28. La psicosis, la diosa de lo real

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 30/05/2008 (3)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Shangai, contracampo de Nagasaki

volver al índice

Recapitulemos. Hemos encontrado, en The Lady from Shanghai, a dos mujeres opuestas, presentes ambas en el personaje de Elsa.

Y, simultáneamente, hemos localizado dos figuras masculinas, la del poeta y la del cineasta, por las que Welles se hace presente en su film.

Y está también esa Performance inicial de la que ya les he hablado, en la que, ante multitud de fotógrafos, fueron cortados los largos cabellos pelirrojos de la actriz y luego teñidos de rubio platino.

Ya les he señalado que latía en ello un desafío a Hollywood por el que Welles se autoproclamaba amo absoluto de la mayor estrella de la época, de su diosa del amor.

Pero, a propósito de ello, algo es necesario señalar. Más allá de ese desafío, estaba teniendo lugar un insólito exorcismo personal, a través del cual Welles, sin darse cuenta de ello, estaba levantando su propia escena fantasmática. Una protagonizada por esa diosa letal a cuyos pies se postraba no sólo el poeta y el cineasta, sino también, por supuesto, la propia Rita Hayworth. Emergía así en escena la verdad subjetiva de esa diosa fría que dicta la incontenible tendencia al fracaso de Orson Welles.

Pero esa verdad había aflorado ya mucho antes:

Basta, para hacerla del todo visible, con explicitar la razón, en el sentido matemático del término, de esta constelación visual. Se encuentra aquí:

Pues Michael O’Hara es -por sus dimensiones- un marinerote que encierra en su interior a un marinerito.

Retrocedamos por un momento al tiempo de los 8 años, cuando hace ya bastante que los padres del pequeño Orson se han separado, y él vive solo con su madre.

Los tiempos en los que Beatriz Ives, la prestigiosa pianista, reinaba en su salón frecuentado por la alta sociedad artística de Chicago.

De la memoria de su madre en ese salón dijo el cineasta:

«A los niños se les podía tratar como a adultos mientras resultasen divertidos. En el momento en que comenzabas a resultar aburrido, te enviaban de cabeza al cuarto de los niños.»

De modo que, con el fin de obtener la atención de su madre, el pequeño Welles ejercía de niño prodigio para entretener a sus invitados, en ese primer escenario que fue para él el salón de Beatriz.

No hay duda ya de que ella fue la originaria Dama de Shangai.

Ello, pasando por La vuelta al mundo en 80 días, se deduce de otro dato que la biógrafa nos transmite sin percibir su relación con el film:

«En la Opera de Chicago, Orson causó sensación (…) haciendo de “Dolore” en Madame Butterfly (…) Bajo el flequillo oscuro que Beatrice peinó sobre la frente de Orson, el leve sesgo de sus almendrados ojos castaños daba a su faz un inconfundible aire euroasiático, por lo que encajó de un modo natural en el papel del amado hijo de Madame Butterfly.»

Desde luego, Madame Butterfly se desarrolla en Nagasaki, no en Shangai. Y, como es sabido, cuenta la historia de un capitán americano que se casa con una geisha que le ama profundamente y que más tarde parte de viaje, prometiendo, por supuesto, volver.

Ella, mientras tanto, tiene un hijo de él -Dolore- y le espera enamorada, por más que el retorno se demora. Mas, cuando él por fin vuelve, lo hace casado con una americana y decidido a llevarse a su hijo a Estados Unidos. La geisha entonces, tras despedirse amorosamente del niño, se suicida.

Insisto: Madame Butterfly se desarrolla en Nagasaki, no en Shangai. Pero no es menos cierto que estas dos ciudades orientales no están tan lejos entre sí.

De hecho, Shangai es la ciudad china más próxima a Japón, y Nagasaki es la ciudad japonesa más próxima a China.

Pero, desde luego, no se trata de afirmar que la Dama de Shangai sea Madame Butterfly. En absoluto. Pues madame Butterfly, la prostituta enamorada y abandonada está, sin duda, en el film, pero es la Rita Hayworth enamorada.

Lo que importa retener es que la Dama de Shangai es la mujer que, tras peinarlo cuidadosamente, empuja al pequeño Orson a subir a la escena de Madame Butterfly para, desde contracampo, mirarle orgullosa.

«En la Opera de Chicago, Orson causó sensación (…) haciendo de “Dolore” en Madame Butterfly (…) Bajo el flequillo oscuro que Beatrice peinó sobre la frente de Orson, el leve sesgo de sus almendrados ojos castaños daba a su faz un inconfundible aire euroasiático, por lo que encajó de un modo natural en el papel del amado hijo de Madame Butterfly.»

Pues, en cierto modo, Shangai es el contracampo de Nagasaki, como China es el contracampo de Japón.

Shangai es entonces ese terrible y espantoso patio de butacas desde donde ella amenazaba con dirigirle una mirada aniquiladora.

Una de esas miradas que el pequeño Welles había visto tantas veces dirigida hacia su propio padre –He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.

De modo que yo me preguntaría incluso si realmente aquella madre llego a usar esa palaba, changeling:

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)»

o la colocó ahí el propio Welles a modo de ensoñación de un origen diferente.

Quiero decir: que su auténtica madre fuera aquella geisha que le había abrazado con toda la intensidad de la ópera, mientras que la otra le observaba a la distancia, con su fría e inquisitiva mirada.

¿No quedarían así, de paso, explicados sus peculiares rasgos orientales?

Lo que no excluye, desde luego, lo otro: la fantasía de que quizá hubiera sido otro el padre biológico -pues, ¿cómo pudo mi madre casarse con él?

Ni que decir tiene que Beatriz fue la primera directora de escena de ese gran director que fue Orson Welles. De ella aprendió ese arte de la dirección de actores que tan bien supo describir Bogdanovich.

Así, finalmente, ese marinerito que fue el pequeño Welles nos descubre inesperadamente la verdad latente en esa simplicidad enamorada, aparentemente tan excesiva como inverosímil, del marinerote Michael O`Hara.

Y por ello ese lugar, la escena -teatral, cinematográfica- llegó a convertirse en el espacio donde las otras mujeres deberían ser sacrificadas.

Lo que, ciertamente, comenzó muy pronto. La primera actuación escénica de Welles fue en Dublin, con tan sólo 16 años, en la obra Süss el judío.

«En realidad no se le ocurrió en ningún momento que el público del estreno fuese a juzgar sin piedad su interpretación o, si lo hizo, no fue consciente de ello. No pensaba más que en las nuevas y emocionantes ideas sobre el teatro que aprendía en el Gate; y también, según sucedió, en su compañera de reparto, la hermosa Betty Chancellor, de la que se había encaprichado tontamente. Si cuando salió a escena en la noche inaugural del 13 de octubre de 1931 estaba nervioso por algo, era por Betty, las pintorescas escenas con la cual habían encendido la imaginación del dieciseisañero hasta el punto de que al principio apenas se dio cuenta de la presencia del público. Estaba mucho más interesado por lo que ella pensaría de él. “Aquella muchacha era el ser más erótico que haya existido bajo el sol”, dice Orson, todavía claramente entusiasmado a las claras. “Era una de esas chicas de pelo totalmente negro, de piel blanca como el mármol de Carrara, en fin, ya sabe, y con unas pestañas en las que se podía montar uno, etcétera. Hacía de hija de Süss el judío y yo tenía que violarla, fuera del escenario por supuesto, y el caso es que yo reaparecía despeinado, con los botones prácticamente sin abrochar, tras haber ajustado cuentas con ella”».

.

(Barbara Leaming: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p59)

Era inevitable. Llegada su primera actuación adulta en escena, había de olvidarse absolutamente del público parta concentrarse en violar a la actriz.

En violarla como, en su momento, él mismo hubo de sentirse violado -en escena.


La verdad que estalla en el centro mismo de la escena

volver al índice

Cuando O´Hara logra escapar y se esconde en el Barrio Chino, Elsa se nos descubre como una mujer tan enigmática como la lengua incomprensible -chino- que entonces habla.

(Elsa: habla en chino)

(respuesta en chino)

(Elsa: habla en chino)

(respuesta en chino)

Y así, en un momento dado, el film pone en escena su propio carácter absurdamente incomprensible introduciendo en su interior una representación no menos incomprensible, que habla una lengua del todo desconocida para el espectador occidental:

(Elsa: habla en chino)

La representación ha comenzado.


Pero todo lo decisivo se encuentra en ese contracampo que es el patio de butacas.


Ella reina en esa representación,

como reina, igualmente, entre bastidores.

(Elsa: habla en chino)

-Backstage (la respuesta prosigue en chino).

Elsa: Where?

-Over there.

(Elsa: habla en chino)

(Las telefonistas hablan en chino)

¿Cuál es el argumento de la representación que en ese teatro está teniendo lugar? No hay manera de saberlo. Pero no es eso lo que importa.

Lo que importa es que es una representación.

El pequeño escenario vacío que en un momento dado es ubicado en el escenario teatral lo confirma: es el juego mismo de las representaciones lo que importa y, por tanto, su multiplicación en abismo que anuncia ya lo que encontrará su más deslumbrante visualización en la escena del laberinto de espejos: una representación dentro de una representación dentro de una representación… todas ellas incomprensibles.

Y, en el límite, vacías.

Porque lo decisivo se encuentra siempre entre batidores o -más exactamente- en el patio de butacas.

Fuera de campo.

En contracampo.

Lo que importa es que es ella la que controla la trama de la representación.

(Elsa habla en chino)

(Li responde enchino)

(Elsa habla en chino)

No puede sorprendernos, por eso, que sea también una mujer la que llene ese segundo escenario instalado en el centro de la escena teatral.

Y también, la que domina la escena.

Elsa: Why did you do it, Michael?

Michael: I didn’t. I’m not guilty.

Michael: You mean the pills?

Michael: I saw you begging me with your eyes to swallow them.

El vio y oyó con toda claridad la orden de ella que le dictaba el suicidio.

Pero como es un idiota enamorado, ni siquiera así puede verla como una asesina.

Michael: You didn’t mean for me to take them all. So I held some back, but not enough.

Insisto en ello, pues tiene toda su importancia: a estas alturas, él todavía no sabe que ella es la asesina.

Y sin embargo va a descubrirlo dentro de unos instantes. De modo que hay una pregunta obligada: ¿qué va a producir en él esa revelación?

Michael: I took too many of the pills. I’m faint.

Sin duda las pastillas, el profundo mareo que ahora experimenta Michael, van a facilitarlo.

Elsa: And now what?

Michael: I got to find something…

Elsa: Don’t you know they’ll catch you?

Lentamente, en la bruma de las drogas, en el aroma de humo y opio que sugiere el cigarrillo del chino que está en primer término, una idea comienza a emerger en la conciencia de él.

Elsa: Where will you hide?



Michael: I must find that gun.

Pero todavía está desconectada de ella

Elsa: Gun? What gun?

«She was a celebrated beauty, a champion rifle shot…»<

No hay duda de que Elsa lleva ahora escrita en sus ojos su condición de asesina. Sin embargo él, en ellos, no es capaz de verlo.

Michael: I’ve got to find the gun that killed Grisby. It’ll prove I’m innocent.

Elsa: Well, I’ve phoned our servant, Li.

Elsa: We’re trying to arrange something, some place to take you.

Elsa: Just wait here quietly and watch the play.



La representación incomprensible prosigue.

Aunque ahora pareciera sugerirse que en ella se tratara de juzgar a una mujer.

Elsa: The police.

Elsa: Put your arms around me.

El descubrimiento por el marinero de la índole criminal de la mujer amada va a tener finalmente lugar. Y cuando eso va a suceder, un notable desplazamiento se produce: invirtiéndose las condiciones propias de la representación teatral, son ahora los actores los que miran hacia el patio de butacas con asombro:


¿Pero cuál es el motivo de ese asombro?

¿La llegada de la policía o el hecho mismo del abrazo que está teniendo lugar en el patio de butacas?

¿Y no está él mismo igualmente asombrado?

De modo que algo absolutamente insólito ha sucedido.

¿Qué?

¿Qué sino el abrazo mismo?

Es decir: todos los actores de la representación teatral china se convierten en caja de resonancia del descubrimiento que el protagonista del film -que es también el cineasta que lo dirige- realiza.

Él ahora, por fin, comprende.

Pues comprende que ella ahora, cuando hace la representación de abrazarle para engañar a la policía, le abraza como siempre.

Descubre que no hay diferencia: que siempre los abrazos de ella son una representación.

Que no hay otra verdad que la de la representación.

Y que esa verdad es tan fría como letal.

Pero hay algo más.

Elsa: Don’t move!

O’Hara, mientras abraza a Elsa, lleva su mano hacia… ¿hacia su bolso? ¿Hacia su sexo? -Ese mismo bolso pequeño y negro en el que, al comienzo del film, ella hiciera desaparecer el cigarrillo que él le ofreciera.

Y entonces descubre que allí hay algo.

Michael: Don’t you move!

Michael: I told

Michael:you not to move, I mean it.

Michael: I found the gun.

Es ahora él quien, como Grisby, suda.

Michael: You killed Grisby. Yes.

La frialdad letal de la diosa asesina se impone entonces, absolutamente, en pantalla.

Michael: You’re the killer.



Pero su poder hipnótico permanece invulnerable.


Tiene lugar, entonces, un apagón en la representación.

Lo han provocado Li y sus hombres, que han acudido con premura a la llamada de Elsa. Pero es al hecho mismo del apagón de la representación, del desmoronamiento entero del mundo imaginario de O’Hara en el momento de su descubrimiento, a lo que es necesario prestar atención.

Pues se trata de un cese total de la conciencia, incapaz de soportar la manifestación desnuda de la escena fantasmática cuando esta alcanza su apoteosis.

Michael: I was right. She was the killer. She killed Grisby.

Michael: Now she was going to kill me.


The Other Side of the Wind

volver al índice

¿Late todavía una escena más allá de este apagón?

Sin duda: la escena que esa pistola desencadena.

Y es, en cierto modo, la última gran escena que llegó a rodar Welles.

Se encuentra entre los restos de ese proyecto frustrado que fue The Other Side of the Wind.

En ella se realiza la auténtica tempestad de Shangai.

Se trata de la escena de una violación.

Pero no se confundan: el violado es el varón.

Les anuncié que también Oja Kodar encarnaría a la diosa.

Todo sucede en el interior de un coche que avanza en la noche bajo una intensa lluvia.

Un hombre conduce.

En el asiento de atrás se encuentra un joven con aspecto tímido e ingenuo, al lado del cual se encuentra sentada la mujer


La psicosis, la diosa de lo real

volver al índice

Michael: Li and his friends smuggled me out in the dark…

Michael: and hid me where I’d be safe from the cops, not safe from her.

Un lugar fuera de la ley.

Y en manos de ella.

Diría más: en el interior de ella.

Pues es en el interior de ella, de esa imago primordial rota e inmensa con respecto a la cual nunca se ha producido la separación, la segregación que debería hacer posible el nacimiento de la subjetividad diferenciada, donde se encuentra atrapado Michael.

Un lugar loco.

Michael: One of the Chinese worked in an amusement park. It was closed for the season. An empty amusement park makes a good hideout and she wanted me hidden.

Michael: Well, I came to in the Crazy House.

Michael: And for a while there, I thought it was me that was crazy.

Pero la locura comienza siempre así, como una sospecha sobre la posible propia locura.

Michael: After what I’d been through, anything crazy at all seemed natural.

Michael: But now, I was sane on one subject: her.

Ella había tejido la trama que le ha atrapado todo el tiempo.

La trama que le atrapa ahora.

Tanto a él como a esa otra cara de él mismo que es George Grisby.

Y por cierto que, siguiendo el hilo que abrimos el otro día, podemos ver ahora con qué nitidez se establece la disociación en el interior de Welles.

Michael: I knew about her.

Michael: She’d planned to kill Bannister, she and Grisby.

Grisby fue el cómplice de ella en el asesinato de Bannister.

Si el marinerito Orson es el niño bueno que encarna el ideal del yo de la madre -el de la madre, no el del padre, y éste es en sí mismo el problema-, el otro, George, es el que fue cómplice de la madre en el crimen contra el padre.

Michael: Grisby was to do it for a share of Bannister’s money.

Michael: That’s what Grisby thought.

Y claro, Grisby estaba, igualmente, atrapado por la trama de ella.

¿Puede extrañarnos entonces que ahora, cuando del asesinato del padre se trata, aparezca su blanco caballo?

«Why did she marry my father?

«Much of the older of the two, he was, in fact, an Edwardian bon vivant who picked most of the ladies from the musical comedy stage. He had a famous name because of a cigar. The “Dick Welles” cigar was a cheap and popular smoke named for a horse which had won the Kentucky Derby

Michael: Of course, she meant to kill Grisby, too, after he’d served his purpose.

Y junto a su boca, un vaso, que bien podría ser una de las copas del padre borracho.

Michael: Poor howling idiot. He never even did that. He went and shot Broome

Levántate, ponte de pie, resiste, enfréntate o cede, date por vencido, ríndete.

Pero que es una falsa alternativa lo especifica el hecho de que está tejida como la tela de una araña.

Michael: He went and shot Broome and that was not part of the plan.

Michael: Broome might have got to the police before he died.

Y por cierto que una mirada femenina lo gobierna todo desde lo alto.

Michael: And if the cops traced it to Grisby, and the cops made Grisby talk…

Michael: he’d spill everything, and she’d be finished.

Michael: and I was the fall guy.

La otra cara del macho cabrío.


Trampas mortíferas que repiten el mismo enunciado: resiste o ríndete.


¿Pero cómo resistir en un mundo tan movedizo? Y ésta es la manifestación más inmediata de la fenomenología de la psicosis: la ausencia de un suelo sólido bajo los pies.

Y mala solución es tratar de agarrarse al macho cabrío.

Ahora bien, ¿por qué no hay un suelo sólido bajo los pies?

Permítanme una respuesta mitológica -a fin de cuentas es el propio Welles el que ha puesto al diablo en danza-: yo lo formularía así: porque no ha aparecido el Dios de la palabra capaz de crearlo.

Y es que el Dios de la palabra des-anima el mundo y al des-animarlo lo crea como mundo.

Freud se aproximó a esta idea cuando afirmó que la religión del dios monoteísta no era mágica, y que por no serlo era moderna, progresista, una gran conquista, decía, de la espiritualidad humana.

Pues las religiones anteriores eran mágicas, y por eso veían el mundo mágicamente animado.

Ya les he señalado que muchos ecologistas han retornado a esas creencias, y por eso se llevan tan bien con los indigenistas y con los nacionalistas: perciben las montañas, los árboles y hasta las rocas como como seres animados, duendes mágicos que participan de esa divinidad arcaica y matriarcal que es la madre naturaleza.

El Dios patriarcal en cambio, mucho más moderno y sensato, desanimó hasta a los animales: reservó el alma tan sólo para sus hijos, los seres humanos.

Por eso el mundo del que nos habla el Génesis, el mundo creado por la palabra, es un mundo objetivo, es decir, intersubjetivo.

Uno sobre el que el ser humano puede resistir de pie.

¿Qué por qué me empeño en hablar de religión?

Porque si lo real no tiene sentido, el único tejido posible de la realidad es ético.

Y dado que la ética se convierte en nada desde que se deshace de su encarnación narrativa, es decir, mitológica, resulta obligado concluir que el tejido de la realidad es religioso -es decir: mítico.

Insisto: el mundo creado por la palabra del que nos habla el Génesis es un mundo objetivo, es decir, intersubjetivo. Uno sobre el que el ser humano puede resistir de pie.

No es así, en cambio, el mundo de la psicosis que nos describe el film.

Veamos hasta qué punto son notables sus propiedades.

¿Dónde se encuentra ahora ubicada la cámara?

En el interior del cuerpo del dragón.

¿Pero cómo diferenciar el interior del exterior si lo que vemos fuera parecen los órganos interiores de un cuerpo?

De un cuerpo que traga una y otra vez a quien nunca ha salido de su interior -es decir, a quien ningún tercero le ha dado ocasión de diferenciarse de él, de escapar a la identificación fusional primera.

Y ciertamente, O’Hara parece ahora deslizarse por los intestinos de un cuerpo gigantesco.

No hay duda de que está siendo devorado por su fantasma.

Y no hay duda de que ese fantasma es femenino.

O más exactamente, un dragón hembra.

Y ahora digámoslo de manera más precisa: en ausencia de esa mediación tercera que es la del padre simbólico, no hay realidad objetiva, diferenciada, para el sujeto.

No hay ni siquiera sujeto ni objeto.

Sólo existe el mundo animado y loco, brutal e indiferenciado, de la psicosis.

Pero es prácticamente lo mismo decir: sólo hay el mundo animado y loco, brutal e indiferenciado de la Diosa de lo Real.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

25. La muerte de la madre

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 23/05/2008 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Brief Career As A Musical Prodigy

volver al índice

Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983:

«Violonist, pianist … child conductor …

«This last was pretty much of a fake. By the time I was seven I was reading through the scores and waving my little baton in the presence of such people as Heifetz, Casals, Schnabel, Wallenstein and Mischa Ellman, when they gathered informally in chamber groups in my mother’s house. Her own professional life was frustrated by long illness, but just about everybody was in love with her, so the celebrated musicians, when they came to visit and play, were kind enough to pretend that the midget Von Karajan in front of them was not (as I must truly have been) a damned nuisance.

«I find it strange that my mother indulged me in this since she indulged in nothing else. She was not the musical version of a stage mother, but waas simply resolved that whatever I did had to be good if it was to be done at all, and I was made to practice hours on end every day.

«Once, distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales, I attempted suicide.

«What I really wanted to end, of course, was not my life but the scales, and I did place myself in a position of imminent peril on the outside of one of those railings in the Ritz some two and a half stories above the Place Vendome. I hung there listening to the wretched spinster lady who’d been engaged to supervise my practice calling hysterically for my mother in an adjoining room.

«Pause … Then my mother’s voice:

««”Well”, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

«The truth is her heart was in her mouth. She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos. (“Now they’ll be sorry.”) She also imagined that a child could have no significant sense of the reality of death.

«But in this she was mistaken. I knew very well that she was going to die, and how real that would be, and how very soon it would happen. Whenever she left me, the moment the door had closed, I would burst into tears, afraid that I would never see her again.

«But she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

«Later, my mother told me that she stood still all that time in the hall outside the room with the piano. By the sheer force of her formidable character she persuaded the spinster lady to muffle her whimpering… Then, finally, there came to her ears the sound she’d been waiting for:

«”Do-re-mi-fa-sol…”

«My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.

«The last time I was allowed to visit her…

«It must have cost great effort and much pain to have let me find her sitting up in bed. And how much like her it was to have arranged it so that our farewell in that black room was made to seem like the high point of my birthday party.

«I heard that cello voice: “Well, now, Georgie-Porgie…”

«I’d just learned that I’d been baptized “George” -that “Orson was a mere middle name, and had reacted tragically to the revelation.

«My father had said, “Hell, we had to call you ‘Orson’ – every damned pullman porter in the country in named ‘George’.”

«My gangsterish little friends in the neighborhood had taken up the maddening chant:

«”Georgie-Porgie, puddin’ and pie,

«Kissed the girls and made them cry!”

«The first line of the hateful couplet seemed to sum up the chubbly chubby little grub larva I knew myself to be, but I rather liked the part about kissing

«Mother, who knew about that awful jingle, was teasing me – as she so often liked to do.

«Then I heard her again, a voice in the shadows, speaking Shakespeare:

«”These antique fables apprehend,

«More than cool reason ever comprehends.”

«The quotation – spoken, consolingly, came from her choice of a primer when she was first teaching me to read. “A Midsummer Night’s Dream” is not the easiest way to start spelling out one’s first written words, but “Why,” she demanded, “should a person at his most impressionable age be shovelled into the sordid company of ‘Auntie’s Nice Kitty-Cat,’ and ‘Little Sister’s Silly Red Ball’?”

«I was marinated in poetry, and to learn right at the beginning, “a sense of awe, delight and wonder.”

«And now she was holding me in one of her looks. Some of these could be quite terrible. I’d seen my father wither under them into a crisp, brown winter’s leaf.

«”The lunatic, the lover, and the poet

«Are of imagination all compact.”

«Those great shining eyes looked dark by the light of the eight small candles. I can remember now what I was thinking. I thought how green those eyes had always been when it was sunny.

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)

«Mother had told me that because it was just six o’clock in the morning: time for everyone to start to work in the factories, whistles and bells had all starded blowing at once, like heralds, at the moment of my birth.

«”That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

«She was a sorceress.

«”You must puff hard,” she said, “and you must blow out every one of them. And you must make a wish.”

«I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

«Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.»


Una mujer absolutamente inalcanzable y absolutamente insatisfecha

volver al índice

Lo que nos conduce, necesariamente, aquí:


Anochece. En ausencia de la menor brisa, el barco se halla detenido en mar abierto.

En el centro absoluto de la cubierta, del todo confundida con el espacio escénico, se encuentra Elsa, a la vez elevada y yaciente, absolutamente visible y absolutamente intocable.

Bannister: Michael.

Michael: Yes, sir.

¿No les parece que podría estar muerta?

Y literalmente a sus pies, por debajo del nivel que sus espléndidas piernas definen, los tres personajes masculinos.

Bannister: Michael, Mr. Grisby has told me something I’m very sorry to hear.

George toca el piano y marca la letra.

Elsa: “But if you kiss me”

Bannister: Lover, this really concerns you more than anyone else.


Y ella, ¿no es como si estuviera muerta?

Grisby: “Don’t take your arms away”

¿Por qué si Georges suda tan ostensiblemente


Michael no suda en absoluto?

Parece mortalmente pálido.

Bannister: According to George here, Michael is anxious to quit.

«Welles: For thirty years people have been asking me how I reconcile X with Y! The truthful answer is that I don’t. Everything about me is a contradiction, and so is everything about everybody else. We are made out of oppositions; we live between two poles. There’s a philistine and an aesthete in all of us, and a murderer and a saint. You don’t reconcile the poles. You just recognise them.»

[Kenneth Tynan, The World of Orson Welles, 1967]

Welles, gracias al trabajo artístico, pudo dar salida a las dos formas extremas que nacían de la escisión radical que lo atravesaba.


Y de hecho, cuando comparte plano con George, también Michael suda intensamente.

Bannister: Did you know about that, Lover?

La que no suda nada en absoluto es ella.

Elsa: No, I didn’t.

Bannister: Shut up, George.

¿Y por qué Michael a veces suda y a veces no?

¿Fallo de raccord?

Bannister: What’s the matter, hours too long?

Tiene lugar entonces, en el diálogo, una referencia casi directa a La vuelta al mundo en 80 días:

Michael: No, sir.

Bannister: How about the money?

Michael: I don’t care about that.

Bannister: So money doesn’t interest you, Michael? Are you independently wealthy?

Michael: I’m independent.

Bannister: Of money? Before you write that novel, you’d better learn something.

Bannister: You’ve been travelling the world too much to find out about it.

Y especialmente a su protagonista, Phileas Fogg, ese gentleman que -como Orson Welles, ¿será por eso que no suda?- atraviesa el mundo a toda velocidad sin percibir nada de él.

Que nunca se acalora, que no suda en absoluto.

Quien sí suda, y a chorros, es, insistamos en ello, Grisby.

Grisby: That’s good, Arthur.

Habla entonces el poeta:

Michael: Well, sir… I’ve always found it very sanitary to be broke.

El cineasta aplaude la frase:

Grisby: That’s good, too, Arthur.

Y el productor impone orden:

Bannister: Shut up, George.


Y explica el valor del dinero.

Bannister: Money cannot bring you health and happiness, etcetera. Is that it?


Bannister: Without money, I’d be flat on my back in the ward of a county hospital. Look at this yacht. It once belonged to Jules Bachrach.

El valor del dinero: esa era la obsesión mayor del padre de Welles, quien se desinteresaba por los valores artísticos a los que su esposa concedía la mayor importancia.

Bannister: The great Bachrach, who kept me out of his club because my mother was a Manchester Greek.

Desde luego, sin el dinero de la Columbia que Larry Cohn administraba, no hubiera sido posible alquilar a Errol Flynn el suntuoso yate en el que no sólo se rodó el film en el golfo de México, sino también en el que, con la compañía del propio Errol Flyn, se celebraron esas suntuosas fiestas durante el rodaje de las que ya les hablé en alguna ocasión.

Bannister: I got him on perjury.

¿Y este extraordinario plano, todo él lleno por la cara bañada de sudor de Grisby?

¿Tendrá algo que ver con ese perjurio del que se habla? Y ya saben que el perjurio consiste en jurar en falso, que es lo que había hecho Welles, también él artista, como el tal Bacharach, con respecto a la promesa hecha al padre poco antes de su muerte.

Bannister: He died bankrupt. And here I am.

A estas alturas resulta imposible atribuir ese contraste relativo a la presencia y la ausencia del sudor a un fallo de raccord.

Evidentemente se trata de otra pincelada de esa disociación radical que es la que opone a Michael y Grisby.

Como si uno fuera el adulto que entendiera todo lo que se dice y el otro fuera el niño, el marinerito, que no entendiera nada.

Y bien, en un momento dado, ella, la estrella, el cadáver resplandeciente, pide fuego, pues tiene en la mano ese cigarrillo sin encender que recorre toda la película:

Elsa: George.

I heard that cello voice: “Well, now, Georgie-Porgie…”

Deberían leer Georgie Porgie, ese relato breve de Kipling que, sorprendentemente, cuenta una historia muy parecida a la de Madame Butterflay.

Bannister: Each man has his own idea of happiness, of course.

Grisby: I haven’t matches.


Bannister: But money is what all of us have in common.

George dice que no tiene cerillas.

Y los dos rostros del film en los que se despliega Welles comparecen literalmente a los pies de la diosa.

En un momento en el que de lo que se trata puede ser de encender su cigarrillo tanto como de apagar las velas de la tarta del cumpleaños de la última despedida.

Bannister: Take Bessie here. She used to work for Bachrach. I pay her more, don’t I, Bessie?

Bessie: Yes, Mr. Bannister.

Bannister: Her salary means happiness. It means a home three rooms for two families. Bessie’s a grandmother, a widow. Only one of the boys works. Right, Bessie?

Bessie: Yes, sir.

Bannister: Yes, of course it is.

El subrayado sometimiento servil de Bessie ante Bannister encuentra su réplica, en imagen, en el equivalente del poeta hacia la estrella a través del cineasta.

Bannister: So Bessie goes to church every Sunday she gets off…

Bannister: and prays to God she’ll never be too old to earn the salary I pay her.

Y de la importancia de esta tortuosa circulación del fuego y del cigarrillo es testigo el insólito punto de vista cenital que se introduce entonces:

Un punto de vista cenital que nos muestra a una mujer absolutamente inalcanzable y absolutamente insatisfecha.

Bannister: Sing it for us again, Lover.

Michael: Why do you stand for that, Bessie? I’m quitting. Why don’t you?

Bessie: You heard him, Mr. Poet.

«The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.”

Y así empezamos a percibir presentes en la escena todos los elementos de esa otra escena que fue la de la muerte de la madre.

Bessie: I need the money.

Michael: Talk of money and murder. I must be insane.

Michael: Or else all these people are lunatics.

«”The lunatic, the lover, and the poet
Are of imagination all compact.»


Bessie: That’s why I can’t leave. That poor little child he married.

Bessie: Somebody’s got to take care of her.

Elsa: “Don’t hold me


Elsa: “But if you hold me




Elsa: “Don’t take your arms away


Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “Please don’t love me

«The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.»

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Podría ser una despedida definitiva.

Pero podría ser igualmente, un abrazo definitivo.

Elsa: “away”

Son estos términos contradictorios, desde luego, pero no lo son menos los de la letra de la canción:

Elsa: “Don’t hold me But if you hold me Don’t take your arms away

«She was a sorceress.»

¿Cómo prefieren traducirlo?

¿Como hechicera o como bruja? En cualquier caso sus poderes hipnotizan a toda la tripulación del barco.

Elsa: Comes a change in weather,

Se habla del tiempo, pues se habla del paso del tiempo, del cambio de los sentimientos.

Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “And who knows when the rain Will start?

De las lágrimas.

Y se retorna al enunciado contradictorio, que finalmente devuelve la lógica extrema de la nada o del todo.

Elsa: “Please don’t love me

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

¿Como podría evitarse la sensación de que ella está muriendo ahora?

Elsa: “away”

Es decir, que está muriendo siempre, pues la escena permanece siempre inconclusa en el relato que de que ella nos ofreció Welles:

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.

«She was a sorceress.

«You must puff hard,” she said, “and you must blow out every one of them. And you must make a wish.

«I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

«Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.»

¿Llegó a haber abrazo en aquella despedida entre la madre y el hijo?

Todo parece indicar que no: Sometimes, in the dead watches of night, it strikes me that of all my mistakes, the greatest was on that birthday just before my mother died, when I forgot to make a wish.

Pues todo parece indicar que el cineasta siguió siempre, en sus noches desveladas, arrepintiéndose de no haber sido capaz de pensar un deseo.

Aunque esta vez conviene incurrir en un anglicismo en la traducción y decir: hacer un deseo, pues de eso precisamente se trata.

Quizás nos encontremos ante el núcleo del eterno insomnio wellesiano.

Todo parece indicar, por tanto, que no llego a haber abrazo.

Es más, en cierto modo, eso está escrito ahí: I puffed very hard. And suddenly the room was dark and my mother had vanished forever.

El sopló sin haber llegado a hacer un deseo y de pronto la habitación se oscureció y mi madre desapareció para siempre.

Elsa: “But, if you love me


Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Elsa: “away”

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.»

Me decía, cuando trabajaba en esta secuencia, que era una pena que la palabra inglesa candle no tuviera el doble sentido de la palabra española vela, que nombra a la vez las velas del velero (sail) y las velas que alumbran (candle).

Pues en tal caso las velas de la escena, esas velas de cumpleaños que cubren la tarta, hubieran encontrado su expresión a través de las velas del velero.

Claro está, no es así, el inglés no lo permite. Y sin embargo…

Sin embargo, dándole vueltas a la cuestión comprendí porque Michael O’Hara es marinero. Pues el marinero es un sailor. Es decir, un hombre de velas. Y las velas permiten navegar cuando el viento sopla sobre ellas.

De modo que un marinero es alguien todo él entregado a ese soplido, aun cuando él mismo, sin embargo, no pueda provocarlo.

Y ni que decir tiene, esta escena tiene lugar en un calmo atardecer caribeño en el que no sopla el más mínimo viento.

Para que el viento sople y haga navegar la embarcación hace falta que un dios lo ordene, nada puede hacer en eso un simple marinero. Y mucho menos un marinerito que se sabe visto como un estúpido y al que sin embargo se le exige que sea un genio.

¿Qué por qué digo que se sabe visto como un estúpido?

Porque así se lo dice su madre, una y otra vez:

«That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

Esa estúpida tarta de cumpleaños –That stupid birthday cake- es, para su madre, él mismo: Georgie-Porgie, puddin’ and pie, Kissed the girls and made them cry!”

«The first line of the hateful couplet seemed to sum up the chubbly chubby little grub larva I knew myself to be, but I rather liked the part about kissing girls.

«Mother, who knew about that awful jingle, was teasing me – as she so often liked to do.


La primera escena de suicidio

volver al índice

¿Cómo no acordarse entonces de ese primer intento de suicidio del marinerito Welles, cuando intentaba huir a la desesperada de la exigencia materna de que de él, no más que un estúpido Georgie-Porkie, saliera nada menos que un niño prodigio de la música?

«Once, distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales, I attempted suicide.

«What I really wanted to end, of course, was not my life but the scales, and I did place myself in a position of imminent peril on the outside of one of those railings in the Ritz some two and a half stories above the Place Vendome. I hung there listening to the wretched spinster lady who’d been engaged to supervise my practice calling hysterically for my mother in an adjoining room.

«Pause … Then my mother’s voice:

«”Well“, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

«The truth is her heart was in her mouth. She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos. (“Now they’ll be sorry.”) She also imagined that a child could have no significant sense of the reality of death.

«But in this she was mistaken. I knew very well that she was going to die, and how real that would be, and how very soon it would happen. Whenever she left me, the moment the door had closed, I would burst into tears, afraid that I would never see her again. «But she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

«Later, my mother told me that she stood still all that time in the hall outside the room with the piano. By the sheer force of her formidable character she persuaded the spinster lady to muffle her whimpering… Then, finally, there came to her ears the sound she’d been waiting for:

«”Do-re-mi-fa-sol…”

«My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.»

Me contaba Ana María, en el correo en el que nos envió la traducción del texto que ustedes conocen, la extrema dificultad que le había supuesto la enrevesada escritura de Welles.

Tiene razón, desde luego, pero la tiene, especialmente, aquí.

Pues si recuerdan el texto, escrito simultáneamente, dedicado a la muerte del padre, recordarán también que era mucho más sencillo en su escritura, mucho más fácil de traducir.

Lo que indica que el carácter extraordinariamente enrevesado de la escritura de este texto -muy próxima en su enrevesamiento, dicho sea de paso, a la de los Escritos de Lacan- es en sí mismo revelador de la extraordinaria dificultad que hubo de suponer siempre para él su relación con su madre.

En su punto de partida hay una neta vivencia de enloquecimiento ante la demanda materna: distracted to the point of madness by endlessly repeated musical scales.

¿Y cómo no sentirnos impresionados ante el brutal enunciado materno que la ha generado? –Bien, si quiere saltar, que salte. –Well“, she said, “if he wants to jump, let him jump.”

Es decir: si no es capaz de ser un genio, si sólo va a ser ese estúpido regordete de Georgie-Porgie, que salte y me deje en paz de una vez.

Y no menos terrible es la certidumbre de ambos de que la cosa iba en serio, de que se trataba de una auténtica tentativa de suicidio de ese niño que todavía no había cumplido los 9 años:

«She knew her son, and knew that stepping off into space would have appealed to me for its gaudy element of melodrama and pathos.

«she was certainly right about that business of mine out on the balcony. If I’d heard her rushing toward me the excitement might well have been just enough, and I wouldn’t be here now remembering it.

Y el reconocimiento de la pura fuerza de su formidable carácter que hacía de ella, siempre, una ganadora –By the sheer force of her formidable character.

Y la formulación final del doble vínculo con el que le atrapaba: ella, la ganadora, era tan dura en sus decisiones como tierna de corazón –My mother had won. She was, in all things, as tough-minded as she was loving-hearted.

Podríamos estar escuchando a ese señor de Winter que fue Alfred Hitchcock hablando de su madre bajo el nombre de Rebeca.

De modo que todo parece indicar que, uno como otro, las odiaban tan intensamente como las amaban, por más que no fueran capaces de confesarse a sí mismos ese odio.

Ahora bien, ¿por qué dice Welles que en esa tarta sólo había 8 velas si, cuando su madre murió él ya había cumplido los 9 años?

«”The lunatic, the lover, and the poet
«Are of imagination all compact.”

«Those great shining eyes looked dark by the light of the eight small candles. I can remember now what I was thinking. I thought how green those eyes had always been when it was sunny.

«Then – all tenderness, as if speaking from an immense distance:

«”A lovely boy, stol’n from an Indian king,

«Who ever had so sweet a changeling…?”

«What did she mean? Was I, indeed, a changeling? (I have, in later years, been given certain hints…)

««”That stupid birthday cake,” she said, “is just another stupid cake; and you’ll have all the cakes you want. But the candles are a fairy ring. And you will never again in your whole life have just that number to blow out.”

«She was a sorceress.”»

Como ven, hay en ello un motivo sobrado para leer La vuelta a mundo en 80 días.

Pues el 0 de 80, tanto como la propia vuelta al mundo, pueden ser círculos mágicos que nos expliquen el motivo que late en el insidioso deslizamiento de la palabra changeling ahí.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

24. Lo inverosímil y lo verdadero. Una performance en honor a a la diosa

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 23/05/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


No rige ninguna ley

volver al índice

Está prohibido fumar en los juzgados de San Francisco.

Bannister: You know my associate, Mr. Seeley, dear.

Elsa: Hello.

Pero Bannister no ve problema en hacerlo.

Bannister: He’s arranged for your pass into the jail. It’s in the building. Should he take you?

Elsa: I’d rather go by myself.

Bannister: All right, Seeley. I’ll join you in the office.

Seeley: Okay, Mr. Bannister.

Seeley: Excuse me, Mrs. Bannister.

El cartel crece de tamaño, sin embargo, en lo que sigue. Pero Ninguna prohibición reina en este universo.

Bannister: You want to be alone with Michael?

Elsa: It was your idea.

Judge: Morning, Bannister.

Por eso el juez ni se inmuta aun cuando su sombra pase frente a ese cartel, tanto como el propio juez que está ahí mirando, necesariamente, hacia él.

Bannister: Morning, Judge. Is your boy still in the hospital?

Judge: Been home since Tuesday.

Bannister: Well, that’s fine, Judge.

Judge: thaks.

Elsa: Wasn’t it your idea?

Bannister: Yes, Lover?

Bannister: Oh, I beg your pardon.

Elsa: Wasn’t it your idea?

También Elsa fuma, y ningún gesto amoroso hay esta vez en ello.

Y por cierto, ¿de quién fue la idea?

Esa idea por la que preguntan el uno y el otro.

Bannister: Isn’t it your idea to save Michael from the gas chamber?

¿No tiene algo que ver esta pregunta con aquella otra que ya conocemos?

Aquella de ¿por qué mi madre se casó con él? Y que contiene, va siendo hora de decirlo, ésta otra: ¿cómo es posible que naciera yo?

¿Por qué nací yo si ella le odiaba?

Elsa: Arthur Bannister’s the only one who can do it.


Bannister: What do you think? Hello, Galloway!

Galloway: Hi, Bannister, how’s tricks?

Bannister: You know our district attorney, dear.

Elsa: How do you do?

Galloway: Hello, Mrs. Bannister.

Bannister: I was the murdered man’s partner. The other victim was my servant.

Bannister: If I defend Michael, any jury will figure I have reason to believe he’s innocent.

Elsa: And you have reason to believe that Michael is innocent?

Ella no se deja tocar.

Y su mirada tiene el poder intimidatorio de siempre.

Bannister: I hear that Galloway is going to say that Michael took George’s corpse into the city in our speedboat.

Elsa: We can prove he didn’t.

Bannister: Prove? George couldn’t have taken it.

Elsa: Why not?

Bannister: How could it get back?

Elsa: Back where?

Bannister: To the yacht, naturally. The speedboat couldn’t have driven itself. Or maybe it was George’s ghost. Maybe the boat just drifted back.

Bannister: No, Lover. Michael has got to plead excusable homicide.

Elsa: But you can prove he didn’t do it with his gun.

Elsa: They know it wasn’t Michael’s gun that killed George.

Bannister: The gun that did kill George can’t be found, Lover, so we can’t prove that Michael didn’t shoot him. And it was Michael’s gun that killed Broome.

Ya sabemos que el arma es decisiva.

Pero a estas alturas ya no hay dialéctica posible entre el arma y el cigarrillo: sólo ella tiene ambas cosas.

Bannister: Now…


Bannister: Michael is going to need everything that the greatest living trial lawyer can do for him.

Bannister: Our good district attorney over there has worked up a beautiful case. They’ll be effective witnesses. He’ll know how to handle them.

Bannister: And then there’s this crazy confession.

Elsa: But Michael has an explanation.


Bannister: Explanation?

Elsa: You think it’s funny?

Bannister: Funny?

Bannister: You mean that story about how George hired Michael to kill George?

Elsa: To pretend to kill him.

Bannister: Really?

Bannister: Why would George want to disappear?

Elsa: Michael said something about partnership insurance.


Bannister: What?

Elsa: partnership insurance.

Bannister: Which George wanted to collect?

Elsa: Yes.

Bannister: and he, George, wanted everybody to think he was dead?

Elsa: Yes!

Bannister: Dead, so that he could collect the insurance?

Elsa: Yes.

Bannister: Well, if he was dead, how could he collect? Now, Lover…

Bannister: if your Irishman doesn’t want to go to the gas chamber…

Bannister: he’s going to have to trust me.

Elsa: But you, do you trust him?

Elsa: You want to make sure he doesn’t get off, don’t you?

Bannister: I’ve never lost a case, remember?

Bannister: Besides…

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

Y bien, he aquí, en estado puro, la mirada que marchita.


Bannister: my wife might think he was a martyr.

Bannister: I’ve got to defend him. I haven’t any choice.

Bannister: And neither have you.


Lo inverosímil y lo verdadero

volver al índice

Si serán importantes los cigarrillos en esta película.

En el mundo sórdido -y subrayado en su sordidez- de la cárcel, penetra la más elegante, fría y opaca de las mujeres.

Observen el brillo de la luz en la pared que parece anticipar su estela.

El escorzo vuelve inaccesible su rostro.

La luz brilla en sus cabellos resplandeciendo sobre un fondo mate.

Como brilla su blanco y sofisticado abrigo.

Elsa: Hello.

Escogido para contrastar absolutamente con la textura de la malla metálica que cubre los barrotes.

Frente a su delicada y resplandeciente belleza, un fondo totalmente oscuro: tras los barrotes, la malla hace de Michael una figura casi monstruosa que prefigura al negro Otelo.

Michael: It looks bad for me. Isn’t that what your husband says?

Como si él mismo encarnara esa fealdad de la cosa de la que hablan sus palabras.

Elsa: Whatever else he is, Arthur’s a marvellous lawyer.

Y la delicadeza de ella alcanza igualmente a la vibración de su voz.

Elsa: You’ve got to trust him,

Elsa: Michael.

Michael: Why should I trust him?

O’Hara es mostrado como una fiera enjaulada.

Enjaulada por ella y sometida a ella.

Elsa: Because it’s your only chance.


Elsa: Because I want you to.

Una fiera sobre la que Circe posee un poder hipnótico.

Michael: That’ll have to do for a reason.

Elsa: MIchael, why did you kill Broome?

Michael: What?

Es fácil de entender la estrategia de ella: se trata de convencerle con su pregunta de que ella no ha asesinado a Grisby.

Y para ello su voz se convierte en el más seductor susurro.

Elsa: Don’t be afraid to tell me. I just want to know.

Michael: It was Grisby who killed Broome. He was going to murder your husband.

Elsa: George kill Arthur? What could he possibly gain from it?

Hasta aquí la situación es más o menos inteligible, si descontamos lo absurdo de que ella consiga convencerle simultáneamente de que no ha matado a Grisby y de que debe fiarse de Bannister como abogado, cuando, si ella no lo ha hecho, el asesino no podría ser otro que el propio Bannister.

Pero eso es nada con respecto a la absurda incongruencia que se produce a continuación.

Michael: He couldn’t get a divorce.

Elsa: What?

¿Qué relación podría tener Bannister con la imposibilidad de Grisby de conseguir el divorcio?

Michael: He wanted people to think he was dead so he could get away from his wife.

¿Por qué la muerte de Bannister podría permitirle a Grisby huir de su propia esposa?

Realmente es absurdo, no tiene sentido, es imposible:

Elsa: Wife? But that’s impossible.

Michael: Why?

Elsa: George didn’t have a wife.

Michael: He wasn’t married.

Es todo realmente absurdo.

Y, sin embargo, algo en la manera de visualizarlo e interpretarlo parece conceder, a esta absurda revelación, una intensa verdad. Retrocedamos:

Michael: He wanted people to think he was dead so he could get away from his wife.

Elsa: Wife? But that’s impossible.

Michael: Why?

Elsa: George didn’t have a wife.

Michael: He wasn’t married.

Una verdad que, por lo demás, emerge con facilidad si la inscribimos en la experiencia real de los actores de esa especial performance que es La dama de Shanghai.

Pues si es cierto, como señala Elsa, que todo eso es absolutamente absurdo por lo que al personaje de Grisby se refiere, no lo es en absoluto por lo que se refiere al cineasta, es decir, a Orson Welles. Pues éste sí tiene, a estas alturas del rodaje del film, una mujer: Rita Hayworth. Y es un hecho que sólo desapareciendo de Hollywood podrá llegar a deshacerse de ella del todo. Pues, ¿acaso no había tenido que reconciliarse con ella para poder seguir siendo cineasta allí? -La rejilla que ahora deforma su rostro y el sudor que lo baña lo aproximan en cierto modo al rostro habitualmente sudoroso y picado de viruela de Grisby.

¿Y por otra parte, no podría todo ello explicar el atisbo de angustia emergente en ella?

Elsa: George didn’t have a wife.

Como si estuviera descubriendo algo inesperado y amenazante…

Michael: He wasn’t married.

Y podría, igualmente, dar su sentido a esa más evidente angustia de él, como si estuviera a punto de ser descubierto…

Y así, una y otra vez, se repite ese vaivén incesante que convierte a la fascinante y perversa Circe en la frágil y angustiada Rita, y al ingenuo poeta víctima en un oscuro, aunque también él, eso sí, angustiado, culpable.


El relato roto y la diosa

volver al índice

Lo que trato de decirles es que la narración está, desde el primer momento, rota, que no puede cuajar en ningún momento como relato.

O, para ser más exactos, desde el segundo momento: desde ese crimen inaugural que tuvo lugar en el parque central.

Y así, la narración no puede obtener coherencia desde su propio interior.

De modo que la coherencia de la narración, por eso, en tanto la hay, sólo puede proceder de fuera de ella misma, del proceso que los que lo realizan están viviendo mientras lo ponen en escena.

Sobre el papel, la cosa debería llevar al desastre.

Y no hablo a ese desastre comercial que, sin duda, tuvo lugar, sino a un desastre estético que, sin embargo, no se produjo. Y ello porque el texto encuentra su coherencia en otro territorio: en la intensidad de pesadilla que alcanzan sus imágenes, una vez que la realidad y la representación intercambian sus papeles.

Y así, de los restos de un relato imposible emerge la agria y angustiada verdad de los que tratan, casi a ciegas, de ponerlo en escena.

Vemos aquí, por eso, la angustia de la mujer que va a ser abandonada.

Y vemos también, a la vez, la angustia del hombre que sabe que va a traicionarla.

Pero los dos están atrapados por la otra:


por esa silueta que se confunde con el espejo, no menos que con la chimenea -en una película, dicho sea de paso, en la que nunca veremos una chimenea encendida ni ningún atisbo de fuego.

Es ella la que, vestida de riguroso negro, gobierna el discurrir de los acontecimientos la noche del crimen.

Elsa: Broome, are you ill?

Broome: I’ve got some lead in me, where it hurts.

Elsa: I’ll call a doctor.

Broome: Did already.


Broome: Trouble is, the doc will report the police.

Broome: The police will want to know who was the certain party who shot me.

Broome: Don’t worry, he’ll get his.

Una diosa de belleza inexpresiva y distante.

Broome: There’s going to be a murder. Ain’t going to be a fake murder this time. Somebody’s going to be killed.

Elsa: You mean…

Broome: Yeah, your husband. Maybe he’s the one who’ll be knocked off.

Elsa: What?

Broome: Could be. You better get down to his office, if you want to do anything about it.

Ahora bien, si esa mujer enamorada que es Rita Hayworth no se le parece en nada, ¿quién es entonces esta diosa del mal que nada tiene que ver con ella?


Performance en honor a a la diosa

volver al índice

Les he hablado de dos mujeres opuestas, presentes ambas en el personaje de Elsa.

Y bien: una es sacrificada a la otra.

Para ser más exactos: la amante, la mujer que asume la posición femenina, es sacrificada a la otra, a la diosa materna.

Y eso comenzó incluso antes del comienzo del rodaje del film, en aquella extraordinaria performance que Orson Wells, el más célebre director de escena norteamericano de la época, puso en escena como inicio de la campaña publicitaria del film.

Sin que nadie en la Columbia lo supiera, convocó a la prensa gráfica par que asistiera a la sesión en el que fueron cortados los largos cabellos pelirrojos de la actriz y teñidos de rubio platino.

Toda una avanzadilla de esa forma parapsicótica de arte que es el llamado body-art,


Sin duda, era un desafío a Larry Cohn, a la Columbia, a Hollywood entero: Welles se proclamaba así el amo absoluto de la mayor estrella de la época -hacia sólo un año del estreno apoteósico de Gilda (1946)- que era llamada la diosa del amor.

Pero, más allá del desafío a Hollywood, tenía lugar un exorcismo personal.

Welles estaba levantando su escena fantasmática.


Como ven, el cineasta quiso reproducir la imagen que le había fascinado, pero corrigiéndola notablemente: sin renunciar a nada en el campo de la sensualidad, introdujo esa extrema frialdad que resultaba de todo extraña a la dulzura de Rita Hayworth.

Hizo así emerger a esa diosa letal a cuyos pies se postraba el poeta y el cineasta.

Y porque esa diosa reclamaba sacrificios humanos, Rita Hayworth debía serle sacrificada.

Seguramente en ella reside la verdad subjetiva de esa mirada fría que dicta la incontenible tendencia al fracaso de Orson Welles.

Judge: Ladies and gentlemen of the jury, have you arrived at a verdict?



Suicidio

volver al índice

Les decía el otro día que la idea del suicido recorre el film de extremo a extremo.

La encontramos, en primer lugar, en las conversiones de O’Hara con Grisby.

Grisby: It’s me.

En ella, la disociación que atraviesa el film parece reclamar un asesinato que es un suicidio.

Michael: This is a straightforward business proposition.

Michael: I want you to kill me.

Y como tal se manifiesta, también, con Elsa.

Michael: Mr. Grisby wants me to kill Mr. Grisby.

Pero ello queda acotado en la figura de Grisby, pues la idea del suicido recorre el film de extremo a extremo.

Y es que el suicidio parece emerger como la vía para contener la destrucción imparable de la realidad psíquica.

Elsa: You talked to George yesterday.

Michael: I did.

Elsa: Did he say anything about us?

Michael: He’s afraid the world’s going to explode.

Hay que tomarse absolutamente en serio estas palabras, aunque sólo sea por el contraluz absoluto desde el que son pronunciadas.

Son las palabras de la otra cara de O’Hara, George Grisby.

Son palabras, por tanto, de George Orson Welles, que hablan de la amenaza que vive de destrucción de su realidad psíquica.

Michael: Mr. Grisby wants me to kill Mr. Grisby.

Y, por otra parte, hemos oído también a Elsa hablar de la posibilidad de su propio suicidio.

Michael: He talked about suicide.

Elsa: I’ve thought of that sometimes.

Michael: Suicide?

Elsa: Do you think it’s wrong, Michael?

Michael: I don’t know.

Elsa: I’ve looked at those pills so many

Elsa: times.

Michael: Pills?

Elsa: The ones my husband takes to kill the pain…

Elsa: and wondered if enough of them would kill my pain.

En su debido momento, también Bannister asumirá finalmente el suyo.

Bannister: Of course, killing you is killing myself.

Bannister: It’s the same thing.



Bannister: But, you know, I’m pretty tired of both of us.

Y, ciertamente, incluso O’Hara ensayará el suyo, bajo el dictado mortífero de Elsa:

Michael: I know the killer.

Michael: I know who murdered Grisby.

Elsa: Michael!


Judge: Ladies and gentlemen of the jury, have you arrived at a verdict?

Y es éste un dictado, como todo en este film-pesadilla, anunciado con gran anticipación:

De hecho, todo está minuciosamente anticipado, incluso la mirada orden de Elsa hacia las píldoras -He mirado esas píldoras tantas veces-:

Una Mirada-orden precisa, letal, que ha seguido al más dulce llamado de la sirena, con una voz en extremo acariciadora y susurrante.

Elsa: Michael!

Y, por ello mismo, objetivamente incapaz de cubrir la considerable distancia que separa a ambos en la sala del juzgado. De modo que pareciera más bien que esa voz estuviera instalada en el interior mismo de la cabeza de Michael.

Pues ella -su voz, su mirada- es mortífera. Es la muerte misma.



 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

23. History / Story

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 16/05/2008 (3)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Mito vs. Libro de contabilidad

volver al índice

A sus 51 años, Welles es capaz de firmar como director una película que trata sobre sobre el ser mismo del relato.

Sobre el ser mismo del relato, es necesario añadirlo, tal y como es concebido desde una posición manierista.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Narrador: Pero era inconsciente de la ausencia de amistad que le rodeaba. La misma idea de amistad nunca había entrado a formar parte de su concepción de la vida. Era natural que fuera así, pues era él quien lo había querido así.

Narrador: Pronto terminó por creer en su propia omnipotencia.

Narrador: A los setenta años cayó enfermo de gota. No podía dormir.

Una vez más, ese eterno tema wellesiano: el no poder dormir.

Solo que esta vez ligado explícitamente a la necesidad de narrar y, sobre todo, de poner en escena.

Narrador: Cada noche su jefe contable le hacía compañía. Le leía los viejos contratos, las facturas y los presupuestos.

Es de alto interés la clasificación de discursos que el film ofrece. Está, por una parte, el discurso objetivo, que como ven es el discurso de los objetos.

Y que, siendo objetivo, se descubre en seguida imaginario:

Narrador: Esto le recordaba sus triunfos del pasado.

Netamente narcisista.

Yo soy en tanto yo tengo.

Pero es evidente que ese tipo de discursos no sirven para dormir.

Narrador: Pero las noches

Narrador: eran largas.

El insomnio pervive.

Pervive en un inmenso, inmensamente desolado aburrimiento.

Levinsky: Ya hemos leído este libro, Mr. Clay. Más de una vez. Le he leído ya todos los viejos libros contables dos veces.

Como ven, por más que se repita, el orden semiótico, en su cansina objetividad, no sirve para dormir.

Levinsky: ¿Quiere que volvamos a empezar?

Para dormir son necesarios otros modos del lenguaje.

Clay: ¿No hay otro tipo de libros?

Levinsky: ¿De qué género?

Clay: La gente leerá otro tipo de libros.

Levinsky: Además de los libros de contabilidad.

Levinsky: Es mi trabajo darle lo que desea. Si tales libros existen, los buscaré.

Y por cierto que el film dibuja un mundo que ha olvidado la existencia de ese otro tipo de libros.

Es decir, de esos otros modos de lenguaje.

Mr. Clay: La noche no ha terminado todavía.

Y el insomnio se impone con su vacío insoportable.

Entonces, para satisfacer a su amo, Levinsky busca algo en su interior. Algo que seguramente había olvidado que tenía:

Clay: ¿Qué es eso?

Levinsky: Un hebreo deportado me llevó consigo cuando dejó Polonia.

Es realmente diferente este otro tipo de texto.

Está patentemente ligado al cuerpo que lo porta y directamente determinado por el hecho de haber sido dado en un momento determinado, irrepetible, del tiempo.

Hay ahí, pues, un destinador.

Levinsky: Era un hombre muy viejo. Antes de morir me dio esto.

Levinsky: Aquí hay, mister Clay, algo que podría leerle.

Levinsky: Exultará el desierto y la tierra árida.

Levinsky: Se regocijará la soledad y florecerá.

La índole de este otro tipo de texto suena del todo insólita en la modernidad de la racionalidad objetiva.

Y por eso es impugnado:

Clay: Eso no es un libro.

Levinsky: Exultará con gran júbilo…

Clay: Eso no tiene nada de libro.

Se trata de la habitual impugnación positivista que se realiza todos los días en nuestra sociedad moderna, también en nuestras universidades.

Pero hay una buena respuesta para eso:

Levinsky: Usted me ha dicho “algo que no sea un libro de contabilidad”.

Sea lo que sea, es usted quien lo necesita.

Es su angustia y su insomnio lo que lo hace necesario.

Levinsky: Fortaleced las manos débiles y levantad las rodillas vacilantes.

Clay: ¿De dónde lo ha sacado?

Levinsky: Decid a los de apocado corazón:

Levinsky: “No temáis…, pronto vuestro Dios vendrá y os recompensará…”

La Biblia, Dios, la promesa.

Esas piezas básicas de la miología sobre la que se ha levantado nuestra civilización.

El texto de Isaías habla, precisamente, de la apertura del ser a otra dimensión, una bien diferente a la del páramo del insomnio.

Levinsky: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos

Levinsky: y escucharan los oídos de los sordos. Entonces el cojo saltará como un ciervo

Levinsky: y el agua brotará del desierto.

El territorio otro de lo mitológico es dibujado con precisión:

Clay: ¿Cuándo ha sucedido eso? ¿En el pasado?

Levinsky: No.

Clay: ¿Sucede ahora?

Levinsky: No.

Clay: ¿Quién lo ha escrito?

El profeta Isaías.

Clay: ¡Un profeta!

Clay: No me gustan los profetas.

A Mr. Clay no le gustan los profetas.

Clay: La gente debería limitarse

Clay: A recoger y escribir cosas ya sucedidas.

Rechaza todo lo que no considera objetivable en la realidad. Y, sin embargo, no puede dejar de mostrar su interés por ello.

Clay: Este profeta tuyo, ¿cuándo vivió?

Y ese interés hace emerger la dimensión real del mito: pues, independientemente de que lo que el mito cuente haya sucedido, es un hecho que ha sucedido el hecho mismo de que ese mito ha sido contado.

Levinsky: Hace cerca de mil años.

Hay algo del mito que Mr. Clay quiere volver oír:

Clay: Repita de nuevo lo que dice de los cojos.

Levinsky: Entonces el cojo saltará

Tiene que ver con un cojo que será capaz de saltar.

Levinsky: como un ciervo.

Y ya saben que si hay un cojo famoso, ese es Edipo. Mucho más famoso que ese otro cojo que es Bannister.

Lo que está en juego tiene que ver también, simultáneamente, con el relato, pues los oídos de los sordos escucharán:

Levinsky: y los oídos de los sordos escucharán.

Ahora bien, ¿cómo metaboliza Mr. Clay ese discurso, el mitológico?

Clay: ¿Alguien puede hacer que sucedan esas cosas?

Ni más ni menos: él quiere ocupar el lugar del Destinador:

Levinsky: ¡Se trata de una profecía, Mr. Clay!

Clay: ¿Dónde va?

Levinsky: A coger los de contabildad, Mr. Clay.

Levinsky: ¿Ya no quiere que le lea libros de contabilidad?

Una vez más se nos recuerda que, frente al insomnio, los libros de contabilidad no sirven de nada. Pues no saben nada del tiempo, de la experiencia, del sujeto, de lo real.

Mr. Clay: Léame libros que no sean de contabilidad, pero que hablen de cosas que han sucedido.

Clay quiere libros que no sean libros contables, pero que hablen de cosas sucedidas.

De modo que ya tenemos tres categorías de textos: frente a los de contabilidad y los mitológicos aparece ahora una tercera categoría que, nos dice Clay, convertido en teórico del texto, requiere de un concepto:


History / story

volver al índice

Clay: ¿Sabe cómo se llama eso?

Clay: Historias.

History.

Que es algo muy diferente a una story o un tale.

Levinsky: Yes, mr. Clay.

Y Clay pone un ejemplo para aclarar el concepto.

Ya conocen la narración sobre la que pivota el film en su conjunto, en la medida en que Clay querrá realizarla una vez que descubra que no ha sucedido nunca.

Pero sobre lo que quiero llamarles la atención es sobre el hecho de que Welles la encuadra en ese debate propiamente teórico, pero a la vez densamente existencial, que es el que diferencia la History de la story.

En ello reside lo decisivo: en el hecho de si eso ha sucedido o si, por el contrario, no ha sucedido nunca.

Clay: La primera vez que vine aquí desde China oí una historia.

Clay cree estar contando una history:

Clay: Un marinero le contó a los otros marineros algo que le había pasado a él.

Pues, como ven, considera que lo contado ha sucedido.

Y para que se den cuenta de hasta qué punto nos compete esta historia, es necesario subrayar que trata de un marinero.

Levinsky: Clay: Les contó una historia.

Dada la envejecida voz de Clay, es difícil, al menos para mí, distinguir si dice history o story.

Es posible, por lo demás, que él mismo participe de esa confusión.

¿Acaso no versará todo este diálogo sobre esa misma confusión?

Clay: El marinero paseaba solo cerca del puerto, cuando se le acercó un carruaje

y un caballero muy rico le dijo:

Es evidente como la narración se enrosca sobre sí misma.

Narrador: En China, en la isla portuguesa de Macao, vivía al final del siglo pasado, un hombre de negocios americano inmensamente rico

Narrador: que se llamaba Mister Clay. Poseía una casa magnífica en la que entronizaba

Narrador: y un espléndido coche de caballos.

Clay: cuando se le acercó un carruaje y un caballero muy rico le dijo:

La narración se enrosca sobre sí misma en un juego de espejos.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Un narrador cuenta la historia de un hombre que cuenta la historia que oyó contar a otro hombre, un marinero…

Clay: “Eres un marinero muy apuesto. ¿Quieres ganarte 5 guineas?”

Clay: Naturalmente el marinero aceptó. El anciano le llevó a su casa. Le invitó a cenar y a beber y le dijo:

Clay: “Soy muy rico. Y muy viejo también”.


La profecía negativa de la deconstrucción

volver al índice

Clay: “Desconfío de las personas que heredarán lo que he ahorrado en toda mi vida. Hace tres años me casé con una mujer muy joven. De nada me ha servido. No tenemos hijos.”

Es entonces interrumpido por su contable, quien, no sin un soniquete de burla que delata al fondo su disfrute, continúa narrando la historia.

Levinsky: Con su permiso, Mr. Clay. Yo también conozco esa historia.

Clay: ¿Cómo es posible?

Levinsky: El anciano llevó al marinero a un dormitorio iluminado con candelabros de oro macizo.

Levinsky nos mira ahora a los ojos, con ese tono burlón del intelectual contemporáneo, cuando disfruta diciendo a su audiencia que todos los relatos son ficción, que no existe verdad alguna posible más allá de la sordidez misma de lo real.

Levinsky: ¿No fue así, Mr. Clay?

Y frente a la potencia de ese discurso aniquilante, el poderoso Clay se convierte en un ser diminuto,

tan diminuto como él mismo se siente cuando le arrebatan la History en la que él creía.

Levinsky: En él había una cama, y en la cama, una mujer. El caballero sacó de su bolsa una moneda de oro. Una moneda de 5 guineas, Mr. Clay.

Levinsky: y se la entregó al marinero.

Clay: ¿Cómo conoce esa historia?

Clay se aferra a la verdad de su history, esa que él ha recibido como verdadera.

Levinsky: He viajado mucho.

Levinsky, en cambio, la desmonta con el relativismo propio del intelectual moderno, acostumbrado a viajar mucho y a denunciar el etnocentrismo.

Clay, no obstante, trata de aferrarse a su verdad.

Clay: No puede ser el mismo marinero que viajó en mi barco. Eso sucedió hace muchos años. Ahora será viejo.

Levinsky: En su viaje a China, Mr. Clay, sólo viajó en un barco, y por eso sólo ha oído la historia una vez.

Clay: ¿Qué tiene eso que ver con mi historia?

Les había advertido que se trataba de una history.

Levinsky: Era un marinero.

Levinsky: Desde Gravessen a Lisboa un marinero de mi barco contó esa historia. Camino de Singapur, otro marinero contó la misma historia. La historia que cuentan nunca ha sucedido. Por eso la cuentan.

Levinsky: Nunca sucederá, Mr. Clay.

Así concluye el discurso del intelectual de la deconstrucción.

Pero en ese mismo momento, y desde el desierto de ese vacío, emerge el discurso del artista de los tiempos de la deconstrución.

Y lo primero que dice es extraordinariamente sensato:

Clay: No me gustan las profecías.

Quiero decir: tiene plena consciencia de que el discurso de la deconstrucción es él mismo una profecía, por más que una negativa, que anuncia, precisamente, el fracaso de toda promesa. Y, con ella, la ausencia de todo acto dotado de sentido.

Levinsky: Sí, Mr. Clay. Buenas noches, Mr. Clay.

Clay, convertido en artista, decide actuar.

(golpes sobre el suelo con con el bastón.)

Clay: Detesto el engaño. No me gustan las profecías.

Clay: Me gustan los hechos. Si esa historia nunca ha sucedido, la haré suceder ahora.

Irrumpe entonces, con una extraordinaria potencia, el escritor, también el director de escena.

Clay: ¿Cree que no puedo hacer lo que quiero?

Levinsky: Creo que puede hacer todo lo que quiera.

Clay: Quiero que esta historia que le he contado sea cierta.

Levinsky: Sí, Mr. Clay.

Clay: Quiero que suceda en la vida real

Clay: y con personas reales.

Levinsky: Sí, mr. Clay, con personas reales. ¿Dónde quiere que suceda?

Clay: Aquí.

Clay: Aquí, en mi casa. Quiero verlo con mis propios ojos. Quiero cenar con el marinero en mi comedor. Quiero escogerle personalmente,

Clay: cerca del puerto. ¿Cree que me costará mucho?

Levinsky: Sí, eso le costará algún dinero. Recuerde que en la historia hay una mujer. Y no creo que pueda encontrar una mujer joven.

Clay: Te pago para hacer ese trabajo. Tu obligación es buscarme a esa mujer.

Levinsky: Sí, Mr. Clay.

Levinsky: Deberé pensar en ello.

Narrador: Cada noche, Mister Clay se sentaba a la mesa y cenaba solo. Cara a cara con su retrato.

Hay tres narradores.

¿Qué sostiene la cadena?

La verdad del hecho -es decir: del acto- narrado.

Y si eso es mentira, si el relato se desmorona, ya solo queda, como real el acto mismo de narrar.

Pero entonces éste ya sólo puede ser un acto profético o un acto de impotencia.

El caso es que Mr. Clay trata de resolver el dilema realizando su escena fantasmática.

 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

4. El amante menguante


Hable con ella, Bodas de Sangre, Yerma

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


Benigno y El amante menguante

volver al índice

En la escena fantasmática almodovariana que El amante menguante presenta, es la propia novia, tan intensamente activa como científica, la que provoca su incesante decrecimiento.

No solo es activa, sino incluso violenta.

Y por cierto que, bien arraigada en la estela del poder materno, su investigación versa sobre la alimentación, como el propio Benigno nos explica.

Benigno: Y Amparo. Su novia, que es científica.

Benigno: Amparo está investigando la fórmula de una dieta experimental que va a ser la bomba en el mundo de la nutrición.

Y él es un amante tan abnegado… quiere dar tanta pruebas de amor como el propio Benigno.

Ella dice que no, que no lo haga…

Pero no con demasiada convicción, dado que a la vez ha cogido su cuaderno para tomar notas de los efectos del experimento.

Más allá de la broma, atiendan al entusiasmo de ella.

Todo parece indicar que la clave de la fórmula de la dieta experimental que va a ser la bomba en el mundo de la nutrición estriba en sus poderes afrodisíacos.

Pero sucede que el reverso de ese poder afrodisíaco consiste en que es tal su eficacia que quien lo toma agota del todo su energía amorosa.

Benigno: Pero el tiempo pasaba. Por mucho que trabajaba, amparo no terminada de encontrar el antídoto.

Benigno: Y el pobre Alfredo menguaba día a día.

Benigno: Para que ella no sufriera, alfredo se fue de casa.

Benigno: Abandonó Madrid,

¿Sabían que Almodóvar dejó su pueblo manchego a los 22 años para irse a vivir a Madrid?

¿Y no encuentran cierta semejanza sonora entre Alfredo y Pedro Almodóvar?

«Alfredo»

Pedro Almodóvar»

Se intensifica si cambiamos el orden entre nombre y apellido,

«Alfredo»

Almodóvar, Pedro»

colocando primero el nombre, como se hace habitualmente, por cierto, en las filmografías:

«Alfredo»

«Almodóvar, Pedro»

Benigno: y volvió al pueblo con su madre, con la que no se hablaba desde hacía diez años, porque era tremenda.

Y tremendo puede ser sinónimo de gigantesco.

Benigno: A Amparo ni siquiera le había dicho donde vivía.

Benigno comienza a excitarse mientras masajea el cuerpo de Alicia.

Pero es evidente que eso, darle masajes, lo ha hecho ya muchas veces sin tales efectos.

De modo que es ahora el cuento que cuenta, la película que ha visto, la que introduce el suplemento que le lleva a excitarse, por primera vez, ante ese cuerpo que vive como deslumbrante y gigantesco.

Benigno: En la película pasan muchas cosas,

Benigno: pero lo importante…

Lo importante, lo que le hace posible, por primera vez, acceder a una fantasía erótica con una mujer, estriba en el modo de relación que el cuento le ofrece.

La única posible para quien, como les digo, concibe a la mujer como un ser gigantesco e inabordable.

Benigno: es que después de años de remordimientos y estudios,

Benigno: Amparo descubre la dirección de la madre de Alfredo.

Benigno: Y se presenta.

No hay duda, Alfredo ha huido de Amparo refugiándose en la casa de su madre,

como ahora va a huir de su madre refugiándose en Amparo.

De modo que el bolso de Amparo es como la casa de la Madre… en un círculo sin salida que conducirá al amante menguante, como ustedes saben, a la muerte.

Y por cierto que su aparición se produce en un lugar bien preciso:

en la Filmoteca Española de Madrid.


El increíble hombre menguante / Hable con ella

volver al índice

De modo que El amante menguante remite, de manera evidente, a El increíble hombre menguante,

la película de Jack Arnold de 1957 que no es difícil imaginar como parte de las pesadillas cinematografías de Pedro Almodóvar.

Se dan cuenta de la paradoja.

Pues lo propio de un amante, en cuanto tal, es su capacidad de crecer: el decrecimiento, por contra, es la realidad misma de su impotencia.

Por si no conocen esa pequeña obra maestra del cine de terror, les diré que cuenta la historia de un hombre recién casado que en su viaje de novios

es objeto de contaminación por una extraña nube tóxica

que hará que, a partir de entonces, su tamaño vaya menguando progresivamente.

Y bueno, estos jóvenes recién casados son de clase media baja, no pueden permitirse alquilar un barco como este mucho tiempo.

Yo diría que no más de un día, lo justo para la noche de bodas.

Y ya saben lo que es fácil que suceda esa noche: que se salga de ella preguntando algo así como ¿qué ha pasado?

Louise: Scott, ¿qué ha sido eso?

Scott: No lo sé- Una neblina.

Louise: Mira el pecho.

Siendo una película de terror, El increíble hombre menguante, como Hable con ella, incluye algunas excelentes escenas melodramáticas. Por ejemplo ésta.

Louise: ¿Quieres que conduzca, querido?

Ella, la joven esposa, comienza a dudar de la capacidad de conducir de su marido.

Scott: No, estoy bien.

Y él, en esa misma medida, comienza a dudar de su capacidad de estar a la altura del deseo de su esposa.

Scott: Louise… Quiero que pienses sobre nosotros. Sobre nuestro matrimonio. Puede que pasen cosas terribles. Rus obligaciones tienen un límite.

Louise: Un momento. Yo te quiero. ¿No lo sabes?

Scott: Amas a Scott Carey. Tiene un tamaño y un modo de pensar.

Y es que Scott sabe que, después de todo, el tamaño importa.

Scott: Todo eso está cambiando.

Louise: No ha cambiado nada.

Louise: Cuando nos casamos, lo que dije iba en serio. Mientras lleves el anillo de casado, seré tuya.

Mientras que puedas, mientras que tengas la fuerza necesaria para llevar, para soportar ese anillo, le dice ella.

Y vean con que contundencia se desploma melodramáticamente la escena:

Louise: Venga, vámonos a casa.

Espléndida la deteriorada textura de la alfombrilla de ese coche sobre la que ha caído la alianza de Scottie, cuyos dedos se hacen también cada vez un poco más pequeños.


(…)

Louise: ¿Scott? Scott, he

Louise: He dado de baja la línea.

Scott: ¿Qué?

A partir de ese momento, como ustedes comprenderán, la relación de esa pareja se vuelve inconcebible.

Louise: Que he dado de baja la línea. Intentarán ponernos otro número la semana que viene.

Scott: ¿Cómo que “intentarán”?

Louise: Van a intentarlo. Hay mucha gente a la cola.

Aun cuando, si lo piensan bien, corresponde literalmente, al menos por lo que a las diferencias de escala se refiere, a la relación de un niño pequeño con su madre.

Por cierto, ¿se dan cuenta de eso que han olvidado ya? Me refiero a lo gigantesca que fue una vez, y durante mucho tiempo, su madre para cada uno de ustedes.

Así, Scott es un niño que, a la vez, se comporta como un pequeño dictador.

Scott: ¿No les has dicho quién es tu marido? Scott Carey, el fenómeno menguante.

Louise: No.

Scott: Usa tu influencia. Soy un gran tipo. Famoso.

Louise: Por favor, no sigas.

Scott: Hay muchos periodistas afuera. ¿Por qué no se lo cuentas?

Scott: Dales una nueva perspectiva paras sus periódicos.

Scott: ¿O me lo guardo para mi libro?

Y a la vez, lo que no deja de ser notable, en un escritor, es decir, en un artista desesperado.

¿Nos devolverá el fenotipo de cierto artista desgarrado y sufriente de las vanguardias modernas?

Scott: Sí, haré eso. Un capítulo entero dedicado a los teléfonos. Y otro chiste para que el mundo se ría.


Y está a la vez la otra cara de la cosa: la presencia de una mujer gigante y, a la vez, también ella sufriente.

Louise: Scott, la gente lo sabe. No se ríen de ti.

Scott: ¿No?

Louise: No.

Ahora bien, ¿qué hacen esos pajaritos ahí?

Y muy especialmente el de la derecha, el que está más cerca de la cabeza de la mujer.

¿No lo reconocen?

Se trata, desde luego, del pájaro que presenciara el asesinato de Marion, la protagonista de Psicosis, el film de Alfred Hitchcock, en manos de la madre de Norman.

Exactamente del mismo pájaro.

Curioso hecho que no podemos atribuir al equipamiento de utillaje de la productora, porque se trata de dos films producidos por dos diferentes empresas:

Paramount en el caso de Psicosis,

y Universal en el de El increíble hombre menguante.

Y dado que El increible hombre menguante fue estrenada en 1957 y Psicosis en 1960, todo empuja a deducir que Hitchcock debió ver el film de Arnold y quedarse prendado de ese pájaro -los pájaros, supongo que lo saben, le obsesionaban y le atemorizaban- hasta el punto de incorporarlo a su film.

Y, después de todo, ¿no tenía Norman algo del propio Scott?

¿Que fue Norman quien lo hizo, quien asesinó a Marion?

Desde luego que no, pues Norman nunca fue otra cosa que un apéndice, un complemento de su madre.

Y es totalmente identificado con ella,

con el cuchillo de cocina de ella, con el que mata a Marion.

Marion y Norman, por lo demás, son las dos caras de la víctima de la madre loca que habita Psicosis.

Lo que, por lo demás, el film proclama haciendo que el nombre de cada uno sea un anagrama del nombre del otro.

Como ven, también es posible localizar una bruja malvada aquí.

Scott: ¿Por qué no? Es gracioso, ¿no? Lo es. ¿Ves lo gracioso que soy? Un nió que parece un hombre. Vamos, Louise,

Scott: ríete. Sé como los demás. No pasa nada.

Scott: ¿Por qué no puedes mirarme? Mírame ¡Mírame!

Louise: (Llorando) Basta, Scott.

(Suena el teléfono)


Las mujeres, chocando con lo real

volver al índice

El caso es que la mujer inmensa y sufriente de El increíble hombre menguante bien podría tener que ver con esta otra:

Y, así, la escena inicial de Hable con ella nos devuelve, a la vez, el drama de la mujer que nos es presentada en primer término como el drama de la madre: el drama de una mujer que avanza ciega, chocando con lo que tiene delante, incapaz de protegerse de ello.

Después de todo, ¿no son de la misma índole los acontecimientos que han sumido a Alicia y a Lidia en sus respectivos estados coma?

Pues ellas también avanzaban a ciegas, ciegamente empujadas por la pulsión que las habitaba, hasta chocar con lo real de la manera más brutal.

Ciegas, solas, perdidas, arrasadas por su pulsión.

Sin hombre alguno capaz de hacerse cargo de ellas.

Pues tan solo encuentran a su paso hombres como éste que, en la escena, intenta evitar que las bailarinas choquen con las sillas que se interponen a su paso.

Hombres que, por eso, sirven de bien poco, pues, aun cuando logran apartar las sillas, no pueden eliminar las paredes, y los choques con éstas son mucho más brutales.


La bruja como función móvil de lo monstruoso

volver al índice

Y por cierto que tampoco carece de buenas intenciones el pequeño Scott:

Scott: Cariño, lo siento. Debo de estar volviéndome loco para hablarte así.

Louise: No cariño, estoy bien.

Louise: Se lo que debes de estar sufriendo.

Scott: ¿De verdad? Sí, Para ti también ha sido una pesadilla. Quizás hayamos perdido la esperanza.

Louise: Scott, hay muchas cosas por las que tener esperanza. Un día los médicos podrían encontrar la antitoxina.

Pero, en cualquier caso, ¿cómo podría ese diminuto personaje alimentar la chimenea, ahora ya por siempre apagada, de esta mujer gigantesca?

Scott: Claro. Lou, vámonos de aquí antes de que nos volvamos locos.

Scott: Donde nadie pueda encontrarnos.

Louise: De acuerdo, Scott. Buscaré algún sitio. Intenta no preocuparte.

Scott: Eso lo dejaré a los médicos. Llevo dos días de retraso con el libro.

Como les he sugerido ya, también aquí, como en tantos textos de la vanguardia, el acto de escritura ocupa el lugar del ausente acto narrativo.

Quizás se pregunten ustedes que dónde está la bruja aquí.

Pero sucede que, como En hable con ella, aquí también está en el mismo lugar.

Y es que es la otra cara de esta mujer gigantesca y sufriente cuya chimenea está negra y apagada.

¿Lo dudan?

Deberían tener en cuenta que la bruja es una función móvil de lo monstruoso.

Así, recuerden que en La bella durmiente de Perrault se prolonga en la madre ogresa de la segunda parte, o bien, en el caso de Disney, en el siniestro dragón que tiene prisionera a a la bella durmiente.

En caso es que en El increíble hombre menguante esta imagen

no puede ser considerada independiente de esta otra:

Y claro está, ese gato tiene su autonomía y sus exigencias, en la misma medida en que ese fantasma materno no cesa de aumentar sus locas dimensiones:

(…)

Podríamos resumir la pesadilla del film así: plano:

y contraplano:

Y si no están de acuerdo conmigo, explíquenme por qué Jack Arnold escogió un gato que tenía el mismo color de piel que el cabello de su actriz.


Como no hay varón capaz, el homosexual se hace cargo de la tarea

volver al índice

Y bien, como no hay ahí ningún hombre capaz de hacerse cargo de la mujer, de su pulsión brutal o de su sueño absoluto -tales son los dos extremos del arco de lo femenino que el film dibuja- deberá de ser el homosexual, Benigno, el hombre menguante, quien se haga cargo de esa tarea.

Tal es, entonces, su fantasía: realizar el deseo de la diosa madre -¿pues no fue la madre la que, con su envergadura corporal, podría haber aplastado al bebé recién nacido?

No hay duda: la mujer es la tierra en un paisaje bañado por la luz de la luna.

A él corresponderá entonces colmar su hendidura, ofrecerse como el falo que ella no tiene: reintroducirse en ella para calmarla, saciarla y completarla.



Al precio, sin duda, de su aniquilación.

Imposible no retener las imágenes que, en El increíble hombre menguante, responden a éstas:

¿No es cierta viscosa tela de araña la que mantiene a Benigno atrapado en casa de su madre?

Pero Scottie está decidido a combatir al monstruo, por más que sean precarias sus armas: un par de alfileres, uno de ellos doblado, y un hilo de costura

Impresionante plano, ¿no es cierto?

Junto a los alfileres e hilos de costura, las tijeras, también ellas pertenecientes al ámbito de las tareas domésticas de la madre.

Supongo que comprenden su ingeniosa estrategia. Una vez clavado el alfiler en la araña y éste atado por un hilo a las tijeras,

habrá de permitir arrojar a la araña por el precipicio… del borde de la mesa.

Sí, pero son tan pesadas las grandes tijeras de la madre…

Y es tan frágil su hilo…

De modo que la pesadilla prosigue.

Y, como ustedes saben, en las pesadillas, el que huye tropieza y cae una y otra vez.

Y otra, y otra vez.




Supongo que saben cuál es el aspecto más hórrido de las arañas: su boca y su barriga se confunden

construyendo la más siniestra imagen de un sexo oral y devorador.

Pero Scottie, con todo, es capaz de su acto heroico.

¿Y Benigno?

También él, desde luego.


Pues observarán ustedes que aquí la escena fantasmática de devoración no está menos presente, por más que sea objeto, como veremos en seguida, de la más elaborada sublimación.

Se trata, pues, de una ceremonia a la vez de retorno al origen absoluto y de autoaniquilación.

Una inmolación, en suma, a la diosa madre.

Pero una que alcanza, finalmente, un fruto inesperado:

Alicia despierta.


Restitución de la posición heterosexual

volver al índice

Y aparece ahí finalmente, para ella, un hombre capaz de hablarle de verdad.

Observen el rojo asiento vacío que se encuentra en el centro del plano, ubicado justo entre Marco y Alicia.

No podríamos decir que se interponga entre ellos, pues actúa como una conjunción: se trata, no hay duda posible, de la función mediadora de Benigno quien, después de todo, ha logrado realizar la más sorprendente operación de bricolaje simbólico: Alicia ha revivido y Marco está, por fin, en condiciones de abordarla.

Si lo piensan bien, este plano es casi una fórmula: la de la solución del problema de la buena distancia por lo que a la mujer se refiere.

Pues, como les decía, el problema de Benigno era que estaba demasiado cerca, del todo atrapado y, por eso mismo, inmovilizado en su sumisión.

Y el de Marco, a su vez, que estaba demasiado lejos, en franca huida.

Como ven, es ciertamente emocionante cómo el homosexual se escribe ahí a la vez que se borra, una vez que ha puesto las condiciones para restituir la necesaria posición del varón heterosexual, es decir, la del hombre capaz de responder al deseo de la mujer.

Al precio, eso sí, de que él mismo quede, necesariamente, del otro lado de la escena, separado por un abismo de ese campo de la naturaleza, de lo real, en el que la mujer es.


 
 

ir al índice del seminario

 

 

 


 

 

 

20. Rosebud -el derrumbe del patriarcado se ha producido ya

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 09/05/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


La historia inmortal: Isak Dinsen

volver al índice

«Dick y Beatrice tuvieron dos hijos, Richard lves y, una década más tarde, George Orson, cuyo nacimiento inauguró la última etapa del matrimonio. Concebido en Río de Janeiro, donde sus padres se encontraban de vacaciones.»

[Barbara Leaming: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p. 21.]<

«Beatrice (…) She became a member of the Lakeside Musical Society; being who she was, she was before long running it. Through Dr Bernstein’s connections with the Elmans, she invited the great violinist to address the Society and perform for them; she herself gave her lecture-recital on Spanish music and its ‘cantillations and various charming dance rhythms.»

[Simon Callow: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 20.]

Les decía: ¿existe una solución mejor para combinar el lugar de la gestación con la danza materna que ambientar The inmortal Story en Macao -ciudad china en la que se habla, como en Río de Janeiro, portugués- y rodarla en Chinchón, pueblo madrileño en el que, obviamente, se habla y se baila en español?

Ahora bien, es necesario anotar que sólo aparentemente el título del film es el mismo que el del relato de Isak Dinesen en el que se basa el film.

Pues aquel no se llamaba La historia inmortal, sino Una historia inmortal.

Desde luego, no es esta una modificación menor. Pues con el cambio del artículo indefinido por el definido, ésta se convierte en la historia por antonomasia.

La principal, la decisiva.

Y bien, ¿hay una historia más inmortal que la historia del origen?

No les hablo sólo de la escala individual, de esa escala individual que da toda su dimensión a la escena primaria, sino que les hablo, igualmente, de la escala civilizatoria.

Pues si en algo se detienen especialmente todas las mitologías es en los mitos del origen de su civilización.

Hace tiempo que vengo diciendo por eso -aunque obviamente no se me hace el menor caso- que parece obligado detectar una directa correlación entre la desaparición de los relatos mitológicos -que son antes que nada y en primer lugar relatos sobre el origen- y el tendencial cese de la natalidad que padece Occidente.

¿Quien es Isak Dinsen?

Se trata de un seudónimo, el de Karen Christence Blixen-Finecke (1885-1962), la autora de la novela África mía (Afrikansk pastoral), 1937, que llegaría a ser adaptada al cine con el título Memorias de África.

Pero es mejor que vean y escuchen como la presentaba el propio Orson Welles en el documental de Vassili Silovic que pueden encontrar en el DVD de F for Fake.

Welles: Isak Dinesen era una danesa que escribía con ese nombre. Y he estado enamorado de ella desde que abrí su primer libro. En la vida real era la baronesa Blixen, y para sus amigos era Tania.

Ciertamente, esta Tania fue mucho más que una novelista que le gustaba. Fue también una mujer de la que, aunque nunca llegó a conocerla personalmente, estuvo intensamente enamorado, como acaban de oír decirselo a él mismo.

Pero no sólo. También Oja Kodar, la amante del cineasta en aquel periodo, y la misma que interpretó F for Fake con él, nos informa de ello diez años después de la muerte del cineasta.

¿Cómo no creerla?

Oja Kodar: Desde luego, no llegó a conocerla. Pero amaba su talento.

Oja Kodar: Estaba absolutamente, como él decía, innamorato de aquella mujer.

El corte a negro del realizador de este documental sobre Welles es del todo pertinente. Da el justo énfasis dramático al dolor que late bajo la sonrisa exaltada de la amante cuando habla de esa otra mujer amada.

La cita es literal. Atiendan por eso al hecho de que ella no dice que él, Welles, estuviera enamorado de aquella escritora, sino que dice que estaba innamorato de aquella mujer.

Y lo dice en italiano, es decir, en la lengua de la ópera.


Un acting out

volver al índice

Y que había un componente netamente delirante en aquel enamoramiento lo manifiesta un acting out que, con relación a ella, llegó a realizar el cineasta.

Él mismo lo narra:

Welles: Un día tomé un avión a Copenhague para visitarla. Vivía en la misma vieja casa donde había nacido y donde murió. Yo tenía amigos que la conocían bien y que iban a llevarme a verla a la mañana siguiente.

Welles: Pasé la noche en vela y, al amanecer, tomé el primer avión que salía de Dinamarca. ¿Qué podría haber ofrecido un visitante fortuito y no invitado

Welles: más que un balbuceo de agradecimiento? El visitante habría sido un aburrimiento y la amada era demasiado humilde y demasiado orgullosa para eso.

Nada extraordinario habría en que un artista como Welles quisiera visitar y conocer a otra artista a la que admiraba profundamente.

Y, sin embargo, que de un acting out se trataba lo delata esa noche en vela -otra vez la dificultad de dormir. Y lo delata, igualmente, esa brusca decisión de retornar sin llegar a visitarla después de todo. Es decir: esa crisis de pánico que le paraliza y que le hace huir aterrado ante la posibilidad de encontrarse con ella.

Lo que, evidentemente, demuestra que el viaje mismo estaba bañado por el aroma del delirio: él se había introducido en él como hipnotizado.

Pánico, pues, de encontrase ante su fantasma.

Y uno que cobra la forma de una mujer imponente para la que él es demasiado poco, sino nada –un visitante fortuito y no invitado-, sólo un niño admirado y balbuceante –un balbuceo de agradecimiento-, y también aburrido –habría sido un aburrimiento.

Y la amada era demasiado humilde y demasiado orgullosa para eso. Sólo una palabra sobra: pues no es la humildad sino el orgullo el que reviste a esa figura fantasmática ante la que el imponente Welles queda reducido al estatuto de un niño balbuceante y aburrido.

Es decir: exactamente lo que él fue para su -ella sí verdaderamente- imponente, bellísima, fascinante madre.

Basta añadir, para completar el cuadro -aunque imagino que ya lo habrán adivinado- que Isak Dinesen era treinta años mayor que Welles.

Supongo que les suena esta estructura: la que esas dos mujeres, Isak Dinesen y Oja Kodar configuran.

Es, después de todo, la misma de la que participan, en The Lady from Shanghai, Elsa Bannister y Rita Hayworth.

Y por cierto que también esta vez hará Welles que la otra, la mujer real, encarne en escena a la única verdadera, esa fuente de fascinación y pánico que está en el núcleo de su escena fantasmática.


Esa mujer tiene un rompecabezas en su cadera

volver al índice

Volvamos a ese momento de Citizen Kane en el que, nada más formularse la pregunta por el sentido, se produce un cegador fogonazo.

¿No encuentran algo extraño en este fogonazo?

Si ahora desde contracampo, vemos el flash apagarse, ¿cómo es que nos ha golpeado en el plano anterior?

La respuesta es sencilla cuando reparamos en ello: el flash no pertenece al final del plano 1, sino al comienzo del plano 2.

Pero el efecto de este desconcertante procedimiento es sin duda que la diosa,

esa diosa blanca hacia la que, sin saberlo, avanza, el periodista que guía la investigación sobre la que se articula el film, nos ha deslumbrado.

Tanto a nosotros como al cineasta.

Y observen que cosa tan notable: todas las figuras que la rodean parecen, ellas también, diosas.

-Number 9182.

Raymond: I can remember when they’d wait all day if Mr. Kane said so.

-Nativity.

-Nativity.

-Venus of the fourth century. Attributed to Donatello.

Natividad. Pero nombrada dos veces: Natividad al cuadrado, pues.

Venus del siglo IV.

Del siglo 4. El cuatro, otra vez.

-What’s that?

-Another Venus. 25,000 bucks.

Otra Venus no: todas son Venus.

Y esa cifra, 25.000, que les dije anotaran, porque hoy volvemos a encontrarla, aquí tanto como en The Lady from Shanghai.

-A lot of money to pay for a dame without a head.

Y esa mujer sin cabeza podría remitirnos a Rosebud, pues, en cierto modo, una mujer sin cabeza podría ser, toda ella, monte de Venus.

–Hey, look, a jigsaw puzzle.

Y un rompecabezas.

-Jerry, Did you ever find out what it means?

Thompson: No, I didn’t.

–What did you find out about him?

•Thompson: Not much, really.

Les decía: el cuerpo de esa mujer sin rostro esta tan iluminado como ese rompecabezas que apoya sobre su cadera.

Lo que invita a añadir: esa mujer tiene un rompecabezas en su cadera.

Thompson: Playing with a jigsaw puzzle.

–If you’d discovered what Rosebud meant, I bet it would’ve explained everything.

Thompson: No, I don’t think so.

Thompson: No. Mr. Kane was a man who got everything he wanted, and then lost it. Maybe Rosebud was something he couldn’t get or something he lost.

Thompson: It wouldn’t have explained anything.

Thompson: I don’t think any word can explain a man’s life.

Thompson: No. I guess Rosebud is just a piece in a jigsaw puzzle. A missing piece.

–Well come on, everybody we’ll miss the train.

Todo esto, discúlpenme, no es más que palabrería.

Palabrería para intentar confirmar lo que hemos sospechado todo el tiempo: que Kane, el padre, como el Clay de Immortal Story , no nuca fue más que una enfatuada mascarada.

Que la verdad ha sido dicha por la diosa:

Thompson: Playing with a jigsaw puzzle.

–If you’d discovered what Rosebud meant, I bet it would’ve explained everything.

¿Qué más puedo decirles? Esto es tan así que la cámara, es decir, la enunciación, lo confirma en ese movimiento final por el que se aparta de toda esa palabrería.


La muñeca, el gorila y el padre que falta

volver al índice

Ellos se van, pero la cámara se queda.

Y de pronto la gigantesca sala del palacio de Kane asemeja, a la distancia, una inmensa ciudad de rascacielos que podría parecerse a Nueva York.

Es la cámara ahora la que, desmintiendo al periodista, sigue, ella sola ya, la búsqueda.

La búsqueda del sentido.

Se trata de una búsqueda que es, en principio, decididamente direccional.

Sabemos a dónde conduce: hacia el célebre trineo en el que está escrita la palabra Rosebud y pintado un capullo de rosa.

Pero hay un par de cosas notables en este trayecto de la cámara -es decir, de la mirada del cineasta y por tanto también de la nuestra- en las que, hasta donde yo sé, no se ha reparado.

La primera: que el trineo nunca llega, en este plano, a estar centrado en el encuadre.

Y la segunda, que en un momento dado la cámara deja de avanzar direccionalmente para introducir un pequeño giro envolvente.

Y eso sucede para situar en el centro del cuadro algo que no es ese famoso trineo.

Se trata de una muñeca.

Pero una muñeca no en forma de niña, sino de mujer adulta de grandes ojos oscuros y de una intensa mirada que parece haber captado la mirada de la cámara hasta hacer bascular ese movimiento suyo que, en principio, era rectilíneo.

Más arriba, el trineo.

A su derecha, algo más arriba todavía todavía, la foto de Kane niño con su madre que se viera al comienzo de la película, en el documental sobre Kane.

A su izquierda la caja con el rompecabezas.

Y abrazado a la muñeca, ese otro muñeco que es un gorila.

Abajo, a los pies de la muñeca, una foto del Kane joven.

Y lo más notable: mientras todo parece caóticamente acumulado, se hace evidente, pero sólo cuando reparamos en ello, la minuciosa colocación de ese mono y esa muñeca en esa caja, como si se tratara de una cama que acogiera a ambos.

Pero es que precisamente han sido los restos de una vieja cama de matrimonio los que han precedido a la irrupción visual de la muñeca:

El cabecero y el pie de una gran cama de matrimonio.

Diríase la de una familia más acomodada que la que presenta el film en su comienzo.

Como sin duda es mucho más elegante esa muñeca adulta que la mujer de la fotografía que interpreta a la madre de Kane en el film.

Y es que esa otra, la de la fotografía, de aspecto más duro y antipático, tiene los rasgos externos de la abuela paterna de Kane y quizás por eso lleve en la película su mismo nombre –Mary. Recuerden cómo era mostrada en ese documental del comienzo:

Y no olviden que Salem era tierra de brujas.

De modo que esa muñeca parece estar mucho más cerca de esta otra mujer:

Al menos, son sus intensos ojos oscuros lo que más destaca en ella.

En su movimiento semicircular, la cámara se aproxima más a esa muñeca:

Ahora bien, si la madre de la foto de arriba es sólo una imagen externa de la madre que está en el centro de todo, ¿por qué no proseguir la correlación con el hijo?

Pues el hijo, ya adulto, aparece, en primer lugar, literalmente tendido a los pies de la mujer-muñeca que se encuentra en el centro de la imagen.

Pero aparece, sobre todo, en forma de ese gorila que la abraza.

Veamos una ampliación:

Y bien, ella, la bella, no mira hacia el gorila que se abraza a ella.

Y por cierto que este gorila, aunque se abraza a ella, a la vez parece apartar de ella la mirada con tristeza.

Ahora bien, ¿no era así ese pequeño Welles desesperado por atraer la atención de su altiva y mundana madre, siempre obligado a construir una imagen a su vez también altiva, como la de la izquierda, porque sabía que su madre despreciaba esa otra imagen real en la que él mismo se reconocía?

Ahora bien, no es difícil imaginar la dificultad del niño varón hijo de un padre despreciado por su madre para poder sentirse apreciado por ella -pues su reconocimiento como varón pasa, necesariamente, por su identificación con el padre.

No es esta la primera vez que me encuentro con una constelación semejante en la que, junto a una bella figura femenina de resonancia materna, el cineasta se localiza así mismo en la escena en forma de gorila. En el seminario del 2004/2005, dedicado a Víctor Erice, dedicamos el tiempo que merecía a este notable plano:

Y de hecho, sobran los motivos para introducir El espíritu de la colmena en nuestra serie, pues en él se invoca al monstruo de Frankenstein para que venga a hacerse cargo de ella, de la madre, una vez que el padre ha quedado hundido en su mutismo en la zona oscura de su despacho.

Y en todos estos sitios falta lo mismo.

Eso que, a la altura de este plano es una ausencia escandalosa.

¿Qué falta?

Obviamente: el padre.


El punto de ignición: Rosebud

volver al índice

-Throw that junk in.

No hay duda, en Citizen Kane, de donde se encuentra el punto de ignición.

No hay duda, tampoco, como ya les dije, sobre significado de Rosebud: lo tienen ahí establecido a través de un dibujo, como en los libros infantiles.

Cuestión diferente es la del sentido.

Que es, también aquí, la de su ardor.

Arde primero el barniz y con él se van las hojas que rodean al capullo de rosa, pero el capullo mismo sigue ahí.

Y se impone así su forma esencial, esencialmente la misma que ostentaban Tyler Durden y los suyos en sus manos.

Y por si no saben de dónde procede esa llaga abierta impresa siempre en la mano derecha, les mostraré su origen:

Y la ausencia rotunda del padre es todavía subrayada, al modo romano, vaticano: pues no hay fumata blanca sino fumata negra. De modo que no hay papa.


Una primera infancia que no fue maravillosa

volver al índice

No hay padre y, sin embargo, a pesar de todo, ese padre real de Welles que nunca alcanzó el estatuto de padre simbólico está ahí. Ardiendo. Recuerden:

«We’d just returned from China, and there was a nice Christmassy fall of snow on the ground of the night of the fire. To my great regret I was not present, having been packed off to boarding school for what was to be the last of my three years of formal education. The few old cronies my father had invited were yet to arrive, and most of the hotel staff had been given the night off to go to Dixon, six miles away, for the movie show. (…)

«At the very last moment my father (the suspected arsonist) emerged from the flames dressed only in his night shirt, carrying in one hand an empty parrot cage and in the other, a framed hand-tinted photograph of a lady in pink thights (an ex-mistress fondly remembered) named Trixi Friganza.

«My mother was the “Trixi” who became his first wife: Beatrice Ibes well-born, and comfortably wealthy until the day when Grandfather Ives announced that he has somehow managed to lose the last of his coal mines. After this Miss Ives – already a gifted concert pianist – went to work as a “typewriter” (as stenographers were then called) to pay for the completion of her musical training. She was a celebrated beauty, a champion rifle shot, a highly imaginative practical joker, a radical and suffragette who held, after her marriage, political office, and even did a little time in jail.»

[Orson Welles: My Father Wore Black Spats, Paris Vogue, nº 632, Dec1982/Jan1983]<

Y recuerden que son llamas que refulgen sobre el blanco de la más fría nieve de la soledad:

Pues bien, busquemos todo eso en Kane:

Y esa soledad tiene un nombre:

Pensión de la señora Kane: es decir: la casa de la madre.

Welles se pasó la vida diciendo que su primera infancia había sido maravillosa hasta el viaje a Chicago y la separación de sus padres.

Pero nada de eso es atestiguado por su cine.

Sino todo lo contrario.

La frialdad está por todas partes, incluido el hecho de que la casa, el hogar familiar, sea convertida en una pensión.

Y aunque el niño nunca manifestará gesto alguno de hostilidad directa hacia su madre, sí lo hace de manera indirecta, desde el primer momento, a través de esa bola de nieve que arroja contra su nombre.


La mirada más fría

volver al índice

Kane: Come on, boys.

Pero ese niño, estando solo, no está solo del todo.

Mother: Be careful, Charles.

Pues está bajo la atenta vigilancia de su madre, la señora Kane.

Se ha hablado mucho de la brillantez técnica de esta secuencia, que pasa de manera tan fluida del exterior al interior primero y más tarde, en sentido inverso, del interior al exterior.

Pero, lamentablemente, esto es lo que suelen hacer los estudios convencionales, admirarse de la brillantez técnica sin preguntarse por su sentido.

Y sin embargo, de qué manera tan potente escribe así Welles la paradoja contenida en esta fría soledad vigilada.

Solo pero vigilado, en el entorno más frío, por la mirada más fría.

De modo que ese frío entra con nosotros cuando la cámara retrocede y nos introduce en la habitación.

Thatcher: Mrs. Kane

Mother: Pull your muffler around your neck, Charles.

¿No es exactamente del mismo tipo la vigilancia distante de la madre descrita por Welles en Brief Career As A Musical Prodigy?

¿No es del mismo tipo la vigilancia de esa madre que lleva a su hijo al borde del suicidio?

No piensen que me he olvidado de ese texto.

De hecho, he cumplido lo que prometí: empezar con él a la vuelta de Semana Santa.

Aunque no lo haya hecho explícitamente, no he dejado de hacerlo implícitamente todo el tiempo.

Por eso hemos comenzado hoy a ver The Immortal Story. Y por eso me he saltado, en el momento en que tocaba abordarla, una escena crucial de The Lady from Shanghai.

Este es otro procedimiento del método: poner en el punto de mira el punto de ignición de un texto y no tener ninguna prisa en llegar hasta él: por el contrario, aceptar detenerse en todo lo que se cruza camino de él.

Siempre, claro está, que todo eso que se cruce sea observado en relación con ese punto de mira.


He visto a mi padre marchitarse…

volver al índice

Thatcher: Mrs. Kane, I think we’ll have to tell him now.

A lo largo de toda la secuencia el potente carácter de la madre podrá apreciarse en la posición casi sumisa de propio Thatcher ante ella.

Mother: Yes, I’ll sign those papers now, Mr. Thatcher.

Father: You people seem to forget that I’m the boy’s father.

Hay un padre ahí, pero no pinta nada, pues está absolutamente desplazado.

El centro absoluto lo ocupa ella.

Mother: It’s going to be done exactly the way I’ve told Mr. Thatcher..

Ella es quien dicta la ley.

Y por eso es ella la que se dispone a rubricarla con su firma.

Father: There’s nothing wrong with Colorado. I don’t see why we can’t raise our son just because we came into money.

Y observen que cosa más notable: el padre, a lo largo de esta secuencia, habla mucho más que ella.

Pero su palabra no vale nada, es pura cháchara semiótica.

Carece de densidad simbólica, por mucho que invoque la ley jurídica.

Father: If I want to, I can go to court.


.Father: A father has a right to.

Father: A boarder that beats his bill and leaves worthless stock behind. That property is as much my property as anybody’s

Pero ella ni siquiera le mira.

Es decir, no le introduce con su mirada -con su deseo- en el universo del niño.

No hay nada de esto:

¿Que el niño está fuera?

Anecdóticamente sí, pero enunciativamente no: la mirada, en esta secuencia, no es otra que la del niño que recuerda desde el interior del hombre maduro que lo pone en escena -y por cierto que así se demuestra que la verdad puede ser precisamente lo que se pone en escena.

Father: now that it’s valuable. And if Fred Graves had any idea this would happen, he’d have made out the certificates in both our names.

Thatcher: But they’re made out to Mrs. Kane.

Father: He owed the money to both of us.

Thatcher: “The bank’s decision in all matters…”

Father: I don’t hold with giving Charles to a bank.

Mother: Stop this nonsense

Ella habla poco pero, cuando habla, su palabra corta como un cuchillo la de ese padre al que ni siquiera mira.

Father: We’re a bit uneducated.

Thatcher: “The bank’s

¿Cómo se interrumpirá la lamentable verborrea del padre?

Ya lo sabemos. Con una mirada de ella.

Thatcher: decision concerning his education. His places of residence, is to be final.”

Father: The idea of a bank being the guardian…

Mother: Stop this nonsense, Jim.

Thatcher: “We

Thatcher: will assume full management of the Colorado Lode” which I repeat, Mrs. Kane, you are the sole owner.

Mother: Where do I sign, Mr. Thatcher?

Thatcher: Right here.

Father: Mary, I’m asking you for the last time.

Y dense cuenta de que para entonces, cuando esa mirada está a punto de llegar, la verborrea ya no reclama derechos sino que cobra la forma de súplica.

Father: You’d think I hadn’t been a good husband or father

Se achanta, se arruga, se disculpa, se lamenta.

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

[Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]<


El derrumbe del patriarcado se había producido ya

volver al índice

Thatcher: The sum of $50,000 a year is to be paid to you and Mr. Kane as long as you both live.

Una cifra a retener: 50.000.

50.000 / 2 = 25.000, que es, como saben, el precio de la Venus sin cabeza.

Thatcher: and thereafter to the survivor.

Y cuando las dos Venus se reúnen en una sola -50.000- nos encontramos con el coste atribuido a La vuelta al mundo en 80 días, y que era también el sueldo mítico de Welles por rodar The Lady from Shanghai.

Es decir: el sueldo de la muerte del padre.

Bastará con que caiga un cero -5000- para encontrar el precio del falso asesinato de Grisby.

Father: Let’s hope it’s all for the best.

Mother: It is.

Una palabra, la de la madre, inapelable.

Kane: The union forever!

El grito del niño, desde el fondo, más allá de su particular juego bélico, proclama la indisolubilidad de una familia que está a punto de disolverse.

Pero no estuvieron desafortunados -aunque sí en exceso atrevidos- esta vez los traductores de la versión española cuando lo tradujeron por Invencible!

Pues realmente ella es soberbia, invencible.

Father: Why I can’t raise my own boy is more than I can understand

Es posible echar la culpa de todo al banco, es decir, al capitalismo, como el diálogo hace.

Pero es muy diferente lo que hace la imagen.

Mother: Go on, Mr. Thatcher.

Pues en la imagen es ella la que se impone una vez más, mientras que el padre se va al fondo y cierra la ventana.

Un gesto aparentemente sin importancia, en el que nadie repara.

Pero importante sin embargo, pues es un gesto de inmediato enérgicamente desautorizado, rechazado, por ella:

Thatcher: Everything else, the principal, as well as all monies earned is to be administered by the bank in trust for your son, Charles Foster Kane until he reaches his 25th birthday, at which time

Qué brío atlético el suyo: parece un movimiento de gimnasia sueca el que utiliza para abrir la ventana.

Y es que, como buena feminista nórdica, quiere que ninguna emoción nuble su buen juicio -así era, por ejemplo, la madre de Ingmar Bergman. Por ello, mantiene su hogar siempre bien frío.

Pero no podemos dejar de atender a la fecha que acaba de ser consignada: until he reaches his 25th birthday…

Thatcher: he is to come into complete possession.

Mother: Charles!

Y su voz, la potencia extraordinaria de su voz, que achanta a esos dos hombres minúsculos del fondo, el padre y el banquero.

Qué quieren que les diga: en el cine del siglo XX, excepción hecha del cine clásico, no existe patriarcado.

O sólo existe en las películas que ideológicamente se plantean, en el contexto de un discurso modelado por la economía de la racionalización, su denuncia.

Pero en el gran cine del siglo XX, ese que materializa el pensamiento de su tiempo, es obvio que el patriarcado se encuentra derrumbado desde su mismo comienzo.

Así, sólo ella manda.

Mother: Go on, Mr. Thatcher.

Thatcher: Well, it’s almost 5, Mrs.Kane, don’t you think I’d better meet the boy?

Mother: I’ve got his trunk all packed. I’ve had it packed for a week now.

Thatcher: I’ve arranged for a tutor to meet us in Chicago. I’d have brought him here with me, but…

Y de nuevo ese brillante paso, sin solución de continuidad, del interior al exterior.

Pero que sea brillante es lo de menos; lo importante es que es necesario: traduce de la manera más expresiva la ausencia radical de todo espacio interior, cálido, en este gélido universo.

Mother: Charles!

Kane: Lookie, Mom.

Mother: You’d better come inside.

Thatcher: Well…

Thatcher: That’s quite a snowman.

Kane: I took the pipe out of his mouth.

Thatcher: Did you make it yourself?

Kane: Maybe I’ll make some teeth and whiskers.

Mother: This is Mr. Thatcher, Charles.

Thatcher: Hello.

Que confuso es todo.

La madre presenta al niño a alguien que va a ocupar el lugar de su padre, aunque patentemente no es su padre, pues su padre está ahí, aunque no pinta nada.

Y ese otro hombre, el que va a sustituirle, se manifiesta igualmente sumiso ante ella.

Tal y como en la vida de Welles se manifestó ante ella Berenstein, aquel peculiar amigo de la familia al que Welles llamaba Dadda.

Thatcher: How do you do, Charles?

Father: He comes from the East.

Kane: Pa.

Thatcher: Hello, Charlie.

Como en el caso de Hitchcock, el pequeño manifiesta una relación mucho más fluida con el padre anulado que con la hierática y dominante madre -De hecho, el padre le llama Charly, mientras ella utiliza un mucho más distante Charles.

Mother: Charles.

Kane: Yes, Mommy?

Pero es en la madre en la que está puesta toda la atención del niño.

Mother: Mr. Thatcher is going to take you on a trip with him tonight.

Mother: You’ll be leaving on number 10.

Father: That’s the train with all the lights on it.


El origen del desprecio

volver al índice

Mother: You going, Mom?

Thatcher: No

Father: Your mother won’t be going right away, but she’ll

Inapeable una y otra vez, con todos, la mirada de la madre.

Kane: Where am I going?

Father: You’re going to see Chicago

Father: and New York and Washington, maybe.

Father: Ain’t he, Mr. Tatcher?

Thatcher: He certainly is. wish I were a boy going on a trip like that for the first time.

Kane: Why aren’t you coming with us, Mom?

Mother: We have to stay here, Charles.

Father: You’re gonna live with Mr. Thatcher from now on, Charlie.

El film anota, con extraordinaria precisión el modo por el que se teje el discurso familiar:

Father: You’re gonna be rich. Your ma figures, well, that

Father: me and her decided this

Father: ain’t the place for you to grow up in.

Tu madre opina, es decir, hemos decidido que…

Literalmente: la opinión de la madre dicta el discurso que el padre, amedrentado, respalda.

Father: You’ll probably be the richest man someday

Mother: and you ought to get You won’t be lonely..

Thatcher: Lonely, of course not.

Thatcher: We’re going to have fine times together, we are.

Y bien, ahora leemos con toda claridad lo que el trineo significa: el escudo que le funde con su madre y le protege de los otros, esos hombres estúpidos y patéticos.

Thatcher: Let’s shake hands. Come.

Thatcher: I’m not that frightening, am I?

Thatcher: What do you say? Let’s shake

Mother: Why, Charles.

Thatcher: Why, you almost hurt me.

Thatcher: Sleds aren’t to hit people, but to sleigh with.

Mother: You got to go. Jim!

Mother: ¡Jim!

¿Ha cometido un acto de violencia imperdonable el padre, al darle un sopapo a su hijo?

El tema es de máxima actualidad: incluso se ha legislado sobre ello.

¿Se ha de prohibir al padre dar incluso la menor bofetada a su hijo? ¿Es eso progresista? ¿Incluso cuando el hijo usa la violencia contra otro?

En España, si no me confundo, eso está prohibido desde el 20/12/2007.

Y mientras, los psicoanalistas silban.

Claro está: el niño recurre a su madre.

Todo hijo que tiene dos padres tiende a recurrir al otro cuando recibe el castigo de uno.

Kane: Mom!

Father: I’m sorry, Mr. Thatcher

Father: What the kid needs is a good thrashing.

Y entonces la madre, fundida con su hijo, abrazada del todo a él, rimando el rostro de ambos como si el uno fuera el espejo del otro, increpa y desafía al padre.

Mother: That’s what you think, is it?

Father: Yes.

Mother: That’s why

Mother: he’s going to be brought up where you can’t get at him.

Impresionante el gran primer plano de la madre, toda ella entregada al acto de protección del hijo frente al castigo del padre.

¿Cómo no conmoverse ante tal prueba de amor materno?

Como no conmoverse… si no fuera por lo de extraño, inquietante y loco que habita ese plano y ese gesto.

Pero, sobre todo, por la ira soberbia del hijo que, protegido así por su madre, se sabe invulnerable ante el castigo.

Ese hijo, por cierto, que mira con odio no exento ya de desprecio a esos dos hombres, el padre y el tutor, tan vulnerables ambos ante las ordenes de la madre.

Díganme, ¿dónde ha aprendido ese niño a mirar a sí?, ¿dónde, de qué identificación ha obtenido esa mirada?

Y podríamos ampliar la cosa también así: ¿de dónde ha aprendido el psicópata a mirar, a despreciar así?

Y ese conmovedor abrazo de la madre, ¿no han reparado en que sólo ha tenido lugar como gesto de afirmación contra el padre?

Lo que podríamos formular también así: que ella no está abrazando al niño varón por sí mismo, por lo que él es en tanto sí mismo, es decir, en tanto varón, hijo de su padre, sino que está defendiendo su posesión, el falo que la completa de una castración que nunca estará dispuesta a aceptar.

Lo que podemos decir también de esta otra manera: que Beatriz Ives no se sentiría nunca completa mientras que su hijo no se confirmara como un prodigio musical.


 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

3. La estructura del film y su pesadilla


Hable con ella, Bodas de Sangre, Yerma

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


La madre, contracampo de pesadilla

volver al índice

Es hora ya de retomar la otra cuestión planteada en el comienzo de este seminaio, a propósito de esa primera mujer que, literalmente, emergía en pantalla en el lugar donde la palabra ella estaba escrita.

Les dije entonces que esa mujer no era, en rigor, un personaje, pues ninguna tarea había de desempeñar en el relato que así comenzaba.

Pero debemos añadir ahora, por eso mismo, que ella aparece como una expresión pura, neta, emblemática, de esa ella sobre la que todo, en el relato, versa.

Pues es evidente que ella es una mujer sufriente.

Y de hecho, recordémoslo una vez más, era su sufrimiento el que arrancaba las primeras lágrimas de Marco.

Pero algo más debe ser dicho sobre ella.

Para hacerlo, el análisis textual debe proceder con la suficiente morosidad, pues sólo así puede hacerse cargo de la letra del texto en la misma temporalidad de su emergencia.

Por eso, retrocedamos:

¿Quién es ella, esa mujer con la que habría que hablar?

¿Qué decir de sus cabellos despeinados, desmadejados, que son lo primero que de ella nos es dado ver?

¿Y qué decir de ese oscuro y poderoso mentón, bien endurecido por la luz que el cineasta dirige sobre él?

¿No hay algo de bruja en esa ella, algo que se dibuja, o al menos esboza, instantes antes de que veamos en ella a la mujer sufriente?

¿Les extraña lo que les digo?

No debería, pues si hemos establecido sin margen de duda que La bella durmiente es una referencia explícita del film, recordarán ustedes que en el célebre cuento hay tres personajes fundamentales: a la propia Bella durmiente y a su príncipe azul hay que añadir necesariamente la bruja malvada.

Y es hora, también, de llamar la atención sobre el hecho de que hay ahí, al fondo, otra mujer.

Pues bien, lo que a esa otra mujer caracteriza es estar más lejos, ser, también, al menos aparentemente, más joven, y repetir, pero de manera tardía, demorada, los gestos y movimientos de la primera.

Diríase que todo, en esta película, se orquestara sobre la cifra dos.

Dos hombres,

dos mujeres en coma,

y dos mujeres en escena.

Ahora bien, ¿Cómo se atraviesan con el relato esas dos mujeres de la escena inicial?

¿Qué peculiaridad de la narración que sigue hacen manifiesta y anuncian desde su mismo comienzo?

Dejemos, una vez más, que sea el texto el que responda:

Benigno: Fui a los camerinos y pedí una fotografía para ti. Tuve que comprar la foto, ¿eh? Mira.

Benigno: Está en inglés, pero dice algo así como que a ver si superas todos tus obstáculos.

Es la segunda mujer, la más joven y esbelta, la que en un momento dado se atraviesa con el relato a través de la foto que Benigno muestra a Alicia.

Y es también, por cierto, una cuyo corto cabello la aproxima a la imagen de Alicia, con su propio cabello siempre recogido en el hospital.

¿Por qué es la foto de esta bailarina

la que Benigno trae y no la de la otra,

la de aquella que, sin embargo, ocupaba y casi llenaba el primer plano de la escena?

¿Por qué ha escogido a esa segunda y no a esta otra que no sólo es, sin duda, la primera,

sino también la que queda, desde el origen, identificada con la palabra Ella del enigmático título entrecomillado?

¿Por qué, insisto, no ésta sino esa otra del fondo?

Pues por eso precisamente, dado que todo el trayecto del deseo de Benigno se traza en la dialéctica que estas dos imágenes dibujan.

La mujer del fondo es a Alicia lo que la mujer del primer término -la auténtica ella– es… ¿a quién?

No hay duda posible: a la madre.

Pues allí está Alicia: lejos, al otro lado de la calle, mientras Benigno la contempla arrobado desde la ventana de su casa

-es decir: desde la ventana de la casa de su madre.

Mientras que aquí está la otra: la madre.

¿Dónde?

En un contracampo de pesadilla.

Voz de la madre (desde contracampo): Benigno, llevas ya media hora en la ventana.

Benigno: Ya voy, mamá.

¿No ven ahí el sillón de la madre, precisamente dando a espalda a esa ventana?


La Bella Durmiente

volver al índice

«y el príncipe la dejó de buena mañana para volver a su reino, donde su padre debía estar preocupado por él.

«El príncipe le dijo que cazando perdiose en el bosque y que había dormido en la choza de un carbonero que le había hecho comer pan negro y queso. Su padre el rey, que era un buen hombre fácil de convencer, le creyó, pero no así su madre.

«Viendo la reina que el príncipe se iba casi todos los días de caza, y que tenía siempre una razón para excusarse cuando había dormido fuera dos o tres noches, ella no dudó ni un momento que su hijo tenía algún amorío.

«El joven y la princesa vivieron juntos un par de años y tuvieron dos hijos, al primero, que fue una niña, la llamaron Aurora, y al segundo, un varón, le dieron el nombre de Día, porque era todavía más hermoso que su hermana.

«La reina quiso muchas veces arrancarle el secreto de tantos misterios a su hijo, pero él no osó jamás confiárselo, ya que temía por aquellos a quienes amaba; su madre era de raza ogresa y el rey se había casado con ella a causa de su fortuna y se decía por lo bajo en la corte, que la reina poseía las inclinaciones de los ogros, ya que viendo a los niños pequeños, lo pasaba muy mal teniendo que reprimir sus instintos, por este motivo el príncipe no quiso nunca decirle que se había casado y tenía dos hijos.

«Pero cuando el rey su padre murió, lo que tuvo lugar también al cabo de dos años, el príncipe ocupó el trono, declarando entonces públicamente su matrimonio, y con gran ceremonia fue a buscar a la reina su esposa, al castillo, para después llevarla con gran pompa a la capital en donde ella entró en la ciudad con cada uno de sus hijos a ambos lados.

«Algún tiempo después el joven soberano fue a hacer la guerra al emperador Cantalabuffe, su vecino, dejando la regencia del reino en manos de la reina madre, y encomendándole vivamente a su esposa e hijos.

«El joven rey debía estar en la guerra todo el verano, y en cuanto partió, la reina madre envió a su nuera y a los niños a un palacio en el campo entre los bosques, para poder llevar a cabo, más a su gusto, los horribles propósitos que la dominaban.

«Unos cuantos días después, ella fue a ese palacio y le dijo cierta tarde a su maestresala:

«-Quiero comerme mañana para almorzar a la pequeña Aurora.»

Como ven, también hay dos mujeres en La Bella del Bosque Durmiente de Perrault.

Y, como en Hable con ella, una es la Bella Durmiente y la otra la Madre.

Una madre ogresa que tratará de devorar a Aurora, a Día y luego a la propia Bella Durmiente, quienes sólo escaparán porque su bondadoso cocinero los esconderá sustituyéndoles por animales diversos.

De modo que el relato sólo podrá encontrar su fin cuando el príncipe regrese y haga frente a su madre, quien se arrojará al caldero lleno de alimañas donde pensaba introducir, antes de devorarlos, a su nuera y a sus nietos.


Benigno y El amante menguante

volver al índice

Que tal es la estructura del film y que tal es la pesadilla que lo habita, es algo que puede comprobarse con sólo echar un somero vistazo a ese otro film que, a modo de estructura en abismo, habita Hable con ella.

Me refiero, claro está, al Amante menguante.

Insisto: todo el trayecto de Benigno,

como en el del amante menguante, se tensa en el arco que ambas mujeres determinan. Aquí tienen a una:

Y ésta es la otra:

Y es por cierto en el visionado de este film, El amante menguante, donde Benigno encuentra la vía para pasar de la una a la otra:

Y como ven, él ante ellas, tanta ante la una como ante la otra, no puede concebirse de otra manera que como un minúsculo niño, no más que otro de los complementos -escuchen esta palabra en el sentido en que la usa El Corte Inglés– que pueblan su bolso.

El cartel del film de Almodóvar es del todo preciso: el amante menguante es, obviamente, un amante imposible, pues es un varón del todo en manos de la mujer.


Bodas de sangre / Yerma

volver al índice

Pero antes de proseguir con el análisis de El amante menguante, permítanme volver por un momento a otro referente intertextual decisivo en el texto almodovariano.

Se trata de Federico García Lorca.

En seguida verán el motivo.

En Todo sobre mi madre, justo antes de la escena final que analizamos en el comienzo, Almodóvar introducía una que hacía referencia directa a Bodas de Sangre:

Huma: Hay gente que piensa que los hijos son cosa de un día. Pero se tarda mucho. Mucho.

Huma: Por eso es tan terrible ver la sangre de un hijo derramada por el suelo.

Huma: Una fuente que corre durante un minuto y a nosotros nos ha costado años.

Huma: Cuando yo descubrí a mi hijo estaba tumbado en mitad de la calle.

Huma: Me moje las manos de sangre y las lamí con la lengua.

Huma: Porque era mía.

Huma: Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Tú no sabes lo que es eso.

Huma: Una custodia de cristal topacios hundiría y la tierra empapada por su sangre.

Director: Relájate.

Huma: Que, ¿no se me nota mucho el catarro?

Director: No, si está muy bien.

Como ven, y retomando el tema por el que comenzamos, no se trata de una madre, sino de una mujer que representa a una madre.

El texto nos ofrece, con esa deslumbrante belleza que caracteriza a la escritura lorquiana, el dolor desgarrado de una madre que ha perdido a su hijo.

Ciertamente.

Pero hay algo más. Y es que la referencia textual decisiva, aunque menos aparente, no es Bodas de sangre, sino Yerma.

¿Qué es lo que hace presente, a la vez que escondida, a Yerma aquí?

Dos trazos bien concretos. El primero, que en Bodas de Sangre no hay escena alguna de mujeres lavando, y sí la hay, en cambio, en Yerma.

Y hay algo más notable. Pues, aunque el párrafo que Huma Rojo recita procede en su mayor parte de Bodas de Sangre, sin embargo contiene una frase que no pertenece a esta obra, sino a Yerma.

Veámoslo.

Atiendan al fragmento de Bodas de Sangre incluido en Todo sobre mi madre:

«Madre. -Mi hijo la cubrirá bien. Es de buena simiente. Su padre pudo haber tenido conmigo muchos hijos.

«Padre. -Lo que yo quisiera es que esto fuera cosa de un día. Que en seguida tuvieran dos o tres hombres.

«Madre. -Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la tierra empapada por ella.

«Padre. -Ahora tienes que esperar. Mi hija es ancha y tu hijo es fuerte.

«Madre. -Así espero. (Se levantan.)»

Pertenece al Cuadro Segundo del Acto Segundo de la obra. Vean, ahora, como se inserta en la escena del film:

Huma: Hay gente que piensa que los hijos son cosa de un día. Pero se tarda mucho. Mucho

Huma: Por eso es tan terrible ver la sangre de un hijo derramada por el suelo.

Huma: Una fuente que corre durante un minuto y a nosotros nos ha costado años.

Huma: Cuando yo descubrí a mi hijo estaba tumbado en mitad de la calle.

Huma: Me moje las manos de sangre y las lamí con la lengua.

Huma: Porque era mía.

Hasta aquí, como ven, Bodas de Sangre.

Pero las dos frases siguientes ya no proceden de esta obra, sino de Yerma:

«Dolores. -No soy. Que mi lengua se llene de hormigas, como está la boca de los muertos, si alguna vez he mentido. La última vez hice la oración con una mujer mendicante que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo en el río, porque no le daba tiempo de llegar a las casas, y ella misma las trajo en un pañal para que yo las arreglase.

«Yerma. ¿Y pudo venir andando desde el río?

«Dolores.-Vino. Con los zapatos y las enaguas empapados de sangre… pero con la cara reluciente.

«Yerma. ¿Y no le pasó nada?

«Dolores. – ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios.

«Yerma.- Naturalmente. Dios es Dios. No le podia pasar nada. Sino agarrar las criaturas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas, oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos pare que ellos mamen, para que ellos jueguen hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza: “otro poquito más, niño…” y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas.

«Dolores. -Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.»

Huma: Los animales los lamen, ¿verdad?

Huma: A mí no me da asco de mi hijo.

Se trata ahora del Cuadro Primero del Acto Tercero de Yerma.

Y luego prosigue Bodas de Sangre:

Huma: Tú no sabes lo que es eso.

Huma: Una custodia de cristal topacios pondría yo la tierra empapada por su sangre.

Director: Ahí, mi vida, ahí. Que ya se va a pasar. Que la tristeza se vaya a las manos, eh? Relájate.

Huma: Que, ¿no se me nota mucho el catarro?

Director: No, si está muy bien.

Y se darán cuenta de la diferencia mayor entre la madre de Bodas de Sangre y la protagonista de Yerma: la primera es una madre. La segunda, en cambio, es una mujer que quiere, pero no puede, ser madre.

Algo, por tanto, mucho más próximo a la posición vital de Pedro Almodóvar.

No menos notable, al propósito que nos ocupa, es el final de Yerma. Y es que su protagonista, desesperada por no quedar embarazada, estrangula con sus propias manos a su marido cuando éste intenta besarla:

«Juan. -(Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.

«Yerma. -¿Y qué buscabas en mí?

«Juan.- A ti misma.

«Yerma. -(Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?

«Juan. -Es verdad. Como todos.

«Yerma. -¿Y lo demás? ¿Y tu hijo?

«Juan. -(Fuerte.) ¿No oyes que no me importa? ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!

«Yerma. -¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?

«Juan. -Nunca.

«(Están los dos en el suelo.)

«Yerma. -¿Y no podré esperarlo?

«Juan.-No.

«Yerma. -¿Ni tú?

«Juan. -Ni yo tampoco. ¡Resígnate!

«Yerma. -¡Marchita!

«Juan. -Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La abraza.)

«Yerma. -¿Qué buscas?

«Juan. -A ti to busco. Con la luna estás hermosa.

«Yerma. -Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.

«Juan. -Bésame . . . , así.

«Yerma. -Eso nunca, nunca.

«Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el coro de la romería.) Marchita. Marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo! (Acude un grupo que queda al fondo. Se oye el coro de la romería.)

«TELÓN. FIN DE “YERMA”»

Y, cuando lo hace, grita algo realmente notable: ¡yo misma he matado a mi hijo!

Aparentemente, se refiere al hecho de que, al matar a su marido, mata igualmente la posibilidad de resultar embarazada por él.

Pero eso no es convincente, pues él mismo acaba de decirle que tal cosa sería imposible.

De modo que esto otro es lo que se impone: que su marido está, ha estado siempre, para ella, en posición de hijo.

¿Y acaso no comienza así la obra?:

«YERMA. -Juan, ¿me oyes? Juan.

«JUAN. -Voy.

«YERMA. -Ya es la hora.

«”>«JUAN. -¿Pasaron las yuntas?

«YERMA. -Ya pasaron.

«JUAN. -Hasta luego. (Va a salir.)

«YERMA. –¿No tomas un vaso de leche?

«JUAN.- ¿Para qué?

«YERMA. -Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.

«JUAN. -Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes como el acero.

«YERMA. -Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés

Es a los niños, más bien que a los maridos, a los que se invita a tomar un vaso de leche por las mañanas.

Pero lo más sorprendente, lo que confirma hasta qué punto Yerma es la referencia lorquiana mayor de Pedro Almodóvar, es lo que sigue: Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.

Pues nos conduce, de manera directa, al Amante menguante, ese hombre que no cesa, precisamente, de crecer al revés.
 
 

ir al índice del seminario

 

 

 


 

 

 

2. La mujer y su deseo de ser despertada


Hable con ella, La bella durmiente

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


El enigma del deseo

volver al índice

Si Todo sobre mi madre (1999)
termina con un telón cerrado, Hable con ella (2002) -la siguiente película de Almodóvar- comienza con un telón que anuncia abrirse a una escena que aguarda.

¿De qué escena se trata?

Sin duda de una que tiene que ver con el deseo.

-No es posible objetar que eso venga obligado por tratarse del nombre de la productora, ya que se trata de la productora del propio Almodóvar.

De manera que la escena que aguada en el film y que este telón anuncia bien explícitamente desde ahora mismo tiene que ver, no hay duda posible sobre ello, con el deseo del cineasta.

Y bien, ¿en qué estriba ese deseo?

¿Por qué no tomarlo todo al pie de la letra?

Se trata de hablar con ella.

Ahora bien, ¿qué quiere decir eso?

Que la cosa tiene su dificultad es algo que queda anotado en un hecho excepcional por lo que se refiere al modo habitual en que los títulos de las películas se escriben en ellas.

Me refiero a esas comillas tan poco habituales que ciñen el título y que hacen de él, desde este momento, un enigma.

Lo que, a su vez, sugiere dos interrogantes bien precisos. El primero es: ¿quién es ella? Y el segundo: ¿en qué consistirá ese hablarle imperativamente especificado desde del comienzo primero y absoluto del film?

El caso es que ella adquiere, de inmediato, rostro, pues donde se encuentra el pronombre Ella aparece la figura de una mujer:

Ahora bien, ¿Quién es esta mujer?

Desde luego, ningún personaje del relato que comienza. Pero algo, al menos, podemos decir de ella: que es gigantesca, ¿no les parece?

Es, desde luego, irrealmente gigante por respecto a la escala que ese telón teatral establece. Tan gigante, por otra parte, como la Huma Rojo de Todo sobre mi madre en su primera aparición.

Llegado su momento, podrán comprender ustedes el motivo más concreto de este gigantismo.


Espectadores enamorados

volver al índice

Por lo demás, no hay duda, es la bailarina de un espectáculo de danza al que asisten los protagonistas masculinos del film.

Y por cierto que, como hay dos protagonistas masculinos en “Hable con ella”, hay, igualmente, dos protagonistas femeninas:

Y, a poco que lo piensen, se darán cuenta ustedes de que ésta es una simetría meticulosamente calculada por el cineasta.

Y no es, desde luego, irrelevante que los protagonistas masculinos nos sean presentados -en su primera aparición en el film-

como espectadores de un espectáculo de danza que protagonizan, a su vez, dos mujeres, por más que una de ellas -habremos de volver más tarde sobre ello- ocupe un lugar principal.

Pues es como tales, es decir, como espectadores, como uno y otro comparecen con respecto a las protagonistas femeninas.

Una de ellas, Alicia, danza

Y la otra,

Lidia, como su nombre indica, torea.

Con respecto a ellas, como les digo, los hombres que las aman aparecen como espectadores.

Así, Benigno es espectador embelesado de Alicia, la bailarina:

Y Marco es espectador impresionado de Lidia, la torera:


Mujeres arrolladas

volver al índice

Y por cierto que esas dos actividades de las mujeres tienen varias cosas en común.

Ambas participan del arte y del movimiento.


Ambas tienen que ver con la danza. Y en ambas esa danza limita con la muerte.

No es un toro sino automóviles lo que tememos puede llegar a arrollar a Alicia en cualquier momento:

Alicia: Gracias por la cartera, eh.

Pues es un hecho que el cineasta nos hace sentir muy pronto ese peligro desde la mirada de Benigno.



Y será desde luego un toro lo que arrollará a Lidia cuando llegue su hora:


Por cierto que si la cogida de Lidia nos es mostrada, no lo es, en cambio, el atropello de Alicia, que se encuentra, sin embargo, en el centro absoluto del film.

Es decir, en su justa mitad temporal: 0:52:37.

Busquemos ese momento.

Justo en el instante que éste fotograma marca el film alcanza su mitad, y justo en este instante se dice lo que el film no muestra pero que el rostro de la profesora de baile acusa con expresiva intensidad -que Alicia ha sido atropellada- aun cuando -les llamo la atención sobre ello- el film ni siquiera nos permite escucharlo.




Espectadores, no amantes

volver al índice

Pero recobremos el hilo.

Decía que los enamorados de esas dos mujeres,

Benigno y Marco, no serán con respecto a ellas, después de todo, otra cosa que espectadores. Tampoco conocerán ni podrán protegerlas de los acontecimientos brutales que les llevarán al estado de coma.

E insisto, sobre todo, en esto: comparecen como espectadores, no como amantes.

Con una excepción, desde luego, que constituye en buena medida el núcleo del film. Me refiero al núcleo que se abre con esta imagen:

Pero más tarde nos ocuparemos de esta, tan notable, excepción.

Por supuesto, es obligado deducir que Marco y Lidia han mantenido relaciones sexuales. Pero resulta igualmente obligado constatar que el film no da para nada cuenta de ellas.

Por el contrario: nos muestra, en un primer momento, a Marcos ofreciéndose a dormir en el sofá.

Marco: ¿Quiere que me quede?

Marco: Puedo dormir en el sofá.

Marco: No sería la primera vez.

Lidia: No Tengo que aprender a estar sola.

La única aproximación física entre ambos que nos será mostrada será propiciada por Lidia, y -lo que no es menos significativo por lo que se refiere a la acentuada pasividad de estos varones- responderá a un movimiento de huida de Marco:

Marco: Este Caetano me ha puesto los pelos de punta.

Lidia: Marco, siempre he querido preguntarte algo. ¿Por qué lloraste la noche que te conocí, después de cazar al bicho?

Marco: Me trajo muchos recuerdos.

Lidia: ¿Qué recuerdos?

Marco: Hace años que tuve que cazar otra culebra.

Marco: Estábamos en África. Ella padecía tu misma fobia. Y esperaba fuera de la tienda.

Marco: Horrorizada. Indefensa.

Marco: Y completamente desnuda.

Marco: Porque había descubierto el bicho mientras dormíamos.

Impresionante enunciado, ¿no es así?

Había descubierto el bicho mientras dormíamos.

¿No ocupa él mismo, en cierto modo, el personaje, quiero decir, la posición de ese bicho descubierto por ella mientras dormían juntos?

Lidia: ¿Era la misma mujer por la que dormiste en el salón?

Lidia: Odio a esa mujer.

Marco: Hace años que no la veo.

Lidia: Peor. ¿Qué puedo hacer para que la olvides?

Marco: Justo lo que estás haciendo.


La madre y la culpa

volver al índice

Más tarde,

a la altura de esta otra escena,



Marco se sentirá de nuevo culpable, pues creerá que Lidia ha muerto porque no se sentía suficientemente amada por él.

Pero llegará el momento en que habrá de descubrir -y nosotros con él- hasta qué punto estaba equivocado:

Niño de Valencia: Amor mío. Nadie va a separarme de ti.

Niño de Valencia: Habíamos vuelto. Llevábamos un mes juntos. Lidia fue a la boda para decírtelo, pero cuando te vi en la UCI me di cuenta de que no te había dicho nada.

Marco: ¿Era por ti por quien lloraba en la boda?


Niño de Valencia: Me llamó del restaurante para decirme que había llorado pensando en mí.

Pero el que estuviera equivocado no cambia el otro aspecto de la cuestión: que Marco se sentía culpable.

Pues él, por sistema, digámoslo así, se siente culpable ante las mujeres.

Con o sin motivo, ante Lidia como ante su anterior amante, Marco se siente siempre culpable ante las mujeres.

Por eso llora con tanta frecuencia.

De hecho, le hemos conocido así: llorando en el teatro, ante el espectáculo de danza.

Llorando, desde el principio mismo del film, ante una mujer que manifiesta su sufrimiento.

Ahora bien, se siente culpable… ¿de qué?

Yo diría que no hay duda sobre ello: se siente culpable de no haberlas satisfecho nunca del todo.

La otra cara de Marco es Benigno: Benigno no llora nunca, pues él no se siente culpable de nada.

Y no se siente culpable porque está del todo entregado a las mujeres.

Psiquiatra: Los últimos quince años has dicho.

Benigno: Sí. Cuando me hice cargo de ella yo casi era un niño.

Psiquiatra: Y durante sus últimos quince años ¿no hiciste otra cosa que… ocuparte de tu madre?

Benigno: No me moví de su lado. Bueno, estudié para ser enfermero. Y tenía que salir para dar las clases. También estudié esthéticienne, maquillaje y peluquería.

Benigno: Pero eso ya lo hice por correspondencia.

Psiquiatra: ¿quieres decir que maquillabas a tu madre, que la peinabas…?

Benigno: Claro, sí, sí. Y le cortaba el pelo, y se lo teñía, y le hacía las uñas.


Si hay una solución para la mujer…

volver al índice

Lo que nos permite retomar a la interrogación que les formulaba antes.

Pues es Benigno, este hombre que no llora porque no siente culpa alguna, y que no siente culpa alguna porque lo da todo a las mujeres, el que formula ese enunciado que rige la película desde su mismo título:

Benigno: Hable con ella.

Benigno: Cuénteselo.

Y añade a continuación, como explicitando el contenido implícito en esa instrucción:

Benigno: A las mujeres hay que tenerlas en cuenta. Hablar con ellas. Tener un detalle de vez en cuando, acariciarlas de pronto. Recordar que existen, que están vivas y que nos importan. Esa es la única terapia. Se lo digo por experiencia.

Ahora bien, ¿este es el secreto? ¿Es ésta la cuestión? ¿Tal es la terapia apropiada?

Aparentemente sí, aunque Marco lo duda:

Marco: Benigno, ¿qué experiencia tienes tú con las mujeres?

Benigno: ¿Eh?

Marco: Que qué experiencia tienes tú con las mujeres.

Benigno: Yo toda.

Benigno: He vivido veinte años día y noche con una y llevo cuatro años con ésta.

Y bien, ¿quién tiene razón? ¿Marco o Benigno?

¿Tiene o no tiene Benigno experiencia con las mujeres?

Mi respuesta es que no.

Quiero decir: pienso que la respuesta del texto es que no.

Benigno: A ver, moved las manos. Así, así, así. Ay. Ay que fresquito, joé, que cosa más rica.

Tanto da que Benigno les hable como que Marco no les hable.

Ellas siguen ahí: ciegas y mudas, desconectadas del mundo, absolutamente dormidas.

De manera que si hay una solución para la mujer no estriba para nada en las formas de habla que con ellas han ensayado hasta ahora tanto Marco como Benigno.

¿Les choca esta expresión que acabo de utilizar –si hay una solución para la mujer?

Seguramente.

Pero tengan en cuenta que no es mía, sino del texto; de hecho, acaban de oírla, pues es el propio film el que ha hablado de la terapia que las mujeres necesitan:

Benigno: A las mujeres hay que tenerlas en cuenta. Hablar con ellas. Tener un detalle de vez en cuando, acariciarlas de pronto. Recordar que existen, que están vivas y que nos importan. Esa es la única terapia. Se lo digo por experiencia.

De modo que si esa solución estriba en que los hombres les hablen -pues también en esto son precisas las palabras de Benigno- ese hablarle que ella, la mujer, necesita, no es el que hasta ahora han ensayado ni Marco y ni Benigno.

De hecho, como ya les he sugerido, cada uno de ellos es la otra cara del otro. Y tampoco esto es una interpretación, pues es algo que encontramos enunciado de manera literal en el orden visual del film:

Benigno: ¿Averiguaste algo?

Marco: todavía no, pero lo averiguaré. Ten paciencia.

Como ven, son dos caras de un mismo personaje -y, finalmente, del propio cineasta que se piensa a través del diálogo de ambos.

Aunque, es obligado añadirlo, pues es también un enunciado visual explícito del film, la cara más íntima es la de Benigno.

Benigno: He sido paciente hasta que Alicia saliera de cuentas. Pero de eso hace ya un mes.

Marco: Pues tienes que seguir esperando, Benigno.

(Marco da unos golpes en la ventana)

Marco: Oye, ¿qué haces aquí durante el día?

Benigno: Me ocupo de la enfermería. Como la cárcel es nueva…

Pues bien, Benigno es el que da todo a la mujer: es decir, el que se somete del todo al deseo de la madre.

Y eso es lo que convierte a su relación con Alicia en una expansión -por eso incestuosa- de su relación con su propia madre.

Psiquiatra: ¿Quieres decir que maquillabas a tu madre, que la peinabas…?

Benigno: Claro, sí, sí. Y le cortaba el pelo, y se lo teñía, y le hacía las uñas. Y la fregoteaba bien, por delante y por detrás.

00-48-42-17

Benigno: Mi madre no es que estuviera impedida, ni loca. Lo que pasa es que era un poco perezosilla, ¿sabe?

Benigno: Mi madre era una mujer muy guapa. Y a mí no me gustaba que se descuidara.

Marco, en cambio, es la otra cara, en cierto modo posterior, de Benigno: es el hijo que, finalmente, llegó a rebelarse y huir de su madre,

Marco: Lidia González recibió sepultura ayer 13 de abril en el cementerio de La Almudena. La torera de

Marco: treinta y tres años hija del banderillero Antonio González, permanecía en coma…

y que por eso desde entonces se mantiene reservado frente a la mujer.

Pero también por eso, a la vez, se siente siempre culpable -ante la madre y ante todas las demás mujeres, pues son mujeres como ella.

De manera que es de otra índole la palabra que la mujer necesita.

¿Cuál?

Yo diría… Pero no: se trata de lo que dice la película sobre ello. Y lo que dice es que ella necesita una palabra capaz de hacerla despertar.

Pues la posición de la mujer en Hable con ella no es otra que la de La bella durmiente.

4

Benigno: Estos últimos cuatro años han sido los más ricos de mi vida. Ocupándome de Alicia. Y haciendo las cosas que a ella le gustaba hacer.

De modo que ella, la mujer, en tanto que duerme, necesita ser despertada.


La Bella Durmiente

volver al índice

Y bien, ya saben ustedes lo que sucede en el film: que Alicia sólo despierta cuando queda embarazada de Benigno.

Sólo entonces, digámoslo así, la palabra de éste adquiere la suficiente intensidad como para despertar a Alicia desde lo más interior de ella misma.

Y no hay duda de que también en esto el film de Almodóvar sigue la partitura de la Bella Durmiente, al menos tal y como la establece Perrault.

«El príncipe (…) cruzó muchas estancias plenas de gentiles hombres y de damas, durmiendo todos, los unos de pie, los otros sentados y entrando en una sala dorada, contempló sobre un lecho, cuyos cortinajes estaban descorridos, el más hermoso espectáculo que jamás viera: una princesa que parecía tener 15 o 16 años y que resplandecía con algo parecido a una divina luminosidad. Entonces se acercó temblando de admiración y se arrodilló a su lado.

«Y, como el término del encantamiento había llegado, la princesa despertó, y, mirándole con los ojos más tiernos que un primer encuentro parecía permitir, le dijo:

«-¿Sois vos, príncipe mío?, bien que me habéis hecho esperar.

«El príncipe, fascinado al escuchar tal bienvenida y todavía más de la manera que fue pronunciada, no sabía cómo testimoniarle su alegría y su reconocimiento, y le aseguró que la amaba más que a sí mismo.

«Sus palabras fueron torpemente dichas, pues a poca elocuencia mucho amor. El príncipe se mostraba más tímido que ella, y esto no debe sorprendernos; la princesa tuvo tiempo de soñar lo que le iba a decir pues existe cierta sospecha (la historia de eso nada cuenta), de que la bondadosa hada, durante los cien años que permaneciera dormida, le había procurado el placer de los sueños agradables.

«En fin, que transcurrieron cuatro horas hablando entre ellos y no se habían dicho todavía la mitad de las cosas que se tenían que decir.

«Mientras, todo el palacio se había despertado con la princesa, cada uno reanudando el desempeño de su trabajo, y ya que ellos no estaban enamorados, se morían de hambre. La dama de honor, hambrienta como los otros, se impacientó, y dijo en voz alta a la princesa, que la comida estaba servida.

«El príncipe ayudo a la joven a levantarse; esta se hallaba ataviada con gran magnificencia, pero él se guardó bien de decirle que iba vestida como su abuela, aunque no estaba menos bella por eso. Ambos entraron en un gran salón de espejos, cenando atendidos por los servidores de la princesa.

«Los violines y los oboes ejecutaban antiguas piezas de manera excelente y eso que habían permanecido cien años inactivos, y, después de cenar, sin perder tiempo, el gran capellán los casó en la capilla de palacio. Los dos poco durmieron, la princesa no tenía una gran necesidad, y el príncipe la dejó de buena mañana para volver a su reino, donde su padre debía estar preocupado por él.»

«Pues en la versión de éste, la misma noche de la llegada del principe y del despertar de la princesa -quien, por cierto, se queja de haber tenido que esperar demasiado: ¿Sois vos, príncipe mío?, bien que me habéis hecho esperar-, tiene lugar una boda apresurada –y, después de cenar, sin perder tiempo, el gran capellán los casó en la capilla de palacio– y un acto amoroso –Los dos poco durmieron, la princesa no tenía una gran necesidad, y el príncipe la dejó de buena mañana para volver a su reino…- a efectos del cual, que la Bella Durmiente, convertida ahora en princesa despierta, quedó embarazada.

Saben ustedes que uno de los tópicos modernos que se achacan al cuento es el de la pasividad de la princesa.

Parte, desde luego, de ese prejuicio activista de nuestra modernidad, que sólo concibe como positivo lo activo, a la vez que condena sin matices lo pasivo.

Para mostrar hasta qué punto es éste un prejuicio absurdo -y, añadiría yo, netamente masculinista, antifemenino- basta con llamar la atención sobre una de las plagas que se ven obligados a padecer los mismos pedagogos que no cesan de condenar la pasividad y llamar al activismo.

Me refiero a la de los niños hiperactivos.

Pero hasta ese extremo ciegan las anteojeras ideológicas.

Desde luego, es pasiva la posición de la Bella. Ahora bien, ¿no se dan cuenta de la actividad que esa pasividad encierra?

Pues todo ser humano, hombre o mujer, está cargado de pulsión. De modo que contener la pulsión, frenarla, exige más esfuerzo que desencadenarla.

De ahí la queja de la princesa sobre la que ya les he llamado la atención.

Y está, a la vez, esa otra actividad interior con la que ha tejido su deseo para lograr aguardar lo suficiente –El príncipe se mostraba más tímido que ella, y esto no debe sorprendernos; la princesa tuvo tiempo de soñar lo que le iba a decir pues existe cierta sospecha (la historia de eso nada cuenta), de que la bondadosa hada, durante los cien años que permaneciera dormida, le había procurado el placer de los sueños agradables.

Pero hay, todavía, mucho más.

Pues la posición femenina no se reduce a la figura de ese bello cuerpo dormido que aguarda, sino que se expande metafóricamente a ese bello palacio situado en lo alto de la montaña para así hacerse mejor ver y a ese espeso y entrelazado bosque que lo rodea y guarda:

«Al cabo de cien años, el hijo del monarca que reinaba entonces y que era de otra estirpe diferente a la de la princesa dormida, fue de caza por aquellos lugares y preguntó de quién era ese gran bosque entrelazado y espeso que se divisaba en lo alto de la montaña, y cada uno le respondió según lo que había oído hablar.

«Los unos decían que era un viejo castillo donde vivían los espíritus; otros, que todos los brujos de alrededores lo habían convertido en su morada.

«Aunque la opinión más común era que un ogro habitaba allí y que se llevaba a cuantos niños podía atrapar, para comérselos a su gusto y sin que nadie pudiera seguirle, siendo el único que podía hacerse un pasadizo a través del bosque.

«El príncipe no sabía a quién creer, cuando un viejo campesino tomó la palabra diciéndole:

«-Alteza, hace ya más de 50 años, escuché decir a mi padre que se encontraba en el castillo una princesa, la más bella del mundo, que debía dormir cien años y a quien despertaría de su sueño el hijo de un rey al que estaba destinada.

«El joven príncipe, al oír aquellas palabras, se sintió entusiasmado creyendo sin dudarlo que él pondría fin a tan largo sueño, y llevado por el amor y por la gloria de la empresa, resolvió comprobar sobre el escenario de los hechos lo que había de verdad en la extraña leyenda.

«En cuanto avanzó en dirección al bosque, todos los altos árboles, las zarzas y los espinos se apartaron para dejarle pasar y pudo ir hacia el palacio que se divisaba al extremo de una gran avenida. Entrado en ésta, lo que le sorprendió fue que nadie había podido seguirle, porque los árboles se volvían a entrelazar a su paso.»

Y bien, ese bosque, hasta entonces entrelazado y espeso, no sólo se abre como por arte de magia conduciendo al príncipe en su camino, sino que también se cierra, con extraordinaria energía, para cualquier otro que no sea él -En cuanto avanzó en dirección al bosque, todos los altos árboles, las zarzas y los espinos se apartaron para dejarle pasar y pudo ir hacia el palacio que se divisaba al extremo de una gran avenida. Entrado en ésta, lo que le sorprendió fue que nadie había podido seguirle, porque los árboles se volvían a entrelazar a su paso.

Y por cierto que esto que les digo encuentra una confirmación neta en el título que da Charles Perrault a su cuento y que es, exactamente, Belle au Bois Dormant -Bella en el Bosque Durmiente.


El deseo de ser despertada

volver al índice

Y bien, espero que a estas alturas comprendan por qué el atuendo de Benigno, como el del príncipe, es azul.

Por más que Benigno sea, desde luego, el más improbable de los príncipes azules -y por más que resulte casi inconcebible que él pueda hacer eso que es la tarea del príncipe azul.

Esa que requiere, en primer lugar, ante la mujer, una erección como la que se inscribe en la imagen a través de esa suerte de emblema fálico que, en forma de cohete, a la vez decora e ilumina la escena.

Resulta sorprendente, desde luego, que sea un notorio homosexual como Almodóvar quien deba decirnos lo que casi nadie osa ya decir en nuestra sociedad actual. Que tenga que ser él el que nombre ese deseo central de la mujer que es su deseo de ser despertada.

Esa tarea que, precisamente, un varón homosexual no está en condiciones de afrontar.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que sucede en Hable con ella.

Seguramente porque nuestro cineasta es homosexual, y porque por ello ha explorado la posición femenina con extrema intensidad, es capaz de localizar y nombrar ese deseo de la mujer que hoy el discurso feminista dominante recusa: el deseo de ser poseída, tomada y, así, despertada.
 
 

ir al índice del seminario

 

 

 

19. Rosebud o la pregunta por el sentido: Edipo o psicosis

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 25/04/2008 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


Rosebud

volver al índice

El estallido que tiene lugar en Río de Janeiro había comenzado a fraguarse en Citizen Kane.

Este es pues el momento obligado de volver a ese film y al motivo de su absurdo fracaso.

Pues, como ya les indiqué en su momento, Citizen Kane tenía todo de su parte para ser un éxito.

Todo, excepto la voluntad de fracaso de Welles.

Porque miren, piénsenlo bien: a ese peculiar magnate que fue Randolph Herst (1863-1951) le habría traído al fresco que se hiciera una película criticando el poder que poseía en el mundo de la prensa y de la política.

Es más: es posible que eso incluso le hubiera alagado.

A la mayor parte de los poderosos no les importa que les llamen malos pues su goce suele consistir en que se reconozca que son poderosos.

Lo que levantó su ira fue aquel pequeño detalle, tan nimio como políticamente irrelevante:

«El magnate de la prensa William Randolph Hearst, en quien el personaje de Kane se basaba de un modo inconfundible, había manifestado por entonces lo mucho que le molestaba la sola idea del film, sobre todo por su forma nada grata de representar a su amante de la vida real, Marion Davies (cuyo querido sobrino, el guionista cinematográfico Charles Lederer, se había casado hacía poco con la recién divorciada Virginia Welles). Antes de rodar la película, Orson, sin que el cómo venga a cuento, se había enterado de que Rosebud (Rosebud significa “pimpollo”, “capullo de rosa”. N. del T.)
era el apelativo íntimo con que Hearst aludía al aparato genital de Marion Davies. Para Hearst ya era nefasto que Rosebud se mencionase a lo largo de toda la película, pero que Kane muriese con la palabrita en los labios pasaba de castaño oscuro.»

[Barbara Leaming: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p216-217.]

Y realmente, pasa de castaño oscuro.

¿A quién no le hubiera molestado?

Se ha dicho, y no sin motivo, que Ciudadano Kane es, en cierto modo, una reparación imaginaria de Welles hacia su padre, por la vía de una escenificación imaginaria de lo que al padre de Welles, amante del periodismo tanto como de las coristas, le hubiera gustado ser.

Pues bien, basta con tirar de ese hilo para dar con lo que la palabra Rosebud cifra.

Reelaborada grandilocuentemente la imagen del patético padre a través de la imagen grandiosa del magnate Herst, Welles se ve obligado a manifestar, hacia ella, su desprecio y su burla.

Y bien, qué mejor manera de provocar al padre, de burlarse de él, que haciendo solfa de su obsesión por el Rosebud de su mujer?

O en otros términos, si Hearst da forma a la imagen idealizada del padre, Marion Davis (1897-161) ocupa, necesariamente, el lugar, esta vez rebajado, de la madre.

Digo rebajado porque no hay duda de que frente a la distinguida Beatriz Ives, siempre entregada a las artes más nobles, Marion Davis presentaba un perfil muy semejante en su carrera al de la otra Trixie -Trixie Braganza.


Rosebud: significado / sentido

volver al índice

Thompson: And that’s what you know about Rosebud?

En Ciudadano Kane, Rosebud no es una palaba cualquiera: es la palabra central que designa el enigma que guía la indagación que el film propone a su espectador. Y nos sirve, por ello, como un ejemplo idóneo para avanzar en la diferenciación entre el orden semiótico y el orden simbólico del lenguaje.

Pues nadie pone en duda lo que Rosebud significa: capullo de rosa.

Lo que está en juego, aquello que sustenta la interrogación misma del film, es su sentido: el sentido que esa palabra tenía, cuando era pronunciada, para aquel que la pronunciaba.

Como pueden ver, el campo del sentido no es el de la lengua, sino el del habla. No el de la virtualidad del sistema lingüístico, sino el de la dimensión real de su actuación, que es siempre concreta.

Raymond: Yeah.

Raymond: I heard him say it that other time too. He just said: “Rosebud.” Then he dropped the glass ball and it broke on the floor. He didn’t say anything after that, and I knew he was dead.

El sentido es indisociable del acto real de enunciación, inscrito en un espacio y un tiempo irrepetibles.

Lo que aquí alcanza su máxima resonancia, dado que se trata de un instante inmediatamente anterior a la muerte.

Raymond: He said all kinds of things that didn’t mean anything.

Aquí lo tienen de nuevo: es posible decir muchas cosas que sin duda tienen significado sin que ello garantice que tengan sentido.

Y es que, de hecho, la película plantea de lleno la cuestión del sentido.

Es decir: la de su existencia o su inexistencia.

Thompson: Sentimental fellow, aren’t you?

Raymond: Hmm… Yes and no.

Thompson: That isn’t worth $1000.

Está en juego la cuestión del valor.


La posmodernidad y su diosa

volver al índice

Y de pronto el espacio se abre de una manera tan potente como inesperada.

Raymond: You can keep on asking questions if you want to.

Thompson: We’re leaving tonight when we’re through taking pictures.

Raymond:
Allow yourself plenty of time. The train stops at the junction on signal, but they don’t like to wait.

¿Lo han visto?

Una diosa nos ha deslumbrado un instante antes de que entremos en el mundo de la posmodernidad. Véanla de nuevo.

Y ahora ampliémosla:

Desde luego, estamos en la gran mansión de Kane.

Ahora bien, ¿a qué es a lo que más se parece este espacio que ahora nos presenta el film?

Yo diría que al British Museum y, muy especialmente, a su sala de entrada en la que se acumulan reproducciones de las grandes obras de la escultura mundial, todas ellas acumuladas en un batiburrillo anacrónico y caótico.

Y bien, estos tres rasgos: copia, anacronismo y batiburrillo, son tres descriptores característicos de lo posmoderno.

Quiero decir: estamos, ya a la altura de 1941, en un espacio emblemáticamente posmoderno. Allí todo, las obras y las épocas más diversas, se acumula en carencia de sentido histórico alguno.

Y es que la pérdida del sentido es, para nuestra civilización, un dato mayor del siglo XX.

Y sin embargo, en este desorden, hay un tema dominante.

¿Cuál?

-Number 9182.

Mayordomo: I can remember when they’d wait all day if Mr. Kane said so.

-Nativity.

-Nativity.

No pueden decir que no lo han oído, pues se ha escuchado dos veces.

Y con la Natividad -esa asombrosa simbolización de la escena primordial que funda el cristianismo y de la que me he ocupado en mi libro Los 3 Reyes Magos– la diosa del amor: Venus.

– Venus of the fourth century. Attributed to Donatello.

-Bought in Venice.

Por lo demás, no hay duda de que estamos en un templo -todo sugiere una catedral gótica.

Por más que uno desacralizado.

¿Y acaso no son figuras de lo sagrado las que lo pueblan?

¿Acaso no son, por otra parte, los museos modernos templos laicos donde acumulamos las figuras de lo sagrado de tiempos antiguos en las que ya no creemos, pero a las que, sin embargo, seguimos venerando bajo la rúbrica ambigua del arte?

De hecho, el museo es un fenómeno esencialmente posmoderno. Es, propiamente, el templo de la posmodernidad.

Por eso, tanto más nos adentramos en esa crisis de la modernidad que es la posmodernidad, tantos más museos tenemos.

Ahora, de hecho, hay una auténtica epidemia. Todo político, todo concejal, quiere inaugurar uno.

De lo que les estoy hablando es de que el problema del sentido es el problema de Citizen Kane, tanto a escala individual como colectiva.

–Can we come down?

–Yes, hurry up. We’re leaving.


La mujer sin cabeza y el rompecabezas de su cadera

volver al índice

Observen cómo de nuevo se suscita la cuestión del valor:

Raymond: How much do you think all this is worth,

Raymond: Mr. Thompson? Millions.

Vale millones, desde luego, pero sólo si alguien quisiera comprarlo.

Thompson: If anybody wants it.

Raymond: Well, at least he brought all this stuff to America.

–What’s that?

–Another Venus. 25,000 bucks. A lot of money to pay for a dame without a head.

Ya van dos Natividades y dos Venus.

¿Demasiado dinero por una mujer sin cabeza?

Pero no es la cabeza lo que está en juego, sino el eje directo que vincula a Venus con la Natividad.

Y una cifra, 25.000, que motiva una interrogación.

Thompson: Oh, I don’t know. They’ll clear all right.

Raymond: He never threw anything away.

–“Welcome home, Mr. Kane, from 467 employees of the New York Inquirer.”

–“One stove from the estate of Mary Kane, $2.”

Raymond: We’re supposed to get everything, junk as well as art. He sure liked to collect things. Anything and everything. A regular crow, eh?

Una especie de Urraca incapaz de tirar nada.

El problema del sentido, de nuevo, tal y como se plantea, por ejemplo, en el coleccionista obsesivo: incapaz de tirar nada, aplastado por sus infinitas propiedades, incapaz de discriminar lo valioso de lo no valioso.

Llega entonces la metáfora del rompecabezas, que es después de todo la metáfora que ha configurado la estructura narrativa del film en su conjunto:

–Hey, look, a jigsaw puzzle.

¿Les parecerá excesivo si señalo que es una mujer la que lleva ese rompecabezas?

¿Y que ella, en cierta forma, carece de cabeza? No porque no la tenga, desde luego, pero sí porque no se la ve nuca en toda la secuencia.

Bien es cierto que en buena medida tampoco se verá las de los hombres. Pero, a diferencia de estos, el cuerpo de ella, en cambio, si será visible, y bien iluminado, en el momento en que se precise la interrogación.

Entonces estarán muy bien iluminados tanto su cuerpo como su rompecabezas.

–We got a lot of those. A Burmese temple and three Spanish ceilings down the hall.

–Part of a Scotch castle…. that needs to be unwrapped.


La pregunta por el sentido: Edipo o psicosis

volver al índice

La pregunta por el sentido se explicita finalmente:

–Put all this stuff together: The palaces and the paintings, and the toys and everything.

–What would it spell?

Thompson: Charles Foster Kane?

-Or Rosebud. How about it, Jerry?

Es una ecuación precisa.

Quiero decir: es más que una equivalencia.

Pues no sólo se dice que el misterio de Kane es equivalente al misterio de Rosebud, sino que se dice también que todo, todo esto junto, palacio, cuadros, juguetes

–Put all this stuff together: The palaces and the paintings, and the toys and everything.

–What would it spell?

Thompson: Charles Foster Kane?

-Or Rosebud. How about it, Jerry?

Todo es un conjunto hendido que es igual a Rosebud.

Digo un conjunto hendido porque, en esa totalidad que es ese todo de todos los palacios, todos los cuadros y todos los juguetes, falta siempre algo:

–What’s Rosebud?

¿Qué es Rosebud?

La justa medida de ese algo que falta siempre en ese todo.

Van a oírselo decir en seguida al detective-periodista, pero antes atiendan a lo que encuadra esa afirmación:

–That’s what he said when he died.

Se trata, nos lo recuerdan justo ahora, de lo que dijo al morir.

La palabra más real, porque es la que se pronuncia en ese momento del todo irrepetible que es el de la muerte.

-Jerry, Did you ever find out what it means?

Thompson: No, I didn’t.

–What did you find out about him?

Thompson: Not much, really.

Les decía que el cuerpo de esa mujer sin rostro iba a estar tan iluminado como ese rompecabezas que apoya sobre su cadera.

Como ven, si deletreamos con la suficiente claridad, todo emerge sin que sea necesario interpretar nada:

El cuerpo de esa mujer sin rostro está tan iluminado como ese rompecabezas que apoya sobre su cadera.

Es a Welles a quien cito: solo deletreo lo que está escrito en su film.

Thompson: We’d better get started.

-What have you been doing all this time?

Thompson: Playing with a jigsaw puzzle.

-If you’d discovered what Rosebud meant, I bet it would’ve explained everything.

Thompson: No, I don’t think so.

Escuchen el dictamen final del periodista-detective que habla en nombre de Welles.

Thompson: No. Mr. Kane was a man who got everything he wanted, and then lost it.

Thompson: Maybe Rosebud was something he couldn’t get or something he lost.

Thompson: It wouldn’t have explained anything.

Thompson: I don’t think any word can explain a man’s life.

Thompson: No. I guess Rosebud is just a piece in a jigsaw puzzle.

Thompson: A missing piece.

¿Qué les ha parecido?

Descompongámoslo.

Periodista: No. Mr. Kane was a man who got everything he wanted, and then lost it.

Primero se afirma que Kane lo tuvo todo.

Podríamos formularlo así:

«Kane(Todo)»

o así:

Thompson: Maybe Rosebud was something he couldn’t get or something he lost.

A continuación, nuestro periodista se contradice.

Pero esas contradicciones forman parte de la lógica de lo imaginario:

Pues hay siempre algo que falta al todo.

O en otros términos: la falta aparece como la hendidura que quiebra esa figura que es la de la Imago Primordial.

Y por cierto que como tal comparece aquí.

Pero ese no es un eslabón del Edipo canónico, sino de su fracaso psicótico.

De ese que les proponía formular así:

En la misma medida en que se daba la ausencia de la construcción Edípica que, en cambio, formulábamos así:

La diferencia es palpable.

Estriba esencialmente en esto:

Como ven, en el segundo gráfico se ve algo a la derecha que no puede verse en el gráfico anterior.

El sujeto, visualizado a la izquierda, no recibe el golpe de la pulsión de ella, de la mujer que sustenta la Imago Primordial. Sólo ve su deseo, que apunta hacia aquel que es capaz de gestionar su pulsión, de hacerse cargo de ella.

Y, porque sigue el trayecto de su deseo tal y como la mirada de ella lo traza, llega hasta ese más que es el falo, que desde entonces queda constituido como el objeto parcial por antonomasia y, a la vez, como el símbolo mismo del deseo.

Pero hay algo todavía más importante: que el deseo que ve en ella, ese deseo de ella que sólo se ve ahora precisamente porque apunta en otra dirección, fuera del eje de la captura imaginaria, ese deseo retorna al sujeto, a través del tercero, y, en cuando tal, simbólicamente mediado.

Pues bien, eso es precisamente lo que falta en Welles.

Y en Schreber. Y en Buñuel.

Y en Eisenstein, en Bergman, y en Fincher, entre tantos otros artistas de nuestra contemporaneidad en cuyas obras se constata la ausencia y/o el derrumbe de la construcción edípica.


La palabra que funda el sentido

volver al índice

Contemplen desde este punto de vista la conclusión del periodista:

Thompson: It wouldn’t have explained anything.

Thompson: I don’t think any word can explain a man’s life.

¿Una palabra no puede explicar la vida de un hombre?

¿Una palabra no explica nada?

Thompson: No. I guess Rosebud is just a piece in a jigsaw puzzle.

Thompson: A missing piece.

Pero lo que está en juego no es la explicación, sino el sentido.

Y bien: el sentido entero cabe en una palabra. Porque la palabra es la dimensión misma del sentido.

Les insisto: no me refiero a uno u otro signo. Me refiero a una palabra: real, enunciada y recibida en el momento justo -siempre irrepetible- de una travesía por lo real.

–Well come on, everybody we’ll miss the train.

Y nadie como el psicótico sabe de la importancia de esa palabra que funda el sentido – ese sentido que a él, en tanto psicótico, le falta.

En cambio el neurótico, no lo aprecia, porque lo tiene.

Y el perverso, porque sólo lo tiene a medias, lo desprecia.
 

volver al índice

 

ir al índice del seminario

 

 

 

 

 

La escena y el deseo de la madre


Todo sobre mi madre, All About Eve

 
 


 
 
 
 

Jesús González Requena
Seminario impartido en el curso de verano El camino del Cine Europeo VIII,
UNED, Pamplona, 1/09/2011
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 
 

 

ir al índice del seminario

 


Todo, doble vínculo

volver al índice

Un título tremendo, ¿no les parece?

Tremendo por ese todo sobre la madre tanto como por su régimen enunciativo: la primera persona –.

Diríase que el cineasta temblara en el momento en el que firma la película que lleva ese título.

La madre

y el hijo.

¿Y cómo es calificado ese hijo en el momento mismo de su presentación?

Como alguien que escribe, desde luego, pero también como lo que la pantalla del televisor devuelve de él mismo en espejo.

Sometido al régimen del uno, es decir, de la identificación absoluta.

Esteban: ¡Mamá!

Manuela: ¿Qué?

Esteban: La película va a empezar.

Manuela: Voy, Voy.

Y bien, es del todo notable la película que va a empezar.

De ahí que cobre tal relevancia la pantalla del televisor.

Sonido del televisor: Eva al desnudo.

Esteban: Qué manía de cambiar el título. All about Eve significa Todo sobre Eva.

El título español es Eva al desnudo. El original, en cambio, Todo sobre Eva.

Como ven, Almodóvar da toda su importancia al título original del film.

Reclama deletrearlo.

De modo que nosotros debemos hacerlo también.

Manuela: Todo sobre Eva suena raro.

Sonido del televisor: Mientras se publique el nuevo bombardeo sobre Getisburg y otra vez la guerra.

Sonido del televisor: Lo que bombardearon en pocos años.

Sonido del televisor: Yo no estuve allí.

Sonido del televisor: La crítica tenía razón.

Y es tal la importancia de ese título que hemos visto escrito en la pantalla y luego oído pronunciar al personaje a cuyo plano subjetivo accedemos ahora, que nos es dado, además, ver como es escrito.

Y escrito ¿dónde?

En el cuaderno del hijo, desde luego, pero también, a la vez, sobre la pantalla.

Y sin embargo el espectador, a poco que haya visto la célebre película de Mankiewicz interpretada por Bette Davis

y Anne Baxter,

no puede por menos que interrogarse por esta elección.

Hay claro está, un motivo: ambas hablan sobre el mundo del teatro y, a través de él, sobre el tema de la representación.

Pero, sin embargo, ¿qué pueden tener que ver esas geniales y malvadas actrices que protagonizan Eva al desnudo con esa bondadosa madre que protagoniza Todo sobre mi madre y que es, por tanto, en todo opuesta a ellas?

Y bien, cuando se dicen eso, entonces, dan exactamente con la clave aunque, seguramente, sin tomar conciencia de ello.

En todo opuesta, es decir: es exactamente al revés.

Ahora bien, ¿no es al revés como vemos escribirse el título del film sobre la pantalla?

Manuela: ¿Qué escribes?

Esteban: Nada.

Esteban: Futuros premios Pulitzer.

Manuela: ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

Aunque, qué quieren que les diga, la protagonista del film sólo comenzará a serlo de veras cuando su hijo haya muerto.

Pues, desde luego, no lo es ahora. ¿O es que no la ven y oyen reírse de su hijo cuando éste afirma su deseo de ser escritor?

Come, mocoso, viene a decirle.

Manuela: Por favor, venga come, que tienes que hacer unos kilitos.

Pero eso, reírse de él y decirle que tiene que hacer unos kilitos, es, todavía, poco: cabe intensificar el maltrato diciéndole al hijo, por ejemplo, que es probable que en vez de escritor acabe siendo un prostituto.

Manuela: Por si en algún momento tienes que hacer la carrera para mantenerme.

Esteban: Para hacer la carrera no hace falta kilos, sino un buen rabo.

Manuela: ¿Quién te ha enseñado a ti a hablar así?

Es asombroso como el espectador de Todo sobre mi madre experimenta, y luego olvide en seguida, este trazado casi perfecto de la relación de doble vínculo impuesta por el discurso de la madre:

Esteban: Tu preguntaste.

Manuela: Era una broma.

Era una broma que él debe aceptar como una broma, pero a la que no puede responder bromeando.

¿Era una broma?

Oigan el subrayado de fondo, procedente de Eva al desnudo:

Sonido del televisor: Sí, nena, sí, todo era pura broma.

Esteban: ¿Y tú?

Manuela: ¿Yo qué?

Sonido del televisor: De todas las mujeres del mundo eras la que menos puede quejarse.

Y oigan atentamente la respuesta, pues emerge en dos planos:

Sonido del televisor: Yo ya he sido capaz de hacer cualquier cosa por ti.

Manuela: Yo ya he sido capaz de hacer cualquier cosa por ti.

Sonido del televisor: Talento, fama, dinero,

Lo que deben escuchar así: si yo no he sido, como la Margot Chaning interpretada por Bette Davis en Todo sobre Eva, esa mujer de entre todas las del mundo que no podría quejarse de nada, es porque he renunciado a todo por tí.

Tal es la losa aniquilante que Manuela deposita sobre su hijo adolescente.

De modo que no debería extrañarles el suicidio encubierto que, muy poco después, tiene lugar en el cierre de la obertura del film cuyo título es Todo sobre mi madre.

Manuela: Come.


La escena y el deseo de la madre

volver al índice

Sonido del televisor (Karen): miles de personas esperan noche y día para verte,

Sonido del televisor (Karen): haga frío o llueva.

Sonido del televisor (Margo): Cazadores de autógrafos. No son personas, son animalillos que acuden en tropel como los coyotes.

Sonido del televisor (Karen): Son tu público, tus admiradores.

Sonido del televisor (Margo): Qué van a admirar esos. Son delincuentes juveniles, retrasados mentales, no son

Sonido del televisor (Margo): público de nadie.

Sonido del televisor (Margo): Nunca vieron una comedia. Ni siquiera han traspasado las puertas de un local.

Sonido del televisor (Karen): Bueno, ahí hay una que sí lo ha hecho.

Sonido del televisor (Karen): La he traído para que te vea. Adelante, Eva.

Sonido del televisor (Eve): Creí que se había olvidado de mí.

Sonido del televisor (Karen): Nada de eso.

Sonido del televisor (Karen): Margot, aquí tienes, es Eva Harrington.

Sonido del televisor (Eve): ¿Cómo está, querida?

Sonido del televisor (Eve): Encantada.

Esteban: ¿No te gustaría ser actriz?

Manuela: Bastante me ha costado ser enfermera.

Esteban: Si fueses actriz yo escribiría papeles para ti.

Manuela: De jovencita estuve en un grupo de aficionados. No lo hacía nada mal.

Es menos evidente el deseo de ella, de ocupar totalmente la escena.

Pero, ¿en qué medida su hijo comparece como uno más de esos animalillos que acuden en tropel como los coyotes?

Manuela: Puedo tener alguna foto por ahí.

Esteban: Me encantaría verla.

Manuela: Luego la busco.

Manuela: Mira Esteban. He encontrado una foto.

Les decía: ocupar totalmente la escena, haciendo imposible todo lugar tercero y, así, imponiendo la economía narcisista del uno, la de la identificación primordial.

Manuela: Hacíamos un espectáculo sobre textos de Boris Vian. Cabaret para intelectuales.

Por más que el hijo anhela la presencia de un tercero que medie y así ordene su relación con la madre.

Para que ella no lo sea Todo.

Para que ella no lo sea Todo, con mayúsculas, tal y como esta palabra figura en el título del film.

(…)

Huma Rojo es, literalmente, gigante. Llena totalmente el campo visual de Esteban

Ahora bien, ¿quién es Huma Rojo?

La encarnación del deseo de Manuela, su madre -pues, recuérdenlo, Manuela quiso ser actriz. Y, por eso mismo, la referencia absoluta del deseo para Esteban.


El motor mismo de su escritura.

Y observen que el motivo de la inversión especular sigue presente, dado que la mesa se convierte en espejo que refleja invertido ese acto de escritura.

El Rojo funde por eso a Manuela en Huma Rojo.

Manuela se sabe amada por su hijo.


Manuela: ¡Ah!

Pero la intensidad de ese amor es del orden de la pulsión y de la ceguera.

Manuela: Mira por dónde vas cuando cruzas la calle.

¿Ven ustedes ese reinado absoluto del uno del que les hablaba?

Como en Solaris, la película de Tarkovski, el joven y efímero protagonista de Todo sobre mi madre habita totalmente el planeta materno.

Manuela: ¿En qué pensabas?

Esteban: En nada. Es que había tenido una idea.

Manuela: Una idea. Dale las entradas al señor.

Portero: Buenas noches.

Manuela: Gracias, señor.

Y el poder de su mirada todo lo absorbe.

Huma: ¿Por qué me miras así? ¿Estoy horrenda?

-No, no. Estás más guapa que nunca. Mira.

-Mira, Debe ser el caballero ese que viene a buscarte.


El deseo de la madre y la muerte del hijo

volver al índice

(…)

Esteban: Quiero pedirle un autógrafo a Mar Rojo.

Huma: ¿Un autógrafo? ¿Con este tiempo?

Esteban: Pero qué tiene que ver.

Lo que ahora sucede en Todo sobre mi madre encuentra su partitura en Todo sobre Eva, y precisamente en la secuencia inmediatamente anterior a aquella a la que pertenecían los planos de aquel film que nos han sido mostrados en la escena anterior de éste.

No entiendan esto como un galimatías: es solo una confirmación suplementaria de ese estar al revés de una película con respecto a la otra.

Pero veamos la escena de referencia.

Por si no la conocen, les diré que la película comienza

con la recepción, por Eva, del más prestigioso premio teatral de Broadway, mientras que Margo,

la anterior diva a la que ésta ha desbancado, la mira con odio y mientras la que las presentara y fuera amiga de ambas, Karen,

la contempla con un interesado asombro que hace desencadenar un recuerdo que se extenderá a todo el film, convertido en un largo flash-back;

Karen: ¿Cuándo fue? ¿Hace cuánto tiempo? Parece que toda una vida. Lloyd decía que, en el teatro, una vida es una temporada y cada temporada una vida. Estamos en junio.

Karen: fue a principios de octubre. Tan sólo el octubre pasado.

Karen: Lloviznaba. Recuerdo que le pedía al taxista que esperara.

Karen: ¿Dónde estaba ella? Extraño. Me había acostumbrado tanto a verla allí, noche tras noche, así que me vi buscando a una chica con la que nunca había hablado. Preguntándome dónde estaría.

Eve: ¿Sra. Richards?

Y bien, ahí la tienen, a Eva: la joven ambiciosa que, a cualquier precio, conseguirá llegar a estrella.

Su posición, en el callejón de la puerta trasera del teatro, es del todo equivalente a la que ocupan Manuela y su hijo en el comienzo de Todo sobre mi madre.

(…)

Manuela: Oye, y si no sale nadie…

Esteban: Espera un poquito… Es mi cumple…

Una empleada: Mira, pues ya está aquí el otoño.

Un empleado: Adiós.

Una empleada: Hasta mañana.

Un empleado: Hasta mañana.

Esteban: Te ha emocionado mucho Inma Cruz, ¿Verdad?

Manuela: No, ella no, Estela. Hace veinte años con el grupo de mi pueblo hacíamos una versión del tranvía. Yo hacía de Estella. Tu padre de Kobalsky.

El deseo escénico de la madre y la ausencia del padre aparecen simultáneamente, como dos temas íntimamente conectados.

Esteban: Algún día tendrás que contármelo todo sobre mi padre.

Esteban: No basta que me digas que murió cuando yo naciera.

Manuela: No es un asunto fácil de contar.

Esteban: Me imagino.

Esteban: Si no, ya me lo habrías contado. Estuve a punto de pedírtelo como regalo de cumpleaños.

Manuela: No estoy segura de que sea un buen regalo.

Esteban: Te equivocas. Para mí no hay regalo mejor.

Manuela: Entonces te lo contaré todo cuando lleguemos a casa.

Nina: Esto del teatro es peor que ser monja de clausura.

Nina: ¡Taxi!

Para que comprendan lo que sucede a continuación, conviene primero que contemplen la partitura que lo determina:

Karen: Aquí está.

Karen: Me parecía raro, de pronto, que no estuviera aquí.

Eve: ¿Por qué pensaba que no iba a estar?

Karen: ¿Y por qué iba a estar? Semanas enteras viendo a Margo Channing entrar y salir del teatro cada noche.

Eve: ¿Le importa que hable con usted?

Karen: En absoluto

Eve: La he visto tan a menudo… He hecho acopio de todo mi valor.

Karen: ¿Sólo para hablar con la esposa de un autor?


Karen: Soy una celebridad de la menor talla.

Eve: Es la mejor amiga de Margo Channing. Usted y su esposo siempre están con ella.

Eve: Y el señor Simpson, ¿Cómo es?

Karen: ¿Bill Simpson? Es director.

Eve: Es el mejor.

Karen: Él estaría de acuerdo. Dígame, ¿qué hace desde que llega Margo hasta que se va?

Karen: ¿Esperar acurrucada contra esa puerta?

Eve: No. Veo la obra.

Karen: ¿Ve la obra? ¿Ha visto todas las representaciones de la obra?

Eve: Sí.

Karen: Pero, ¿no le resulta, aparte de todo, caro?

Eve: Verla de pie no cuesta mucho. Me las arreglo.

Karen: Voy a llevarle hasta Margo.

Eve: No.

Karen: Sí. Tiene que conocerla.

Eve: No, sería importunarla. Estaría tan cohibida…

Karen: No hay otra como usted. No podría haberla.

Eve: De haberlo sabido… En otra ocasión. ¡Con este aspecto!

Karen: Así está bien. Por cierto, ¿cómo se llama?

Eve: Eve. Eve Harrington.

Huma: Para ti todo lo que no sea salir y ponerte hasta el culo de todo lo que pilles es ser monja

Huma: de clausura.

Nina: ¡Pues sí!

Nina: Alfonso doce 30.

(Esteban llama a la puerta del taxi)

Manuela: Vámonos, déjalo ya.

Manuela: ¡Esteban! ¡Esteban!

Manuela: ¡No! ¡No! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!

Manuela: ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío, por favor!

Manuela: ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!

Manuela: ¡Hijo mío! ¡Ah! ¡Ah!

¿Se dan cuenta de lo que ha sucedido?

Es perfectamente formulable: está, en primer lugar, la estrella deseada,

constituida en modelo de valor -de deseo- absoluto:

Está, en segundo lugar, la mujer que la desea,

es decir, la mujer que desea ser como ella,

identificarse en ella -y, por tanto, arrebatarle su lugar, suplantarla, devorarla, incorporarla.

Y está, en tercer lugar, la figura mediadora

que hace posible el tránsito de la una a la otra,

permitiendo cubrir el abismo que las separa.

En ese sentido les decía que había algo de suicidio en la carrera loca del hijo de Manuela hasta Huma Rojo: corre el trayecto del deseo de su madre y en cierto modo se sacrifica para hacerlo posible.


Un final ambivalente

volver al índice

Y recuerden ustedes que, llegado el momento, Manuela se convertirá, como Eva, en secretaria personal de la estrella y, más tarde, llegará a subir a la escena y triunfar en ella.

¿Qué por qué, sin embargo, el trayecto posterior de Manuela y el de Eva serán tan diferentes?

Yo diría que ese es el exorcismo mayor del film: si yo muero -y el sujeto que dice yo es el del título: “Todo sobre mi madre“-, si desaparezco, si soy yo quien se sacrifica, ella ya no tendrá que sacrificarse por mí y podrá realizar su deseo.

Podrá descubrir lo vacuo de ese deseo. Se dará cuenta, entonces, de lo que ha perdido. Y quizás llegue, más tarde, a ser una verdadera madre.

Ese es el trayecto del film. Que devuelve esa estupenda madre en la que Manuela se convierte finalmente.

Y sin embargo, en su desenlace, el final no deja de depositar una duda.

De hecho, las imágenes de Manuela y Huma que les estoy presentando ahora corresponden a los dos últimos planos del film.

Veamos cómo se llega hasta ellos.

Manuela: ¿Molesto?

Agrado: ¡Manuela!

Agrado: ¡Mi Manolita!

La foto de Esteban está ahí desde el comienzo. Puede vérsela ahora en la esquina inferior izquierda del plano:

Y Almodóvar nos obliga a verla al colocar a Huma y Agrado en el espejo, para que conduzcan nuestra mirada hasta ella.

Es cierto que queda oculta, estrujada, por el abrazo de las amigas, pero habrá de reaparecer en seguida.

Huma: Bueno, bueno, que es mía también.

Manuela: Hola.

Agrado: Qué guapa que estas. Cómo te ha crecido el pelo.

Manuela: Y a ti también, muchísimo.

Claro está, en seguida que se aparte Huma, pues Manuela sólo puede verla a ella ahora.

Huma: No, eso es peluca, para la obra.

Como ven, ahí está todo el tiempo.

Pero tarda tanto en verlo Manuela…

Manuela: Oye que tienes abierto el pendiente. Espérate que te lo ponga bien.

Y, sin embargo, percibe hasta el último detalle de Huma.

Tarda tanto Manuela en ver esa foto… que la pregunta es: ¿cuándo lo hará?

Huma: Aprende, bruta.

Agrado: Mu bruta.

Agrado: Pero a ver quién te cuida mejor que yo.

Huma: Que maravilla lo de tu hijo.

Tampoco la ve ahora, aun cuando se encuentra frente a ella.

Huma: O sea que ha negativizado el virus así, de la noche a la mañana.

Pero no es de su hijo del que hablan ahora, sino del otro Esteban, el niño nacido de su exmarido y Rosa.

Manuela: Sí. El caso de Esteban demuestra que el virus puede desaparecer.

Manuela: Todavía no se sabe cómo. Lo están investigando, pero es un milagro.

Agrado: Yo lo sabía. Lo que yo he rezado por ese niño.

Huma: ¿Dónde vais a vivir en Barcelona?

Huma: ¿Por qué no te instalas con nosotras?

Agrado: Claro, mujer.

Manuela: No. Vamos a quedarnos en casa de los abuelos. No sabes la ilusión que le hace a la madre de Rosa. Ha cambiado tanto esa mujer, tanto.

Voz de un empleado del teatro: Tercera, cinco minutos.

Huma: Me tengo que ir.

Sólo ahora ve Manuela la foto de su hijo.

¿Cuándo?

Cuando Huma se tiene que ir.

Manuela: Tienes la foto de Esteban.

Huma: Lola me la dio antes de morir.

Huma: La tengo en depósito hasta que aparecieras tú.

Manuela: Quédatela.

Y qué extrema la ambigüedad de este obsequio. Él te pertenece, pues murió por ti, parece decir ahora la dura mirada de Manuela.

Pero eso es sólo otra manera de decir que fue el deseo de la propia Manuela el que condujo a su hijo hasta ella.

Huma: Gracias.

Impresionante, igualmente, el componente maníaco de la mirada de Huma cuando recibe el presente.

Y al fondo, entre ambas, en este continente donde solo las mujeres constituyen la referencia absoluta, ya no Esteban, sino una de sus reinas indiscutibles -la Cleopatra de Elisabeth Taylor.

Manuela: ¿Nina?

Huma: Me voy.

Agrado: Nina se casó. Vive en su pueblo.

Agrado: Ha tenido un niño. Gordo y horroroso. Feísimo.

Agrado: Feísimo, feísimo.

Huma: Te veo luego.

Y éste es el último plano del film, dando a la imagen de Huma, también al final, el máximo protagonismo.

El film concluye entonces con una dedicatoria final.

Cargada ella todavía, si cabe, de un suplemento de ambigüedad.

Pues la película no está dedicada a las madres, sino a las personas que quieren ser madres, es decir, que actúan en ese sentido. Es decir, todavía, que interpretan el papel de madres.

Pues, obsérvenlo, no parece quedar espacio aquí para otro acto que el de la interpretación.

Incluso por lo que a los hombres se refiere, de los cuales el único acto que se les reconoce no es el acto sexual -y, sin embargo, sin él, ¿cómo podría ser madre una mujer?- sino el acto de convertirse en mujeres, de representar a mujeres, de representar a madres…
 
 

ir al índice del seminario