.

    «El viaje a Oriente no estuvo carente de episodios desdichados. “Yendo en el transbordador que une Hong Kong y el continente con un espantoso grupo de típicos ingleses coloniales que acababa de terminar una fiesta a bordo, mi padre cogió tal borrachera que perdió los pantalones y yo tuve que ponérselos”, explica Orson. De los problemas de su padre en el barco que les traía de Hong Kong, dice Orson: “Entiendo que un hijo odie a su padre por una cosa así. Pero yo no lo hice en absoluto. Yo seguía mirándole con respeto”. Con el paso de los años, la versión pública que daría Orson del viaje a China aparecería tamizada por el humor, en particular la anécdota encantadora y tan repetida de que participó en una tremenda algazara en el bar de caballeros, donde estuvo de parranda con otros viajeros mientras Dick (que, para consternación suya, tendría que pagarlo todo después) dormía en su camarote sin saber lo que pasaba. El humor, no obstante, parece superficial: la anécdota completa es en realidad muy triste. Borracho en el camarote, Dick salió de su estupor al ver entrar a Orson dando traspiés después de una alegre sesión de copas en el bar del barco. “Tu padre era un borracho, tus tías unos pellejos de vino, y eso es lo que tú eres”, barbotó Dick acostado como estaba: ofensiva reprimenda ante la que Orson giró sobre sus talones y volvió derechamente al bar, donde con mucho ruido pidió una ronda para todos. Ni broma inteligente ni gesto despectivo, presagiaba el dolor de Orson de saberse incapaz de ayudar a su padre o de llegar a un acuerdo con él. Respetuoso y temeroso del juicio de Dick, sabía que su padre tenía razón: prescindía de él por completo.»

    [Leaming, Barbara: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991.p45]

    En este viaje su padre cogió tal borrachera que perdió los pantalones.

    Entiendo que un hijo odie a su padre por una cosa así. Pero yo no lo hice en absoluto. Yo seguía mirándole con respeto.

    Orson dixit.

    Pero no hay duda de que es todo lo contrario lo que dicen la imágenes de The Lady from Shanghai.


    Bannister: Do you drink?


    Michael: I beg your pardon?


    Bannister: I asked you if you drink?


    En ellas el gesto de desprecio de Welles está incluso en exceso subrayado.

    Y por cierto, hablando de inversiones, y ahora motivadas porque nos encontraríamos ante material inconsciente, una vez que ya no se trata del padre de Rita, sino del del propio Welles: ¿no les parecen esos marineros del fondo una buena inversión, en términos de clase, de los típicos ingleses coloniales del recuerdo wellesiano?

    No hay duda: sigue viva la memoria de las palabras del padre: Tu padre era un borracho, tus tías unos pellejos de vino, y eso es lo que tú eres.


    El placer de la humillación

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    Les decía que, a la hora de lograr la contratación del marinero, introducir dificultades añadidas como este examen sobre su relación con el alcohol está del todo fuera de lugar. Salvo, claro está, que lo que busque sea subrayar el extremo contraste entre ambos.

    Es decir, salvo que lo que busque sea el placer mismo de la humillación.


    Michael: Whatever’s set in front of me. Doesn’t have to be wholesome just as long as it’s strong.

    Y la risa de Goldie aplaude la burla de O’Hara.

    ¿Por qué Bannister quiere contratar a O’Hara?

    Hay una respuesta obligada: porque quiere -o incluso necesita- desesperadamente satisfacer el deseo de su esposa, aun cuando la satisfacción de ese deseo le coloque en una posición humillante.

    Pero es posible también decirlo de otro modo: porque necesita desesperadamente satisfacer el deseo de su esposa y porque encuentra un placer suplementario en que ese deseo de su esposa le conduzca a la posición más humillante.

    De modo que la pregunta sobre si O’Hara bebe es antes que nada un desafío, una súplica y una invitación.


    Bannister: Do you drink habitually?


    Michael: May I ask, mister, if you’re extending an invitation?

    Un desafío eso sí, que sabe -y que por eso paladea por adelantado como- perdido.

    ¿Acaso no está innecesariamente cerca Bannister de O’Hara?


    Bannister: Well, I guess it might as well be. Now, Mr. O’Hara, if you’ll show me to the nearest bar… we’ll sit down together and discuss your coming to work for me.


    Bannister: My name is Bannister.


    Michael: Bannister.

    Me reconocerán que el supuestamente duro Irlandés Negro pone su más cálida e insinuante vocecita cuando de repetir el nombre del padre se trata.

    Y no duda en participar en un juego que se perfila netamente sadomasoquista.


    Michael: Boys, may I present Mr. Arthur Bannister, the world’s greatest criminal lawyer.


    Michael: He’ll get you out of anything.

    La ley y el crimen en un mismo paquete.


    Michael: Jake Bjornsen and Goldie, right?


    Goldie: Goldfish is the name. Glad to know you.


    Michael: Mr. Bannister’s wife sent him to get me. Isn’t that right, Mr. Bannister?

    Vaya juego de miradas, qué proximidad la de los cuerpos, qué proliferación de sudor.

    El aroma homosexual de la escena nada tiene que envidiarle a esa obra maestra del género que será Querelle de Reiner W. Fassbinder.

    De modo que los chicos van a beber a costa del dudoso caballero.


    Michael: Now Mr. Bannister’s going to buy us all a few drinks…


    De ese dudoso caballero que, como ven, bien podría ser ese padre de Orson Welles a quien éste no duda en recordar como una figura patética: mi padre cogió tal borrachera que perdió los pantalones y yo tuve que ponérselos.


    Michael: while I entertain myself by refusing to go to work for him.


    Impresionante plano, ¿no es cierto?


    Pero, sobre todo, impresionantes las palabras que lo han precedido, si las proyectamos sobre la relación de Welles con su padre y, más concretamente, sobre el abandono que siguió al último viaje a Oriente que hicieron juntos: while I entertain myself by refusing to go to work for him.


    En el bar con el padre

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    No es posible no tomarse en serio la música en esta secuencia, pues la secuencia misma comienza con ella. Nada menos que un plano detalle de la máquina de música nos muestra como un disco acaba y, en esa misma medida, nos advierte de que uno nuevo va a comenzar.

    Si han leído ya los dos breves textos de Welles que les he propuesto –My Father Wore Black Spat, y A Brief Career As a Musical Prodigy- , se habrán dado cuenta ya del neto contraste de caracteres entre los padres del cineasta, tanto como de la combinación de afecto y desprecio que sentía Welles hacia ese padre al que percibía como patético, a la vez que la fascinación y temor que le inspiraba su elegante y refinada madre. Pero dejemos eso para más adelante.

    ¿Saben ustedes qué edad tenía Welles cuando tuvo lugar el traslado de su familia a Chicago y la consiguiente separación de sus padres?

    No se dejen guiar en esto por Leaming.

    Es Callow quien nos da la cifra cierta.


    Bannister: You know, Mike saved my wife’s life.


    Goldie: Here. Would you mind inserting these coins? Number four.


    Goldie: That’s all we like to hear.

    ¿Y cuál es esa canción que es la única que les gusta oír y cuya cifra es el cuatro?


    Bannister: Yeah…

    Todos ellos, aquí, son esencialmente Michael y Bannister, o si prefieren, Welles y Dick. Rodeados, como ya les he señalado, de unos marineros que ocupan el lugar de aquellos ingleses entre burlones y despreciativos ante los que Dick Welles, borracho, perdió sus negros pantalones.


    Es muy difícil oír el disco que está sonando ya, dado que los diálogos se superponen sobre él. Sepan, en cualquier caso, que se trata de la misma canción que cantará más tarde Rita Hayworth en el yate: Please Don’t Kiss Me.

    O, más exactamente, la que fingirá cantar, pues será doblada por Doris Fisher, como queda establecido en los títulos de crédito iniciales.


    Pero quien la canta ahora es Allan Roberts.

    La canción está cargada del dolor de la separación y de la memoria del abrazo ensoñado que la precedió:

    «Please don’t kiss me

    But if you kiss me

    Don’t take your lips

    Away

    Please don’t hold me

    But if you hold me

    Don’t take your arms

    Away

    Comes a change in weather

    Comes a change of heart

    And who knows when the rain

    Will start?

    So I beg you

    Please don’t love me

    But if you love me

    Then don’t take your lips, or your arms, or your love

    Away.»


    Bannister: Mike’s quite a hero, quite a tough guy.

    ¿Es Mike un héroe, un tipo duro?

    Uno de los marineros da una respuesta brechtiana.


    Jake: Mister, there ain’t no such thing.


    Bannister: No such thing as a tough guy?


    Jake: What’s a tough guy?


    Bannister: I don’t know.


    Jake: A guy with an edge. A guywith an edge.

    Como ya les dije, abandonado el parque central del ensueño originario, no hay espacio para los héroes en el mundo de The Lady from Shanghai.


    Jake: What makes him sing better than me? Something in here. What makes it loud? A microphone. That’s his edge.


    Bannister: Edge?


    Jake: A gun or a knife, a nightstick or a razor, something the other guy ain’t got.


    Jake: A little extra reach on a punch, a set of brass knuckles a stripe on the sleeve, a badge that says cop on it, a rock in your hand, or a bankroll in your pocket.


    Jake: That’s an edge, brother.


    Jake: Without an edge, he ain’t no tough guy.

    Y Bannister, entonces, contra todo lo previsible hasta aquí, refrenda el discurso brechtiano del marinero:


    Bannister: You hear that, Black Irish?


    Michael: It’s true.


    Bannister: Well, bear it in mind.



     

     

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    10. La pistola y el cigarrillo, el cochero y el padre

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 29/02/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

     

     

     

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    De homosexuales y heterosexuales

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    Antes de proseguir, permítanme que me detenga en algo que salió en el debate el último día y que creo provocó algunas confusiones.

    Creo que lo dije muy claro, pero dado lo delicado del tema, insistiré en ello.

    No dije en ningún momento que los homosexuales sean más cobardes que los heterosexuales. Lo que dije fue, exactamente, que, por lo que se refiere al sexo, es decir, a la experiencia del cuerpo, el heterosexual es más valiente -en ningún momento use la palabra cobarde– que el homosexual.

    Y lo es porque afronta la diferencia más radical que se da en la experiencia del cuerpo: la del otro sexo.

    Y eso me obliga, eso sí, a discutir la pretensión de los activistas del homosexualismo a presentarse como los adalides de la diferencia. Si es que hay tal cosa -adalides de la diferencia-, esos serían, necesariamente, los heterosexuales.

    Pero en ningún caso dije que los homosexuales, por serlo, fueran cobardes. No podría decir tamaño disparate. Entre otras cosas porque alguno de mis mejores amigos es homosexual y es una de las personas más honestas que conozco. Y sólo los verdaderamente valientes son capaces de ser verdaderamente honestos.

    Por lo demás, conozco a un montón de heterosexuales cobardes.


    La culpabilidad que Welles sentía por la muerte de su padre

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    Volvamos a The Lady from Shanghai.

    Welles se sintió siempre culpable de la muerte de su padre.

    «I was in no condition to interfere, being convinced – as I am now – that I had killed my father.»

    Con respecto a esa muerte, en unas ocasiones decía que su padre se había suicidado, mientras que en otras afirmaba con convicción que él mismo le había asesinado.

    Y, como dice justamente Callow, uno de sus biógrafos, ambas cosas deben ser tomadas en serio por más que Dick muriera de un ataque cardíaco y su hijo ni siquiera se encontrara presente durante su muerte.

    Los datos que baraja proceden de Welles por vía de Leaming:

    «En años posteriores, sin embargo, Orson ha dado a entender de varias maneras que su padre se suicidó o -lo que resulta más misterioso aunque lo mató él mismo. Por lo que afecta al mitificado suicidio de Dick Welles, el sentir contemporáneo y actual de Orson es que su padre “murió de tanto beber”. Para Orson, el fallo cardíaco y renal fue sólo la causa aparente del deceso, ya que se le antojaba la culminación del largo y autodestructor calvario que Dick comenzara con la pérdida de Beatrice. Y el hijo creyó que la inequívoca derrota del padre en el tira y afloja por Orson, más la brusca negativa del chico a seguir viéndole, fueron demasiado para que aquél lo soportase. Así que el joven Orson dijo que había presenciado el suicidio de su padre, si bien aludía indudablemente al último verano que habían pasado juntos y en el que el muchacho había visto sin poder hacer nada que el padre parecía deshacerse en alcohol. Y cuando Orson afirmó que creía haber dado muerte a su padre, no hacía sino reflejar sus propios sentimientos de culpa: “Siempre he creído que lo maté yo”, dice Orson de una vida de desesperación por haber traicionado a Dick cuando éste le necesitaba.»

    [Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 45]

    Callow no llega más lejos, pero al menos, elimina ese ingenuo comentario de la Leaming sobre lo misterioso de la cosa.

    Leaming, en el comienzo de su libro, nos da a ver que ese fue siempre un tema obsesionante para Welles:

    «En cierta ocasión, Orson comenta que su padre murió “a una edad muy avanzada”; no bien le atajo para decirle que no, que murió a los cincuenta y ocho, me doy cuenta de que he debido contener la lengua y no corregirle en un tema tan delicado. Orson está confuso. Siempre ha creído que su padre era muy mayor cuando murió; pero alguien ha consultado hace poco la partida de defunción de Dick Welles, y Orson, como sea, tiene que reestructurar los recuerdos.»

    [Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p16]

    Los buenos biógrafos se reconocen en que dan datos como éste, aunque se les escape su sentido.

    Así por ejemplo: dado un dato como éste, Barbara Leaming podría haberse visto obligada a dudar sistemáticamente de la información wellesiana relativa a tema tan intenso como conflictivo y, tal y como aquí se muestra, evidentemente distorsionado.

    Y obtenemos, por lo demás, una indicación precisa sobre el tipo de distorsión que podemos esperar: una distorsión en el eje temporal.

    Volveremos sobre ello.

    Tanto Leaming como Callow justifican ese sentimiento de culpabilidad en dos hechos fundamentales:

    Por una parte, la decisión de Welles, instigada por el director del colegio en cuyo internado residía, Skipper, y su esposa, de negarse a volver a ver a su padre hasta que éste aceptara abandonar el alcohol.

    El segundo dato es una suerte de epítome del primero: la incapacidad de Welles, una vez muerto su padre, de hacer cumplir la última voluntad de éste de ser incinerado o arrojado al mar.

    Lo que nos obliga a hablar del último viaje por mar que hicieron Dick y Orson a Oriente, sólo seis meses antes de la muerte del primero.

    Un viaje que, por ser un viaje por mar y a Oriente, tiene el máximo interés para nosotros.

    Fue durante ese viaje, sólo seis meses antes de la muerte del padre, cuando éste, sin duda viendo ya próximo su fin, hizo que su hijo

    «firmara un papel prometiéndole que “no se le sepultaría en tierra”. Orson tendría que echarlo al mar o incinerarlo.»

    [Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 45]

    Al parecer, Richard Welles no quería ser enterrado en Kenosha, la tierra de su familia.

    Se dan cuenta que está ahí, a la izquierda del cuadro del transatlántico, el retrato de un héroe. Y bien, ¿no empezaba así el diálogo?:

    «Mike es todo un héroe, un tipo duro.»

    ¿Sería Georges Orson capaz de desafiar a su abuela, a la madre de su padre, y lograr que sus cenizas fueran arrojadas al mar en vez de enterradas en la tierra materna?

    Fue a la vuelta de este viaje cuando el hijo tomó la decisión de no volver a ver a su padre hasta que no dejara el alcohol. ¿Cómo entonces podría no sentirse culpable si ese papel que su padre le había hecho firmar le confrontaba necesariamente con la evidencia de la proximidad de su muerte? En tales condiciones, negarse a verlo hasta que abandonara el alcohol era lo mismo que abandonarle para siempre.

    Y, por tanto, abandonarle a morir sólo.


    El sentimiento de culpa parricida y la abuela Mary

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    El sentimiento de culpa parricida alcanza su cénit en el funeral del padre, organizado por la abuela paterna, quien se negó a cumplir la última voluntad de su hijo de ser enterrado en el mar o incinerado.

    «Al ver el común entierro bajo tierra que la madre y el hermanastro de Dick habían preparado para éste en Kenosha, Wisconsin, Orson se quedó aterrado, porque recordaba la petición paterna, durante el viaje a Oriente, de ser echado al mar o incinerado si moría. “¡No pude impedirlo!”, dice Orson, obviamente afectado aún, cincuenta y tres años más tarde, por el hecho de que embalsamaran a su padre y lo metieran en un ataúd para exhibirlo. Al muchacho le pareció que Dick Welles volvía a ser traicionado.»

    [Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 47]

    La tendencia a la mentira de Welles encuentra un posible origen en la identificación con su alcohólico padre, del que llegó a decir que le encantaba contar historias en las barras de los bares. Desde luego, todos sabemos cómo son esas historias. Pero en esta otra lacerante historia del funeral podemos encontrar un motivo mayor: esa terrible mujer, Mary, la abuela de Welles, que convirtió en una mentira el último juramento que éste había hecho a su padre moribundo.

    Por cierto que ya hemos encontrado a una Mary.

    Minister: Mary, wilt thou have this man for thy husband, to live together after God’s ordinance in the holy estate of matrimony? Wilt thou love him, comfort him, honour and keep him in sickness and in health, and, forsaking all others, keep thee only unto him so long as ye both shall live?

    Mary: I will.

    De la que llegamos a saber que era una Mary de poder aniquilante:

    Leaming nos habla de la aversión que Orson sintió siempre hacia su abuela.

    «Décadas después, pese a las negativas públicas de Mary, Orson se aferra a la historia que originalmente contó sobre ella y que comenzó a circular en los años 1930-40, y que decía que la anciana era una bruja que había perpetrado ritos satánicos durante el entierro de Dick. Su réplica -que era una devota de la Ciencia Cristiana y que había sido Orson el protagonista de una escena de mal gusto en el entierro- la rechaza Orson. “Era una bruja”, insiste, “una bruja de pura cepa: baja, gorda y hedionda.” Al final una sospecha que la animadversión de Orson hacia su abuela se debe sobre todo a que, según su modo de decir las cosas, la anciana echó una maldición sobre el matrimonio de sus padres, lo cual, en términos de algún modo menos satánicos (y metafóricos), alude sencillamente a su continua negativa a aceptar a Beatrice. Si a Orson su abuela le parece una irreverente superlativa quizá sea porque, al oponerse a la unión de sus padres, se constituyó en cierto modo en la antítesis de los días felices de la primera infancia que tan sagrados fueron para él.»

    «[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 47-48]

    Como ven, las imágenes del Macbeth -no casualmente la siguiente película que rodó Welles tras The Lady from Shanghai– que han visionado al principio de la sesión de hoy encuentran, por relación a esa abuela bruja, una motivación suplementaria. Y no sólo por la intensidad visual de las brujas wellesianas, sino también por la condición esencial de Macbeth, traidor y asesino del propio rey al que, finalmente, habrá de suplantar… Antes de que cierto Parque Central -el bosque de Birnam- se levante contra su crimen.

    Witches: Hail!

    Macbeth: What is’t you do?

    Witches: Hail!

    Witches: Hail to thee, thane of Cawdor.

    Witches: All hail, Macbeth,

    Witches: thou shalt be

    Witches: king hereafter!


    El crimen: el padre y el cigarrillo

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    Pero, en el mundo fantasmático de Orson Welles, esa traición al padre muerto no es más que la última fase de un crimen anterior.

    Este es pues el momento de volver al crimen que localizamos el otro día en el centro de Central Park con la inestimable ayuda de Antonioni.

    Y recuerden que ese crimen ha quedado cifrado por las cifras cuatro y cinco.

    Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

    Michael: In a short while, she recovered herself

    Michael: and brightened up, what with the things I told her to get her mind off the scare she’d had and to set her thinking as well, of the brave fella that had rescued her.

    Michael: Rosalie, fair Rosalie.

    Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

    Una vez localizado, resulta obligado volver aquí.

    Y constatar que desde el primer momento había ahí alguien más.

    Michael: if I’d been in my right mind, that is.

    Se le ve bastante bien, ¿no les parece?

    El cineasta se ha molestado en que la luz ilumine su rostro y a la vez, desde otro ángulo, perfile su figura.

    Claro está, ustedes no lo habían visto hasta ahora dado que estaban todos fascinados por esa bella dama -y no menos las mujeres que los hombres, ¿por qué será?

    Ahora bien, tampoco los bebés reparan durante mucho tiempo en la presencia de su padre…

    Y, desde luego, ese hombre, el cochero, desaparece en el mismo instante en que Welles nombra a esa mujer que le deslumbra.

    Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

    Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

    Michael: “Good evening,”

    Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

    Sin embargo, ese alguien, ese tercero, sigue ahí.

    Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

    Y hay que ver qué bien iluminado está ahora.

    Se le ve si se le mira.

    ¿Que por qué ustedes no le veían? Por el mismo motivo por el que no lo ve O’Hara: porque ella no le mira.

    Es decir: porque no le desea, y, así, no le introduce en el mundo del niño con la flecha de su mirada deseante.

    Y el caso es que, en su seguir ahí, reconózcanmelo, podría hacer estructura.

    De hecho, un perfecto triángulo,

    aunque sólo por un instante, se ha configurado aquí.

    Como ven, la estructura canónica está perfectamente trazada sólo un instante antes de ser aniquilada.

    Y la pieza con la que se inicia ese proceso de aniquilación es un cigarrillo:

    Michael: Some people can smell danger. Not me.

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Michael: It’s

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Michael: me.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Realmente, la importancia de ese cigarrillo que atraviesa todo el film no puede ser ignorada.

    Y no sólo por esto.

    También por esto:

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    ¿Lo ven ya?

    Ese conductor lleva un cigarrillo en la boca.

    Lo verán mejor en una ampliación:

    Realmente ahora alcanza un notable protagonismo visual.

    ¿Acaso no es él quien se la lleva, a ella, a esa mujer deseada que ocupa el lugar de la imago primordial?

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Imposible atribuirlo a una casualidad.

    Pero tampoco a un acto fallido.

    Es evidente que Welles decidió que ese cigarrillo estuviera allí y que se hiciera intensamente visible.

    Aunque nadie, a la salida del cine, recuerde haberlo visto.

    Es imposible porque, dado el acento explícito que el guión pone en el cigarrillo que él le ofrece a ella, cualquier script hubiera llamado la atención sobre el cigarrillo que el cochero llevaba en la boca si su presencia no hubiera sido ordenada por el cineasta.

    Pues, evidentemente, quita intensidad a ese otro cigarrillo que sólo un instante antes, ha protagonizado la imagen en un gran plano detalle

    y que luego, un instante después, tras este abultado movimiento de grúa, va a volver a protagonizarlo.

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Michael: But in the park, in those days…

    Además, está ese pronunciado movimiento de grúa,

    destinado a mostrarlo cada vez mejor

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    plenamente iluminado sobre el fondo oscuro.

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Y está también, por otra parte, la otra cosa que este movimiento de grúa nos permite ver: que este cochero lleva pantalones negros.

    Hay momentos en que los indicios saturan lo suficiente como para alcanzar el estatuto de pruebas.

    Pues a principios de 1983, sólo dos años antes de su muerte, Wells publicó dos artículos autobiográficos en la revista francesa Vogue.

    El primero se llamaba así:

    «My Father Wore Black Spats

    «by Orson Welles»

    [Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

    Mi padre llevaba pantalones negros

    Y en este sorprendente texto wellesiano puede leerse lo siguiente:

    «Why did she marry my father?

    «Much of the older of the two, he was, in fact, an Edwardian bon vivant who picked most of the ladies from the musical comedy stage. He had a famous name because of a cigar. The “Dick Welles” cigar was a cheap and popular smoke named for a horse which had won the Kentucky Derby.»

    [Orson Welles: My Father Wore Black Spats, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

    De modo que aquí lo tienen todo.

    En primer lugar, un cigarrillo famoso: The “Dick Welles” cigar.

    El cigarrillo, podríamos decirlo así, del nombre del padre. Y no olviden ustedes que la palabra Dick es también, en la cultura anglosajona, una manera popular de designar al pene.

    Y un cigarrillo famoso que es suscitado en el contexto de la pegunta que el cineasta se hace sobre lo extraño del matrimonio fracasado de sus padres: Why did she marry my father?

    De modo que la referencia a la esposa, a la madre de Orson Welles, es bien explícita.

    Y además, en él, el padre es caracterizado como un bon vivant Edwardiano, es decir, uno que vestiría al modo de la época que ese cochero y ese coche mantienen congelada.

    Pero no sólo eso, está todo, incluso el caballo que arrastra ese coche –named for a horse which had won the Kentucky Derby.

    Y no pueden objetarme que se trate de un mero cochero y no de un señor adinerado, pues como ven, su cigarro era barato y popular –The “Dick Welles” cigar was a cheap and popular smoke.

    Cuando lean el articulo completo si no lo han hecho todavía se darán cuenta de hasta qué punto el propio Welles veía los negros pantalones de su padre como uno de los signos más patentes del patético fracaso de su pretensión de ser un dandy.

    ¿Y cómo no reparar, entonces, en lo inverosímil de lo que sigue?

    Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

    ¿Desde cuándo un cochero va a dejar tan fácilmente su coche a un marinero desconocido?

    Y si ha recibido un golpe en la cabeza del que está ahora despertando, ¿no sería más lógico que exigiera ser conducido a algún lugar donde pudiera ser curado?

    El caso es que se deshacen de él, de ese borracho tambaleante, en el oscuro interior de Central Park.

    Michael: In a short while, she recovered herself

    Michael: and brightened up, what with the things I told her to get her mind off the scare she’d had and to set her thinking as well, of the brave fella that had rescued her.

    De modo que cuando, a la separación de sus padres, Orson pasó a vivir con su madre, debió vivir aquello como un acto criminal: abandonaba al padre -que se alcoholizaría y moriría a causa de ese abandono- para irse con ella.

    Con lo que aquí también encontramos una escena incestuosa en el origen.


    La pistola y el cigarrillo

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    Volvamos a ese punto en el que Elsa nota que le falta algo:

    Elsa: I’ll make it worth your while.

    ¿Qué puede ser?

    Les he indicado ya en una sesión anterior que no puede tratarse de la pistola, pues su ausencia ya la debería haber notado dado el considerable peso que posee incluso la pistola más pequeña.

    Pero si no me creen puedo probárselo con un pequeño experimento.

    Solo tienen que probar a atravesar el pasillo de la casa de sus padres llevando el bolso de noche de su madre, primero con la pistola de su padre dentro del bolso y luego sin ella.

    Pero bueno, si no lo hacen, lo entenderé, pues es un experimento realmente duro si se hace al completo: en la casa de los padres de uno, con el bolso de la madre y con la pistola del padre…

    Basta con que se hayan planteado su posibilidad para que comprendan lo duro que debió ser ese otro experimento que fue rodar e interpretar The Lady Shanghai.

    Ahora bien, si no puede ser la pistola lo que ella busca, entonces sólo puede ser el cigarrillo.

    Ese cigarrillo que él le dio, y ella puso ahí.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Eso mismo, por cierto, que el cineasta nos mostró con extremo cuidado como lo que había allí:

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Michael: But in the park, in those days…

    Tendrán que reconocerme que si en ese minúsculo bolso hubiera habido una pistola y si hubiera caído al suelo y quedado abierto, lo que asomaría en él no sería algo de tan poco peso como ese cigarrillo rodeado por el etéreo pañuelo, sino la pistola.

    Y la pistola habría arrastrado, con su peso, esa nada de peso que es la del cigarrillo.

    Tienen que aceptármelo: todo ello responde a eso tan serio que es la ley de la gravedad.

    De modo que ahí no puede haber pistola alguna.

    Ahí sólo podría estar ese último cigarrillo que él había ofrecido a la dama como prenda de amor y que, en cuanto tal, ésta había envuelto cuidadosamente en su pañuelo y guardado en su bolso.

    Michael: the rough young fellas used to be staging hold-ups and the like.

    Y por cierto, ¿no sostiene él ese cigarrillo para que no se salga con el cuidado y la parsimonia del mago que llama nuestra atención hacia un punto mientras realiza su truco en otro que ha quedado fuera de nuestro campo visual?

    Elsa: Help! Help!

    Y es entonces cuando, como les decía, pone su mejor cara de besugo.

    Pero cabe decir que esta encontrará una manifestación más expresiva en la posterior escena del acuario:

    Elsa: You’re not going to try anything foolish, are you?

    Él mismo lo confirma, diría que incluso con excesiva insistencia:

    Michael: I’m afraid so. Something very foolish indeed.

    Michael: Sure because I’m a fool, a deliberate, intentional fool…

    Realmente, habría algo extraordinariamente estúpido en no darse cuenta que ahí había una pistola -si realmente la hubiera habido.

    Michael: Could it be this you’re looking for?

    En cualquier caso, no es posible sobrevalorar esta pistola, porque en el desenlace del film demostrará ser el elemento decisivo:

    Michael: I must find that gun.

    Elsa: Gun? What gun?

    Michael: I’ve got to find the gun that killed Grisby. It’ll prove I’m innocent.

    Y bien, no digo que no sea una pistola lo que ella busca, pero si eso es así, sólo lo es allí donde ella ahora la localiza con su mirada.

    Pues en ningún caso es una pistola lo que ella quiere tener.

    Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    Y desde luego, tampoco es posible sobrevalorar ese cigarrillo que tan amplio despliegue tendrá en lo que sigue del film:

    Elsa: Give me a cigarette. I’m learning to smoke now.

    Elsa: Ever since that night in the park I’ve been getting the habit.

    Bannister: He died bankrupt. And here I am.

    Elsa: George.

    Atención al cigarrillo.

    Y al extraordinario circuito que aquí comienza.

    Bannister: Each man has his own idea of happiness, of course.

    Grisby: I haven’t matches.

    Bannister: But money is what all of us have in common.

    Bannister: Take Bessie here. She used to work for Bachrach. I pay her more, don’t I, Bessie?

    Bessie: Yes, Mr. Bannister.

    Bannister: Her salary means happiness. It means a home…

    Bannister: three rooms for two families. Bessie’s a grandmother, a widow. Only one of the boys works. Right, Bessie?

    Bessie: Yes, sir.

    Bannister: Yes, of course it is.

    Bannister: So Bessie goes to church every Sunday she gets off…

    Bannister: and prays to God she’ll never be too old to earn the salary I pay her.

    ¿Tienen alguna duda de que ella viste de negro, entre otras cosas, para que mejor se haga visible, sobre su cuerpo, ese cigarrillo que en esta escena amplía su circuito al propio Grisby?

    Desde luego, no es posible sobrevalorar ni ese cigarrillo ni esa pistola.

    Y ello porque, aunque seguramente lo han olvidado, o incluso es más posible que en ningún momento se hayan dado cuenta de ello, ese cigarrillo y esa pistola entran y salen de un mismo lugar.

    Michael: Don’t you move! I told you not to move, I mean it.

    Michael: I found the gun.

    Pero, como les digo siempre, no es del todo cierto que no se hayan dado cuenta, porque aunque su consciencia no se haya enterado de nada, no hay duda de que su inconsciente lo ha visto.

    Qué cosas tan notables suceden, como pueden ver, en la cadera de The Lady from Shanghai.

    Late en todo ello, sin duda, una fórmula cuyos factores fundamentales son el cigarrillo y la pistola, el bolso y el pañuelo.

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    Elsa: I meant for you to find it.

    Pero esta también ahí la otra, su víctima, Rita Hayworth.

    Y ella lo que quisiera es tener esa prenda de amor, encarnada en el cigarrillo, que era promesa de que la pistola la tenía él y estaba dispuesta para ser usada.

    Ella lo dice con total claridad: no sabe -y podemos añadir: no quiere-, disparar.

    Elsa: I don’t know how to shoot.

    A lo que él responde, ¿qué?

    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.

    Pero no está claro que sea tan fácil, pues él se aferra a -y se fuma- un cigarrillo que ya no es para ella.

    ¿Quieren que se lo diga más claro?

    Que él sólo puede desearla si ella tiene una brillante pistola.

    Por eso, cuando se le acerca, cuando entra en el interior del coche cama mágico de ella,

    Michael: I bet I could drive the car from down there inside with you.

    cuando choca con esa cruda realidad que estriba en que ella no tiene pistola, entonces, de inmediato, se pone rígido, entra en pánico, empieza a ver policías por todas partes y, finamente, sale corriendo.

    Elsa: There’s a police car on the other road.


    ¿Acaso no es palpable la impotencia que asalta al cineasta y que se manifiesta en el desmesurado sudor que impregna su rostro cuando mira a la mujer que le aguarda?

    Su impotencia ante ese barco -y por tanto ante ese viaje- que es ella misma -pues resulta evidente como la imagen establece un paralelismo compositivo entre el yate Circe y el cuerpo de Elsa.

    Claro que pensarán ustedes que es excesivo identificar a Grisby con el cineasta.

    Me llevará su tiempo demostrarles que nada de excesivo hay en ello. Pero por ahora debiera bastarles el hecho de que él comparece en esta escena como alguien que mira, a través de un visor, a una hermosa mujer que posa para su mirada.
     

     

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    9. El mago, la pistola y el cigarrillo

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 22/02/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

     

     

     

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    Grisby, O’Hara y el cigarrillo

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    ¿Se han dado cuenta de todas las notables transformaciones que se han producido en un momento? Anotémoslas una por una:

    La aparición en imagen de Grisby apaga el brillo de Rita Hayworth,

    a la vez que O’Hara y Grisby se funden en imagen.

    Y luego O’Hara, todo él una sombra, se funde con la sombra de Grysby.

    Y así, su negra sombra se vuelve blanca al cobrar la forma de Grisby.

    Y el blanco de la chaqueta de Grisby devuelve el blanco de la del padre de Rita.

    Y por cierto que ese blanco aparece como una constante en todos las fotos de las que dispongo de la pareja bailando flamenco.

    ¿Quién es Grisby?

    Tenemos una primera repuesta para esta pregunta, que no es baladí: Grisby es el que fuma.

    ¿Que qué quiere decir eso?

    Quiere decir ni más ni menos que eso: que es el que fuma, en una película en la que todavía no ha fumado nadie, dado que el cigarrillo, calificado como el último, había sido constituido en prenda de amor.

    Elsa: Just now, you almost killed a girl.

    Michael: Is there a law against that?


    El garaje de la humillación

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    Michael: They put you in jail for murder here? I didn’t think so. A man killed his wife in Frisco last week. She’d gone to the icebox for a bit of supper.

    Michael: He thought she was a burglar, he said. He shot her five times in the head.

    Notable, ¿no les parece?, después que la policía haya sido nombrada cinco veces, se habla de un crimen realizado con cinco disparos.

    Cinco disparos contra la cabeza de una mujer.

    De modo que cinco es, a la vez que la cifra de la policía, la cifra del crimen.

    Garage Attendant: Number 47!

    Elsa: He had a good lawyer.

    Observen esa línea vertical que divide el plano separándoles a la vez que introduciendo un fondo oscuro para el hombre.

    En lo que sigue, y en relación con la aparición del nombre Bannister, esa separación no va a cesar de aumentar.

    Michael: I saw his picture in the paper. Bainbridge or something.

    Elsa: Bannister.

    Michael: Arthur Bannister. It said he was the greatest criminal lawyer, the greatest criminal.

    Elsa: Some people think he is.

    Garage Attendant: Here’s your car, ma’am.

    Elsa: Send the bill to my husband.

    Poderoso, inesperado, casi brutal es el contraste que este último plano introduce.

    Si es evidente lo que lo justifica diegéticamente -ellos se encuentran ahora en el interior de un garaje ubicado a ras de suelo y cuya entrada está abierta-, la ausencia de toda referencia visual del marco de esa entrada produce un fuerte efecto de extrañamiento, como si Michael se encontrara fuera, en el exterior.

    Dicho de otra manera: aunque el raccord es correcto, parece que no lo fuera, que el contraplano no pudiera corresponder, no perteneciera al mismo espacio que el plano que le precede.

    El efecto de todo ello es que el personaje parece proyectado fuera del espacio en el que se encontraba con ella, violentamente expulsado por las palabras de ella que lo colocan en la posición del subordinado, si no del criado. Casi como si, inesperadamente, hubiera recibido una violenta bofetada.

    Por lo demás, la contrastada esquina del edificio del fondo traza ahora una línea aún más afilada que les separa.

    De hecho, toda una cascada de transformaciones se ha producido desde la irrupción de la farola y de Grisby.

    El abierto, vegetal y romántico Central Park

    se ha convertido en este cerrado y sórdido garaje

    y el cochero vestido de guardarropía ha sido sustituido por el empleado del garaje con su moderno y anodino uniforme.

    Y por cierto que ese empleado nos ha recordado, a través del número del ticket de Elsa, que nos encontramos en el presente, pues ese número es 47,

    Garage Attendant: Number 47!

    y si el rodaje de The Lady from Shanghai había comenzado en 1946, esta escena fue rodada en 1947.

    De modo que el flamante coche de caballos en el que Michael conducía a la princesa

    se va a convertir de inmediato en el lujoso coche moderno que ahora ya sólo ella conduce.

    Supongo que se habrán dado cuenta ya de la referencia textual que así emerge.

    Me refiero a La Cenicienta, cuyo coche de caballos, ya saben, a las doce de la noche -¿qué hora será ahora?-, se convierte en calabaza…

    Sólo que aquí, claro está, no se trata de la Cenicienta, sino de un Ceniciento.

    Igualmente, en un santiamén, el universo de las caballerías, donde el caballero lo es porque ha sido nombrado tal por quien encarna una ley incuestionada, ha sido sustituido por este espacio sórdido en el que se esboza, al fondo, la oscura figura de una brillante abogado corrupto, capaz de burlar a la ley y salvar a los más zafios asesinos de mujeres.

    Por lo demás, con su seductora crueldad, ella no duda en poner a O’Hara en su sitio:

    Elsa: If you’re a sailor, Michael, there’s a job for you.

    Elsa: Would you like to work for me?

    Imposible no percibir el burlón tono de fondo: me gustas, pequeño marinero, parece decir la bella esposa del más rico abogado.

    Me gustas, pero no eres un caballero, sino un marinero sin empleo.

    Y les recuerdo que, de niño, en cierto modo, Welles fue un marinerito.

    Probablemente, cuando lo era, soñaba con ser un caballero andante capaz de salvar a la bella dama del más terrible dragón.

    Elsa: Would you like to work for me?

    Elsa: I-d like it.


    Es evidente, en suma, la humillación.

    Michael: I’m shipping out tomorrow.

    Elsa: So are we. To the West Coast, by way of the Canal.

    Elsa: We’re short a man on the crew.

    Falta un hombre en la tripulación: la impotencia de Bannister es sugerida desde el primer momento.

    Tanto, por lo demás, como lo turbio de la oferta de ella, que coloca a O’Hara en la posición del gigoló.

    Elsa: I’ll make it worth your while


    El mago, la pistola y el cigarrillo

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    Y justo en este momento se produce otro de esos sorprendentes y aparentemente inmotivados cambios de registro que proliferan en el film.

    Ella, de pronto, nota que le falta algo.

    Ahora bien, ¿no les parece que hay un temblor real en esta mujer?

    ¿Uno tan real que invierte de pronto su burlona oferta en una súplica?

    ¿O es que ella es una excelente actriz? ¿Pero quién, Elsa Bannister o Rita Hayworth?

    Michael: Could it be this you’re looking for?

    ¿Se trata de eso, de la pistola?

    Les diré que no me parece una respuesta convincente.

    Pues esa ausencia ella ya la debería haber notado: imposible que durante todo este tiempo hubiera podido ignorar la ausencia del considerable peso de la pistola en su pequeño bolso.

    Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    Elsa: I meant for you to find it.

    Elsa: I don’t know how to shoot.

    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.


    Me dirán: Rita Hayworth es una excelente actriz que interpreta a Elsa Bannister, otra excelente actriz, que se finge enamorada para así manipular al ingenuo marinero que Orson Welles interpreta.

    Sin embargo, la cosa no es tan evidente, pues, ¿de dónde ha salido esta pistola?

    ¿Saben lo que pesa una pistola, por pequeña que sea?

    ¿Creen verosímil que ella hubiera podido no darse cuenta hasta ahora de que de su pequeño bolso había desaparecido el peso que le daba la pistola?

    Pero esa no es la única flagrante inverosimilitud de la secuencia:

    Recuerden:

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Un aroma indiscutiblemente onírico acompañó a la aparición, como flotando -por efecto del encadenado- en el parque, de esta imagen, no menos evidentemente erótica, del bolso semiabierto de la mujer, del que asoma su pañuelo, quizás de seda, en todo caso dotado de transparencias propias de la lencería femenina, y del que asoma el cigarrillo sin encender que él le diera y ella hiciera desaparecer.

    Michael: But in the park, in those days…

    ¿Observan el cuidado que él se toma para que ese cigarrillo no caiga cuando recoge el bolso?

    De hecho, él mismo lo introduce delicadamente con su mano izquierda.

    Michael: the rough young fellas used to be staging hold-ups and the like.

    Elsa: Help! Help!

    ¿Realmente pueden creer ustedes que en este momento en el que O’Hara mira en el interior de tan pequeño bolso no llega a ver la brillante pistola?

    Claro que con tan extrema cara de tonto…

    Pero el caso es que debería haberla visto ya.

    De modo que si la oye a ella gritar pidiendo socorro, parece evidente que debería haber sacado esa pistola para correr en su ayuda.

    Michael: However, these young fellas were not professionals.

    El caso es que lo que vemos es como como tira el bolso y, en lo que sigue, se lía a puñetazos con los violadores.

    Pero entonces,

    ¿de dónde ha salido esta pistola?

    ¿En qué momento ha podido él descubrirla, cogerla y guardarla en su bolsillo?

    Imposible.

    De modo que sólo hay una explicación viable: que Orson Welles -y no digo Michael O’Hara, sino el director del film-, la ha hecho aparecer ahí, a modo de un truco de magia.

    Elsa: I’ll make it worth your while.

    Pues es más lógico que ella ahora estuviera buscando en su bolso ese cigarrillo que él le había dado y que ella había puesto ahí, cuidadosamente envuelto en su blanco y delicado pañuelo.

    Michael: Could it be this you’re looking for?

    No esa pistola.

    ¿Quieren una prueba?

    Es fácil: recuerden:

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Michael: It’s

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Lo oyen, ¿verdad?

    Dice que es el último.

    Michael: me.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Ahora bien, si es su último cigarrillo y ella lo guarda,

    Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    ¿de dónde ha salido este cigarrillo

    Elsa: I meant for you to find it.

    Elsa: I don’t know how to shoot.

    que él no duda en fumarse ahora?

    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.

    Es del todo lógico que ella se indigne: él -pero me refiero al mago Orson Welles, no al marinero Michael O’Hara- le ha colocado la pistola y le ha birlado y se está fumando ese último cigarrillo que le había ofrecido como prenda de amor.


    F for Fake

    volver al índice

    A fin de cuentas, ese cigarrillo se parece mucho a esta llave que, como el cigarrillo de The Lady from Shanghai, protagoniza el comienzo de F for Fake.

    Y esta mujer que contempla a distancia los trucos del mago fue la última esposa de Orson Welles.

    Welles: a transformation.

    Welles: We’ve changed your key

    Welles: into a coin.

    Welles: What happened to the key? It’s been returned to you.

    Welles: Look closely, sir. You’ll find the key

    Welles: back in your pocket. May we see it, please?

    -Up to your old tricks, I see.

    Welles: Why not? I’m a charlatan.

    Son, como pueden ver, los trucos de alguien que es mitad mago mitad charlatán.

    Welles: Did I used to be a magician?

    Welles: Sir, I’m still working on it.

    Welles: As for the key, it was not symbolic of.

    Welles: anything.

    Así pues, todo es mucho más complicado.


    Fotos antiguas

    volver al índice

    Este año estoy recibiendo mucha colaboración vía internet sobre la investigación en la que estamos embarcados.

    Así, a raíz de la sesión del último día, me han llegado unas cuantas fotos que yo desconocía, y que agradezco, de Rita Hayworth y su padre.

    Late seguramente en el hecho de enviármelas -y probablemente más en el hecho de buscarlas- una duda sobre sobre lo que dije el otro día a propósito del vestido que Rita Hayworth luce en las escenas iniciales The Lady from Shanghai.

    Y está bien que así sea.

    No hay rigor sin duda.

    Examinémoslas:

    De esta serie debemos excluir una en la que el tema que nos ocupaba -el bailar con el padre- no está presente:

    Aunque es bueno tenerla en cuenta, aunque sólo sea para hacer visible el cariño que Rita debió sentir a pesar de todo hacia el padre con el que años atrás bailara.

    Es posible que eso les lleve a pensar increíble la historia del incesto, pero no lo es.

    De modo que sólo debe llevarnos a comprender lo complejo que es el mundo de las emociones humanas.

    Pues el deseo incestuoso se hace evidente en la segunda foto que podemos descartar:

    Basta con echar un vistazo a la mirada del padre ahora para volver a pensar en la viabilidad del incesto.

    Podemos descartar también esta foto por lo que se refiere a la discusión del otro día porque, aunque el gesto de la danza española es patente en ellos -el padre y el abuelo-, nada de eso hay ni en la pose ni en el vestido de ella.

    Y es precisamente la referencia a España, y más en concreto a Murcia, el vector decisivo.

    Elsa: What law did you break in Spain?

    Michael: I killed a man.

    Grisby: Mr. Bannister tells me you once killed a man.

    Grisby: You are Michael, aren’t you?

    Michael: That’s right.

    Grisby: I’m very interested in murders. Forgive me if I seem inquisitive, but where’d it happen?

    Michael: At Murcia.

    Nos quedan entonces tres:

    La más lejana a Murcia es ésta:

    Murcia poco tiene que ver con la jota aragonesa, siendo, en cambio, territorio inequívocamente flamenco. -Piensen, por ejemplo, en el célebre Festival del Cante de las Minas tiene su sede allí.

    De modo que nos quedan dos, estas sí ya de índole flamenca:

    A las que, claro está, hay que añadir la que les mostré el otro día:

    Realmente, agradezco los envíos: aunque puedan en un principio relativizar el vestido de ella, permiten fijar el constante vestuario blanco del padre que, como les decía, encuentra su eco en la secuencia:

    Michael: You know, the nicest jails are in Australia.

    Michael: The worst are in Spain.


    Elsa: What law did you break in Spain?

    Michael: I killed a man.

    Elsa: Just now, you almost killed a girl.

    Michael: Is there a law against that?

    E insisto: es la aparición del hombre de chaqueta blanca el que oscurece de un golpe la figura de Elsa.

    Deben considerar también que ese oscurecimiento coincide con el enunciado, aparentemente humorístico, sobre el asesinato de una joven –Just now, you almost killed a girl.

    Por lo demás, hay dos datos a favor de la última foto:

    El primero, que es la que consta en el libro de la biógrafa oficial. Ya saben: de la biógrafa que redactó la autobiografía que Welles quiso construir, lo que permite imaginar que el mismo cineasta suministrara algún material fotográfico de su gusto.

    Y dos: que es la que más recuerda el vestido que Rita Hayworth luce en The Lady Shanghai.

    Para ser más exactos: el que luce hasta que apaga su luz la chaqueta blanca de Grisby.

    Es el que más se parece, sombrero oscuro incluido.

    Por lo demás, ¿no les parece curiosa esta resistencia a la posible inspiración del vestido de la bailarina española, cuando es evidente que el film está fabulando el asesinato del padre murciano e incestuoso?


    Hayde Park – Central Park

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    Michael: Rosalie, fair Rosalie.

    Michael: A name I’m after calling you.

    Elsa: Rosalie?

    Michael: Why not? It’s a gorgeous, romantical name entirely.

    Michael: I’m Michael.

    Elsa: You’re

    Elsa: a character.

    Michael: I’m just

    Michael: a poor sailor man and him with the Princess of Central Park at his side. Princess Rosalie.

    Me hizo ver Lorenzo al acabar la sesión del último día que en el debate varias veces dije Hayde Park en vez de Central Park.

    Esto me pasa por no haber ido a Nueva York, pero es que soy muy perezoso para viajar.

    De todas maneras, aunque hubiera ido, ello no garantizaría, sino todo lo contrario, que no cometiera, a propósito de ello, un acto fallido.

    Y bien, ésta es una buena ocasión para hacer de ello una cuestión metodológica.

    Cuando en el análisis, el analista hace un acto fallido, ¿qué se debe hacer?

    ¿Obviarlo? ¿Disculparnos?

    Por supuesto que no, todo lo contrario: interrogarlo.

    Ya lo hicimos el año pasado a propósito del último plano de Octubre, y dio un excelente resultado.

    Si el espectador del film es el sujeto de inconsciente, ¿cómo no atender a ello cuando se produce un acto fallido que es sin duda una de sus más puras manifestaciones?

    Y bien, ¿qué lo desencadenó?

    El propio Lorenzo -se lo presentaré a ustedes: Lorenzo Torres, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos- me lo explicó: en el londinense Hyde Park realizó Antonioni parte de una de sus películas, Blow up, de la que me he ocupado más de una vez.

    Y en ella, lo que centró mi atención especialmente fue la escena de Hayde Park, en la que un fotógrafo fotografía a una bella mujer, pero cuando más tarde revela la fotografía descubre que tras ella, al fondo, aparece un cadáver.

    Que ese es el motivo central de la película lo muestra el título mismo escogido por un cineasta italiano: Blow-up significa a la vez revelado y explosión.

    Y bien, cuando se revela una fotografía, o un plano cinematográfico, siempre tiene lugar una explosión: siempre emerge ahí algo que había escapado previamente a la percepción del fotógrafo o del cineasta.

    Una explosión reveladora, propiamente una revelación.

    Por eso les digo que toda película es un documental de su rodaje. La fotografía, la imagen cinematográfica son, antes que nada, huellas reales.

    No digo huellas de la realidad. Tampoco digo unas huellas de lo real. Digo huellas reales. Es decir: sostengo que lo real está siempre presente en esas huellas.

    Pues bien, al fondo, eclipsada la percepción del fotógrafo por la figura seductora de la mujer, hay un crimen.

    Y por lo demás, el nombre de este parque, Hyde, aunque se escribe así, se pronuncia igual que Hide Park.

    Y Hide, como saben, significa esconder, ocultar...

    Entonces, ¿no es el Central Park de The Lady from Shanghai un Hide Park?

    ¿Qué dónde está el crimen? ¿Dónde podría estar sino en el centro mismo de Central Park?

    Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

    Michael: In a short while, she recovered herself

    Será tarea de la próxima sesión hacerlo visible.

     

     

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    8. Del sueño a la pesadilla

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 22/02/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

     

     

     

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    Grisby, O’Hara y el cigarrillo

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    ¿Se han dado cuenta de todas las notables transformaciones que se han producido en un momento? Anotémoslas una por una:

    La aparición en imagen de Grisby apaga el brillo de Rita Hayworth,

    a la vez que O’Hara y Grisby se funden en imagen.

    Y luego O’Hara, todo él una sombra, se funde con la sombra de Gryby.

    Y así, su negra sombra se vuele blanca al cobrar la forma de Grisby.

    Y el blanco de la chaqueta de Grisby devuelve el blanco de la del padre de Rita.

    Y por cierto que ese blanco aparece como una constante en todos las fotos de las que dispongo de la pareja bailando flamenco.

    ¿Quién es Grisby?

    Tenemos una primera repuesta para esta pregunta, que no es baladí: Grisby es el que fuma.

    ¿Que qué quiere decir eso?

    Quiere decir ni más ni menos que eso: que es el que fuma, en una película en la que todavía no ha fumado nadie, dado que el cigarrillo, calificado como el último, había sido constituido en prenda de amor.

    Elsa: Just now, you almost killed a girl.

    Michael: Is there a law against that?


    El garaje de la humillación

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    Michael: They put you in jail for murder here? I didn’t think so. A man killed his wife in Frisco last week. She’d gone to the icebox for a bit of supper.

    Michael: He thought she was a burglar, he said. He shot her five times in the head.

    Notable, ¿no les parece?, después que la policía haya sido nombrada cinco veces, se habla de un crimen realizado con cinco disparos.

    Cinco disparos contra la cabeza de una mujer.

    De modo que cinco es, a la vez que la cifra de la policía, la cifra del crimen.

    Garage Attendant: Number 47!

    Elsa: He had a good lawyer.

    Observen esa línea vertical que divide el plano separándoles a la vez que introduciendo un fondo oscuro para el hombre.

    En lo que sigue, y en relación con la aparición del nombre Bannister, esa separación no va a cesar de aumentar.

    Michael: I saw his picture in the paper. Bainbridge or something.

    Elsa: Bannister.

    Michael: Arthur Bannister. It said he was the greatest criminal lawyer, the greatest criminal.

    Elsa: Some people think he is.

    Garage Attendant: Here’s your car, ma’am.

    Elsa: Send the bill to my husband.

    Poderoso, inesperado, casi brutal es el contraste que este último plano introduce.

    Si es evidente lo que lo justifica diegéticamente -ellos se encuentran ahora en el interior de un garaje ubicado a ras de suelo y cuya entrada está abierta-, la ausencia de toda referencia visual del marco de esa entrada produce un fuerte efecto de extrañamiento, como si Michael se encontrara fuera, en el exterior.

    Dicho de otra manera: aunque el raccord es correcto, parece que no lo fuera, que el contraplano no pudiera corresponder, no perteneciera al mismo espacio que el plano que le precede.

    El efecto de todo ello es que el personaje parece proyectado fuera del espacio en el que se encontraba con ella, violentamente expulsado por las palabras de ella que lo colocan en la posición del subordinado, si no del criado. Casi como si, inesperadamente, hubiera recibido una violenta bofetada.

    Por lo demás, la contrastada esquina del edificio del fondo traza ahora una línea aún más afilada que les separa.

    De hecho, toda una cascada de transformaciones se ha producido desde la irrupción de la farola y de Grisby.

    El abierto, vegetal y romántico Hyde Park

    se ha convertido en este cerrado y sórdido garaje

    y el cochero vestido de guardarropía ha sido sustituido por el empleado del garaje con su moderno y anodino uniforme.

    Y por cierto que ese empleado nos ha recordado, a través del número del ticket de Elsa, que nos encontramos en el presente, pues ese número era es 47,

    Garage Attendant: Number 47!

    y si el rodaje de The Lady from Shanghai había comenzado en 1946, esta escena fue rodada en 1947.

    De modo que el flamante coche de caballos en el que Michael conducía a la princesa

    se va a convertir de inmediato en el lujoso coche moderno que ahora ya sólo ella conduce.

    Supongo que se habrán dado cuenta ya de la referencia textual que así emerge.

    Me refiero a La Cenicienta, cuyo coche de caballos, ya saben, a las doce de la noche -¿qué hora será ahora?-, se convierte en calabaza…

    Sólo que aquí, claro está, no se trata de la Cenicienta, sino de un Ceniciento.

    Igualmente, en un santiamén, el universo de las caballerías, donde el caballero lo es porque ha sido nombrado tal por quien encarna una ley incuestionada, ha sido sustituido por este espacio sórdido en el que se esboza, al fondo, la oscura figura de una brillante abogado corrupto, capaz de burlar a la ley y salvar a los más zafios asesinos de mujeres.

    Por lo demás, con su seductora crueldad, ella no duda en poner a O’Hara en su sitio:

    Elsa: If you’re a sailor, Michael, there’s a job for you.

    Elsa: Would you like to work for me?

    Imposible no percibir el burlón tono de fondo: me gustas, pequeño marinero, parece decir la bella esposa del más rico abogado.

    Me gustas, pero no eres un caballero, sino un marinero sin empleo.

    Y les recuerdo que, de niño, en cierto modo, Welles fue un marinerito.

    Probablemente, cuando lo era, soñaba con ser un caballero andante capaz de salvar a la las bella dama del más terrible dragón.

    Elsa: Would you like to work for me?

    Elsa: I-d like it.


    Es evidente, en suma, la humillación.

    Michael: I’m shipping out tomorrow.

    Elsa: So are we. To the West Coast, by way of the Canal.

    Elsa: We’re short a man on the crew.

    Falta un hombre en la tripulación: la impotencia de Bannister es sugerida desde el primer momento.

    Tanto, por lo demás, como lo turbio de la oferta de ella, que coloca a O’Hara en la posición del gigoló.

    Elsa: I’ll make it worth your while


    El mago, la pistola y el cigarrillo

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    Y justo en este momento se produce otro de esos sorprendentes y aparentemente inmotivados cambios de registro que proliferan en el film.

    Ella, de pronto, nota que le falta algo.

    Ahora bien, ¿no les parece que hay un temblor real en esta mujer?

    ¿Uno tan real que invierte de pronto su burlona oferta en una súplica?

    ¿O es que ella es una excelente actriz? ¿Pero quién, Elsa Bannister o Rita Hayworth?

    Michael: Could it be this you’re looking for?

    ¿Se trata de eso, de la pistola?

    Les diré que no me parece una respuesta convincente.

    Pues esa ausencia ella ya la debería haber notado: imposible que durante todo este tiempo hubiera podido ignorar la ausencia del considerable peso de la pistola en su pequeño bolso.

    Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    Elsa: I meant for you to find it.

    Elsa: I don’t know how to shoot.

    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.


    Me dirán: Rita Hayworth es una excelente actriz que interpreta a Elsa Bannister, otra excelente actriz, que se finge enamorada para así manipular al ingenuo marinero que Orson Welles interpreta.

    Sin embargo, la cosa no es tan evidente, pues, ¿de dónde ha salido esta pistola?

    ¿Saben lo que pesa una pistola, por pequeña que sea?

    ¿Creen verosímil que ella hubiera podido no darse cuenta hasta ahora de que de su pequeño bolso había desaparecido el peso que le daba la pistola?

    Pero esa no es la única flagrante inverosimilitud de la secuencia:

    Recuerden:

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Un aroma indiscutiblemente onírico acompañó a la aparición, como flotando -por efecto del encadenado- en el parque, de esta imagen, no menos evidentemente erótica, del bolso semiabierto de la mujer, del que asoma su pañuelo, quizás de seda, en todo caso dotado de transparencias propias de la lencería femenina, y del que asoma el cigarrillo sin encender que él le diera y ella hiciera desaparecer.

    Michael: But in the park, in those days…

    ¿Observan el cuidado que él se toma para que ese cigarrillo no caiga cuando recoge el bolso?

    De hecho, él mismo lo introduce delicadamente con su mano izquierda.

    Michael: the rough young fellas used to be staging hold-ups and the like.

    Elsa: Help! Help!

    ¿Realmente pueden creer ustedes que en este momento en el que O’Hara mira en el interior de tan pequeño bolso no llega a ver la brillante pistola?

    Claro que con tan extrema cara de tonto…

    Pero el caso es que debería haberla visto ya.

    De modo que si la oye a ella gritar pidiendo socorro, parece evidente que debería haber sacado esa pistola para correr en su ayuda.

    Michael: However, these young fellas were not professionals.

    El caso es que lo que vemos es como como tira el bolso y, en lo que sigue, se lía a puñetazos con los violadores.

    Pero entonces,

    ¿de dónde ha salido esta pistola?

    ¿En qué momento ha podido él descubrirla, cogerla y guardarla en su bolsillo?

    Imposible.

    De modo que sólo hay una explicación viable: que Orson Welles -y no digo Michael O’Hara, sino el director del film-, la ha hecho aparecer ahí, a modo de un truco de magia.

    Elsa: I’ll make it worth your while.

    Pues es más lógico que ella ahora estuviera buscando en su bolso ese cigarrillo que él le había dado y que ella había puesto ahí, cuidadosamente envuelto en su blanco y delicado pañuelo.

    Michael: Could it be this you’re looking for?

    No esa pistola.

    ¿Quieren una prueba?

    Es fácil: recuerden:

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Michael: It’s

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Lo oyen, ¿verdad?

    Dice que es el último.

    Michael: me.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Ahora bien, si es su último cigarrillo y ella lo guarda,

    Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

    Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

    ¿de dónde ha salido éste cigarrillo

    Elsa: I meant for you to find it.

    Elsa: I don’t know how to shoot.

    que él no duda en fumarse ahora?

    Michael: It’s easy. You just pull the trigger.

    Es del todo lógico que ella se indigne: él -pero me refiero al mago Orson Welles, no al marinero Michael O’Hara- le ha colocado la pistola y le ha birlado y se está fumando ese último cigarrillo que le había ofrecido como prenda de amor.


    F for Fake

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    A fin de cuentas, ese cigarrillo se parece mucho a esta llave que, como el cigarrillo de The Lady from Shanghai, protagoniza el comienzo de F for Fake.

    Y esta mujer que contempla a distancia los trucos del mago fue la última esposa de Orson Welles.

    Welles: a transformation.

    Welles: We’ve changed your key

    Welles: into a coin.

    Welles: What happened to the key? It’s been returned to you.

    Welles: Look closely, sir. You’ll find the key

    Welles: back in your pocket. May we see it, please?

    -Up to your old tricks, I see.

    Welles: Why not? I’m a charlatan.

    Son, como pueden ver, los trucos de alguien que es mitad mago mitad charlatán.

    Welles: Did I used to be a magician?

    Welles: Sir, I’m still working on it.

    Welles: As for the key, it was not symbolic of.

    Welles: anything.

    Así pues, todo es mucho más complicado.


    Fotos antiguas

    volver al índice

    Este año estoy recibiendo mucha colaboración vía internet sobre la investigación en la que estamos embarcados.

    Así, a raíz de la sesión del último día, me han llegado unas cuantas fotos que yo desconocía, y que agradezco, de Rita Hayworth y su padre.

    Late seguramente en el hecho de enviármelas -y probablemente más en el hecho de buscarlas- una duda sobre sobre lo que dije el otro día a propósito del vestido que Rita Hayworth luce en las escenas iniciales The Lady from Shanghai.

    Y está bien que así sea.

    No hay rigor sin duda.

    Examinémoslas:

    De esta serie debemos excluir una en la que el tema que nos ocupaba -el bailar con el padre- no está presente:

    Aunque es bueno tenerla en cuenta, aunque sólo sea para hacer visible el cariño que Rita debió sentir a pesar de todo hacia el padre con el que años atrás bailara.

    Es posible que eso les lleve a pensar increíble la historia del incesto, pero no lo es.

    De modo que eso sólo debe llevaros a comprender lo complejo que es el mundo de las emociones humanas.

    Pues el deseo incestuoso se hace evidente en la segunda foto que podemos descartar:

    Basta con echar un vistazo a la mirada del padre ahora para volver a pensar en la viabilidad del incesto.

    Podemos descartar también esta foto por lo que se refiere a la discusión del otro día porque, aunque el gesto de la danza española es patente en ellos -el padre y el abuelo-, nada de eso hay ni en la pose ni en el vestido de ella.

    Y es precisamente la referencia a España, y más en concreto a Murcia, el vector decisivo.

    Elsa: What law did you break in Spain?

    Michael: I killed a man.

    Grisby: Mr. Bannister tells me you once killed a man.

    Grisby: You are Michael, aren’t you?

    Michael: That’s right.

    Grisby: I’m very interested in murders. Forgive me if I seem inquisitive, but where’d it happen?

    Michael: At Murcia.

    Nos quedan entonces tres:

    La más lejana a Murcia es ésta:

    Murcia poco tiene que ver con la jota aragonesa, siendo, en cambio, territorio inequívocamente flamenco. -Piensen, por ejemplo, el célebre Festival del Cante de las Minas tiene su sede allí.

    De modo que nos quedan dos, estas sí ya de índole flamenca:

    A las que, claro está, hay que añadir la que les mostré el otro día:

    Realmente, agradezco los envíos: aunque puedan en un principio relativizar el vestido de ella, permiten fijar el constante vestuario blanco del padre que, como les decía, encuentra su eco en la secuencia:

    Michael: You know, the nicest jails are in Australia.

    Michael: The worst are in Spain.


    Elsa: What law did you break in Spain?

    Michael: I killed a man.

    Elsa: Just now, you almost killed a girl.

    Michael: Is there a law against that?

    E insisto: es la aparición del hombre de chaqueta blanca el que oscurece de un golpe la figura de Elsa.

    Deben considerar también que ese oscurecimiento coincide con el enunciado, aparentemente humorístico, sobre el asesinato de una joven –Just now, you almost killed a girl.

    Por lo demás, hay dos datos a favor de la última foto:

    El primero, que es la que consta en el libro de la biógrafa oficial. Ya saben: de la biógrafa que redactó la autobiografía que Welles quiso construir, lo que permiten imaginar que el mismo cineasta suministrara algún material fotográfico de su gusto.

    Y dos: que es la que más recuerda el vestido que Rita Hayworth luce en The Lady Shanghai.

    Para ser más exactos: el que luce hasta que apaga su luz la chaqueta blanca de Grisby.

    Es el que más se parece, sombrero oscuro incluido.

    Por lo demás, ¿no les parece curiosa esta resistencia a la posible inspiración del vestido de la bailarina española, cuando es evidente que el film está fabulando el asesinato del padre murciano e incestuoso?


    Hayde Park – Central Park

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    Michael: Rosalie, fair Rosalie.

    Michael: A name I’m after calling you.

    Elsa: Rosalie?

    Michael: Why not? It’s a gorgeous, romantical name entirely.

    Michael: I’m Michael.

    Elsa: You’re

    Elsa: a character.

    Michael: I’m just

    Michael: a poor sailor man and him with the Princess of Central Park at his side. Princess Rosalie.

    Me hizo ver Lorenzo al acabar la sesión del último día que en el debate varias veces dije Hayde Park en vez de Central Park.

    Esto me pasa por no haber ido a Nueva York, pero es que soy muy perezoso para viajar.

    De todas maneras, aunque hubiera ido, ello no garantizaría, sino todo lo contrario, que no cometiera, a propósito de ello, un acto fallido.

    Y bien, es buen ocasión para hacer de ello una cuestión metodológica.

    Cuando en el análisis, el analista hace un acto fallido, ¿qué se debe hacer?

    ¿Obviarlo? ¿Disculparnos?

    Por supuesto que no, todo lo contrario: interrogarlo.

    Ya lo hicimos el año pasado a propósito del último plano de Octubre, y dio un excelente resultado.

    Si el espectador del film es el sujeto de inconsciente, ¿cómo no atender a ello cuando se produce un acto fallido que es sin duda una de sus más puras manifestaciones?

    Y bien, ¿qué lo desencadenó?

    El propio Lorenzo -se lo presentaré a ustedes: Lorenzo Torres, profesor de la Universidad Juan Carlos I- me lo explicó: en el londinense Hyde Park realizó Antonioni parte de una de sus películas, Blow up, de la que me he ocupado más de una vez.

    Y en ella, lo que centró mi atención especialmente fue de la escena de Hayde Park, en la que un fotógrafo fotografía a una bella mujer, pero cuando más tarde revela la fotografía descubre que tras ella, al fondo, aparece un cadáver.

    Que ese es el motivo central de la película lo muestra el título mismo escogido por un cineasta italiano: Blow-up significa a la vez revelado y explosión.

    Y bien, cuando se revela una fotografía, o un plano cinematográfico, siempre tiene lugar una explosión: siempre emerge ahí algo que había escapado previamente a la percepción del fotógrafo o del cineasta.

    Una explosión reveladora, propiamente una revelación.

    Por eso les digo que toda película es un documental de su rodaje. La fotografía, la imagen cinematográfica son, antes que nada, huellas reales.

    No digo huellas de la realidad. Tampoco digo unas huellas de lo real. Digo huellas reales. Es decir: sostengo que lo real está siempre presente en esas huellas.

    Pues bien, al fondo, eclipsada la percepción del fotógrafo por la figura seductora de la mujer, hay un crimen.

    Y por lo demás, el nombre de este parque, Hyde, aunque se escribe así, se pronuncia igual que Hide Park.

    Y Hide, como saben, significa esconder, ocultar...

    Entonces, ¿no es el Central Park de The Lady from Shanghai un Hide Park?

    ¿Qué dónde está el crimen? ¿Dónde podría estar sino en el centro mismo de Central Park?

    Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

    Michael: In a short while, she recovered herself

    Será tarea de la próxima sesión hacerlo visible.

     

     

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    7. Hegemonía de la Imago Primordial

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 01/02/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

     

     

     

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    La diosa del amor

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    It’s All True.

    «”Vi en la revista Life aquella foto fabulosa”, contaría Welles, “en que está arrodillada en una cama. Entonces me dije: ya sé la que voy a hacer cuando vuelva de Sudamérica”.

    «Orson no la conocía en persona, pero ya empezaba a comentar con algunos socios como Jackson Leighter que cuando volviese a Hollywood se casaría con ella en segundas nupcias (…) “Dijo que iba a volver a los Estados Unidos para casarse con Rita Hayworth”, contaría Leighter. “Se lo tomó muy en serio, vaya que sí. Y eso que aún no la conocía. Es más, lo primero que pensaba hacer cuando volviese era buscarla”.»

    [Barbara Leaming: 1989: Si aquello fue felicidad… La vida de Rita Hayworth]

    Sucede que Welles, en las largas entrevistas que concedió a su biógrafa, se tomó buen cuidado en construir de sí mismo una imagen del todo coherente con ese honesto marinero de inaudita ingenuidad que protagoniza The Lady from Shanghai.

    «Cuando (Rita) se enteró de que Orson quería a otra actriz, se puso a batallar activamente por el papel, aunque también por muchísimo más, ya que en el fondo deseaba que el cineasta se fuera a vivir con ella y con Becky a la casa que la actriz acababa de comprar en Brentwood. La había terminado de decorar Wilbur Menefee, decorador escénico de la Columbia (…) Cuando Rita dijo a Menefee que su marido ocuparía con ella el dormitorio principal y que había que instalar una cama en condiciones, el decorador construyó una cama “gigante”…

    «Welles no sabía nada de aquellas maniobras. Al llegar a Los Ángeles se inscribió en el Bel-Air Hotel. Rita le invitó a cenar, Orson fue a su casa y “mientras me decía que quería actuar en la película me sugirió que me quedase a vivir allí. Así fue como nos reconciliamos.”»

    La imagen de ese bondadoso caballero andante que nada sabría de las maniobras de la estrella.

    Ya les he señalado cuál es la corrección obligada: Welles no podía no saber nada de esas maniobras.


    Una biógrafa enamorada

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    Es llamativo que una mujer inteligente y una perspicaz indagadora como Barbara Leming, cuando Welles llena su campo visual, y cuando su voz invade su campo sonoro, se deje seducir por sus relatos con una candidez tan asombrosa.

    Basta, como índice para constatarlo, la narración que ofrece de sus dificultades para acceder a su primera entrevista con él.

    Parece ignorar absolutamente como Welles pospone ese encuentro que sin duda le interesa para crear el suspense necesario que garantice la plena seducción de la biógrafa.

    Y así, leyendo su libro, se adivina a una biógrafa que es también una mujer enamorada.

    Pero no lo interpreten mal: estaba casada y lo suyo con Welles no debió pasar de ser un amor platónico, sublimado en forma de trabajo biográfico.

    Es posible incluso deducir la vía más lejana de ese enamoramiento, muy anterior, sin duda, al momento en que Welles supo de su existencia.

    Basta, para ello, con contemplar la fotografía de la biógrafa que aparece en la solapa de su libro.

    Es fácil imaginar a esta joven doctora en filosofía como una adolescente tan inteligente como tímida e introvertida cinéfila ingenuamente enamorada del famoso cineasta.

    Y, por lo demás, ella misma nos lo sugiere cuando confiesa la fascinación juvenil que experimentó cuando vio la primera película de Welles.

    La imagen victimista del cineasta excluido por el sistema podía acoger el propio aislamiento de una adolescente introvertida e insegura.

    Y no es difícil intuir un desencadenante de esa primera identificación en su notable semejanza fisonómica.


    Amor cortés y el relato de caballerías

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    Les dije en su momento que en The Lady from Shanghai todo empezaba como un sueño que rápidamente se enturbia hasta convertirse en una agria pesadilla.

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Michael: It’s

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Michael: me.

    Elsa: But I don’t smoke.

    El sueño, en su comienzo, posee el aroma del amor cortés.

    Comparece en él una dama adorada,

    a la que un caballero rinde homenaje devoto.

    Como es sabido, el amor cortés es esencialmente platónico. En él las prendas poseen una función esencial, pues, como metonimias de los amantes, en su circulación simbolizan actos amorosos exclusivamente simbólicos.

    Así el cigarrillo de él,

    que es acogido amorosamente por el pañuelo de ella.

    Aunque, a la vez, parece desaparecer mágicamente en ese bolso y, en esa misma medida, quedar apresado. -Ya tuvimos ocasión de hablar de esos inquietantes poderes mágicos de la dama.

    Como les he dicho, Rita Hayworth quería el papel. Es decir: quería el papel de mujer amada.

    Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

    Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

    Y bien, como ustedes saben, evocar a la dama amada es una de las actividades esenciales del caballero. -Por cierto que la implicación de Welles en este tema, el del caballero idealista locamente enamorado de su dama, encontrará su máxima expresión en su último gran proyecto nunca acabado: El Quijote.

    Michael: But in the park, in those days…

    Les hablaba de la prenda amorosa. Pues bien, es un intenso aroma onírico el que acompaña a la aparición, como flotando en el parque,

    de esta imagen, no menos evidentemente erótica, del bolso semiabierto de la mujer, del que asoma su pañuelo, dotado de transparencias propias de la lencería femenina.

    Michael: But in the park, in those days…

    Michael: the rough young fellas used to be staging hold-ups and the like.

    Elsa: Help! Help!

    Por lo demás, el amor cortés y el relato de caballerías es todo uno.

    Michael: However, these young fellas were not professionals.

    Michael: And that’s maybe the reason why I start out in this story a little bit like a hero, which I most certainly am not

    Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

    Ahora bien, ¿cómo es posible que lo que comienza como un relato clásico bañado en el halo de los relatos de caballerías se convierta en seguida en la sórdida y perversa historia que sigue?


    La estructura del relato clásico

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    De modo que hay un caballero andante,

    una dama en peligro

    y unos malvados que la amenazan.

    Es decir: un sujeto, un objeto de deseo y un antagonista que se interpone entre ese sujeto y el objeto de su deseo.

    Y estos tres elementos definen los términos de la estructura de la carencia, que es la que configura el eje del deseo en el relato.

    Pero además, ese sujeto comparece en el inicio del relato, acabamos de señalarlo, como un caballero.

    De modo que su relación con su objeto de deseo, la mujer, en tanto dama, está mediada por la tarea que le ha sido otorgada y que hace de él algo más que un mero sujeto deseante: lo convierte en un héroe que supedita su deseo a cierta ley que soporta y da su sentido a esa tarea y que le inscribe en la estructura de la donación, cuyos términos son también tres: el destinador que dona -y así destina- al sujeto su tarea, la tarea misma destinada, y el sujeto que la recibe y que, en tanto la afronta, adquiere la estatura de héroe.

    No poseemos rostro para la figura del destinador en The Lady from Shanghai.

    Pero no es eso lo que aparta al film del modelo del relato clásico. Pues la función del Destinador puede estar presente en él de muchas otras maneras que las de su inscripción figurativa.

    Tengan en cuenta que la suya es una función esencialmente no imaginaria. Basta con que piensen en el Destinador por antonomasia de nuestra mitología, Dios, para constatarlo: como saben, carece, por definición, de imagen, y no por ello está menos presente en la Biblia.

    En el análisis de Stagecoach que realice en Clásico, Manierista y Postclásico pueden encontrar una notable panoplia de formas de manifestación textual no imaginaria de este elemento nuclear del relato clásico.

    En el límite, la función del Destinador se confunde con la del narrador mismo, como quien acredita la vigencia de la ley que da su sentido a la tarea. De nuevo en esto la Biblia es también un buen ejemplo: no tiene otro autor que Dios, y éste, a su vez, es definido como el Verbo, es decir, la palabra acción, o si prefieren, la palabra narrativa.

    Tengan en cuenta también que no deben confundir la tarea con el deseo aun cuando en este caso ambas funciones aparezcan superpuestas. Por supuesto, para obtener el objeto de su deseo, O”Hara debe enfrentarse a esos asaltantes que intentan violar a la mujer. Pero lo que hace de él un héroe, es decir, algo más que un mero sujeto de deseo, estriba en que su decisión de combatir por ella no responde tan sólo a su deseo, sino que viene impuesta por cierta ley que hace de él un caballero: esa ley que le obliga a defender a toda dama en peligro.

    No es, por lo demás, difícil ver la diferencia: pues esa ley a la que él se somete le diferencia netamente de sus antagonistas: lo prueba el hecho de que, cuando les vence, no se convierte él mismo en el violador de la mujer.

    No, al menos, en el relato simbólico clásico, porque en esta extraña pesadilla que es The Lady from Shanghai… ¿Quién es el destinador aquí?

    Para que puedan plantearse el problema con mayor claridad, vean como se formula la cuestión en otros films que con un poco de suerte ustedes conocerán ya. Así Stagecoach, de John Ford:

    donde la función del destinador es encarnada, entre otras figuraciones, por el sheriff que lleva detenido a Ringo.

    Ford, con ese admirable talento composicional suyo, utiliza esa valla en cuyo extremo se coloca el sheriff

    para escribir con ella la frontera que separa al sujeto de su objeto de deseo

    y que sólo podrá ser atravesada cuando el sujeto, confirmado ya como héroe, haya realizado su tarea.

    Algo que, a la altura del momento del film en el que tiene lugar este encuentro amoroso,

    todavía no ha sucedido.

    Vean ahora el ejemplo Casablanca, en el que la tarea se perfila con mayor nitidez, dado que exige la renuncia absoluta al objeto del deseo:

    El destinador, como ven, encarna la ley que da su dignidad al sujeto.


    Quiebra de la estructura y delirio

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    Y bien, ¿quién ocupa ese lugar en La dama de Shanghai?

    Por lo que se refiere a la tarea que el sujeto hace suya en el comienzo del relato, debemos decir que nada comparece en el film que nos ofrezca una figuración de su destinador.

    Y, además, sucede que aquí la función del narrador está explícitamente separada de la del Destinador, no sólo porque es explícitamente asumida por el sujeto narrativo, sino, sobre todo, porque éste, al asumirla, realiza desde el primer momento una operación deconstructora del relato en apariencia clásico que narra.

    Michael: if I’d been in my right mind, that is.

    Así, comienza declarando no estar en su sano juicio.

    Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

    Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

    Michael: “Good evening,”

    Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

    Por eso, fascinado por esa mujer, se deja atrapar ingenuamente en sus redes.

    Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

    Michael: Some people can smell danger. Not me.

    Y no hay duda de que existe una correlación directa entre la fascinación que el objeto de deseo provoca en el sujeto y esa deconstrucción del relato que hace imposible la función misma del Destinador simbólico.

    ¿Será que un exceso de fascinación pueda hacer imposible la emergencia del héroe?

    Pronto descubriremos, por lo demás, que no hay, propiamente, tarea, sino tan sólo una farsa destinada a hacer caer al sujeto en una trampa. De modo que la estructura de la donación se disuelve como lo hacen los espejismos y sólo queda, por lo demás hipertrofiada, la estructura de la carencia.

    Y con ello el objeto lo llena todo.

    Se lo acaban de oír decir con absoluta explicitud al sujeto narrativo, constituido simultáneamente en narrador en primera persona:

    Pero en cuanto la vi… en cuanto la vi mi sano juicio se esfumó por un tiempo.

    O en otros términos: en ausencia del eje de la donación, una vez que el destinador y su tarea no media entre el sujeto y el objeto, todo puede disolverse en el delirio, pues cesa toda estructura, no hay distancia entre el sujeto y el objeto, y éste, el objeto de deseo, completamente imaginarizado, lo invade todo. El sujeto, el narrador, el cineasta, todo queda absorbido por el eje de cámara.

    Y así, el relato se desplaza, al modo manierista, hacia el ámbito de la representación constituido en un espacio de fascinación imaginaria.

    Es posible que alguien estuviera tentado de formular la cosa de otra manera. Podría, por ejemplo, decirse que ella es la que realmente ocupa la posición del Destinador. Lo que, por lo demás, podría formularse en forma de una reclamación feminista. ¿Es que no tiene derecho ella a ocupar tan digno lugar?

    Pues bien, veamos lo que sucede entonces:


    El espejismo estructuralista

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    Se diría a primera vista que no pasaría nada. Pues la estructura sigue ahí, actuando, sólo que ella ocupa, en esa estructura, dos posiciones diferentes.

    Suena muy bien, muy estructuralista, pero es, por ello mismo, un espejismo típicamente estructuralista que se asienta implícitamente en la idea de que las estructuras preexisten a sus agentes.

    Pero les preexisten ¿dónde? ¿Cómo?

    Funciona ahí, de hecho, una implícita petición de principio netamente metafísica. De hecho, la expresión misma de agente, utilizada para calificar a aquel que ocupa una posición en una estructura, es en sí misma reveladora: el agente no sería más que el peón al servicio de aquello que lo configura y sostiene.

    Ejemplo emblemático de esta visión de las cosas es la noción lacaniana del Nombre del padre. Da igual que el padre sea un impresentable o un idiota -esta segunda expresión la utiliza a propósito de él Lacan en Encore-, pues el significante del nombre del padre, en tanto estructura, seguiría ahí funcionando a todos los efectos.

    Y cabe añadir que el consenso posmoderno sobre la irrelevancia de la ética se inscribe directamente en este contexto. Concibe a los sujetos como meros efectos de las estructuras. Y concibe las estructuras como entes de existencia garantizada al margen de los sujetos. De modo que, finalmente, nadie es responsable de nada.

    Pero insisto: es este un enfoque metafísico, pues lo real es refractario a toda estructura. Y, de hecho, no cesa de minar las estructuras que los hombres levantan con extremo esfuerzo. O dicho en otros términos: frente a la caoticidad propia de lo real, las estructuras sólo existen y sobreviven como resultado del esfuerzo de los sujetos que las sostienen.

    Piénsenlo, por ejemplo, en el caso del lenguaje. Por supuesto, la lengua es la estructura sistémica que funda todo acto de lenguaje. Pero, a la vez, la lengua no existe en ningún otro lugar que en esos actos de lenguaje por los que se materializa. El lenguaje -la matriz de todas las estructuras- sólo existe porque -y en la medida en que- lo hablamos.

    Y bien, realizada esta necesaria divagación, volvamos a lo concreto del texto que nos ocupa.


    El tercero y la prohibición

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    Si ella, la que ocupa el lugar del objeto de deseo, ocupa igualmente el lugar del destinador…

    Entonces… se deshace la estructura.

    Pues, para que la estructura triádica se mantenga hacen falta tres personas diferentes, dado que una estructura es precisamente eso, un sistema articulado de diferencias.

    En tanto ella ocupa dos posiciones, disuelve la diferencia que permite la existencia diferencial de esas dos posiciones.

    Aunque también podemos decirlo de esta otra manera: podríamos hablar, con Bateson, de esa estructura letal, aniquilante de la subjetividad, que es el doble vínculo. Cuando el objeto ocupa el lugar del destinador, el doble vínculo se dispara irremediablemente: pues es el objeto el que, a la vez, se da y se prohíbe.

    Frente a ello, resulta obligado recordar que la posición canónica, edípica, del tercero es la de la ley. Y se haya acompañada, necesariamente, de una prohibición.

    Piénsenlo, por ejemplo, a través del caso emblemático de Casablanca.

    Incluso cuando la tarea otorgada por el tercero conduce finalmente a la posesión del objeto del deseo, contiene también una prohibición.

    Recuerden, ahora, el ejemplo de La diligencia.

    De hecho, la tarea otorgada por el destinador -del que el sheriff de La diligencia no es más que una figura subrogada- supone siempre, cuando menos, una prohibición temporal: no podrás poseerla hasta que hayas realizado la tarea -viene a decir.

    Lo que Ford escribe en imágenes con su rigor inigualable.

    Así, la función condicional de la tarea, en tanto que el éxito de su realización es la condición del acceso al acto sexual, encierra la idea de que el sujeto debe alcanzar el estatuto de héroe para poder abordar la experiencia sexual con dignidad.


    Hegemonía de la Imago primordial

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    Por eso, en rigor, en mi opinión al menos, el doble vínculo no es una estructura, sino el proceso de aniquilación de toda estructura que por eso amenaza saldarse con la psicotización del individuo a él sometido.

    En rigor, en tales condiciones, no hay ni sujeto ni objeto de deseo,

    sino tan solo la hegemonía absoluta de la Imago primordial como la fuente de la identificación primaria.

    Pues sujeto y objeto de deseo sólo nacen simultáneamente

    en tanto un tercero simbólicamente solvente introduce la separación -y la verbaliza como prohibición- en ese ámbito indiferenciado que es el del narcisismo primario.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Les hablaba de los poderes mágicos de Elsa.

    Si, desde el primer momento, posee sobre él un poder absoluto, es porque, como hemos visto, el relato era una farsa: no hay estructura triádica, no hay destinador que funde simultáneamente al sujeto y al objeto del deseo.

    De modo que ella comparece como la Imago Primordial. Y así ese cigarrillo, que él es en tanto varón, desaparece en ella. Y, en ese justo momento, él mismo, en tanto sujeto diferenciado, desparece igualmente en ella, siendo absorbido por ella tanto como su cigarrillo.

    Por lo demás, se lo han oído decir, bien literalmente, al personaje:

    Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

    No hay estructura triádica.

    No hay relato.

    Y por tanto, como insisto una y otra vez, el acto narrativo pierde densidad en la misma medida en que el acto enunciativo cobra todo el protagonismo.

    Así, el individuo queda ahí, detenido en el comienzo.

    Hipnotizado, abducido, paralizado.

    Ahora bien, si está detenido en el comienzo, entonces no hay acto posible.

    No hay otro acto posible que el acto enunciación.

    Escúchenlo:

    Michael: And that’s maybe the reason why I start out in this story a little bit like a hero, which I most certainly am not.

    No hay héroe. Sólo representación.

    Y dense cuenta de que aquí, en este contexto, representación significa ausencia.

    Hipnotizado, paralizado, en la misma medida que ella está al mando.

    Y lo está desde siempre.

    Y es que la razón profunda, en el sentido matemático del término, de esta constelación visual la tienen aquí:

    Y ello nos conduce, de manera directa, para completar esta serie de acuerdo a su ratio, a introducir una última -pero que es también, sin duda, la primera- imagen:


    El Yo y la Imago Primordial

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    Y en todo caso, que el sujeto localiza ahí, en esa figura fascinante que es la de la imago primordial, su propio Yo, es algo que The Lady from Shanghai manifiesta de manera literal:

    Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

    Si él no estaba en su sano juicio es porque él, su Yo, estaba en ella: es por eso en ella donde se ve, y es sobre la imagen de ella donde se pronuncia.

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Y eso sucede de manera insistente:

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Michael: me.

    Una y otra vez:

    Michael: Why not? It’s a gorgeous, romantical name entirely.

    Michael: I’m Michael.

    Michael: I’m just

    Michael: a poor sailor man and him with the Princess of Central Park at his side. Princess Rosalie.

    Michael: I’ll bet you a dollar I’ve been to the place of your birth.

    Michael: I hope you were luckier than tonight.


    Michael: I bet I could drive the car from down there inside with you.

    Michael: I’ve got to find the gun that killed Grisby.

    Michael: It’ll prove I’m innocent.

    Michael: I told

    Michael: you not to move, I mean it.

    Tan radicalmente es así que solo en ella puede Michael localizar la pistola.

    Michael: I

    Michael: found the gun.

    Pues no hay, en The Lady from Shanghai, otra pistola que la de ella -la que hace de ella el lugar de la omnipotencia.

     

     

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    6. The Stranger: La escena fantasmática

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 25/01/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

     

     

     

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    The Stranger: Mary y Virginia: semejanzas y diferencias

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    El último día alguien me formuló una objeción en el bar. Hubiera preferido que me la formulara aquí, en la sesión, pero entiendo que muchas veces eso no es posible.

    Y el bar no es mal lugar, a sesión terminada, para comentar esas cosas que a veces tardan en cuajar o que uno no quiere exponerse a formular en público.

    En cualquier caso, quiero animarles a seguir el ejemplo de su compañero y formular todas las dudas y objeciones que se les ocurran.

    Me doy cuenta de que a veces piensan que las objeciones pueden molestarme. Por eso quiero decirles que es todo lo contrario: que me interesan y me estimulan. Para ser más exactos: que me ayudan a avanzar.

    Como les he dicho, cada año desarrollo aquí, en este seminario, una nueva investigación. Y las objeciones muchas veces hacen visibles aspectos pendientes del objeto de estudio. Y cuando esas objeciones son resistencias, son igualmente útiles, dado que, como les digo una y otra vez, analizar un texto artístico es analizar el inconsciente que en él ha cristalizado.

    De modo que les invito a utilizar cualquiera de estas tres instancias de discusión, ya sea la sesión, el bar o las tutorías, para hacerlo.

    Y ahora vayamos al contenido de la objeción.

    Tuvo una primera formulación que era más o menos ésta:

    «¿Cree usted que decir que la protagonista de The Stranger se parecía a Virginia Nicholson no es una interpretación?»

    Bueno, yo no dije que se parecieran fisonómicamente, sino que pertenecían al mismo tipo y estilo de mujer: jóvenes de alta sociedad, pero no estiradas, sino alegres, ingenuas, delgadas, frágiles.

    Lo que se deduce no sólo de las imágenes, sino también de las descripciones ofrecidas por Leaming y Welles:

    «(Welles) Desde el primer instante se sintió atraído por aquella rubia frágil y casi infantil, cuya cintura era tan estrecha que él casi la podía abarcar con una de sus manos.»

    [Leaming]

    «Cuando (Virginia) llegó a Nueva York era la esencia misma de la juventud inocente”».

    [Welles, en Leaming]

    Hecha esta acotación, mi respuesta es que no: que decir eso no es una interpretación.

    Esta semejanza de tipo, de perfil si se prefiere, es un dato objetivo. Otra cuestión es si este dato es o no es relevante. Pero sobre eso no podemos pronunciarnos todavía. Pues depende, sencillamente…, de hasta donde ese dato nos permita llegar. Por eso la cuestión de la relevancia de un dato sólo puede ser juzgada a largo plazo.

    Máxime cuando, les insistí mucho sobre ello el otro día, el principal obstáculo para el análisis es nuestra consciencia, que tiende siempre a considerar irrelevantes las cosas realmente interesantes.

    Y el dato es éste: el personaje de Mary posee rasgos que lo asemejan considerablemente a Virginia Nicholson.

    Y añadiré uno del que no hablé el otro día: si quieren encontrar un nombre semánticamente próximo a Mary, María, difícilmente encontrarán uno más apropiado que Virginia.

    Y es que entre ambos nombres hay una relación metonímica radical: la Virgen María.

    Desde luego, existen evidentes diferencias fisonómicas. Especialmente dos: Virginia Nicholson posee una nariz más grande y una barbilla más pronunciada que Loretta Young.

    Pero al volver a prestar atención expresa a esos rasgos diferenciales, al deletrearlos, me he llevado una verdadera sorpresa, es decir, he encontrado, sin buscarlo, algo notable: que esos rasgos que separan a Virginia de Loretta Young la aproximan…

    ¿A quién?


    A ese ángel que finalmente se descubre doncella.

    La doncella del reloj.

    Son, precisamente, los rasgos sobre los que les llamé la atención el otro día porque favorecían la ambigüedad sobre el sexo del ángel.

    Como ven, las objeciones me ayudan.

    Pues estos elementos que les estoy presentando ahora no son cosas que me guardara el otro día, sino aspectos en los que he reparado al reflexionar sobre la objeción recibida.

    Y quiero llamarles la atención también sobre otra cosa.

    Aunque hemos introducido un dato biográfico -la figura de esa primera esposa, Virginia Nicholson-, sigue siendo el dato textual y no el dato biográfico el que manda.


    La escena fantasmática: un fantasma femenino mortífero

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    Pues ningún dato biográfico parece permitir atribuir a Virginia los rasgos mortíferos de la figura del reloj.

    Es más, las declaraciones de Welles, en principio, parecen ir en sentido contrario. Virginia es, nos ha dicho, la esencia misma de la juventud inocente. Una muchacha, en suma, angelical.

    Sólo que la figura mortífera del film es un ángel.

    Un ángel femenino que nos devuelve la cara oculta de la dulce Mary y que comparte rasgos fisonómicos con Virginia.

    Es el texto el que manda: y en él encontramos una imagen oscura, siniestra, de esa primera esposa.

    ¿Tiene eso algún interés? ¿Tiene algún interés el cómo fuera o no fuera la primera mujer de Orson Welles? ¿Es ese un dato estético relevante?

    Me refiero ahora a la segunda objeción del compañero de ustedes, que me preguntaba:

    «¿El resultado del análisis conduce nada más que a eso, a averiguar cuáles eran los traumas de Orson Welles?»

    Descartemos aquí la palabra trauma. Por ahora al menos no he hablado de ninguno.

    Pero sí de un fantasma: un fantasma femenino mortífero.

    desgarrador

    y aniquilante.

    ¿Tiene eso pertinencia estética?

    La tiene, sin duda, pero sólo en tanto ese fantasma nos alcance, en tanto sea capaz de afectar a nuestro inconsciente y, por tanto, de movilizarlo.

    Y es que mientras que un trauma es un suceso irrepetible que le golpea a uno, una escena fantasmática es una constelación psíquica, de índole a la vez visual y narrativa, en la que pueden reconocerse muchos.

    Hace años que vengo trabajando con una hipótesis que, al menos en mi opinión, no cesa de confirmarse.

    Y estriba precisamente en esto: en que en el núcleo de toda gran película hay una poderosa escena fantasmática que, al margen de todo contenido ideológico, y también al margen del grado de verosimilitud de la narración, afecta, impacta poderosamente al inconsciente del espectador.

    Toda la narración se organizaría sobre esa escena fantasmática, a la vez anunciándola, preparándola y demorándola -el suspense no sería después de todo otra cosa que el movimiento por el que esa escena se prepararía, anunciaría y demoraría.

    De modo que todo en el texto narrativo se focalizaría sobre el vértice de esa escena que constituiría su punto de ignición.

    Ahora bien, esa implicación de nuestro inconsciente en The Stranger sólo sucede en escasa medida.

    Y ello porque no es un gran film, por mucho que sea un film interesante con algunas secuencias francamente notables.

    Pero no es un film que justifique, por sí mismo, un análisis.

    ¿Que por qué me detengo en The Stranger aun cuando es un film que no cuaja, y aun cuando, por ello mismo, me arriesgue a un descenso en el tono de la implicación de ustedes en el análisis?

    Sencillamente porque ha sido realizado por ese gran cineasta cuyo film inmediatamente siguiente va a constituir una de sus grandes obras.

    Y porque, contra todos los tópicos sobre la baja implicación del cineasta en ellos, he encontrado ya datos suficientes para probar que Welles mentía, que su implicación en ellos era mucho más alta de lo que quería aparentar.

    Y por cierto que esas semejanzas estructurales que les mostré el otro día son la mejor prueba de ello.

    De modo que todo ello nos permite -y nos invita a- utilizar The Stranger como un revelador, en el sentido químico del término, de The Lady from Shanghai.

    Todo ello concede, además, un interés añadido al análisis comparado de ambos films, pues nos da una ocasión idónea para poner a prueba la otra hipótesis fundamental que les he propuesto este año: que la ficción artística, en toda gran obra de arte, es siempre, necesariamente, verdadera.

    Una de las vías para probarlo es establecer esa verdad subjetiva que habita The Lady from Shanghai.

    Pero otra, no menos interesante, es establecer la falta de verdad subjetiva que hace fracasar a The Stranger.


    The Stranger: Boda y Crimen

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    Uno de los aspectos más sugestivos de The Stranger es el montaje paralelo a dos bandas que orquesta su primera parte: en una sucede un crimen

    y en la otra un matrimonio.

    Minister: Dearly beloved,

    Y no es menos notable que en ambas sea invoque a Dios:

    Minister: we are gathered together here in the sight of God to join together this man and this woman in holy matrimony.

    Meinike: It will take strength. Such strength as can come only from God.

    Meinike: Kneel by me, Franz. And together we will pray to him to give you strength.

    Ambas, pues, poseen una neta dimensión ceremonial. En ambas están presentes ciertas palabras rituales que deben ser ceremonialmente repetidas.

    Meinike: I have sinned against heaven and before thee. I am not worthy to be called thy son.

    Say these words after me. I despair of my sins.

    Rankin: I despair of my sins.

    Meinike: O God of all goodness.

    Rankin: O God…

    Meinike: How could I ever have offended thee?

    Rankin: …of all goodness.

    Minister: …and, forsaking all others, keep the only unto her so long as ye both shall live?

    Rankin: I will.

    Minister: Mary, wilt thou have this man for thy husband, to live together after God’s ordinance in the holy estate of matrimony?

    Wilt thou love him, comfort him, honour and keep him in sickness and in health, and, forsaking all others, keep thee only

    unto him so long as ye both shall live?

    Mary: I will.

    Y los términos del acto que así es convocado quedan señalados en el plano que sigue:

    La forma fálica de la torre indica metafóricamente la magnitud de lo que está en juego a la vez que, metonímicamente, en el plano narrativo, anuncia el lugar donde el acto definitivo tendrá lugar.

    La novia, no hay duda, aguarda el acto que consume la boda.

    Mary: Hello, Father. Has anybody seen my brand-new husband?

    Judge: Don’t tell me he’s deserted you already.

    Mary: Looks as if, the brute.

    Y justo en el momento en que esta espera es así subrayada, aparece por primera vez el perro de Mary:

    Mary: Red, have you seen Charles? Go find him for me.

    Observen el poderoso contraste entre el blanco del vestido de la novia y lo oscuro del plano con el que se encadena

    Mary: Hurry up.

    Y huelga señalar que Welles, mientras entierra el cadáver del hombre que ha asesinado, viste su traje de novio.

    Pero es todavía más poderoso el encadenado siguiente:

    La novia aparece ahí mismo, en el lugar del crimen, pero las manos de él no la tocan a ella, sino a la tierra que cubre el cadáver, es decir, el cuerpo del crimen.

    De modo que la asociación entre lo uno y lo otro, entre el cuerpo de la novia y cuerpo del crimen, está del todo acentuada.

    Pues ese invariante antropológico que es la relación metafórica mujer-tierra es aquí movilizado, y lo es para conformar una metáfora siniestra: pues si de la novia se espera que brote un hijo, de esa tierra lo que brotará muy pronto será un cadáver.

    Noah: I’ve looked everywhere for him. I can’t find him.

    Welles es un cineasta de poderosas ideas plásticas.

    Observen como este sillón protagoniza la composición: es casi el trono que señala la ausencia de Kindler: todos los hombres quedan arrinconados tras él, a la vez que señalan con su mirada a la novia y subrayan la precaria situación en la que aguarda, sumisa, ante ese sillón-trono vacío.

    Mary: I’m getting worried.

    Rankin: Are you, darling?

    Rankin: What about?

    Mary: Charles!

    Mary: You’ve changed.

    Rankin: Don’t you think you’d better?

    Rankin: After all, aren’t we supposed to be going on a honeymoon?

    Mary: Give me five minutes.

    ¿Esa noche hacen el amor los recién casados?

    Es de suponer que sí, pero el film para nada lo acusa.

    Por el contrario, el final de la escena más bien lo excluye o, al menos, se niega a acusarlo.

    Para que entiendan mejor lo que les digo, imagínense que la secuencia hubiera terminado aquí:

    que el fundido en negro se hubiera producido sobre esta imagen.

    En tal caso, la elipsis que seguiría sugeriría la prolongación de ese beso hasta la consumación del abrazo sexual.

    Pero la solución de la escena es del todo diferente:

    pone en escena la disyunción, en vez de la conjunción entre los dos personajes.


    La Sombra y el hombrecillo

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    De modo que, por lo que a la puesta en escena se refiere, ese encuentro queda pospuesto hasta aquí:

    Mary: Oh.

    Charles: What is it, dear?

    Como les indicaba el otro día, son las 12 de la noche, es decir, la media noche, vale decir, también, la hora canónica del acto sexual, como lo acredita indiscutiblemente La Cenicienta -de lo contrario ¿por qué Cenicienta habría tenido que abandonar la fiesta a esa hora?

    Y ahí, al tálamo matrimonial, accede Kindler-Welles en calidad de demonio y de sombra.

    De Sombra, desde luego, amenazante, criminal, demoníaca.

    Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

    Welles: La planta del crimen da fruta amarga.

    Pero también, por sombra, impotente.

    Welles: El crimen no merece la pena. La sombra lo sabe.

    Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

    Esto es, entonces, lo que la Sombra sabe: que el crimen no merece la pena.

    Mary: I’m sorry. I was dreaming. About that little man.

    De modo que aquí tampoco se consuma nada.

    En el lugar del acto que no tiene lugar, aparece, en cambio, un sueño.

    Mary: The little man was walking all by himself across a deserted city square. Wherever he moved, he threw a shadow. But when he moved away, Charles, his shadow stayed there behind him and spread out just like a carpet.

    ¿Quién es el hombrecillo del sueño?

    De acuerdo con la anécdota narrativa, sin duda el oficial nazi que venía en busca de Kindler y que éste ha asesinado.

    Pero si atienden al engarce de la letra del sueño con la letra de la escena, verán que es el propio Kindler-Welles, pues es él quien permanece en ella como una sombra.

    Es decir: es él el hombrecillo.

    Todavía: es él el que ahí, ante el tálamo matrimonial, comparece no como un hombre sino como un hombrecillo, como la sombra sin cuerpo de un hombre.

    Me objetarán quizás que eso casa mal de un don Juan de éxito indiscutible como el Orson Welles de aquella época.

    Pero si lo hacen es que no comprenden bien lo que es un don Juan.

    Pues un don Juan es un hombre que huye de cada mujer en la siguiente. Es decir: alguien que vive como un fracaso cada encuentro sexual.


    Fantasma fálico

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    Y bien, el abrazo, como saben, sólo se consuma al final.

    Pero fíjense lo que precede, de manera inmediata, a la escena final.

    Mary, literalmente convertida en un negro fantasma, como si surgiera de esas lápidas del cementerio que vemos tras ella,

    se desliza más que camina hacia la torre.

    Y lleva una caja. ¿Qué puede haber en ella?

    Insisto, el abrazo sólo se consuma al final.

    Son las 12 de la medianoche.

    La hora del vértigo extremo.


    He aquí la consumación:

    tal es el abrazo sexual que culmina la escena fantasmática del film

    Se trata de un abrazo final que recuerda a otro de Alfred Hitchcock (Sabotage, 1936):

    ¿No es tan angelical la protagonista de Sabotage como la de The Stranger?

    Y el hecho de que este desenlace se produzca en lo alto de la torre de una iglesia, en su campanario,

    y que todo ello se bañe en el vértigo de su altura, no puede por menos que recordarnos lo que sucederá diez años más tarde en Vertigo (1958),

    El campanario pues, figura en sí misma fálica, convertida en lugar y emblema del fracaso fálico del varón.

    Por lo que se refiere a Vertigo, tienen un detenido análisis de ello en el libro que les he invitado a leer este año. De modo que huelga ahora detenerse en ello.

    Sólo quiero señalarles la importancia de ese fantasma femenino mortífero que reina tanto en el cine de Hitchcock como en el de Welles.

    Y que, en mi opinión -introduzco así de paso la tercera hipótesis del día- constituye el fantasma central del arte del siglo XX.

    Seguramente les parecerá éste un enunciado excesivo pero, ¿acaso no fue Alfred Hitchcock el cineasta más famoso, a escala de masas, del siglo XX? ¿Y no fue a la vez -y esto es ya del todo sorprendente- el cineasta de mayor prestigio entre los intelectuales?

    Pero sobre todo: ¿No fue él el cineasta central que marcó la inflexión del cine postclásico que se impuso en la última parte del siglo XX y que sigue del todo vigente como el espectáculo de masas de este siglo XXI?

    En otros lugares –Leolo, La Edad de Oro, Fight Club– he señalado su relación directa con la psicosis.

    Y no hay duda, pienso, que algo de ese orden está presente, también, en The Lady from Shanghai.

    Pues bien, con respecto a ella, The Stranger, película en sí misma sólo mediana, es un potente revelador:

    Creo que incluso los más hostiles al psicoanálisis no pondrán en duda el carácter hostilmente fálico de ese fantasma, ¿no les parece?

    ¿Qué por qué fracasa estéticamente El extraño allí donde triunfa La dama de Shanghai?

    El otro día pusimos las bases para responder a esta cuestión.

    El motivo del fracaso no está aquí.

    Sino aquí:

    La fuerza que tiene Bannister en The Lady from Shanghai carece de correlato en el policía que ocupa su lugar en El extraño.

    O, para ser más exactos, en los dos personajes que ocupan ese lugar.

    Pues está también éste otro:

    Los dos son tan buenos como planos, y eso hace que no pueda cuajar aquí esa red densamente perversa que lo impregna todo en The Lady from Shanghai.

    Pero no me entiendan mal: obviamente, podría hacerse una película excelente con una estructura como ésta, a tres personajes, en la que el tercero fuera, como aquí, un personaje bueno.

    El cine clásico está lleno de obras maestras de ese tipo. Y es que en ellas ese tercero comparece como una pieza clave del relato clásico: la del Destinador.

    De modo que no hay duda de que es posible hacer películas magníficas con esa estructura. Pero todo parece indicar que no eran ni Welles, ni Hitchcock las personas apropiadas para ello.

    ¿Por qué? Sencillamente porque eso no era verdad para ellos.

    Esto es algo que se constata de inmediato, con solo contrastar The Stranger con The Lady from Shanghai.

    Y, desde luego, no hace falta la biografía para ello. Pero la biografía nos permite confirmarlo. Léanla. Verán hasta qué punto la verdad subjetiva de Welles tuvo que ver, desde su primera infancia, con una estructura a tres netamente perversa.
     

     

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    5. The Stranger y La dama de Shanghai

     

     

     

     

     

     

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 18/01/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

     

     

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    El extraño: el reloj, el diablo y la doncella

     

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    El gran reloj de la torre que corona la pequeña ciudad en la que se desarrolla The Stranger constituye el motivo tanto de sus títulos de crédito como de su escena final.

    Es la hora.

    ¿Pero la hora de qué?

    Les decía el otro día: de la evidencia del fracaso de su carrera política. Del derrumbe del sueño wellesiano de llegar a ser presidente de los Estados Unidos.

    Están a punto de dar las doce.

    ¿Del medio día? ¿De la media noche?

    Sin duda de la media noche. Pero eso lo comprobaremos luego.

    Podríamos decirlo también así: es la hora de asumir la extrañeza radical de su condición.

    Su condición de extraño -de desconocido, de forastero. Tengan en cuenta que la palabra escogida es stranger, no foreing.

    Y ese extraño, que va a ser interpretado por Orson Welles, como ya les señalé, es identificado, visualizado, en la maquinaria del gran reloj de la torre, como un demonio.

    La imagen absolutamente opuesta, entonces, a la del cándido, honesto y amoroso Michael O’Hara.

    Un demonio al que hemos visto, en el plano anterior, que es también el primero de la película, acechando a una doncella -la otra figura presente en la decoración del reloj.

    Sí, pero…

    Pero todo puede invertirse, puede ser la doncella la que, con su espada -ahora se la ve bien, acentuada en negro por su sombra− la que le amenace a él.

    Hay una fácil lectura de todo esto. Una lectura alegórica que seguramente no escapó al espectador norteamericano de la época. La bestia demoníaca del nazismo, amenazando a América, alegóricamente visualizada por esa bella doncella. Pero, eso sí, una doncella armada, capaz de defenderse.

    Como ven, los papeles se van intercambiando: de perseguidor y perseguida, a perseguido y perseguidora.

    Pero en cualquier caso, es ese un demonio que literalmente se convierte en Orson Welles.

    ¿Y qué me dicen del cambio de la hora? ¿Por qué ahora el reloj marca las 11 y 26?

    Uno puede pararse a reflexionar, a ver si se le ocurre una explicación… A ver si le llega una buena interpretación….

    Pero les vengo diciendo que eso es perder el tiempo.

     


    Freud: La interpretación de los sueños

     

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    Y desde luego no es lo que hacía Freud. No era ese su procedimiento metodológico.

    ¿Que qué hacía Freud? La respuesta, como les anticipé el otro día, la pueden encontrar en La interpretación de los sueños.

    Por cierto, se me olvidó decirles antes de las Navidades que en su lectura de La interpretación de los sueños podían saltarse con toda tranquilidad la primera parte del libro, muy larga, en la que Freud expone las teorías sobre los sueños que le han precedido -lo que viene a coincidir, por cierto, con el primer tomito de los tres con los que cuenta la edición de bolsillo de Alianza Editorial.

    Dado que es una primera parte un tanto aburrida, considero aconsejable para quien comienza a introducirse en Freud empezar directamente la lectura por la segunda parte en la que expone su teoría.

    Aunque, por otra parte, me alegro de no haberlo dicho. Pues así habrán tenido ocasión de darse cuenta de cómo se hace una buena tesis doctoral.

    Pues, en cierto modo, La interpretación de los sueños es la tesis doctoral de Freud.

    No es que con ella obtuviera el título de doctor, desde luego. Pero es en ella donde realiza el esfuerzo de erudición, de exploración sistemática de un campo de investigación, que es el requisito obligado de una buena tesis.

    Eso suele no hacerse más que una vez en la vida. Pero una vez en la vida al menos, quien quiere dedicarse a la investigación teórica, debe hacerlo.

    Y bien, ¿Qué es lo que hace Freud en un caso como el que nos ocupa ahora?

    Desde luego, no pararse a esperar que le llegue la buena interpretación. Ni siquiera ponerse a buscarla.

    Y, como también les dije en su momento, aunque use la palabra interpretación, ni siquiera hace realmente eso, interpretar.

    Lo que hace es deletrear los significantes de ese texto que es el del sueño. Al pie de la letra.

    Y para ello, necesariamente procede a aislarlos, uno por uno.

    Se detiene en cada uno de ellos, invitando a su paciente a que haga emerger lo que hay en cada uno de ellos.

    Les digo que se detiene en cada uno de ellos, pero no les digo que los interprete, ni siquiera que invite a su paciente a hacerlo. Es más, de hecho hace todo lo contrario: pide a su paciente que lo cuente todo, hasta el menor y aparentemente más absurdo detalle sin tratar de entenderlo, porque eso muchas veces llevaría a desecharlo.

    Lo que les digo, insisto en ello, es que se detiene a deletrearlo. Y a deletrear todo lo que aparece conectado con él.

    Hace algo semejante a lo que, unos cuantos años más tarde, formularía Picasso con su conocida máxima: aquella en la que afirmaba no buscar, sino encontrar.

    El equívoco, la confusión sobre esta cuestión -que es, por cierto, la que da alas a los críticos del psicoanálisis− estriba en identificar el contenido manifiesto con el sueño mismo, y pensar que el contenido latente es el resultado de la interpretación.

    Pero no es así para nada: para Freud el contenido latente es el sueño mismo, al pie de la letra.

    Por eso hay que tomarse absolutamente en serio su afirmación de que el objetivo de la interpretación de los sueños es restituir el contenido latente del sueño.

    La clave está en la palabra restituir.

    Como ven, nada de múltiples interpretaciones: se trata, por el contrario, de restituir lo que ahí, en el sueño, está ya, al pie de la letra.

    Insisto en ello: el inconsciente no está en ningún otro sitio que ahí: en la letra misma del texto.

    Ya sea en la del texto artístico como en la del discurso del paciente.

    El contenido manifiesto, entonces, no es otra cosa que la versión degradada -censurada- que la conciencia retiene de lo que realmente ha sido soñado.

    Pues bien, les invito a traducir así la cuestión al campo del arte: el contenido manifiesto es lo que el espectador recuerda de la película que ha visto.

    Por contra, el contenido latente no es la interpretación de la obra, sino la obra misma, al pie de la letra.

     


    El extraño: el crimen

     

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    El otro día, sin suscitar explícitamente esta temática, les suministré un ejemplo de ello.

    La consciencia de ustedes no recordaba esto, y sin embargo esto estaba, literalmente, en el texto:

    Pues bien, voy a darles hoy otro ejemplo no menos preciso.

    Vamos a encontrar lo que hay.

    Si el reloj marca primero las 11 horas y 58 minutos y luego, cuando aparece el nombre de Orson Welles, firmando como director, en el instante mismo en el que el relato va a comenzar, marca las 11 horas y 26 minutos, es evidente que la letra del texto nos invita a hacer una resta:

    11:58 – 11:26 = 00:32

    Bien, ¿qué sucede en la película dentro de 32 minutos?

    32 minutos más tarde, cuando el personaje que Orson Welles encarna parece estar fuera de toda sospecha, como llega a afirmar el investigador del caso,

    Wilson: I’ll be in Washington tomorrow afternoon. You were right about Rankin.

    Wilson: He’s above suspicion.

    retorna, sin embargo, al lugar del crimen.

    Como ven, les dije que se trataba de la media noche.

    Y, observen que cosa tan notable, no va solo, sino acompañado de un perro.

    Y por cierto, de un perro de un color que ya conocemos -el mismo del de Elsa en The Lady from Shanghai.

    De manera que resulta obligado tomarse muy en serio a estos perros presentes en las películas de Welles.

    No faltan los motivos, pues este perro ha identificado el lugar del crimen.

    Aquí le tienen, a Orson Welles, interpretando al mayor nazi Franz Kindler, que a su vez interpreta al profesor antinazi Charles Rankin… retornando al lugar del crimen.

    Comprobando, sin duda, que no ha dejado huellas…

    Pero claro está, siempre se dejan huellas.





    Y así, inevitablemente, el criminal termina por delatarse.


    Faltan ya solo 40 segundos para el centro absoluto del film:

    Wilson: I want Washington, DC.


    Wilson: Who but a Nazi would deny that Karl Marx was a German, because he was a Jew? I think I’ll stick around for a while.

    Y bien, ya sólo quedan cuatro segundos y serán las doce de la noche.

    Eso es pues lo que ha sucedido

    en los dos minutos anteriores:

    que él, ese demonio que habita en Orson Welles,

    ha sido descubierto.

    Y bien: hemos llegado.

    Es la media noche.

     


    Virgina Nicolson, Loretta Young y La Sombra

     

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    Los que hayan leído la biografía de Welles podrán darse cuenta de hasta qué punto Orson Welles está implicado en estas imágenes.

    Pues aquí, y en casi todo lo que sigue en la espléndida secuencia que ahora comienza, Welles comparece como una sombra.

    Es decir, como la Sombra.

    Este breve fragmento del Hollywood Remembers dedicado a Orson Welles les pondrá en antecedentes:

    Narrador: Luego, Welles se trasladó a la radio y empezó a transformarla en un nuevo medio dramático. Su voz sonora era perfecta para la radio y perfecta para el personaje de novela de suspense “La sombra”.

    Welles: ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!


    Welles: La planta del crimen da fruta amarga. El crimen no merece la pena. La sombra lo sabe.

    Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!


    Mary: ¡Ah!

    Charles: Soy yo cariño.

    Soy yo, cariño, la Sombra.

    Y por cierto que cuando Welles se hizo famoso con este programa radiofónico estaba casado con su primera esposa, quien fue también la mujer de la que tuvo su primera hija.

    Virgina Nicolson, una elegante joven de la alta sociedad norteamericana que no puede por menos que recordarnos a ésta elegante hija del Juez del Supremo.

    Barbara Leaming, obviamente, no pudo reparar en esto, a pesar de que la Loretta Young de El extraño respondía al mismo tipo de mujer, sólo que en versión morena:

    Y sin embargo, como biógrafa seria y minuciosa, al modo anglosajón, nos suministra los datos suficientes para deducirlo. Así, nos dice que

    «Desde el primer instante se sintió atraído por aquella rubia frágil y casi infantil, cuya cintura era tan estrecha que él casi la podía abarcar con una de sus manos.»

    Sin duda, esa combinación de elegancia e ingenuidad infantil constituye el aspecto básico de la protagonista del film.

    De lo que sí nos informa Leaming es de la intención que tenía Welles -finalmente impedida por la productora− de rodar los exteriores de la película en Todd, el pueblo donde se encontraba la escuela en la que estudió en su juventud y, que claramente inspira la escuela en la que el protagonista del film ejerce como profesor.

    A los 19 años Welles volvió allí un verano a organizar un festival de teatro y fue entonces cuando conoció a Virgina Nicolson.

    Más tarde ella iría a reunirse con él a Nueva York y Welles describió así su llegada:

    «”Cuando (Virginia) llegó a Nueva York era la esencia misma de la juventud inocente”».

    .

    Su matrimonio no duró mucho.

    Pero antes de su disolución, que se consumaría con la llegada de Welles a Hollywood, Virginia debió de padecer la intensa vida amorosa donjuanesca de su marido.

    No es difícil deducir que el sentimiento de culpabilidad por ello generado sea uno de los motivos de fondo con los que trabaja el cineasta en El extraño.

    ¿Sería entonces el crimen real del film la destrucción de esa adorable inocencia?

    En la escena que nos ocupa, Mary cuenta su sueño a La Sombra:

    Mary: Oh.

    Charles: What is it, dear?

    Mary: I’m sorry. I was dreaming. About that little man.

    Charles: What little man?

    Mary: You know, dear. I told you about him. He came here the day we were married.

    Mary: Light me a cigarette, will you? I’ve never had a dream like that before.

    Mary: It frightened me

    Mary: Thanks.

    Mary: The little man was walking all by himself across a deserted city square. Wherever he moved, he threw a shadow. But when he moved away, Charles, his shadow stayed there behind him and spread out just like a carpet.

    Como ven la referencia a La Sombra es insistente.

    Y no es difícil que fuera identificada incluso por el propio espectador de entonces pues, como saben, la Sombra de Welles fue un gran éxito radiofónico en la que ha sido llamada la época dorada de la radio.

    Mary: I wish you could think who he was.

    Charles: You’re overtired.

    Mary: Perhaps.

    Mary: Here, dear. Put this out, will you?

    (whíníng and barkíng)

    Mary: What was that?

    (whímperíng)

    Mary: That sounded like Red, Charles. What in the world’s the matter with him?

    Charles: I put him in the cellar.

    Mary: No wonder he’s howling. He’s never been locked up in his life.

    Charles: If Red is to live with us, he must be trained.

    Charles: At night he will sleep in the cellar.

    Charles: In the daytime he’ll be kept on a leash.

    Como ven, la parábola sobre el nazismo se hace evidente.

    Y por cierto que el tema de la correa no deja de encontrar sus resonancias eróticas al suscitarse sobre este gran primer plano de Mary.

    Mary: I don’t believe in dogs being treated like prisoners. Red’s my dog.

    Charles: Please, Mary. I know what’s best.


    (whímperíng)

     


    The Stranger y The Lady from Shanghai: una estructura común

     

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    Quiero llamarles la atención sobre cómo se disponen aquí los mismos tres elementos que encontramos en la cubierta del yate de The Lady from Shanghai.

    Y debo decirles que cuando he percibido este hilo he debido constatar, para mi sorpresa, que la relación entre ambos films es mucho más estrecha de lo que parece a primera vista.

    Una mujer,

    un hombre

    y un perro

    El hombre, Michael O’Hara o Franz Kindler, es siempre Orson Welles.

    La segunda mujer es su segunda esposa -Rita Hayworth- y la primera una figuración de la primera -Virginia Nicholson.

    Y en los dos casos tenemos una situación de partida de conjunción entre la mujer y el perro.

    Luego tiene lugar un acto que provoca la disyunción

    Y una situación de llegada en la que, excluido el perro, tiene lugar una conjunción, siempre conflictiva, entre el hombre y la mujer.

    Una misma estructura, por tanto, en ambos casos, pero de articulación inversa.

    Pues si en The Stranger es el hombre el que provoca la disyunción, en The Lady from Shanghai es la mujer.

    Y en esa misma medida, la conjunción resultante entre el hombre y la mujer posee dominancias inversas.

    En The Stranger domina netamente el hombre, tanto como en The Lady Shanghai domina la mujer.

    Y en ambos casos, esas dominancias poseen una fuerte carga erótica de índole perversa.

    Aunque en un principio no me creerán, en The Stranger hay también, incluso, un barco.

    Esta vez es solo una pequeña barquita, desde luego, como pequeña fue la presencia de Virginia Nicholson en la vida de Welles.

    ¿Y acaso no tiene esa barquita un nombre −Mary, María− que alude a la adorable ingenuidad de Virginia Nicholson?

    También en esto de los barcos la sintonía es estrecha, pues el otro barco, el de The Lady from Shanghai, más grande como lo fue la presencia de Rita Hayworth en la vida del cineasta, lleva el nombre al que tiene derecho por, valga la redundancia, derecho propio: Circe.

    Y por cierto que en esos barcos, pequeños o grandes, en ambos casos, se encuentra también el otro personaje, el tercero de la trama.

    Tramándola.

    Alguien que, por una u otra vía, interviene decisivamente en la relación entre el hombre y la mujer.

    Y claro está, siguiendo la pauta que les he indicado, de manera inversa en uno u otro film: en The Lady from Shanghai juntándoles, en The Stranger tratando de separarles.

     


    Figuraciones manieristas

     

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    Y por cierto que en las secuencias finales de ambas películas, sea en la torre del reloj de The Stranger o en El laberinto de espejos de The Lady from Shanghai, participan los tres personajes.



    No vamos a entrar todavía en el análisis de estas dos excelentes secuencias.

    Pero sí voy a anticiparles algo que ayudará en mucho a ese análisis. Se trata de especificar la estructura común de la que ambas participan.

    Ambas se desarrollan en el interior de un mecanismo complejo y sofisticado:

    El reloj de la torre de la iglesia de Harper:

    o el laberinto de espejos del parque de atracciones:

    La pasión por los mecanismos

    y los laberintos

    fue, como se sabe, uno de los motivos caracterizadores del manierismo pictórico, como también lo sería del manierismo cinematográfico del que Welles, junto a Hitchcock, Sirk y Minnelli fueron algunas de las figuras más notables.

    En ambas nos encontramos con un duelo mortal del que participan tres personajes:

    Dos hombres y una mujer.

    Y observen que el conflicto central no es, como suele suceder en el relato de acción clásico hollywoodiano, el que enfrenta a los dos hombres por la mujer.

    Aquí, por el contrario, el conflicto central lo es

    entre el hombre y la mujer.

    Y el tercero, con respecto a ellos,

    aparece en ambos casos como un personaje no marcado en el campo del deseo -no, al menos, como objeto deseable, por más que pueda ser, como sucede con Bannister, un sujeto deseante.

    Nos encontramos entonces ante una misma estructura, pero invertida en su articulación y en sus valores.

    Así, el tercer personaje,

    en un caso se enfrenta a la mujer, mientras que en el otro comparece como su aliado.

    Lo que, además, está en relación con la inversión de las posiciones del hombre y de la mujer en el eje del bien y del mal:

    No deja de ser curioso que esa inversión se traduzca, plásticamente, en la adopción de un eje opuesto en una y otra película.

    Por supuesto, en ambos casos, perecen los personajes negativos.

     


    Desdoblamientos

     

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    Pero hay todavía una última semejanza, netamente manierista, que estriba en el desdoblamiento de las figuras de los dos personajes principales:

    Inversiones, desdoblamientos, que nos devuelven ese tema que apareció el otro día, cuando, al final de la sesión, hablamos de que Rita Hayworth, en La dama de Shanghai, parecía interpretar a dos mujeres opuestas.

    Bueno, en cierto modo, ya las hay aquí.

    Pues Mary se desdobla en esa doncella del reloj que aniquila finalmente a Kindler.

    He dicho desde el primer momento doncella, por más que el film haya mantenido hasta el último momento la ambigüedad sobre el sexo de esa figura armada con esa tremenda espada.

    Y lo ha hecho explícitamente.

    Potter: Figure it to tell time rightly?

    Wilson: Mm-hm.

    Potter: And will the angel circle around the belfry?

    Potter: Is that a man or a woman angel, Mr. Wilson?

    Wilson: I don’t know.

    Potter: Well, reckon it don’t make much of a difference amongst angels.

    Y bien, dado que este personaje que se cree muy listo nunca se entera de nada, resulta evidente que eso, el sexo del ángel, debe ser decisivo.

    Máxime cuando se trata de un ángel mortífero.

    Ambigüedad aparte, ese ángel mortífero

    es femenino.

    Como se puede constatar aquí.

    Y aquí.

    Y definitivamente aquí:

     

     

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    4. La ficción, la verdad y el inconsciente

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 11/01/2008
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

    ;

     

     

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    La ficción y las declaraciones del artista

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    «Estaba trabajando en La vuelta al mundo en 80 días. Estábamos en Boston el día del estreno y no podíamos sacar el vestuario de la estación porque debíamos 50.000 dólares y nuestro productor, el sr. Todd, se había arruinado. Sin ese dinero no podíamos estrenar. Llamé a Harry Cohn y le dije: “Tengo una gran historia. Si me envías 50.000 dólares por telegrama antes de una hora, firmaré un contrato para hacerla.” “¿Qué historia?”, preguntó Cohn, Yo llamaba desde una cabina. Al lado había un quiosco con libros y le di el título de uno. “Lady from Shanghai”, dije. “Compra la novela y yo haré la película”. Una hora más tarde teníamos el dinero.»

    ¿Mentía entonces Welles cuando atribuía al azar su encuentro con la novela?

    En mi opinión, ciertamente sí.

    Por el hecho mismo de que trabaja con sus experiencias más íntimas -¿de dónde si no podría proceder la verdad que anima a las grandes obras de arte?- todo artista tiene el derecho, incluso la necesidad, de mentir cuando habla de ellas.

    Por eso deberíamos invertir los términos con los que nos referimos habitualmente a eso a lo que damos en llamar la ficción artística.

    La convención nos lleva a oponer la ficción que las obras nos ofrecen a la verdad de las declaraciones de sus autores sobre ellas, cuando sin embargo, a poco que se medite en ello, resulta evidente que es en las obras donde se encuentra esa verdad -de lo contrario, ¿cómo podrían conmovernos tan profundamente?- y que, frente a ellas, las declaraciones del autor suelen ser más bien lógicas y del todo comprensibles operaciones de encubrimiento.

    Nada tan equívoco, por eso, como la expresión ficción cuando nos referimos a las artes narrativas.

    Pero, a la vez, resulta obligado reconocer que éste es un equívoco necesario no sólo para el artista sino también para el lector o el espectador de su obra.

    Pues el hecho de que nuestra conciencia de espectadores acoja como ficción lo que la narración nos ofrece es lo que mejor permite a nuestro inconsciente burlar el control de la consciencia y, así, poner en funcionamiento los mecanismos de identificación a través de los que accedemos a la experiencia verdadera que en los textos artísticos nos aguarda.

    La ficción artística se descubre entonces doblemente verdadera: pues posee la verdad de la experiencia del autor -de la que la obra no es otra cosa que su cristalización-, tanto como posee la verdad de nuestra experiencia de espectadores en cuanto, al rehacerla en la lectura, la reconocemos como propia.

    Y observen que en esto estriba la certeza que debe constituir el punto de partida del análisis: la intensidad de la experiencia emocional que el film produce en nosotros es la prueba de que cierta verdad que se encuentra ahí, en la obra, nos interpela y nos aguarda.

    Una verdad que es, necesariamente -y simultáneamente- tanto nuestra -pues en nosotros se manifiesta− como del autor -ya que lo que film nos ofrece es su experiencia cristalizada en celuloide.


    Inconsciente

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    A través de la película -o de la novela−, en tanto que nos olvidamos de nosotros mismos y nos identificamos con los personajes que la habitan, damos el rodeo necesario para burlar las defensas del yo y, así, acceder a las emociones inconscientes que nos habitan.

    Lo diré todavía de una manera más breve: el auténtico espectador de una película, el auténtico lector de una obra de arte, no es, no puede ser otro que el sujeto del inconsciente.

    De hecho, si lo piensan bien, deberán reconocer que nada como el cine demuestra y permite localizar de manera tan directa e inmediata la existencia del inconsciente.

    Pues el inconsciente, en la experiencia cinematográfica, se localiza. Se localiza como ese lugar en nosotros mismos, desplazado de la consciencia, donde es vivido como verdadero lo que el film nos ofrece -muy exactamente: allí donde el film nos escuece.

    Un lugar, por eso, que se encuentra detrás de nuestra pantalla perceptiva, bien alejado de ese otro lugar donde nuestro yo consciente se piensa y se localiza.

    Pues bien, la disposición misma de la sala cinematográfica nos devuelve una expresiva metáfora de esa posición a la vez central y desplazada del inconsciente -como central y a la vez escondido y desplazado se encuentra el proyector cinematográfico.

    Pero claro está, por eso mismo, porque nuestro inconsciente es el espectador cinematográfico, nuestro yo enciende todas las alarmas cuando el análisis del texto cinematográfico amenaza con suscitar esos procesos inconscientes que constituyen el núcleo mismo de nuestra experiencia cinematográfica.

    De lo que se deduce que analizar de verdad un texto artístico es, simultánea y necesariamente, investigar los procesos inconscientes que suscita. Y hacer frente a las resistencias que inevitablemente se levantan contra esa labor.

    Ésta es, por cierto, la dificultad específica de la metodología que les propongo.

    Pues para que el análisis avance es necesario combatir la tendencia de nuestro yo a excluir de nuestra consciencia los contenidos inconscientes que constituyen el centro de lo que, en nuestra experiencia cinematográfica, está realmente en juego.


    El contexto

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    The Lady from Shanghai, la narración que de ese origen ofrece Welles reúne todos los rasgos de un recuerdo encubridor en el que se atribuye al azar -y, así, se quita importancia a- algo que, desde el primer momento, debió estar cargado de sentido -y de uno intensamente sentido- para el cineasta.

    Para aproximarnos a ello resulta obligado recordar el contexto profesional y personal de Welles en el periodo que precedió al rodaje del film.

    Cuando fue llamado a Hollywood era el actor y director teatral más famoso de Estados Unidos y, sobre todo, gozaba de una extraordinaria popularidad gracias a sus célebres programas radiofónicos.

    Todo ello hizo que se le concediera el contrato mejor pagado y que garantizaba la mayor libertad de trabajo que se hubiera firmado nunca en Hollywood.

    Pero la excelente acogida que la crítica dispensara a Citizen Kane (1941), tuvo por contrapartida su fracaso entre el público, en buena medida por la campaña realizada contra el film por Rudolph Hearst, el magnate de la prensa en cuya vida estaba inspirado el film.

    Más dramático resultó para el cineasta el fracaso comercial de su siguiente película,

    The Magnificent Ambersons (1942), a la que se sumó su mutilación en manos de los productores, que consideraban excesivos los experimentos formales y narrativos del cineasta.

    En ese mismo año, 1942, se vio definitivamente interrumpido el rodaje de It’s All True,

    un film documental de vocación política patrocinado por la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos, que, emulando ¡Que viva México! de Eisenstein, había comenzado a rodar en México y Brasil.

    ¿No bastaría ya con esto para atisbar en Welles una tendencia irrefrenable hacia al fracaso tan intensa al menos como la del propio Eisenstein?

    Toda una cadena de fracasos que comprometían seriamente las posibilidades profesionales de Welles en Hollywood, pero que se vieron compensados por dos hechos importantes de índole contraria.

    Mientras esperaba inútilmente en México que llegara el dinero con el que proseguir su último proyecto, Welles se topó, en un número atrasado de la revista Life, con esta foto:

    El propio cineasta describió así el impacto que causó en él:

    «”Vi en la revista Life aquella foto fabulosa”, contaría Welles, “en que está arrodillada en una cama. Entonces me dije: ya sé la que voy a hacer cuando vuelva de Sudamérica”.

    «Orson no la conocía en persona, pero ya empezaba a comentar con algunos socios como Jackson Leighter que cuando volviese a Hollywood se casaría con ella en segundas nupcias (…) “Dijo que iba a volver a los Estados Unidos para casarse con Rita Hayworth”, contaría Leighter. “Se lo tomó muy en serio, vaya que sí. Y eso que aún no la conocía. Es más, lo primero que pensaba hacer cuando volviese era buscarla.”»

    [Barbara Leaming: 1989: Si aquello fue felicidad… La vida de Rita Hayworth]

    Así comenzó su relación amorosa con Rita Hayworth,


    estrella indiscutible del Hollywood de la época a la que se conocía popularmente como la diosa del amor, que conduciría al matrimonio de ambos el año siguiente, 1943.

    ¿En qué medida su decisión de casarse con la mujer que aparecía en esa foto, la más resplandeciente estrella de la época, cuyo brillo alcanzaba al recóndito lugar de Brasil en el que el había sufrido el último golpe, no constituía un deseo de revancha contra Hollywood, a la vez que la manifestación de su más íntimo deseo de conseguir, a pesar de todo, triunfar allí?

    En esa misma época comenzó Welles


    su carrera política, bajo los auspicios nada menos que del presidente Roosevelt quien entonces había iniciado los preparativos de la campaña de su reelección.

    Y es que, se darán cuenta ustedes, Citizen Kane había sido, en buena medida, el esbozo anticipatorio tanto de su gigantesco proyecto vital como de la compulsión al fracaso que lo habitaba.

    Lo que nos obliga a constatar que aunque su protagonista estaba inspirado, como ya les he dicho, en la figura del magnate de la prensa Rudopf Herst, no por ello dejaba de tratarse, al mismo tiempo, de una película del todo construida en primera persona.

    El caso es que las esperanzas puestas en esa nueva carrera política pronto comenzaron a disiparse.

    Por cierto, ¿quién ha dicho que el contrapicado magnifica necesariamente al personaje al que muestra? ¿No sería más apropiado decir de un plano como éste que muestra a un gigante acorralado que tiene la moral por los suelos?


    Y de hecho Citizen Kane anticipaba también el desmoronamiento del ensueño de poder político del cineasta que se había casado con Rita Hayworth, la estrella de Hollywood que, precisamente en ese periodo, atravesaba un proceso judicial provocado por su anterior esposo y del que la prensa se hacía eco de manera harto desagradable.

    Para colmo, durante todo ese periodo, el cineasta se vio obligado a constatar que en muchos de los actos políticos a los que se le invita a participar, se concedía más importancia a la presencia de su esposa que a la de él mismo.


    El extraño: fintas manieristas

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    En cualquier caso, que había llegado la hora de dar por concluida su carrera política

    era ya algo evidente, a mediados de 1945, un año antes del rodaje de The Lady from Shanghai, cuando Welles consiguió rodar un nuevo film, The Stranger, con el que trató de superar la imagen de director incapaz de sacar adelante proyectos cinematográficos viables.

    Esta vez el film obtuvo un rendimiento aceptable, que restauraba en parte la imagen profesional de Welles como cineasta.

    Pero a la vez, su carácter de film de género sin muchas ambiciones suponía un fuerte descrédito en los ambientes cultos para el cineasta que, sólo un poco antes, había sido presentado como el gran artista de la Norteamérica de su tiempo.

    También aquí Welles, además de dirigir, interpretaba el papel protagonista, esta vez el de un siniestro oficial nazi instalado de incógnito en la Nueva Inglaterra de la posguerra que contraía matrimonio nada menos que con la hija de uno de los jueces del Tribunal Supremo.

    Rankin: Historian? A psychiatrist could explain it better. The German sees himself as the innocent victim of envy and hatred

    Rankin: conspired against, set upon by inferior peoples, inferior nations. He cannot admit to error,

    Rankin: much less to wrongdoing. We ignored Ethiopia and Spain, but we learned the price of looking the other way. Men of truth have come to know for whom the bell tolled, but not the German.

    Rankin: He still follows his warrior guards, marching to Wagnerian strains, his eyes still fixed upon the fiery sword of Siegfried.

    Rankin: In those meeting places you don’t believe in, his dream world comes alive.

    Rankin: He takes his place in armour beneath the banners of the Teutonic knights.

    Rankin: Mankind is waiting for the Messiah, but for the German the Messiah is not the prince of peace. He’s another Barbarossa. Another Hitler.

    Simulando odiar al nazismo, el nazi camuflado expresa vehementemente su pasión nacionalsocialista.

    Rankin: Mankind is waiting for the Messiah, but for the German the Messiah is not the prince of peace. He’s another Barbarossa. Another Hitler.

    La humanidad espera al Mesías, pero para el alemán el Mesías no es el príncipe de la paz, es otro Barbarroja. Otro Hitler.

    El nazi que finge ser un antinazi…

    Y el actor que finge ser un nazi que finge ser un antinazi…

    ¿Dónde empiezan y dónde acaban los pliegues múltiples de la representación en el universo wellesiano?

    La multiplicación de esos pliegues, y la consiguiente pérdida de densidad de la verdad, constituye uno de los rasgos mayores del arte manierista.

    Y por otra parte, ¿no podría latir, en este alegato contra la democracia, el despecho del artista que quiso llegar a ser presidente de los Estados Unidos?

    En cualquier caso, por más que la película se proclamara antifascista, el elector medio norteamericano jamás habría votado a un rostro asociado a tal personaje.


    Contexto

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    En paralelo al hundimiento de su carrera política se desarrolló la crisis de
    su todavía reciente matrimonio, que hubo de acelerarse con el embarazo de Rita Hayworth y el consiguiente nacimiento de su hija Rebecca en diciembre de 1944.

    Es durante ese embarazo, a decir de Barbara Leaming, biógrafa de ambos, cuando el cineasta mantuvo su primera relación extramatrimonial, que daría inicio a una vida sexual ciertamente promiscua -desde prostitutas a grandes actrices del Hollywood de la época, como Judy Garland-, lo que terminaría por empujar a Rita Hayworth a separarse de él a finales de 1945.

    Tal es pues el contexto inmediato en el que tiene lugar la puesta en pie de la costosa producción teatral La vuelta al mundo en 80 días a la que Welles atribuyó el origen azaroso de The Lady from Shanghai.

    Sin duda, necesitaba dinero, y es un hecho que Harry Cohn, el ejecutivo de la Columbia, aceptó financiar la película.


    Las piezas del recuerdo encubridor

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    Contamos ya con los datos que configuran el contexto en el que comprender mejor el recuerdo encubridor que nos ocupa.

    Recuerden:

    «Estaba trabajando en La vuelta al mundo en 80 días. Estábamos en Boston el día del estreno y no podíamos sacar el vestuario de la estación porque debíamos 50.000 dólares y nuestro productor, el sr. Todd, se había arruinado. Sin ese dinero no podíamos estrenar. Llamé a Harry Cohn y le dije: “Tengo una gran historia. Si me envías 50.000 dólares por telegrama antes de una hora, firmaré un contrato para hacerla.” “¿Qué historia?”, preguntó Cohn, Yo llamaba desde una cabina. Al lado había un quiosco con libros y le di el título de uno. Lady from Shanghai, dije. “Compra la novela y yo haré la película”. Una hora más tarde teníamos el dinero.»

    No es difícil, en tales circunstancias, localizar al menos un primer motivo de la operación de encubrimiento.

    ¿Cómo no intentar presentar la historia que el film narra como algo sin relación alguna con su propia vida emocional si el tema central versa sobre una desgraciada relación amorosa interpretada por el mismo cineasta con su propia esposa de la que, además, acababa de separarse?

    Y deben tener en cuenta, como ya les he señalado, que éste no puede ser considerado como un dato extratextual pues, dada la relevancia social de los dos protagonistas, y dado el contexto del star-sysem en el que el film fue realizado y distribuido, era un dato que estaba en la cabeza de todos los espectadores de la época.

    Ahora bien, si la pareja había roto, ¿por qué Rita Hayworth llegó a interpretar a la protagonista de The Lady from Shanghai?

    Barbara Leaming lo cuenta así:

    «Aunque Orson quería que fuese una hermosa actriz francesa llamada Barbara Laage quien protagonizara el thriller de bajo presupuesto que iba a dirigir para la Columbia, Harry Cohn consideró que sustituirla por la repudiada esposa del cineasta sería un reclamo publicitario muy rentable.»

    ¿Les parece verosímil esta explicación?

    Todo un personaje, Larry Cohn:

    Todo un tiburón con las mujeres, como la foto sin duda acredita.

    Llegó a estar locamente enamorado de Rita Hayworth, pero ella no sólo le rechazó, sino que le detestaba profundamente.

    A su vez, Rita Hayworth también quería aquel papel.

    «Los motivos de Rita para desear el papel eran muy distintos.

    «Cuando se enteró de que Orson quería a otra actriz, se puso a batallar activamente por el papel, aunque también por muchísimo más, ya que en el fondo deseaba que el cineasta se fuera a vivir con ella y con Becky a la casa que la actriz acababa de comprar en Brentwood. La había terminado de decorar Wilbur Menefee, decorador escénico de la Columbia (…) Cuando Rita dijo a Menefee que su marido ocuparía con ella el dormitorio principal y que había que instalar una cama en condiciones, el decorador construyó una cama “gigante” (…)

    «Welles no sabía nada de aquellas maniobras. Al llegar a Los Ángeles se inscribió en el Bel-Air Hotel. Rita le invitó a cenar, Orson fue a su casa y “mientras me decía que quería actuar en la película me sugirió que me quedase a vivir allí. Así fue como nos reconciliamos”.»

    ¿Realmente Orson quería a otra actriz? ¿Y era posible que no supiera nada de aquellas maniobras?

    No hay duda de cuál es la fuente principal de Barbara Leming: las prolongadas entrevistas que le concedió el propio Orson Welles, por el que sentía la más palpable admiración.

    Y es que Welles siempre tuvo buen cuidado en controlar sus biografías. Así, fue él mismo quien, con toda desenvoltura, le dijo a Bogdanovich que debía escribir un libro sobre él y uno que, por supuesto, se conformaría como una larga entrevista.

    De modo que pueden incorporar la narración de Leaming al desarrollo del recuerdo encubridor que nos ocupa.

    Seguramente Welles se había interesado en la entonces desconocida en Hollywood Barbara Laage, pero es un hecho evidente que no tenía posibilidad alguna, en los tiempos del star-system, de levantar el proyecto con ella.

    De hecho, es realmente fantástica la historia que cuenta Welles, según la cual con solo levantar el teléfono habría conseguido del tiburón de la industria del Hollywood del momento, Larry Cohn, el dinero para hacer La dama de Shanghai.

    «Llamé a Harry Cohn y le dije: “Tengo una gran historia. Si me envías 50.000 dólares por telegrama antes de una hora, firmaré un contrato para hacerla.” “¿Qué historia?”, preguntó Cohn. Yo llamaba desde una cabina. Al lado había un quiosco con libros y le di el título de uno. “Lady from Shanghai”, dije. “Compra la novela y yo haré la película”. Una hora más tarde teníamos el dinero.»

    Como es absolutamente inverosímil, en un diálogo con tal personaje, el enunciado imperativo por parte del cineasta –Compra la novela y yo haré la película– y aún más el brevísimo plazo que la acompaña –Una hora más tarde teníamos el dinero-, dada la meticulosidad de los contratos que era costumbre realizar en la empresa, máxime en el caso de cineastas potencialmente conflictivos.

    Y ciertamente nadie poseía mayor fama de tal que el propio Welles.

    De hecho, su currículum de fracasos comerciales sólo había tenido una excepción de medio pelo: The Stranger.

    Y por cierto que este film suministra un buen ejemplo del procedimiento de contratación hollywoodiano: para formalizar el contrato, la International Pictures le había exigido que la fortuna personal de su esposa hiciera de garantía en caso de incumplimiento por parte del cineasta -contrato éste, dicho sea de paso, que fue firmado en el periodo en el que Welles acostumbraba ya a mantener relaciones con prostitutas en el apartamento del productor del film.

    Y por otra parte, si como ya les he señalado, Larry Cohn había rechazado la propuesta de Welles de producir una Carmen, ¿cómo iba a aceptar a ciegas financiar una historia que desconocía y además con una actriz igualmente desconocida?

    De modo que es imposible que Welles no supiera que su única baza para lograr rodar The Lady from Shanghai era Rita Hayworth.

    Y no sólo porque ella era la gran estrella de la Columbia que dirigía Larry Cohn, sino también porque hacía ya mucho tiempo que éste, Larry Cohn, estaba perdidamente enamorado de la actriz. De modo que es del todo inverosímil que Welles no supiera nada de aquellas maniobras de la actriz para reconciliarse con él.

    Más bien parece evidente que él hubo de preverlas, sopesarlas y facilitarlas, sabiendo que la voluntad de Rita Hayworth de participar en el film era el factor decisivo de su viabilidad.

    Y, de hecho, desde este punto de vista, resulta perfectamente posible pensar The Lady from Shanghai como una suerte de performance, de puesta en escena en directo, ante la cámara, de este espeso entramado de relaciones económicas, personales y amorosas que rodearon su producción y su rodaje. De ello nos ocuparemos este año, lo que nos permitirá constatar hasta qué punto el film, lejos de ser esa ficción fracasada e inverosímil que aparenta a primera vista -y en la que insistió tantas veces el propio Welles-, nos devuelve la verdad más vívida y desolada de la aventura amorosa y artística de sus creadores. Y lo hace, al mejor modo manierista, de una forma que conducirá a que los pliegues de la representación terminen por confundirse totalmente con los de la vida real.

    Ahora bien, deberán reconocerme que ese personaje que Welles construye a través de sus entrevistas con Barbara Leaming, ese cineasta que no sabía nada de aquellas maniobras, se parece mucho, en su inaudita ingenuidad, al protagonista masculino de The Lady from Shanghai, es decir, a ese Michael O’Hara que el propio Welles interpreta en su film.

    Michael: “Good evening,”

    Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

    Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

    Michael: Some people can smell danger. Not me.


    Una performance manierista

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    Y si esto es así, ¿cómo puede extrañarnos que el film, en su comienzo, nos diga que no es él, Orson Welles, quien dirige,

    sino el mar


    de la Dama de Shangai?

    Una performance manierista, les digo. Pues si el film mismo se confunde durante buena parte de su recorrido con un viaje en barco

    Michael: I’d like to, but I can’t deny that Mr. Bannister…

    Michael: did try to give his wife the things she wanted.

    es obligado reconocer que ese viaje tuvo realmente lugar.

    Welles hizo alquilar para el rodaje el yate de Errol Flyn y en él hizo, con Rita Hayworth, el viaje por el golfo de México.

    ¿Y acaso no hemos visto como es el mismo personaje el que, convertido en una suerte de perrito faldero, se confiesa totalmente sometido, dirigido, por el deseo de la mujer?

    Michael: And what was I, Mike O’Hara, doing on a luxury yacht pleasure cruising in the sunny Caribbean Sea?

    Michael: But it’s clear now, I was chasing a married woman.

    Michael: But that’s not the way I wanted to look at it. No.

    Michael: To be a real prize fathead like Mike O’Hara…

    No hay duda, entonces, de quién está al mando en ese barco: la gorra de capitán que coronaba la cabeza de Elsa en la escena en la que Michael llevó al barco a Bannister, su marido, completamente borracho, lo acreditaba ya con total precisión. Y eso sucedió un instante después de presentar a su perrito faldero contemplando esa misma llegada.

    Bannister: Say, it’s nice of you, Michael, to be so nice to me while I’m so drunk.

    Bannister: Lover!

    Elsa: I wasn’t sure you’d come.

    Michael: I’m not staying.

    Elsa: You’ve got to stay.

    Y por eso mismo, tampoco hay duda alguna de quién lleva el timón en todo momento:

    Elsa: Will you help me?

    Michael: Love.

    Michael: Do you believe in love at all, Mrs. Bannister?

    Elsa: Give me the wheel.

    De hecho, la ecuación de equivalencia entre el perro faldero y el marinero es meticulosamente establecida por la puesta en escena en esta misma secuencia. Para confirmarlo basta con atender al fragmento inmediatamente anterior a éste en el que Elsa ordena a Michael que le entregue el timón. En ese momento, Michael pilotaba todavía, mientras ella le contemplaba sosteniendo al perro en sus brazos.

    Anotemos la constelación visual conformada por la mujer sentada en la popa del barco con el pequeño perro oscuro en su regazo. El plano que sigue hace visible la plena semejanza de color entre la piel del perro y la ropa que viste el marinero.

    Y el arco del fondo, en uno de cuyos laterales se encuentra la mujer, parece destinado a subrayar la transformación que, a lo largo de la escena, ha de producirse de esa primera constelación inicial conformada por la mujer y su perro.

    Radio: So remember, ladies, use Glosso Lusto.

    Radio: It pleases your hair, pleases the man you love.

    Elsa: Will you help me?

    Michael: Love.

    Michael: Do you believe in love at all, Mrs. Bannister?

    Las relaciones entre el amor y el poder constituyen el tema central de este diálogo.

    Elsa: Give me the wheel.

    Basta con reunir las imágenes de los dos polos extremos de esa transformación para constatar la ecuación que les anunciaba:

    Ha tenido lugar la sustitución del uno por el otro, del perro por el marinero, como complementos de la mujer -entiéndase la palabra en el sentido ya de sobra codificado por El Corte Inglés.

    Como les decía, al modo plenamente manierista, los pliegues de la representación se multiplican, a la vez que el film pone en escena el proceso de su génesis en forma de viaje que la estrella comanda y protagoniza.

    De modo que, insiste el film, ella está al mando.

    Frente a ella, él, Welles, se pone en escena

    como ese marinerito o marinerote infinitamente bueno e ingenuo -incluso políticamente correcto- que, seducido por la estrella, se deja arrastrar por la maquinaria hollywoodiana.

    Incluso finalmente, más allá de la belleza de la estrella, emerge también el productor que, desde la sombra, maneja perversamente los hilos:

    Bannister: Lover?

    Y si irrumpe procedente de contracampo -del lado pues, donde se encuentra la cámara y, con ella, todos los otros artefactos del rodaje-, su entrada en cuadro oscurece progresivamente la escena.

    Elsa: Yes?

    Y la reticencia perversa de sus palabras podría cuadrar a la perfección a la figura de quien realmente pagaba ese viaje:

    Pues no hay duda de que era el magnate de Hollywood enamorado de una estrella que le despreciaba el que pagó aquella película y, por tanto, también aquel viaje:

    Bannister: Aren’t you glad I talked Michael into coming along, Lover?

    Elsa: He must have changed his mind about me.

    Michael: Faith, Mr. Bannister, I’ve already told your wife.

    Y su presencia devuelve el lado más oscuro de la estrella.

    Michael: I never make up my mind about anything at all…

    Michael: until it’s over and done with.


    El discurso acusatorio de Welles

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    Y en ese viaje cinematográfico que fue también un viaje real, en ese yate de lujo, tuvieron lugar, a cargo del presupuesto que finalmente Larry Cohn pagaba, algunas de esas fiestas que dieron a Hollywood todo su glamour


    Grisby: I’ll say this much for you, Arthur, when you give a picnic, it’s a picnic.

    Y toda su sordidez.

    Grisby: Time for another, Arthur?

    Bannister: Time for another.

    Grisby: Michael still insists on quitting.

    Elsa: Why shouldn’t he?

    Todo pareciera indicar que el tejido perverso de las relaciones de Arthur Bannister, Grisby y Elsa atraparan en su tela de araña al puro y romántico, marinero y poeta, O’Hara -como si él no supiera nada de aquellas maniobras.

    Grisby: No, I think Arthur ought to try and make him stay.

    Elsa: If he wants to go, let him.

    Bannister: But George likes to have him around.

    Y la belleza de Elsa obtiene un suplemento de resplandor oscuro sobre el fondo de esa red sórdida y perversa de la que ella misma forma parte.

    Como si lo mejor de ella fuera su interés en ese marinero puro víctima de la celada en la que ella misma participa.

    Bannister: Michael’s so big and strong.

    Bannister: He makes a good bodyguard for you.

    Pero sería simplificador reducir a Bannister al registro de amo perverso decidido a explorar todas las aristas del juego sadomasoquista.

    Bannister: Isn’t that what you said, George?

    Elsa: I don’t need one.

    Grisby: That’s right.

    Bannister: Not even a big strong bodyguard?

    Elsa: Don’t make another drink.

    Bannister: With an Irish brogue?

    Elsa: He’s had enough.

    Pues, antes que nada, Bannister es un hombre enamorado.

    Bannister: George thinks Michael’s fallen for you.

    Bannister: And that makes me unhappy, George hopes. But George is wrong again.

    Grisby: Now, Arthur, I didn’t say anything about Michael and Elsa.

    Bannister: Make me another drink, George.

    Grisby: Another Grisby special coming up.


    Bannister: You know, you’re a stupid fool, George.

    Bannister: You ought to realise, I don’t mind it a bit if Michael’s in love with my wife.

    Bannister: He’s young. She’s young.

    Bannister: She’s beautiful.

    Tullido y enamorado de una mujer que le desprecia.

    Y que resplandece sobre el fondo de su autohumillación.

    Bannister: Sit down, darling.

    Bannister: Where’s your sense of humour?

    Elsa: I don’t have to listen to you talk like that.

    Bannister: Yes, you do, Lover.

    Grisby: Now, Arthur, you leave Elsa alone.


    Bannister: Come to think of it…

    Bannister: why doesn’t Michael want to work for us?

    Elsa: Why should he?

    Elsa: Why should anyone want to live around us?

    La planificación atestigua, en todo caso, que ella forma parte de esa red frente a la cual se yergue, digno y solitario, recortado sobre el horizonte del atardecer, el poeta.

    Bannister: Well, Michael.

    Michael: Well, Mr. Bannister.

    Es en este contexto donde emerge el célebre discurso acusatorio de Welles:

    Michael: Is this what you do for amusement in the evenings. Sure, if you’re so anxious for me to join the game, I’d be glad to.

    Michael: I can think of a few names I’d like to be calling you, myself.

    Bannister: But, Michael, that isn’t fair. You’re bound to lose the contest.

    Michael: You know, once, off the hump of Brazil…

    Michael: I saw the ocean so darkened with blood, it was black and the sun fainting away over the lip of the sky.

    Michael: We put in at Fortaleza…

    Michael: and a few of us had lines out for a bit of idle fishing. It was me who had the first strike.

    Michael: A shark it was, and then there was another, and another shark again…

    Michael: till all about the sea was made of sharks…

    Michael: and more sharks still, and no water at all.

    Michael: My shark had torn himself from the hook and the scent, or maybe the stain it was, and him bleeding his life away. Then the beasts took to eating each other. Then the beasts took to eating each other.

    Michael: In their frenzy, they ate at themselves.

    Michael: You could feel the lust of murder, like a wind stinging your eyes and you could smell the death reeking up out of the sea.

    Michael: I never saw anything worse, until this little picnic tonight.

    Michael: And do you know, there wasn’t one of them sharks in the whole crazy pack that survived.

    Michael: I’ll be leaving you now.

    Espléndida, netamente teatral, la salida de escena de Welles.

    Quizás, incluso, excesiva.

    Diría yo, también, que sobreactuada.

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    3. Estrella y hechicera

    Jesús González Requena
    Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
    sesión del 14/12/2007 (2)
    Universidad Complutense de Madrid
    de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

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    Central Park: del sueño a la pesadilla

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    Comencemos ya a deletrear lo que sucede desde ese momento en que, en el lugar en el que era de esperar la expresión Directed by Orson Welles, ésta queda sustituida por esa otra tan poco convencional –Screen Play and Production Orson Welles.

    Podría entonces comenzar el flash-back.

    En la oscuridad del puerto, vemos deslizarse un pequeño barco.

    La masa negra del puente de Brooklyn se impone sobre él como una gigantesca forma oscura que pareciera atraparlo.

    Michael: When I start out to make a fool of myself there’s very little can stop me.

    Y en seguida, en Central Park, un coche de caballos, también oscuro.

    Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

    Lentamente, la oscura silueta del coche va emergiendo, y creciendo visualmente.

    El componente romántico de la imagen, un oscuro coche de caballos de otra época, resulta evidente.

    Y es que The Lady from Shanghai comienza como un sueño que, rápidamente, se enturbia hasta convertirse en una pesadilla que desbordará todo criterio de verosimilitud.

    Les diré, por lo demás, que, al menos en mi opinión, la verosimilitud no es, en sí misma, un valor estético. Lo que les he señalado hace un momento sobre esa profunda relación del arte con el inconsciente, explica que las obras de arte estén siempre más cerca de los sueños que de eso que llamamos la realidad cotidiana.

    Y los sueños, ustedes lo saben, no se caracterizan por su verosimilitud, sino por su extraña, e intensa, verdad.

    ¿En qué época nos encontramos?

    Sabemos que la película se ambienta en la época misma en la que fue realizada −1948. Pero, a esta altura del film, podríamos estar al menos una generación más atrás.

    Pues el puente de Brooklyn fue concluido en 1883 (1870-1883) y la producción en serie de automóviles sólo comenzó con Henry Ford en 1910.

    Por más que esta anotación pueda resultar chocante, no es inconveniente, dado que el clima romántico que comienza a crearse con estás imágenes será luego quebrado con la aparición del primer automóvil, en una escena que se organizará sobre el contraste epocal entre estas dos formas de transporte.

    Michael: and brightened up, what with the things I told her to get her mind off the scare she’d had and to set her thinking as well, of the brave fella that had rescued her.


    The Magnificent Ambersons: coche de caballos vs automóvil

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    Y este contraste alcanza toda su resonancia en el universo wellesiano, como han tenido ocasión de comprobar cuando han visionado The Magnificent Ambersons –la novela en la que se basa el film fue escrita por un amigo del padre de Welles, Booth Tarkington, y en ella se describía el universo en el que vivió la generación de los padres del cineasta.

    Fanny: You think you’ll get it to start?

    Allí se hace la crónica de la aparición de uno de los primeros automóviles,

    mientras que Georgie, el joven protagonista con pretensiones aristocráticas, lo desprecia aferrándose al coche de caballos del pasado.

    Y ciertamente ese antiguo coche se desplaza con brío sobre la nieve mientras que Eugene Morgan no logra hacer arrancar su automóvil.

    Jack: What’s wrong with it, Gene?

    Eugene: I wish I knew!

    Y, así, el montaje paralelo despliega en sus dos bandas el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo -también: entre lo elegante y lo vulgar, pues así es como la cámara lo acusa.

    Incluso las damas se ven obligadas a empujar el artefacto. Entre ellas se encuentra la madre de George, mientras éste hace correr a su caballo llevando junto a sí a la hija de Eugene.

    George: Get a horse! Get a horse!

    George: Get a horse!

    Lucy: Get a horse!

    Pero, a mitad de la escena, todo bascula.

    George: Look out, Lucy!

    El coche de caballos sale del camino y los muchachos caen sobre la nieve.

    Fanny: What happened to them?

    Isabel: Oh, George!

    Eugene: Don’t get excited, Isabel.

    Momento que George aprovecha para besar a su acompañante mientras el padre de la muchacha se acerca preocupado.

    Eugene: Are you all right?

    Eugene contempla con complacencia el abrazo, pues él mismo, desde siempre, ha estado inútilmente enamorado de la madre del muchacho.

    Isabel: Georgie!

    Eugene: They’re all right, Isabel. The snow bank’s a feather bed.

    Isabel: Georgie!

    Jack: Lucy dear!

    Lucy: Oh, I’m fine, Papa.

    Jack: Nothing’s the matter with them now.

    Isabel: Georgie!

    Jack: They’re all right, Isabel.

    Fanny: Are you sure you’re not hurt, Lucy dear?

    Isabel: Georgie!

    George: Don’t make a fuss, mother.

    Isabel: Georgie, that terrible fall.

    George: Please Mother, please! I’m all right.

    Isabel: Are you sure, Georgie? Sometimes one doesn’t realize…the shock.

    Jack: Oh, Isabel.

    Isabel: I’ve just got to be sure, dear.

    George: Everything’s all right, Mother. Nothing’s the matter.

    Isabel: Let me brush you off, dear.

    Eugene: You looked pretty surprised, Lucy. All that snow becomes you!

    Jack: That’s right, it does!

    Eugene: That darned horse!

    La contrapartida del beso que George ha logrado dar es la huida de su caballo.

    Jack: He’ll be home long before we will.

    La cámara anota esa huida con la nostalgia de quien ve alejarse un pasado que habrá de ser ya para siempre irrecuperable.

    Jack: All we’ve got to depend on is Gene Morgan’s broken down…

    Eugene: She’ll go.

    Jack: Come on, asshole!

    Eugene: All aboard!

    Jack: Have to sit on my lap, Lucy!

    Isabel: Stamp the snow. You mustn’t ride with wet feet.

    George: They’re not wet.

    George: For goodness sake, get in; you’re standing in the snow yourself.

    Fanny: Get in!

    Eugene: You’re the same Isabel I used to know. You’re a divine and ridiculous woman.

    Y la modernidad del automóvil se manifiesta entonces como una humillación para Georgie:

    Eugene: George, you’ll push if we get started, won’t you?

    Eugene: Push!

    Isabel: Divine and ridiculous just counterbalance each other, don’t they?

    Isabel: Plus one and minus one equal nothing.

    Isabel: So you mean I’m nothing in particular?

    Eugene: No, that doesn’t seem to be precisely what I meant.

    Eugene: Jack, please get…

    Jack: We’re under way…

    Eugene: …For fear of accident.

    Jack: Push, Georgie; push!

    George: I’m pushing.

    Jack: Push harder!

    George: I’m pushing.

    Una neta humillación, pues el pretencioso muchacho debe respirar el sucio humo que desprende el automóvil mientras lo empuja tratando de hacerlo arrancar.

    Así pues, el automóvil es el anuncio del derrumbe del viejo mundo señorial de los Ambersons.

    Y por eso, el beso conquistado en el momento de basculación, lejos de ser el comienzo de una prometedora historia de amor, quedará convertido en el destello fulgurante de algo que hubiera podido ser pero que nunca será -una reedición, pues, del fracaso de Eugene con Isabel en la generación anterior, y un anticipo del del marino O’Hara con la Dama de Shangai.


    El objeto de adoración del amor cortés

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    De modo que es el clima del origen, el de los tiempos en que vivieron los padres de cineasta, el que da su aroma a una escena que parece cobrar la forma de algo semejante a un delirio. -Y uno más intenso que ese pequeño delirio que es todo enamoramiento.

    Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

    Michael: if I’d been in my right mind, that is.

    Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

    Así, de un oscuro, romántico y anacrónico coche de caballos que atraviesa lentamente Central Park, emerge progresivamente la figura blanca, cada vez mejor iluminada por la luz de la luna, de una bellísima mujer.

    Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

    Sólo más tarde nos es dado el contraplano del hombre que, arrobado, la mira:

    Michael: Good evening,

    Michael O’Hara, porque pasea a pie, debe levantar la cabeza para contemplar a la mujer que resplandece en un nivel superior, en el interior del alto y elegante coche de caballos.

    Y es así como el personaje, que es a la vez el narrador y el cineasta, se nos presenta como alguien prendado por una mujer bellísima en una escenografía a la vez onírica y romántica que está decididamente bañada en el aroma del amor cortés.

    Y sin embargo a la vez, en un contraste cuyo diapasón no es extraño al cine negro, se nos advierte, desde el primer momento, que ella podría ser una mujer fraudulenta.

    Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

    Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

    Lo que no evita, desde luego, que, en lo que sigue, como es lo propio del amor cortés, esa mujer de cabellos plateados como la misma luna quede constituida en el objeto de adoración al que el caballero rinde homenaje devoto.


    Michael: Some people can smell danger. Not me.

    Y la dama, en un estilizado contrapicado, devuelve una mirada condescendiente a su admirador, a la vez que sus labios esbozan un casi imperceptible movimiento insinuante.

    Michael: I

    Michael: asked her if she’d have a cigarette.

    Michael: It’s

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Michael: me.

    Es el amor cortés esencialmente platónico. En él las prendas poseen una función esencial, pues, como metonimias de los amantes, en su circulación simbolizan actos amorosos exclusivamente simbólicos.

    Tal es el estatuto al que es promovido, en el comienzo del film, este último cigarrillo que el hombre -cuyo rostro nos es mostrado en un gran primer plano ligeramente picado, rodeado por la oscuridad de la noche y bañado por la luz que solo de ella parece proceder- ofrece a la mujer.

    Sigue un primer plano frontal de ella,

    Michael: me.

    bañada en la luz lunar que, como les digo, sólo de ella misma puede proceder, como lo acredita la total ausencia de continuidad en la iluminación de estos tres últimos planos:

    Pues, si atendemos al plano conjunto de ambos, resulta evidente que la luz, procedente del lado izquierdo, debería iluminar el rostro del hombre, en su gran primer plano, de manera semejantemente homogénea a como ilumina el rostro de ella y, en todo caso, con mayor intensidad su lado derecho. Lo que sucede, sin embargo, es todo lo contrario.

    Buen momento para advertir que el cine de verdad no tiene casi nada que ver con los tópicos sobre el buen raccord en los que insisten los llamados manuales de lenguaje cinematográfico. Pues, como ya hemos anticipado, de lo que se trata aquí es de producir el efecto de que la luz que él recibe procede sólo de ella. Y así, imperceptiblemente, de introducir la metáfora que hace de esa mujer un ser tan fascinante como inquietantemente lunar.

    Pues, por lo demás, la escena está construida a partir de la adopción del punto de vista de él: tanto en lo que se refiere a la escala como a la angulación, el plano de ella corresponde en lo esencial a la mirada del marinero, mientras que el plano de éste se aparta acentuadamente de lo que habría de verse desde la mirada de ella.


    La hechicera y su juego de manos

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    Es por eso desde su punto de vista desde el que asistimos a un insólito juego de manos por el que el cigarrillo que el hombre ha ofrecido como si fuera la más valiosa prenda de amor desaparece delante de sus propios ojos:

    Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

    Michael: me.

    Elsa: But I don’t smoke.

    Ella, con una bella sonrisa, rechaza en un primer momento el cigarrillo que el hombre le ofrece, pero a la vez realiza un silencioso gesto insinuante.

    De modo que él insiste con su más vehemente mirada. -Y también: con sus mejores dotes de seductor.

    Tras una breve resistencia, ella acoge amorosamente el cigarrillo en su pañuelo,

    y lo introduce en su bolso, apresándolo y, a la vez, haciéndolo desaparecer.

    ¿Qué ha pasado?

    Retrocedamos:

    En el comienzo del contraplano, ella mira todavía a los ojos del hombre.

    Luego su mirada desciende hasta la cajetilla que éste le tiende

    y, con lentitud, lleva su mano hasta ella.

    En el instante en que coge el cigarrillo vuelve a mirar al hombre que -desde contracampo- se lo ofrece.

    Mas este plano, aparentemente muy semejante al anterior de ella, contiene, con respecto a aquel, dos modificaciones notables que sólo resultan claramente perceptibles cuando ambos son observados en simultaneidad:

    Por una parte, la cámara se encuentra ahora ligeramente más baja, devolviéndonos la imagen de la mujer en contrapicado.

    Por otra, la mirada que ella dirige a los ojos del hombre ya no se desliza, como sucedía en el primero, por la derecha del eje de cámara, sino que se confunde totalmente con éste.

    O dicho con otras palabras: en el momento en que acepta la oferta y coge el cigarrillo que el marinero le ofrece, mira directamente al objetivo de la cámara. Es decir: le mira y nos mira. Y es entonces cuando cuajan sus mejores dotes de hechicera.

    Hasta ahora Orson Welles se había hecho presente en la escena como narrador, a través de esa voz que introduce la historia, y como actor, materializando su imagen en la pantalla.

    Pero ahora se hace presente, también, como cineasta, localizado en esa cámara que recibe la mirada directa de la actriz.

    De modo que las tres funciones por las que Welles se hace presente en la escena -como actor, como narrador y como cineasta- son explícitamente suscitadas, a la vez que se atraviesan en la mirada de la mujer y en el acto que la prolonga.

    ¿Cómo no relacionar todo ello con su naufragio y con el consiguiente desvanecimiento de su nombre de cineasta?

    No sin extrañeza, el hombre baja la mirada siguiendo el movimiento de la mano de la mujer que ha aceptado el cigarrillo.

    El plano que sigue, subjetivo del hombre, rompe entonces la serie, pues ya no nos muestra el rostro de la mujer, sino sus manos que, recortándose sobre el bolso negro que se halla en su regazo, envuelven cuidadosamente el cigarrillo en un pañuelo blanco para, un instante después, hacerlo desaparecer en el interior de su bolso.

    De ese bolso que, parece obligado añadirlo, se encuentra justo sobre su cadera.

    La sorpresa que acusa el rostro de él es la de quien se ve desconcertado por un truco de magia.

    Ahora bien, frente a esa maga, frente a esa mujer fascinante que es también una estrella, ¿dónde acaba el personaje y donde comienza el cineasta? Ésta es una pregunta seguramente imprescindible en todo film, pero especialmente obligada en uno como éste, en el que el actor que interpreta al protagonista se confunde con el mismo cineasta.

    Y conviene insistir en el hecho de que el acto mágico que acaba de suceder se ha desplegado todo él entre la mirada y la cadera de la mujer.

    Allí, para pasmo del varón, se ha producido la desaparición de eso que él mismo ha designado como su último cigarrillo.

    Anotemos también como el nuevo plano del rostro de ella, correspondiendo a idéntico encuadre, ha introducido de nuevo una diferencia notable: ahora ella ya no mira a cámara, sino que su mirada se desvía de nuevo lo justo del objetivo por la derecha, para evitar que golpee directamente al espectador.

    De modo que el efecto de ese poder mágico ha estado en relación directa con el poder de la mirada de la estrella.


    Toda la secuencia es insulsa

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    Fascinante escena, ¿verdad?

    Y sin embargo…

    ¿Cabría objetar a eso el evidente desagrado con el que Welles habló siempre de ella?:

    «En la vida, tiendo a olvidar lo peor de los malos momentos. Pero en tus propias películas, los malos momentos son inolvidables. Por ejemplo, la primera escena del parque: cuando pienso en ella, me estremezco. Toda la secuencia es insulsa.»

    Porque nos resulta imposible aceptar las palabras condenatorias del cineasta hacia esta escena que nos parece una excelente obertura, trataremos de demostrar, en lo que sigue, que un desgarro esencial le impide a Welles aceptar -y reconciliarse- con lo que en ella sucede.

    Se darán cuenta, por el camino, de que tenía buenos motivos para insistir tanto el otro día en la distancia que había que tomar con respecto a las declaraciones de los artistas y en la necesidad de dar todo su protagonismo al texto mismo.

    Ahora bien, no digo con esto que no haya que tener en cuenta esas declaraciones. Todo lo contrario: pues si tomamos la distancia necesaria, y si damos su justo protagonismo a la letra del texto, entonces esas declaraciones pueden resultar en extremo reveladoras.

    Pues, como van a tener ustedes ocasión de constatar, la propiedad más notable de las palabras de los hombres -Freud insistió en ello más de una vez- estriba en que, aun cuando mienten, acaban siempre, leídas atentamente, por confesar la verdad que pretenden ocultar.

    Desde luego, la escena que acabamos de contemplar es una obertura excelente. Y las palabras de Welles sobre ella son, pienso, absolutamente reveladoras. Pero, eso sí, si no nos dejamos seducir por su sentido tutor, es decir, si las leemos al pie de la letra.

    Lo que obliga a prestar atención a las patentes contradicciones que las atraviesan:

    «En la vida, tiendo a olvidar lo peor de los malos momentos. Pero en tus propias películas, los malos momentos son inolvidables. Por ejemplo, la primera escena del parque: cuando pienso en ella, me estremezco. Toda la secuencia es insulsa.»

    ¿Cómo no anotar, en primer lugar, el extremado énfasis de ese rechazo –lo peor de los malos momentos-, y, sobre todo, las intensas marcas emocionales que lo acompañan? Welles nos habla de un estremecimiento que todavía sigue vivo -pues es descrito en presente-, y que es asociado al carácter inolvidable del momento. Tan inolvidable que, no hay duda de ello, el estremecimiento sigue produciéndose en el presente de décadas más tarde, cuando hace estas declaraciones. Como, añadámoslo, se produce -ese estremecimiento– en el presente del espectador que visiona la película.

    Todo ello contradice el juicio final de la secuencia como insulsa. Pues me reconocerán ustedes que lo insulso no deja una memoria imborrable, carece de la fuerza necesaria para producir y mantener vivo un estremecimiento.

    De modo que si el estremecimiento persiste incluso tantos años después, eso evidencia que nada de insulso hay en ello.

    Ahora bien, ¿cuál es el ámbito de ese momento peor de entre los más malos? ¿Se limita al aparentemente designado, es decir, al del trabajo del director cinematográfico?

    Pero, ¿cómo podría hacerlo si ese ámbito es, precisamente, el negado en los títulos de crédito del film?

    Todo parece indicar que alcanza al más amplio del conjunto de la experiencia humana del cineasta.


    La elección de la novela If I Die Before I Wake

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    Welles difundió siempre la idea de que sólo el azar había determinado la elección de la novela Si muero antes de despertar, de Sherwood King, como el material de partida del film. Así, por ejemplo, en la versión que ofreció a Peter Bogdanovich:

    «Estaba trabajando en La vuelta al mundo en 80 días. Estábamos en Boston el día del estreno y no podíamos sacar el vestuario de la estación porque debíamos 50.000 dólares y nuestro productor, el sr. Todd, se había arruinado. Sin ese dinero no podíamos estrenar. Llamé a Harry Cohn y le dije: “Tengo una gran historia. Si me envías 50.000 dólares por telegrama antes de una hora, firmaré un contrato para hacerla.” “¿Qué historia?”, preguntó Cohn, Yo llamaba desde una cabina. Al lado había un quiosco con libros y le di el título de uno. “Lady from Shangai”, dije. “Compra la novela y yo haré la película”. Una hora más tarde teníamos el dinero.»

    Sin embargo, sabemos por William Castle, quien figura en los créditos del film como uno de sus productores asociados, que Welles se mostró muy interesado por la novela desde el primer momento:

    «Castle ha contado que había escrito un tratamiento de diez páginas a partir de la novela de King y que se lo había enviado a Cohn, en cuya ausencia el responsable del departamento de guiones de la Columbia lo rechazó. Castle envió el texto, entonces, a Welles, que le respondió que la historia le interesaba mucho y le invitaba a escribirla conjuntamente. Pero poco después Castle tuvo conocimiento de que Cohn había contratado a Welles para escribir, dirigir e interpretar la película.»

    Hay motivos sobrados para inclinarse a favor de la versión suministrada por Castle.

    Y no es el menor de ellos el que Welles, cuando años más tarde se refiere a ella, olvida su título original –If I Die Before I Wake– para adjudicarle el que él mismo decidió dar a su película:

    «Al lado había un quiosco con libros y le di el título de uno. Lady from Shanghai, dije. “Compra la novela y yo haré la película”. Una hora más tarde teníamos el dinero.»

    Pero lo que resulta realmente decisivo es constatar cómo la temática de la novela de Sherwood King se alinea con otros proyectos del cineasta en ese mismo periodo.

    Pues inmediatamente antes de realizar The Lady from Shanghai, Welles había intentado sin éxito convencer a Larry Cohn de que le permitiera realizar una Carmen de Merimée que habría de interpretar Paulette Godard.

    Luego, nada más terminar Lady from Shanghai, realizó, durante el mismo 1947, una versión cinematográfica de Macbeth.

    Y entre sus planes más inmediatos que ya no podría consumar, se encontraba viajar a Europa para dirigir, bajo la producción de Alexander Korda, una adaptación de la Salomé de Oscar Wilde.

    Y si piensan que Macbeth desentona en esta serie es que no la han visto ni leído, pues quien lo ha hecho no puede olvidar que el carácter más poderoso de esa asombrosa tragedia no es otro que el de Lady Macbeth.

    No hay duda de que la fascinante y letal mujer fatal de The Lady from Shanghai, puede por derecho propio ocupar un lugar en la serie constituida por Carmen, Lady Macbeth y Salomé;

    Lo que confirma plenamente la afirmación de Castle sobre el gran interés de Welles en la novela cuyo título luego preferiría olvidar con tanta facilidad, a la vez que insistiría en hablar de ella con el mayor desprecio.

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