27. Baile de cifras

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 30/05/2008 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


El diálogo más absurdo

volver al índice

El viaje sigue.

Y la negra red de Circe envuelve a sus personajes.


Grisby: Where’s Mrs. Bannister?

Michael: I’m sure I don’t know, sir.

No tienen la menor idea de donde esta ella.

Pero al mismo tiempo ella está todo el tiempo presente, en esta Acapulco que, como establecimos, reedita en versión hispana la brasileña Río de Janeiro.

Y de hecho, a ella le encanta Acapulco:

Grisby: She adores it here in Acapulco. So do I, but…

Goldie: It’s nice and quaint, but I want to go back to Frisco.

Grisby: Mind walking with me, fella? I know all the best places. You might enjoy it.

Entre estos dos personajes que flanquean a la mujer se desarrolla uno de los diálogos más absurdos de todo el film.

Grisby: I want to make you a proposition.

Y así ella estará siempre en el fondo de la propuesta loca que Grisby va a realizar a O´Hara.

Por eso esa propuesta se ve bañada por la belleza que todo rezuma en Acapulco.

Grisby: Beautiful, isn’t it?

Michael: The beach, you mean, or the tourists?

Con la transparencia, irrumpe ese extraño aroma de irrealidad, de artificialidad del paisaje que retorna periódicamente en el film.

Y no deja ello de estar en relación con la mención a los turistas. A esos turistas de los que ellos mismos forman parte.

Les llamo la atención sobre lo que de distancia irreal, fronteriza con el deja-vu, puede latir en la posición de cierto tipo de turista. Me refiero a ese modo de ser turista del mundo y de las emociones que el narrador de Fight Club señala en Marla y en sí mismo.

Mucho antes que allí, esa posición estaba presente, por ejemplo, en el Buñuel de La Edad de Oro, como está presente aquí.

Grisby: Everything.

Michael: There’s a fair face to the land, surely. But you can’t hide the hunger and guilt.

Y por cierto que las palabras de O’Hara, aunque eso se pierde en buena medida en la traducción, introducen algo de ese orden al poner en juego un adjetivo que conocemos: fair:

«There’s a fair face to the land, surely.»

No sólo bello sino imaginario como los fairy tales, es decir, los cuentos de hadas.

«There’s a fair face to the land, surely. But you can´t hide the hunger and guilt.»

Es de la culpa de lo que se trata siempre que, en el universo wellesiano, nos aproximamos a la belleza.

Michael: It’s a bright, guilty world.

¿Y cómo no pensar, a propósito de la belleza y de la culpa, en ese lecho de la más bella de las madres al que el niño de 9 años se asomó poco antes de que su madre se desvaneciera?

Ya lo hemos dicho: ella no murió, sólo se desvaneció, a la vez que una vela desaparecía de la tarta para que el círculo fuera totalmente mágico.

Ella, al desvanecerse, se fundió con el mundo: con esa belleza inalcanzable que rodea a ese Michael siempre, ante ella, paralizado.

Por lo demás, basta con poner el 8 en posición horizontal para convertirlo en el signo del infinito.

Y por cierto que en seguida llega la variante más cutre de la culpa:

Man: Darling, of course you pay me.

El gigolo que cobra de la mujer, ¿no habla en cierto modo de esa posición de gigolo que era la de Welles en aquel viaje?

Grisby: What’s your guess, Michael? Think the world’s coming to an end?

El diálogo se dispara entonces en un diapasón loco: de la belleza a la culpa y de ésta al fin del mundo.

Y no menos sorprendente es la respuesta pontifical de Welles,

Michael: There was a start to the world sometime, so I guess there’ll be a stop.

todo él vestido de blanco, recortándose sobre el cielo, literalmente instalado entre las nubes, en una transparencia que parece colocarle en el lugar de Dios.

Un irreal derroche de belleza les rodea.

Grisby: It’s coming, you know.

Michael: Huh?

Grisby: Oh, yeah, it’s got to come.

A la vez próximo, fascinante e inalcanzable.

Grisby: First, the big cities then maybe even this. It’s just got to come.

Michael: I prefer to be somewhere else when it does.

Grisby: I will be. That’s what I need you for, Michael, to see to it that I’m not around.

Grisby: That’s what I need you for, Michael, to see to it that I’m not around. How would you like 5,000

Grisby: dollars?

Michael: What?

Llega entonces la proposición, y está cifrada: 5.000 dólares.

¿No les suena a algo?

¿Acaso no es una cifra muy semejante a esos 50.000 necesarios para costear la Vuelta al mundo en 80 días?

¿Hasta qué punto debemos dar importancia a una cifra que aparece en un texto?

Si quieren mi opinión, les diré que siempre tienen importancia.

Pero en este caso no hay motivo alguno para discutir la cuestión, porque la respuesta se impone por sí misma.

Basta con abrir un contador.

Llevamos 1.

Grisby: That’s what I said, $5,000, fella.

2

Michael: What do I have to do for it?

Grisby: I’ll fill in the details later. Meanwhile,

Grisby: think it over, Michael. $5,000.

3

Grisby: It’s yours.

Grisby: All you have to do is kill somebody.

Uno de los atractivos de esta poderosa secuencia es el modo con el que el bello paisaje de Acapulco aparece y desaparece, cómo es sustituido por un cielo no menos espléndido, como si ellos se encontraran en ningún sitio, solos entre las nubes, en el cielo mismo, tratando de dar con la explicación última del mundo. De ese mundo -recuérdenlo- que está a punto de explotar y desaparecer.

Michael: Who, Mr. Grisby? I’m particular who I murder.

Grisby: Good boy!

Y junto al cielo, el mar.

Así, de pronto, el radiante mar de la culpa lo llena todo, dando a este diálogo su certificado de verdad.

Michael: You know, I wouldn’t like to kill just anybody. Is it somebody I know?

Grisby: Yeah. But you’ll never guess.

Michael: I give up-

Grisby: It’s me.

Así, la idea del suicidio se despliega y pone en escena entre las dos figuras en las que Orson Welles, poeta y cineasta, se presentifica en su film: el cineasta pide al poeta que le mate, es decir, que se imponga deshaciéndose del cineasta. Es decir, todavía, de sus lazos con Bannister, Cohn, Hollywood.


Michael: I’m perfectly sober, Michael. I’m willing to pay $5,000 if the job is well done.

4

Y tan llamativa como la puesta en escena, construida por esos agobiantes grandes primeros planos a cielo descubierto de rostros cargados de sudor, es el retorno insistente de la cifra: esos 5.000 dólares que son el precio y sancionan el buen trabajo.

Michael: This is a straightforward business proposition.

Totalmente seria. Totalmente loca.

Y con el mar de la belleza y de la culpa como testigo.

Michael: I want you to kill me.

Michael: So long, fella.



En el muelle de Sausalito

volver al índice

Michael: It was early October when we made San Francisco…

Michael: and dropped anchor across the bay from the city, in Sausalito.

Michael: It had been a most interesting cruise.

Michael: All very rich and rare and strange. But I had had no stomach for it.

Michael: To begin with, living on a hook takes away your appetite.

Michael fascinado mira a la mujer.

Pero esa fascinación encuentra para articularse referencias alimenticias, orales: estómago, apetito

Michael: You’ve no taste for any pleasure at all, but the one that’s burning in you.

A esa distinguida, etérea mujer que parece flotar sobre el muelle.

Michael: But even without an appetite I’d learned it’s quite amazing how much a fool like me can swallow.

Elsa: Please, Michael, be careful.

Él la mira, insisto, fascinado.

Él: el marinero, es decir, el sailor, aquel siempre pegado a las velas, pero que sin embargo no puede soplar sobre ellas.

Y a su vez Grisby le mira a él, burlón.

De modo que Welles se pone en escena como ese hombre fascinado, y a la vez se pone en escena como aquel que se burla de esa fascinación.

Luego, esa misma estructura que acabamos de contemplar articulada por montaje externo, se repite por montaje interno, dentro de un mismo plano.

Michael: The car’s down there.

Michael: Mr. Bannister’s waiting to take you into the city…

Michael: to San Francisco. But you’re not going with him.

Michael: You’re going with me.

Elsa: Michael.

Es la estructura de Fight Club, es también la de Valis como de tantas otras novelas de Philip K. Dick.

Por eso, no puede sorprendernos que algo vaya mal en este universo.

Así, ¿qué hace ahí Grisby otra vez, si precisamente acababa de quitase de ahí?

Estaba ahí, pero luego se iba.

Y sin embargo sigue ahí.

Sigue ahí, y sin embargo no hay ni ni listones ni cristales.

Y sin embargo, en el plano que sigue, los listones y los cristales reaparecen.

Michael: You think I can’t take care of you…

Y es la mirada de Grisby la que late sobre este plano en el que Michael susurra sus palabras de amor a Elsa.

Michael: You think I can’t take care of you and I’d be after running off with you to an island to eat berries and goat’s milk.

Elsa: And I’d have to take in washing to support you.

Y ella, con la más elegante dulzura, le dice las palabras más crueles imaginables.

Pero no hay duda de lo fundamental: que no cesa de decirle que no es más que un niño, incapaz de hacerse cargo de ella.

Grisby: Hello, kiddies.

Elsa: There’s George.

Es evidente que ella le conduce a Grisby.

Michael: What would you say to $5,000, to get us started?

5

Grisby: We’ve got a date with a couple of beers, fella.

Grisby: Arthur was asking for you.

Grisby: He wondered where you’d gone.

Grisby: I won’t tell him.

Michael: You didn’t answer my question.

Michael: $5,000.

6

Elsa: Goodbye, Michael.

Michael: Couldn’t we start on that?

Michael: Would you have to take in washing on $5,000?

7


Grisby: Sit down.

Grisby: I suppose you’re wondering what’s behind my little proposition.

Grisby: It’s none of your business, but since we’re what you call “partners in crime”…

Grisby: I’ll tell you that the firm of Bannister & Grisby is insured…

Grisby nos mira fijamente a los ojos.

E, igualmente, Michael.

Grisby: against the death of either partner.

Grisby: That means, if one of us dies the other stands to get a lot of money.

Grisby: Thanks. Now, leave us alone.

sir.

Grisby: Like some other people we both know, I’m not very happily married.

Y diríase que ambos saben de lo que hablan.

Grisby: And another thing, frankly…

Diríase que Michael le entendiera a la perfección, por más que ponga una cara nada convincente de no entender nada.

Grisby: I don’t want to be within 1,000 miles of that city…

Grisby: or any other city when they start dropping those bombs.

Y, otra vez, el fin del mundo.

Bannister: Michael, there’s been a suggestion we drive you into town.

Grisby: Want a beer before you go?

Bannister: I’ll be waiting with Mrs. Bannister in the car.

Grisby: Better meet me in my office. Make it late tonight.

Michael: What for?

Grisby: $5,000.

8

Grisby: That ought to take a girl and a sailor on quite a nice little trip.

Michael: I’ll meet you at your office.

Grisby: There’s a little paper I’d like you to sign.

Hay un documento en la biografía de Welles: el que le hizo firmar su padre, poco antes de su muerte, comprometiéndose a hacer que fuera incinerado y dispersadas sus cenizas en el mar.

Grisby: It’s nothing very binding or important, really just a confession of murder.

Grisby: Here’s to crime!


LI: She say, meet you at aquarium, 9:00, before many people there.

Michael: The aquarium?

Y aparece otra cifra: el 9.

Bannister: If you ever need a good lawyer, Michael, let me know.

Uno tendería a olvidarla, si no fuera porque reaparece de inmediato.


9 del 8, 50.000

volver al índice

Grisby: “I, Michael O’Hara…

Grisby: “…in order to live in peace with my God, do freely make the following confession.

On the evening of August 9…” That’s tomorrow night, fella.

De modo que mañana, el día de los hechos, será 9 de agosto.

9 de agosto: es decir: el 9 del 8.

Precisamente esas dos cifras que bailaban en torno a la muerte de la madre y la tarta de cumpleaños.

Grisby: “…I shot and killed Mr. George Grisby placing his dead corpse in the Sausalito bay.”

El 9 del 8 arrojará su cadáver al mar.

Si fuera el del padre, cumpliendo lo previsto en aquel otro documento que el joven Welles aceptó firmar a su propio padre…

Es decir: aquella promesa escrita al padre que no pudo cumplir.

Michael: Just a minute, sir.

Michael: What you are reading there, am I suppose to have written it?

Pero precisamente esa fue la situación a propósito de aquel documento que el padre le hizo firmar: su propio padre lo había escrito en su nombre.

Michael: It’s your confession.

Grisby: This is the easiest $5,000 you’ll ever earn, fella.

9

Esta es la última vez que se pronuncia esa cifra: la novena.

Ensayemos a multiplicar 5.000 por 9: el resultado es 45.000.

Pero este es todavía un resultado parcial.

Porque aunque la cifra 5.000 ya no será repetida más veces, sin embargo los 5.000 dólares aparecerán finalmente en cash: contantes y sonantes, en imagen.

Grisby: Why don’t you do it yourself?

Grisby: Commit suicide? Me? Don’t be silly. Suicide is against the law.

Grisby: We’re not going to break the law.

Y por cierto que esa mostración tiene toda la retórica que le da la caja fuerte.

Grisby: This is going to be murder, and it’s going to be legal. I want to live, but I want to vanish.

Grisby los cuenta.

Grisby: I want to go away and change my name, and never be heard of again.

Y los exhibe insistentemente.

Grisby: But that costs money, and it isn’t easy nowadays.

Grisby: If they’re looking for you, they’ll find you, unless they think you’re dead.

Grisby: They’ll find you even on the smallest island in the South Seas.

Y a continuación vemos como parte de ese dinero es entregado ya a O’Hara, quedando pendiente el resto en manos de Grisby.

Grisby: That’s where I’m going to be, fella, on that smallest island.

Grisby: I’ll mail the rest to you after the murder.

De manera que la cifra 5.000 aparece una décima vez.

Y 5.000 por 10 hacen, finalmente, 50.000.


La vuelta al mundo en 80 días

volver al índice

De modo que 5.000 y 50.000 están tan profundamente emparentadas en The Lady from Shaghai que podrían fusionarse en esas 55.000 libras que fueran robadas del banco de Inglaterra en La vuelta al mundo en 80 días.

Pero si uno se toma la molestia de leer la novela de Verne se da cuenta de que la cifra 50.000 aparece por sí misma en un momento decisivo.

Cuando, en su vertiginoso viaje a través de los Estados Unidos, Phileas Fogg y sus compañeros llegan a Nueva York, han perdido, por sólo 45 minutos el barco que debía tomar para cruzar el Atlántico hasta el puerto de Liverpool.

Seguro que le llamó la atención a Welles que ese barco se llamara El China.

El caso es que Mr. Fogg no se arredra y decide alquilar un barco para que le conduzca hasta Inglaterra. Le hace la proposición al capitán Speedy, dueño del buque mercante Enriqueta.

Por cierto que en el diálogo vuelve a aparecer China:

«Fogg: ¿Queréis llevarme a Liverpool, a mí y a tres personas más?

««Capitán Speedy: ¡A Liverpool! ¿Por qué no a China?

«Fogg: Digo Liverpool.

«Capitán Speedy: No.»

Claro está, Speedy acepta finalmente.

Es un viaje interesante éste, pues dura 9 días:

«La “Enriqueta”, en los nueve días, contados desde el 12 de diciembre al 21, podía salvar las tres mil quinientas millas que separan a Nueva York de Liverpool.»

Pero las cosas se complican: la fuerte velocidad que Fogg impone al barco le lleva a un consumo excesivo de carbón y pronto constatan que no va a haber suficiente para toda la travesía.

Bastaría con eso para comprender como Welles podría reconocerse en Fogg: él mismo trabajaba siempre así, a máximo rendimiento, llevando siempre al límite su energía.

Y por cierto que Fogg, imperturbable, decide mantener la navegación a máxima velocidad y, llegado el momento, manda llamar al capitán Speedy:

«- Os he hecho venir para (…) rogaros que me vendáis vuestro buque.

«- ¡No, por mil pares de demonios, no!

«¡Es que voy a tener que quemarlo!

«-¡Quemar mi buque!

««- Sí, todo lo alto, porque estamos sin combustible.

«-¡Quemar mi buque! ¡Un buque que vale cincuenta mil dólares!

«- Aquí tenéis sesenta mil respondió Phileas Fogg, ofreciendo al capitán un paquete de billetes.

«Esto hizo un efecto prodigioso sobre Andrés Speedy. No se puede ser americano sin que la vista de sesenta mil dólares cause alguna sensación. El capitán olvidó por un momento la cólera, su encierro y todas las quejas contra el pasajero. ¡Su buque tenía veinte años, y este negocio podía hacerlo de oro! La bomba ya no podía estallar, porque mister Fogg te había quitado la mecha. (…)

«Y Andrés Speedy, tomando el paquete de billetes, los contó, haciéndolos desaparecer en el bolsillo.»

Pueden objetarme que es 60.000 la cifra que ofrece Fogg y que acepta Speedy.

Pero yo insistiré en que el valor de ese barco que resume toda la energía de Fogg/Wells es de 50.000, como, contra toda previsibilidad, afirma Speedy a continuación:

«Durante esta escena, Picaporte estaba descolorido. En cuanto a Fix, por poco le da un ataque se sangre. ¡Cerca de veinte mil libras gastadas, y aún dejaba Fogg al vendedor el casco y la máquina; es decir, casi el valor total del buque! Es verdad que la suma robada al Banco ascendía a cincuenta y cinco mil libras.

«Después de haberse metido el capitán el dinero en el bolsillo, le dijo mister Fogg:

«- No os asombréis de todo esto, porque habéis de saber que pierdo veinte mil libras si no estoy en Londres el 21 a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche. No llegué a tiempo al vapor de Nueva York, y como os negabais a llevarme a Liverpool…

«- Y bien hecho, por los cincuenta mil diablos del infierno exclamó Andrés Speedy, porque salgo ganando lo menos cuarenta mil dólares

Diablos, se trata de 50.000

Un hombre cabal Speedy: no confunde lo que vale algo con el precio que en situaciones de ventaja puede obtenerse de ello.

Por lo demás, es notable como en estos breves párrafos se concentran todas las cifras mayores de la novela: 55.000, 50.000, 20.000

Están, como ven, todas las cifras, pero está igualmente la diosa letal y la mujer sacrificada.

«(…) apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos cortadas. Estaba de pie sobre un gigante derribado que carecía de cabeza. (…)

«La diosa Kali dijo en voz baja, la diosa del amor y de la muerte. (…)

«Alrededor de la estatua se movía y agitaba, en convulsiones, un grupo de fakires, listados con bandas de ocre, cubiertos de incisiones cruciales que goteaban sangre, energúmenos estúpidos que en las ceremonias se precipitaban aún bajo las ruedas del carro de Jaggernaut.(…)

«-Un sutty, mister Fogg -respondió el brigadier general- es un sacrificio humano, pero voluntario.

«Esa mujer que acabáis de ver será quemada mañana en las primeras horas del día. (…)

«-¿Y el cadáver? -Preguntó mister Fogg.

«-Es el del príncipe su marido respondió el guía, un rajá (…) de Bundelkund.”»

Hemos visto como en The Lady from Shanghai hay dos mujeres opuestas por más que las encarne una sola actriz.

Y bien, en La vuelta al mundo en 80 días también hay sólo dos mujeres: una es la diosa Kali, la otra la joven viuda que ha de serle sacrificada.

Y por cierto que el sacrificio que la novela describe requiere la colocación de la víctima, tendida e inerte, sobre lo alto de la pira donde habrá de ser quemada junto al cadáver de su esposo:

«Phileas Fogg y sus compañeros lo siguieron, mezclándose entre las últimas filas de la multitud.

«Dos minutos después llegaban al borde del río y se detenían a menos de cincuenta pasos de la hoguera, sobre la cual estaba el cuerpo del rajá. Entre la semioscuridad vieron a la víctima absolutamente inerte, tendida junto al cadáver de su esposo.

«Después acercaron una tea, y la leña impregnada de aceite se inflamó inmediatamente.»

De modo que la novela explícita ese fantasma sacrificial que hemos encontrado en la película.

La diferencia es, desde luego, que en la novela la víctima es salvada, mientras que en la película, como vimos el último día, el sacrificio es consumado.

De modo que es justo al revés de lo que Welles dijo tantas veces: es la película la que contiene la más íntima verdad.

Una intuición: ¿pasaría La vuelta al mundo en 80 días el viaje por Shangai?

Y sin embargo, cuando uno se pone a leer la novela, al llegar a su capítulo 3, se lleva una decepción.

«De Londres a Suez por el Monte Cenis y Brindisi, ferrocarril y vapores 7

«De Suez a Bombay, vapores 18

«De Bombay a Calcuta, ferrocarril 8

«De Calcuta a Hong Kong (China), vapores 13

«De Hong Kong a Yokohama (Japón), vapor 6

«De Yokohama a San Francisco, vapor 22

«De San Francisco a Nueva York, ferrocarril 7

«De Nueva York a Londres, vapor y ferrocarril 9

«TOTAL 80»

[Julio Verne: La vuelta al mundo en 80 días, Capítulo 3]

Pero es una decepción errónea.

O sólo lo es para los que se rinden antes y dejan de leer la novela a la altura de ese capítulo 3.

Es necesario aguantar hasta el capítulo 20 para constatar que Fogg y sus compañeros pierden el barco que sale de Hong Kong hacia Yokohama.

El piloto de un barco al que consulta le da entonces una solución inesperada:

«Pero añadió el piloto, habría, quizá, medio de arreglar la cosa de otro modo. (…)

«¿Cómo? preguntó Phileas Fogg.

«Yendo a Nagasaki, en la punta meridional del Japón, mil cien millas, o a Shangai, ochocientas millas de Hong Kong. (…)

«Piloto dijo Phileas Fogg, en Yokohama es donde debo tomar el correo americano, y no en Shangai ni en Nagasaki.

«¿Por qué no? repuso el piloto. El vapor de San Francisco no sale de Yokohama, sino que hace allí escala, así como en Nagasaki, siendo Shangai su punto de partida

De modo que se embarcan rumbo a Shangai, con el fin de tomar allí el vapor de San Franisco.

Y según se van acercando a Shangai, el barco se interna en una tempestad descrita por la novela como terrible y espantosa.

La gran tormenta de la escena primaria.

Cuando al amanecer se encuentran próximos al puerto de la ciudad, contemplan al vapor que ya ha iniciado su viaje. Pero Fogg logra interceptarlo y subir a él para viajar desde allí hasta Yokohama.

De modo que Shangai y Nagasaki constituyen la parte sumergida del itinerario.

«De Londres a Suez por el Monte Cenis y Brindisi, ferrocarril y vapores 7

«De Suez a Bombay, vapores 18

«”>«De Bombay a Calcuta, ferrocarril 8

«De Calcuta a Hong Kong (China), vapores 13

«De Hong Kong a Yokohama (Japón), vapor 6

[Shangai y Nagasaki]

«San Francisco, vapor 22

«De San Francisco a Nueva York, ferrocarril 7

«De Nueva York a Londres, vapor y ferrocarril 9

«TOTAL 80»

Y atiendan a lo más asombroso: sucede que Nagasaki es un significante decisivo en la vida de Welles.
 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

26. El laberinto de los espejos

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 30/05/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


El laberinto de espejos de la Imago Primordial

volver al índice


En la psicosis, no sólo el mundo, el cuerpo mismo es vivido como algo inestable, de límites variables y confusos, sometido a las más desazonantes transformaciones.

>

Y, en el mundo loco de Michael O’Hara, sólo hay una referencia indiscutible.


Elsa: In here. We’re less likely to be heard.

Michael: I thought it was only your husband you wanted to kill.

Y Elsa tiene mil caras, y sus mil caras llenan todo el espacio.

Estamos hablando de la Imago Primordial.

Elsa: Why don’t you try to understand?

Elsa: George was supposed to take care of Arthur…

¿Han notado la distorsión espacial que acaba de producirse, eso que no encaja en el espacio?

Retrocedamos:

Elsa: In here. We’re less likely to be heard.


Michael: I thought it was only your husband you wanted to kill.

¿Cómo es posible que, cuando él entra, ella ya estuviera en el laberinto de los espejos?

Pues Michael no ha entrado todavía en él, sino que es precisamente en este momento cuando está haciéndolo.


De modo que él se desplaza, sale de una habitación y entra en otra.

Ella, sin embargo, no se mueve.

Elsa: Why don’t you try to understand?

Es decir: ella es el laberinto de los espejos.

Les va a ser difícil encontrar una descripción mejor de la Imago Primordial.

Elsa: George was supposed to take care of Arthur…

Y frente a ella, también él se multiplica en cascada.

Pero nunca tanto como ella.

Elsa: but he lost his silly head and shot Broome.

Observen como de su frente parecen nacer esas infinitas réplicas de ella misma que se extienden hasta el infinito.

Elsa: After that, I knew I couldn’t trust him.

Elsa: He was mad.

Elsa: He had to be shot.

Estaba loco: él.

¿Y yo?

Michael: And what about me?

Elsa: We could have gone off together.

Pero lo más desconcertante de la secuencia es como esa mujer que es la más bella, esa que llena el universo entero, de pronto, entre sus mil imágenes, devuelve también esta otra: la de un ser alienado, idiotizado.

Michael: Into the sunrise?

Michael: You and me? Or you and Grisby?

Elsa: I love you.

Y bien ésta, la Rita enferma, es la que le ama.

Michael: “One who follows his nature keeps his original nature in the end.”

Michael: But haven’t you heard ever of something better to follow?

Hasta convertirse en una muñeca rota, en una suerte de autómata que está a punto de dejar de funcionar.

Elsa: No.


Emergen entonces los bastones brillantes.

Y ella parece revivir.

Bannister: I knew I’d find you two together.

Bannister: If I hadn’t, Elsa, I might have gone on playing it your way.

Bannister: You didn’t know that, but you did plan for me to follow you.

Y es entonces el patético padre deforme el que lo invade todo.

Elsa: You’ve been drinking.

Oímos a la madre de Welles echando en cara a Dick su alcoholismo.

Bannister: I presume you think that if you murder me here…

Y nos es dado ver la mirada que marchita.

Bannister: your sailor friend will get the blame,

Y se pone en boca del padre la acusación a la madre de haber implicado al hijo en su asesinato.

Bannister: and you’ll be free to spend my money.

Y se literaliza algo de lo que he venido hablándoles desde hace tiempo: como el padre patético lo es en tanto visto desde la mirada de ella.

La diferencia de tamaño entre ambos indica su respectiva relevancia.

Bannister: Well, dear, you aren’t the only one who wants me to die.

Bannister: Our good friend, the district attorney is just itching to open a letter that I left with him.

Ahora están los tres en imagen.

Pero ninguna fórmula, ninguna estructura es posible.

No hay lugar posible para el sujeto.

Es decir: no hay lugar diferencial posible para el sujeto.

Bannister: The letter tells all about you, Lover…

Bannister: so you’d be foolish to fire that gun.

Bannister: With these mirrors, it’s difficult to tell. You are aiming at me, aren’t you?

El padre aparece partido por la mitad, dividido en dos mitades que orbitan en torno a ella.

Bannister: I’m aiming at you, Lover!


Sólo a ella le es concedido el privilegio de aparecer sola en imagen sin desdoblamiento alguno.

De modo que ella es el centro absoluto de este laberinto loco y sin centro.

Bannister: Of course, killing you is killing myself.

Bannister, en cambio, está emparedado entre la mirada de ella y la pistola de ella.

Bannister: It’s the same thing.

Declarando hasta qué extremo su sometimiento a ella responde a su identificación con ella.



Bannister: But, you know, I’m pretty tired of both of us.

Les dije: en ausencia de función simbólica paterna, el mundo se deshace.

Podemos añadir ahora: se deshace en un laberinto de espejos que estallan una y otra vez en mil pedazos.



Elsa: He and George…

Próxima a la muerte, Elsa se arrastra…

¿Cómo qué les parece que se arrastra?

Elsa: and now me.

Mientras, al fondo, a la debida distancia, el poeta recita sus palabras autoexculpatorias.

Michael: Like the sharks, mad with their own blood

Michael: chewing away at their own selves.

Elsa: It’s true.


Elsa: I made a lot of mistakes.

Michael: You said the world’s bad. We can’t run away from the badness and you’re right there. But you said we can’t fight it.


Vuelto de espaldas, casi difuminado, pero en cualquier caso presente, el poeta niega el contacto a esa mujer que -plástica, compositivamente- se muestra gigantesca para él.

Michael: We must deal with the badness, make terms. And didn’t the badness deal with you and make its own terms in the end, surely?

Elsa: You can fight, but what good is it?

Elsa: Goodbye.

Michael: Do you mean we can’t win?

Elsa: No, we can’t win.

Elsa: Give my love to the sunrise.

Michael: We can’t lose either, only if we quit.

Elsa: And you’re not going to?

Michael: Not again.

Elsa: Oh, Michael.

Elsa: I’m afraid.


Elsa: Michael, come back here!

Elsa: Michael, please!

¿No les parece que ella, esa mujer asustada y desesperada -otra vez la disociación- se arrastra como un dragón?

Elsa: I don’t want to die!

Elsa: I don’t want to die!

¿Y si les dijera que estos podrían ser los dientes del dragón?


La vuelta al mundo en 80 días

volver al índice

«- Cahiers du Cinema: En sus películas la parte visual es extraordinaria.

«- Welles: De acuerdo, pero no podría hacerlas sin el fundamento de la palabra como base para construir las imágenes. Lo que sucede es que luego, al rodar, los componentes visuales oscurecen las palabras. El clásico ejemplo de esto es La dama de Shangai con su secuencia del acuario. La escena resultaba tan interesante a la vista, que apenas nadie oía lo que se decía. y lo que hablaban era el meollo mismo del film. El argumento era tan pesado que me dije: ‘Tengamos algo hermoso que mirar’. y desde luego la escena era visualmente bella. De esa película lo que no me gusta nada son los primeros diez minutos. Eran horribles. Cuando pienso en ellos tengo la impresión de que no están hechos por mí. Se parecen a cualquier película de Hollywood. Y no sé por qué. Pero resultaron así de estúpidos. Creo que ya conocen la historia de La dama de Shangai: yo trabajaba en esa idea de teatro espectacular que era La vuelta al mundo en 80 días, que originariamente iba a ser producida por Michael Todd. Pero de la noche a la mañana, éste se arruinó y me encontré en Boston el día del estreno sin poder retirar el vestuario de la estación de ferrocarril porque las deudas ascendían a 50.000 dólares. Sin ese dinero no podríamos estrenar. En aquel tiempo yo ya estaba separado de Rita y ni siquiera nos hablábamos. No tenía la menor intención de hacer una película con ella. Puse una conferencia a Harry Cohn, el jefe de Columbia y le dije: ‘Tengo una historia extraordinaria; si me envías por cable 50.000 dólares dentro de una hora te firmo un contrato para hacerla’. Cohn preguntó: ‘ ¿Qué historia?’. Yo ya estaba telefoneando desde la taquilla del teatro y al lado había un anaquel con novelas de bolsillo. Una de ellas se llamaba The Lady from Shanghai. Le dije: ‘Compra esa novela y yo haré la película’. Una hora después nos llegaba el dinero. Leí el libro y era horrible.”»

[Cahiers du Cinéma: entrevista con Orson Welles, 1958]

Conocen, en parte, lo que esta cita contiene.

Y es que esta historia la contó Welles un montón de veces.

Pero si esta variante es especialmente interesante, lo es porque en ella se manifiesta nítidamente el interés, si no la obsesión, de Welles por contarla.

Como ven, los entrevistadores no le han preguntado por The Lady from Shanghai.

Es él el que se empeña en hablar de ella. Sólo él se empeña en hablar mal de esa secuencia del comienzo de The Lady from Shanghai por la que nadie le ha preguntado: De esa película lo que no me gusta nada son los primeros diez minutos. Eran horribles. Cuando pienso en ellos tengo la impresión de que no están hechos por mí. Se parecen a cualquier película de Hollywood. Y no sé por qué. Pero resultaron así de estúpidos.

Y nos deja ver por qué fue una intensa sensación de extrañamiento la que le llevó a no firmarla como director: Cuando pienso en (esos primero diez minutos) tengo la impresión de que no están hechos por mí.

Como si los hubiera realizado en un particular estado de alienación.

Y tiene, por lo demás, plena consciencia de que la historia que va a contar otra vez la ha contado ya un montón de veces –Creo que ya conocen la historia de La dama de Shanghai.

Así, como les decía el otro día, ello nos conduce a esa novela que Welles se empeñó en poner en escena: La vuelta al mundo en 80 días. Y lo que sigue es esa fantasía sobre como obtuvo de Harry Cohn esos 50.000 dólares.

Y por cierto que también en esta enésima versión de la historia, la mentira queda anotada en la afirmación, esta vez literal, de que la novela escogida para ser adaptada se llamaba The Lady from Shanghai –Yo ya estaba telefoneando desde la taquilla del teatro y al lado había un anaquel con novelas de bolsillo. Una de ellas se llamaba The Lady from Shanghai.

Pero claro, no: se llamaba Si muero antes de despertar.

Un título que nombra bien ese estado de alienación en el que, nos acaba de decir Welles, se sintió cuando rodaba aquellos primeros diez minutos.

Lo que también tienen que ver con La vuelta al mundo en 80 días, pues su protagonista, Phileas Fogg, también corre el peligro de morir antes de despertar, ya que, como también les decía el otro día, se desplaza por el mundo como un sonámbulo que sólo presta atención a los cálculos horarios, kilométricos, y a aquellos otros a los que le obligan sus permanentes partidas de cartas.

Por más que, todo hay que decirlo, la novela es bastante mala y que por eso casi nada deja atisbar del drama que late en un personaje así, del que la superficialidad de Verne sólo nos devuelve el aspecto externo del tópico británico, elegante y escéptico, frío y puntual.

Y está también, claro, lo otro: que Phileas Fogg está a punto de arruinarse tanto como Michael Todd y como el propio Welles.

Les anticipé al final de la sesión del último día que esta novela de Julio Verne contiene en su título esa cifra –80– que tan notablemente se liga al acto fallido de Welles cuando afirma que la tarta de su cumpleaños el año de la muerte de su madre contenía 8 y no 9 velas, cuando sabemos a ciencia cierta que esa muerte se produjo a los 9 años del cineasta.

«”The lunatic, the lover, and the poet

«Are of imagination all compact.”

«Those great shining eyes looked dark by the light of the eight small candles. I can remember now what I was thinking. I thought how green those eyes had always been when it was sunny.

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)

«”That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

«She was a sorceress.»

Y bien, ¿qué puede significar eso sino que esa muerte real no ha terminado de producirse subjetivamente y que, por eso, el fantasma de esa madre sigue siempre vivo?

Pero hay que añadir ahora que esa novela tanto como el espectáculo que Welles quería crear a partir de ella, se halla directa e insistentemente ligada a otra cifra: esos 50.000 dólares en los que cifraba las deudas que impedían su estreno –Michael Todd (…) se arruinó y me encontré en Boston el día del estreno sin poder retirar el vestuario de la estación de ferrocarril porque las deudas ascendían a 50.000 dólares. (…) Tengo una historia extraordinaria; si me envías por cable 50.000 dólares dentro de una hora…

¿Cuál es la relación entre The Lady from Shanghai y La vuelta al mundo en 80 días?

Mientras que Welles, mintiendo, decía que había escogido The Lady from Shanghai por casualidad, decía igualmente que La vuelta al mundo en 80 días era un proyecto muy querido para él.

Desde luego, una de las cosas más llamativas de La vuelta al mundo en 80 días es la extraordinaria abundancia de cifras que contiene.

Fechas, días, horas, kilómetros… lo llenan todo en una novela cuyo motivo es la apuesta de un gentleman inglés de que es capaz de dar la vuelta al mundo en 80 días.

Resulta inevitable hablar de cifras, pues La vuelta al mundo en 80 días comienza así:

«En el año 1872, la casa número 7 de Saville Row, Burlington Gardens donde murió Sheridan en 1814 estaba habitada por Phileas Fogg, quien a pesar de que parecía haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atención, era uno de los miembros más notables y singulares del Reform Club de Londres.»

¿Cómo podría no haberse sentido Welles directamente concernido por una novela que comienza así, con esas dos fechas?

Pues 1872 es el año de nacimiento de su padre, Richard Head Welles.

Y 1814 es el año en el que, en Río de Janeiro, fue concebido el propio George Orson Welles, quien nació, obviamente, un año después el 6 de mayo de 1915.

Y no hay duda, por lo demás, de que Phileas Fogg era el indiscutible gentleman inglés que a Dick Welles le hubiera gustado ser.

No menos notable es que el agobiante viaje alrededor del mundo acabe en diciembre: el mes en que murió el padre de Wells.

Pues Dick Welles murió el 28 de diciembre 1930.

Y el viaje de Phileas Fogg concluye el 20 de diciembre 1872.

En cierto modo, pues, 8 días antes de la muerte del padre.

8 días antes que en cierto modo parecen escritos en esos 80 días del título.

Y está, además, ese motivo central de la novela que es la angustia de llegar tarde.

Como saben, al llegar a Londres Fogg cree haber perdido la apuesta, pues ignora que, al dar la vuelta al mundo en dirección Este, ha ganado un día.

Por tanto, cuando se cree derrotado y arruinado, pues ha apostado toda su fortuna, recibe la sorpresa de haber llegado a tiempo.

No hay duda entonces de que, para Welles, Phileas Fogg, como Kane, era menos una imagen embellecida del padre que una imagen de sí mismo.

Late para él, en la fascinación de la novela, la fantasía de haber llegado a tiempo a despedirse del padre. Como también la obsesión por cerrar el círculo mágico que se detiene antes de la muerte de la madre.

Pues bien, en ese mar de cifras que es La vuelta al mundo en 80 días, destacan básicamente dos.

Por una parte, las 20.000 libras que ha apostado Fogg y que constituyen toda su fortuna. Por otra, la que aparece en un oscuro robo al Banco de Inglaterra del que informan los periódicos el mismo día de la apuesta:

«El suceso de que se trataba, y sobre el cual los diferentes periódicos del Reino Unido discutían acaloradamente, se había realizado tres días antes, el 29 de septiembre. Un legajo de billetes de banco que formaba la enorme cantidad de cincuenta y cinco mil libras, había sido sustraído de la mesa del cajero principal del Banco de Inglaterra

La cosa tendrá su importancia, pues Phileas Fogg será erróneamente acusado de ese robo, lo que dificultará seriamente el que gane su apuesta.

Y bien: la cantidad robada es notable: 55.000 libras.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

25. La muerte de la madre

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 23/05/2008 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Brief Career As A Musical Prodigy

volver al índice

Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983:

«Violonist, pianist … child conductor …

«This last was pretty much of a fake. By the time I was seven I was reading through the scores and waving my little baton in the presence of such people as Heifetz, Casals, Schnabel, Wallenstein and Mischa Ellman, when they gathered informally in chamber groups in my mother’s house. Her own professional life was frustrated by long illness, but just about everybody was in love with her, so the celebrated musicians, when they came to visit and play, were kind enough to pretend that the midget Von Karajan in front of them was not (as I must truly have been) a damned nuisance.

«I find it strange that my mother indulged me in this since she indulged in nothing else. She was not the musical version of a stage mother, but waas simply resolved that whatever I did had to be good if it was to be done at all, and I was made to practice hours on end every day.

«Once, distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales, I attempted suicide.

«What I really wanted to end, of course, was not my life but the scales, and I did place myself in a position of imminent peril on the outside of one of those railings in the Ritz some two and a half stories above the Place Vendome. I hung there listening to the wretched spinster lady who’d been engaged to supervise my practice calling hysterically for my mother in an adjoining room.

«Pause … Then my mother’s voice:

««”Well”, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

«The truth is her heart was in her mouth. She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos. (“Now they’ll be sorry.”) She also imagined that a child could have no significant sense of the reality of death.

«But in this she was mistaken. I knew very well that she was going to die, and how real that would be, and how very soon it would happen. Whenever she left me, the moment the door had closed, I would burst into tears, afraid that I would never see her again.

«But she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

«Later, my mother told me that she stood still all that time in the hall outside the room with the piano. By the sheer force of her formidable character she persuaded the spinster lady to muffle her whimpering… Then, finally, there came to her ears the sound she’d been waiting for:

«”Do-re-mi-fa-sol…”

«My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.

«The last time I was allowed to visit her…

«It must have cost great effort and much pain to have let me find her sitting up in bed. And how much like her it was to have arranged it so that our farewell in that black room was made to seem like the high point of my birthday party.

«I heard that cello voice: “Well, now, Georgie-Porgie…”

«I’d just learned that I’d been baptized “George” -that “Orson was a mere middle name, and had reacted tragically to the revelation.

«My father had said, “Hell, we had to call you ‘Orson’ – every damned pullman porter in the country in named ‘George’.”

«My gangsterish little friends in the neighborhood had taken up the maddening chant:

«”Georgie-Porgie, puddin’ and pie,

«Kissed the girls and made them cry!”

«The first line of the hateful couplet seemed to sum up the chubbly chubby little grub larva I knew myself to be, but I rather liked the part about kissing

«Mother, who knew about that awful jingle, was teasing me – as she so often liked to do.

«Then I heard her again, a voice in the shadows, speaking Shakespeare:

«”These antique fables apprehend,

«More than cool reason ever comprehends.”

«The quotation – spoken, consolingly, came from her choice of a primer when she was first teaching me to read. “A Midsummer Night’s Dream” is not the easiest way to start spelling out one’s first written words, but “Why,” she demanded, “should a person at his most impressionable age be shovelled into the sordid company of ‘Auntie’s Nice Kitty-Cat,’ and ‘Little Sister’s Silly Red Ball’?”

«I was marinated in poetry, and to learn right at the beginning, “a sense of awe, delight and wonder.”

«And now she was holding me in one of her looks. Some of these could be quite terrible. I’d seen my father wither under them into a crisp, brown winter’s leaf.

«”The lunatic, the lover, and the poet

«Are of imagination all compact.”

«Those great shining eyes looked dark by the light of the eight small candles. I can remember now what I was thinking. I thought how green those eyes had always been when it was sunny.

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)

«Mother had told me that because it was just six o’clock in the morning: time for everyone to start to work in the factories, whistles and bells had all starded blowing at once, like heralds, at the moment of my birth.

«”That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

«She was a sorceress.

«”You must puff hard,” she said, “and you must blow out every one of them. And you must make a wish.”

«I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

«Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.»


Una mujer absolutamente inalcanzable y absolutamente insatisfecha

volver al índice

Lo que nos conduce, necesariamente, aquí:


Anochece. En ausencia de la menor brisa, el barco se halla detenido en mar abierto.

En el centro absoluto de la cubierta, del todo confundida con el espacio escénico, se encuentra Elsa, a la vez elevada y yaciente, absolutamente visible y absolutamente intocable.

Bannister: Michael.

Michael: Yes, sir.

¿No les parece que podría estar muerta?

Y literalmente a sus pies, por debajo del nivel que sus espléndidas piernas definen, los tres personajes masculinos.

Bannister: Michael, Mr. Grisby has told me something I’m very sorry to hear.

George toca el piano y marca la letra.

Elsa: “But if you kiss me”

Bannister: Lover, this really concerns you more than anyone else.


Y ella, ¿no es como si estuviera muerta?

Grisby: “Don’t take your arms away”

¿Por qué si Georges suda tan ostensiblemente


Michael no suda en absoluto?

Parece mortalmente pálido.

Bannister: According to George here, Michael is anxious to quit.

«Welles: For thirty years people have been asking me how I reconcile X with Y! The truthful answer is that I don’t. Everything about me is a contradiction, and so is everything about everybody else. We are made out of oppositions; we live between two poles. There’s a philistine and an aesthete in all of us, and a murderer and a saint. You don’t reconcile the poles. You just recognise them.»

[Kenneth Tynan, The World of Orson Welles, 1967]

Welles, gracias al trabajo artístico, pudo dar salida a las dos formas extremas que nacían de la escisión radical que lo atravesaba.


Y de hecho, cuando comparte plano con George, también Michael suda intensamente.

Bannister: Did you know about that, Lover?

La que no suda nada en absoluto es ella.

Elsa: No, I didn’t.

Bannister: Shut up, George.

¿Y por qué Michael a veces suda y a veces no?

¿Fallo de raccord?

Bannister: What’s the matter, hours too long?

Tiene lugar entonces, en el diálogo, una referencia casi directa a La vuelta al mundo en 80 días:

Michael: No, sir.

Bannister: How about the money?

Michael: I don’t care about that.

Bannister: So money doesn’t interest you, Michael? Are you independently wealthy?

Michael: I’m independent.

Bannister: Of money? Before you write that novel, you’d better learn something.

Bannister: You’ve been travelling the world too much to find out about it.

Y especialmente a su protagonista, Phileas Fogg, ese gentleman que -como Orson Welles, ¿será por eso que no suda?- atraviesa el mundo a toda velocidad sin percibir nada de él.

Que nunca se acalora, que no suda en absoluto.

Quien sí suda, y a chorros, es, insistamos en ello, Grisby.

Grisby: That’s good, Arthur.

Habla entonces el poeta:

Michael: Well, sir… I’ve always found it very sanitary to be broke.

El cineasta aplaude la frase:

Grisby: That’s good, too, Arthur.

Y el productor impone orden:

Bannister: Shut up, George.


Y explica el valor del dinero.

Bannister: Money cannot bring you health and happiness, etcetera. Is that it?


Bannister: Without money, I’d be flat on my back in the ward of a county hospital. Look at this yacht. It once belonged to Jules Bachrach.

El valor del dinero: esa era la obsesión mayor del padre de Welles, quien se desinteresaba por los valores artísticos a los que su esposa concedía la mayor importancia.

Bannister: The great Bachrach, who kept me out of his club because my mother was a Manchester Greek.

Desde luego, sin el dinero de la Columbia que Larry Cohn administraba, no hubiera sido posible alquilar a Errol Flynn el suntuoso yate en el que no sólo se rodó el film en el golfo de México, sino también en el que, con la compañía del propio Errol Flyn, se celebraron esas suntuosas fiestas durante el rodaje de las que ya les hablé en alguna ocasión.

Bannister: I got him on perjury.

¿Y este extraordinario plano, todo él lleno por la cara bañada de sudor de Grisby?

¿Tendrá algo que ver con ese perjurio del que se habla? Y ya saben que el perjurio consiste en jurar en falso, que es lo que había hecho Welles, también él artista, como el tal Bacharach, con respecto a la promesa hecha al padre poco antes de su muerte.

Bannister: He died bankrupt. And here I am.

A estas alturas resulta imposible atribuir ese contraste relativo a la presencia y la ausencia del sudor a un fallo de raccord.

Evidentemente se trata de otra pincelada de esa disociación radical que es la que opone a Michael y Grisby.

Como si uno fuera el adulto que entendiera todo lo que se dice y el otro fuera el niño, el marinerito, que no entendiera nada.

Y bien, en un momento dado, ella, la estrella, el cadáver resplandeciente, pide fuego, pues tiene en la mano ese cigarrillo sin encender que recorre toda la película:

Elsa: George.

I heard that cello voice: “Well, now, Georgie-Porgie…”

Deberían leer Georgie Porgie, ese relato breve de Kipling que, sorprendentemente, cuenta una historia muy parecida a la de Madame Butterflay.

Bannister: Each man has his own idea of happiness, of course.

Grisby: I haven’t matches.


Bannister: But money is what all of us have in common.

George dice que no tiene cerillas.

Y los dos rostros del film en los que se despliega Welles comparecen literalmente a los pies de la diosa.

En un momento en el que de lo que se trata puede ser de encender su cigarrillo tanto como de apagar las velas de la tarta del cumpleaños de la última despedida.

Bannister: Take Bessie here. She used to work for Bachrach. I pay her more, don’t I, Bessie?

Bessie: Yes, Mr. Bannister.

Bannister: Her salary means happiness. It means a home three rooms for two families. Bessie’s a grandmother, a widow. Only one of the boys works. Right, Bessie?

Bessie: Yes, sir.

Bannister: Yes, of course it is.

El subrayado sometimiento servil de Bessie ante Bannister encuentra su réplica, en imagen, en el equivalente del poeta hacia la estrella a través del cineasta.

Bannister: So Bessie goes to church every Sunday she gets off…

Bannister: and prays to God she’ll never be too old to earn the salary I pay her.

Y de la importancia de esta tortuosa circulación del fuego y del cigarrillo es testigo el insólito punto de vista cenital que se introduce entonces:

Un punto de vista cenital que nos muestra a una mujer absolutamente inalcanzable y absolutamente insatisfecha.

Bannister: Sing it for us again, Lover.

Michael: Why do you stand for that, Bessie? I’m quitting. Why don’t you?

Bessie: You heard him, Mr. Poet.

«The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.”

Y así empezamos a percibir presentes en la escena todos los elementos de esa otra escena que fue la de la muerte de la madre.

Bessie: I need the money.

Michael: Talk of money and murder. I must be insane.

Michael: Or else all these people are lunatics.

«”The lunatic, the lover, and the poet
Are of imagination all compact.»


Bessie: That’s why I can’t leave. That poor little child he married.

Bessie: Somebody’s got to take care of her.

Elsa: “Don’t hold me


Elsa: “But if you hold me




Elsa: “Don’t take your arms away


Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “Please don’t love me

«The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.»

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Podría ser una despedida definitiva.

Pero podría ser igualmente, un abrazo definitivo.

Elsa: “away”

Son estos términos contradictorios, desde luego, pero no lo son menos los de la letra de la canción:

Elsa: “Don’t hold me But if you hold me Don’t take your arms away

«She was a sorceress.»

¿Cómo prefieren traducirlo?

¿Como hechicera o como bruja? En cualquier caso sus poderes hipnotizan a toda la tripulación del barco.

Elsa: Comes a change in weather,

Se habla del tiempo, pues se habla del paso del tiempo, del cambio de los sentimientos.

Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “And who knows when the rain Will start?

De las lágrimas.

Y se retorna al enunciado contradictorio, que finalmente devuelve la lógica extrema de la nada o del todo.

Elsa: “Please don’t love me

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

¿Como podría evitarse la sensación de que ella está muriendo ahora?

Elsa: “away”

Es decir, que está muriendo siempre, pues la escena permanece siempre inconclusa en el relato que de que ella nos ofreció Welles:

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.

«She was a sorceress.

«You must puff hard,” she said, “and you must blow out every one of them. And you must make a wish.

«I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

«Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.»

¿Llegó a haber abrazo en aquella despedida entre la madre y el hijo?

Todo parece indicar que no: Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.

Pues todo parece indicar que el cineasta siguió siempre, en sus noches desveladas, arrepintiéndose de no haber sido capaz de pensar un deseo.

Aunque esta vez conviene incurrir en un anglicismo en la traducción y decir: hacer un deseo, pues de eso precisamente se trata.

Quizás nos encontremos ante el núcleo del eterno insomnio wellesiano.

Todo parece indicar, por tanto, que no llego a haber abrazo.

Es más, en cierto modo, eso está escrito ahí: I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

El sopló sin haber llegado a hacer un deseo y de pronto la habitación se oscureció y mi madre desapareció para siempre.

Elsa: “But, if you love me


Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Elsa: “away”

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.»

Me decía, cuando trabajaba en esta secuencia, que era una pena que la palabra inglesa candle no tuviera el doble sentido de la palabra española vela, que nombra a la vez las velas del velero (sail) y las velas que alumbran (candle).

Pues en tal caso las velas de la escena, esas velas de cumpleaños que cubren la tarta, hubieran encontrado su expresión a través de las velas del velero.

Claro está, no es así, el inglés no lo permite. Y sin embargo…

Sin embargo, dándole vueltas a la cuestión comprendí porque Michael O’Hara es marinero. Pues el marinero es un sailor. Es decir, un hombre de velas. Y las velas permiten navegar cuando el viento sopla sobre ellas.

De modo que un marinero es alguien todo él entregado a ese soplido, aun cuando él mismo, sin embargo, no pueda provocarlo.

Y ni que decir tiene, esta escena tiene lugar en un calmo atardecer caribeño en el que no sopla el más mínimo viento.

Para que el viento sople y haga navegar la embarcación hace falta que un dios lo ordene, nada puede hacer en eso un simple marinero. Y mucho menos un marinerito que se sabe visto como un estúpido y al que sin embargo se le exige que sea un genio.

¿Qué por qué digo que se sabe visto como un estúpido?

Porque así se lo dice su madre, una y otra vez:

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

Esa estúpida tarta de cumpleaños –That stupid birthday cake- es, para su madre, él mismo: Georgie-Porgie, puddin’ and pie, Kissed the girls and made them cry!”

«The first line of the hateful couplet seemed to sum up the chubbly chubby little grub larva I knew myself to be, but I rather liked the part about kissing girls.

«Mother, who knew about that awful jingle, was teasing me – as she so often liked to do.


La primera escena de suicidio

volver al índice

¿Cómo no acordarse entonces de ese primer intento de suicidio del marinerito Welles, cuando intentaba huir a la desesperada de la exigencia materna de que de él, no más que un estúpido Georgie-Porkie, saliera nada menos que un niño prodigio de la música?

«Once, distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales, I attempted suicide.

«What I really wanted to end, of course, was not my life but the scales, and I did place myself in a position of imminent peril on the outside of one of those railings in the Ritz some two and a half stories above the Place Vendome. I hung there listening to the wretched spinster lady who’d been engaged to supervise my practice calling hysterically for my mother in an adjoining room.

«Pause … Then my mother’s voice:

«”Well“, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

«The truth is her heart was in her mouth. She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos. (“Now they’ll be sorry.”) She also imagined that a child could have no significant sense of the reality of death.

«But in this she was mistaken. I knew very well that she was going to die, and how real that would be, and how very soon it would happen. Whenever she left me, the moment the door had closed, I would burst into tears, afraid that I would never see her again. «But she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

«Later, my mother told me that she stood still all that time in the hall outside the room with the piano. By the sheer force of her formidable character she persuaded the spinster lady to muffle her whimpering… Then, finally, there came to her ears the sound she’d been waiting for:

«”Do-re-mi-fa-sol…”

«My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.»

Me contaba Ana María, en el correo en el que nos envió la traducción del texto que ustedes conocen, la extrema dificultad que le había supuesto la enrevesada escritura de Welles.

Tiene razón, desde luego, pero la tiene, especialmente, aquí.

Pues si recuerdan el texto, escrito simultáneamente, dedicado a la muerte del padre, recordarán también que era mucho más sencillo en su escritura, mucho más fácil de traducir.

Lo que indica que el carácter extraordinariamente enrevesado de la escritura de este texto -muy próxima en su enrevesamiento, dicho sea de paso, a la de los Escritos de Lacan- es en sí mismo revelador de la extraordinaria dificultad que hubo de suponer siempre para él su relación con su madre.

En su punto de partida hay una neta vivencia de enloquecimiento ante la demanda materna: distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales.

¿Y cómo no sentirnos impresionados ante el brutal enunciado materno que la ha generado? –Bien, si quiere saltar, que salte. –Well“, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

Es decir: si no es capaz de ser un genio, si sólo va a ser ese estúpido regordete de Georgie-Porgie, que salte y me deje en paz de una vez.

Y no menos terrible es la certidumbre de ambos de que la cosa iba en serio, de que se trataba de una auténtica tentativa de suicidio de ese niño que todavía no había cumplido los 9 años:

«She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos.

«she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

Y el reconocimiento de la pura fuerza de su formidable carácter que hacía de ella, siempre, una ganadora –By the sheer force of her formidable character.

Y la formulación final del doble vínculo con el que le atrapaba: ella, la ganadora, era tan dura en sus decisiones como tierna de corazón –My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.

Podríamos estar escuchando a ese señor de Winter que fue Alfred Hitchcock hablando de su madre bajo el nombre de Rebeca.

De modo que todo parece indicar que, uno como otro, las odiaban tan intensamente como las amaban, por más que no fueran capaces de confesarse a sí mismos ese odio.

Ahora bien, ¿por qué dice Welles que en esa tarta sólo había 8 velas si, cuando su madre murió él ya había cumplido los 9 años?

«”The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.”

«Those great shining eyes looked dark by the light of the eight small candles. I can remember now what I was thinking. I thought how green those eyes had always been when it was sunny.

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)

««”That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

«She was a sorceress.”»

Como ven, hay en ello un motivo sobrado para leer La vuelta a mundo en 80 días.

Pues el 0 de 80, tanto como la propia vuelta al mundo, pueden ser círculos mágicos que nos expliquen el motivo que late en el insidioso deslizamiento de la palabra changeling ahí.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

24. Lo inverosímil y lo verdadero. Una performance en honor a a la diosa

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 23/05/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


No rige ninguna ley

volver al índice

Está prohibido fumar en los juzgados de San Francisco.

Bannister: You know my associate, Mr. Seeley, dear.

Elsa: Hello.

Pero Bannister no ve problema en hacerlo.

Bannister: He’s arranged for your pass into the jail. It’s in the building. Should he take you?

Elsa: I’d rather go by myself.

Bannister: All right, Seeley. I’ll join you in the office.

Seeley: Okay, Mr. Bannister.

Seeley: Excuse me, Mrs. Bannister.

El cartel crece de tamaño, sin embargo, en lo que sigue. Pero Ninguna prohibición reina en este universo.

Bannister: You want to be alone with Michael?

Elsa: It was your idea.

Judge: Morning, Bannister.

Por eso el juez ni se inmuta aun cuando su sombra pase frente a ese cartel, tanto como el propio juez que está ahí mirando, necesariamente, hacia él.

Bannister: Morning, Judge. Is your boy still in the hospital?

Judge: Been home since Tuesday.

Bannister: Well, that’s fine, Judge.

Judge: thaks.

Elsa: Wasn’t it your idea?

Bannister: Yes, Lover?

Bannister: Oh, I beg your pardon.

Elsa: Wasn’t it your idea?

También Elsa fuma, y ningún gesto amoroso hay esta vez en ello.

Y por cierto, ¿de quién fue la idea?

Esa idea por la que preguntan el uno y el otro.

Bannister: Isn’t it your idea to save Michael from the gas chamber?

¿No tiene algo que ver esta pregunta con aquella otra que ya conocemos?

Aquella de ¿por qué mi madre se casó con él? Y que contiene, va siendo hora de decirlo, ésta otra: ¿cómo es posible que naciera yo?

¿Por qué nací yo si ella le odiaba?

Elsa: Arthur Bannister’s the only one who can do it.


Bannister: What do you think? Hello, Galloway!

Galloway: Hi, Bannister, how’s tricks?

Bannister: You know our district attorney, dear.

Elsa: How do you do?

Galloway: Hello, Mrs. Bannister.

Bannister: I was the murdered man’s partner. The other victim was my servant.

Bannister: If I defend Michael, any jury will figure I have reason to believe he’s innocent.

Elsa: And you have reason to believe that Michael is innocent?

Ella no se deja tocar.

Y su mirada tiene el poder intimidatorio de siempre.

Bannister: I hear that Galloway is going to say that Michael took George’s corpse into the city in our speedboat.

Elsa: We can prove he didn’t.

Bannister: Prove? George couldn’t have taken it.

Elsa: Why not?

Bannister: How could it get back?

Elsa: Back where?

Bannister: To the yacht, naturally. The speedboat couldn’t have driven itself. Or maybe it was George’s ghost. Maybe the boat just drifted back.

Bannister: No, Lover. Michael has got to plead excusable homicide.

Elsa: But you can prove he didn’t do it with his gun.

Elsa: They know it wasn’t Michael’s gun that killed George.

Bannister: The gun that did kill George can’t be found, Lover, so we can’t prove that Michael didn’t shoot him. And it was Michael’s gun that killed Broome.

Ya sabemos que el arma es decisiva.

Pero a estas alturas ya no hay dialéctica posible entre el arma y el cigarrillo: sólo ella tiene ambas cosas.

Bannister: Now…


Bannister: Michael is going to need everything that the greatest living trial lawyer can do for him.

Bannister: Our good district attorney over there has worked up a beautiful case. They’ll be effective witnesses. He’ll know how to handle them.

Bannister: And then there’s this crazy confession.

Elsa: But Michael has an explanation.


Bannister: Explanation?

Elsa: You think it’s funny?

Bannister: Funny?

Bannister: You mean that story about how George hired Michael to kill George?

Elsa: To pretend to kill him.

Bannister: Really?

Bannister: Why would George want to disappear?

Elsa: Michael said something about partnership insurance.


Bannister: What?

Elsa: partnership insurance.

Bannister: Which George wanted to collect?

Elsa: Yes.

Bannister: and he, George, wanted everybody to think he was dead?

Elsa: Yes!

Bannister: Dead, so that he could collect the insurance?

Elsa: Yes.

Bannister: Well, if he was dead, how could he collect? Now, Lover…

Bannister: if your Irishman doesn’t want to go to the gas chamber…

Bannister: he’s going to have to trust me.

Elsa: But you, do you trust him?

Elsa: You want to make sure he doesn’t get off, don’t you?

Bannister: I’ve never lost a case, remember?

Bannister: Besides…

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

Y bien, he aquí, en estado puro, la mirada que marchita.


Bannister: my wife might think he was a martyr.

Bannister: I’ve got to defend him. I haven’t any choice.

Bannister: And neither have you.


Lo inverosímil y lo verdadero

volver al índice

Si serán importantes los cigarrillos en esta película.

En el mundo sórdido -y subrayado en su sordidez- de la cárcel, penetra la más elegante, fría y opaca de las mujeres.

Observen el brillo de la luz en la pared que parece anticipar su estela.

El escorzo vuelve inaccesible su rostro.

La luz brilla en sus cabellos resplandeciendo sobre un fondo mate.

Como brilla su blanco y sofisticado abrigo.

Elsa: Hello.

Escogido para contrastar absolutamente con la textura de la malla metálica que cubre los barrotes.

Frente a su delicada y resplandeciente belleza, un fondo totalmente oscuro: tras los barrotes, la malla hace de Michael una figura casi monstruosa que prefigura al negro Otelo.

Michael: It looks bad for me. Isn’t that what your husband says?

Como si él mismo encarnara esa fealdad de la cosa de la que hablan sus palabras.

Elsa: Whatever else he is, Arthur’s a marvellous lawyer.

Y la delicadeza de ella alcanza igualmente a la vibración de su voz.

Elsa: You’ve got to trust him,

Elsa: Michael.

Michael: Why should I trust him?

O’Hara es mostrado como una fiera enjaulada.

Enjaulada por ella y sometida a ella.

Elsa: Because it’s your only chance.


Elsa: Because I want you to.

Una fiera sobre la que Circe posee un poder hipnótico.

Michael: That’ll have to do for a reason.

Elsa: MIchael, why did you kill Broome?

Michael: What?

Es fácil de entender la estrategia de ella: se trata de convencerle con su pregunta de que ella no ha asesinado a Grisby.

Y para ello su voz se convierte en el más seductor susurro.

Elsa: Don’t be afraid to tell me. I just want to know.

Michael: It was Grisby who killed Broome. He was going to murder your husband.

Elsa: George kill Arthur? What could he possibly gain from it?

Hasta aquí la situación es más o menos inteligible, si descontamos lo absurdo de que ella consiga convencerle simultáneamente de que no ha matado a Grisby y de que debe fiarse de Bannister como abogado, cuando, si ella no lo ha hecho, el asesino no podría ser otro que el propio Bannister.

Pero eso es nada con respecto a la absurda incongruencia que se produce a continuación.

Michael: He couldn’t get a divorce.

Elsa: What?

¿Qué relación podría tener Bannister con la imposibilidad de Grisby de conseguir el divorcio?

Michael: He wanted people to think he was dead so he could get away from his wife.

¿Por qué la muerte de Bannister podría permitirle a Grisby huir de su propia esposa?

Realmente es absurdo, no tiene sentido, es imposible:

Elsa: Wife? But that’s impossible.

Michael: Why?

Elsa: George didn’t have a wife.

Michael: He wasn’t married.

Es todo realmente absurdo.

Y, sin embargo, algo en la manera de visualizarlo e interpretarlo parece conceder, a esta absurda revelación, una intensa verdad. Retrocedamos:

Michael: He wanted people to think he was dead so he could get away from his wife.

Elsa: Wife? But that’s impossible.

Michael: Why?

Elsa: George didn’t have a wife.

Michael: He wasn’t married.

Una verdad que, por lo demás, emerge con facilidad si la inscribimos en la experiencia real de los actores de esa especial performance que es La dama de Shanghai.

Pues si es cierto, como señala Elsa, que todo eso es absolutamente absurdo por lo que al personaje de Grisby se refiere, no lo es en absoluto por lo que se refiere al cineasta, es decir, a Orson Welles. Pues éste sí tiene, a estas alturas del rodaje del film, una mujer: Rita Hayworth. Y es un hecho que sólo desapareciendo de Hollywood podrá llegar a deshacerse de ella del todo. Pues, ¿acaso no había tenido que reconciliarse con ella para poder seguir siendo cineasta allí? -La rejilla que ahora deforma su rostro y el sudor que lo baña lo aproximan en cierto modo al rostro habitualmente sudoroso y picado de viruela de Grisby.

¿Y por otra parte, no podría todo ello explicar el atisbo de angustia emergente en ella?

Elsa: George didn’t have a wife.

Como si estuviera descubriendo algo inesperado y amenazante…

Michael: He wasn’t married.

Y podría, igualmente, dar su sentido a esa más evidente angustia de él, como si estuviera a punto de ser descubierto…

Y así, una y otra vez, se repite ese vaivén incesante que convierte a la fascinante y perversa Circe en la frágil y angustiada Rita, y al ingenuo poeta víctima en un oscuro, aunque también él, eso sí, angustiado, culpable.


El relato roto y la diosa

volver al índice

Lo que trato de decirles es que la narración está, desde el primer momento, rota, que no puede cuajar en ningún momento como relato.

O, para ser más exactos, desde el segundo momento: desde ese crimen inaugural que tuvo lugar en el parque central.

Y así, la narración no puede obtener coherencia desde su propio interior.

De modo que la coherencia de la narración, por eso, en tanto la hay, sólo puede proceder de fuera de ella misma, del proceso que los que lo realizan están viviendo mientras lo ponen en escena.

Sobre el papel, la cosa debería llevar al desastre.

Y no hablo a ese desastre comercial que, sin duda, tuvo lugar, sino a un desastre estético que, sin embargo, no se produjo. Y ello porque el texto encuentra su coherencia en otro territorio: en la intensidad de pesadilla que alcanzan sus imágenes, una vez que la realidad y la representación intercambian sus papeles.

Y así, de los restos de un relato imposible emerge la agria y angustiada verdad de los que tratan, casi a ciegas, de ponerlo en escena.

Vemos aquí, por eso, la angustia de la mujer que va a ser abandonada.

Y vemos también, a la vez, la angustia del hombre que sabe que va a traicionarla.

Pero los dos están atrapados por la otra:


por esa silueta que se confunde con el espejo, no menos que con la chimenea -en una película, dicho sea de paso, en la que nunca veremos una chimenea encendida ni ningún atisbo de fuego.

Es ella la que, vestida de riguroso negro, gobierna el discurrir de los acontecimientos la noche del crimen.

Elsa: Broome, are you ill?

Broome: I’ve got some lead in me, where it hurts.

Elsa: I’ll call a doctor.

Broome: Did already.


Broome: Trouble is, the doc will report the police.

Broome: The police will want to know who was the certain party who shot me.

Broome: Don’t worry, he’ll get his.

Una diosa de belleza inexpresiva y distante.

Broome: There’s going to be a murder. Ain’t going to be a fake murder this time. Somebody’s going to be killed.

Elsa: You mean…

Broome: Yeah, your husband. Maybe he’s the one who’ll be knocked off.

Elsa: What?

Broome: Could be. You better get down to his office, if you want to do anything about it.

Ahora bien, si esa mujer enamorada que es Rita Hayworth no se le parece en nada, ¿quién es entonces esta diosa del mal que nada tiene que ver con ella?


Performance en honor a a la diosa

volver al índice

Les he hablado de dos mujeres opuestas, presentes ambas en el personaje de Elsa.

Y bien: una es sacrificada a la otra.

Para ser más exactos: la amante, la mujer que asume la posición femenina, es sacrificada a la otra, a la diosa materna.

Y eso comenzó incluso antes del comienzo del rodaje del film, en aquella extraordinaria performance que Orson Wells, el más célebre director de escena norteamericano de la época, puso en escena como inicio de la campaña publicitaria del film.

Sin que nadie en la Columbia lo supiera, convocó a la prensa gráfica par que asistiera a la sesión en el que fueron cortados los largos cabellos pelirrojos de la actriz y teñidos de rubio platino.

Toda una avanzadilla de esa forma parapsicótica de arte que es el llamado body-art,


Sin duda, era un desafío a Larry Cohn, a la Columbia, a Hollywood entero: Welles se proclamaba así el amo absoluto de la mayor estrella de la época -hacia sólo un año del estreno apoteósico de Gilda (1946)- que era llamada la diosa del amor.

Pero, más allá del desafío a Hollywood, tenía lugar un exorcismo personal.

Welles estaba levantando su escena fantasmática.


Como ven, el cineasta quiso reproducir la imagen que le había fascinado, pero corrigiéndola notablemente: sin renunciar a nada en el campo de la sensualidad, introdujo esa extrema frialdad que resultaba de todo extraña a la dulzura de Rita Hayworth.

Hizo así emerger a esa diosa letal a cuyos pies se postraba el poeta y el cineasta.

Y porque esa diosa reclamaba sacrificios humanos, Rita Hayworth debía serle sacrificada.

Seguramente en ella reside la verdad subjetiva de esa mirada fría que dicta la incontenible tendencia al fracaso de Orson Welles.

Judge: Ladies and gentlemen of the jury, have you arrived at a verdict?



Suicidio

volver al índice

Les decía el otro día que la idea del suicido recorre el film de extremo a extremo.

La encontramos, en primer lugar, en las conversiones de O’Hara con Grisby.

Grisby: It’s me.

En ella, la disociación que atraviesa el film parece reclamar un asesinato que es un suicidio.

Michael: This is a straightforward business proposition.

Michael: I want you to kill me.

Y como tal se manifiesta, también, con Elsa.

Michael: Mr. Grisby wants me to kill Mr. Grisby.

Pero ello queda acotado en la figura de Grisby, pues la idea del suicido recorre el film de extremo a extremo.

Y es que el suicidio parece emerger como la vía para contener la destrucción imparable de la realidad psíquica.

Elsa: You talked to George yesterday.

Michael: I did.

Elsa: Did he say anything about us?

Michael: He’s afraid the world’s going to explode.

Hay que tomarse absolutamente en serio estas palabras, aunque sólo sea por el contraluz absoluto desde el que son pronunciadas.

Son las palabras de la otra cara de O’Hara, George Grisby.

Son palabras, por tanto, de George Orson Welles, que hablan de la amenaza que vive de destrucción de su realidad psíquica.

Michael: Mr. Grisby wants me to kill Mr. Grisby.

Y, por otra parte, hemos oído también a Elsa hablar de la posibilidad de su propio suicidio.

Michael: He talked about suicide.

Elsa: I’ve thought of that sometimes.

Michael: Suicide?

Elsa: Do you think it’s wrong, Michael?

Michael: I don’t know.

Elsa: I’ve looked at those pills so many

Elsa: times.

Michael: Pills?

Elsa: The ones my husband takes to kill the pain…

Elsa: and wondered if enough of them would kill my pain.

En su debido momento, también Bannister asumirá finalmente el suyo.

Bannister: Of course, killing you is killing myself.

Bannister: It’s the same thing.



Bannister: But, you know, I’m pretty tired of both of us.

Y, ciertamente, incluso O’Hara ensayará el suyo, bajo el dictado mortífero de Elsa:

Michael: I know the killer.

Michael: I know who murdered Grisby.

Elsa: Michael!


Judge: Ladies and gentlemen of the jury, have you arrived at a verdict?

Y es éste un dictado, como todo en este film-pesadilla, anunciado con gran anticipación:

De hecho, todo está minuciosamente anticipado, incluso la mirada orden de Elsa hacia las píldoras -He mirado esas píldoras tantas veces-:

Una Mirada-orden precisa, letal, que ha seguido al más dulce llamado de la sirena, con una voz en extremo acariciadora y susurrante.

Elsa: Michael!

Y, por ello mismo, objetivamente incapaz de cubrir la considerable distancia que separa a ambos en la sala del juzgado. De modo que pareciera más bien que esa voz estuviera instalada en el interior mismo de la cabeza de Michael.

Pues ella -su voz, su mirada- es mortífera. Es la muerte misma.



 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

23. History / Story

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 16/05/2008 (3)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Mito vs. Libro de contabilidad

volver al índice

A sus 51 años, Welles es capaz de firmar como director una película que trata sobre sobre el ser mismo del relato.

Sobre el ser mismo del relato, es necesario añadirlo, tal y como es concebido desde una posición manierista.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Narrador: Pero era inconsciente de la ausencia de amistad que le rodeaba. La misma idea de amistad nunca había entrado a formar parte de su concepción de la vida. Era natural que fuera así, pues era él quien lo había querido así.

Narrador: Pronto terminó por creer en su propia omnipotencia.

Narrador: A los setenta años cayó enfermo de gota. No podía dormir.

Una vez más, ese eterno tema wellesiano: el no poder dormir.

Solo que esta vez ligado explícitamente a la necesidad de narrar y, sobre todo, de poner en escena.

Narrador: Cada noche su jefe contable le hacía compañía. Le leía los viejos contratos, las facturas y los presupuestos.

Es de alto interés la clasificación de discursos que el film ofrece. Está, por una parte, el discurso objetivo, que como ven es el discurso de los objetos.

Y que, siendo objetivo, se descubre en seguida imaginario:

Narrador: Esto le recordaba sus triunfos del pasado.

Netamente narcisista.

Yo soy en tanto yo tengo.

Pero es evidente que ese tipo de discursos no sirven para dormir.

Narrador: Pero las noches

Narrador: eran largas.

El insomnio pervive.

Pervive en un inmenso, inmensamente desolado aburrimiento.

Levinsky: Ya hemos leído este libro, Mr. Clay. Más de una vez. Le he leído ya todos los viejos libros contables dos veces.

Como ven, por más que se repita, el orden semiótico, en su cansina objetividad, no sirve para dormir.

Levinsky: ¿Quiere que volvamos a empezar?

Para dormir son necesarios otros modos del lenguaje.

Clay: ¿No hay otro tipo de libros?

Levinsky: ¿De qué género?

Clay: La gente leerá otro tipo de libros.

Levinsky: Además de los libros de contabilidad.

Levinsky: Es mi trabajo darle lo que desea. Si tales libros existen, los buscaré.

Y por cierto que el film dibuja un mundo que ha olvidado la existencia de ese otro tipo de libros.

Es decir, de esos otros modos de lenguaje.

Mr. Clay: La noche no ha terminado todavía.

Y el insomnio se impone con su vacío insoportable.

Entonces, para satisfacer a su amo, Levinsky busca algo en su interior. Algo que seguramente había olvidado que tenía:

Clay: ¿Qué es eso?

Levinsky: Un hebreo deportado me llevó consigo cuando dejó Polonia.

Es realmente diferente este otro tipo de texto.

Está patentemente ligado al cuerpo que lo porta y directamente determinado por el hecho de haber sido dado en un momento determinado, irrepetible, del tiempo.

Hay ahí, pues, un destinador.

Levinsky: Era un hombre muy viejo. Antes de morir me dio esto.

Levinsky: Aquí hay, mister Clay, algo que podría leerle.

Levinsky: Exultará el desierto y la tierra árida.

Levinsky: Se regocijará la soledad y florecerá.

La índole de este otro tipo de texto suena del todo insólita en la modernidad de la racionalidad objetiva.

Y por eso es impugnado:

Clay: Eso no es un libro.

Levinsky: Exultará con gran júbilo…

Clay: Eso no tiene nada de libro.

Se trata de la habitual impugnación positivista que se realiza todos los días en nuestra sociedad moderna, también en nuestras universidades.

Pero hay una buena respuesta para eso:

Levinsky: Usted me ha dicho “algo que no sea un libro de contabilidad”.

Sea lo que sea, es usted quien lo necesita.

Es su angustia y su insomnio lo que lo hace necesario.

Levinsky: Fortaleced las manos débiles y levantad las rodillas vacilantes.

Clay: ¿De dónde lo ha sacado?

Levinsky: Decid a los de apocado corazón:

Levinsky: “No temáis…, pronto vuestro Dios vendrá y os recompensará…”

La Biblia, Dios, la promesa.

Esas piezas básicas de la miología sobre la que se ha levantado nuestra civilización.

El texto de Isaías habla, precisamente, de la apertura del ser a otra dimensión, una bien diferente a la del páramo del insomnio.

Levinsky: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos

Levinsky: y escucharan los oídos de los sordos. Entonces el cojo saltará como un ciervo

Levinsky: y el agua brotará del desierto.

El territorio otro de lo mitológico es dibujado con precisión:

Clay: ¿Cuándo ha sucedido eso? ¿En el pasado?

Levinsky: No.

Clay: ¿Sucede ahora?

Levinsky: No.

Clay: ¿Quién lo ha escrito?

El profeta Isaías.

Clay: ¡Un profeta!

Clay: No me gustan los profetas.

A Mr. Clay no le gustan los profetas.

Clay: La gente debería limitarse

Clay: A recoger y escribir cosas ya sucedidas.

Rechaza todo lo que no considera objetivable en la realidad. Y, sin embargo, no puede dejar de mostrar su interés por ello.

Clay: Este profeta tuyo, ¿cuándo vivió?

Y ese interés hace emerger la dimensión real del mito: pues, independientemente de que lo que el mito cuente haya sucedido, es un hecho que ha sucedido el hecho mismo de que ese mito ha sido contado.

Levinsky: Hace cerca de mil años.

Hay algo del mito que Mr. Clay quiere volver oír:

Clay: Repita de nuevo lo que dice de los cojos.

Levinsky: Entonces el cojo saltará

Tiene que ver con un cojo que será capaz de saltar.

Levinsky: como un ciervo.

Y ya saben que si hay un cojo famoso, ese es Edipo. Mucho más famoso que ese otro cojo que es Bannister.

Lo que está en juego tiene que ver también, simultáneamente, con el relato, pues los oídos de los sordos escucharán:

Levinsky: y los oídos de los sordos escucharán.

Ahora bien, ¿cómo metaboliza Mr. Clay ese discurso, el mitológico?

Clay: ¿Alguien puede hacer que sucedan esas cosas?

Ni más ni menos: él quiere ocupar el lugar del Destinador:

Levinsky: ¡Se trata de una profecía, Mr. Clay!

Clay: ¿Dónde va?

Levinsky: A coger los de contabildad, Mr. Clay.

Levinsky: ¿Ya no quiere que le lea libros de contabilidad?

Una vez más se nos recuerda que, frente al insomnio, los libros de contabilidad no sirven de nada. Pues no saben nada del tiempo, de la experiencia, del sujeto, de lo real.

Mr. Clay: Léame libros que no sean de contabilidad, pero que hablen de cosas que han sucedido.

Clay quiere libros que no sean libros contables, pero que hablen de cosas sucedidas.

De modo que ya tenemos tres categorías de textos: frente a los de contabilidad y los mitológicos aparece ahora una tercera categoría que, nos dice Clay, convertido en teórico del texto, requiere de un concepto:


History / story

volver al índice

Clay: ¿Sabe cómo se llama eso?

Clay: Historias.

History.

Que es algo muy diferente a una story o un tale.

Levinsky: Yes, mr. Clay.

Y Clay pone un ejemplo para aclarar el concepto.

Ya conocen la narración sobre la que pivota el film en su conjunto, en la medida en que Clay querrá realizarla una vez que descubra que no ha sucedido nunca.

Pero sobre lo que quiero llamarles la atención es sobre el hecho de que Welles la encuadra en ese debate propiamente teórico, pero a la vez densamente existencial, que es el que diferencia la History de la story.

En ello reside lo decisivo: en el hecho de si eso ha sucedido o si, por el contrario, no ha sucedido nunca.

Clay: La primera vez que vine aquí desde China oí una historia.

Clay cree estar contando una history:

Clay: Un marinero le contó a los otros marineros algo que le había pasado a él.

Pues, como ven, considera que lo contado ha sucedido.

Y para que se den cuenta de hasta qué punto nos compete esta historia, es necesario subrayar que trata de un marinero.

Levinsky: Clay: Les contó una historia.

Dada la envejecida voz de Clay, es difícil, al menos para mí, distinguir si dice history o story.

Es posible, por lo demás, que él mismo participe de esa confusión.

¿Acaso no versará todo este diálogo sobre esa misma confusión?

Clay: El marinero paseaba solo cerca del puerto, cuando se le acercó un carruaje

y un caballero muy rico le dijo:

Es evidente como la narración se enrosca sobre sí misma.

Narrador: En China, en la isla portuguesa de Macao, vivía al final del siglo pasado, un hombre de negocios americano inmensamente rico

Narrador: que se llamaba Mister Clay. Poseía una casa magnífica en la que entronizaba

Narrador: y un espléndido coche de caballos.

Clay: cuando se le acercó un carruaje y un caballero muy rico le dijo:

La narración se enrosca sobre sí misma en un juego de espejos.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Un narrador cuenta la historia de un hombre que cuenta la historia que oyó contar a otro hombre, un marinero…

Clay: “Eres un marinero muy apuesto. ¿Quieres ganarte 5 guineas?”

Clay: Naturalmente el marinero aceptó. El anciano le llevó a su casa. Le invitó a cenar y a beber y le dijo:

Clay: “Soy muy rico. Y muy viejo también”.


La profecía negativa de la deconstrucción

volver al índice

Clay: “Desconfío de las personas que heredarán lo que he ahorrado en toda mi vida. Hace tres años me casé con una mujer muy joven. De nada me ha servido. No tenemos hijos.”

Es entonces interrumpido por su contable, quien, no sin un soniquete de burla que delata al fondo su disfrute, continúa narrando la historia.

Levinsky: Con su permiso, Mr. Clay. Yo también conozco esa historia.

Clay: ¿Cómo es posible?

Levinsky: El anciano llevó al marinero a un dormitorio iluminado con candelabros de oro macizo.

Levinsky nos mira ahora a los ojos, con ese tono burlón del intelectual contemporáneo, cuando disfruta diciendo a su audiencia que todos los relatos son ficción, que no existe verdad alguna posible más allá de la sordidez misma de lo real.

Levinsky: ¿No fue así, Mr. Clay?

Y frente a la potencia de ese discurso aniquilante, el poderoso Clay se convierte en un ser diminuto,

tan diminuto como él mismo se siente cuando le arrebatan la History en la que él creía.

Levinsky: En él había una cama, y en la cama, una mujer. El caballero sacó de su bolsa una moneda de oro. Una moneda de 5 guineas, Mr. Clay.

Levinsky: y se la entregó al marinero.

Clay: ¿Cómo conoce esa historia?

Clay se aferra a la verdad de su history, esa que él ha recibido como verdadera.

Levinsky: He viajado mucho.

Levinsky, en cambio, la desmonta con el relativismo propio del intelectual moderno, acostumbrado a viajar mucho y a denunciar el etnocentrismo.

Clay, no obstante, trata de aferrarse a su verdad.

Clay: No puede ser el mismo marinero que viajó en mi barco. Eso sucedió hace muchos años. Ahora será viejo.

Levinsky: En su viaje a China, Mr. Clay, sólo viajó en un barco, y por eso sólo ha oído la historia una vez.

Clay: ¿Qué tiene eso que ver con mi historia?

Les había advertido que se trataba de una history.

Levinsky: Era un marinero.

Levinsky: Desde Gravessen a Lisboa un marinero de mi barco contó esa historia. Camino de Singapur, otro marinero contó la misma historia. La historia que cuentan nunca ha sucedido. Por eso la cuentan.

Levinsky: Nunca sucederá, Mr. Clay.

Así concluye el discurso del intelectual de la deconstrucción.

Pero en ese mismo momento, y desde el desierto de ese vacío, emerge el discurso del artista de los tiempos de la deconstrución.

Y lo primero que dice es extraordinariamente sensato:

Clay: No me gustan las profecías.

Quiero decir: tiene plena consciencia de que el discurso de la deconstrucción es él mismo una profecía, por más que una negativa, que anuncia, precisamente, el fracaso de toda promesa. Y, con ella, la ausencia de todo acto dotado de sentido.

Levinsky: Sí, Mr. Clay. Buenas noches, Mr. Clay.

Clay, convertido en artista, decide actuar.

(golpes sobre el suelo con con el bastón.)

Clay: Detesto el engaño. No me gustan las profecías.

Clay: Me gustan los hechos. Si esa historia nunca ha sucedido, la haré suceder ahora.

Irrumpe entonces, con una extraordinaria potencia, el escritor, también el director de escena.

Clay: ¿Cree que no puedo hacer lo que quiero?

Levinsky: Creo que puede hacer todo lo que quiera.

Clay: Quiero que esta historia que le he contado sea cierta.

Levinsky: Sí, Mr. Clay.

Clay: Quiero que suceda en la vida real

Clay: y con personas reales.

Levinsky: Sí, mr. Clay, con personas reales. ¿Dónde quiere que suceda?

Clay: Aquí.

Clay: Aquí, en mi casa. Quiero verlo con mis propios ojos. Quiero cenar con el marinero en mi comedor. Quiero escogerle personalmente,

Clay: cerca del puerto. ¿Cree que me costará mucho?

Levinsky: Sí, eso le costará algún dinero. Recuerde que en la historia hay una mujer. Y no creo que pueda encontrar una mujer joven.

Clay: Te pago para hacer ese trabajo. Tu obligación es buscarme a esa mujer.

Levinsky: Sí, Mr. Clay.

Levinsky: Deberé pensar en ello.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Hay tres narradores.

¿Qué sostiene la cadena?

La verdad del hecho -es decir: del acto- narrado.

Y si eso es mentira, si el relato se desmorona, ya solo queda, como real el acto mismo de narrar.

Pero entonces éste ya sólo puede ser un acto profético o un acto de impotencia.

El caso es que Mr. Clay trata de resolver el dilema realizando su escena fantasmática.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

22. La loba

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 16/05/2008 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


La Calle del mercado

volver al índice


¿Qué les parece esta hada incandescente que, al ritmo del Amado mío de Gilda, sobrevuela la noche de Acapulco?

Extrema idealización de lo femenino, sin duda, pero que a continuación va ser objeto de una cruenta deconstrucción.

Y la cosa comienza en seguida. Pues si ella es un hada, lo es en tanto que es la estrella -y es precisamente el nombre del Hotel La Estrella el que puede leerse al fondo del plano en el que Elsa se reúne con Michael.

Elsa: Michael.

Michael: Yes?

Elsa: You talked to George yesterday.


Michael: I did.

Toda la ambivalencia de O’Hara aparece ahora, sobre el fondo de su ambigua relación con George Grisby.

Elsa: Did he say anything about us?

Michael: He’s afraid the world’s going to explode.

Hay que tomarse absolutamente en serio estas palabras, aunque sólo sea por el contraluz absoluto desde el que son pronunciadas.

Son las palabras de la otra cara de O’Hara, George Grisby.

Son palabras, por tanto, de George Orson Welles que hablan de la amenaza que vive de destrucción de su realidad psíquica.

Observen como la sombra del personaje enlaza directamente con la palabra Alemán, escrita en el muro junto a él.

Y esto en 1946. No hay duda de que se trata del nazismo. Lo que se traduce, necesariamente, en una presencia intertextual del The Estranger.

Recordemos que el periodo de rodaje de The Estranger, aquel film en el que Welles interpretaba a un personaje que, fingiéndose un honorable profesor de instituto, era realmente un siniestro asesino nazi, fue también el periodo de la crisis del matrimonio de Welles y Rita durante el cual, aun cuando ella había avalado con su firma y su fortuna el contrato para hacer posible aquel film -después de todo como ahora, que avalaba con su presencia estelar éste- Welles llevaba una intensa doble vida: a la vez marido amoroso y Don Juan, como Kane, amante de todo tipo de actrices y coristas.

Y bien: la manera más extrema de contener un proceso imparable de destrucción de la realidad psíquica es el suicidio, aquí como en Fight Club:

Michael: He talked about suicide.

La palabra suicidio resuena sobre esa figura negra, en contraluz, de Michael. Y así el suicidio pasa a convertirse en el tema del paseo de los enamorados.

Pero habremos de dejar el suicidio para el próximo día, aun cuando, como verán, constituye uno de los dos grandes temas de esta secuencia.

Pero hoy nos concentraremos en el otro.

Les decía que el hada ha sido nombrada estrella. Y hay que añadir: una estrella rebajada, pues su galaxia es el star-system y está sometida, por tanto, al universo del mercado.

Las inscripciones prosiguen: tras el Hotel La Estrella un cartel bien visible nos obliga a constatar que nos encontramos en la Calle del Mercado. Y no hay duda de que la yuxtaposición entre las palabras estrella y mercado obliga a localizar, como referencia implícita pero precisa, a Hollywood, el gran mercado del cine.

No deja de ser notable, a este propósito, que el rostro de la mujer se superponga estrictamente sobre el de la actriz de una película mexicana –Resurrección, de Gilberto Martínez Solares, 1943- cuyo cartel publicitario se encuentra junto a aquel otro que identifica la calle del Mercado. -Lo que, ciertamente, convoca una pregunta obligada: ¿quién está resucitando aquí?

Elsa: I’ve thought of that sometimes.

Michael: Suicide?

Elsa: Do you think it’s wrong, Michael?

Michael: I don’t know.

Progresivamente, una cada vez más palpable ambigüedad se instala allí donde se encuentran los temas del suicidio y del asesinato.

Elsa: Would you kill yourself if you had to?

Michael: I don’t know.

Elsa: I’ve looked at those pills so many

Elsa: times.

Michael: Pills?

Elsa: The ones my husband takes to kill the pain…

Elsa: and wondered if enough of them would kill my pain.

Michael: The pain of just being alive?

Michael: Mr. Grisby wants to be cured of that pain. He wants me to cure him.


Michael: Mr. Grisby wants me to kill Mr. Grisby.

Extraño, resonante enunciado este –El señor Grisby quiere que mate al señor Grisby- una vez que sabemos que Grisby es la otra cara, la cara sórdida, del propio Welles.

En él se confunden totalmente el asesinato y el suicidio, como se confunden el sujeto y el predicado. Así como en esta película -y en todo el cine de Welles- se funden y confunden una y otra vez el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado.

Aun cuando renunciemos hoy a entrar propiamente en el tema del suicidio, resulta obligado señalar hasta qué punto una tensión insufrible se haya instalada en el núcleo de esa disociación psíquica que desgarra The Lady from Shanghai.

Un instante después de que ese enunciado sea pronunciado, como si en él se nombrara la clave de todo, se proclama la locura generalizada.

Michael: I’m sure he’s out of his mind.

Elsa: He’s not sane. Neither is Arthur.

Michael: Your husband can take care of himself.

Pero de esa locura se echa la culpa al mercado.

Y, a la vez, ella queda total, expresa, absolutamente identificada con el mercado en cuya calle se encuentra.

De hecho, una suerte de jeroglífico hace que la combinación del cartel identificador de la calle y el rostro de la mujer que tapa su nombre devuelva algo que debe leerse como calle de la estrella/mercado y a ella misma como la mujer/estrella que hace la calle vendiendo su imagen en el mercado. Es suma: es nombrada como prostituta.


Y así, el mercado rodea al pobre O’Hara por todas partes.

Vale con que se denuncie a Hollywood por estar invadido por la lógica del mercado capitalista -aunque resulta del todo dudoso que eso se haga realizando el film hollywoodiano más caro del año, con viaje por el Caribe en yate particular incluido. Pero es desde luego del todo desmesurada esta acusación a la estrella, precisamente a esa estrella que está haciendo posible con su presencia el film en el que así se la trata.

Desmesurada pero, sobre todo, desmesuradamente cruel, como voy a mostrarles a continuación, accediendo a una de las aristas más perversas del film.


El mito wellesiano del caballero andante

volver al índice





Michael: Would you care to dance with me?

Michael: Stop crying-

Michael: I can’t stand for you to cry.

Barbara Leaming no se equivoca cuando ve en la escena que aquí comienza una referencia biográfica directa a la vida real de sus protagonistas.

Pues Rita Hayworth padecía crisis de ansiedad que le hacían sumirse en largas escenas de llanto.

Elsa: Do you know what Broome’s been doing?

Michael: Spying. Spying on you.

Y sin duda su detestado Larry Cohn, el productor de la Columbia, la espiaba, la controlaba obsesivamente, pues estaba enamorado de ella como el propio Bannister.

Welles le prometió llevarla muy lejos del Hollywood que ella detestaba -probablemente en los tiempos en los que todavía creía posible su carrera política.

Michael: Sure, I’m going to take you where there aren’t any spies.

Elsa: Michael, where?

Michael: Along way off, some one of the far places.

Pero es imposible tomar en serio a la biógrafa cuando, en lo que sigue, como veremos en seguida, se deja endosar sin más el mito de caballero andante demasiado ingenuo para hacer frente a la sórdida realidad que les atrapa.

Elsa: Everything’s bad, Michael. Everything.

Elsa: You can’t escape it or fight it. You’ve got to get along with it, deal with it, make terms.

Elsa: You’re such a foolish knight errant, Michael.

Elsa: You’re big and strong, but you just don’t know how to take care of yourself.

Elsa: So how could you take care of me?

Elsa: Far place? We’re in one of them now.

Elsa: Running away doesn’t work. I tried it.

Elsa: Everything’s bad, Michael. Everything.

Elsa: You can’t escape it or fight it. You’ve got to get along with it, deal with it, make terms.

De hecho, Leaming detiene en este punto su relación de las huellas biográficas presentes en la escena, pues esa aceptación realista del mal presente en el estado de las cosas que acabamos de oír en labios de Elsa no casa ni con la biografía ni con la psicología de Rita Hayworth.


La otra escena

volver al índice

Y así, siempre seducida por las narraciones wellesianas -y probablemente fantaseándose a sí misma como la dama en peligro que baila con el caballero Welles- Leaming no cae en la cuenta de las extraordinarias resonancias presentes en esta escena de otra escena de la biografía de la pareja que ella misma narra -o más exactamente: que a través de ella narra el propio Welles-: precisamente aquella que aparecía asociada a la explicación de Welles de cómo llegó a casarse con Rita Hayworth.

Ocupémonos de ella.

Pero, para eso es necesario, primero, contextualizarla.

Cuando Welles conquistó a la estrella, ambos comenzaron en seguida a vivir juntos en Hollywood y, al parecer, el cineasta olvidó su decisión de casarse con ella.

Por entonces, en plena guerra mundial, Welles preparaba con su compañía teatral un espectáculo para los soldados americanos movilizados, el Mercury Wonder Show, en el que Rita Hayworth participaba entusiasmada simultaneando esta actividad con su trabajo en las producciones de la Columbia.

Y por cierto que el número que debía interpretar en el espectáculo mantenía cierta relación en la extraña doblez del personaje de Elsa: se trataba de un número de magia protagonizado por el propio Welles quien, en calidad de mago, la cortaba por la mitad.

No es difícil, por ello, imaginarla vestida así.

Pero, poco antes del estreno, Larry Cohn, su jefe en la Columbia, se enteró de la participación en el espectáculo y, apelando a las cláusulas del contrato que ella mantenía con la Columbia, le prohibió absolutamente participar en él.

«Aquella noche (…) Rita dio rienda suelta a su cólera. Dijo llorando que nunca había querido ser estrella de cine, ¿qué mejor momento que aquél para acabar con el cine de una vez por todas? Que Harry Cohn la demandase, como había amenazado con hacer si iba a la noche del estreno del Mercury Wonder Show. Y juró que allí estaría, con Orson y los demás, y que no le importaban las consecuencias. Orson, sin embargo, veía las cosas de otra manera. Por más que ella se empeñase, le dijo que no iba a permitir que pusiera en peligro toda su carrera por una cosa así. Que Cohn se hubiera dejado oír la víspera del estreno demostraba que era un sujeto cruel y sádico y no sabían hasta dónde era capaz de llegar para castigar a Rita si ésta le desafiaba.

«Orson le aseguró que, aunque tuviese que sustituirla, seguiría formando parte de la compañía. No debía sentirse marginada; todos la seguían queriendo. Pero el cineasta advirtió horrorizado que, al decirle que pensaba sustituirla, ella reaccionaba como si le hubiera dicho que la iba a abandonar. Puede que por primera vez en su vida se sintiera Orson dominado por el deseo de proteger a otra persona; Rita le parecía tan “frágil” que sólo deseaba defenderla del mundo exterior.

«No había más que una forma de tranquilizarla: devolviéndole la creciente seguridad que Harry Cohn acababa de arrebatarle. “Por eso me casé con ella”, explicaría Welles. “La adoraba. Era algo que tenía que hacer; y lo hice por ella.”»

Léanlo atentamente, pues ésta es también una narración de Orson Welles.

Siempre fascinada por él, Leaming no ve en la escena que cuenta más que la presencia de ese caballero andante decidido a proteger a la dama: Puede que por primera vez en su vida se sintiera Orson dominado por el deseo de proteger a otra persona; Rita le parecía tan “frágil” que sólo deseaba defenderla del mundo exterior.

Y así permanece ciega a la estrecha semejanza, a la casi identidad de ambas escenas, la biográfica y la fílmica.

¿Reparan en ella?

Es una semejanza evidente, pero para percibirla es necesario vencer una dificultad. Quiero decir: es necesario invertir las posiciones de sus protagonistas.

Pues es Rita Hayworth la que, como O’Hara, reclama romper con las amarras del mercado hollywoodiano que Cohn/Bannister controla –Rita (…) Dijo llorando (…) ¿qué mejor momento que aquél para acabar con el cine de una vez por todas? Que Harry Cohn la demandase. Y juró que allí estaría, con Orson y los demás, y que no le importaban las consecuencias.

Y es en cambio Welles, como hace Elsa en la película, quien reclama realismo y quien considera intocable la carrera hollywoodiana que ella desprecia y a la que quiere renunciar –Orson, sin embargo, veía las cosas de otra manera. Por más que ella se empeñase, le dijo que no iba a permitir que pusiera en peligro toda su carrera por una cosa así.

Por lo demás, no resulta nada convincente afirmar que lo mejor para una mujer emocionalmente frágil como ella fuera permanecer indefinidamente bajo el mando directo de un sujeto al que se califica de cruel y sádico. Salvo, claro está, que lo esencial sea preservar la condición de estrella de la mujer. De modo que es Welles quien, en suma, la empuja a seguir ahí, en la calle del mercado, sometida a los dictados de ese cruel y sádico sujeto que era Larry Cohn.

Ahora bien, al actuar así, ¿no estaba Welles cuidando de su mejor inversión, de esa precisamente que le permitiría no mucho después rodar The Lady from Shanghai?

Y al hacerlo ¿no estaba, por otra parte, comportándose como antes lo había hecho el anterior marido de Rita, Edward Johnson?

y todavía antes que éste el propio padre e la actriz…

Momento oportuno para recordar que, dado que Grisby es una figuración del cineasta

la presencia de ese padre vestido de blanco queda finalmente confirmada en The Lady from Shanghai.

Uno a veces se siente tentado a preguntarse si la querencia de Welles por la capa española no sea algo que se sitúe en ese mismo registro.

¿No es por esa tortuosa vía, después de todo, como termina por fin por convertirse en el compañero de danza de la madre?

«Beatrice (…) She became a member of the Lakeside Musical Society; being who she was, she was before long running it. Through Dr Bernstein’s connections with the Elmans, she invited the great violinist to address the Society and perform for them; she herself gave her lecture-recital on Spanish music and its ‘cantillations and various charming dance rhythms.»<


La loba

volver al índice

Es en todo caso en ese contexto degradado donde reaparece la promesa de matrimonio olvidada que, con notable soltura, es endosada a la biógrafa como un heroico sacrificio.

«No había más que una forma de tranquilizarla: devolviéndole la creciente seguridad que Harry Cohn acababa de arrebatarle. “Por eso me casé con ella”, explicaría Welles. “La adoraba. Era algo que tenía que hacer; y lo hice por ella.”»

Como un sacrificio, es decir: como todo lo contrario a un deseo.

Y es que, como puede rastrearse en la biografía de la Leaming por más que ésta sea incapaz de percibir su alcance, ya mucho antes de todo esto, cuando Welles logró seducir a Rita Hayworth se sintió seria e inesperadamente decepcionado:

«la Rita Hayworth que (Welles) conoció constituyó toda una sorpresa para él. Aunque era punto por punto la fulgurante belleza que había imaginado, se dio cuenta en seguida de que también era muy diferente de la tentadora Circe que esperaba. Toda aquella imagen perversa, en plan Gilda, era completamente falsa, diría Welles a propósito del símbolo que La pelirroja y Sangre y arena habían plasmado en la imaginación del público. Era un papel, una interpretación total; como Lon Chaney haciendo de hombre lobo. Nada que ver con ella. Su erotismo era de otra clase. Aquello lo hacía bien porque le corría la sangre gitana por las venas. Pero su cualidad básica era la dulzura. Poseía una esencia riquísima, muy interesante ya la vez el polo opuesto de lo que suelen ser las estrellas de cine

Es difícil no percibir el tono de decepción que late bajo el aparentemente nuevo e inesperado entusiasmo –era muy diferente de la tentadora Circe que esperaba. Toda aquella imagen perversa, en plan Gilda, era completamente falsa (…) Era un papel, una interpretación total; el polo opuesto de lo que suelen ser las estrellas de cine.

De modo que la mujer conquistada no respondía ya a la imagen de la mujer deseada.

Y, así, la célebre frase que más tarde acuñaría la actriz

«Los hombres se van a la cama con Gilda, pero se despiertan conmigo.»

puede ser aplicada, en todos sus términos, al propio Welles, si no es que naciera como resultado de su experiencia amorosa con él.

Permítanme que me detenga por un momento para decirles que si les hago leer tantas citas en vez de resumirlas es, sencillamente, porque la verdad está al pie de la letra. Por eso, la regla básica de todo buen análisis estriba en deletrear los textos. Cuando uno lo hace, cuando deletrea, choca con cosas tan precisas y tan terribles como la dureza de la imagen escogida para expresar esa decepción:

«Como Lon Chaney haciendo de hombre lobo.»

Se trata, desde luego, de una comparación, pero una realmente insólita cuando lo que está en juego es la deseabilidad de una mujer.

De entre las mil comparaciones posibles, la que escoge Welles es la más desabrida y brutal: Lon Chaney haciendo de hombre lobo.

Ahora bien, precisamente porque su desconcertante brutalidad se parece mucho a la del film en su tono extraño y desabrido, sabemos que contiene una indiscutible verdad subjetiva.

Pues, insistamos en ello una vez más, no son las declaraciones del autor lo que permite reconocer algo de un texto artístico como verdadero. Es exactamente al revés: es el texto artístico el que permite reconocer como verdadero o falso algo declarado por su autor fuera de él.

¿No ven en esta comparación como Welles nombra con toda claridad que es una loba lo que realmente deseaba encontrar?

¿Y no fue una perversa mujer-lobo la que el cineasta hubo de fantasear como su objeto de amor cuando todavía no conocía a Rita Hayworth más que por la foto reproducida en Life?

En cualquier caso, es una mujer lobo la que constituye el punto de llegada de The Lady from de Shanghai.

¿Les choca?

En todo caso, no se confundan: el lobo malo de los cuentos infantiles no es, como se piensa ingenuamente, una figura masculina, sino, muy exactamente, una figura materna siniestra, como lo prueba el hecho de que la mayor parte de estos cuentos acaben con una cesárea.

Por eso, lo realmente notable, por lo que al film se refiere, estriba en que nos vemos obligados a constatar que la decepción que la estrella provocara en el cineasta se descubre como esencialmente la misma, solo que invertida, que la que el marino O’Hara experimenta cuando descubre a la auténtica Elsa.

Es decir: si el marino y artista políticamente correcto Michael O’Hara proclama su decepción por haber sido seducido por Circe cuando se creía enamorado de Rosalie, el cineasta que había querido casarse con la estrella más fulgurante se descubrió atado en matrimonio a una mujer extraordinariamente frágil y quebradiza. Una que era el polo opuesto de lo que se supone suelen ser las estrellas de cine.

Como ven, Rita Hayworth no sufrió menos el poder de la diosa que el propio Orson Welles.

Supongo que a estas alturas ya no les extrañará si les digo que esa loba es fascinante por lo que tiene,

por aquello de lo que se apropia y hace desaparecer en ella.

Por su carácter, en suma, a la vez fálico y castrador.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

21. El poder de la madre

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 16/05/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Feminismo, subversión, deconstrucción

volver al índice

Fue un buen debate el del otro día.

Sólo quiero, a propósito de él, insistir en una cosa: en que es imposible volver al pasado.

Y porque estoy convencido de que es imposible, no puede ni proponerlo ni defenderlo.

Pienso que todos los que están aquí ven con claridad la crisis de la función paterna que constatamos en los textos contemporáneos y comprenden mi preocupación por sus efectos.

Y sé que su inquietud comienza cuando introduzco, para pensar esa crisis, los conceptos que nombran los soportes de esa función, cuya caída, en mi opinión, produce ese desvanecimiento de la función paterna: Dios y el patriarcado.

¿Qué les parece si, para variar, analizamos hoy un discurso feminista sobre el film que nos ocupa este año?

Ann Kaplan: 1983: “La lucha por el control del discurso femenino y la sexualidad femenina en Lady from Shangai (1946), de Welles“, en Ann Kaplan: Capítulo IV: Las mujeres y el cine. A ambos lado de la cámara, Madrid, Ediciones Cátedra, 1998:

«Pero si el film posee ciertos aspectos subversivos, primero, en la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, segundo, en su desconstrucción del protagonista masculino y viril, no podemos afirmar que el tratamiento que da a Elsa sea verdaderamente progresista. Es cierto que existe algo subversivo en la abierta presentación de la sexualidad femenina en la película, así como en el hecho de que Elsa se resista a los esfuerzos de los hombres por dominarla. Al negarse a sentirse atada por las definiciones y los controles masculinos, Elsa, como hemos visto, utiliza su sexualidad de las únicas formas posibles para obtener su “independencia”.

«Sin embargo, es una “independencia” que no puede admirar nadie, porque se basa en la manipulación, la avaricia y el asesinato. De modo que hay poco de progresista en un director varón que sustituye una forma de represión estructural (el sometimiento a la ley del padre) por una independencia que, aunque permite a la mujer liberarse de los confines de la familia, se basa en la degradación moral.”»

¿Cuáles son los presupuestos teóricos de la autodenominada teoría feminista?

El primero que detectamos en un discurso como éste es que lo guay, lo bueno, lo fetén, es necesariamente la subversión.

Como se deduce del hecho de que la autora recurre a esta palabra para reconocer un cierto valor al film de Welles.

Lo que me suscita dos preguntas.

La primera: ¿por qué habría de ser la subversión necesariamente buena?

¿No habría, primero, que meditar sobre lo subvertido antes de tomar una decisión sobre el valor, positivo o negativo, de la subversión en cuestión?

Por supuesto, el texto establece de qué subversión se trata.

Pero antes de entrar en ella, quiero llamarles la atención sobre el hecho de que en él no se dice que el film sea bueno porque subvierta ciertas cosas que deben ser subvertidas, sino que dice que es bueno porque subvierte y sólo en tanto que subvierte.

Tal es pues el presupuesto implícito evidente: que subvertir es necesariamente bueno.

Esta lógica textual -y este sistema semántico de valoración- se hace especialmente patente en la segunda aparición de la palabra subversión: Es cierto que existe algo subversivo…

Como ven, la subversión es el valor en sí mismo.

Si hay subversión, la que sea, el film es bueno y por tanto, necesariamente, progresista -tal es la otra expresión que concede valor en este discurso, pero que aparece supeditada a la primera –no podemos afirmar que el tratamiento que da a Elsa sea verdaderamente progresista.

Esta supeditación es del todo patente: si The Lady from Shanghai es poco progresista, si su director varón es poco progresista, lo es porque, aun siendo algo subversivo, lo es demasiado poco: Es cierto que existe algo subversivo… hay poco de progresista en un director varón que…

De modo que tal es el presupuesto mayor de este discurso.

Aunque hay que añadir: no es un presupuesto teórico, sino uno ideológico.

Y ello sencillamente porque, como se dan cuenta, es un juicio de valor y, por definición, un juicio de valor puede conformar una ideología, pero no constituir un enunciado teórico.

Y, por lo demás, tampoco es un juicio de valor específico del feminismo, sino característico de las más variadas ideologías antisistema.

Y disculpadme que añada: es, en cualquier caso, algo absolutamente insostenible.

¿O es que deberé recordarles que el nacionalsocialismo se alimentó de un discurso antisistema decidido a subvertir el orden de la república de Weimar?

Y no menos decididos a subvertirla estaban los estalinistas alemanes de entonces, lo que motivó que durante cierto periodo dejaran de tirotearse entre sí para beber cervezas juntos bridando por la desaparición del Estado polaco y por su reparto en beneficio de la gran Alemania nacionalsocialista y de la gran República Soviética.

Pero bueno, pasemos ahora a tomar nota de las subversiones que nuestra autora aplaude.

Son dos y están netamente relacionadas: en primer lugar la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, en segundo, su desconstrucción del protagonista masculino y viril.

Observen, en primer lugar, como en este lugar se hace explícito, por pura impericia de su autora, desde luego, lo que está implícito en tantos otros: que deconstrucción viene a significar destrucción: la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, segundo, en su desconstrucción del protagonista masculino y viril…

Si prefieren: destrucción por desmantelamiento.

Ahora bien, ¿a qué se referirá con lo primero?

¿Cuál será ese ideal femenino empalagoso, sentimental y falso?

Lo que sí es explícita es su contrapartida a deconstruir/destruir: el protagonista masculino viril.

Es decir: sencillamente, ni más ni menos que la virilidad.

Pues supongo -espero no equivocarme- que la autora no reclama la deconstrucción/destrucción/desaparición de los protagonistas masculinos en su totalidad, sino que es en la virilidad tan sólo en lo que concentra su requisitoria.

Pero claro, desde ese momento, resulta igualmente claro eso otro que ha calificado de empalagoso, sentimental y falso: ¿qué podría ser sino su correlato, la feminidad?

Se hace evidente que nos encontramos ante un tipo de discurso que apunta hacia la destrucción de la diferencia sexual.

Y es que la diferencia sexual es destruible porque no es un dato natural: en lo real cada cuerpo es inexorablemente diferente e irreductible a cualquier otro cuerpo, mientras que la diferencia sexual es, por el contrario, una construcción simbólica a partir de la cual se pone en marcha esa institución básica del mundo civilizado que es el erotismo.

Y por lo demás, el texto en cuestión no ofrece duda alguna sobre cómo conecta esa deconstrucción/destrucción de la diferencia sexual.

Ello pasa por la correlativa deconstrucción/destrucción de esa represión estructural que es el sometimiento a la ley del padre.

En suma, es la ley del padre lo que está en juego.

Les decía el otro día que suscribo la plena igualdad jurídica entre hombres y mujeres.

Pero es evidente que no es de esto de lo que este discurso habla.

De lo que habla, la consigna de la que hace bandera -y las banderas no son teóricas, sino ideológicas- es del desmantelamiento de la ley del padre y, más en concreto, de su represión estructural.

Pero la represión estructural del padre, es imprescindible, pues es la que realiza la prohibición del lazo incestuoso de la que depende el nacimiento simbólico del sujeto y de su deseo.


El punto ciego: el poder de la madre

volver al índice

Analizar un discurso no es sólo explicitar sus isotopías estructurantes, sino igualmente, levantar acta de sus puntos ciegos.

Y el punto ciego absoluto de los discursos feministas -y, dicho sea de paso, los discursos feministas se han hecho hegemónicos en el mundo intelectual y periodístico occidental contemporáneo- es el poder de la madre.

Y no me refiero a su poder jurídico, sino su poder biológico y, si me permiten esta expresión, su poder identificatorio.

De eso nadie dice nada.

Es curioso como la deconstrucción detiene ahí sus operaciones demoledoras.

En nada se manifiesta tan claramente el hecho de que el programa de la deconstrucción es el del desmantelamiento del orden simbólico mismo. Por eso, a la vez, se ve acompañado por una suerte de respeto casi supersticioso hacia la naturaleza.

Es decir: hacia lo real.

Eso estaba ya en Nietzsche. Por eso, en Así habló Zaratustra, a la vez que hacía todo tipo de burlas de la religión patriarcal, no dudaba en utilizar las expresiones más vehementemente religiosas hacia la tierra, es decir, hacia la madre tierra, esa diosa de lo real ante la que no dudaba en rendirse absolutamente.

«Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales!»

«Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre.»

«El yo aprende a hablar con mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores encuentra para el cuerpo y la tierra.»

«Una virtud terrena es la que yo amo…»

«¡Ojalá hubiera permanecido en el desierto, y lejos de los buenos y justos! ¡Tal vez habría aprendido a vivir y a amar la tierra – y, además, a reír!»

«Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra…»

«El corazón de la tierra es de oro.»

«Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella que me dio a luz.»

Qué puedo decirles sino que, para una mirada psicoanalítica, deberían aquí hacerse patentes los indicios de la psicosis que irremediablemente habría de eclosionar más tarde en este gran filósofo.

Pero sucede con éste lo mismo que sucede siempre con todos los puntos ciegos: acabamos comportamos todos como si eso, el poder de la madre, no existiera.

Pero claro está, desde ese momento, la noción misma de la función paterna resulta incomprensible.

Y, así, seguimos practicando el deporte virtual de derribar un patriarcado que hace mucho que fue derribado.

Y, al mismo tiempo, cegamos nuestros problemas más graves.

Así, por ejemplo: ¿no les parece grave el cada vez más acentuado fracaso escolar de los varones?

¿Cómo es posible que nadie quiera hablar de ello cuando, a todas luces, si eso se mantiene, habrá de tener a medio plazo efectos devastadores y, muy especialmente en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres?

Esto es lo realmente asombroso.

Así por ejemplo: los profesores universitarios cuyo oficio es, se supone, pensar la realidad, y que hace años que vienen percibiendo de manera directa los primeros efectos de ese fracaso en forma de disminución drástica de la presencia de varones en sus aulas, se niegan, sencillamente, a ver en ello problema alguno.

O la crisis de la natalidad.

He llegado incluso a recibir algún correo que me señala que no hay tal, que la humanidad no cesa de crecer y que ese sí es un problema.

Estoy de acuerdo en que es un problema para el planeta el exceso de natalidad. Pero no es menor problema, para nuestra región del planeta, el Occidente desarrollado, que coincide casi estrictamente con el segmento democrático del planeta, la crisis de la natalidad.

Verbigracia:

«La natalidad en España alcanza su récord desde 1991

«La media de hijos por mujer en edad fértil se situó en 1,37 en 2006.- El incremento total de se debió, en parte, a la contribución de las madres extranjeras (…)

«El incremento total de nacimientos se debió, en parte, a la contribución de las madres extranjeras, que continúa en aumento. En 2006 se registraron 79.169 nacidos de madre extranjera, un 12,68% más que en 2005. Los nacimientos de madre extranjera supusieron el 16,46% del total en el año 2006, frente al 15,07% del año 2005 y el 13,78% del año 2004.»

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/natalidad/Espana/alcanza/record/1991/elpepusoc/20070703elpepusoc_2/Tes

Como ven, mi fuente no es el Vaticano, sino El País.

Claro está, El País no habla de crisis de natalidad. Habla de todo lo contrario, de un record de natalidad.

Pero vaya record: 1,37 hijos por mujer fértil, emigrantes incluidas.

Ahora sumen a esas mujeres fértiles las mujeres no fértiles. Y luego los hombres, claro está.

Nos dará algo así como 1,37 hijos por cada 2 y pico personas.

Si eso no es la inversión de la pirámide demográfica, que venga Dios y lo vea.

Pero claro, me dirán, Dios no existe. ¿Cómo iba a venir a verlo?

Lo que me lleva a preguntarme si eso no será también parte del problema. Quiero decir: que la ausencia de Dios multiplica nuestras fuentes de ceguera…

Al menos en un aspecto, discúlpenme que se lo diga, la cosa es evidente: pues ya saben, si Dios no existe, entonces todo es posible.

Es decir: eliminado Dios, nada parece contener la huida narcisista en el Occidente contemporáneo.

Pero volvamos a nuestro tema.

Mother: That’s what you think, is it?

Les hablaba del poder de este abrazo.

Father: Yes.

Mother: That’s why

Mother: he’s going to be brought up where you can’t get at him.

Les hablaba de la locura de este rostro.

Y les hablaba de la identificación, en el filo de la psicopatía, de esta mirada.


Las Diosas arcaicas

volver al índice

Les hablaba, en suma, del poder de la madre.

Les decía que el emblema de ese poder está presente en el cine contemporáneo.

Pero quisiera hacerles ver hasta qué punto eso hace retornar a divinidades extraordinariamente primitivas.

Son las vulvas paleolíticas.

Pertenecen a esos tiempos en los que los hombres localizaban a sus primeras divinidades en los animales:

en esas bestias espléndidas, mucho más fuertes y poderosas que ellos y que, como decía Bataille, podían entregase a sus instintos sin restricción alguna.

Nada tan prestigioso entonces, nada tan poderoso como lo animal.

No era difícil que, en un contexto como ese, los hombres vieran, y con toda la razón por otra parte, en la fecundidad femenina, una manifestación del todo continua con la del mundo de sus divinidades.

No es difícil imaginar, por tanto, que los hombres quisieran localizar sus orígenes en la estela de esos dioses.

He sostenido que esa primera construcción mitológica del origen podría encontrarse aquí:

Se llama Mujer bajo un reno.

Yo completo la figura así:

Y durante mucho tiempo, debió ser indiscutible esa divinidad femenina, directamente enraizada en lo real-animal

y directamente anclada en sus poderes maternos.

Por eso les decía el otro día que los panteones egipcio y griego mostraban los lentos y conflictivos avances de las divinidades patriarcales contra esas más antiguas divinidades maternas.

Pues bien, la diosa está aquí:


Una ley tribal

volver al índice

Thatcher: Sleds aren’t to hit people, but to sleigh with.

Mother: You got to go. Jim!

Mother: ¡Jim!

Decía alguien de entre ustedes que la prohibición del cachete no tenía por objeto prohibir este cachete, sino el que vendría después y del que deberíamos suponer que sería mucho más violento.

El caso es que, objetivamente, jurídicamente, prohíbe éste.

Pues el otro, el desmedido, ya estaba prohibido.

Lo que indica bien a las claras que lo que esa ley pretende, en su latente economía perversa, es desarmar al padre.

Exactamente el mismo objetivo y la misma economía perversa de la ley que castiga más la violencia del hombre sobre la mujer que la violencia de la mujer sobre el hombre. Y que constituye, digámoslo de paso, un atentado contra esa que era precisamente nuestra conquista irrenunciable: la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres.

Lo más grave de todo es que con ello desaparece el individuo como sujeto del derecho para ser sustituido, otra vez, por la tribu, esta vez la tribu de los hombres o la tribu de las mujeres.

Pues la reclamación de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer no se funda en que las mujeres sean una tribu con iguales derechos que la tribu de los hombres, sino en la idea de que todo individuo humano, independientemente de su sexo, debe ser igual en derecho, cosa que, precisamente, acaba de dejar de ser por obra y gracia de esta nueva ley feminista.


Harry Shannon

volver al índice

Pero volvamos a la bofetada.

Por supuesto que hay hombres que someten a una violencia extrema a sus hijos.

Pero parece evidente que éste no es uno de ellos:

Thatcher: decision concerning his education. his places of residence, s to be final.”

Father: The idea of a bank being the guardian…

Mother: Stop this nonsense, Jim.

Thatcher: “We

Este hombre, cuando intenta plantear su opinión, es despreciado sin ni siquiera obtener una mirada de ella.

Ahora bien, este padre, el del pequeño Kane/Welles, del todo sometido a una esposa que ni siquiera se digna mirarle a los ojos cuando le habla, ¿no les recuerda a aquel cochero de The Lady from Shanghai expulsado del relato sin mayor miramiento?

Thatcher: will assume full management of the Colorado Lode” which I repeat, Mrs. Kane, you are the sole owner.

Mother: Where do I sign, Mr. Thatcher?

Thatcher: Right here.

Sólo será mirado cuando suplique

Father: Mary, I’m asking you for the last time.

Father: You’d think I hadn’t been a good husband or father

pero entonces será mirado con el más intimidatorio de los desprecios.

¿No es indiscutiblemente más poderosa y violenta la violencia psicológica que desprende la mirada de esta mujer que la física del cachete que tendrá lugar poco después?

Pero no hablo sólo de la violencia que ella infringe a este hombre, sino sobre todo de la que infringe al hijo que, en tanto varón, necesariamente necesitaría identificarse con él.

Thatcher: is to be paid to you and Mr. Kane as long as you both live.

Thatcher: and thereafter to the survivor.

Father: Let’s hope it’s all for the best.

Mother: It is.

Es a este padre sometido al que se le prohíbe, incluso, el cachete.

Y reconocerán que el hijo está ahí, al fondo, como un ser diminuto que padece la tensión que tiene lugar en primer plano y que va a afectar de manera inapelable su futuro.

No hay duda, entonces, de cuál es el emblema de la divinidad en Ciudadano Kane.

No hay duda de que este padre amedrentado está directamente inspirado en el padre de Orson Welles:

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

[Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

Pues bien, es indiscutible su parecido con el cochero que localizaba al padre víctima del crimen en el parque central.


Sencillamente porque ambos personajes son interpretados por el mismo actor: Harry Shannon.

Como ven, basta seguir deletreando para que, en los momentos más inesperados, se multipliquen las pruebas que confirman hipótesis que, en principio, tendían a ser rechazadas como sobreinterpretaciones.

«In 1919, they separated. Beatrice moved, with the children.»

[Callow, Simon: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 21.]

¿No se remontaría hasta ahí el origen de la culpa de Welles por el derrumbe de su padre?

Quiero decir: a esos 4-5 años en que le abandonó -cuando él ya se hundía en el alcoholismo- para irse a vivir con su madre.

De modo es que si el tema de hoy es el poder de la madre, ello viene directamente dictado por el texto en el que encontramos la neta dominancia de ese poder.

Lo que vamos a hacer a continuación, y ello siguiendo como corresponde el análisis de nuestro texto de trabajo de este año, The Lady from Shanghai, es mostrar hasta qué punto las mujeres son las primeras víctimas de ese poder cuando no se encuentra contenido por la función paterna.
 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

4. El amante menguante


Hable con ella, Bodas de Sangre, Yerma

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


Benigno y El amante menguante

volver al índice

En la escena fantasmática almodovariana que El amante menguante presenta, es la propia novia, tan intensamente activa como científica, la que provoca su incesante decrecimiento.

No solo es activa, sino incluso violenta.

Y por cierto que, bien arraigada en la estela del poder materno, su investigación versa sobre la alimentación, como el propio Benigno nos explica.

Benigno: Y Amparo. Su novia, que es científica.

Benigno: Amparo está investigando la fórmula de una dieta experimental que va a ser la bomba en el mundo de la nutrición.

Y él es un amante tan abnegado… quiere dar tanta pruebas de amor como el propio Benigno.

Ella dice que no, que no lo haga…

Pero no con demasiada convicción, dado que a la vez ha cogido su cuaderno para tomar notas de los efectos del experimento.

Más allá de la broma, atiendan al entusiasmo de ella.

Todo parece indicar que la clave de la fórmula de la dieta experimental que va a ser la bomba en el mundo de la nutrición estriba en sus poderes afrodisíacos.

Pero sucede que el reverso de ese poder afrodisíaco consiste en que es tal su eficacia que quien lo toma agota del todo su energía amorosa.

Benigno: Pero el tiempo pasaba. Por mucho que trabajaba, amparo no terminada de encontrar el antídoto.

Benigno: Y el pobre Alfredo menguaba día a día.

Benigno: Para que ella no sufriera, alfredo se fue de casa.

Benigno: Abandonó Madrid,

¿Sabían que Almodóvar dejó su pueblo manchego a los 22 años para irse a vivir a Madrid?

¿Y no encuentran cierta semejanza sonora entre Alfredo y Pedro Almodóvar?

«Alfredo»

Pedro Almodóvar»

Se intensifica si cambiamos el orden entre nombre y apellido,

«Alfredo»

Almodóvar, Pedro»

colocando primero el nombre, como se hace habitualmente, por cierto, en las filmografías:

«Alfredo»

«Almodóvar, Pedro»

Benigno: y volvió al pueblo con su madre, con la que no se hablaba desde hacía diez años, porque era tremenda.

Y tremendo puede ser sinónimo de gigantesco.

Benigno: A Amparo ni siquiera le había dicho donde vivía.

Benigno comienza a excitarse mientras masajea el cuerpo de Alicia.

Pero es evidente que eso, darle masajes, lo ha hecho ya muchas veces sin tales efectos.

De modo que es ahora el cuento que cuenta, la película que ha visto, la que introduce el suplemento que le lleva a excitarse, por primera vez, ante ese cuerpo que vive como deslumbrante y gigantesco.

Benigno: En la película pasan muchas cosas,

Benigno: pero lo importante…

Lo importante, lo que le hace posible, por primera vez, acceder a una fantasía erótica con una mujer, estriba en el modo de relación que el cuento le ofrece.

La única posible para quien, como les digo, concibe a la mujer como un ser gigantesco e inabordable.

Benigno: es que después de años de remordimientos y estudios,

Benigno: Amparo descubre la dirección de la madre de Alfredo.

Benigno: Y se presenta.

No hay duda, Alfredo ha huido de Amparo refugiándose en la casa de su madre,

como ahora va a huir de su madre refugiándose en Amparo.

De modo que el bolso de Amparo es como la casa de la Madre… en un círculo sin salida que conducirá al amante menguante, como ustedes saben, a la muerte.

Y por cierto que su aparición se produce en un lugar bien preciso:

en la Filmoteca Española de Madrid.


El increíble hombre menguante / Hable con ella

volver al índice

De modo que El amante menguante remite, de manera evidente, a El increíble hombre menguante,

la película de Jack Arnold de 1957 que no es difícil imaginar como parte de las pesadillas cinematografías de Pedro Almodóvar.

Se dan cuenta de la paradoja.

Pues lo propio de un amante, en cuanto tal, es su capacidad de crecer: el decrecimiento, por contra, es la realidad misma de su impotencia.

Por si no conocen esa pequeña obra maestra del cine de terror, les diré que cuenta la historia de un hombre recién casado que en su viaje de novios

es objeto de contaminación por una extraña nube tóxica

que hará que, a partir de entonces, su tamaño vaya menguando progresivamente.

Y bueno, estos jóvenes recién casados son de clase media baja, no pueden permitirse alquilar un barco como este mucho tiempo.

Yo diría que no más de un día, lo justo para la noche de bodas.

Y ya saben lo que es fácil que suceda esa noche: que se salga de ella preguntando algo así como ¿qué ha pasado?

Louise: Scott, ¿qué ha sido eso?

Scott: No lo sé- Una neblina.

Louise: Mira el pecho.

Siendo una película de terror, El increíble hombre menguante, como Hable con ella, incluye algunas excelentes escenas melodramáticas. Por ejemplo ésta.

Louise: ¿Quieres que conduzca, querido?

Ella, la joven esposa, comienza a dudar de la capacidad de conducir de su marido.

Scott: No, estoy bien.

Y él, en esa misma medida, comienza a dudar de su capacidad de estar a la altura del deseo de su esposa.

Scott: Louise… Quiero que pienses sobre nosotros. Sobre nuestro matrimonio. Puede que pasen cosas terribles. Rus obligaciones tienen un límite.

Louise: Un momento. Yo te quiero. ¿No lo sabes?

Scott: Amas a Scott Carey. Tiene un tamaño y un modo de pensar.

Y es que Scott sabe que, después de todo, el tamaño importa.

Scott: Todo eso está cambiando.

Louise: No ha cambiado nada.

Louise: Cuando nos casamos, lo que dije iba en serio. Mientras lleves el anillo de casado, seré tuya.

Mientras que puedas, mientras que tengas la fuerza necesaria para llevar, para soportar ese anillo, le dice ella.

Y vean con que contundencia se desploma melodramáticamente la escena:

Louise: Venga, vámonos a casa.

Espléndida la deteriorada textura de la alfombrilla de ese coche sobre la que ha caído la alianza de Scottie, cuyos dedos se hacen también cada vez un poco más pequeños.


(…)

Louise: ¿Scott? Scott, he

Louise: He dado de baja la línea.

Scott: ¿Qué?

A partir de ese momento, como ustedes comprenderán, la relación de esa pareja se vuelve inconcebible.

Louise: Que he dado de baja la línea. Intentarán ponernos otro número la semana que viene.

Scott: ¿Cómo que “intentarán”?

Louise: Van a intentarlo. Hay mucha gente a la cola.

Aun cuando, si lo piensan bien, corresponde literalmente, al menos por lo que a las diferencias de escala se refiere, a la relación de un niño pequeño con su madre.

Por cierto, ¿se dan cuenta de eso que han olvidado ya? Me refiero a lo gigantesca que fue una vez, y durante mucho tiempo, su madre para cada uno de ustedes.

Así, Scott es un niño que, a la vez, se comporta como un pequeño dictador.

Scott: ¿No les has dicho quién es tu marido? Scott Carey, el fenómeno menguante.

Louise: No.

Scott: Usa tu influencia. Soy un gran tipo. Famoso.

Louise: Por favor, no sigas.

Scott: Hay muchos periodistas afuera. ¿Por qué no se lo cuentas?

Scott: Dales una nueva perspectiva paras sus periódicos.

Scott: ¿O me lo guardo para mi libro?

Y a la vez, lo que no deja de ser notable, en un escritor, es decir, en un artista desesperado.

¿Nos devolverá el fenotipo de cierto artista desgarrado y sufriente de las vanguardias modernas?

Scott: Sí, haré eso. Un capítulo entero dedicado a los teléfonos. Y otro chiste para que el mundo se ría.


Y está a la vez la otra cara de la cosa: la presencia de una mujer gigante y, a la vez, también ella sufriente.

Louise: Scott, la gente lo sabe. No se ríen de ti.

Scott: ¿No?

Louise: No.

Ahora bien, ¿qué hacen esos pajaritos ahí?

Y muy especialmente el de la derecha, el que está más cerca de la cabeza de la mujer.

¿No lo reconocen?

Se trata, desde luego, del pájaro que presenciara el asesinato de Marion, la protagonista de Psicosis, el film de Alfred Hitchcock, en manos de la madre de Norman.

Exactamente del mismo pájaro.

Curioso hecho que no podemos atribuir al equipamiento de utillaje de la productora, porque se trata de dos films producidos por dos diferentes empresas:

Paramount en el caso de Psicosis,

y Universal en el de El increíble hombre menguante.

Y dado que El increible hombre menguante fue estrenada en 1957 y Psicosis en 1960, todo empuja a deducir que Hitchcock debió ver el film de Arnold y quedarse prendado de ese pájaro -los pájaros, supongo que lo saben, le obsesionaban y le atemorizaban- hasta el punto de incorporarlo a su film.

Y, después de todo, ¿no tenía Norman algo del propio Scott?

¿Que fue Norman quien lo hizo, quien asesinó a Marion?

Desde luego que no, pues Norman nunca fue otra cosa que un apéndice, un complemento de su madre.

Y es totalmente identificado con ella,

con el cuchillo de cocina de ella, con el que mata a Marion.

Marion y Norman, por lo demás, son las dos caras de la víctima de la madre loca que habita Psicosis.

Lo que, por lo demás, el film proclama haciendo que el nombre de cada uno sea un anagrama del nombre del otro.

Como ven, también es posible localizar una bruja malvada aquí.

Scott: ¿Por qué no? Es gracioso, ¿no? Lo es. ¿Ves lo gracioso que soy? Un nió que parece un hombre. Vamos, Louise,

Scott: ríete. Sé como los demás. No pasa nada.

Scott: ¿Por qué no puedes mirarme? Mírame ¡Mírame!

Louise: (Llorando) Basta, Scott.

(Suena el teléfono)


Las mujeres, chocando con lo real

volver al índice

El caso es que la mujer inmensa y sufriente de El increíble hombre menguante bien podría tener que ver con esta otra:

Y, así, la escena inicial de Hable con ella nos devuelve, a la vez, el drama de la mujer que nos es presentada en primer término como el drama de la madre: el drama de una mujer que avanza ciega, chocando con lo que tiene delante, incapaz de protegerse de ello.

Después de todo, ¿no son de la misma índole los acontecimientos que han sumido a Alicia y a Lidia en sus respectivos estados coma?

Pues ellas también avanzaban a ciegas, ciegamente empujadas por la pulsión que las habitaba, hasta chocar con lo real de la manera más brutal.

Ciegas, solas, perdidas, arrasadas por su pulsión.

Sin hombre alguno capaz de hacerse cargo de ellas.

Pues tan solo encuentran a su paso hombres como éste que, en la escena, intenta evitar que las bailarinas choquen con las sillas que se interponen a su paso.

Hombres que, por eso, sirven de bien poco, pues, aun cuando logran apartar las sillas, no pueden eliminar las paredes, y los choques con éstas son mucho más brutales.


La bruja como función móvil de lo monstruoso

volver al índice

Y por cierto que tampoco carece de buenas intenciones el pequeño Scott:

Scott: Cariño, lo siento. Debo de estar volviéndome loco para hablarte así.

Louise: No cariño, estoy bien.

Louise: Se lo que debes de estar sufriendo.

Scott: ¿De verdad? Sí, Para ti también ha sido una pesadilla. Quizás hayamos perdido la esperanza.

Louise: Scott, hay muchas cosas por las que tener esperanza. Un día los médicos podrían encontrar la antitoxina.

Pero, en cualquier caso, ¿cómo podría ese diminuto personaje alimentar la chimenea, ahora ya por siempre apagada, de esta mujer gigantesca?

Scott: Claro. Lou, vámonos de aquí antes de que nos volvamos locos.

Scott: Donde nadie pueda encontrarnos.

Louise: De acuerdo, Scott. Buscaré algún sitio. Intenta no preocuparte.

Scott: Eso lo dejaré a los médicos. Llevo dos días de retraso con el libro.

Como les he sugerido ya, también aquí, como en tantos textos de la vanguardia, el acto de escritura ocupa el lugar del ausente acto narrativo.

Quizás se pregunten ustedes que dónde está la bruja aquí.

Pero sucede que, como En hable con ella, aquí también está en el mismo lugar.

Y es que es la otra cara de esta mujer gigantesca y sufriente cuya chimenea está negra y apagada.

¿Lo dudan?

Deberían tener en cuenta que la bruja es una función móvil de lo monstruoso.

Así, recuerden que en La bella durmiente de Perrault se prolonga en la madre ogresa de la segunda parte, o bien, en el caso de Disney, en el siniestro dragón que tiene prisionera a a la bella durmiente.

En caso es que en El increíble hombre menguante esta imagen

no puede ser considerada independiente de esta otra:

Y claro está, ese gato tiene su autonomía y sus exigencias, en la misma medida en que ese fantasma materno no cesa de aumentar sus locas dimensiones:

(…)

Podríamos resumir la pesadilla del film así: plano:

y contraplano:

Y si no están de acuerdo conmigo, explíquenme por qué Jack Arnold escogió un gato que tenía el mismo color de piel que el cabello de su actriz.


Como no hay varón capaz, el homosexual se hace cargo de la tarea

volver al índice

Y bien, como no hay ahí ningún hombre capaz de hacerse cargo de la mujer, de su pulsión brutal o de su sueño absoluto -tales son los dos extremos del arco de lo femenino que el film dibuja- deberá de ser el homosexual, Benigno, el hombre menguante, quien se haga cargo de esa tarea.

Tal es, entonces, su fantasía: realizar el deseo de la diosa madre -¿pues no fue la madre la que, con su envergadura corporal, podría haber aplastado al bebé recién nacido?

No hay duda: la mujer es la tierra en un paisaje bañado por la luz de la luna.

A él corresponderá entonces colmar su hendidura, ofrecerse como el falo que ella no tiene: reintroducirse en ella para calmarla, saciarla y completarla.



Al precio, sin duda, de su aniquilación.

Imposible no retener las imágenes que, en El increíble hombre menguante, responden a éstas:

¿No es cierta viscosa tela de araña la que mantiene a Benigno atrapado en casa de su madre?

Pero Scottie está decidido a combatir al monstruo, por más que sean precarias sus armas: un par de alfileres, uno de ellos doblado, y un hilo de costura

Impresionante plano, ¿no es cierto?

Junto a los alfileres e hilos de costura, las tijeras, también ellas pertenecientes al ámbito de las tareas domésticas de la madre.

Supongo que comprenden su ingeniosa estrategia. Una vez clavado el alfiler en la araña y éste atado por un hilo a las tijeras,

habrá de permitir arrojar a la araña por el precipicio… del borde de la mesa.

Sí, pero son tan pesadas las grandes tijeras de la madre…

Y es tan frágil su hilo…

De modo que la pesadilla prosigue.

Y, como ustedes saben, en las pesadillas, el que huye tropieza y cae una y otra vez.

Y otra, y otra vez.




Supongo que saben cuál es el aspecto más hórrido de las arañas: su boca y su barriga se confunden

construyendo la más siniestra imagen de un sexo oral y devorador.

Pero Scottie, con todo, es capaz de su acto heroico.

¿Y Benigno?

También él, desde luego.


Pues observarán ustedes que aquí la escena fantasmática de devoración no está menos presente, por más que sea objeto, como veremos en seguida, de la más elaborada sublimación.

Se trata, pues, de una ceremonia a la vez de retorno al origen absoluto y de autoaniquilación.

Una inmolación, en suma, a la diosa madre.

Pero una que alcanza, finalmente, un fruto inesperado:

Alicia despierta.


Restitución de la posición heterosexual

volver al índice

Y aparece ahí finalmente, para ella, un hombre capaz de hablarle de verdad.

Observen el rojo asiento vacío que se encuentra en el centro del plano, ubicado justo entre Marco y Alicia.

No podríamos decir que se interponga entre ellos, pues actúa como una conjunción: se trata, no hay duda posible, de la función mediadora de Benigno quien, después de todo, ha logrado realizar la más sorprendente operación de bricolaje simbólico: Alicia ha revivido y Marco está, por fin, en condiciones de abordarla.

Si lo piensan bien, este plano es casi una fórmula: la de la solución del problema de la buena distancia por lo que a la mujer se refiere.

Pues, como les decía, el problema de Benigno era que estaba demasiado cerca, del todo atrapado y, por eso mismo, inmovilizado en su sumisión.

Y el de Marco, a su vez, que estaba demasiado lejos, en franca huida.

Como ven, es ciertamente emocionante cómo el homosexual se escribe ahí a la vez que se borra, una vez que ha puesto las condiciones para restituir la necesaria posición del varón heterosexual, es decir, la del hombre capaz de responder al deseo de la mujer.

Al precio, eso sí, de que él mismo quede, necesariamente, del otro lado de la escena, separado por un abismo de ese campo de la naturaleza, de lo real, en el que la mujer es.


 
 

ir al índice del seminario

 

 

 


 

 

 

20. Rosebud -el derrumbe del patriarcado se ha producido ya

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 09/05/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


La historia inmortal: Isak Dinsen

volver al índice

«Dick y Beatrice tuvieron dos hijos, Richard lves y, una década más tarde, George Orson, cuyo nacimiento inauguró la última etapa del matrimonio. Concebido en Río de Janeiro, donde sus padres se encontraban de vacaciones.»

[Barbara Leaming: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p. 21.]<

«Beatrice (…) She became a member of the Lakeside Musical Society; being who she was, she was before long running it. Through Dr Bernstein’s connections with the Elmans, she invited the great violinist to address the Society and perform for them; she herself gave her lecture-recital on Spanish music and its ‘cantillations and various charming dance rhythms.»

[Simon Callow: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 20.]

Les decía: ¿existe una solución mejor para combinar el lugar de la gestación con la danza materna que ambientar The inmortal Story en Macao -ciudad china en la que se habla, como en Río de Janeiro, portugués- y rodarla en Chinchón, pueblo madrileño en el que, obviamente, se habla y se baila en español?

Ahora bien, es necesario anotar que sólo aparentemente el título del film es el mismo que el del relato de Isak Dinesen en el que se basa el film.

Pues aquel no se llamaba La historia inmortal, sino Una historia inmortal.

Desde luego, no es esta una modificación menor. Pues con el cambio del artículo indefinido por el definido, ésta se convierte en la historia por antonomasia.

La principal, la decisiva.

Y bien, ¿hay una historia más inmortal que la historia del origen?

No les hablo sólo de la escala individual, de esa escala individual que da toda su dimensión a la escena primaria, sino que les hablo, igualmente, de la escala civilizatoria.

Pues si en algo se detienen especialmente todas las mitologías es en los mitos del origen de su civilización.

Hace tiempo que vengo diciendo por eso -aunque obviamente no se me hace el menor caso- que parece obligado detectar una directa correlación entre la desaparición de los relatos mitológicos -que son antes que nada y en primer lugar relatos sobre el origen- y el tendencial cese de la natalidad que padece Occidente.

¿Quien es Isak Dinsen?

Se trata de un seudónimo, el de Karen Christence Blixen-Finecke (1885-1962), la autora de la novela África mía (Afrikansk pastoral), 1937, que llegaría a ser adaptada al cine con el título Memorias de África.

Pero es mejor que vean y escuchen como la presentaba el propio Orson Welles en el documental de Vassili Silovic que pueden encontrar en el DVD de F for Fake.

Welles: Isak Dinesen era una danesa que escribía con ese nombre. Y he estado enamorado de ella desde que abrí su primer libro. En la vida real era la baronesa Blixen, y para sus amigos era Tania.

Ciertamente, esta Tania fue mucho más que una novelista que le gustaba. Fue también una mujer de la que, aunque nunca llegó a conocerla personalmente, estuvo intensamente enamorado, como acaban de oír decirselo a él mismo.

Pero no sólo. También Oja Kodar, la amante del cineasta en aquel periodo, y la misma que interpretó F for Fake con él, nos informa de ello diez años después de la muerte del cineasta.

¿Cómo no creerla?

Oja Kodar: Desde luego, no llegó a conocerla. Pero amaba su talento.

Oja Kodar: Estaba absolutamente, como él decía, innamorato de aquella mujer.

El corte a negro del realizador de este documental sobre Welles es del todo pertinente. Da el justo énfasis dramático al dolor que late bajo la sonrisa exaltada de la amante cuando habla de esa otra mujer amada.

La cita es literal. Atiendan por eso al hecho de que ella no dice que él, Welles, estuviera enamorado de aquella escritora, sino que dice que estaba innamorato de aquella mujer.

Y lo dice en italiano, es decir, en la lengua de la ópera.


Un acting out

volver al índice

Y que había un componente netamente delirante en aquel enamoramiento lo manifiesta un acting out que, con relación a ella, llegó a realizar el cineasta.

Él mismo lo narra:

Welles: Un día tomé un avión a Copenhague para visitarla. Vivía en la misma vieja casa donde había nacido y donde murió. Yo tenía amigos que la conocían bien y que iban a llevarme a verla a la mañana siguiente.

Welles: Pasé la noche en vela y, al amanecer, tomé el primer avión que salía de Dinamarca. ¿Qué podría haber ofrecido un visitante fortuito y no invitado

Welles: más que un balbuceo de agradecimiento? El visitante habría sido un aburrimiento y la amada era demasiado humilde y demasiado orgullosa para eso.

Nada extraordinario habría en que un artista como Welles quisiera visitar y conocer a otra artista a la que admiraba profundamente.

Y, sin embargo, que de un acting out se trataba lo delata esa noche en vela -otra vez la dificultad de dormir. Y lo delata, igualmente, esa brusca decisión de retornar sin llegar a visitarla después de todo. Es decir: esa crisis de pánico que le paraliza y que le hace huir aterrado ante la posibilidad de encontrarse con ella.

Lo que, evidentemente, demuestra que el viaje mismo estaba bañado por el aroma del delirio: él se había introducido en él como hipnotizado.

Pánico, pues, de encontrase ante su fantasma.

Y uno que cobra la forma de una mujer imponente para la que él es demasiado poco, sino nada –un visitante fortuito y no invitado-, sólo un niño admirado y balbuceante –un balbuceo de agradecimiento-, y también aburrido –habría sido un aburrimiento.

Y la amada era demasiado humilde y demasiado orgullosa para eso. Sólo una palabra sobra: pues no es la humildad sino el orgullo el que reviste a esa figura fantasmática ante la que el imponente Welles queda reducido al estatuto de un niño balbuceante y aburrido.

Es decir: exactamente lo que él fue para su -ella sí verdaderamente- imponente, bellísima, fascinante madre.

Basta añadir, para completar el cuadro -aunque imagino que ya lo habrán adivinado- que Isak Dinesen era treinta años mayor que Welles.

Supongo que les suena esta estructura: la que esas dos mujeres, Isak Dinesen y Oja Kodar configuran.

Es, después de todo, la misma de la que participan, en The Lady from Shanghai, Elsa Bannister y Rita Hayworth.

Y por cierto que también esta vez hará Welles que la otra, la mujer real, encarne en escena a la única verdadera, esa fuente de fascinación y pánico que está en el núcleo de su escena fantasmática.


Esa mujer tiene un rompecabezas en su cadera

volver al índice

Volvamos a ese momento de Citizen Kane en el que, nada más formularse la pregunta por el sentido, se produce un cegador fogonazo.

¿No encuentran algo extraño en este fogonazo?

Si ahora desde contracampo, vemos el flash apagarse, ¿cómo es que nos ha golpeado en el plano anterior?

La respuesta es sencilla cuando reparamos en ello: el flash no pertenece al final del plano 1, sino al comienzo del plano 2.

Pero el efecto de este desconcertante procedimiento es sin duda que la diosa,

esa diosa blanca hacia la que, sin saberlo, avanza, el periodista que guía la investigación sobre la que se articula el film, nos ha deslumbrado.

Tanto a nosotros como al cineasta.

Y observen que cosa tan notable: todas las figuras que la rodean parecen, ellas también, diosas.

-Number 9182.

Raymond: I can remember when they’d wait all day if Mr. Kane said so.

-Nativity.

-Nativity.

-Venus of the fourth century. Attributed to Donatello.

Natividad. Pero nombrada dos veces: Natividad al cuadrado, pues.

Venus del siglo IV.

Del siglo 4. El cuatro, otra vez.

-What’s that?

-Another Venus. 25,000 bucks.

Otra Venus no: todas son Venus.

Y esa cifra, 25.000, que les dije anotaran, porque hoy volvemos a encontrarla, aquí tanto como en The Lady from Shanghai.

-A lot of money to pay for a dame without a head.

Y esa mujer sin cabeza podría remitirnos a Rosebud, pues, en cierto modo, una mujer sin cabeza podría ser, toda ella, monte de Venus.

–Hey, look, a jigsaw puzzle.

Y un rompecabezas.

-Jerry, Did you ever find out what it means?

Thompson: No, I didn’t.

–What did you find out about him?

•Thompson: Not much, really.

Les decía: el cuerpo de esa mujer sin rostro esta tan iluminado como ese rompecabezas que apoya sobre su cadera.

Lo que invita a añadir: esa mujer tiene un rompecabezas en su cadera.

Thompson: Playing with a jigsaw puzzle.

–If you’d discovered what Rosebud meant, I bet it would’ve explained everything.

Thompson: No, I don’t think so.

Thompson: No. Mr. Kane was a man who got everything he wanted, and then lost it. Maybe Rosebud was something he couldn’t get or something he lost.

Thompson: It wouldn’t have explained anything.

Thompson: I don’t think any word can explain a man’s life.

Thompson: No. I guess Rosebud is just a piece in a jigsaw puzzle. A missing piece.

–Well come on, everybody we’ll miss the train.

Todo esto, discúlpenme, no es más que palabrería.

Palabrería para intentar confirmar lo que hemos sospechado todo el tiempo: que Kane, el padre, como el Clay de Immortal Story , no nuca fue más que una enfatuada mascarada.

Que la verdad ha sido dicha por la diosa:

Thompson: Playing with a jigsaw puzzle.

–If you’d discovered what Rosebud meant, I bet it would’ve explained everything.

¿Qué más puedo decirles? Esto es tan así que la cámara, es decir, la enunciación, lo confirma en ese movimiento final por el que se aparta de toda esa palabrería.


La muñeca, el gorila y el padre que falta

volver al índice

Ellos se van, pero la cámara se queda.

Y de pronto la gigantesca sala del palacio de Kane asemeja, a la distancia, una inmensa ciudad de rascacielos que podría parecerse a Nueva York.

Es la cámara ahora la que, desmintiendo al periodista, sigue, ella sola ya, la búsqueda.

La búsqueda del sentido.

Se trata de una búsqueda que es, en principio, decididamente direccional.

Sabemos a dónde conduce: hacia el célebre trineo en el que está escrita la palabra Rosebud y pintado un capullo de rosa.

Pero hay un par de cosas notables en este trayecto de la cámara -es decir, de la mirada del cineasta y por tanto también de la nuestra- en las que, hasta donde yo sé, no se ha reparado.

La primera: que el trineo nunca llega, en este plano, a estar centrado en el encuadre.

Y la segunda, que en un momento dado la cámara deja de avanzar direccionalmente para introducir un pequeño giro envolvente.

Y eso sucede para situar en el centro del cuadro algo que no es ese famoso trineo.

Se trata de una muñeca.

Pero una muñeca no en forma de niña, sino de mujer adulta de grandes ojos oscuros y de una intensa mirada que parece haber captado la mirada de la cámara hasta hacer bascular ese movimiento suyo que, en principio, era rectilíneo.

Más arriba, el trineo.

A su derecha, algo más arriba todavía todavía, la foto de Kane niño con su madre que se viera al comienzo de la película, en el documental sobre Kane.

A su izquierda la caja con el rompecabezas.

Y abrazado a la muñeca, ese otro muñeco que es un gorila.

Abajo, a los pies de la muñeca, una foto del Kane joven.

Y lo más notable: mientras todo parece caóticamente acumulado, se hace evidente, pero sólo cuando reparamos en ello, la minuciosa colocación de ese mono y esa muñeca en esa caja, como si se tratara de una cama que acogiera a ambos.

Pero es que precisamente han sido los restos de una vieja cama de matrimonio los que han precedido a la irrupción visual de la muñeca:

El cabecero y el pie de una gran cama de matrimonio.

Diríase la de una familia más acomodada que la que presenta el film en su comienzo.

Como sin duda es mucho más elegante esa muñeca adulta que la mujer de la fotografía que interpreta a la madre de Kane en el film.

Y es que esa otra, la de la fotografía, de aspecto más duro y antipático, tiene los rasgos externos de la abuela paterna de Kane y quizás por eso lleve en la película su mismo nombre –Mary. Recuerden cómo era mostrada en ese documental del comienzo:

Y no olviden que Salem era tierra de brujas.

De modo que esa muñeca parece estar mucho más cerca de esta otra mujer:

Al menos, son sus intensos ojos oscuros lo que más destaca en ella.

En su movimiento semicircular, la cámara se aproxima más a esa muñeca:

Ahora bien, si la madre de la foto de arriba es sólo una imagen externa de la madre que está en el centro de todo, ¿por qué no proseguir la correlación con el hijo?

Pues el hijo, ya adulto, aparece, en primer lugar, literalmente tendido a los pies de la mujer-muñeca que se encuentra en el centro de la imagen.

Pero aparece, sobre todo, en forma de ese gorila que la abraza.

Veamos una ampliación:

Y bien, ella, la bella, no mira hacia el gorila que se abraza a ella.

Y por cierto que este gorila, aunque se abraza a ella, a la vez parece apartar de ella la mirada con tristeza.

Ahora bien, ¿no era así ese pequeño Welles desesperado por atraer la atención de su altiva y mundana madre, siempre obligado a construir una imagen a su vez también altiva, como la de la izquierda, porque sabía que su madre despreciaba esa otra imagen real en la que él mismo se reconocía?

Ahora bien, no es difícil imaginar la dificultad del niño varón hijo de un padre despreciado por su madre para poder sentirse apreciado por ella -pues su reconocimiento como varón pasa, necesariamente, por su identificación con el padre.

No es esta la primera vez que me encuentro con una constelación semejante en la que, junto a una bella figura femenina de resonancia materna, el cineasta se localiza así mismo en la escena en forma de gorila. En el seminario del 2004/2005, dedicado a Víctor Erice, dedicamos el tiempo que merecía a este notable plano:

Y de hecho, sobran los motivos para introducir El espíritu de la colmena en nuestra serie, pues en él se invoca al monstruo de Frankenstein para que venga a hacerse cargo de ella, de la madre, una vez que el padre ha quedado hundido en su mutismo en la zona oscura de su despacho.

Y en todos estos sitios falta lo mismo.

Eso que, a la altura de este plano es una ausencia escandalosa.

¿Qué falta?

Obviamente: el padre.


El punto de ignición: Rosebud

volver al índice

-Throw that junk in.

No hay duda, en Citizen Kane, de donde se encuentra el punto de ignición.

No hay duda, tampoco, como ya les dije, sobre significado de Rosebud: lo tienen ahí establecido a través de un dibujo, como en los libros infantiles.

Cuestión diferente es la del sentido.

Que es, también aquí, la de su ardor.

Arde primero el barniz y con él se van las hojas que rodean al capullo de rosa, pero el capullo mismo sigue ahí.

Y se impone así su forma esencial, esencialmente la misma que ostentaban Tyler Durden y los suyos en sus manos.

Y por si no saben de dónde procede esa llaga abierta impresa siempre en la mano derecha, les mostraré su origen:

Y la ausencia rotunda del padre es todavía subrayada, al modo romano, vaticano: pues no hay fumata blanca sino fumata negra. De modo que no hay papa.


Una primera infancia que no fue maravillosa

volver al índice

No hay padre y, sin embargo, a pesar de todo, ese padre real de Welles que nunca alcanzó el estatuto de padre simbólico está ahí. Ardiendo. Recuerden:

«We’d just returned from China, and there was a nice Christmassy fall of snow on the ground of the night of the fire. To my great regret I was not present, having been packed off to boarding school for what was to be the last of my three years of formal education. The few old cronies my father had invited were yet to arrive, and most of the hotel staff had been given the night off to go to Dixon, six miles away, for the movie show. (…)

«At the very last moment my father (the suspected arsonist) emerged from the flames dressed only in his night shirt, carrying in one hand an empty parrot cage and in the other, a framed hand-tinted photograph of a lady in pink thights (an ex-mistress fondly remembered) named Trixi Friganza.

«My mother was the “Trixi” who became his first wife: Beatrice Ibes well-born, and comfortably wealthy until the day when Grandfather Ives announced that he has somehow managed to lose the last of his coal mines. After this Miss Ives – already a gifted concert pianist – went to work as a “typewriter” (as stenographers were then called) to pay for the completion of her musical training. She was a celebrated beauty, a champion rifle shot, a highly imaginative practical joker, a radical and suffragette who held, after her marriage, political office, and even did a little time in jail.»

[Orson Welles: My Father Wore Black Spats, Paris Vogue, nº 632, Dec1982/Jan1983]<

Y recuerden que son llamas que refulgen sobre el blanco de la más fría nieve de la soledad:

Pues bien, busquemos todo eso en Kane:

Y esa soledad tiene un nombre:

Pensión de la señora Kane: es decir: la casa de la madre.

Welles se pasó la vida diciendo que su primera infancia había sido maravillosa hasta el viaje a Chicago y la separación de sus padres.

Pero nada de eso es atestiguado por su cine.

Sino todo lo contrario.

La frialdad está por todas partes, incluido el hecho de que la casa, el hogar familiar, sea convertida en una pensión.

Y aunque el niño nunca manifestará gesto alguno de hostilidad directa hacia su madre, sí lo hace de manera indirecta, desde el primer momento, a través de esa bola de nieve que arroja contra su nombre.


La mirada más fría

volver al índice

Kane: Come on, boys.

Pero ese niño, estando solo, no está solo del todo.

Mother: Be careful, Charles.

Pues está bajo la atenta vigilancia de su madre, la señora Kane.

Se ha hablado mucho de la brillantez técnica de esta secuencia, que pasa de manera tan fluida del exterior al interior primero y más tarde, en sentido inverso, del interior al exterior.

Pero, lamentablemente, esto es lo que suelen hacer los estudios convencionales, admirarse de la brillantez técnica sin preguntarse por su sentido.

Y sin embargo, de qué manera tan potente escribe así Welles la paradoja contenida en esta fría soledad vigilada.

Solo pero vigilado, en el entorno más frío, por la mirada más fría.

De modo que ese frío entra con nosotros cuando la cámara retrocede y nos introduce en la habitación.

Thatcher: Mrs. Kane

Mother: Pull your muffler around your neck, Charles.

¿No es exactamente del mismo tipo la vigilancia distante de la madre descrita por Welles en Brief Career As A Musical Prodigy?

¿No es del mismo tipo la vigilancia de esa madre que lleva a su hijo al borde del suicidio?

No piensen que me he olvidado de ese texto.

De hecho, he cumplido lo que prometí: empezar con él a la vuelta de Semana Santa.

Aunque no lo haya hecho explícitamente, no he dejado de hacerlo implícitamente todo el tiempo.

Por eso hemos comenzado hoy a ver The Immortal Story. Y por eso me he saltado, en el momento en que tocaba abordarla, una escena crucial de The Lady from Shanghai.

Este es otro procedimiento del método: poner en el punto de mira el punto de ignición de un texto y no tener ninguna prisa en llegar hasta él: por el contrario, aceptar detenerse en todo lo que se cruza camino de él.

Siempre, claro está, que todo eso que se cruce sea observado en relación con ese punto de mira.


He visto a mi padre marchitarse…

volver al índice

Thatcher: Mrs. Kane, I think we’ll have to tell him now.

A lo largo de toda la secuencia el potente carácter de la madre podrá apreciarse en la posición casi sumisa de propio Thatcher ante ella.

Mother: Yes, I’ll sign those papers now, Mr. Thatcher.

Father: You people seem to forget that I’m the boy’s father.

Hay un padre ahí, pero no pinta nada, pues está absolutamente desplazado.

El centro absoluto lo ocupa ella.

Mother: It’s going to be done exactly the way I’ve told Mr. Thatcher..

Ella es quien dicta la ley.

Y por eso es ella la que se dispone a rubricarla con su firma.

Father: There’s nothing wrong with Colorado. I don’t see why we can’t raise our son just because we came into money.

Y observen que cosa más notable: el padre, a lo largo de esta secuencia, habla mucho más que ella.

Pero su palabra no vale nada, es pura cháchara semiótica.

Carece de densidad simbólica, por mucho que invoque la ley jurídica.

Father: If I want to, I can go to court.


.Father: A father has a right to.

Father: A boarder that beats his bill and leaves worthless stock behind. That property is as much my property as anybody’s

Pero ella ni siquiera le mira.

Es decir, no le introduce con su mirada -con su deseo- en el universo del niño.

No hay nada de esto:

¿Que el niño está fuera?

Anecdóticamente sí, pero enunciativamente no: la mirada, en esta secuencia, no es otra que la del niño que recuerda desde el interior del hombre maduro que lo pone en escena -y por cierto que así se demuestra que la verdad puede ser precisamente lo que se pone en escena.

Father: now that it’s valuable. And if Fred Graves had any idea this would happen, he’d have made out the certificates in both our names.

Thatcher: But they’re made out to Mrs. Kane.

Father: He owed the money to both of us.

Thatcher: “The bank’s decision in all matters…”

Father: I don’t hold with giving Charles to a bank.

Mother: Stop this nonsense

Ella habla poco pero, cuando habla, su palabra corta como un cuchillo la de ese padre al que ni siquiera mira.

Father: We’re a bit uneducated.

Thatcher: “The bank’s

¿Cómo se interrumpirá la lamentable verborrea del padre?

Ya lo sabemos. Con una mirada de ella.

Thatcher: decision concerning his education. His places of residence, is to be final.”

Father: The idea of a bank being the guardian…

Mother: Stop this nonsense, Jim.

Thatcher: “We

Thatcher: will assume full management of the Colorado Lode” which I repeat, Mrs. Kane, you are the sole owner.

Mother: Where do I sign, Mr. Thatcher?

Thatcher: Right here.

Father: Mary, I’m asking you for the last time.

Y dense cuenta de que para entonces, cuando esa mirada está a punto de llegar, la verborrea ya no reclama derechos sino que cobra la forma de súplica.

Father: You’d think I hadn’t been a good husband or father

Se achanta, se arruga, se disculpa, se lamenta.

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

[Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]<


El derrumbe del patriarcado se había producido ya

volver al índice

Thatcher: The sum of $50,000 a year is to be paid to you and Mr. Kane as long as you both live.

Una cifra a retener: 50.000.

50.000 / 2 = 25.000, que es, como saben, el precio de la Venus sin cabeza.

Thatcher: and thereafter to the survivor.

Y cuando las dos Venus se reúnen en una sola -50.000- nos encontramos con el coste atribuido a La vuelta al mundo en 80 días, y que era también el sueldo mítico de Welles por rodar The Lady from Shanghai.

Es decir: el sueldo de la muerte del padre.

Bastará con que caiga un cero -5000- para encontrar el precio del falso asesinato de Grisby.

Father: Let’s hope it’s all for the best.

Mother: It is.

Una palabra, la de la madre, inapelable.

Kane: The union forever!

El grito del niño, desde el fondo, más allá de su particular juego bélico, proclama la indisolubilidad de una familia que está a punto de disolverse.

Pero no estuvieron desafortunados -aunque sí en exceso atrevidos- esta vez los traductores de la versión española cuando lo tradujeron por Invencible!

Pues realmente ella es soberbia, invencible.

Father: Why I can’t raise my own boy is more than I can understand

Es posible echar la culpa de todo al banco, es decir, al capitalismo, como el diálogo hace.

Pero es muy diferente lo que hace la imagen.

Mother: Go on, Mr. Thatcher.

Pues en la imagen es ella la que se impone una vez más, mientras que el padre se va al fondo y cierra la ventana.

Un gesto aparentemente sin importancia, en el que nadie repara.

Pero importante sin embargo, pues es un gesto de inmediato enérgicamente desautorizado, rechazado, por ella:

Thatcher: Everything else, the principal, as well as all monies earned is to be administered by the bank in trust for your son, Charles Foster Kane until he reaches his 25th birthday, at which time

Qué brío atlético el suyo: parece un movimiento de gimnasia sueca el que utiliza para abrir la ventana.

Y es que, como buena feminista nórdica, quiere que ninguna emoción nuble su buen juicio -así era, por ejemplo, la madre de Ingmar Bergman. Por ello, mantiene su hogar siempre bien frío.

Pero no podemos dejar de atender a la fecha que acaba de ser consignada: until he reaches his 25th birthday…

Thatcher: he is to come into complete possession.

Mother: Charles!

Y su voz, la potencia extraordinaria de su voz, que achanta a esos dos hombres minúsculos del fondo, el padre y el banquero.

Qué quieren que les diga: en el cine del siglo XX, excepción hecha del cine clásico, no existe patriarcado.

O sólo existe en las películas que ideológicamente se plantean, en el contexto de un discurso modelado por la economía de la racionalización, su denuncia.

Pero en el gran cine del siglo XX, ese que materializa el pensamiento de su tiempo, es obvio que el patriarcado se encuentra derrumbado desde su mismo comienzo.

Así, sólo ella manda.

Mother: Go on, Mr. Thatcher.

Thatcher: Well, it’s almost 5, Mrs.Kane, don’t you think I’d better meet the boy?

Mother: I’ve got his trunk all packed. I’ve had it packed for a week now.

Thatcher: I’ve arranged for a tutor to meet us in Chicago. I’d have brought him here with me, but…

Y de nuevo ese brillante paso, sin solución de continuidad, del interior al exterior.

Pero que sea brillante es lo de menos; lo importante es que es necesario: traduce de la manera más expresiva la ausencia radical de todo espacio interior, cálido, en este gélido universo.

Mother: Charles!

Kane: Lookie, Mom.

Mother: You’d better come inside.

Thatcher: Well…

Thatcher: That’s quite a snowman.

Kane: I took the pipe out of his mouth.

Thatcher: Did you make it yourself?

Kane: Maybe I’ll make some teeth and whiskers.

Mother: This is Mr. Thatcher, Charles.

Thatcher: Hello.

Que confuso es todo.

La madre presenta al niño a alguien que va a ocupar el lugar de su padre, aunque patentemente no es su padre, pues su padre está ahí, aunque no pinta nada.

Y ese otro hombre, el que va a sustituirle, se manifiesta igualmente sumiso ante ella.

Tal y como en la vida de Welles se manifestó ante ella Berenstein, aquel peculiar amigo de la familia al que Welles llamaba Dadda.

Thatcher: How do you do, Charles?

Father: He comes from the East.

Kane: Pa.

Thatcher: Hello, Charlie.

Como en el caso de Hitchcock, el pequeño manifiesta una relación mucho más fluida con el padre anulado que con la hierática y dominante madre -De hecho, el padre le llama Charly, mientras ella utiliza un mucho más distante Charles.

Mother: Charles.

Kane: Yes, Mommy?

Pero es en la madre en la que está puesta toda la atención del niño.

Mother: Mr. Thatcher is going to take you on a trip with him tonight.

Mother: You’ll be leaving on number 10.

Father: That’s the train with all the lights on it.


El origen del desprecio

volver al índice

Mother: You going, Mom?

Thatcher: No

Father: Your mother won’t be going right away, but she’ll

Inapeable una y otra vez, con todos, la mirada de la madre.

Kane: Where am I going?

Father: You’re going to see Chicago

Father: and New York and Washington, maybe.

Father: Ain’t he, Mr. Tatcher?

Thatcher: He certainly is. wish I were a boy going on a trip like that for the first time.

Kane: Why aren’t you coming with us, Mom?

Mother: We have to stay here, Charles.

Father: You’re gonna live with Mr. Thatcher from now on, Charlie.

El film anota, con extraordinaria precisión el modo por el que se teje el discurso familiar:

Father: You’re gonna be rich. Your ma figures, well, that

Father: me and her decided this

Father: ain’t the place for you to grow up in.

Tu madre opina, es decir, hemos decidido que…

Literalmente: la opinión de la madre dicta el discurso que el padre, amedrentado, respalda.

Father: You’ll probably be the richest man someday

Mother: and you ought to get You won’t be lonely..

Thatcher: Lonely, of course not.

Thatcher: We’re going to have fine times together, we are.

Y bien, ahora leemos con toda claridad lo que el trineo significa: el escudo que le funde con su madre y le protege de los otros, esos hombres estúpidos y patéticos.

Thatcher: Let’s shake hands. Come.

Thatcher: I’m not that frightening, am I?

Thatcher: What do you say? Let’s shake

Mother: Why, Charles.

Thatcher: Why, you almost hurt me.

Thatcher: Sleds aren’t to hit people, but to sleigh with.

Mother: You got to go. Jim!

Mother: ¡Jim!

¿Ha cometido un acto de violencia imperdonable el padre, al darle un sopapo a su hijo?

El tema es de máxima actualidad: incluso se ha legislado sobre ello.

¿Se ha de prohibir al padre dar incluso la menor bofetada a su hijo? ¿Es eso progresista? ¿Incluso cuando el hijo usa la violencia contra otro?

En España, si no me confundo, eso está prohibido desde el 20/12/2007.

Y mientras, los psicoanalistas silban.

Claro está: el niño recurre a su madre.

Todo hijo que tiene dos padres tiende a recurrir al otro cuando recibe el castigo de uno.

Kane: Mom!

Father: I’m sorry, Mr. Thatcher

Father: What the kid needs is a good thrashing.

Y entonces la madre, fundida con su hijo, abrazada del todo a él, rimando el rostro de ambos como si el uno fuera el espejo del otro, increpa y desafía al padre.

Mother: That’s what you think, is it?

Father: Yes.

Mother: That’s why

Mother: he’s going to be brought up where you can’t get at him.

Impresionante el gran primer plano de la madre, toda ella entregada al acto de protección del hijo frente al castigo del padre.

¿Cómo no conmoverse ante tal prueba de amor materno?

Como no conmoverse… si no fuera por lo de extraño, inquietante y loco que habita ese plano y ese gesto.

Pero, sobre todo, por la ira soberbia del hijo que, protegido así por su madre, se sabe invulnerable ante el castigo.

Ese hijo, por cierto, que mira con odio no exento ya de desprecio a esos dos hombres, el padre y el tutor, tan vulnerables ambos ante las ordenes de la madre.

Díganme, ¿dónde ha aprendido ese niño a mirar a sí?, ¿dónde, de qué identificación ha obtenido esa mirada?

Y podríamos ampliar la cosa también así: ¿de dónde ha aprendido el psicópata a mirar, a despreciar así?

Y ese conmovedor abrazo de la madre, ¿no han reparado en que sólo ha tenido lugar como gesto de afirmación contra el padre?

Lo que podríamos formular también así: que ella no está abrazando al niño varón por sí mismo, por lo que él es en tanto sí mismo, es decir, en tanto varón, hijo de su padre, sino que está defendiendo su posesión, el falo que la completa de una castración que nunca estará dispuesta a aceptar.

Lo que podemos decir también de esta otra manera: que Beatriz Ives no se sentiría nunca completa mientras que su hijo no se confirmara como un prodigio musical.


 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

3. La estructura del film y su pesadilla


Hable con ella, Bodas de Sangre, Yerma

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


La madre, contracampo de pesadilla

volver al índice

Es hora ya de retomar la otra cuestión planteada en el comienzo de este seminaio, a propósito de esa primera mujer que, literalmente, emergía en pantalla en el lugar donde la palabra ella estaba escrita.

Les dije entonces que esa mujer no era, en rigor, un personaje, pues ninguna tarea había de desempeñar en el relato que así comenzaba.

Pero debemos añadir ahora, por eso mismo, que ella aparece como una expresión pura, neta, emblemática, de esa ella sobre la que todo, en el relato, versa.

Pues es evidente que ella es una mujer sufriente.

Y de hecho, recordémoslo una vez más, era su sufrimiento el que arrancaba las primeras lágrimas de Marco.

Pero algo más debe ser dicho sobre ella.

Para hacerlo, el análisis textual debe proceder con la suficiente morosidad, pues sólo así puede hacerse cargo de la letra del texto en la misma temporalidad de su emergencia.

Por eso, retrocedamos:

¿Quién es ella, esa mujer con la que habría que hablar?

¿Qué decir de sus cabellos despeinados, desmadejados, que son lo primero que de ella nos es dado ver?

¿Y qué decir de ese oscuro y poderoso mentón, bien endurecido por la luz que el cineasta dirige sobre él?

¿No hay algo de bruja en esa ella, algo que se dibuja, o al menos esboza, instantes antes de que veamos en ella a la mujer sufriente?

¿Les extraña lo que les digo?

No debería, pues si hemos establecido sin margen de duda que La bella durmiente es una referencia explícita del film, recordarán ustedes que en el célebre cuento hay tres personajes fundamentales: a la propia Bella durmiente y a su príncipe azul hay que añadir necesariamente la bruja malvada.

Y es hora, también, de llamar la atención sobre el hecho de que hay ahí, al fondo, otra mujer.

Pues bien, lo que a esa otra mujer caracteriza es estar más lejos, ser, también, al menos aparentemente, más joven, y repetir, pero de manera tardía, demorada, los gestos y movimientos de la primera.

Diríase que todo, en esta película, se orquestara sobre la cifra dos.

Dos hombres,

dos mujeres en coma,

y dos mujeres en escena.

Ahora bien, ¿Cómo se atraviesan con el relato esas dos mujeres de la escena inicial?

¿Qué peculiaridad de la narración que sigue hacen manifiesta y anuncian desde su mismo comienzo?

Dejemos, una vez más, que sea el texto el que responda:

Benigno: Fui a los camerinos y pedí una fotografía para ti. Tuve que comprar la foto, ¿eh? Mira.

Benigno: Está en inglés, pero dice algo así como que a ver si superas todos tus obstáculos.

Es la segunda mujer, la más joven y esbelta, la que en un momento dado se atraviesa con el relato a través de la foto que Benigno muestra a Alicia.

Y es también, por cierto, una cuyo corto cabello la aproxima a la imagen de Alicia, con su propio cabello siempre recogido en el hospital.

¿Por qué es la foto de esta bailarina

la que Benigno trae y no la de la otra,

la de aquella que, sin embargo, ocupaba y casi llenaba el primer plano de la escena?

¿Por qué ha escogido a esa segunda y no a esta otra que no sólo es, sin duda, la primera,

sino también la que queda, desde el origen, identificada con la palabra Ella del enigmático título entrecomillado?

¿Por qué, insisto, no ésta sino esa otra del fondo?

Pues por eso precisamente, dado que todo el trayecto del deseo de Benigno se traza en la dialéctica que estas dos imágenes dibujan.

La mujer del fondo es a Alicia lo que la mujer del primer término -la auténtica ella– es… ¿a quién?

No hay duda posible: a la madre.

Pues allí está Alicia: lejos, al otro lado de la calle, mientras Benigno la contempla arrobado desde la ventana de su casa

-es decir: desde la ventana de la casa de su madre.

Mientras que aquí está la otra: la madre.

¿Dónde?

En un contracampo de pesadilla.

Voz de la madre (desde contracampo): Benigno, llevas ya media hora en la ventana.

Benigno: Ya voy, mamá.

¿No ven ahí el sillón de la madre, precisamente dando a espalda a esa ventana?


La Bella Durmiente

volver al índice

«y el príncipe la dejó de buena mañana para volver a su reino, donde su padre debía estar preocupado por él.

«El príncipe le dijo que cazando perdiose en el bosque y que había dormido en la choza de un carbonero que le había hecho comer pan negro y queso. Su padre el rey, que era un buen hombre fácil de convencer, le creyó, pero no así su madre.

«Viendo la reina que el príncipe se iba casi todos los días de caza, y que tenía siempre una razón para excusarse cuando había dormido fuera dos o tres noches, ella no dudó ni un momento que su hijo tenía algún amorío.

«El joven y la princesa vivieron juntos un par de años y tuvieron dos hijos, al primero, que fue una niña, la llamaron Aurora, y al segundo, un varón, le dieron el nombre de Día, porque era todavía más hermoso que su hermana.

«La reina quiso muchas veces arrancarle el secreto de tantos misterios a su hijo, pero él no osó jamás confiárselo, ya que temía por aquellos a quienes amaba; su madre era de raza ogresa y el rey se había casado con ella a causa de su fortuna y se decía por lo bajo en la corte, que la reina poseía las inclinaciones de los ogros, ya que viendo a los niños pequeños, lo pasaba muy mal teniendo que reprimir sus instintos, por este motivo el príncipe no quiso nunca decirle que se había casado y tenía dos hijos.

«Pero cuando el rey su padre murió, lo que tuvo lugar también al cabo de dos años, el príncipe ocupó el trono, declarando entonces públicamente su matrimonio, y con gran ceremonia fue a buscar a la reina su esposa, al castillo, para después llevarla con gran pompa a la capital en donde ella entró en la ciudad con cada uno de sus hijos a ambos lados.

«Algún tiempo después el joven soberano fue a hacer la guerra al emperador Cantalabuffe, su vecino, dejando la regencia del reino en manos de la reina madre, y encomendándole vivamente a su esposa e hijos.

«El joven rey debía estar en la guerra todo el verano, y en cuanto partió, la reina madre envió a su nuera y a los niños a un palacio en el campo entre los bosques, para poder llevar a cabo, más a su gusto, los horribles propósitos que la dominaban.

«Unos cuantos días después, ella fue a ese palacio y le dijo cierta tarde a su maestresala:

«-Quiero comerme mañana para almorzar a la pequeña Aurora.»

Como ven, también hay dos mujeres en La Bella del Bosque Durmiente de Perrault.

Y, como en Hable con ella, una es la Bella Durmiente y la otra la Madre.

Una madre ogresa que tratará de devorar a Aurora, a Día y luego a la propia Bella Durmiente, quienes sólo escaparán porque su bondadoso cocinero los esconderá sustituyéndoles por animales diversos.

De modo que el relato sólo podrá encontrar su fin cuando el príncipe regrese y haga frente a su madre, quien se arrojará al caldero lleno de alimañas donde pensaba introducir, antes de devorarlos, a su nuera y a sus nietos.


Benigno y El amante menguante

volver al índice

Que tal es la estructura del film y que tal es la pesadilla que lo habita, es algo que puede comprobarse con sólo echar un somero vistazo a ese otro film que, a modo de estructura en abismo, habita Hable con ella.

Me refiero, claro está, al Amante menguante.

Insisto: todo el trayecto de Benigno,

como en el del amante menguante, se tensa en el arco que ambas mujeres determinan. Aquí tienen a una:

Y ésta es la otra:

Y es por cierto en el visionado de este film, El amante menguante, donde Benigno encuentra la vía para pasar de la una a la otra:

Y como ven, él ante ellas, tanta ante la una como ante la otra, no puede concebirse de otra manera que como un minúsculo niño, no más que otro de los complementos -escuchen esta palabra en el sentido en que la usa El Corte Inglés– que pueblan su bolso.

El cartel del film de Almodóvar es del todo preciso: el amante menguante es, obviamente, un amante imposible, pues es un varón del todo en manos de la mujer.


Bodas de sangre / Yerma

volver al índice

Pero antes de proseguir con el análisis de El amante menguante, permítanme volver por un momento a otro referente intertextual decisivo en el texto almodovariano.

Se trata de Federico García Lorca.

En seguida verán el motivo.

En Todo sobre mi madre, justo antes de la escena final que analizamos en el comienzo, Almodóvar introducía una que hacía referencia directa a Bodas de Sangre:

Huma: Hay gente que piensa que los hijos son cosa de un día. Pero se tarda mucho. Mucho.

Huma: Por eso es tan terrible ver la sangre de un hijo derramada por el suelo.

Huma: Una fuente que corre durante un minuto y a nosotros nos ha costado años.

Huma: Cuando yo descubrí a mi hijo estaba tumbado en mitad de la calle.

Huma: Me moje las manos de sangre y las lamí con la lengua.

Huma: Porque era mía.

Huma: Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Tú no sabes lo que es eso.

Huma: Una custodia de cristal topacios hundiría y la tierra empapada por su sangre.

Director: Relájate.

Huma: Que, ¿no se me nota mucho el catarro?

Director: No, si está muy bien.

Como ven, y retomando el tema por el que comenzamos, no se trata de una madre, sino de una mujer que representa a una madre.

El texto nos ofrece, con esa deslumbrante belleza que caracteriza a la escritura lorquiana, el dolor desgarrado de una madre que ha perdido a su hijo.

Ciertamente.

Pero hay algo más. Y es que la referencia textual decisiva, aunque menos aparente, no es Bodas de sangre, sino Yerma.

¿Qué es lo que hace presente, a la vez que escondida, a Yerma aquí?

Dos trazos bien concretos. El primero, que en Bodas de Sangre no hay escena alguna de mujeres lavando, y sí la hay, en cambio, en Yerma.

Y hay algo más notable. Pues, aunque el párrafo que Huma Rojo recita procede en su mayor parte de Bodas de Sangre, sin embargo contiene una frase que no pertenece a esta obra, sino a Yerma.

Veámoslo.

Atiendan al fragmento de Bodas de Sangre incluido en Todo sobre mi madre:

«Madre. -Mi hijo la cubrirá bien. Es de buena simiente. Su padre pudo haber tenido conmigo muchos hijos.

«Padre. -Lo que yo quisiera es que esto fuera cosa de un día. Que en seguida tuvieran dos o tres hombres.

«Madre. -Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la tierra empapada por ella.

«Padre. -Ahora tienes que esperar. Mi hija es ancha y tu hijo es fuerte.

«Madre. -Así espero. (Se levantan.)»

Pertenece al Cuadro Segundo del Acto Segundo de la obra. Vean, ahora, como se inserta en la escena del film:

Huma: Hay gente que piensa que los hijos son cosa de un día. Pero se tarda mucho. Mucho

Huma: Por eso es tan terrible ver la sangre de un hijo derramada por el suelo.

Huma: Una fuente que corre durante un minuto y a nosotros nos ha costado años.

Huma: Cuando yo descubrí a mi hijo estaba tumbado en mitad de la calle.

Huma: Me moje las manos de sangre y las lamí con la lengua.

Huma: Porque era mía.

Hasta aquí, como ven, Bodas de Sangre.

Pero las dos frases siguientes ya no proceden de esta obra, sino de Yerma:

«Dolores. -No soy. Que mi lengua se llene de hormigas, como está la boca de los muertos, si alguna vez he mentido. La última vez hice la oración con una mujer mendicante que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo en el río, porque no le daba tiempo de llegar a las casas, y ella misma las trajo en un pañal para que yo las arreglase.

«Yerma. ¿Y pudo venir andando desde el río?

«Dolores.-Vino. Con los zapatos y las enaguas empapados de sangre… pero con la cara reluciente.

«Yerma. ¿Y no le pasó nada?

«Dolores. – ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios.

«Yerma.- Naturalmente. Dios es Dios. No le podia pasar nada. Sino agarrar las criaturas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas, oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos pare que ellos mamen, para que ellos jueguen hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza: “otro poquito más, niño…” y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas.

«Dolores. -Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.»

Huma: Los animales los lamen, ¿verdad?

Huma: A mí no me da asco de mi hijo.

Se trata ahora del Cuadro Primero del Acto Tercero de Yerma.

Y luego prosigue Bodas de Sangre:

Huma: Tú no sabes lo que es eso.

Huma: Una custodia de cristal topacios pondría yo la tierra empapada por su sangre.

Director: Ahí, mi vida, ahí. Que ya se va a pasar. Que la tristeza se vaya a las manos, eh? Relájate.

Huma: Que, ¿no se me nota mucho el catarro?

Director: No, si está muy bien.

Y se darán cuenta de la diferencia mayor entre la madre de Bodas de Sangre y la protagonista de Yerma: la primera es una madre. La segunda, en cambio, es una mujer que quiere, pero no puede, ser madre.

Algo, por tanto, mucho más próximo a la posición vital de Pedro Almodóvar.

No menos notable, al propósito que nos ocupa, es el final de Yerma. Y es que su protagonista, desesperada por no quedar embarazada, estrangula con sus propias manos a su marido cuando éste intenta besarla:

«Juan. -(Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.

«Yerma. -¿Y qué buscabas en mí?

«Juan.- A ti misma.

«Yerma. -(Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?

«Juan. -Es verdad. Como todos.

«Yerma. -¿Y lo demás? ¿Y tu hijo?

«Juan. -(Fuerte.) ¿No oyes que no me importa? ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!

«Yerma. -¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?

«Juan. -Nunca.

«(Están los dos en el suelo.)

«Yerma. -¿Y no podré esperarlo?

«Juan.-No.

«Yerma. -¿Ni tú?

«Juan. -Ni yo tampoco. ¡Resígnate!

«Yerma. -¡Marchita!

«Juan. -Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La abraza.)

«Yerma. -¿Qué buscas?

«Juan. -A ti to busco. Con la luna estás hermosa.

«Yerma. -Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.

«Juan. -Bésame . . . , así.

«Yerma. -Eso nunca, nunca.

«Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el coro de la romería.) Marchita. Marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo! (Acude un grupo que queda al fondo. Se oye el coro de la romería.)

«TELÓN. FIN DE “YERMA”»

Y, cuando lo hace, grita algo realmente notable: ¡yo misma he matado a mi hijo!

Aparentemente, se refiere al hecho de que, al matar a su marido, mata igualmente la posibilidad de resultar embarazada por él.

Pero eso no es convincente, pues él mismo acaba de decirle que tal cosa sería imposible.

De modo que esto otro es lo que se impone: que su marido está, ha estado siempre, para ella, en posición de hijo.

¿Y acaso no comienza así la obra?:

«YERMA. -Juan, ¿me oyes? Juan.

«JUAN. -Voy.

«YERMA. -Ya es la hora.

«”>«JUAN. -¿Pasaron las yuntas?

«YERMA. -Ya pasaron.

«JUAN. -Hasta luego. (Va a salir.)

«YERMA. –¿No tomas un vaso de leche?

«JUAN.- ¿Para qué?

«YERMA. -Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.

«JUAN. -Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes como el acero.

«YERMA. -Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés

Es a los niños, más bien que a los maridos, a los que se invita a tomar un vaso de leche por las mañanas.

Pero lo más sorprendente, lo que confirma hasta qué punto Yerma es la referencia lorquiana mayor de Pedro Almodóvar, es lo que sigue: Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.

Pues nos conduce, de manera directa, al Amante menguante, ese hombre que no cesa, precisamente, de crecer al revés.
 
 

ir al índice del seminario