18. El rasgo hispano y la escena primordial

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 25/04/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

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De Macao a Río de Janeiro

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El otro día encontramos en It’s All True unas bellas imágenes que respondían inesperadamente a una de nuestras preguntas pendientes.

Michael: a poor sailor man and him with the Princess of Central Park at his side. Princess Rosalie.

Michael: I wonder now:

Michael: Where does the princess come from?

¿De dónde ha surgido esta princesa?

Elsa: I don’t know why she should tell you, but…

Elsa: Well, her parents were Russian, White Russian.

Elsa: You never heard of the place where she comes from.

Michael: Would Her Highness care to gamble?

Elsa: Gamble? She’s done it for a living.

Michael: I’ll bet you a dollar I’ve been to the place of your birth.

Elsa: Zhifu.

Zhifu.

Michael: It’s on the China coast, Zhifu.

Michael: The second wickedest city in the world.

Elsa: The first?

Michael: Macau. Wouldn’t you say?

Elsa: I would. I worked there.

Macao.

Michael: You worked in Macau?

Elsa: Here’s your dollar. How do you rate Shangai?

Elsa: I worked there, too.

Shangai.

Estas tres ciudades cifraban el enigma del surgimiento de la princesa en La dama de Shangai.

Y a la vez designaban un viaje que, les decía, acabaría consumando Welles cuando, 22 años más tarde, en 1966, rodara The Inmortal History.

Y bien, ahora sabemos por qué Macao es la ciudad más pervertida del mundo. La respuesta se encuentra escrita por anticipado en I’ts All True.

Ahora lo sabemos pues en Macao se habla, como en Río de Janeiro, portugués.

Es decir: es el Río de Janeiro de China.

Desde luego, en La dama de Sanghai no se llega hasta Macao, como tampoco se llega hasta Río de Janeiro.

Se llega tan sólo a Acapulco y en eso esta ciudad mexicana ocupa un lugar equivalente a Shangai: el lugar intermedio donde se detiene el viaje del film.

Les decía que hasta allí hubiera querido sin duda llegar Welles en el viaje de The Lady from Shanghai.

No fuerzo nada al afirmarlo, pues ese deseo se escribía en la consciencia del propio cineasta como el deseo de retornar a Río para terminar la película inacabada.

De hecho, esa película inacabada se convertiría en la obsesión de toda su vida. Firmó compromisos descabellados para lograr recuperar el material rodado que sólo sirvieron para arruinarle, sin permitirle nunca finalizar el proyecto.

Por eso la ciudad decisiva de The Lady Shangai es sin duda Macao, es decir, Río de Janeiro: la ciudad donde se localiza ese acto inaudito, absolutamente inconcebible, que es el acto sexual por el que hubo de nacer Orson Welles.

Inconcebible, inaudito, porque

«Why did she marry my father?»

Y es sin duda un viaje heroico el que debe llevar hasta allí: de ahí la necesidad, en All that’s True de los jangadeiros y de su aventura. Aventura que, como veíamos la semana pasada, debía acabar en la más bella de las bodas.


Happy end y deconstrucción

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Por cierto, ¿qué dirían todos esos críticos que han participado del mito del Welles cineasta rebelde contra el sistema, enemigo declarado del modelo hollywoodiano… si se enteraran de que quería acabar It’s Al True con un happy end?

Pues ya se sabe: los críticos de la deconstrucción consideran que los finales felices son antiestéticos y de derechas. Que lo progresista y artístico son los finales trágicos y demoledores.

Pienso que es obvio que un final feliz, como uno desgraciado no es, a priori, ni mejor ni peor, ni en el plano estético ni en el político. Pero me resulta evidente, igualmente, y creo que ya va siendo hora de decirlo, que ese tópico que identifica lo progresista con los finales desgraciados posee una estructura propiamente perversa: pues evidentemente, si sólo son verdaderos los finales desgraciados, ¿cómo convencer a nadie que se comprometa, se deje la piel en luchar por algo que merezca la pena? Si todo ha de acabar necesariamente mal, ¿habría algo más ridículo que esforzarse para que acabara bien?

Pero obviamente no se trata sólo de una manía de los críticos de cine. Se trata de la estructura misma del pensamiento de la deconstrucción. Quiero decir: de su carácter esencialmente reaccionario: pues si todo es una farsa, un montaje, una mentira, una ilusión, de ello se deduce, inevitablemente, que no merece la pena intentar nada. Que todo esfuerzo por cambiar el mundo está necesariamente condenado al fracaso.

¿Ven dónde está lo perverso de la estructura?

Evidentemente, en el hecho de que ese discurso se presenta, de manera convincente para la mayoría, como el discurso progresista.

Pero, ¿para qué darle más vueltas si Welles no pudo acabar nunca esta película?

Ya tuvimos ocasión de constatarlo en El extraño: Welles no puede construir un relato clásico. Cuando lo intenta, como allí, suena a falso.

Dicho, también, de otra manera: cuando se lo juega todo, en esa apuesta sobre su propio origen que es It’s All True, todo se hace absolutamente imposible.

Por cierto, ¿no les parece un título impresionante It’s All True?

Es el título más preciso para nombrar el lugar del estallido y el fracaso de Welles: Esto es toda la verdad. En el lugar mismo de la verdad, en tanto lugar imposible para Welles, es donde tiene lugar ese estallido.


El rasgo hispano: de Dolores del Río a Rita Hayworth

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Hay otros datos que refuerzan esta ligazón esencial de Welles con Río de Janeiro.

A la derecha de Welles, Schaeffer, el directivo de la RKO que contrató y apoyó a Welles. En el centro, de blanco, a la izquierda de Welles, Dolores del Río, su amante en esa época.

Quizás hoy ya no sepan ustedes quien era Dolores del Río. Conviene que la conozcan, pues fue la gran estrella de cine mexicano, y la estrella latina por excelencia del Hollywood de aquellos tiempos.

Era 11 años mayor que Welles. Lo que destaca especialmente frente a esa cara de niño entusiasmado que es la de Welles en estas imágenes.

Excitado.

Anhelante de la aprobación del jefe.

Muerto de nervios.

Asustado.

Callow se detiene bastante, y con buen tino en mi opinión, en la capacidad de Welles de seducir a hombres mayores como una de las vías de su éxito.

Pero ocupémonos de Dolores del Río.

¿Por qué se enamoró apasionadamente Welles, ese niño seductor, de esa bella mujer 11 años mayor que él?

«”Fue entonces cuando me enamoré de ella”, dice. “yo tenía once años más o menos. Ella salía en una película que discurría en los Mares del Sur, una película muda y que tenía muchas escenas submarinas. iAy, cómo movía los piececitos! Iba más ligera de ropa que ninguna otra actriz que haya visto en el cine desde entonces, iY era guapa con locura! Yo estaba en la última fila con una chica a la que metía mano. ¡Aquello cambió mi vida!” Pero no era la joven amiga lo que había excitado a Orson. “Fue la película»,

«Así que me limité a esperar hasta encontrarla. ¡Estuve obsesionado por ella durante años!”»

[Leaming, Barbara: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p. 219.]

Elección, desde los 11 años, de una mujer 11 años mayor.

Una elección, en suma, que parece establecerse poco después de la muerte de la madre -que tuvo lugar a los 9 años.

¿Cómo no imaginar que uno de los ingredientes de ese tan largo enamoramiento fuera, además de su condición latinoamericana, su apellido mismo, del Río, que remitía al nombre de esa ciudad mítica de su origen, Río de Janeiro?

Y me dirán, ¿por qué entonces no brasileña?

Desde luego, Welles se acostó en Río con todas las brasileñas que pudo -de hecho la policía del régimen llevaba la cuenta e informaba puntualmente de ello al presidente de la república. Pero sucede que existió un motivo notable que pudo impulsarle a elegir, entre las latinoamericanas, a las hispanas.

«Beatrice (…) She became a member of the Lakeside Musical Society; being who she was, she was before long running it. Through Dr Bernstein’s connections with the Elmans, she invited the great violinist to address the Society and perform for them; she herself gave her lecture-recital on Spanish music and its cantillations and various charming dance rhythms.»

[Simon Callow: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 20.]

Como ven, son tres buenos motivos -en la estela de la figura materna- para enamorarse de Dolores del Río -la edad, el apellido, el rasgo hispánico.

Y, por lo demás, la cosa motiva igualmente el siguiente gran enamoramiento que sustituirá a éste: el de Rita Hayworth, bailarina de danza española, cuya bella y sensual imagen brillaba fotográficamente en Río de Janeiro.

Resultan evidentes las credenciales que posee para encarnar el fantasma materno que protagoniza The Lady from Shanghai.


La escena primordial que falta en la psicosis

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¿Qué es lo que le empuja a Welles a viajar a Río de Janeiro, la ciudad donde fue concebido? ¿Qué lo que empujó a Buñuel a viajar a París e instalarse en el hotel donde fue concebido?

Como es obvio, la escena primaria se encuentra en el centro de esos viajes.

Ahora bien, ¿por qué esa necesidad de viajar al lugar de la escena primordial?

Responder a esto es una de las mejores vías para explicar el motivo de un dato desconcertante que se hace patente en la indagación freudiana sobre la escena primaria. Y es que Freud constata una y otra vez como esa representación que es la escena primaria no aparece nunca en sus pacientes neuróticos, de modo que es sólo entre sus pacientes psicóticos donde logra identificarla.

¿Por qué?

Les propongo una hipótesis bien sencilla que trataré de argumentar en el caso de Welles: si en los normales y en los neuróticos no aparece, es porque esa escena está instalada, perfectamente reprimida, en el interior de su inconsciente. -Por cierto, la idea de la buena represión, de la represión eficaz, es netamente freudiana, por más que sea hoy olvidada con demasiada frecuencia.

Si aparece en la psicosis es precisamente porque en ésta se da todo lo contrario: porque esa escena no ha sido vivida, no ha sido interiorizada por el psicótico.

Ese es el motivo por el que el psicótico no tiene inconsciente. Y porque no tiene inconsciente y sin embargo lo necesita, trata de construirlo en su delirio. De modo que la escena primaria se constituye en un elemento central de éste.

Por eso fue por la vía de la psicosis por la que Freud hubo de encontrarse con ella. Pues, como el propio Freud dijo, aunque no llegó a relacionarlo con esto, en la psicosis se manifiesta en la consciencia lo que debería estar en el inconsciente.

¿Que cómo es posible que los psicóticos, carezcan de escena primaria si ellos después de todo, han sido concebidos como todos los demás? Tengan en cuenta que si el contenido esencial de la escena primaria es el acto sexual que cifra el origen del sujeto, eso no quiere decir que esa escena nazca de ese acto, lo que sería obviamente imposible, sino que esa escena constituye necesariamente una representación posterior de ese acto nuclear para el sujeto que es el abrazo sexual de sus padres.

Y esta es la cuestión: que exista esa representación, que pueda ser construida una vez que el individuo ya ha nacido, a partir de la experiencia del acto de los padres.

Pues bien, todo parece indicar que en el psicótico no ha tenido lugar ese expediente. Y por eso trata a la desesperada, en su delirio, de construir esa escena de la que carece.

Pueden verlo en el caso del presidente Schreber: él mismo se da como cuerpo femenino de una escena primordial en la que el doctor Fleschig comparecería como el sujeto del acto.

O en Buñuel y en Welles, buscando encontrar en el lugar de la concepción la presencia fantasmática de la madre para poseerla ellos mismos.

O en Eisenstein: convirtiendo en Octubre la Revolución misma en un asalto sexual a la cama de la zarina.

O en El club de la lucha, inventando a un Tyler capaz de hacérselo.

Se trata, en todos los casos, de realizar esa escena que para el sujeto nunca ha existido.

Pues el sujeto sólo nace cuando posee una representación de eso: necesita la representación que le certifica que eso ha existido, que él ha sido separado.

Digo el sujeto, que es siempre por eso sujeto del inconsciente. No digo el Yo, pues el yo ha nacido antes: en la identificación misma con la Imago Primordial.

Es decir: el Yo no está separado: el yo está siempre en el otro, en los otros, en el flujo de la identificación.

¿Qué mejor ejemplo de ello puede darles que el del propio Welles, ese hombre con un Ego tan abultado y a la vez tan carente de anclaje subjetivo?

Este es el momento obligado de recordarles que la escena primaria está necesariamente cargada de violencia, pues en ella es derribada la Imago Primordial: es el primer gran golpe al yo, la primera gran herida narcisista.

De ese golpe angustioso nace el sujeto. Pero eso significa que ella, la Imago Primordial, ha sido castrada.

Alguien la ha hecho temblar. Alguien la ha hecho gozar. Alguien, en suma, la ha sometido a su goce.

Y bien: porque eso no ha sucedido, Welles viaja a Río de Janeiro.

Va a hacérselo, a hacerla temblar.

A ella, a esa diosa fría.

«Dick y Beatrice tuvieron dos hijos, Richard lves y, una década más tarde, George Orson, cuyo nacimiento inauguró la última etapa del matrimonio. Concebido en Río de Janeiro, donde sus padres se encontraban de vacaciones.»

[Barbara Leaming: 1983: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p. 21.]

«Beatrice (…) She became a member of the Lakeside Musical Society; being who she was, she was before long running it. Through Dr Bernstein’s connections with the Elmans, she invited the great violinist to address the Society and perform for them; she herself gave her lecture-recital on Spanish music and its “cantillations and various charming dance rhythms”.»

[Simon Callow: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 20.]

¿Existe una solución mejor para combinar el lugar de la gestación con la danza materna que ambientar The Inmortal History en Macao -ciudad china en la que se habla, como en Río de Janeiro, portugués- y rodarla en Chinchón, pueblo madrileño en el que, obviamente, se habla y se baila en español?

 

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12. Mujer enamorada, poeta y cineasta

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 28/03/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

 

 

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El derrumbe del padre

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«”Tu padre era un borracho, tus tías unos pellejos de vino, y eso es lo que tú eres”, barbotó Dick acostado como estaba.»

Terrible, desde luego, el discurso del padre tal como se concretó en ese momento decisivo de la adolescencia de Orson elles.

Ahora bien, ¿no les parece que, si Bannister ocupa el lugar del padre, su discurso, antes de torcerse, había empezado bien?

Bannister: Mike’s quite a hero, quite a tough guy.

¿No es eso lo que se supone que el padre debe decir -y más que eso: prometer- a su hijo: que él también puede llegar a ser un héroe?

Pero es un hecho que el padre se derrumba, incluso antes del comienzo mismo del viaje.

Bannister: You hear that, Black Irish?

Michael: It’s true.

Bannister: Well, bear it in mind.

La caída, el derrumbe del padre, ¿acaso no es la referencia constante, masiva, de eso que, de manera más bien absurda, se ha dado en llamar arte moderno?

Y bien, ¿cuáles son los efectos de ese derrumbe?

La llamada modernidad está convencida de que ninguno.

No ha cesado de afirmar que la caída del padre es, por el contrario, un logro, un éxito.


Ahora bien, el derrumbe del padre supone, inevitablemente, el derrumbe de la palabra del padre.

Y la palabra del padre es el fundamento mismo del orden simbólico.

De modo que entonces…


Si muero antes de despertar

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Michael: Naturally, someone had to take Mr. Bannister home.

¿No les parece, por lo demás, que hay un vago aroma funerario en este plano?

Se debe a esa cruz que ostenta el pequeño barquito en el que se desplazan por el puerto.

Me reconocerán al menos que ninguno otro tiene algo parecido.

Y, por lo demás, está reforzada por los maderos oscuros que se cruzan en primer término en la parte superior derecha del plano.

Decididamente, la connotación funeraria impregna el viaje de este barquito al amanecer, por más que sepamos que Bannister no está muerto, sino tan sólo borracho…

Y a los que les parezca que doy demasiada importancia al inconsciente en todo esto, les diré que reclamo en mi favor la palabra del narrador.

Pues es él quien habla de inconsciente.

Michael: I told myself I couldn’t leave a helpless man lying unconscious in a saloon.

Y si me objetan que esto está tirado de los pelos pues no se habla del inconsciente de Bannister sino de su estado inconsciente a causa de la bebida, deberé decirles que se apresuran, pues en muy breve lapso la palabra inconsciente será pronunciada por segunda vez:

Michael: Well, it was me that was unconscious…

Habla ahora también, desde luego, de un estado, pero de uno esta vez no debido al alcohol y que, además, se expande a toda la narración.

De hecho, se nombra aquí con precisión esa suerte de estado sonambúlico en el que se mueve el personaje -y nosotros con él- durante todo el relato, desde el momento que en el Parque Central ha encontrado, brillando, en el interior del coche cama del pasado, a la Figura Primordial.

Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

Michael: if I’d been in my right mind, that is.

Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

Quizás uno de los motivos esenciales de la elección de la novela de Sherwood King sea su título –If I Die before week-up-, por eso mismo sumergido como la otra cara de The Lady from Shanghai.

Y caray si está sumergido: tanto que ni aparece en los títulos de crédito,

donde tan solo se habla de una Historia basada en una novela de Sherwood King.

Esa es otra de las maneras en las que el inconsciente trabaja: reprime el enunciado central, pero a la vez escribe los que lo rodean, permitiendo localizarlo por vía metonímica.

Y bien, ese título sumergido, If I Die before week-up, Si muero antes de despertar, nombra un cierto estado de desrealización -de pérdida de la dimensión de la realidad.

De eso precisamente habla este enunciado:

Michael: Well, it was me that was unconscious…

Pero, sobre todo, esto es lo que, como les digo, determina el tono, el clima entero del film.

Si realmente ella, La Dama de Shangai, es la Imago Primordial, entonces ese estado se expande más allá y más acá del film, a toda la vida de cineasta.

De modo que todo tendería a percibirse como irreal, ficticio, simulacro y farsa a la vez.

Y ciertamente, esa percepción -o esa falla en la percepción, esa pérdida de asiento en la realidad- es algo que acompañó a Welles a lo largo de toda su vida, hasta encontrar su más explícita declaración en F for Fake (1974).

Welles: Ladies and gentlemen, by way of introduction: this is a film about trickery and fraud. About lies.

Welles: Tell it by the fireside or in a marketplace or in a movie. almost any story is almost certainly some kind of lie.

Welles: But not this time. No, this is a promise. During the next hour, everything you’ll hear from us is really true. And based on solid facts.


Ese era otro, no yo

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Michael: and he was exactly as helpless as a sleeping rattlesnake.

Aparece, esta vez sólo verbalmente, el segundo animal del film: una serpiente de cascabel. Conviene anotarlo, pues es el segundo de una larga serie.

De hecho, ahora mismo se hace visible el tercero.

Ya conocemos a este perro.

Tan negro y cándido como el Irlandés Negro.

Por eso sólo me detendré a señalar esto: que precede inmediatamente a la irrupción del primer plano de Elsa.

Bannister: Say, it’s nice of you, Michael

Me reconocerán que es éste un plano de una centralidad absoluta. Sobre todo porque ella no mira nada ni a nadie, sino que escucha, controla la situación.

Ella está ahí, centrada, frontal, recortada sobre el mar indefinido, en flou.

Decía capitana, pero podría decir almirante.

Bannister: to be so nice to me while I’m so drunk.

Mientras que el cuerpo inútil del padre se hace presente en un evidente estado de descomposición.

Y objeto de su mirada de desprecio.

Para comprender que es ella quien lleva el timón… basta con prestar atención al brillo del timón que lleva sobre su pecho.

Podrían ser las medallas de un almirante.

Bannister: Lover!

Elsa: I wasn’t sure you’d come.

Michael: I’m not staying.

Como ya hemos tenido ocasión de anotar, cuando está al lado de ella, Michael se queda insólitamente rígido.

Esta vez ni siquiera es capaz de mirarla.

¿Tendrá miedo al brillo de su timón?

De hecho, parece un soldado firme ante su oficial.

Elsa: You’ve got to stay.

Bannister: Lover!

Broome: Gonna be a real nice cruise.

Y otra vez reaparece ese procedimiento que ya se hizo presente al final de la escena del garaje, por el que inesperadamente descubrimos que había alguien más ahí, observándolo todo con gesto burlón.

Broome: First, the Panama Canal, then up the Mexican coast.

Figuras malignas y burlonas, que saben siempre más de lo que debieran saber.

Que lo saben todo de él.

Y que se burlan.

Manifestaciones de ese proceso de desrealización que alcanzará su apoteosis en la adaptación wellesiana de El proceso de Kafka.

Broome: We need a bosun, Danny-boy.

Broome: Ever done any sailing?

Michael: A bit of it.

Figuras inciertas, irreales, móviles.

Michael: I saw you last night at the garage, it was.


Broome: Somebody else, Danny-boy,

Broome: not me.

Notable a este propósito, por cierto, la última frase.

Resuena en ella el célebre enunciado de Rimbaud –Je suis un autre- que, si lo piensan bien, posee la estructura misma de la quiebra psicótica.


Ella, Rita Hayworth, le necesita

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Bessie: Don’t go. She needs you bad. You stay.

Ella, Rita Hayworth, le necesita.

Y él puede sacar partido de ello si sabe jugar sus cartas.

Goldie: Mike, if you play your cards

Goldie: right, we can get a job for us both.

Como ven, no hay que interpretar nada: todo está dicho con una literalidad inapelable.

Michael: I think we’ll take it.

Recapitulemos lo que ha sucedido en esta bisagra del film que da paso al viaje que va a comenzar, y que es un viaje de ficción tanto como un viaje real.

El padre se ha desmoronado.

Su palabra, que empezaba invocando al héroe -y por tanto, la posibilidad del relato- se ha desmoronado.

Y ha sido conducido en un extraño funeral marino

hacia el yate en el que reina esa mujer fascinante y omnipotente

capaz de reverdecer la memoria de la imago primordial.

Y, como ya sabemos, entre lo uno y lo otro ha habido un crimen

cuyas cifras fueron cuatro y cinco.


Un triángulo en alta mar

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Les he llamado la atención sobre el color que comparten el perro y O’Hara.

Ahora podemos confirmar hasta qué punto esa es una elección precisa del texto.

Pues el color de ambos contrasta absolutamente con el canónico blanco de los otros marineros.

Michael: And what was I,

Pero no sólo es el color: también una suerte de raccord de movimiento no narrativo liga al perro con el irlandés:

Michael: Mike O’Hara, doing on

Michael: a luxury yacht pleasure

Michael:cruising in the sunny Caribbean Sea?

Michael: But it’s clear now, I was chasing

Michael: a married woman.

Y, como ven, las palabras siguen a las imágenes: él iba detrás de una mujer casada como un perro faldero.

Michael: But that’s not the way I wanted to look at it. No.

Michael: To be a real prize fathead like Mike O’Hara…


Michael: you’ve got to swallow whole all the lies you can think up to tell yourself.

¿Y qué imagen aparece entonces, justo cuando O’Hara habla de las mentiras que se cuenta a sí mismo para ocultarse su canino sometimiento a esa mujer?

Bannister, sin duda.

Y Bannister, asociado por segunda vez al alcohol, parece localizado en el origen de todas las mentiras.

Pero lo más notable del procedimiento de montaje utilizado es que esta atractiva serie de encadenados liga, asocia estrechamente, las figuras de ambos, de Bannister y de O´Hara:

Y entre ambos, el alcohol.

Se confirma una y otra vez lo que ya les dije último día: que en la figura de Bannister, más allá de Eduardo Cansino, es el padre de Welles el que aparece: en el mar junto a su hijo, bien agarrado a la botella.

Michael: Bannister?

Garage Attendant: Arthur Bannister himself.

Garage Attendant: Some guys have all the luck.

Michael: Personally,

Michael: I don’t like a girlfriend to have a husband.

Por otra parte, los bastones que anotaban la impotencia del personaje, a la vez, le dan ese movimiento torpe y patético, que podría ser también el de un alcohólico.

Michael: If she’ll fool her husband, I figure she’ll fool me.

Michael: Our little expedition spent some weeks in the West Indies…

Michael: dawdling around,

Y el uno y el otro atrapados por la red de Circe.

No hay duda que es así: es Ella quien está al mando.


Circe está al mando

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Ella, Elsa, está al mando; su otro nombre es el de su barco: Circe.

Y como es sabido, Circe era una diosa hechicera que convertía a los hombres en animales.

En animales de todo tipo, no sólo en cerdos como hizo con los marineros de Ulises. Pero, en cualquier caso, también los cerdos están presentes en The Lady from Shanghai. Emergen, inesperadamente, cuando termina la carrera de Michael en persecución de Elsa por las calles de Acapulco. El blanco absoluto del vestido de la mujer, que tan acentuadamente contrasta con las sucias callejuelas de la ciudad, parece emanar un aroma de hechizo.

¿No les da la impresión de que está a punto de producirse el hechizo?

Y sin duda ese hechizo tiene que ver con el poder hechicero del cuerpo de esa mujer que se desplaza como flotando por las calles de Acapulco.

A la puerta del café en el que se introduce -y que por ello, en cierto modo, se constituye en palacio de Circe- aguardan los cerdos que consignan el destino del marino enamorado que la persigue.

De hecho es muy estrecha la relación de Elsa con el mundo animal:

Ni siquiera se inmuta ante las serpientes que rodean su canoa en la excursión por la selva mexicana -de hecho, su displicente giro de cabeza, por obra del montaje, participa en cierto modo del sinuoso -y oscuro- movimiento de la serpiente.

Los varones que la acompañan, en cambio, se sienten inquietos, fuera de lugar en el universo primario y animal de la selva.


Ella, la estrella, es también una sirena intocable cuyo canto, en las largas noches de la travesía marina, les hace enloquecer de deseo:

Elsa: “Don’t hold me

Elsa: “But if you hold me

Elsa: “Don’t take your arms away

Elsa: “Comes a change of heart

Elsa: “Please don’t love me

Elsa: “But, if you love me

Elsa: “Then don’t take your lips

Elsa: “Or your arms, or your love

Elsa: “away”

Y además de la selva, como sirena, habita también las profundidades del mar, donde reina entre todas las bestias marinas.

Michael: I’ve never seen an aquarium.

Elsa es por eso, en cierto modo, ese pulpo que, desde el fondo del acuario, parece atrapar a Michael. Y porque ella reina en ese universo tan extraño para él a pesar de su condición de marino, le pide que se lo muestre.

Michael: Would you show me about?

Elsa: I couldn’t think where else we could meet.

No hay duda de cuál es el reverso oscuro de ese bello rostro fascinante:

Elsa: “We arrived at the boat landing at approximately 10:20.

Perfil con perfil, la horrísona fealdad de la morera lo devuelve en su aspecto más letalmente amenazante.

Pero si la morera, como es sabido, permanece estática entre las rocas, Elsa posee también el sinuoso poder deslizante de los tiburones.

Elsa: “He said he was frightened of a hold-up and asked me to get the gun, just in case.

Ahora bien, a estas alturas, si seguimos atendiendo a esa percepción del film como una suerte de documental sobre su propio rodaje y sobre las relaciones de sus protagonistas durante el mismo, ¿no les parece que las tintas están cargadas en exceso sobre la estrella, a la vez que el poder del productor se ha ido difuminando hasta descubrirse como un ser débil y también él víctima de esa diosa omnipotente?

Bannister: With these mirrors, it’s difficult to tell. You are aiming at me, aren’t you?

Bannister: I’m aiming at you, Lover!

Bannister: Of course, killing you is killing myself.

De modo que finalmente también él aparece totalmente sometido a su hechizo.

Bannister: It’s the same thing.

-Y, en el límite, totalmente identificado con ella, como atestigua la superposición del rostro de ella sobre su imagen.

¿No les parece excesivo, desmesurado, el poder atribuido a esta mujer letal?


Poeta y cineasta

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No hay duda que es ella la que gobierna, pero…

Michael: Our little expedition spent some weeks in the West Indies dawdling around, seeing the sights, laying in supplies…

Pero a su vez hay algo que les atrapa a todos ellos:

Michael: and getting into more trouble.

Y así, de pronto, descubrimos que en ese extraordinario documental que es La dama de Shanghai, incluso el trabajo mismo de filmación se hace presente y, muy especialmente, el dispositivo visual que sostiene la mirada el cineasta.

Pues, ¿quién si no él está mirando aquí?

Pero sostengamos la pregunta.

¿Quién, ahora, nos está mirando?

O más exactamente: ¿quién nos está mirando mirar?

¿Y por qué nos hace un guiño de complicidad?

¿Por qué nos sonríe?

¿Será porque sabe que todo esto no es más que un espejismo?

Les he señalado muchas veces que Michael O’Hara es un personaje en extremo plano: bueno, ingenuo, marino y poeta enamorado. Y es Welles, sin duda, quien lo interpreta, quien se pone en escena a través de él, comenzando a elaborar su mito del artista apasionado y desinteresado –deliberada, intencionalmente loco.

Elsa: Michael, why did you let yourself get dragged into it?

Michael: Sure because I’m a fool,

Michael: a deliberate, intentional fool…

Michael: and that’s the worst kind. Or didn’t you know?

Pero hay algo excesivo, demasiado obvio, en esta caracterización, que llega incluso a dibujar al personaje, en su acentuada tontería, como un besugo:

Michael: I’m afraid so. Something very foolish indeed.

Un besugo cautivado por la fascinante mirada de Elsa.

Pero Welles no sólo se pone en escena en su film por esa vía. Como hay dos mujeres opuestas en Elsa, Welles se despliega en él en dos figuras no menos extremas: junto al marino y escritor, se pone en escena, también, a través de la figura de George Grisby, el socio de Bannister que trama su asesinato, como cineasta, es decir, como sujeto de la mirada que construye y nos ofrece.

Michael: and getting into more trouble.

De hecho, al igual que George Minafer, el joven protagonista de The Magnificent Ambersons, George Grisby comparte su nombre de pila con George Orson Welles.

Y así, como cineasta de nombre George, nos mira e, incluso, nos hace un guiño de complicidad a propósito de esa mujer que es, a la vez, la protagonista del film y su esposa.

Y sin duda esa complicidad señala que conoce nuestro deseo con respecto a la estrella que él mismo mira y ofrece a nuestra mirada.

Y con la que, por tanto, comercia.

Él es, no hay duda, el cineasta: el artífice de la imagen que nos es dada a ver.

¿No late aquí la palpable impotencia que asalta al cineasta y que se manifiesta en el desmesurado sudor que impregna su rostro cuando mira a la mujer que le aguarda ante ese barco -y por tanto ante ese viaje- que es ella misma?

-Pues resulta evidente que la imagen establece un paralelismo compositivo entre el yate Circe y el cuerpo de Elsa.

De modo que son dos y no solo uno los desdoblamientos:

Y en su duplicidad imposible se expande bien ese sentimiento de pérdida, de desvanecimiento de la realidad que impregna todo el film.


La mujer enamorada y el cineasta que controla la escena

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Les decía que en The Lady from Sanghai, además de la letal Dama de Shangai, hay una mujer joven, enamorada y feliz, que se siente atentamente mirada por el hombre al que ama.

Y ese hombre, el cineasta, lo sabe.

Y en un momento dado se nos presenta en la imagen como una figura de dos cabezas que, a continuación, se disocia en dos figuras diferenciadas.

Grisby: She’ll ask you.

El cineasta sabe que ella está enamorada.

Grisby: You wait and see.

Pues Rita Hayworth no eligió el papel de Elsa Bannister; tan sólo se empeñó en ser la protagonista de la nueva película de Orson Welles. Tal era para ella la única vía, por lo demás desesperada e inútil, de intentar recuperar su amor. Y, de hecho, la huella de ese amor puede percibirse netamente en el film, con sólo atender a su dimensión propiamente documental.

Elsa: Will you help me?

Pero entonces una inferencia resulta obligada: si el cineasta sabe que ella está enamorada, entonces, es él mismo, el cineasta, y no ella, quien controla la escena. Lo que da todo su sentido a ese momento, aparentemente incomprensible, en el que el bueno de O’Hara, contra toda lógica de lo que la anécdota narrativa presupone, pone en duda su amor hacia ella.

Elsa: Give me a cigarette. I’m learning to smoke now.

Elsa: Ever since that night in the park…

Elsa: I’ve been getting the habit.

Michael: Do all rich women play games like this?

Elsa: Call me Rosalie.


(Michael da una bofetada a Esla)

Mientrass ella se aferra a ese cigarrillo que recibió como prenda de amor.

Hay demasiadas imágenes en The Lady from Shanghai que no cuadran con la figura letal de Circe y que presentan, por el contrario, a una mujer enamorada y frágil, aferrada a ese cigarrillo excepcional que él le ofreciera.

Elsa: I didn’t think you would do that.

Welles, el gran director de actores, no podía dejar de percibirlo -y de utilizarlo- durante el rodaje del film.

Y seguramente, mientras la película no estuvo concluida, Rita Hayworth llego a convencerse de que estaba recuperando su amor.

¿No se ve aquí a una mujer feliz, natural, sin dobleces? ¿Una que se siente mirada – filmada- con amor?

Mientras la película no estuvo concluida, Rita Hayworth llego a convencerse de que estaba consiguiendo recuperar a su amado. No sólo ella y Welles habían vuelto a vivir juntos, sino que, mientras el rodaje proseguía, el cineasta le dedicaba toda la atención que ella deseaba.

No es difícil deducirlo del modo como Bogdanovich -quien además de autor de un libro de entrevistas con el cineasta, trabajó en una ocasión como actor a sus órdenes- describe la técnica de dirección de actores de Welles:

«Los actores quieren agradar. Les gustan los elogios. Quieren que les digas que lo están haciendo bien. No podría haber un público más receptivo y maravilloso que Orson Welles. (…) Se entregaba y animaba tantísimo como director que me resulta imposible pensar en alguien que haya superado a Orson a la hora de trabajar con los actores. Era memorable esa maravillosa calidad de complicidad que transmite, y que hace que los actores se sientan cómodos y arropados (…) En esencia estás haciendo lo que quiere, pero te maneja de un modo tan natural y es tan generoso en sus halagos y te anima tanto a ser tú mismo que lo que sale es una combinación de ti mismo y de lo que quiere Orson.»

[Bogdanovich]

Es realmente precisa -por una vez, la admiración no nubla el análisis- la descripción que Bogdanovich nos brinda de la técnica -sería mejor decir: de la tekné– de dirección de actores de Welles.

Destaca en ella, por una parte, su poderosa capacidad de seducción. Pero, a la vez, se dibuja con claridad el motor de tal capacidad: el cineasta seduce a sus actores hasta apropiarse de ellos, convirtiéndolos en las herramientas de expresión de su mundo personal.

Y así, como actriz, durante el rodaje, Rita Hayworth hubo de sentirse amada, tanto por el actor que ponía en escena a ese marinero irlandés enamorado como por el cineasta que ponía toda su pasión en su trabajo de dirección de actores.

Y, por ello mismo, ese sentimiento no pudo sobrevivir al final del rodaje.

De modo que, para brutal decepción de la actriz, solo dos meses después de su finalización, había retornado ya la crisis de la pareja que conduciría a la ruptura definitiva.

Son muchos los momentos en los que Rita Hayworth nos ofrece la imagen más convincente de la mujer enamorada que tan mal casa con la fría asesina que se manifiesta en otros momentos de la película.

Michael: Would you care to dance with me?

Y son tan convincentes, sencillamente, porque son verdaderos.

¿Ven ustedes cómo la verdad de ese amor convive con la verdad de la perversión con la que el cineasta lo utiliza en su film?

Michael: Stop crying-

Michael: I can’t stand for you to cry.

Elsa: Do you know what Broome’s been doing?

Michael: Spying. Spying on you.

Michael: Sure, I’m going to take you where there aren’t any spies.

Elsa: Michael, where?

Y sin duda fue éste el motivo de las malas críticas que recibió la actriz por su interpretación en el film.

Realmente, la mujer enamorada de estas imágenes difícilmente casa con la fría asesina que se manifiesta en otros momentos de la película:

Michael: Don’t you move! I told you not to move, I mean it.

Michael: I found the gun.

Michael: You killed Grisby. Yes.

Michael: You’re the killer.

Pero sería un error pensar que Welles había perdido el control como director de actores.

Pues esas dos mujeres opuestas, presentes ambas en el personaje de Elsa, esas dos caras irreconciliables de The Lady from Shanghai, contribuyen sin duda de manera decisiva a esa extrañeza de pesadilla que da al film su más acentuada e insólita originalidad.

Basta con aceptar esta idea, con reconocer que Rita Hayworth encarna en él dos personajes femeninos ya no diferentes sino opuestos, para convenir que el film nos ofrece probablemente las dos mejores interpretaciones que la actriz realizara a lo largo de toda su carrera.

Pero sucede que si eso es así nos vemos ahora obligados a constatar que es el cineasta, y no Rita Hayworth, quien controla la escena.

Pero no piensen que me contradigo con ello.

Porque si les digo que no es Rita Hayworth la que está al mando, si constato que Welles la usa y la manipula, no obstante sigue ahí pendiente la sombra de ese otro personaje, la Dama de Shangai, que es quien finalmente está al mando de todo.

Elsa: Oh my God, what are we scared of?

Grisby: So long,

Grisby: kiddies!

Elsa: Now he knows about us.

Y justo entonces, O’Hara pone en duda su amor.

Michael: I wish I did.

Grisby: Bye-bye.

 

 

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10. La pistola y el cigarrillo, el cochero y el padre

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 29/02/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

 

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De homosexuales y heterosexuales

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Antes de proseguir, permítanme que me detenga en algo que salió en el debate el último día y que creo provocó algunas confusiones.

Creo que lo dije muy claro, pero dado lo delicado del tema, insistiré en ello.

No dije en ningún momento que los homosexuales sean más cobardes que los heterosexuales. Lo que dije fue, exactamente, que, por lo que se refiere al sexo, es decir, a la experiencia del cuerpo, el heterosexual es más valiente -en ningún momento use la palabra cobarde– que el homosexual.

Y lo es porque afronta la diferencia más radical que se da en la experiencia del cuerpo: la del otro sexo.

Y eso me obliga, eso sí, a discutir la pretensión de los activistas del homosexualismo a presentarse como los adalides de la diferencia. Si es que hay tal cosa -adalides de la diferencia-, esos serían, necesariamente, los heterosexuales.

Pero en ningún caso dije que los homosexuales, por serlo, fueran cobardes. No podría decir tamaño disparate. Entre otras cosas porque alguno de mis mejores amigos es homosexual y es una de las personas más honestas que conozco. Y sólo los verdaderamente valientes son capaces de ser verdaderamente honestos.

Por lo demás, conozco a un montón de heterosexuales cobardes.


La culpabilidad que Welles sentía por la muerte de su padre

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Volvamos a The Lady from Shanghai.

Welles se sintió siempre culpable de la muerte de su padre.

«I was in no condition to interfere, being convinced – as I am now – that I had killed my father.»

Con respecto a esa muerte, en unas ocasiones decía que su padre se había suicidado, mientras que en otras afirmaba con convicción que él mismo le había asesinado.

Y, como dice justamente Callow, uno de sus biógrafos, ambas cosas deben ser tomadas en serio por más que Dick muriera de un ataque cardíaco y su hijo ni siquiera se encontrara presente durante su muerte.

Los datos que baraja proceden de Welles por vía de Leaming:

«En años posteriores, sin embargo, Orson ha dado a entender de varias maneras que su padre se suicidó o -lo que resulta más misterioso aunque lo mató él mismo. Por lo que afecta al mitificado suicidio de Dick Welles, el sentir contemporáneo y actual de Orson es que su padre “murió de tanto beber”. Para Orson, el fallo cardíaco y renal fue sólo la causa aparente del deceso, ya que se le antojaba la culminación del largo y autodestructor calvario que Dick comenzara con la pérdida de Beatrice. Y el hijo creyó que la inequívoca derrota del padre en el tira y afloja por Orson, más la brusca negativa del chico a seguir viéndole, fueron demasiado para que aquél lo soportase. Así que el joven Orson dijo que había presenciado el suicidio de su padre, si bien aludía indudablemente al último verano que habían pasado juntos y en el que el muchacho había visto sin poder hacer nada que el padre parecía deshacerse en alcohol. Y cuando Orson afirmó que creía haber dado muerte a su padre, no hacía sino reflejar sus propios sentimientos de culpa: “Siempre he creído que lo maté yo”, dice Orson de una vida de desesperación por haber traicionado a Dick cuando éste le necesitaba.»

[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 45]

Callow no llega más lejos, pero al menos, elimina ese ingenuo comentario de la Leaming sobre lo misterioso de la cosa.

Leaming, en el comienzo de su libro, nos da a ver que ese fue siempre un tema obsesionante para Welles:

«En cierta ocasión, Orson comenta que su padre murió “a una edad muy avanzada”; no bien le atajo para decirle que no, que murió a los cincuenta y ocho, me doy cuenta de que he debido contener la lengua y no corregirle en un tema tan delicado. Orson está confuso. Siempre ha creído que su padre era muy mayor cuando murió; pero alguien ha consultado hace poco la partida de defunción de Dick Welles, y Orson, como sea, tiene que reestructurar los recuerdos.»

[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: Tusquets, Barcelona, 1991, p16]

Los buenos biógrafos se reconocen en que dan datos como éste, aunque se les escape su sentido.

Así por ejemplo: dado un dato como éste, Barbara Leaming podría haberse visto obligada a dudar sistemáticamente de la información wellesiana relativa a tema tan intenso como conflictivo y, tal y como aquí se muestra, evidentemente distorsionado.

Y obtenemos, por lo demás, una indicación precisa sobre el tipo de distorsión que podemos esperar: una distorsión en el eje temporal.

Volveremos sobre ello.

Tanto Leaming como Callow justifican ese sentimiento de culpabilidad en dos hechos fundamentales:

Por una parte, la decisión de Welles, instigada por el director del colegio en cuyo internado residía, Skipper, y su esposa, de negarse a volver a ver a su padre hasta que éste aceptara abandonar el alcohol.

El segundo dato es una suerte de epítome del primero: la incapacidad de Welles, una vez muerto su padre, de hacer cumplir la última voluntad de éste de ser incinerado o arrojado al mar.

Lo que nos obliga a hablar del último viaje por mar que hicieron Dick y Orson a Oriente, sólo seis meses antes de la muerte del primero.

Un viaje que, por ser un viaje por mar y a Oriente, tiene el máximo interés para nosotros.

Fue durante ese viaje, sólo seis meses antes de la muerte del padre, cuando éste, sin duda viendo ya próximo su fin, hizo que su hijo

«firmara un papel prometiéndole que “no se le sepultaría en tierra”. Orson tendría que echarlo al mar o incinerarlo.»

[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 45]

Al parecer, Richard Welles no quería ser enterrado en Kenosha, la tierra de su familia.

Se dan cuenta que está ahí, a la izquierda del cuadro del transatlántico, el retrato de un héroe. Y bien, ¿no empezaba así el diálogo?:

«Mike es todo un héroe, un tipo duro.»

¿Sería Georges Orson capaz de desafiar a su abuela, a la madre de su padre, y lograr que sus cenizas fueran arrojadas al mar en vez de enterradas en la tierra materna?

Fue a la vuelta de este viaje cuando el hijo tomó la decisión de no volver a ver a su padre hasta que no dejara el alcohol. ¿Cómo entonces podría no sentirse culpable si ese papel que su padre le había hecho firmar le confrontaba necesariamente con la evidencia de la proximidad de su muerte? En tales condiciones, negarse a verlo hasta que abandonara el alcohol era lo mismo que abandonarle para siempre.

Y, por tanto, abandonarle a morir sólo.


El sentimiento de culpa parricida y la abuela Mary

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El sentimiento de culpa parricida alcanza su cénit en el funeral del padre, organizado por la abuela paterna, quien se negó a cumplir la última voluntad de su hijo de ser enterrado en el mar o incinerado.

«Al ver el común entierro bajo tierra que la madre y el hermanastro de Dick habían preparado para éste en Kenosha, Wisconsin, Orson se quedó aterrado, porque recordaba la petición paterna, durante el viaje a Oriente, de ser echado al mar o incinerado si moría. “¡No pude impedirlo!”, dice Orson, obviamente afectado aún, cincuenta y tres años más tarde, por el hecho de que embalsamaran a su padre y lo metieran en un ataúd para exhibirlo. Al muchacho le pareció que Dick Welles volvía a ser traicionado.»

[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 47]

La tendencia a la mentira de Welles encuentra un posible origen en la identificación con su alcohólico padre, del que llegó a decir que le encantaba contar historias en las barras de los bares. Desde luego, todos sabemos cómo son esas historias. Pero en esta otra lacerante historia del funeral podemos encontrar un motivo mayor: esa terrible mujer, Mary, la abuela de Welles, que convirtió en una mentira el último juramento que éste había hecho a su padre moribundo.

Por cierto que ya hemos encontrado a una Mary.

Minister: Mary, wilt thou have this man for thy husband, to live together after God’s ordinance in the holy estate of matrimony? Wilt thou love him, comfort him, honour and keep him in sickness and in health, and, forsaking all others, keep thee only unto him so long as ye both shall live?

Mary: I will.

De la que llegamos a saber que era una Mary de poder aniquilante:

Leaming nos habla de la aversión que Orson sintió siempre hacia su abuela.

«Décadas después, pese a las negativas públicas de Mary, Orson se aferra a la historia que originalmente contó sobre ella y que comenzó a circular en los años 1930-40, y que decía que la anciana era una bruja que había perpetrado ritos satánicos durante el entierro de Dick. Su réplica -que era una devota de la Ciencia Cristiana y que había sido Orson el protagonista de una escena de mal gusto en el entierro- la rechaza Orson. “Era una bruja”, insiste, “una bruja de pura cepa: baja, gorda y hedionda.” Al final una sospecha que la animadversión de Orson hacia su abuela se debe sobre todo a que, según su modo de decir las cosas, la anciana echó una maldición sobre el matrimonio de sus padres, lo cual, en términos de algún modo menos satánicos (y metafóricos), alude sencillamente a su continua negativa a aceptar a Beatrice. Si a Orson su abuela le parece una irreverente superlativa quizá sea porque, al oponerse a la unión de sus padres, se constituyó en cierto modo en la antítesis de los días felices de la primera infancia que tan sagrados fueron para él.»

«[Leaming, Barbara: 1984: Orson Welles: p 47-48]

Como ven, las imágenes del Macbeth -no casualmente la siguiente película que rodó Welles tras The Lady from Shanghai– que han visionado al principio de la sesión de hoy encuentran, por relación a esa abuela bruja, una motivación suplementaria. Y no sólo por la intensidad visual de las brujas wellesianas, sino también por la condición esencial de Macbeth, traidor y asesino del propio rey al que, finalmente, habrá de suplantar… Antes de que cierto Parque Central -el bosque de Birnam- se levante contra su crimen.

Witches: Hail!

Macbeth: What is’t you do?

Witches: Hail!

Witches: Hail to thee, thane of Cawdor.

Witches: All hail, Macbeth,

Witches: thou shalt be

Witches: king hereafter!


El crimen: el padre y el cigarrillo

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Pero, en el mundo fantasmático de Orson Welles, esa traición al padre muerto no es más que la última fase de un crimen anterior.

Este es pues el momento de volver al crimen que localizamos el otro día en el centro de Central Park con la inestimable ayuda de Antonioni.

Y recuerden que ese crimen ha quedado cifrado por las cifras cuatro y cinco.

Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

Michael: In a short while, she recovered herself

Michael: and brightened up, what with the things I told her to get her mind off the scare she’d had and to set her thinking as well, of the brave fella that had rescued her.

Michael: Rosalie, fair Rosalie.

Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

Una vez localizado, resulta obligado volver aquí.

Y constatar que desde el primer momento había ahí alguien más.

Michael: if I’d been in my right mind, that is.

Se le ve bastante bien, ¿no les parece?

El cineasta se ha molestado en que la luz ilumine su rostro y a la vez, desde otro ángulo, perfile su figura.

Claro está, ustedes no lo habían visto hasta ahora dado que estaban todos fascinados por esa bella dama -y no menos las mujeres que los hombres, ¿por qué será?

Ahora bien, tampoco los bebés reparan durante mucho tiempo en la presencia de su padre…

Y, desde luego, ese hombre, el cochero, desaparece en el mismo instante en que Welles nombra a esa mujer que le deslumbra.

Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…

Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

Michael: “Good evening,”

Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

Sin embargo, ese alguien, ese tercero, sigue ahí.

Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

Y hay que ver qué bien iluminado está ahora.

Se le ve si se le mira.

¿Que por qué ustedes no le veían? Por el mismo motivo por el que no lo ve O’Hara: porque ella no le mira.

Es decir: porque no le desea, y, así, no le introduce en el mundo del niño con la flecha de su mirada deseante.

Y el caso es que, en su seguir ahí, reconózcanmelo, podría hacer estructura.

De hecho, un perfecto triángulo,

aunque sólo por un instante, se ha configurado aquí.

Como ven, la estructura canónica está perfectamente trazada sólo un instante antes de ser aniquilada.

Y la pieza con la que se inicia ese proceso de aniquilación es un cigarrillo:

Michael: Some people can smell danger. Not me.

Michael: I

Michael: asked her if she’d have a cigarette.

Michael: It’s

Michael: my last, I’ve been looking forward to it. Don’t disappoint

Michael: me.

Elsa: But I don’t smoke.

Realmente, la importancia de ese cigarrillo que atraviesa todo el film no puede ser ignorada.

Y no sólo por esto.

También por esto:

Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

¿Lo ven ya?

Ese conductor lleva un cigarrillo en la boca.

Lo verán mejor en una ampliación:

Realmente ahora alcanza un notable protagonismo visual.

¿Acaso no es él quien se la lleva, a ella, a esa mujer deseada que ocupa el lugar de la imago primordial?

Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

Imposible atribuirlo a una casualidad.

Pero tampoco a un acto fallido.

Es evidente que Welles decidió que ese cigarrillo estuviera allí y que se hiciera intensamente visible.

Aunque nadie, a la salida del cine, recuerde haberlo visto.

Es imposible porque, dado el acento explícito que el guión pone en el cigarrillo que él le ofrece a ella, cualquier script hubiera llamado la atención sobre el cigarrillo que el cochero llevaba en la boca si su presencia no hubiera sido ordenada por el cineasta.

Pues, evidentemente, quita intensidad a ese otro cigarrillo que sólo un instante antes, ha protagonizado la imagen en un gran plano detalle

y que luego, un instante después, tras este abultado movimiento de grúa, va a volver a protagonizarlo.

Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

Michael: But in the park, in those days…

Además, está ese pronunciado movimiento de grúa,

destinado a mostrarlo cada vez mejor

Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

plenamente iluminado sobre el fondo oscuro.

Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

Y está también, por otra parte, la otra cosa que este movimiento de grúa nos permite ver: que este cochero lleva pantalones negros.

Hay momentos en que los indicios saturan lo suficiente como para alcanzar el estatuto de pruebas.

Pues a principios de 1983, sólo dos años antes de su muerte, Wells publicó dos artículos autobiográficos en la revista francesa Vogue.

El primero se llamaba así:

«My Father Wore Black Spats

«by Orson Welles»

[Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

Mi padre llevaba pantalones negros

Y en este sorprendente texto wellesiano puede leerse lo siguiente:

«Why did she marry my father?

«Much of the older of the two, he was, in fact, an Edwardian bon vivant who picked most of the ladies from the musical comedy stage. He had a famous name because of a cigar. The “Dick Welles” cigar was a cheap and popular smoke named for a horse which had won the Kentucky Derby.»

[Orson Welles: My Father Wore Black Spats, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

De modo que aquí lo tienen todo.

En primer lugar, un cigarrillo famoso: The “Dick Welles” cigar.

El cigarrillo, podríamos decirlo así, del nombre del padre. Y no olviden ustedes que la palabra Dick es también, en la cultura anglosajona, una manera popular de designar al pene.

Y un cigarrillo famoso que es suscitado en el contexto de la pegunta que el cineasta se hace sobre lo extraño del matrimonio fracasado de sus padres: Why did she marry my father?

De modo que la referencia a la esposa, a la madre de Orson Welles, es bien explícita.

Y además, en él, el padre es caracterizado como un bon vivant Edwardiano, es decir, uno que vestiría al modo de la época que ese cochero y ese coche mantienen congelada.

Pero no sólo eso, está todo, incluso el caballo que arrastra ese coche –named for a horse which had won the Kentucky Derby.

Y no pueden objetarme que se trate de un mero cochero y no de un señor adinerado, pues como ven, su cigarro era barato y popular –The “Dick Welles” cigar was a cheap and popular smoke.

Cuando lean el articulo completo si no lo han hecho todavía se darán cuenta de hasta qué punto el propio Welles veía los negros pantalones de su padre como uno de los signos más patentes del patético fracaso de su pretensión de ser un dandy.

¿Y cómo no reparar, entonces, en lo inverosímil de lo que sigue?

Michael: The cab driver was waking up. He was okay. So I borrowed his carriage to drive the lady home.

¿Desde cuándo un cochero va a dejar tan fácilmente su coche a un marinero desconocido?

Y si ha recibido un golpe en la cabeza del que está ahora despertando, ¿no sería más lógico que exigiera ser conducido a algún lugar donde pudiera ser curado?

El caso es que se deshacen de él, de ese borracho tambaleante, en el oscuro interior de Central Park.

Michael: In a short while, she recovered herself

Michael: and brightened up, what with the things I told her to get her mind off the scare she’d had and to set her thinking as well, of the brave fella that had rescued her.

De modo que cuando, a la separación de sus padres, Orson pasó a vivir con su madre, debió vivir aquello como un acto criminal: abandonaba al padre -que se alcoholizaría y moriría a causa de ese abandono- para irse con ella.

Con lo que aquí también encontramos una escena incestuosa en el origen.


La pistola y el cigarrillo

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Volvamos a ese punto en el que Elsa nota que le falta algo:

Elsa: I’ll make it worth your while.

¿Qué puede ser?

Les he indicado ya en una sesión anterior que no puede tratarse de la pistola, pues su ausencia ya la debería haber notado dado el considerable peso que posee incluso la pistola más pequeña.

Pero si no me creen puedo probárselo con un pequeño experimento.

Solo tienen que probar a atravesar el pasillo de la casa de sus padres llevando el bolso de noche de su madre, primero con la pistola de su padre dentro del bolso y luego sin ella.

Pero bueno, si no lo hacen, lo entenderé, pues es un experimento realmente duro si se hace al completo: en la casa de los padres de uno, con el bolso de la madre y con la pistola del padre…

Basta con que se hayan planteado su posibilidad para que comprendan lo duro que debió ser ese otro experimento que fue rodar e interpretar The Lady Shanghai.

Ahora bien, si no puede ser la pistola lo que ella busca, entonces sólo puede ser el cigarrillo.

Ese cigarrillo que él le dio, y ella puso ahí.

Elsa: But I don’t smoke.

Eso mismo, por cierto, que el cineasta nos mostró con extremo cuidado como lo que había allí:

Michael: That’s how I found her. And from that moment on…

Michael: I did not use my head very much, except to be thinking of her.

Michael: But in the park, in those days…

Tendrán que reconocerme que si en ese minúsculo bolso hubiera habido una pistola y si hubiera caído al suelo y quedado abierto, lo que asomaría en él no sería algo de tan poco peso como ese cigarrillo rodeado por el etéreo pañuelo, sino la pistola.

Y la pistola habría arrastrado, con su peso, esa nada de peso que es la del cigarrillo.

Tienen que aceptármelo: todo ello responde a eso tan serio que es la ley de la gravedad.

De modo que ahí no puede haber pistola alguna.

Ahí sólo podría estar ese último cigarrillo que él había ofrecido a la dama como prenda de amor y que, en cuanto tal, ésta había envuelto cuidadosamente en su pañuelo y guardado en su bolso.

Michael: the rough young fellas used to be staging hold-ups and the like.

Y por cierto, ¿no sostiene él ese cigarrillo para que no se salga con el cuidado y la parsimonia del mago que llama nuestra atención hacia un punto mientras realiza su truco en otro que ha quedado fuera de nuestro campo visual?

Elsa: Help! Help!

Y es entonces cuando, como les decía, pone su mejor cara de besugo.

Pero cabe decir que esta encontrará una manifestación más expresiva en la posterior escena del acuario:

Elsa: You’re not going to try anything foolish, are you?

Él mismo lo confirma, diría que incluso con excesiva insistencia:

Michael: I’m afraid so. Something very foolish indeed.

Michael: Sure because I’m a fool, a deliberate, intentional fool…

Realmente, habría algo extraordinariamente estúpido en no darse cuenta que ahí había una pistola -si realmente la hubiera habido.

Michael: Could it be this you’re looking for?

En cualquier caso, no es posible sobrevalorar esta pistola, porque en el desenlace del film demostrará ser el elemento decisivo:

Michael: I must find that gun.

Elsa: Gun? What gun?

Michael: I’ve got to find the gun that killed Grisby. It’ll prove I’m innocent.

Y bien, no digo que no sea una pistola lo que ella busca, pero si eso es así, sólo lo es allí donde ella ahora la localiza con su mirada.

Pues en ningún caso es una pistola lo que ella quiere tener.

Elsa: You were smart to carry a gun, travelling alone in the park, but…

Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

Y desde luego, tampoco es posible sobrevalorar ese cigarrillo que tan amplio despliegue tendrá en lo que sigue del film:

Elsa: Give me a cigarette. I’m learning to smoke now.

Elsa: Ever since that night in the park I’ve been getting the habit.

Bannister: He died bankrupt. And here I am.

Elsa: George.

Atención al cigarrillo.

Y al extraordinario circuito que aquí comienza.

Bannister: Each man has his own idea of happiness, of course.

Grisby: I haven’t matches.

Bannister: But money is what all of us have in common.

Bannister: Take Bessie here. She used to work for Bachrach. I pay her more, don’t I, Bessie?

Bessie: Yes, Mr. Bannister.

Bannister: Her salary means happiness. It means a home…

Bannister: three rooms for two families. Bessie’s a grandmother, a widow. Only one of the boys works. Right, Bessie?

Bessie: Yes, sir.

Bannister: Yes, of course it is.

Bannister: So Bessie goes to church every Sunday she gets off…

Bannister: and prays to God she’ll never be too old to earn the salary I pay her.

¿Tienen alguna duda de que ella viste de negro, entre otras cosas, para que mejor se haga visible, sobre su cuerpo, ese cigarrillo que en esta escena amplía su circuito al propio Grisby?

Desde luego, no es posible sobrevalorar ni ese cigarrillo ni esa pistola.

Y ello porque, aunque seguramente lo han olvidado, o incluso es más posible que en ningún momento se hayan dado cuenta de ello, ese cigarrillo y esa pistola entran y salen de un mismo lugar.

Michael: Don’t you move! I told you not to move, I mean it.

Michael: I found the gun.

Pero, como les digo siempre, no es del todo cierto que no se hayan dado cuenta, porque aunque su consciencia no se haya enterado de nada, no hay duda de que su inconsciente lo ha visto.

Qué cosas tan notables suceden, como pueden ver, en la cadera de The Lady from Shanghai.

Late en todo ello, sin duda, una fórmula cuyos factores fundamentales son el cigarrillo y la pistola, el bolso y el pañuelo.

Michael: if you knew you had the gun in your bag… why throw away the bag?

Elsa: I meant for you to find it.

Pero esta también ahí la otra, su víctima, Rita Hayworth.

Y ella lo que quisiera es tener esa prenda de amor, encarnada en el cigarrillo, que era promesa de que la pistola la tenía él y estaba dispuesta para ser usada.

Ella lo dice con total claridad: no sabe -y podemos añadir: no quiere-, disparar.

Elsa: I don’t know how to shoot.

A lo que él responde, ¿qué?

Michael: It’s easy. You just pull the trigger.

Pero no está claro que sea tan fácil, pues él se aferra a -y se fuma- un cigarrillo que ya no es para ella.

¿Quieren que se lo diga más claro?

Que él sólo puede desearla si ella tiene una brillante pistola.

Por eso, cuando se le acerca, cuando entra en el interior del coche cama mágico de ella,

Michael: I bet I could drive the car from down there inside with you.

cuando choca con esa cruda realidad que estriba en que ella no tiene pistola, entonces, de inmediato, se pone rígido, entra en pánico, empieza a ver policías por todas partes y, finamente, sale corriendo.

Elsa: There’s a police car on the other road.


¿Acaso no es palpable la impotencia que asalta al cineasta y que se manifiesta en el desmesurado sudor que impregna su rostro cuando mira a la mujer que le aguarda?

Su impotencia ante ese barco -y por tanto ante ese viaje- que es ella misma -pues resulta evidente como la imagen establece un paralelismo compositivo entre el yate Circe y el cuerpo de Elsa.

Claro que pensarán ustedes que es excesivo identificar a Grisby con el cineasta.

Me llevará su tiempo demostrarles que nada de excesivo hay en ello. Pero por ahora debiera bastarles el hecho de que él comparece en esta escena como alguien que mira, a través de un visor, a una hermosa mujer que posa para su mirada.
 

 

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6. The Stranger: La escena fantasmática

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 25/01/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

 

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The Stranger: Mary y Virginia: semejanzas y diferencias

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El último día alguien me formuló una objeción en el bar. Hubiera preferido que me la formulara aquí, en la sesión, pero entiendo que muchas veces eso no es posible.

Y el bar no es mal lugar, a sesión terminada, para comentar esas cosas que a veces tardan en cuajar o que uno no quiere exponerse a formular en público.

En cualquier caso, quiero animarles a seguir el ejemplo de su compañero y formular todas las dudas y objeciones que se les ocurran.

Me doy cuenta de que a veces piensan que las objeciones pueden molestarme. Por eso quiero decirles que es todo lo contrario: que me interesan y me estimulan. Para ser más exactos: que me ayudan a avanzar.

Como les he dicho, cada año desarrollo aquí, en este seminario, una nueva investigación. Y las objeciones muchas veces hacen visibles aspectos pendientes del objeto de estudio. Y cuando esas objeciones son resistencias, son igualmente útiles, dado que, como les digo una y otra vez, analizar un texto artístico es analizar el inconsciente que en él ha cristalizado.

De modo que les invito a utilizar cualquiera de estas tres instancias de discusión, ya sea la sesión, el bar o las tutorías, para hacerlo.

Y ahora vayamos al contenido de la objeción.

Tuvo una primera formulación que era más o menos ésta:

«¿Cree usted que decir que la protagonista de The Stranger se parecía a Virginia Nicholson no es una interpretación?»

Bueno, yo no dije que se parecieran fisonómicamente, sino que pertenecían al mismo tipo y estilo de mujer: jóvenes de alta sociedad, pero no estiradas, sino alegres, ingenuas, delgadas, frágiles.

Lo que se deduce no sólo de las imágenes, sino también de las descripciones ofrecidas por Leaming y Welles:

«(Welles) Desde el primer instante se sintió atraído por aquella rubia frágil y casi infantil, cuya cintura era tan estrecha que él casi la podía abarcar con una de sus manos.»

[Leaming]

«Cuando (Virginia) llegó a Nueva York era la esencia misma de la juventud inocente”».

[Welles, en Leaming]

Hecha esta acotación, mi respuesta es que no: que decir eso no es una interpretación.

Esta semejanza de tipo, de perfil si se prefiere, es un dato objetivo. Otra cuestión es si este dato es o no es relevante. Pero sobre eso no podemos pronunciarnos todavía. Pues depende, sencillamente…, de hasta donde ese dato nos permita llegar. Por eso la cuestión de la relevancia de un dato sólo puede ser juzgada a largo plazo.

Máxime cuando, les insistí mucho sobre ello el otro día, el principal obstáculo para el análisis es nuestra consciencia, que tiende siempre a considerar irrelevantes las cosas realmente interesantes.

Y el dato es éste: el personaje de Mary posee rasgos que lo asemejan considerablemente a Virginia Nicholson.

Y añadiré uno del que no hablé el otro día: si quieren encontrar un nombre semánticamente próximo a Mary, María, difícilmente encontrarán uno más apropiado que Virginia.

Y es que entre ambos nombres hay una relación metonímica radical: la Virgen María.

Desde luego, existen evidentes diferencias fisonómicas. Especialmente dos: Virginia Nicholson posee una nariz más grande y una barbilla más pronunciada que Loretta Young.

Pero al volver a prestar atención expresa a esos rasgos diferenciales, al deletrearlos, me he llevado una verdadera sorpresa, es decir, he encontrado, sin buscarlo, algo notable: que esos rasgos que separan a Virginia de Loretta Young la aproximan…

¿A quién?


A ese ángel que finalmente se descubre doncella.

La doncella del reloj.

Son, precisamente, los rasgos sobre los que les llamé la atención el otro día porque favorecían la ambigüedad sobre el sexo del ángel.

Como ven, las objeciones me ayudan.

Pues estos elementos que les estoy presentando ahora no son cosas que me guardara el otro día, sino aspectos en los que he reparado al reflexionar sobre la objeción recibida.

Y quiero llamarles la atención también sobre otra cosa.

Aunque hemos introducido un dato biográfico -la figura de esa primera esposa, Virginia Nicholson-, sigue siendo el dato textual y no el dato biográfico el que manda.


La escena fantasmática: un fantasma femenino mortífero

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Pues ningún dato biográfico parece permitir atribuir a Virginia los rasgos mortíferos de la figura del reloj.

Es más, las declaraciones de Welles, en principio, parecen ir en sentido contrario. Virginia es, nos ha dicho, la esencia misma de la juventud inocente. Una muchacha, en suma, angelical.

Sólo que la figura mortífera del film es un ángel.

Un ángel femenino que nos devuelve la cara oculta de la dulce Mary y que comparte rasgos fisonómicos con Virginia.

Es el texto el que manda: y en él encontramos una imagen oscura, siniestra, de esa primera esposa.

¿Tiene eso algún interés? ¿Tiene algún interés el cómo fuera o no fuera la primera mujer de Orson Welles? ¿Es ese un dato estético relevante?

Me refiero ahora a la segunda objeción del compañero de ustedes, que me preguntaba:

«¿El resultado del análisis conduce nada más que a eso, a averiguar cuáles eran los traumas de Orson Welles?»

Descartemos aquí la palabra trauma. Por ahora al menos no he hablado de ninguno.

Pero sí de un fantasma: un fantasma femenino mortífero.

desgarrador

y aniquilante.

¿Tiene eso pertinencia estética?

La tiene, sin duda, pero sólo en tanto ese fantasma nos alcance, en tanto sea capaz de afectar a nuestro inconsciente y, por tanto, de movilizarlo.

Y es que mientras que un trauma es un suceso irrepetible que le golpea a uno, una escena fantasmática es una constelación psíquica, de índole a la vez visual y narrativa, en la que pueden reconocerse muchos.

Hace años que vengo trabajando con una hipótesis que, al menos en mi opinión, no cesa de confirmarse.

Y estriba precisamente en esto: en que en el núcleo de toda gran película hay una poderosa escena fantasmática que, al margen de todo contenido ideológico, y también al margen del grado de verosimilitud de la narración, afecta, impacta poderosamente al inconsciente del espectador.

Toda la narración se organizaría sobre esa escena fantasmática, a la vez anunciándola, preparándola y demorándola -el suspense no sería después de todo otra cosa que el movimiento por el que esa escena se prepararía, anunciaría y demoraría.

De modo que todo en el texto narrativo se focalizaría sobre el vértice de esa escena que constituiría su punto de ignición.

Ahora bien, esa implicación de nuestro inconsciente en The Stranger sólo sucede en escasa medida.

Y ello porque no es un gran film, por mucho que sea un film interesante con algunas secuencias francamente notables.

Pero no es un film que justifique, por sí mismo, un análisis.

¿Que por qué me detengo en The Stranger aun cuando es un film que no cuaja, y aun cuando, por ello mismo, me arriesgue a un descenso en el tono de la implicación de ustedes en el análisis?

Sencillamente porque ha sido realizado por ese gran cineasta cuyo film inmediatamente siguiente va a constituir una de sus grandes obras.

Y porque, contra todos los tópicos sobre la baja implicación del cineasta en ellos, he encontrado ya datos suficientes para probar que Welles mentía, que su implicación en ellos era mucho más alta de lo que quería aparentar.

Y por cierto que esas semejanzas estructurales que les mostré el otro día son la mejor prueba de ello.

De modo que todo ello nos permite -y nos invita a- utilizar The Stranger como un revelador, en el sentido químico del término, de The Lady from Shanghai.

Todo ello concede, además, un interés añadido al análisis comparado de ambos films, pues nos da una ocasión idónea para poner a prueba la otra hipótesis fundamental que les he propuesto este año: que la ficción artística, en toda gran obra de arte, es siempre, necesariamente, verdadera.

Una de las vías para probarlo es establecer esa verdad subjetiva que habita The Lady from Shanghai.

Pero otra, no menos interesante, es establecer la falta de verdad subjetiva que hace fracasar a The Stranger.


The Stranger: Boda y Crimen

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Uno de los aspectos más sugestivos de The Stranger es el montaje paralelo a dos bandas que orquesta su primera parte: en una sucede un crimen

y en la otra un matrimonio.

Minister: Dearly beloved,

Y no es menos notable que en ambas sea invoque a Dios:

Minister: we are gathered together here in the sight of God to join together this man and this woman in holy matrimony.

Meinike: It will take strength. Such strength as can come only from God.

Meinike: Kneel by me, Franz. And together we will pray to him to give you strength.

Ambas, pues, poseen una neta dimensión ceremonial. En ambas están presentes ciertas palabras rituales que deben ser ceremonialmente repetidas.

Meinike: I have sinned against heaven and before thee. I am not worthy to be called thy son.

Say these words after me. I despair of my sins.

Rankin: I despair of my sins.

Meinike: O God of all goodness.

Rankin: O God…

Meinike: How could I ever have offended thee?

Rankin: …of all goodness.

Minister: …and, forsaking all others, keep the only unto her so long as ye both shall live?

Rankin: I will.

Minister: Mary, wilt thou have this man for thy husband, to live together after God’s ordinance in the holy estate of matrimony?

Wilt thou love him, comfort him, honour and keep him in sickness and in health, and, forsaking all others, keep thee only

unto him so long as ye both shall live?

Mary: I will.

Y los términos del acto que así es convocado quedan señalados en el plano que sigue:

La forma fálica de la torre indica metafóricamente la magnitud de lo que está en juego a la vez que, metonímicamente, en el plano narrativo, anuncia el lugar donde el acto definitivo tendrá lugar.

La novia, no hay duda, aguarda el acto que consume la boda.

Mary: Hello, Father. Has anybody seen my brand-new husband?

Judge: Don’t tell me he’s deserted you already.

Mary: Looks as if, the brute.

Y justo en el momento en que esta espera es así subrayada, aparece por primera vez el perro de Mary:

Mary: Red, have you seen Charles? Go find him for me.

Observen el poderoso contraste entre el blanco del vestido de la novia y lo oscuro del plano con el que se encadena

Mary: Hurry up.

Y huelga señalar que Welles, mientras entierra el cadáver del hombre que ha asesinado, viste su traje de novio.

Pero es todavía más poderoso el encadenado siguiente:

La novia aparece ahí mismo, en el lugar del crimen, pero las manos de él no la tocan a ella, sino a la tierra que cubre el cadáver, es decir, el cuerpo del crimen.

De modo que la asociación entre lo uno y lo otro, entre el cuerpo de la novia y cuerpo del crimen, está del todo acentuada.

Pues ese invariante antropológico que es la relación metafórica mujer-tierra es aquí movilizado, y lo es para conformar una metáfora siniestra: pues si de la novia se espera que brote un hijo, de esa tierra lo que brotará muy pronto será un cadáver.

Noah: I’ve looked everywhere for him. I can’t find him.

Welles es un cineasta de poderosas ideas plásticas.

Observen como este sillón protagoniza la composición: es casi el trono que señala la ausencia de Kindler: todos los hombres quedan arrinconados tras él, a la vez que señalan con su mirada a la novia y subrayan la precaria situación en la que aguarda, sumisa, ante ese sillón-trono vacío.

Mary: I’m getting worried.

Rankin: Are you, darling?

Rankin: What about?

Mary: Charles!

Mary: You’ve changed.

Rankin: Don’t you think you’d better?

Rankin: After all, aren’t we supposed to be going on a honeymoon?

Mary: Give me five minutes.

¿Esa noche hacen el amor los recién casados?

Es de suponer que sí, pero el film para nada lo acusa.

Por el contrario, el final de la escena más bien lo excluye o, al menos, se niega a acusarlo.

Para que entiendan mejor lo que les digo, imagínense que la secuencia hubiera terminado aquí:

que el fundido en negro se hubiera producido sobre esta imagen.

En tal caso, la elipsis que seguiría sugeriría la prolongación de ese beso hasta la consumación del abrazo sexual.

Pero la solución de la escena es del todo diferente:

pone en escena la disyunción, en vez de la conjunción entre los dos personajes.


La Sombra y el hombrecillo

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De modo que, por lo que a la puesta en escena se refiere, ese encuentro queda pospuesto hasta aquí:

Mary: Oh.

Charles: What is it, dear?

Como les indicaba el otro día, son las 12 de la noche, es decir, la media noche, vale decir, también, la hora canónica del acto sexual, como lo acredita indiscutiblemente La Cenicienta -de lo contrario ¿por qué Cenicienta habría tenido que abandonar la fiesta a esa hora?

Y ahí, al tálamo matrimonial, accede Kindler-Welles en calidad de demonio y de sombra.

De Sombra, desde luego, amenazante, criminal, demoníaca.

Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Welles: La planta del crimen da fruta amarga.

Pero también, por sombra, impotente.

Welles: El crimen no merece la pena. La sombra lo sabe.

Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Esto es, entonces, lo que la Sombra sabe: que el crimen no merece la pena.

Mary: I’m sorry. I was dreaming. About that little man.

De modo que aquí tampoco se consuma nada.

En el lugar del acto que no tiene lugar, aparece, en cambio, un sueño.

Mary: The little man was walking all by himself across a deserted city square. Wherever he moved, he threw a shadow. But when he moved away, Charles, his shadow stayed there behind him and spread out just like a carpet.

¿Quién es el hombrecillo del sueño?

De acuerdo con la anécdota narrativa, sin duda el oficial nazi que venía en busca de Kindler y que éste ha asesinado.

Pero si atienden al engarce de la letra del sueño con la letra de la escena, verán que es el propio Kindler-Welles, pues es él quien permanece en ella como una sombra.

Es decir: es él el hombrecillo.

Todavía: es él el que ahí, ante el tálamo matrimonial, comparece no como un hombre sino como un hombrecillo, como la sombra sin cuerpo de un hombre.

Me objetarán quizás que eso casa mal de un don Juan de éxito indiscutible como el Orson Welles de aquella época.

Pero si lo hacen es que no comprenden bien lo que es un don Juan.

Pues un don Juan es un hombre que huye de cada mujer en la siguiente. Es decir: alguien que vive como un fracaso cada encuentro sexual.


Fantasma fálico

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Y bien, el abrazo, como saben, sólo se consuma al final.

Pero fíjense lo que precede, de manera inmediata, a la escena final.

Mary, literalmente convertida en un negro fantasma, como si surgiera de esas lápidas del cementerio que vemos tras ella,

se desliza más que camina hacia la torre.

Y lleva una caja. ¿Qué puede haber en ella?

Insisto, el abrazo sólo se consuma al final.

Son las 12 de la medianoche.

La hora del vértigo extremo.


He aquí la consumación:

tal es el abrazo sexual que culmina la escena fantasmática del film

Se trata de un abrazo final que recuerda a otro de Alfred Hitchcock (Sabotage, 1936):

¿No es tan angelical la protagonista de Sabotage como la de The Stranger?

Y el hecho de que este desenlace se produzca en lo alto de la torre de una iglesia, en su campanario,

y que todo ello se bañe en el vértigo de su altura, no puede por menos que recordarnos lo que sucederá diez años más tarde en Vertigo (1958),

El campanario pues, figura en sí misma fálica, convertida en lugar y emblema del fracaso fálico del varón.

Por lo que se refiere a Vertigo, tienen un detenido análisis de ello en el libro que les he invitado a leer este año. De modo que huelga ahora detenerse en ello.

Sólo quiero señalarles la importancia de ese fantasma femenino mortífero que reina tanto en el cine de Hitchcock como en el de Welles.

Y que, en mi opinión -introduzco así de paso la tercera hipótesis del día- constituye el fantasma central del arte del siglo XX.

Seguramente les parecerá éste un enunciado excesivo pero, ¿acaso no fue Alfred Hitchcock el cineasta más famoso, a escala de masas, del siglo XX? ¿Y no fue a la vez -y esto es ya del todo sorprendente- el cineasta de mayor prestigio entre los intelectuales?

Pero sobre todo: ¿No fue él el cineasta central que marcó la inflexión del cine postclásico que se impuso en la última parte del siglo XX y que sigue del todo vigente como el espectáculo de masas de este siglo XXI?

En otros lugares –Leolo, La Edad de Oro, Fight Club– he señalado su relación directa con la psicosis.

Y no hay duda, pienso, que algo de ese orden está presente, también, en The Lady from Shanghai.

Pues bien, con respecto a ella, The Stranger, película en sí misma sólo mediana, es un potente revelador:

Creo que incluso los más hostiles al psicoanálisis no pondrán en duda el carácter hostilmente fálico de ese fantasma, ¿no les parece?

¿Qué por qué fracasa estéticamente El extraño allí donde triunfa La dama de Shanghai?

El otro día pusimos las bases para responder a esta cuestión.

El motivo del fracaso no está aquí.

Sino aquí:

La fuerza que tiene Bannister en The Lady from Shanghai carece de correlato en el policía que ocupa su lugar en El extraño.

O, para ser más exactos, en los dos personajes que ocupan ese lugar.

Pues está también éste otro:

Los dos son tan buenos como planos, y eso hace que no pueda cuajar aquí esa red densamente perversa que lo impregna todo en The Lady from Shanghai.

Pero no me entiendan mal: obviamente, podría hacerse una película excelente con una estructura como ésta, a tres personajes, en la que el tercero fuera, como aquí, un personaje bueno.

El cine clásico está lleno de obras maestras de ese tipo. Y es que en ellas ese tercero comparece como una pieza clave del relato clásico: la del Destinador.

De modo que no hay duda de que es posible hacer películas magníficas con esa estructura. Pero todo parece indicar que no eran ni Welles, ni Hitchcock las personas apropiadas para ello.

¿Por qué? Sencillamente porque eso no era verdad para ellos.

Esto es algo que se constata de inmediato, con solo contrastar The Stranger con The Lady from Shanghai.

Y, desde luego, no hace falta la biografía para ello. Pero la biografía nos permite confirmarlo. Léanla. Verán hasta qué punto la verdad subjetiva de Welles tuvo que ver, desde su primera infancia, con una estructura a tres netamente perversa.
 

 

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2. Naufragio

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 14/12/2007 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

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No interpretar, sino deletrear

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Retomemos la cuestión donde la dejamos el otro día.

¿Puede haber muchas interpretaciones de un texto?

Desde luego. Pero lo que yo les propongo es no perder el tiempo haciendo interpretaciones. Lo que les propongo es deletrear el texto.

Para ello es necesario en primer lugar evitar cierta confusión insistente.

El que la letra de un texto diga lo que dice no supone que no podamos equivocarnos al leerlo.

Obviamente, todo el mundo puede equivocarse. Es más: todo empuja a ello, tanto más cuando más nuestro inconsciente se ve involucrado.

Precisamente a eso dedicamos la segunda parte de la sesión del otro día: a localizar el foco de los equívocos, que no es otro que nuestro propio yo, en tanto se defiende de la letra del texto.

Obviamente, nadie es inmune a ese peligro.

Pero, precisamente por eso, no hay mejor manera de evitarlo que deletrear.

Ahora bien -y este es un matiz fundamental- deletrear no lo que las imágenes dicen, sino, sencillamente, lo que las imágenes son.

Y es que el debate se vicia totalmente cuando, dejándose embaucar una vez más por los tópicos del modelo comunicativo, se concibe la obra como un medio para decir algo, como un mensaje, en suma, que el director dirigiría al espectador.

Desde ese momento, todo en la obra, las imágenes como las palabras, dejan de valer por sí mismas, por lo que son, para pasar a ser concebidas como medios que servirían para hablar de otra cosa.

Y claro está, a partir de ese momento, se dispara el juego de la interpretación: más allá de lo que son, las imágenes y las palabras son juzgadas como elementos que hablan de otra cosa.

Es en este contexto donde, de manera aparentemente inevitable, todo se encuadra en términos de responder a la pregunta: ¿qué ha querido decir el director?


Lo que quiso decir / lo que hizo

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Como si eso, lo que el director haya pensado o querido decir, tuviera alguna importancia, cuando lo que realmente tiene importancia es que lo ha hecho.

Y fíjense que no he dicho que lo que importa es lo que el director ha dicho.

Lo que he dicho es algo muy diferente: que lo que importa es lo que el director ha hecho.

¿Y qué es lo que ha hecho? ¿Acaso lo que ha hecho no ha sido decir?

Sí, sin duda: con imágenes, con palabras, ha dicho. Pero lo que importa no es lo que ha dicho, sino el acto de decirlo.

Es decir: lo que importa -pues es allí donde reside la verdad estética− está en la enunciación, no en lo enunciado.

De modo que es lo hecho y no lo dicho lo que importa: él lo ha hecho; ha empezado su película así.

Ha escogido esa masa oscura, pesada, amenazante de agua, a la que no ha concedido nada de luz y nada de horizonte.

Y esa es sólo una de las mil maneras posibles de mostrar el mar.

Sin salir del film, es posible presentar un montón de ellas diferentes.

Y frente a esas mil maneras, reconocerán que hay pocas tan espesas e inquietantes, tan cargadas de malestar y de melancolía como ésta:



Lo real del rodaje: hacia una crítica de la noción de ficción

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Lo que confirma lo que les decía el otro día, que la película se conforma temporalmente como un largo flash-back que parte desde la playa del naufragio final.

Michael: Maybe I’ll live so long that I’ll forget her. Maybe I’ll die trying.


Ahora bien, ¿no son así en cierto modo todas las películas?

Pues, de hecho, los títulos de crédito suelen ser lo último que se rueda.

Y todo relato se cuenta, necesariamente, en pasado: eso ocurrió, se nos dice preceptivamente con la intensidad que caracteriza al pretérito perfecto simple.

Se tiende a pesar que esa es una figura retórica propia de la ficción. Pero el caso es que ese es uno de los conceptos que les voy a invitar a someter a crítica sistemática este año: el concepto de ficción.

Ya habrá ocasión para ello.

Por ahora contentémonos con esto; ensayen este punto de vista: que todo lo que en The Lady from Shanghai ven, cada gesto y cada palabra, ha sucedido realmente en el pasado exactamente tal y como lo ven en el film.

Y eso es así porque cada una de esas cosas ha sucedido durante el rodaje.

Y bien: ese proceso, el del rodaje, no fue una ficción, sino un proceso eminentemente real.

Por ello, una película es, antes que cualquier otra cosa, la huella real -documental, si ustedes quieren, pero esta palabra banaliza la cuestión-, el registro real de la experiencia que tuvo lugar durante su rodaje.

Y no sólo de ésta, sino también, en un bucle que no tiene fin, de cierta experiencia previa, más antigua, que se vio suscitada, rememorada y actuada durante el rodaje.


Directed by: el naufragio y la omisión

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Y bien retomemos el hilo; había el imperceptible encadenado y un efecto desconcertante:

La playa, el naufragio.

Y les decía: la ola de la playa del náufrago rompe sobre el nombre de Orson Welles que aparece como guionista y productor del film, mas no como su director.

Una realmente sorprendente omisión:

Les decía también: el cineasta aparece primero como actor -tras el nombre de la actriz que encabeza el reparto, y un instante antes del título del film, que remite expresamente al personaje que la actriz interpreta en él-,

y aparece de nuevo en el último de los créditos, como guionista y productor pero no lo hará nunca, sin embargo, como director.

Si en su primera aparición el nombre de Orson Welles se encuentra emparedado entre esas dos caras de la estrella femenina, la brillante –Rita Hayworth– y la oscura –La dama de Shangai-, en la segunda esa ola, que después de todo procede de ese mar que es sin duda el de la Dama de Shangai, parece aplastar su nombre hasta hacerlo desaparecer.

Y concluía por eso señalándoles que, en cierto modo, podríamos pensar que la película entera se estructurara en forma de flash-back,

como el recuerdo de su protagonista que ahí, ante la playa, rememora minuciosamente su personal naufragio a modo de esos exorcismos en los que se recuerda intensa y prolijamente algo perdido con la esperanza de lograr no volver a recordarlo nunca más.

Por tanto: es la más densa y oscura melancolía la que late en el brillo de ese fondo oscuro que es el del mar del comienzo de The Lady from Shanghai.

Y porque es el propio cineasta quien interpreta al personaje confrontado a su naufragio, es difícil sustraerse a la idea de que en el núcleo del film se encuentra el naufragio personal del propio Orson Welles.

A fin de cuentas, ¿esa ola no ahoga su nombre hasta hacerlo desaparecer

como ese mismo nombre se vio ahogado en Hollywood en el encadenamiento de fracasos que alcanzó su cénit con el de este mismo film?


Los falsos motivos de la omisión

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Santos Zunzunegui, en su libro sobre el cineasta, ha llamado la atención sobre esa notable omisión, interpretándola como un gesto de Welles destinado a

«alertar a un espectador avisado de que la película que estaba a punto de comenzar no era, más que parcialmente, la concebida por su autor.»

[Zunzunegui, Santos: Orson Welles, Cátedra, Madrid, 2005]

Le haría muchas objeciones a este enunciado que resume algunos de los tópicos que obstaculizan el buen análisis textual, en la misma medida en que desconocen la índole específica de la experiencia estética.

Diría, en primer lugar, que los artistas no se dedican a enviar mensajes a los espectadores avisados.

Es este uno de los tópicos en los que se incurre cuando se aplica apresuradamente el modelo comunicativo al fenómeno artístico, y que conduce a cierta insistente idea que imagina al director guiñándole el ojo al crítico avisado que le entiende. Y no es difícil percibir la fantasía imaginaria que late en esa imagen del crítico avisado que entiende al artista, que se entiende con él.

Pero la objeción en la que quiero detenerme ahora es más específica.

Y es que creo del todo insostenible que el motivo de la ausencia del nombre del cineasta como director se debiera al hecho de que no pudiera reconocerse como autor del film tal y como había quedado en su versión final.

Pues aunque sin duda hubo de ser muy lo doloroso para Welles tener que aceptar las transformaciones que Harry Cohn, el directivo de Columbia, impuso en el montaje final de The Lady from Shanghai reduciéndola en casi una hora con respecto al montaje realizado por el cineasta, tales mutilaciones no lograron evitar que todas y cada una de las imágenes del film constituyan manifestaciones inconfundibles del estilo -y de la mejor potencia- visual de Welles.

Cosa que no puede decirse, en cambio, de The Stranger (1946),

la película inmediatamente anterior del cineasta y en la que, sin embargo, éste no dudó en depositar su firma como director,

a pesar de tratarse de un producto de encargo -fue contratado en el último momento para sustituir a John Huston- en cuyo guion no intervino, cuyo primer montaje debió también ser acortado por exigencias de la productora y que por todo ello repudió siempre como la menos personal de sus películas.

La repudió, pero no dejó de firmarla como director.

De modo que el hecho de que Welles no tuviera problema alguno en firmar como director de The Stranger obliga a buscar en otra dirección el sentido de su renuncia a hacer lo mismo en The Lady from Shanghai, un film sin duda mucho más personal y valioso.

Puedo en cambio estar más de acuerdo con Zunzunegui cuando sostiene que el film contiene

«una reflexión en segundo grado sobre su paso por ese mundo de ilusión y fantasía deformante que era (y es) Hollywood.»

Digo más de acuerdo y no, sin más, de acuerdo, porque hay algo en el tono de este enunciado con lo que, a pesar de todo, no puedo estar de acuerdo.

Me refiero a ese presupuesto peyorativo hacia Hollywood tan del uso entre la crítica de cine -la europea tanto como la americana, dicho sea de paso.

Me imagino que en el siglo quince habría también bastantes intelectuales españoles, franceses o alemanes que criticarían con la misma desenvoltura y el mismo tono de superioridad las ilusiones y fantasías deformantes de la Florencia renacentista.

Como tampoco puedo estar de acuerdo en eso del segundo grado en el que reaparece la fantasía anterior del cineasta encriptando mensajes para que sean descubiertos por los críticos avisados.

Pero bueno, dicho esto, no hay duda de que Hollywood es aludido en el film.

Yo diría que casi todo el tiempo, aunque esto llevará tiempo mostrarlo.

Pero lo que sí resulta evidente de inmediato es que lo está de manera casi explícita en su final.

Pues, de hecho, las palabras que decoran los edificios del parque de atracciones corresponden bien a la industria de la diversión hollywoodiana: Diversión:

Entretenimientos, Diversión para todos:

En la tierra del juego.

Máxime si se atiende al doble sentido de la palabra inglesa play, que nombra a la vez el juego y la interpretación teatral o cinematográfica.

Como ven, se adelanta mucho cuando se deletrea.

Crazy House, la casa loca, es sin duda un nombre apropiado para Hollywood tal y como Welles lo percibe.

Ahora bien, sucede que todo esto es demasiado evidente. Tan evidente como, por ello mismo, insuficiente.

Pues constituye el sentido tutor donde quien más y quien menos tiende a acomodarse dejándose llevar por la imagen que el propio Welles construyera de sí mismo como el artista −comprometido, progresista− que desafiara al sistema hollywoodiano.

Y, así, tiende a quedar velado lo que está escrito en la letra misma del film: que no solo no aparece la palabra director,

sino que el nombre mismo del cineasta resulta barrido por la ola y por eso finalmente borrado.


La Dama de Shangai ahoga su nombre

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Ahora bien: barrido por la ola, no por el parque de atracciones.

De modo que, si eso es así, resulta obligado reconocer que no es Hollywood, representado por ese parque de atracciones que tan patentemente lo designa, lo que le barre, le borra y, así, le hace naufragar, sino lo otro absoluto de ese parque de atracciones, eso que se encuentra frente a él y que carece de artificios tanto como de palabras.

Me refiero, claro está, al mar.

De modo que echar la culpa del naufragio de Welles a Hollywood es dejarse llevar por el sentido tutor del film tal y como tantas veces trató de cerrarlo el propio cineasta en sus insistentes declaraciones.

Para evitarlo, no hay mejor camino que seguir de cerca el devenir del film

desde ese momento en que, en el lugar en el que era de esperar la expresión Directed by Orson Welles, ésta queda sustituida por esa otra tan poco convencional: Screen Play and Production Orson Welles.


Michael: When I start out

Michael: to make a fool of myself there’s very little can stop me.

Michael: If I’d known where it would end, I’d have never let anything start…

Michael: if I’d been in my right mind, that is.

Michael: But once I’d seen her… once I’d seen her…


Michael: I was not in my right mind, for quite some time.

Parece evidente que, si resulta aceptable suscitar las conflictivas relaciones de Welles con la industria hollywoodiana como uno de los motivos que dan su sentido al film en tanto crónica de un apasionado fracaso, resulta obligado hacerse cargo del papel que, en todo ello, desempeña la estrella, como encrucijada central en todo ese proceso.

Máxime cuando esa estrella era, a la vez, la esposa de ese narrador, actor y cineasta.

Y no piensen que sea este un dato extratextual, pues era uno que, en los tiempos del estreno del film conocía cualquier espectador que fuera a ver The Lady from Shanghai.

Y tanto más cuando así comienza el film, conduciendo a su espectador a hacer la experiencia de la aparición del fulgor progresivamente resplandeciente de la estrella.

De modo que no es necesario buscar más lejos: todos los elementos se disponen, en el comienzo del film, para responder a esa ausencia del esperado Directed by.

Si Welles no comparece como director es, sencillamente, porque no es él quien dirige.

Si comparece, en cambio, como actor, narrador y productor es porque en el producto que nos ofrece narra la historia de la que él mismo es actor, y en ella se muestra fascinadamente dirigido por el brillo de la estrella que, de pronto, irrumpe inundando su campo visual.

Michael: “Good evening,”

Michael: says I, thinking myself a very gay dog, indeed.

>

Michael: Here was a beautiful girl all by herself, and me with plenty of time. Nothing to do but get myself into trouble.

Michael: Some people can smell danger. Not me.

Por lo demás, ¿cómo no recordar, tras estas fascinantes imágenes, el hecho de que, si en su primera aparición el nombre de Orson Welles se encuentra emparedado entre esas dos caras de la estrella femenina, la brillante y la oscura,

en la segunda esa ola,

que después de todo procede de ese mar que es sin duda el de la Dama de Shangai, parece aplastarle hasta ahogar definitivamente su nombre?

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5. Sade y la Diosa. Sam, Lila y el doble vínculo

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2013/2014
Sesión del 08/11/2013
Universidad Complutense de Madrid
de esta publicación: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

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Nietzsche y la Diosa que retorna

 

En el ejercicio del último día, uno de ustedes me objetaba algo a propósito de mi tesis sobre ese retorno de la Diosa que se habría producido como efecto de la muerte del Dios patriarcal.

Me decía que, en todo caso, se trataría de un retorno de las diosas, en plural. Pues muerta la unidad, habría venido a reinar la fragmentación.

Y bien, es cierto que en la postmodernidad los discursos se han vuelto cada vez más fragmentados. Y es cierto que esa fragmentación parece prefigurada por la estructura aforística de muchos libros nietzscheanos. A lo que yo podría añadir que esa fragmentación -cuyo ejemplo último, extremo y masivo es el texto televisivo- podría ser considerada como un rasgo coherente con la lógica de la psicosis. Es decir, una manifestación de la tendencial psicotización de los textos de nuestra contemporaneidad.

Y por lo demás, sería factible poner en relación la cada vez más intensa fragmentación del texto nietzscheano con la psicosis del propio Nietzsche.

Pero sucede que mi tesis no es una especulación ni una interpretación, sino el resultado de una constatación textual.

Resumámosla de nuevo: en Así habló Zaratustra la proclamación de la muerte de Dios se ve acompañada por la entronización de una Diosa.

Y allí, en ese texto donde ese retorno se manifiesta con la mayor claridad, para nada se habla de múltiples diosas. Sólo se habla de una: la diosa Tierra.

Repasemos la cadena de enunciados que tuvimos ocasión de considerar el año pasado:

«El superhombre es el sentido de la tierra.»

«Nada más alentador, oh Zaratustra, crece en la tierra que una voluntad elevada y fuerte: ésa es la planta más hermosa de la tierra.»

«¡Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales!»

«Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre.»

«El yo aprende a hablar con mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores encuentra para el cuerpo y la tierra.»<

«Una virtud terrena es la que yo amo…»

«¡Ojalá hubiera permanecido en el desierto, y lejos de los buenos y justos! ¡Tal vez habría aprendido a vivir y a amar la tierra – y, además, a reír!»

«Habla verdaderamente desde el corazón de la tierra.»

«¿Que qué busco yo aquí?, respondió aquél: lo mismo que tú, ¡aguafiestas!, a saber, la felicidad en la tierra.»

«Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella que me dio a luz.»

Les insisto: procuren no interpretar, solo interpreten cuando no les quede más remedio.

Procuren deletrear.

Pues las letras son los hechos de los textos.


Dios no es 1, sino 3

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Les indicaré donde se produce la confusión: allí donde se hace equivaler la muerte de Dios con la muerte de la unidad.

Pero insistiré en ello una vez más: la muerte de Dios no es la muerte de la unidad, sino la de la terceridad.

Fue sólo la teología, pero en ningún caso la Biblia, la que se empeñó en confundir al Dios cristiano con el 1.

El Dios Monoteísta que nació con el cristianismo -pues el del judaísmo no lo era del todo, dado que aceptaba la existencia de los dioses de las otras tribus- no por ser monoteísta es el uno.

Monoteísta significa único, no 1.

Significa que es el mismo para todos los hombres, constituyéndose por ello en el fundamento de su igual dignidad en tanto tales -y éste es sin duda el aspecto revolucionario del cristianismo que fundó e hizo posible esa novedad histórica radical que fue el humanismo, antesala directa de los movimientos democráticos y socialistas.

Es el único para todos en tanto es, para todos, tercero.

De ahí que su caracterización incluya, junto a su carácter de único, su carácter patriarcal: es un Dios Monoteísta y Patriarcal.

Les diré más: es obligado reconocer que este Dios es Dios de orden.

Pero también para esto, para que pueda ser dios del orden, su cifra ha de ser el tres, pues, contra las apariencias, no hay orden posible en el uno.

O dicho en términos matemáticos: no tiene sentido postular el orden para el uno, solo tiene sentido postularlo para la serie: 1, 2, 3.

Ésta pequeña serie ya sí es un ejemplo de orden, lo que requiere que haya serie y que los elementos de esa serie puedan ser diferenciados.

De modo que no hay orden en el uno.

Como no lo hay en la experiencia unaria arcaica que es la del narcisismo primordial en el que el individuo, sin conciencia diferenciada de sí, se ve atrapado en los vaivenes de su relación con la Imago Primordial.

Los vaivenes del todo o nada. El todo del placer y la armonía reconciliada o el nada de la angustia y la desintegración.

Por cierto: les daré otro motivo para reconocer que Dios no es el uno sino el tres: que no es cierto -he aquí otro equívoco teológico que Lacan, como tantos otros, hace suyo- que Dios creara el mundo ex nihilo.

No al menos el Dios del Génesis, pues éste comenzó a trabajar a partir de -y contra- el caos primitivo.

Si comenzó separando el cielo de la tierra es porque antes de su llegada todo estaba mezclado.

Caóticamente mezclado.

Lo que, dicho sea de paso, nos permite aclarar la relación del uno con la fragmentación.


Sade y la Diosa Naturaleza

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Para ello, permítanme que les presente al más significado predecesor de Nietzsche en la obra de la deconstrucción y en la consiguiente exaltación de la Diosa.

«Dios (…) esa existencia es quimérica (…) El espíritu del hombre, en una fase demasiado infantil aún como para buscar y encontrar en la naturaleza las leyes del movimiento, único resorte de todo el mecanismo que provocaba su perplejidad, creyó más simple suponer un motor a esa naturaleza que considerarla a ella misma como motriz y, sin pensar que le constaría más edificar, definir a ese gigantesco amo que encontrar en el estudio de la naturaleza la causa de lo que le sorprendía, admitió a ese soberano y le erigió un culto (…) fantasma absurdo, primer fruto de la ceguera humana. Cada cual lo vestía a su manera, pero era siempre el mismo (…) Dios no existe, la naturaleza se basta a sí misma. No necesita autor (…)»

[Sade: Justine]

¿Ven como también aquí la crítica -y la burla- de Dios, su desmontaje deconstructivo, viene acompañado por el enaltecimiento exaltado de la Diosa?

Como ven, la Diosa de los ecologistas -la naturaleza– ya está aquí.

Y por supuesto, tiene razón Sade en esto, la naturaleza no necesita a Dios, se basta a sí misma.

Es el hombre el que necesita a Dios para poder afirmarse frente a ella.

Pero concentrémonos ya en el tema de la fragmentación y el caos como atributos de la Diosa Naturaleza:

«toda forma es igual a los ojos de la naturaleza, nada se pierde en el inmenso crisol donde se ejecutan sus variaciones. Todas las porciones de la materia que en él caen vuelven a surgir inmediatamente bajo otras formas y sea cual fuere nuestro comportamiento a este respecto no la ultraja, no podría ofenderla. Nuestras destrucciones reaniman su poder: entretienen su energía y ninguna la atenúa. Ninguna la contraría (…) ¿Qué importa a su mano, siempre creadora, que esa masa de carne que hoy adopta la forma de un individuo bípedo se reproduzca mañana bajo la forma de mil insectos diferentes? ¿Es que vamos a afirmar que la construcción de ese animal de dos pies le cuesta más que la del gusanillo o que se toma más interés? ¿Si el grado de apego o, mejor, de indiferencia, es el mismo, qué puede importarle que la espada de un hombre convierta a otro en mosca o en hierba?(…) todos los hombres, todos los animales, todas las plantas crecen, se alimentan, se destruyen y se reproducen por los mismos medios y jamás experimentan una muerte real, sino una simple variación de lo que les modifica. Todos aparecen hoy bajo una forma y unos años después bajo otra (…) sin que por ello quede afectada ninguna ley de la naturaleza (…)»

[Sade: 1791, Justine, traducción de Pilar Calvo, Fundamentos, Madrid]

Aquí lo tienen: las porciones de la materia.

Como ven, esta Diosa, a diferencia del Dios Padre, tiene una mirada indiferente:


A los ojos de la naturaleza toda forma es igual a cualquier otra; en su inmenso crisol caben todas las variaciones -¿no les recuerda esto a la sopa indiferenciada y caótica que resulta del segundo principio de la termodinámica?

Y es que en ella todo acaba transformándose en cualquier otra cosa –Todas las porciones de la materia que en él caen vuelven a surgir inmediatamente bajo otras formas.

Y en lo que sigue pueden ver donde se asienta el relativismo cínico de la deconstrucción: Nuestras destrucciones reaniman su poder: entretienen su energía.

¿Qué importa a su mano, siempre creadora, que esa masa de carne que hoy adopta la forma de un individuo bípedo se reproduzca mañana bajo la forma de mil insectos diferentes?

Retengan esta equiparación entre los hombres y los insectos a los ojos de la Diosa, porque encontraremos en seguida su eco en Psycho.

Y, así, la Diosa Madre Naturaleza de Sade nos libera ya -casi cien años antes que Nietzsche- de toda culpa y de toda compasión, autorizándonos a entregarnos al goce de la destrucción:

¿Si el grado de apego o, mejor, de indiferencia, es el mismo, qué puede importarle que la espada de un hombre convierta a otro en mosca o en hierba?


Gregory Bateson

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Por lo que se refiere a Gregory Bateson, hay quien ha objeto a la teoría del doble vínculo de Bateson que no tiene en cuenta el inconsciente.

Ciertamente, Bateson no baraja un concepto de inconsciente propiamente freudiano, pues, aunque alguna vez reconoce la posibilidad de un inconsciente marcado por traumas y represiones, él se interesa más por uno caracterizado, sin más, por los procesos que escapan a la consciencia.

Pero, en cualquier caso, la cuestión no debe afectarnos mayormente por lo que se refiere a su teoría de la esquizofrenia dado que -al menos tal y como yo la entiendo- la psicosis se caracteriza, precisamente, por una ausencia de inconsciente. -Si se fijan en Norman, deberán reconocerme que no hay nada inconsciente en él.

Otra objeción que se le ha dirigido es que carece de una terapéutica para la cura de la psicosis. Pero miren, tampoco eso es muy objetable, dado que, hoy por hoy, nadie la tiene. Ni vía fármacos, ni vía psicoanálisis.

No entiendan con esto que el psicoanálisis no pueda ayudar al psicótico a vivir con su psicosis, a aprender a manejarse con ella. Pero eso está lejos de ser, en rigor, una cura.

Otra cuestión: hay quien pregunta: ¿si la vida es una paradoja en sí misma, por qué no estamos todos psicóticos?

No deben confundir los mensajes que producen el doble vínculo con la paradoja, por más que es cierto que en el centro de la reflexión de Bateson sobre la esquizofrenia la paradoja ocupe un lugar esencial del que habremos de ocuparnos detenidamente más adelante.

Una paradoja es un enunciado contradictorio, o al menos uno que entra en contradicción con el sentido común. Sin embargo, lo que dice Bateson que causa el doble vínculo es el efecto combinado de tres enunciados: los dos primeros contradictorios entre sí y un tercero que impide escapar de esa contradicción.

Estos enunciados, en sí mismos, no son paradójicos. Sólo que entran en contradicción entre sí.

Y, además, a diferencia de las paradojas, no versan sobre el mundo, sino, y esto lo tiene muy claro Bateson, sobre las relaciones interpersonales.

«la clase particular de proposiciones que considero importantes para la determinación de los síndromes transcontextuales son aquellas relaciones formales que describen y determinan la relación interpersonal.»

[Gregory Bateson: 1969, Doble vínculo, en Pasos hacia una ecología de la mente, Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1998]

Ahora bien, para poder esclarecer esta cuestión es necesario previamente abordar una discusión: ¿es la teoría de los tipos lógicos la más apropiada para explicar el modo como se produce ese atasco comunicativo que es el doble vínculo esquizofrénico? ¿Y es la teoría de la comunicación la más apropiada para explicar los trastornos del lenguaje que afectan al esquizofrénico?

Demoro esta cuestión para el próximo día y les invito a participar en ella.

Y les invito a hacerlo por una vía muy concreta que puede resultar en extremo reveladora: ¿no han reparado en la contradicción en la que incurre Bateson una y otra vez cuando intenta explicar el doble vínculo a partir de la teoría de los tipos lógicos?

A veces da la sensación de que él mismo estuviera atrapado por el doble vínculo que trata de describir.

Permítanme, a este propósito, que les transmita una intuición: Bateson debió haber experimentado una intensa situación de doble vínculo en su entorno familiar. Y, así, él mismo podría ser un caso ejemplar de alguien que lo habría experimentado y que lo hubiera resistido.


Una peculiar carta de amor

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¿Cómo puede continuar esta película?

Saturday: ahí tienen una confirmación más que evidente que se nos había escapado. Es ya indiscutible que Lila llega en sábado, más concretamente el sábado 19 de diciembre de 1959.

El mismo sábado en que Sam escribe a su siempre queridísima Marion.

Lo que, dicho sea de paso, contemplamos en un plano subjetivo del propio Sam mientras escribe su carta.

Ciertamente, hay algo de humorada siniestra en el modo en el que se pasa del punto de vista de Norman al de Sam:

Es absoluta la oposición entre el agua negra de la ciénaga que ha deglutido a Marion y el papel blanco de la carta en la que Sam le escribe.

Como ven, es evidente que las palabras llegan demasiado tarde. -Que el acto de compromiso amoroso de Sam llega demasiado tarde.

Y es que Sam es el hombre que siempre llega tarde. Aquí le tienen, paralizado, atrapado, enjaulado. Encerrado en su tienda.

Sam es, desde luego, demasiado débil, lo que no deja de contrastar -otra humorada siniestra- con su industria: se presenta, en el membrete de su carta, como Sam Loomis hardware.

Sin embargo nada de hard hay en él: ahí le tienen, hundido entre los papeles de su oficina, derrotado por adelantado.

Y vaya arranque para una carta de amor: utiliza el papel con membrete de su tienda.

Todo un personaje, este Sam. Se supone que está arrepintiéndose de haberle dicho a Marion que no y que está animándola a ir a vivir con él. Y, sin embargo, hay que ver como se lo dice.

Subraya el looks, dejando claro que no es que haya sitio suficiente para los dos, sino que, tan sólo, lo parece.

Que todo lo que puede ofrecerle es pobre, estrecho y miserable.

Y, de paso,la califica a ella de insensata por querer ir a vivir con él…

Esto parece suficiente para los dos… pero no lo es… pero lo parece aunque no lo sea…

Si eres así de insensata ven, aunque no deberías ser tan insensata como para venir

Como ven, la lógica del discurso de doble vínculo empapa la carta de Sam.


Los insectos y los hombres

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La voz de una mujer mayor se hace oír entonces

Woman: I’ve tried many brands.

Y diríase que esa voz tuviera el poder de encarcelarlo.

Woman: So far, of those l’ve used, l haven’t had much luck with any of them.

Diríase, casi, de aniquilarlo, dada la violencia de esos rastrillos que parecieran agredir su cuerpo.

Woman: Let’s see what they say about this one.

Ciertamente, la mujer que habla se dispone a leer otra cosa, pero pareciera, dado que no sabemos con quién habla, que fuera a comenzar a leer la carta del propio Sam.

Woman: They tell you what its ingredients are

Woman: and how it’s guaranteed to exterminate every insect in the world,

Los más afilados cuchillos rodean la cabeza de esta mujer.

¿Podría ser Sam ese insecto aniquilable? El caso es que, a estas alturas, su figura ha quedado del todo oculta por la de la mujer.

Woman: but they do not tell you whether or not it’s painless.

Woman: And l say, insect or man, death should always be painless.

¿Con qué aspecto del discurso de esta mujer debemos quedarnos? ¿Con su deseo de evitar el dolor de los insectos en su exterminio o con la equivalencia que realiza entre los insectos y los hombres? -Y observen que nombra primero a los insectos.


La introducción de Lila

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Woman: I suppose, this one seems to claim more and better qualities than lots of the others.

Se dan cuenta de que esta manera de introducir a Lila no deja de recordar el modo en que en otro momento fue mostrada Marion:


Es evidente que el cineasta juega, de nuevo, con la simetría.

Y no es menos evidente que las repeticiones que introduce no dejan de tener el sabor de lo siniestro.

Por lo demás, es un hecho que esta mujer que ahora llega a la ferretería de Sam en Fairville realiza la parte final del viaje que Marion no logró completar.

Pero no lo es menos que introduce, en el lugar mismo de esa simetría, cierto elemento que la quiebra.

¿Cuál? Su propia mirada: pues Hitchcock distingue, con su mirada, a Marion, frente a Lila. A Janet Leigh frente a Vera Miles.

Pero ya saben ustedes lo que eso encubre: fue de Vera Miles y no de Janet Leigh de quien Hitchcock estuvo enamorado y de quien quería vengarse por haberse quedado embarazada y no haber podido interpretar a la protagonista de Vertigo.

Un rostro bello, sin duda.

Pero también, sobre todo, extraordinariamente duro. Observen que el maquillaje y la iluminación trabajan en la dirección de esa dureza.

Para que se den cuenta de ello, vean cuan dulce puede ser el rostro de Vera Miles:

Lila: Sam?

Para esa señora, la que compara a los hombres con los insectos, las mujeres no son comparables con ellos, sino enemigas potenciales.

O en otros términos: no insectos, sino potencias reales.

Bob: Sam! Lady wants to see you.

Y Sam, como ven, sigue acuchillado por los rastrillos.

Sam: Yes, miss?

Desde el primer momento, la sombra de Lila deja su huella sobre la camisa de Sam.

El que esta sombra desaparezca en los planos inmediatamente siguientes no debe hacernos desatenderla, pues reaparecerá en seguida como una de las ideas centrales de la puesta en escena.

Lila: I’m Marion’s sister.

Sam: Oh, sure.

Sam: Lila.

Obsérvese con qué nitidez se recorta la figura de Lila sobre el fondo por obra de la iluminación escogida.

Y qué extrema dureza hay en su mirada.

Lila: Is Marion here?


Asustadito está ya el pobre Sam: ante ella se siente, desde el primer momento, culpable.

Se constata ahora hasta qué punto la sombra de ella sobre su camisa es una decisión mayor de la puesta en escena.

Es una sombra que, en cierto modo, se lo come visualmente. Una que resta, disminuye su presencia en imagen, a la vez que le da a ella una cierta dimensión espectral.

¿Y qué decir del halo que los rastrillos conforman en torno de su cabeza?

Si se detienen en ello observarán que la curva que trazan esos rastrillos es bien semejante a la curva inversa que dibujan sus cabellos en la parte inferior de su cabeza.

Sin duda, ella es una potencia amenazante.

Lila: Well, of course not.

Woman: Thank you.

Sam: Something wrong?

(Cash register rings)


Lila: She left home on Friday.

Lila: I was in Tucson over the weekend

Lila: and I haven’t heard from her since.

Aparece entonces el detective.

Resulta evidente que este personaje ocupa en esta segunda parte un lugar equivalente al del policía de carretera en la primera.

Y de hecho, su modo de introducción visual es semejante:


Y esa semejanza será mucho más neta dentro de un momento.

Lila: Not even a phone call.



El doble vínculo: Norman

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Lila: Look, if you two are in this thing together, I don’t care, it’s none of my business, but I want to talk to Marion and I want her to tell me

Lila: it’s none of my business and then I’ll go…

Sam: Bob,

Como ven, Lila es tan dura como sufriente.

¿No les parece que este sufrimiento que ahora pone en escena -el de haber sido abandonada por su hermana- corresponde bien al motivo final de la decisión de Marion de retornar a Phoenix?

Norman: She needs me.


De modo que el lugar de esa ella que es, para Norman, su madre, es ocupado, para Marion, por su hermana Lila.

Recuerden el doble vínculo que estructuraba la relación de Norman con su madre:


Norman: She needs me.

Ella me necesita: me odia y me ama a la vez y por eso yo la amo tanto como la odio.

Probemos a ubicar el crimen de Norman en el contexto de esta relación de doble vínculo: no es que ella no me ame como yo pienso a veces, sino que se enfada porque soy yo el que no la ama suficiente.

Prueba de que no la amo lo suficiente es que deseo a otras mujeres.

Y bien, si las mato, le demostraré que es a ella a la que realmente amo.

Observen que lo que hace más plausible esta demostración es la imposibilidad de la demostración natural: acercarse a ella, a la madre, y manifestarle amor.

Pues Norman sabe que si realiza tal aproximación será rechazado. Por eso en el campo del doble vínculo la agresión es la única manifestación posible de amor.

Así lo ha aprendido el psicótico del discurso de su madre cuando, al ser rechazado en sus aproximaciones a ella, ha recibido la siguiente explicación: te rechazo porque tu aproximación no es auténticamente amorosa; te castigo por amor: mi amor es tu castigo.


El doble vínculo: Marion

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¿Y Marion?

Ciertamente, Marion está presente en esta escena:

Lila: Not even a phone call.

Lila: Look, if you two are in this thing together, I don’t care, it’s none of my business,

Lila: but I want to talk to Marion and I want her to tell me

Lila: it’s none of my business and then I’ll go…

Sam: Bob,

Retrocedamos:

Sam: Yes, miss?


Lila: I’m Marion’s sister.

Lila se presenta como la hermana de Marion.

Y fíjense cómo examina al hombre que tiene delante y que es el novio de Marion.

Les parecerá una perogrullada, algo que ya saben, que dan por descontado. Pero miren, en el análisis no puede darse nada por descontado.

Probemos a colocar a Marion en el lugar de Sam, pues realmente es con ella con quien está hablando Lila.

Y le dice

Lila: Not even a phone call.

No me has llamado, lo que prueba que no me amas y que me ocultas la verdad de tus sentimientos.

Lila: Look, if you two are in this thing together, I don’t care, it’s none of my business,

Si quieres irte con él no me importa, es asunto tuyo.

Lila: but I want to talk to Marion and I want her to tell me

Pero sé sincera conmigo, dime la verdad, confiésame tus auténticos sentimientos, dime que le amas a él y no a mí.

Lila: it’s none of my business and then I’ll go…

Tienes derecho a ello, pero ello probará que no me amas, y yo, abandonada, me moriré de pena.


La locura de Marion

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Uno de ustedes me decía en el ejercicio del otro día que no compartía la idea de la locura de Marion, pues ella sí podía escapar de la trampa del doble vínculo, ya que se había curado por la confrontación con el discurso del psicótico.

Pero lo que sucede en el film es exactamente todo lo contrario:

Norman: We all go a little mad sometimes. Haven’t you?

Marion: Yes. Sometimes just one time can be enough.

Marion: Thank you.

Norman: Thank you, Norman.

Marion: Norman.

Norman: Oh, you’re not

Norman: going back to your room already?

Marion: I’m very tired. And I have a long drive tomorrow, all the way back to Phoenix.

Marion ha decidido volver a su trampa, con Lila.

Norman: Really?

Esta tan atrapada en su trampa que confunde escapar de ella con caer en ella -lo que, en sí mismo, constituye ya un efecto inevitable del doble vínculo.

Marion: I stepped into a private trap back there and I’d like to go back and try to pull myself out of it

Y es el film el que acredita su locura por un doble procedimiento:

Marion: before it’s too late for me, too.

Norman: Are you sure you wouldn’t like to stay just a little while longer? Just for talk?

Marion: Oh, I’d like to, but…

Norman: All right. Well, I’ll see you in the morning. I’ll bring you some breakfast, all right?

Norman: What time?

Marion: Very early. Dawn.

Primero con la evidencia de esa locura escrita en su rostro.

Y segundo con la aceptación de su nombre de grulla:


Norman: Crane. That’s it.


La envidia de Lila

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Ahora atendamos a otro aspecto de Lila.

¿No ven con qué interés mira al novio de su hermana? ¿No atisban, en esa mirada, un fondo de envidia?

Sam: Oh, sure. Lila.

Lila: Is Marion here?

Sam: Well.

Woman: Thank you.

Sam: Something wrong?

Ciertamente, algo va mal.

Lo tienen escrito en el rostro de Lila. Les diría más: lo tienen escrito en toda su complejidad, con la mayor precisión, en las dos mitades de ese rostro.

La cosa merece una ampliación:


¿No ven la ira más amenazante en el ojo derecho y una intensa tristeza como resto de esa envidia en el izquierdo?

¿Por qué no podré yo tener uno como él? -dice el ojo izquierdo,

mientras el derecho se manifiesta decidido a fulminarlo.

Como si cada uno de los lados del rostro pudiera articular uno de los enunciados contradictorios del doble vínculo.

De modo que también desde este punto de vista lo que hay entre ellos dos es asunto de Lila:

Lila: Look, if you two are in this thing together, I don’t care, it’s none of my business,

Lila: but I want to talk to Marion and I want her to tell me

Lila: it’s none of my business and then I’ll go…

Sam: Bob, run out and get yourself some lunch, will you?

Bob: That’s okay, Sam. l brought it with me.


Sam: Run out and eat it.


Lila es una potencia

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Les insisto en la meticulosa utilización de los rastrillos del fondo como un amenazante halo de Lila.

Sam: Now, what thing could we be in together?

Lila: Sorry about the tears.


Decididamente, le sienta muy bien a Lila su orla de rastrillos.

Sam: Well, is Marion in trouble? What is it?

Y, no menos decididamente, la sombra de Lila deja su impronta sobre Sam.

Arbogast: Let’s all talk about Marion, shall we?

Sombra más orla: impresionantes los poderes de Lila, y sistemático el modo de su escritura por parte del cineasta.

Tan sistemático que este procedimiento retornará con mayor intensidad en escenas posteriores. Pues el cineasta no cesará de dibujar en ella con su puesta en escena un halo amenazante, ciertamente temible, del que nada nos informa en el guion.

Un lugar donde eso se concreta de manera inmediata es en la relación del detective con el policía: si ya hemos anotado la semejanza estructural entre ambos, debemos anotar, ahora, la contrapartida diferencial:

El policía amedrentaba a Marion. Pero el detective, en cambio, no tiene poder alguno sobre esta nueva potencia que es Lila.

Sam: Who are you, friend?

Arbogast: My name is Arbogast, friend.

La composición configura un triángulo equilátero casi perfecto, favorecido por la igual estatura de Arbogast y Lila y amplificado a izquierda y a derecha por las líneas de perspectiva de los mostradores.

En su centro y vértice superior, Sam. Y sin embargo, Sam no es la figura fuerte, sino la débil, frente a esas dos figuras que se afrontan entre sí a la vez que, en lo esencial, le ignoran.

Arbogast: l’m a private investigator.

Arbogast responde puntualmente a Sam, pero en seguida centra su atención en Lila.

Arbogast: Where is she, Miss Crane?

A pesar de su tamaño, muy poco va a pintar Sam en lo que sigue de secuencia. Si se fijan en él, verán que desplaza su cabeza hacia un lado y hacia el otro como lo hacen los espectadores de un partido de tenis.

Lila: l don’t know you.

Arbogast: Why, l know you don’t, because if you did, l wouldn’t be able to follow you.

Sam: What’s your interest in this?

Arbogast: Well,

Les advertí que ya nadie sabría nada de esa otra cifra que era la de 39.300.

Arbogast: $40,000.

Sam: $40 ,000?

Arbogast: That’s right.

Y van 2.

Sam: Well, one of you’d better tell me what’s going on, and tell me fast. l can take just so much of this…

Arbogast: Now, take it easy, friend. Take it easy. lt’s just

Arbogast: that your girlfriend stole $40 ,000.

40.000 por tercera vez.

Sam: What are you talking about? What is this?

Lila: She was supposed to bank it on Friday for her boss and she didn’t.

Notable el desprecio con el que Lila se dirige Sam.

Lila: And no one has seen her since.

Sam: Someone has seen her.

Arbogast: Someone always sees a girl with $40.000.

Cuarta vez.

Y observen que lo que ahora dice Arbogast pone palabras a lo que en su momento contemplamos en imágenes: lo escandaloso de esa mujer que era Marion con ese sobre lleno de dinero que no paraba de crecer.

Lila: Sam, they don’t want to prosecute,

Es comprensible el miedo de Sam: el acto de Marion cae sobre él con la potencia aplastante de la culpa generada por su propia incapacidad de actuar.

Y es que es eso exactamente: el acto loco de ella nació provocado por la falta de acto de él.

Lila: they just want the money back.

Lila: Sam, if she’s here…

Supongo que se habrán dado cuenta de la transformación que se ha producido en la planificación.

Frente al triángulo inicial

Arbogast ha tomado cierta distancia


y, a partir de un momento dado, el cineasta ha optado por el plano / contraplano

lo que empareja a Sam y Lila frente a Arbogast

¿Y quién puede dudar que una pareja está naciendo?

Una ciertamente oscura. En ella, desde el primer momento, Lila toma el mando explotando la culpa de Sam por su cobardía con respecto a Marion.

No la has querido suficiente…

Sam: She isn’t. She isn’t.

Arbogast: Miss Crane, can l ask you a question?

Arbogast: Did you come up here on just a hunch

Atención:

Arbogast: and nothing more?

Lila: Not even a hunch. Just hope.

Arbogast: Well, with a little checking l could get to believe you.

Lila: l don’t care if you believe me or not.

Como ven, Lila es, como les digo, una auténtica potencia.

Una auténtica potencia sobre la que el detective no tiene poder alguno. La planificación es, a este propósito, en extremo reveladora. Frente al sólido gran primer plano en el que Lila desafía con su desprecio a Arbogast, el contraplano nos presenta a éste empequeñecido, y como empujado hacia atrás por esa potencia que le desafía.

Lila: All l want to do is see Marion

Lila: before she gets in this too deeply.


Sam: Did you check in Phoenix? Hospitals? Maybe she had an accident,

Sam: or a holdup.

Arbogast: No, she was seen leaving town in her own car, by her employer,

Arbogast: I might add.

Extrema fuerza. Pero también: extrema rigidez.

Sam: I can’t believe it. Can you?

Ciertamente sí, ella puede creerlo.

Terrible esta Lila capaz de despreciar a Sam por su ingenuidad y, sin embargo, estar dispuesta a quedárselo, a pesar de todo.

Arbogast: Well, you know, we’re always quickest to doubt people

Arbogast: who have a reputation for being honest. I think she’s here, Miss Crane.

Retornamos al triángulo inicial.

Les decía que es muy poco lo que Sam pinta en todo esto. De hecho, las sombras de todos se lo comen.

Y por cierto que ahora tenemos la ocasión de probar que eso, mostrar a Sam aplastado por las sombras de los otros, es una decisión mayor del cineasta por lo que se refiere a la puesta en escena de esta secuencia.

Pues lo prueba la palpable ausencia de raccord de luz. Es decir: si la ubicación de Lila a la izquierda en el plano anterior provocaba esa sombra en la camisa de Sam, resulta imposible que la ubicación de Arbogast en el lado derecho produzca una sombra semejante en el mismo sitio.

Arbogast: Where there’s a boyfriend…

Arbogast: Well, she’s not back there with the nuts and bolts, but she’s here, in this town somewhere.

Arbogast: I’ll find her. I’ll be seeing you.

Patético Sam, queriendo poner cara de enfadado y ofendido, cuando lo que está es sencillamente asustado. -Anticipa en algunas décadas el patético rostro iracundo de Fernand, el hermano mayor de Léolo.

 

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4. Un vestido de novia

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2013/2014
Sesión del 11/10/2013
Universidad Complutense de Madrid
de esta publicación: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

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Identidad vs identificación: El héroe discreto

 

«…hizo durante media hora los ejercicios del Qi Gong, con la lentitud y la concentración que le había enseñado el chino Lau. Dejaba que el esfuerzo para conseguir la perfección en cada uno de los movimientos acaparara toda su conciencia. «Estuve a punto de perder el centro y todavía no consigo recuperarlo», pensó. Luchó para que no lo invadiera otra vez la desmoralización. No era raro que hubiera perdido el centro con la tensión en que vivía desde que recibió la primera carta de la arañita. De todas las explicaciones que le había dado el pulpero Lau sobre el Qi Gong, ese arte, gimnasia, religión o lo que fuera que le enseñó y que desde entonces había incorporado a su vida, la única que había entendido a cabalidad era la de «encontrar el centro». Lau la repetía cada vez que se llevaba las manos a la cabeza o al estómago. Al final, Felícito entendió: «el centro» que era indispensable encontrar y al que había que calentar con un movimiento circular de las palmas en el vientre hasta sentir que salía de allí una fuerza invisible que le daba la sensación de flotar, no era sólo el centro de su cuerpo, sino algo más complejo, un símbolo de orden y serenidad, un ombligo del espíritu que, si uno lo tenía bien localizado y dominado, imprimía un sentido claro y una organización armoniosa a su vida. Este último tiempo, él había tenido la sensación -la seguridad- de que su centro se había desquiciado y que su vida comenzaba a hundirse en el caos.»

[Mario Vargas LLosa: El héroe discreto, Santillana, 2013]

Este notable fragmento de la última novela de Vargas LLosa nos permite dar una pincelada suplementaria al tema de la oposición entre la identidad y la identificación que hemos venido abordando en los dos últimos días.

La identificación es, inevitablemente, causa de desasosiego, porque su estructura es la de la alienación: el que se identifica, precisamente, se identifica a sí mismo en otro lugar de aquel donde realmente es.

Siempre les insisto en que la manera de comprender bien la problemática de la identificación pasar por la elección correcta de adverbio: realmente uno no se identifica con otro, sino que se identifica en otro: en ese otro, se identifica a sí mismo de manera inevitablemente alienada, dado que, obviamente, el otro es otro, no es uno.

No deduzcan ustedes de ello que la identificación sea algo en sí mismo malo, pues es, sencillamente, algo inevitable: el yo del sujeto se conforma por la vía de identificaciones sucesivas -Freud utilizó a este propósito la metáfora de las capas de cebolla.

Pero precisamente por eso les decía que, a diferencia de la identificación que está en el origen del yo, la identidad es el punto de llegada del proceso de maduración del sujeto.

Ese centro que finalmente logra alcanzar Don Felicito Yanaqué y que tan bien describe Vargas Llosa es el resultado de haber logrado desplazarse de esas identificaciones lo suficiente como para lograr tomar consciencia de ellas -en cierto modo, esa es la tarea central del análisis: hacer al paciente consciente de las identificaciones que le atrapan y, en esa medida, liberarle de su dominio.

Ahora bien, conviene darse cuenta de que un film como Psycho sólo nos permite hablar de ello por su ausencia. Pues el reinado del 1 hace imposible todo centro, toda identidad para el sujeto.

Lo que da al film su perfil más netamente demoníaco.

Para encontrar el buen centro de la identidad deberíamos abordar un texto clásico, es decir, uno organizado, hasta sus últimas consecuencias, por la cifra tres. Otro año será.


El espectador identificado con Norman

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A estas alturas del film, el espectador se encuentra, para su sorpresa, del todo identificado con Norman. Todo el suspense de la escena pasa por ahí: que lo limpie todo deprisa, que se deshaga del cadáver, que no le descubran.


¡Ten cuidado!, ¡escóndete!, ¡Date prisa, que no te descubran! -estamos a punto de gritarle.

Y les recuerdo lo que ello implica: ni más ni menos, que, aunque la conciencia de ustedes piense, a estas alturas del film, que él no es el asesino, el inconsciente de ustedes le sabe asesino, pues si no ¿qué habría que temer? ¿Por qué habría que temer por él si fuera la madre loca la asesina?

Ahora bien si lo reconocen y siguen escarbando, deberán darse cuenta también de esto otro: que hay algo, en el interior de ustedes, que concede verdad a eso, a ese asesinato, y que les permite reconocerlo como propio. Pues, ciertamente -practiquen un poco de introspección- cuando contemplan esta escena, su sentimiento se desplaza una y otra vez del horror del crimen al miedo de ser descubiertos.

Es decir: el miedo de cada uno a ser descubierto como un criminal.

No hay duda de que los pájaros amenazan de manera violenta a los ojos de Norman:

Si él está en la sombra, no lo está el coche de Marion, que resulta escandalosamente visible.

Y así, Norman ocupa el lugar de Marion en el coche de Marion.

Y lo sitúa ya en la diagonal descendente que lo conducirá hasta el pantano.

Por cierto: está amaneciendo.

Inmenso maletero.

Cubierto por un plástico cuya retícula recuerda a la de los azulejos del cuarto de baño.

Y el 1, siempre escrito sobre la puerta de la habitación.


El momento más lírico

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Llega ahora el momento más lírico, que comienza con una identificación compositiva de Norman con el pájaro.

Una luz lunar procedente del cuarto de baño perfila el rostro del joven.

Cuidadosa, casi amorosamente,

envuelve el cadáver de la muchacha.

Y lo alza en sus brazos.

Sufre, parece enamorado.

E invierte el gesto del recién casado que introduce en brazos a la novia en casa.

Pero ello no evita los rasgos más siniestros de la cosa. Sobre todo, la presencia de ese plástico -grotescamente brillante por efecto de la luz lunar- que le protege del contacto con su cuerpo.

Anoten, de paso, el arte del cineasta.

Fíjense en esa franja de luz del fondo, producida en el techo de la habitación por -se supone- la luz del cuarto de baño. Digo se supone porque, obviamente, el cineasta ha colocado un foco a la derecha para provocar ese efecto de luz. Pero lo que nos importa ahora es como pone en escena la amenaza que late en la secuencia: la amenaza de que Norman sea -y nosotros con él- descubierto.

En cierto modo, es la luz del crimen la que le señala, dado que procede del cuarto de baño donde ese crimen ha tenido lugar. Por lo demás, su efecto se ve amplificado por la otra luz, opuesta, atribuida a la luna, que recibe Norman en el rostro.

¿Y qué más?

La ventana de la madre, bien reencuadrada por sus cortinas, al fondo de todo.

Como ven, haciendo desaparecer a Marion, es el propio Norman el que desaparece.

Ahora ese juego de luces alcanza su diseño más expresivo.

El 1 se está realizando.

También podemos decirlo así: para que reine la Diosa debe perecer la mujer.

Pero vean con qué rigor se despliega este tema.

Sólo hay un pájaro ahora, una vez que el otro, como Marion, ha caído.

Notablemente, la zona de la pared que corresponde a ese cuadro caído está en sombra, mientras que la ropa vacía de Marion, en cambio, recibe la luz.

Y ni que decir tiene que ahora es Norman quien hace la maleta -de Marion.

Qué meticulosidad la suya. Y qué morosidad la del cineasta.

Se trata, como sabemos, de borrar todas las huellas,

y, a la vez, suprimir todas las palabras. Especialmente aquellas que acreditan la identidad.



Zapatos de novia

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Y qué luminosidad la del cuarto de baño.

En él todo es blanco como esos zapatos de tacón que, de puro e insólito blanco, podrían ser zapatos de novia.

Y ciertamente lo son, pues lo que no pueden ser, desde luego, es los zapatos que llevaba Marion cuando se descalzó en la habitación . Recordemos:

Ella se los quitó en un lugar diferente de aquel en el que los encuentra Norman.

Pero sobre todo: la mujer que viste un vestido de color como éste nunca llevaría unos zapatos blancos.

Imposible.

Quizás lo duden los varones aquí presentes, pero no creo que lo hagan las mujeres. Si les insisto en ello es para que reparen en algo en lo que seguro reparó la script durante el rodaje, tanto como la jefa de vestuario de Hitchcock.

Pero no hay duda de que Hitchcock había encargado unos zapatos blancos de tacón alto para esta escena: tan blancos como los zapatos que complementan el vestido de una novia y tan blancos como la loza de ese siempre resplandeciente cuarto de baño.

Deben reconocerme, por lo demás, que finalmente Marion vistió -viste todavía- un siniestro vestido blanco:


“El mundo es inmundo”

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Pieza a pieza, elemento a elemento, Norman recoge los últimos restos.

Y ahí estamos todos, preocupados porque alguna cosa pueda quedar olvidada y acabe haciendo que nos descubran.

Que descubran ese crimen que pensamos, como Norman, que no hemos cometido, y del que sin embargo, como Norman, nos sabemos culpables.

Y por supuesto, lo que preside la escena, desde fuera de campo, es el dinero, en tanto emblema de un deseo que vivimos culpable.

Pero no solo estamos ahí Norman y nosotros.

Como les anticipaba el otro día, está también el cineasta, introduciendo una mirada otra que señala lo que Norman no sabe.

Que eso signifique algo, que tenga algún valor. Pues fue la tarea de Marion. Pero la tarea que nadie le había dado.

La pregunta que late es ¿es el mundo una ciénaga capaz de acabar con todo resto simbólico del sujeto?

Y puedo anticiparles que la respuesta que el film ofrece -dado que todo acaba en la ciénaga- es netamente lacaniana, casi una anticipación de ese célebre enunciado de Lacan según el cual el mundo es inmundo -pueden encontrarlo en la llamada conferencia de Roma.

Por mi parte, no hará falta que les diga que no lo comparto, por más que eso, como aquí, pueda darse.

Y es que tal es, precisamente, la experiencia perversa a la que el film nos convoca.

Pues nosotros, espectadores, nos vemos arrastrados a gritar: ¡cuidado! ¡No te dejes el dinero!

Como ven, el 1 es la cifra absoluta del film, pues ninguna aparece tantas veces.

Se realiza ahora la latencia contenida en el rayo de luz del fondo del que antes les hablé.

Ahora, Norman está literalmente entre dos focos.

Uf, que susto, casi me descubren -se dicen a ustedes mismos.

En el maletero de ese coche que Marion compró por 700$ está ahora el cadáver de Marion, la maleta de Marion y la fregona con la que se ha limpiado su sangre.

Pero, claro está, falta algo.

Uf, menos mal, Norman nos ha oído.

Finalmente, Norman se ha dado cuenta de que se ha dejado algo.


Y así, finalmente, repara en el periódico.

Raccord de mirada.

Plano subjetivo. Pero solo ahora. Pues este mismo plano, en su aparición anterior, no lo era todavía.

Ciertamente, Norman ve el periódico, pero nada sabe de su sentido, ignora todo lo que nosotros sabemos de él.

Pues nosotros sabemos que dentro de ese periódico hay 39.300 dólares.

Raccord del 1, podríamos decir:

Y bien, ahora en el maletero está también el periódico y, con él, los 39.300 dólares.

¿Qué sucede entonces?

Que los 40.000 dólares se han reconstituido, pues ahora el maletero del coche que costó 700 dólares los contiene. Y los contiene fundidos con la propia Marion.

Y el coche que llegó conducido por Marion, parte ahora conducido por Norman.

A la vez que invierte su dirección y su inclinación.

Pues ahora es, les insisto, hacia la izquierda y descendente, realizando esa diagonal de la que tanto les he hablado, que comienza arriba, a la izquierda, y acaba abajo, a la derecha, en el pantano.



Acto mágico en la ciénaga

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¿Qué significa esta matrícula?

La pregunta no es baladí, porque hasta ahora, en Psycho, todas las cifras han sido densamente significativas.

Pero tengo la impresión de que ésta ya no significa nada. Como si anticipara su propia desaparición.

Es como si la más espesa naturaleza estuviera ya absorbiendo ese coche.

Cuando Norman apaga el motor comenzamos a oír los ruidos de la ciénaga.

En primer lugar, el croar de una rana.

Y luego el del agua absorbiendo el coche.

Pero qué agua tan negra.

Se dan cuenta de ese hilado sonoro esencial del film: el sonido del agua de la lluvia,

el sonido de la cisterna del váter,

el del agua de la ducha

y ahora el del agua del pantano.

Y no pierdan de vista esta otra latencia de la escena: tras una noche sexual de pesadilla, nos encontramos en la ciénaga al amanecer.

Por cierto, ¿cuantos jóvenes no ven amanecer hoy en día así, al borde de la ciénaga, cargados de las drogas que han utilizado para intentar deshacerse del acceso a la experiencia sexual o, en todo caso, para abordarlo tan drogados que pudieran no enterarse de nada? ¿No les parece que es eso lo que los locales after hours ofrecen: poder empalmar la noche con el día obviando el expediente de tener que hacerlo?

El plano subjetivo de Norman se hace ahora sistemático, como en otro tiempo lo fue el de Marion.

Si el de ella correspondía a su viaje, éste de ahora corresponde al del viaje de Norman.

De la misma -pero antagónica- manera como compartimos entonces el deseo de ella de huir con el dinero robado, compartimos ahora el de Norman de borrar las huellas de nuestro deseo criminal.

¿No tienen la impresión de que el pantano fuera una gran boca que estuviera engullendo el coche?


¿Y no les da la impresión de que Norman participara de ese mismo movimiento?

Observen su mandíbula, su boca. Es como si tratara de favorecer ese proceso de engullimiento de un modo mágico, propiciándolo con los movimientos de su propia boca.

Pero lo que realmente importa es que la semejanza de ambos procesos confirma lo que en principio les proponía como una sugerencia: que el pantano se está tragando el coche -y con él a Marion, su maleta, su periódico, el dinero robado…


Dificultad de tragar

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Y si quieren una confirmación externa, les daré ésta:

«Antes de comer en Santa Mónica, a Hitchcock le gustaba tomar una copita de Cointreau… cosa que hacía, como ningún invitado podía olvidar, de un solo trago, tras lanzar una furtiva mirada para comprobar que Alma estuviera fuera de su vista. «Siempre decía que odiaba la idea de tragar la comida o la bebida, y de hecho todo parecía que lo tragara de un solo bocado o sorbo», recordaría Herbert Coleman. Otros muchos fueron testigos de los extraños hábitos de un hombre al que quizá le gustaba más la idea de verse saciado que el acto de la ingestión, que de algún modo le parecía indelicado y le recordaba la náusea y la actividad sexual… conexiones que frecuentemente hacía a sus compañeros de mesa en los momentos más inapropiados.»

[Spoto, Donald: Alfred Hitchcock. La cara oculta del genio, Ultramar, Barcelona, 1984]

Siempre decía que odiaba la idea de tragar la comida o la bebida…

La dificultad de tragar localiza un punto de goce del que Hitchcock se protege, al que teme, en el que localiza su angustia.

Pues tragar, para él, es ser tragado, ser invadido por un alimento propiamente invasor que atraviesa el cuerpo arrasando todo lo que encuentra a su paso.

Recuerden lo que sucederá con la visita de Arbogast:

Arbogast: All right.


Arbogast: l’ll get the date

Arbogast: somewhere.

Norman: See, there’s nobody.

Nadie.

Pero claro, conviene deletrearlo en inglés: nobody: ningún cuerpo.

Arbogast: Let’s see now, l have a sample of her handwriting here.

Arbogast: Oh, yes. Here we are.

Arbogast: Marie Samuels. That’s an interesting alias.

Aquí lo tienen. Toda la angustia de Norman se concentra en esa garganta que encuentra serias dificultades para tragar el caramelo.

¿Se dan cuenta de hasta qué punto un cineasta hace cine con sus experiencias más íntimas e inmediatas?

Norman: ls that her?

Arbogast: Yeah. Yeah, l think so. Marie, Marion. Samuels. Her boyfriend’s name is Sam.

Norman: Mmm

Arbogast: Mmm-hmm. Was she in disguise, by any chance?


De pronto el proceso se detiene.

Y se detiene igualmente el movimiento de la mandíbula de Norman.

Angustia.

Estamos angustiados.

Nosotros también tememos ser descubiertos y tratamos de tragar.

Y, finalmente, es el propio masticar de Norman -¿y el de nosotros mismos?- el que logra reemprender el proceso.

Como Norman, con él, sonreímos aliviados.

Y el pantano concluye su digestión con un feliz eructo.

Fundido en negro.

¿Rodó Hitchcock Psycho en blanco y negro porque en color resultaba demasiado sangrienta?

Yo diría que no. Que la rodó así para que fuera lo suficientemente negra.

Para que el agua misma pudiera volverse totalmente negra.


Ese trozo de carne fría que es el cadáver de Marion

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Tan negra como la noche negra de la primera pesadilla de Hitchcock a la que ya hemos aludido en más de una ocasión:

«”¿El miedo? Ha influenciado mi vida y mi carrera. Recuerdo cuando tenía cinco o seis años. Era un domingo por la noche, el único momento de la semana en el que mis padres no tenían que trabajar. Me metieron en la cama y se fueron a dar un paseo al Hyde Park”… una distancia considerable desde The High Road, Leytonstone, hay que hacer notar: al menos una hora y media en cada dirección en tranvía y tren, a principios de los 1900. “Estaban seguros de que yo iba a dormir hasta su regreso. Pero me desperté, llamé, y nadie respondió. Nada excepto la noche a todo mi alrededor. Temblando, me levanté, vagué por toda la vacía y tenebrosa casa, y finalmente, llegado a la cocina, encontré un trozo de carne fría y me puse a comerla mientras me secaba las lágrimas.”»

[Spoto, Donald: Alfred Hitchcock. La cara oculta del genio, Ultramar, Barcelona, 1984]

Ese trozo de carne fría aparecerá en The Birds de manera insistente y sustantiva, como he mostrado en Escenas fantasmáticas.

Pero deberían darse cuenta de que se encuentra también aquí, en Psycho.

¿Dónde?

En el centro del film, desde luego.

Pues no hay duda de que el cadáver de Marion es su trozo de carne fría.

Acaban de ver cómo el film lo ingiere a través de esa precisa metáfora que es la de la ciénaga.

Por lo demás, lo que así se visualiza aquí encontrará su confirmación más tarde, justo en la escena con Arbogast que acabamos de contemplar:

Arbogast: Let’s see now, l have a sample of her handwriting here.

Arbogast: Oh, yes. Here we are. Marie Samuels. That’s an interesting alias.

Norman: ls that her?

Arbogast: Yeah. Yeah, l think so. Marie, Marion. Samuels. Her boyfriend’s name is Sam.

Norman: Mmm

Arbogast: Mmm-hmm.

Arbogast: Was she in disguise, by any chance?

Arbogast: Wanna check the picture

Arbogast: again?

Aquí tienen la confirmación más expresiva imaginable de la presencia del trozo de carne fría en Psycho.




 

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3. Un universo prefálico


 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2013/2014
Sesión del 18/10/2013
Universidad Complutense de Madrid
de esta publicación: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

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Entre Norman y Marion

 

Les decía: es el reinado del 1 el que impera,

es decir, el de la identificación absoluta, el de la supresión de toda diferencia.

No es irrelevante la presencia del porche en esta escena.

Supongo que saben de sus resonancias en la tradición del cine norteamericano, especialmente en el western. Expansión del umbral de la casa, señala el lugar desde donde se parte o donde se aguarda una llegada. Pero en este caso no hay dialéctica posible: es el lugar de la parálisis que afecta a Norman.

Y que se traduce bien expresivamente en su manera de agarrarse a esa áspera columna de madera.

¿Qué hacer?, se pregunta Norman.

Pues bien, como les decía: hacer desaparecer ese cadáver; eliminada del mundo de la vida, convertida en cadáver, Marion debe todavía ser eliminada del mundo simbólico.

Porque en el centro de Psycho no hay palabras, no puede haber tumba para Marion, mucho menos lápida.


Y así Norman emerge de su oficina, dotado del único falo en él imaginable. El palo de la escoba de la bruja, que cobra esta vez la forma de una larga fregona.

En la habitación, sigue escuchándose el sonido del agua de la ducha. No hay duda alguna de que en Psycho el sonido del agua es el sonido del crimen.

La puerta del cuarto de baño es umbral ante el que se detiene paralizado Norman, dibujando una silueta que es mezcla del Cesare de El gabinete del doctor Caligari


y del Drácula de Murnau.

Es sabido que Hitchcock empezó a hacer cine aprendiendo de los cineastas expresionistas alemanes a los que admiraba profundamente. Ciertamente Psycho se inscribe directamente en su estela:

Pero saquen de ello todas sus consecuencias. Pues los expresionistas alemanes fueron coetáneos de Hitler y del nacionalsocialismo. Participaran o no de él, pusieron en escena las pesadillas en las que se forjó el nacionalismo más radical -es decir, más totalitario- que hasta hoy ha conocido Occidente.

Y ahí, en su núcleo, encontramos, de nuevo, el canibalismo:


Pues es sabido que el otro nombre de Nosferatu es Drácula.

Conviene tomarse el tiempo suficiente para pensar el complejo movimiento de cámara escogido por el cineasta para seguir el desplazamiento del personaje hasta aquí.

Veámoslo de nuevo. La pregunta es: ¿por qué no se ha conformado el cineasta con hacer una simple panorámica?

En su lugar, ha realizado un desplazamiento de cámara en dirección inversa al del personaje: mientras que éste se desplaza hacia la izquierda, la cámara lo hace hacia la derecha. Lo que motiva este complejo travelling es, desde luego, acentuar en todo momento la presencia del periódico en imagen: su presencia enmarca, ciñe el desplazamiento entero de Norman.

Pero debe ser anotada también la intensa distorsión del espacio que este plano produce.

Para percibirlo con claridad, conviene recordar donde se ubica esa mesilla sobre la que se encuentran esa lámpara y ese periódico:

Como ven, está totalmente pegada a la pared.

De modo que la cámara está en un lugar imposible, que produce un extraño efecto de ampliación del espacio de la habitación.

Ciertamente, eso era relativamente frecuente en el cine de estudio. Pero sucede que aquí esa ampliación del espacio está -digámoslo así- cargada narrativamente:

Como ven, es, en lo esencial, la misma posición en la que se encontraba la cámara cuando Norman espiaba a Marion. Sólo varía su altura -y muy ligeramente su angulación-, pues ahora está ligeramente más baja y colocada un poco más a la derecha.

El asunto más relevante es que así, de nuevo, la semejanza entre Norman y Marion se impone. Donde ella entró para lavarse, entra ahora Norman para borrar toda huella -toda suciedad- de ella.

¿Pero acaso no empezó ella misma, en cierto modo, ese movimiento? ¿Acaso no entró ella precisamente a eso, a lavarse, es decir, a borrar toda huella de su robo?

Lo que, por cierto, da su sentido a un gesto que en su momento contemplamos como absurdo:

me refiero al empeño de ella en hacer desaparecer todo resto del papel en el que había realizado los cálculos sobre el dinero que le quedaba.

Eso, ciertamente, no tenía sentido si ella había decidido volver a Phoenix y devolver el dinero.

Pero, claro está, no tenía sentido desde el punto de vista de hacer desaparecer las huellas de su delito ante la policía, pero sí lo tenía, en cambio, desde el punto de vista de borrar las huellas de su deseo -ya saben: ese deseo de mujer de que hubiera una dote para ella que la identificara como el objeto más deseable.

De modo que ella misma comenzó el proceso que ahora prolonga Norman.



La trampa privada o la isla privada

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Y por otra parte, ¿acaso no fueron las palabras del propio Norman las que la convencieron de que debía regresar a Phoenix?

Recordémoslo:

Norman: Where are you going? I didn’t mean to pry.

Marion: I’m looking for a private island.

Norman: What are you running away from?

Marion: Why do you ask that?

Norman: l don’t know. People never run away from anything.

Norman: The rain didn’t last long, did it? You know what I think?

Norman: l think that we’re all in our private traps, clamped in them, and none of us can ever get out.

Norman: We scratch and claw, but only at the air, only at each other. And for all of it, we never budge an inch.

Como ven, este diálogo gira sobre dos nociones densas pero de delimitación difícil: islas privadas y trampas privadas.

Marion afirma buscar su isla privada –I’m looking for a private island-, lo que conecta directamente con algo que les proponía el otro día: esa isla privada que Marion busca es su identidad, la identidad que quiere, necesita conquistar.

Pero Norman cortocircuita su discurso cuando, de inmediato, le dice: What are you running away from?

Digo que cortocircuita su discurso porque esta pregunta, sin dejar de ser tal, lleva implícita una afirmación que niega la afirmación previa de Marion: Tú huyes de algo, luego no avanzas hacia algo, esa isla privada que afirmas buscar es un espejismo con el que tratas de engañarte sobre la realidad de tu huida.

Y prosigue entonces con esa tan expresiva descripción de la vida como una trampa absoluta para la que no hay escapatoria posible: we’re all in our private traps, clamped in them, and none of us can ever get out.

Como ven, es un enunciado universal: ninguno de nosotros puede jamás salir.

Por cierto que, tal y como la describe, esa trampa parece estar escavada en el interior de la tierra, pues los intentos de salir pasan por arañar y desgarrar –We scratch and claw, but only at the air, only at each other. Pero son zarpazos que ni siquiera alcanzan a las paredes de la trampa, sino que se pierden en el aire o, peor todavía, solo alcanzan a otras víctimas atrapadas en la misma trampa –And for all of it, we never budge an inch.

De modo que la tierra misma es la trampa. Y, recuérdenlo, esa es la Diosa de Nietzsche.

¿No les parece, desde este punto de vista, que fue un notable progreso en la historia de la mitología la ubicación de los dioses en el cielo?

Marion se resiste en principio al discurso de Norman.

Marion: Sometimes we deliberately step into those traps.

Pero Norman insiste. Si toman su discurso al pie de la letra, podrán oír que identifica a su trampa con su madre:

Norman: I was born in mine. I don’t mind it any more.

Marion, sin embargo, le anima a salir de esa trampa.

Marion: Oh, but you should. You should mind it.

Como ven, a estas alturas del diálogo, Marion no niega que huya de algo, de su trampa privada, pero piensa que esa huida es a la vez un paso adelante, para conquistar su isla privada.

De modo que en su discurso, a diferencia del de Norman, isla privada y trampa privada son dos nociones opuestas.

Pero eso no dura mucho, pues poco después acabará su conversación con Norman decidiendo regresar a Phoenix. Es decir: renunciando a su isla privada y retornando a su trampa privada.

Recordemos el momento en que este cambio cristaliza:

Norman: She needs me. It’s not as if she were a maniac, a raving thing. She just goes a little mad sometimes.

Norman: We all go a little mad sometimes. Haven’t you?

Norman: Yes.

Aquí lo tienen: este es el momento en el que el cambio se produce.

Marion: Sometimes just one time can be enough.

Ella ha visto la luz. Y da las gracias con entusiasmo a quien se la ha transmitido.

Marion: Thank you.

Norman: Thank you, Norman.

Gracias que Norman acoge, a su vez, con el mayor entusiasmo. Está radiante. Siente su poder sobre ella.

Pero:

Marion: Norman.

Pero qué se ha creído este chico… ¿que es él quien me ha convencido?

Norman: Oh, you’re not

Norman: going back to your room already?

Ya me detuve mucho el año pasado en esta radical transformación de la situación dramática y de la puesta en escena.

Marion se vuelve gigante, tanto como Norman minúsculo.

El ridículo con el que le es devuelto su gesto seductor de hace un momento


se convierte por sí mismo en motivo de asesinato.

Pero recuperemos el hilo de nuestro asunto de hoy.

Marion ha decidido volver a Phoenix, su trampa privada.

Marion: I’m very tired. And I have a long drive tomorrow, all the way back to Phoenix.

Y recuerden que Phoenix es la ciudad de las aves, más concretamente: la ciudad del ave inmortal que no cesa de renacer.

Norman: Really?

Marion: I stepped into a private trap back there and I’d like to go back and try to pull myself out of it

Ven hasta qué punto no hay salida para Marion.

Nombra ahora como su trampa lo que ha hecho para huir de su auténtica trampa, y eso la empuja a a retornar a para siempre.

Ahora bien, ¿qué es entonces lo que le ha convencido a regresar y renunciar a su isla privada?

Si no ha sido Norman, sólo puede ser… ¿Quién?

Norman: She needs me.

No hay duda: Lila.

Pues Lila, anticipémoslo desde ahora mismo, es la resurrección de sus cenizas de la madre de Marion.


Todo está congelado antes de todo acceso a la fase fálica

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Les decía, borrar toda huella, toda suciedad

Por cierto que, nombrado así el acto en juego, la conexión con el holocausto nazi sigue siendo notable; pues la solución final, como les decía el otro día, fue netamente aséptica: todo comenzaba en las duchas

y acababa en la incineración.

Y un dato mayor: el velo ha caído. La barra de la cortina de la ducha está bien visible en campo para designar su ausencia.

Está, también, el hecho radical que a esto acompaña y que da su perfil más insólito a lo que sigue en el film: la caída total del erotismo, la desaparición neta del deseo.

¿Ven con que precisión eso se manifiesta en el film? No hay objeto para la mirada. Nos encontramos ante un plano vacío llevado hasta sus últimas consecuencias: pues está vacío una vez que ha caído el objeto del deseo.

Dos líneas gruesas: una horizontal -la barra de la cortina- y otra vertical -la moldura de la puerta-. Y la retícula de los azulejos.

Y la alcachofa de la ducha, atravesando esa retícula con la diagonal del agua asesina.

De nuevo la paradoja del agua, a la vez viva y letal, mientras que una luz fría y homogéneamente blanca lo llena todo.

La línea diagonal del agua que cae encuentra ahora su prolongación en la de la mirada de Norman.

¿Qué es lo que él ve ahora?

El cadáver de Marion, sin duda, pero exactamente desde el ángulo que quiso utilizar Hitchcock para mostrarlo y al que finalmente renunció por la oposición generalizada de los que le rodeaban: les remito a las palabras de Stefano, el guionista del film, de las que nos ocupamos el año pasado:

Stefano: I must tell you there is a shot in the shower scene that was never used, that is one of the most heartbreaking shots I have ever seen, where the camera pulls all the way up, and we look down on the girl lying across the tub, and her bottom is bare, and there was objections to using that. And perhaps Hitch felt that it wasn’t really necessary anyway. There was something very tragic about seeing this beautiful figure with the life gone from it.

Nada como estas palabras confirma la ingenuidad de Stefano cuando se empeña en atribuirse como idea propia la mostración del váter en el film.

Pues él mismo retrocede en la consecuente prosecución de esa línea –her bottom is bare– y, al hacerlo obliga a retroceder al propio Hitchcock; pues es evidente que Stefano hubo de ser uno de los que se opusieron a su mostración de modo que mantenerlo suponía, para Hitchcock, prescindir de la máscara que el propio Stefano era para él.

Y se hace evidente, por lo demás, la intensa identificación de Stefano con Hitchcock:

«And perhaps Hitch felt that it wasn’t really necessary anyway. There was something very tragic about seeing this beautiful figure with the life gone from it.»

¿Ven cómo atribuye a Hitchcock sus propios sentimientos? Es evidente que estaba hecho un lío. Pues esos sentimientos no eran de Hitchcock, sino suyos.

La Diosa madre aparece aquí como una potencia castradora que confronta a su hijo con una imagen extrema y extremadamente patética de la castración. Y es que el predominio del régimen anal en el film es, sencillamente, masivo. De modo que todo está congelado antes del acceso a la fase fálica.

Y, de paso, permítanme esta hipótesis: esa ausencia de la fase fálica sería el dato más relevante de la ausencia de acceso al Edipo que estaría en el origen de la psicosis.

Si miran atentamente, justo encima del picaporte, verán una huella de la disposición del cuerpo de la que Stefano nos hablaba.


Pesadillas anales

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Y bien, eso hay que velarlo

El plástico hace entrar el cuarto de baño en el dormitorio.

Pero, en la operación que a ello conduce, es el propio cuerpo de Norman el que resulta velado como, en su momento, lo estuvo el de Marion.

El desagradable tacto del plástico se impone a nuestra percepción.

¿Cómo es el tacto del plástico? Una suerte de no tacto, una ausencia total de respiración táctil, de bloqueamiento, de recusación del tacto mismo.

Y, porque es el tacto y su negación lo que está en juego, es la mano de Marion la que se hace visible al fondo, tanto como en primer término se impone la de Norman.

Norman se inclina hacia Marion, sin duda, pero no deja, por ello, de inclinarse, como ella hiciera, hacia el inodoro.

Y, de hecho, él se dispone ahora a proseguir el movimiento que ella comenzara de hacer desaparecer todas las huellas.

Todas las huellas del cuerpo.

¿Se dan cuenta de hasta qué punto lo anal reina en el film?

¿Manos sucias de sangre o de excrementos?

Norman mira sus manos como si no fueran suyas.

En cualquier caso, la compulsión por el lavado de las manos, rasgo del cineasta que aparece en muchos de sus films, forma parte del mundo anal, prefigurador de los caracteres obsesivos.

Y claro está, lavarse las manos y luego lavar las huellas del haberse lavado las manos, en una estructura en abismo sin solución posible.

Ahora bien, ¿no fue de esa índole la obsesión de Hitler hacia lo que él llamaba puercos judíos?

Por lo demás, lo que ahora hace Norman fue dicho en una escena previa del film:

Norman: Well, I run the office and tend the cabins and grounds and do little errands for my mother. The ones she allows I might be capable of doing.

Hitchcock dijo -y su hija da cuenta de ello en el Making off del film- que había rodado Psycho en blanco y negro porque, en caso de hacerla en color, la película hubiera resultado demasiado sangrienta.

Es una explicación posible. Pero hay otra: que, al desaparecer el rojo de la sangre en la imagen en blanco y negro, ésta se convierte en -o se confunda con- la suciedad.

En la cuerda floja entre la metáfora y la metonimia, Hitchcock realiza una enésima elaboración de la ecuación buñuelesca entre la mujer y el inodoro.

Creo que es plausible decir que Norman, tal y como ahora es visualizado, podría ser uno de los presos de los campos de concentración nazi que participaban en la desaparición de toda huella de los otros presos de esos mismos campos.

Les estaba hablando de las propiedades de la fotografía en blanco y negro con las que trabaja el cineasta: ¿se dan cuenta de lo próximos que están los grises de la sangre, la fregona y la propia chaqueta de Norman?

Ciertamente, Norman es -y se siente- tan sucio como la sangre que limpia.

Y volviendo al tema de la mujer y el inodoro:

Como ven, el váter aparece en imagen bien visible, netamente desnudo, digámoslo así, y, sin embargo, a la vez, vistiendo la bata y las zapatillas de Marion.

De esa índole es la imagen de la mujer que late, como pesadilla aniquilante, en el fondo del cine de Hitchcock.

Desnudada de sus revestimientos -las zapatillas, la bata- comparece como una forma circular inmensa, capaz de absorberlo y aniquilarlo todo.

Vean otro de sus variantes:

dentro de esa cadena de formas circulares que puebla esta parte del film:

Y por cierto que si algo se hace evidente en esta constelación de imágenes de lo femenino es, nuevamente, su componente anal. De modo que constatamos también aquí la ausencia de acceso a la fase fálica, a partir de la cual lo masculino se constituye por la posesión del falo y lo femenino por la vía de la puesta en escena del falo que no se posee.

Pero, ciertamente, nada de eso hay aquí.


El increíble hombre menguante – la pesadilla

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Es el momento de retornar al núcleo de la pesadilla que Hitchcock -y Almodóvar- reconocieron en Incredible Shrinking Man:

Scott: Cariño, lo siento. Debo de estar volviéndome loco para hablarte así.

Louise: No cariño, estoy bien. Se lo que debes de estar sufriendo.

Scott: ¿De verdad? Sí, Para ti también ha sido una pesadilla. Quizás hayamos perdido la esperanza.

Louise: Scott, hay muchas cosas por las que tener esperanza. Un día los médicos podrían encontrar la antitoxina.

¿Se dan cuenta de cómo esta imagen se cruza con estas otras?:

La pregunta es: ¿cómo podría ese diminuto personaje alimentar la chimenea, ahora ya por siempre apagada, de esta gigantesca mujer?

Scott: Claro. Lou, vámonos de aquí antes de que nos volvamos locos.

Lo verán más claro si les llamo la atención sobre el hecho de que esta imagen

no puede ser considerada independiente de esta otra:

Si la chimenea localiza una demanda tan insaciable como gigantesca, ese gato aparece como su manifestación viva y agresiva.

Y claro está, ese gato tiene su autonomía y sus exigencias, en la misma medida en que el fantasma materno que habita el film no cesa de aumentar sus locas dimensiones:

Los pasos de Louis hacen temblar la casa de muñecas en la que ahora vive Scott.

Los simples pasos de esa mujer gigantesca son suficientes para volverle loco.

Louise: ¿Scott? Scott? Are you in there?

Scott: Do you have to make such a racket? I told you what happens in there!

Scott: Are you going out?

Louise: Yes, for a little while.

Scott intenta descansar. Pero sus diminutas dimensiones abren ante él un universo de amenazas insospechadas.

Parece que estuviera a punto de estallarle la cabeza.

De modo que es posible contemplar esta escena como la de un brote en el momento de su desencadenamiento.

De modo que podríamos resumir la pesadilla del film así:

Plano

y contraplano.

Y si no están de acuerdo conmigo, explíquenme por qué Jack Arnold escogió un gato que tenía el mismo color de piel que el cabello de su actriz.

Recuerden, por lo demás, como prosigue esa pesadilla:

¿No es cierta viscosa tela de araña la que mantiene a Norman -como al Benigno de Almodóvar, por otra parte- atrapado en casa de su madre?

Scottie está decidido a combatir al monstruo, por más que sean precarias sus armas: un par de alfileres, uno de ellos doblado, y un hilo de costura.

Impresionante plano, ¿no es cierto? Posee la misma escala y angulación de los célebres grandes planos cenitales de Hitchcock.

Junto a los alfileres e hilos de costura, las tijeras, tales son las armas con las que Scott trata de hacer frente a la araña. Se hace evidente su principal limitación: todas ellas proceden del universo de las tareas domésticas de la madre.

No ha habido, para Scott, figura paterna alguna de la que, por vía de identificación, hubiera podido adquirir otro tipo de herramientas.

¿Están ustedes seguros de que es malo que los chicos, en su infancia, jueguen con espadas? ¿Están seguros de que es bueno que jueguen, como las niñas, con muñecas y costureros?

Percibimos bien, en cualquier caso, la ingeniosa estrategia de Scott.

Una vez clavado el alfiler en la araña y éste atado por un hilo a las tijeras,

habrá de permitir arrojar a la araña por el precipicio… del borde de la mesa.

Sí, pero son tan pesadas las grandes tijeras de la madre…

Y es tan frágil su hilo…

De modo que la pesadilla prosigue.

Y, como ustedes saben, en las pesadillas, el que huye, tropieza y cae una y otra vez.

Insistamos en esta idea fundamental: una gran película es como un sueño, pero como un auténtico sueño, es decir, como eso que Freud llamaba el contenido latente del sueño, que para él no era tanto el resultado de una interpretación, sino el de una minuciosa restauración, una vez que había logrado desenmascararlo de esa máscara que es el contenido manifiesto.

Para el analista del film el obstáculo -el contenido manifiesto- es la memoria consciente del espectador, que se defiende de la letra del film en la misma medida en que ésta se muestra capaz de tocar su inconsciente.

Estamos ante un ejemplo perfecto de ello.

Imaginemos a un paciente en el diván que dijera: …y soñaba que la araña gigante se acercaba a mí y que yo la esperaba con la espada en la mano… no… Se me ha ocurrido una tontería que mejor ni le cuento, doctor… que lo que yo tenía en la mano no era una espada, sino un alfiler, que absurdo…

Y bien, nada de absurdo: es, precisamente, el que esa espada no sea una espada sino un alfiler lo que nos devuelve el sentido mismo del sueño.

Y Scott sigue cayéndose, una y otra y otra vez.

Supongo que saben cuál es el aspecto más hórrido de las arañas: su boca y su barriga se confunden construyendo la más siniestra imagen de un sexo oral y devorador.

¿Saben? Pienso que el visionado de El increíble hombre menguante pudo ser uno de los desencadenantes de Los pájaros.

En mi libro Escenas Fantasmáticas he señalado las profundas semejanzas entre Psycho y The Birds y, también, la principal diferencia: mientras que Psycho pone en escena la escena fantasmática hitchcockiana al modo naturalista, The Birds da el salto a ponerla en escena al modo fantástico, lo que por cierto permitirá dar un paso decisivo en su cristalización.

Ahora bien, Hitchcock, en toda su larga carrera, nunca había hecho una película fantástica.

De modo que muy bien pudo ser esta brutal araña de Arnold la que le decidió a dar el paso decisivo de echar a volar sus aves en The Birds.


Hable con ella

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¿Y Benigno?

¿Ven hasta qué punto la diosa reina en el cine contemporáneo?

Supongo que recuerdan que para Benigno la tierra es el cuerpo de la mujer:


En un universo -doméstico, asociado al tiempo de la infancia- donde en el cielo el único planeta que se manifiesta es igualmente femenino: la luna.

Como ven, aquí la escena fantasmática de devoración no está menos presente.

Se trata, pues, de una ceremonia a la vez de retorno al origen absoluto y de autoaniquilación.

Una inmolación, en suma, a la Diosa madre, a la que el personaje retorna para fundirse con ella definitivamente.

El profesor Basilio Casanova me ha hecho llegar unas declaraciones de Almodóvar reproducidas en el Press-book de Hable con ella que son realmente interesantes pues -sobre el contexto del fantasma común que habita Incredible Shrinking Man, Psycho y Hable con ella– confirma la hipótesis que desarrollo en Escenas fantasmáticas: que la escena fantasmática central que reina en el cine de Hitchcock tanto como en el de Buñuel es la de una escena primaria concebida como el asesinato del padre por la madre:

«Originalmente era una historia de amor y de suspense. El hombre que mengua, después de abandonar a Amparo, la bella científica, vuelve al hogar, junto a una madre despótica con la que no se trata desde hace años. La ocasión le sirve para reconciliarse con ella. Cuando Alfredo mide sólo unos cuantos centímetros se instala dentro de sus juguetes y vive rodeado de sus fetiches juveniles (libros, comics, etc.). Entre las páginas de uno de sus libros favoritos descubre una carta de su padre muerto; aunque va dirigida a él, Alfredo nunca la recibió. En ella el padre muerto le alerta sobre la locura creciente de su madre y le advierte que si le ocurriera algo, su madre sería la responsable… La madre intuye que Alfredo ha descubierto que ella mató al padre… Alfredo vive dentro de su tren eléctrico del cual no quiere apearse por miedo a la madre… En un acceso de furia la madre le persigue vagón por vagón… En ese momento aparece Amparo (después de descubrir donde vive la madre). Salva al pequeño Alfredo y se lo lleva con ella al hotel Youkali donde se hospeda…»

[(Almodóvar)]<

La madre intuye que Alfredo ha descubierto que ella mató al padre…

 

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