Slow Club

 

 


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Dorothy / Sandy


 

Uno de los más notorios ejes plásticos que ordenan Blue Velvet estriba en la neta oposición que dibuja entre las sus figuras femeninas centrales, Dorothy y Sandy.

 


 

La primera pertenece al mundo de lo oscuro, la noche y lo cerrado, la segunda al de la luz, el día y lo abierto.

 

La una es morena y de rasgos latinos, mientras la otra es rubia y anglosajona.

 

Pero, su oposición no es, sin embargo, total, en la misma media en que, al fin, por lo que a Jeffrey se refiere, ambas son mujeres.

 

Así, en lo que tiene que ver con el color de sus vestidos, tanto como con la pintura de sus labios, si existe desde luego la diferencia, ésta no se articula en términos de oposición sino, digámoslo así, solo forma de una diferencia de intensidad, dado que se despliega en el interior una misma gama cromática: la que va del rosa -el color dominante en el vestuario de Sandy- al rojo -que es el determinante en la figuración de Dorothy.

 

Y esa diferencia, que incluye a la vez una cierta vinculación, llega en seguida a manifestarse bien en el cartel luminoso que, en la noche, preside el local en el que trabaja Dorothy:

 



 

En él, el rojo es el hilo central, que se ve rodeado por una doble línea rosa.

 

A la vez que ambos, el rosa y el rojo, rodean una cornamenta que, recortada sobre la oscuridad de la noche, introduce una bien expresiva sugerencia diabólica.

 

 

 

 

 


Los motivos del juego de Jeffrey

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Más acentuadamente rosa ahora es el jersey que viste Sandy en su más que peculiar primera cita con Jeffrey, dado que tiene lugar en el local en el que actúa Dorothy Vallens.

 


•Jeffrey: Wait. Here’s to an interesting experience, huh?

 

Sin duda, el juego de seducción entre los dos muchachos prosigue y se intensifica siguiendo siempre la misma lógica que ya hemos tenido ocasión reiterada de explicitar: el interés decidido de Sandy por Jeffrey, y la ambivalencia de éste con ella.

 

Pues si la mirada Jeffrey no deja de dirigirse hacia esa muchacha que sin duda le agrada los dos motivos de su juego en lo fundamental la ignoran.

 

El primero es, sin más, narcisista. Disfruta, no tanto de Sandy, como de su capacidad para seducirla -ya constatamos con la camarera de Arlen’s hasta que punto es sabedor de su atractivo para con las muchachas de su edad.

 

Y el segundo es, a su vez, como también anotamos, netamente perverso, pues no duda en manipular a Sandy para facilitarse el acceso a Dorothy.

 


•Sandy: I’ll drink to that!


 

Está, también, lo otro: la clara percepción que Sandy tiene de ello.

 

Por eso, cuando el no la mira, ella le observa inquisitiva.

 


•Jeffrey: Man, i Iike Heineken! You Iike Heineken?


 

Por lo demás, el narcisismo de Jeffrey es subrayado una vez más instantes antes de que tenga lugar el desarme de su armadura que ha de provocar la irrupción de Dorothy en escena.

 

Petulante, casi snob -cuidadosamente vestido todo él de negro- presume ante su amiga de beber cerveza europea.

 


•Sandy: I never really had Heineken before.


•Jeffrey: You never had Heineken before?


•Sandy: My dad drinks Bud.


•Jeffrey: King of beers.

 

Es sarcástico el comentario con el que Jeffrey concluye la conversación sobre la cerveza, dejando incluso apuntar su decepción por tener que pasar la noche con una provinciana cuyo padre solo bebe Bud.

 

 


La escena se abre

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Pero justo entonces se abre la escena:

 


•Presentador: Ladies and gentlemen,


 

Es, desde el principio, intensamente rojo el color de esa escena -y es el rojo de la escena misma, pues es el del telón que cubre su fondo- no exenta, sin embargo, de pinceladas de azul.

 


•Presentador: the Blue Lady, Miss Dorothy Vallens.


 

La mirada de Sandy busca la complicidad de Jeffrey.

 

Pero Jeffrey aparta la suya de ella sin devolverle su guiño mientras la dirige hacia la escena.

 

Lo que da paso

 


 

al primer gran primer plano del film.

 

Así pues, la escena invade la mirada de Jeffrey. Y lo hace, como lo muestra el plano subjetivo que sigue, aún antes de que Dorothy entre en el campo de luz.

 


 

Viste de negro, y su negro vestido la conecta con el negro del traje de Jeffrey, con lo que desde ahora mismo queda dibujado un lazo directo entre ellos que viene a excluir el rosa de Sandy.

 


 

Dorothy se vuelve dejando a la vista su bella espalda desnuda que encuentra su caja de resonancia en el telón rojo del fondo.

 


 

Jeffrey está fascinado, totalmente cautivado por la escena que le invade -el desenfoque total del fondo tras él traduce expresivamente ese efecto.

 



•Dorothy: She wore



•Dorothy: Blue velvet

 

En el momento en que la canción nombra el terciopelo azul que ella vestía, la luz azul invade la escena.

 

Y es digno de ser anotado que si son todos hombres los músicos que acompañan a Dorothy -el pianista es el propio Angelo Badalamenti, autor de la banda sonora del film-, en primer término, al pie de la escena, entre los espectadores, no parece haber ninguno.

 

De modo que son solo mujeres las que vemos al pie de una escena en la que se despliega, para la mirada de Jeffrey, una suerte de apoteosis de la feminidad.

 


 

En lo que sigue Sandy estará cada vez más nerviosa, en la misma medida en que perecibe la creciente fascinación de Jeffrey.

 


 

Jeffrey, por su parte, percibe su nerviosismo, lo que no excluye una pincelada de burla en su rostro.

 

No manifiesta, en cualquier caso, empatía alguna hacia ella. Por el contrario, parece disfrutar con la situación, a la vez que reaparecen la ojeras que vuelven a manifestar su creciente adicción.

 


 

La sonrisa de Sandy, que de nuevo busca la complicidad de su amigo, pretende ocultar su nerviosismo ante la mirada de Jeffrey, mientras la que éste le devuelve no oculta su matiz burlón.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


El poder sinestésico de la escena

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•Dorothy: BIuer than velvet was the night

 

Dorothy desliza sensualmente su mano sobre la cadera

 


•Dorothy: Softer than

 

y luego sobre su otra muñeca

 


•Dorothy: satin was the Iight

 

convirtiendo en imagen táctil esa luz de la que la canción dice que es más suave que el satín.

 

Comienza así a ponerse en funcionamiento un encadenamiento sinestésico que conforma una imagen multisensorial -vista, oído, tacto- destinada a embriagar al espectador tanto como a Jeffrey.

 

Sandy, inquieta, no puede evitar mirar a Jeffrey,

 


•Dorothy: From


•Dorothy: the stars

 

pero retira de inmediato su mirada, temerosa de que él pueda sorprender su preocupación y desagrado.

 


 

Pues, conducida por el joven al que desea a asistir a la escena en la que otra mujer -más madura, más bella, más sensual…- despliega sobre él su poder de fascinación, no puede dejar de vivir la situación como lo que realmente es: una evidente humillación para su condición femenina

 


•Dorothy: She wore blue

 

Comprobamos ahora que Dorothy, aunque viste de negro, lleva el azul en sus párpados.

 

No cualquier azul, desde luego, sino el denso azul de la melancolía.

 


•Dorothy: velvet

 

De modo que la sinestesia prosigue: es de terciopelo la mirada azul de Dorothy que cautiva a Jeffrey

 


•Dorothy: BIuer than velvet were her eyes

 

quien se siente mirado por ella a la vez que su oído, a efectos del cartel luminoso que se encuentra tras él, pareciera resplandecer a mientras es invadido por la sensual canción de la cantante.

 

 

El encadenado que entonces comienza,

 


 

tiene como primera tarea anotar la elipsis temporal -en la nueva imagen emergente han desaparecido los miembros de la orquesta y ya solo el pianista acompaña a Dorothy- que da paso al momento en el que Jeffrey decide abandonar el Slow Club para introducirse en el apartamento de Dorothy.

 

Pero es mucho más que eso lo que en esta transición sucede.

 

 

 

 


Una transición hipnótica

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Pues en el momento central del encadenado

 


 

la imagen de Dorothy parece haberse introducido totalmente en la cabeza de Jeffrey, brillando en su frente, sobre su mirada cautivada, justo encima de sus ojos.

 

Un procedimiento visual éste que probablemente Lynch aprendió de Vertigo (1958), donde Alfred Hitchcock,

 


 

utilizaba una composición bien semejante para expresar la fascinación obsesionante que Madelaine/Carlotta Valdes inspiraba en Scottie.

 

Y, antes de que el encadenado termine, el movimiento de los brazos de Dorothy en la segunda imagen con lo conforma parece desencadenar no se sabe que efecto hipnótico sobre el espectador.

 


•Dorothy: Shadows

 

Como si realizara una invocación a la llegada de la oscuridad semejante a la que años más tarde, en un entorno escénico muy semejante, realizará el mago de Mulholand Drive (2001).

 


 

Obligado recordar, igualmente, que el desempeño de este mago se hallará presidido por la Dama de Cabello Azul

 


 

Un nombre, éste, que hace de ella descendiente directa de la dama que en Blue Velvet acaba de ser presentada como la Dama de azul.

 


•Dorothy: Fall so blue


 

Y así, como si hubiera recibido su señal, Jeffrey se apresura a salir del local arrastrando con él a Sandy.

 


•Dorothy: As Ionely a


•Dorothy: blue

 

De modo que ya no ve -pero nosotros, igualmente cautivados, sí- el más intenso azul de la melancolía que tiñe ahora la figura de Dorothy, solo unos instantes antes de que su figura quede totalmente oscurecida.

 



•Dorothy: Blu star


 

Una figura ya totalmente negra que se recorta sobre un iluminado, casi brillante, telón rojo.

 

Pero es necesario anotar también que el encadenado visual que ha precedido la partida de los jóvenes se ha visto acompañado por una suerte de barrido musical que ha convertido de manera casi imperceptible el tema que escuchábamos, Blue Velvet en otro, Blue Star -compuesto por Badalamenti y con letra del propio Lynch-, en una suerte de collage sonoro semejante al que ya tuvimos ocasión de anotar a propósito de la juxtaposición, en la escena final, de Mysteries of Love y Blue Velvet.

 

Por esta vía, como ha escrito Nina Norelli

 

«the mood of Dorothy’s performance immediately shifts from that of relaxed cabaret to doomed torch singer.»

[Nina Norelli: Angelo Badalamenti’s Soundtrack from Twin Peaks, Bloompsbury Academic, New York, 2017]

 

Cambio que convierte la rememoración romántica de Blue Velvet en un apasionado lamento que introduce una no menos notable inflexión en el régimen de la enunciación verbal que conduce del pasado en tercera persona –She wore….- al presente de un suceso que solo puede ser percibido como enunciado en primera persona:

 

Shadows fall so blue

As lonely as a blue, blue star

 

Las sombras caen tan azules, tan solitarias, como una azul estrella azul.

 

Es el azul intensamente melancólico de la tristeza de esa solitaria estrella que es Dorothy.

 

Un azul-tristeza que se convierte en negritud en el momento mismo en que se anuncia el acceso a la otra escena, esa que venimos advirtiendo será la central y con respecto a la cual ésta, la que ahora termina, habrá de descubrirse como solo apariencia, como lo anuncia ese telón rojo del fondo que no ha sido abierto todavía.

 

Dicho en otros términos: la sensual, fascinante y llena de glamour escena que acaba de concluir está destina a anunciar esa otra escena que habrá de seguirle y, a la vez, a enmascararla.

 

Pues en ella, en la escena central que aguarda, nada del fascinante glamour ahora desplegado habrá de sobrevivir.

 

 


La invisible fachada de la iglesia

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En el encadenado que sigue la figura ya negra de Dorothy levanta la cabeza de modo que parece mirar a Sandy, cuya imagen aparece en el centro la emergente segunda imagen.

 


 

Y a su vez Sandy mira a Jeffrey, quien conduce ensimismado, ignorándola absolutamente.

 



 

El coche se detiene frente a la fachada del edificio Deep River, del lado de enfrente de la calle, es decir, necesariamente, aunque eso ahora no sea explicitado, del de la fachada de la iglesia que, como sabemos, se encuentra frente a ese edificio.

 


•Sandy: Jeffrey, you shouldn’t do this.

 

De su lado -pero invisible, pues la oscuridad de la noche parece parece haberlo invadido todo- la iglesia.

 

Y diríase que, en su nombre, Dorothy advierte a Jeffrey que es una locura lo que se dispone a hacer.

 


•Jeffrey: Why not?


•Sandy: ‘Cause it’s crazy… and dangerous.


 

Que hemos entrado en el mundo de lo oscuro lo acredita el hecho de que, aunque la fachada de la iglesia se halla sumergida en la oscuridad -y es tal su invisibilidad que cuando el espectador ve esta escena ninguna conciencia tiene de su presencia- el más alejado edificio Deep River resulte claramente -o mejor: oscuramente- visible al fondo de Jeffrey.

 


•Sandy: My God, i should have never told you.

 

 

 

 


Sandy decide permanecer ahí

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•Jeffrey: i’II be all right.


•Jeffrey: I don’t think you should stay. I think you should go home.


•Sandy: Can you drive this car?

 

Ciertamente, no es Jeffrey el caballero más galante. Lejos de llevar a su amiga a casa, la invita a que sea ella sola la que se lleve a sí misma.

 


•Sandy: – Yeah, but I…


•Jeffrey: Leave it in front of your house, OK?


•Sandy: OK.


•Jeffrey: I’II see ya tomorrow and i’II tell ya how it went.


 

Se entiende bien la perplejidad de Sandy.

 

El joven que la ha invitado a cenar, en vez de llevarla a casa la despide de noche ante la puerta del apartamento de otra mujer a la que se dispone a visitar.

 

Es pues del todo comprensible su respuesta:

 


•Sandy: I don’t wanna see you tomorrow.


•Sandy: – Mike’s coming over.


 

Es la puerta del edificio Deep River la que separa las cabezas de Sandy y Jeffrey en la superficie de la imagen.

 


•Jeffrey: OK. Um… can I call you?


•Sandy: OK, yeah, call.


•Sandy: I hope you sneak out OK.



•Sandy: I’m gonna wait here until she comes.

 

Pero Sandy decide -sin que nadie se lo pida- permanecer ahí.

 

¿Para verla a ella? Desde luego. Y, en cualquier caso, para conservar su precario lazo con Jeffrey.

 


•Jeffrey: Sandy…


•Sandy: I’m gonna honk four times.

 

Es curiosa la cábala que recorre Blue Velvet.

 

Los cuatro dedos de la pregunta que Jeffrey formuló a Double Ed -y que a su vez seguían a las cuatro escaleras colocadas frente a la fachada del negocio familiar- retornan ahora en forma de los cuatro toques de claxon con los que Sandy pretende ayudar a Jeffrey.

 

Sandy insiste en ello, enumerándolos uno a uno cuidadosamente

 


•Sandy: I’II go one,

 

a la vez qure su mano simula y así anticipa el gesto correspondiente.

 



•Sandy: two,


•Sandy: three,


•Sandy: four,


•Sandy: and then you’II hear it

 

Así, el tacto y el oído son suscitados y asociados de nuevo, a propósito de esa advertencia de Sandy que, por supuesto, Jeffrey no llegará a oír.

 


•Sandy: and you’II know she’s on her way up.

•Jeffrey: OK.

 

 


Detective o perverso

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Por su parte, Jeffrey se sorprende tanto como se alegra de que ella quiera seguir participando en su juego.

 


 

Y Sandy, aunque recibe agradecida el renacido -aunque leve- interés que Jeffrey manifiesta por ella, no deja de poner nombre a lo que ve:

 


•Sandy: I don’t know if you’re a detective or a pervert.


 

No sé si eres un detective -como mi padre- o un pervertido.

 

No es una pregunta, sino una afirmación.

 

Y una afirmación que requiere un adenda: a ella le gusta ese joven perverso, de modo que está decidida a no renunciar a él.

 


•Jeffrey: Well, that’s for me to know and you to find out.

 

De eso se trata. De saber hasta qué punto alcanza el juego perverso que el film mismo ha desencadenado.

 

 




 

Y un nuevo salto en la escala de planificación se produce ahora para confirmarlo -y es uno mucho más acentuado que el que anotamos en el Slow Club a propósito de Jeffrey.

 


 

Obligado anotarlo: hay, en ese juego perverso de Jeffrey que apunta a explorar lo que hay más allá de los límites de la locura, algo que afecta, que interesa profundamente también a la propia Sandy, hasta el punto de casi deformar su rostro por obra del gran angular utilizado para la obtención de la imagen.

 

Deformación que pone todo el acento en la mira escrutadora -pero también, a su vez, fascinada- que Sandy dirige a Jeffrey y que viene a anticipar la de éste en el interior de la escena central:

 

 



•Jeffrey: See ya.



•Sandy: Bye.


 

La calle que ahora, de nuevo en un plano subjetivo de Sandy, vemos a Jeffrey cruzar se nos antoja anchísima, tan ancha como ancho río del que se habla en el Deep River.

 



 


El segundo Ascenso

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Todo son diagonales oscuras en la escalera que asciende ahora nuevamente Jeffrey.

 

Y constatamos otra diferencia en el tratamiento visual de esta escena con respecto a la anterior en la que viéramos a Jeffrey subirla por primera vez.

 

Si entonces la cámara le seguía en su ascenso, ahora, en cambio, le aguarda desde arriba como si hubiera quedado ya instalada ahí.

 


 

El negro vestuario del joven descubre ahora su segundo motivo -su mimetización con el mundo de las sombras en el que se introduce siguiendo el dictado de Dorothy.

 



 

Vemos ahora escrita la cifra 4 en el único cartel visible que indica la distribución de los apartamentos -714.

 


 

Hay tensión, estado de alerta, pero ningún miedo en el rostro de Jeffrey, cuyas ojeras vemos dibujadas en él una vez más.

 


 

Es ahora más visible que nunca la cifra que identifica el apartamento de Dorothy.

 


 

Jeffrey se asoma al pasillo contiguo

 


 

y nos es dado contemplarlo con él en plano subjetivo.

 


 

La cifra de nuevo concita la mayor luz del plano

 


 

un instante antes de que la cabeza de Jeffrey se funda con ella.

 



 

Y a la cifra -7 de 10-, sigue la oscuridad absoluta:

 


 

Jeffrey se detiene por un instante entre al sillón vacío del padre -a su izquierda- y el sillón en el que yacerá con su esposa, Dorothy, y cuya presencia es anticipada por el chal que se encuentra en él.

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Safe Creative #2005103952971

 

 

 

Primeros Planos ordenados por escala

 

 

 


 


 



Gran Primer Plano

 

i.E.: >=30 (nº: 53)

 

01-37-22-895 (42,5) (2) (Ilsa)

 

01-38-50-171 (39,9) (3) (Ilsa)

 

00-59-34-931 (37,9) (3) (Laszlo)

 

01-38-49-026 (37,9) (2) (Rick)

 

01-38-55-103 (36,5) (1) (Laszlo)

 

00-45-05-288 (36,1) (2) (Ilsa)

 

01-33-28-567 (35) (1) (Ilsa)

 

01-13-29-966 (34,9) (1) (Ilsa)

 

00-59-36-170 (34,8) (3) (Ilsa)

 

01-36-57-971 (33,3) (5) (Rick)

 

01-17-32-302 (33,2) (1) (Ilsa)

 

01-09-05-588 (32,9) (2) (Annina)

 

01-39-06-500 (32,5) (1) (Ilsa)

 

00-33-34-494 (31,8) (2) (Ilsa)

 

01-23-55-115 (31,6) (3) (Ilsa)

 

00-32-42-895 (31,5) (1) (Ilsa)

 

01-09-32-693 (31,2) (1) (Annina)

 

01-25-01-895 (31,2) (1) (Rick)

 

00-33-37-342 (31,1) (1) (Rick)

 

00-49-34-818 (30,8) (4) (Ilsa)

 

01-21-47-766 (30,8) (3) (Ilsa)

 

01-28-56-058 (30,6) (1) (Rick)

 

01-24-00-345 (30,5) (2) (Rick)

 

01-06-07-748 (30,4) (5) (Annina)

 

00-52-57-312 (30,2) (2) (Laszlo)

 

 

 

 

 

 

 


Primer Plano Corto

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<30 >=26 (nº: 35)

 

01-34-17-718 (29,1) (1) (Rick)

 

01-06-50-059 (28,8) (4) (Rick)

 

00-44-07-711 (28,7) (1) (Ilsa)

 

00-53-19-014 (28,5) (3) (Strasser)

 

01-34-01-149 (28,3) (1) (Rick)

 

00-45-20-830 (28,2) (4) (Rick)

 

01-39-26-508 (28,2) (2) (Rick)

 

01-13-15-208 (28) (2) (Yvonne)

 

01-36-52-295 (28) (3) (Ilsa)

 

01-20-54-752 (27,7) (3) (Ilsa)

 

00-49-29-694 (27,6) (4) (Rick)

 

00-38-50-524 (27,5) (1) (Rick)

 

00-54-02-122 (27) (1) (Ilsa)

 

01-40-23-396 (26,9) (1) (Strasser)

 

00-29-43-282 (26,4) (1) (Isa)

 

00-43-39-729 (26,3) (1) (Ilsa)

 

00-45-57-017 (26,1) (1) (Ilsa)

 

00-48-10-166 (26) (1) (Rick)

 

 

 

 

 


Primer Plano

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i.E.: <26 >=20 (nº: 130)

 

01-34-57-540 (25,9) (1) (Strasser)

 

01-21-04-521 (25,8) (5) (Rick)

 

00-33-57-429 (25,1) (1) (Rick)

 

00-16-51-378 (25) (2) (Rick)

 

00-24-25-641 (24,8) (2) (Strasser)

 

00-31-22-467 (24,7) (1) (Sam)

 

01-36-21-467 (24,7) (2) (Rick)

 

01-34-00-044 (24,6) (1) (Ilsa)

 

00-28-30-671 (24,2) (3) (Ilsa)

 

00-33-55-337 (23,9) (1) (Laszlo)

 

00-40-55-350 (23,9) (1) (Ilsa)

 

01-07-26-990 (23,8) (1) (Rick)

 

01-08-38-456 (23,7) (1) (Rick)

 

01-23-27-714 (23,6) (1) (Ilsa)

 

01-40-09-870 (23,4) (4) (Rick)

 

01-16-24-846 (23,4) (1) (Laszlo)

 

00-26-34-499 (23,4) (2) (Ilsa)

 

01-16-18-318 (23,4) (2) (Ilsa)

 

00-23-44-229 (23,2) (3) (Rick)

 

00-34-42-047 (23,1) (3) (Ilsa)

 

01-40-42-526 (23) (4) (Rick)

 

00-02-46-932 (22,7) (1) (Refugiados)

 

00-48-16-369 (22,6) (1) (Ilsa)

 

00-10-56-707 (22,5) (3) (Rick)

 

01-39-25-119 (22,3) (1) (Ilsa)

 

00-23-46-659 (22,3) (2) (Heinze)

 

00-39-56-590 (22,2) (1) (Rick)

 

01-14-58-285 (22,2) (1) (Ilsa)

 

01-28-45-573 (22,1) (1) (Rick)

 

00-26-27-246 (21,9) (1) (Laszlo)

 

00-47-27-503 (21,8) (1) (Rick)

 

01-39-09-876 (21,7) (1) (Rick)

 

01-12-41-180 (21,7) (1) (Ilsa)

 

01-19-38-867 (21,7) (1) (Ilsa)

 

01-41-59-516 (21,4) (1) (Rick)

 

01-38-36-051 (21,3) (2) (Laszlo)

 

01-20-03-892 (21,1) (2) (Rick)

 

01-38-05-646 (21) (2) (Rick)

 

00-43-07-801 (20,9) (1) (Sam)

 

01-36-08-985 (20,9) (1) (Ilsa)

 

00-40-54-758 (20,8) (1) (Rick)

 

00-40-35-028 (20,7) (1) (Ilsa)

 

00-58-50-497 (20,6) (2) (Laszlo)

 

01-12-46-579 (20,5) (1) (Rick)

 

00-44-23-054 (20,4) (1) (Rick)

 

01-41-35-259 (20,3) (2) (Rick)

 

01-17-12-418 (20,3) (1) (Ilsa)

 

00-19-17-544 (20,1) (6) (Renault)

 

00-35-25-636 (20) (1) (Rick)

 

00-37-16-767 (20) (2) (Rick)

 

01-39-38-226 (20) (2) (Renault)

 

00-59-15-100 (20) (1) (Ferrari)

 

00-09-23-099 (20) (1) (Abdul)

 

 

 

 


Primer Plano Largo

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i.E.: 20 >=15,5 (nº: 121)

 

00-02-37-597 (17,7) (1) (Police Radioman)

 

00-02-48-736 (18,7) (1) (Refugiados)

 

00-03-37-868 (18,3) (1) (Pétain)

 

00-04-21-515 (17,7) (1) (Englishman)

 

00-05-39-632 (17,4) (1) (Strasser)

 

00-05-42-801 (15,5) (1) (Ilsa)

 

00-06-04-050 (17,9) (1) (Renault)

 

00-06-04-725 (19,8) (1) (Strasser)

 

00-08-19-713 (19,9) (1) (Women Playing Cards 2)

 

00-09-22-665 (18,2) (2) (Rick)

 

00-09-50-708 (19,3) (1) (Rick)

 

00-12-02-349 (15,8) (2) (Ugarte)

 

00-12-27-446 (17,7) (1) (Ugarte)

 

00-12-34-704 (19,6) (1) (Rick)

 

00-13-34-111 (18,1) (1) (Rick)

 

00-14-13-678 (18,3) (1) (Ferrari)

 

00-14-17-935 (18,9) (1) (Rick)

 

00-14-38-638 (17,4) (1) (Rick)

 

00-16-09-801 (16,8) (1) (Rick)

 

00-19-37-624 (19,9) (4) (Rick)

 

00-21-39-654 (19) (1) (Ugarte)

 

00-22-21-699 (17) (1) (Ugarte)

 

00-25-40-729 (17,4) (1) (Sam)

 

00-25-54-427 (18,9) (1) (Renault)

 

00-26-28-949 (18,1) (2) (Berger)

 

00-27-48-565 (18,2) (3) (Renault)

 

00-28-50-857 (17,2) (1) (Laszlo)

 

00-29-21-732 (16,4) (1) (Renault)

 

00-33-25-307 (17,6) (1) (Sam)

 

00-34-14-797 (19,2) (1) (Laszlo)

 

00-35-20-120 (19,1) (2) (Ilsa)

 

00-37-31-926 (18,3) (1) (Sam)

 

00-39-06-556 (19,4) (1) (Rick)

 

00-52-12-012 (17,6) (1) (Renault)

 

00-52-22-151 (18,1) (1) (Strasser)

 

00-52-30-183 (17,7) (2) (Laszlo)

 

00-52-32-504 (18,6) (3) (Strasser)

 

00-52-40-044 (18,3) (2) (Laszlo)

 

00-54-08-087 (17,4) (1) (Renault)

 

00-54-44-774 (18,2) (1) (Marroquíes)

 

00-56-14-244 (16,2) (3) (Rick)

 

00-57-46-027 (19,4) (1) (Ilsa)

 

00-57-57-888 (17,9) (1) (Rick)

 

00-58-11-066 (18,9) (2) (Ilsa)

 

00-58-44-793 (19,8) (3) (Ferrari)

 

01-00-27-179 (19) (3) (Ferrari)

 

01-02-53-669 (17) (2) (French officer)

 

01-03-23-696 (17,5) (2) (Renault)

 

01-04-21-593 (18,4) (3) (professor)

 

01-04-26-027 (17,5) (2) (Mrs. Leuchtag)

 

01-05-22-055 (17,2) (3) (Rick)

 

01-07-31-019 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-11-19-553 (18,9) (2) (Rick)

 

01-11-22-945 (16,3) (2) (Laszlo)

 

01-11-45-870 (19,9) (2) (Rick)

 

01-11-50-798 (17,7) (1) (Laszlo)

 

01-13-20-751 (15,6) (1) (Ilsa)

 

01-13-25-242 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-15-06-077 (19) (1) (Strasser)

 

01-15-20-616 (19,6) (1) (Ilsa)

 

01-18-26-532 (16,2) (1) (Ilsa)

 

01-20-01-070 (16,6) (2) (Ilsa)

 

01-20-49-415 (16,4) (1) (Ilsa)

 

01-22-05-547 (15,7) (1) (Rick)

 

01-22-31-804 (17,1) (1) (Rick)

 

01-26-48-611 (16,1) (2) (Ilsa)

 

01-27-33-577 (17,4) (3) (Rick)

 

01-27-58-190 (18,8) (3) (Laszlo)

 

01-29-58-575 (18,3) (1) (Renault)

 

01-31-52-668 (17,1) (2) (Rick)

 

01-34-02-768 (17,2) (1) (Laszlo)

 

01-34-13-741 (17,2) (1) (Renault)

 

01-34-46-012 (17,8) (4) (Renault)

 

01-34-54-238 (19,6) (2) (Ilsa)

 

01-38-00-305 (18,8) (1) (Laszlo)

 

01-39-18-370 (16,7) (1) (Laszlo)

 

01-40-11-380 (16,2) (2) (Strasser)

 

01-40-18-958 (16,5) (2) (Strasser)

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El apartamento de Dorothy

 

 


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Escalera: ascenso

 



 

Como ya anotamos, es un plano subjetivo de Sandy el que nos muestra a Jeffrey, armado con su equipo de fumigación, accediendo al edificio Deep River, cuya puerta oscura se ve precedida ya por las primeras escaleras.

 


 

Como era previsible, es un edificio oscuro, más bien sórdido

 


 

pero de luces cálidas.

 

Un pequeño cartel colgante y luminoso -pero parpadeante- señala hacia un ascensor del que pronto sabremos que no funciona.

 



 

La mirada de Jeffrey -porque ahora el plano subjetivo es suyo- recorre el desordenado directorio del edificio, buscando el apartamento de Dorothy Vallens, que es, al parecer, el más elevado -710.

 

Ya nos detuvimos sobradamente en las resonancias religiosas del número siete, de modo que solo añadiremos ahora que 710 -apartamento diez de la sétima planta- podría también ser leído así: siete de diez, séptimo de los Diez Mandamientos -del que tuve ya ocasión de señalarles que, entre los reformados presbiterianos, es el que prohíbe el adulterio.

 

No es inútil pasar revista a los apellidos que preceden al de Dorothy, pues parecen destinados a crear un cierto clima semántico: Shawmatorral, maraña-, Stevens -pero del que se han desprendido tres de sus letras, de modo que lo que se lee es sens, es decir, sentido-, Styes -orzuelo, pocilga- Tantar -nada en inglés, pero mosquito en rumano-, Trask -basura.

 

Con el cambio de plano

 


 

comenzamos a escuchar uno de esos zumbidos chisporroteantes -tan habituales en el cine de Lynch- que son propios de las conexiones eléctricas y que por eso atribuimos al letrero luminoso parpadeante.

 

Anticipa la noticia que nos es dada en el plano que sigue:

 


 

Ascensor estropeado. Literalmente: fuera de orden.

 

De modo que resulta obligado utilizar -aquí como en el Séptimo cielo de Franz Borzage- las escaleras. Ellas mandan composicionalmente en el plano que sigue

 


 

anticipando el ascenso de Jeffrey.

 

Y a ellas se accede atravesando un pasillo de deteriorados cubos de basura que no dejan de sugerir cierto desagradable halo olfativo.

 



 

No tanto como sucede en el film de Bozage, pero también aquí Lynch se demora en la visualización del ascenso de Jeffrey.

 


 

La luz natural y el verde de los árboles

 


 

van quedando abajo y atrás, mientras que delante y arriba es la oscuridad y la morbidez lo que aguarda.

 


 

El vago y tambien oscuro fragor en intensificación creciente que ha venido acompañando el ascenso

 



 

cesa cuando accedemos al pasillo del séptimo piso.

 

Pero no es el silencio lo que ocupa su lugar, pues no solo oímos los leves ruidos que hace Jeffrey en su desplazamiento, sino también una aún más vaga resonancia difícilmente descriptible, periódicamente puntada por notas de no se sabe que instrumento musical.

 



 

Es oscuro y degradado el pasillo que da acceso al apartamento, marrón oscuro, solo punteado por dos motivos rojos de diferente intensidad: el del letrero luminoso que señala la salida y el de la papelera. Anticipan los dos tonos de rojo que van a ser los de Dorothy un instante después.

 


 

Solo cuando Jeffrey se detiene ante la puerta constamos que es también rojo el tubo de goma de su fumigador.

 


•Dorothy: Yes? What is it?

 

He aquí los dos rojos que les anunciaba, el del vestido y el de los labios de Dorothy -siendo este segundo el más intenso.

 


•Jeffrey: Pest control. l gotta do your apartment.

 

Es hora de recordar que, en su plan, Jeffrey solo pretende introducirse en el apartamento y mirar.

 

A ello se adapta bien el disfraz que ha escogido para lograrlo. Controlador de plagas, fumigador, alguien, en suma, que puede combatir los focos de infección sin tener que tocarlos.

 

Pero ya conocemos su reverso: como la propia Dorothy declarará, va a fumigarla con su enfermedad.

 


•Dorothy: Humm


•Dorothy: That stuff stinks.


•Jeffrey: This is new stuff. There’s no smell.


•Dorothy: Good.


 

 

 

 

 

 


En, escena, el sillón del cadáver del padre

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Una vez en el interior del apartamento, un notable efecto de luz produce el efecto de que Jeffrey se encontrara frente a un escenario.

 

Se trata de una suerte de mal raccord de luz, pues la que ahora ilumina su espalda parece disonar con respecto a la que ilumina el resto de la estancia.

 

Al fondo una cocina de color crema que da la impresión -sucede así siempre en los films de Lynch- de que en ella nunca cocina nadie. En primer término, el salón, de neta dominancia magenta.

 

Disuena en esta escena el mal resuelto contraste entre el área de la cocina y la del salón, tanto por lo que se refiere a sus colores como a la casi absurda relación entre sus respectivos suelos, el de baldosas de la cocina y el de moqueta del salón.

 


 

Jeffrey entra en esa escena y poco después Dorothy viene a ocupar el que hace un momento era su lugar:

 


 

Como si hubiera sido absorbido por la escena que él mismo contemplaba hace solo un instante.

 


•Jeffrey: Just need to do the kitchen.


 

El plano es largo y silencioso, casi un plano secuencia. Lo que nos conduce a reparar en lo que hay en su centro -en el centro de esa escena.

 

¿Se dan cuenta de cuál es ese motivo central?

 

Se trata de ese sillón vacío que, en el comienzo del plano, parecía mirar a Jeffrey.

 


 

Se trata del mismo sillón en el que, en el final del film,

 


 

veremos sentado y amordazado el cadáver del padre.

 

Aunque no se trata de la misma posición de cámara en ambos casos, sí nos encontramos ante una bien semejante. Pero veremos entonces rota la pantalla del televisor sobre el que ahora se apoya Dorothy.

 

Resulta obligado anotar la localización de ese sillón porque queda ubicada así la presencia del cadáver del padre en la escena central del film que dentro de poco tendrá lugar en este mismo lugar.

 

Y para confirmar lo que les digo, vean, en lo que sigue, a Jeffrey deteniéndose en fumigar detrás de ese sillón, como si se pretendiera dirigir nuestra mirada hacia él.

 


•(knock at door)


•Dorothy: Grand Central Station!



 

Elegante plano de la pared desnuda, entre el salmón y el magenta, dispuesto tanto para acoger el vestido rojo suave del de Dorothy,

 


 

como para que, dentro de un momento, sobre él estalle la chaqueta amarilla de su visitante.

 

Solo un motivo decorativo: esa sinuosa y estilizada planta verde que retornará en Lost Highway (1997)

 


 

para acompañar la inmersión en la locura de su protagonista.

 

Y debe ser anotado que esta planta no sólo se encuentra aquí,

 


 

sino también en el cuarto de baño que visitará Jeffrey cuando retorne por la noche al apartamento:

 


 




 

Comprobamos ahora como la planta prefiguraba y anticipaba la presencia de ese visitante que viene a completar por anticipado la imagen final que habrá de cristalizar en este escenario que es el del apartamento:

 


 

Es del todo congruente con ello que, en el contraplano de este plano subjetivo de Jeffrey, la planta vuelva a hacerse visible.

 


 



 

El rostro y la amenazante mirada del hombre amarillo mantiene no se sabe que turbia relación con la planta que se encuentra tras él.

 

Dorothy, entonces, presenta a Jeffrey reconociéndole la identidad que el mismo ha escogido para su representación:

 



•Dorothy: lt’s only the bug man.

 

El es el bug man, el fumigador, sin duda, pero no termina de estar claro donde termina éste y comienza el hombre insecto, infectado por el Jitterbug desde siempre.

 




 

El cuadro se vacía y

 


 

Jeffrey se hace con la llave del apartamento de Dorothy Vallance.

 




 

El sillón del cadáver del padre sigue ahí.

 


•Jeffrey: That should do it.

•Dorothy: Yeah?

 

Comprobamos ahora que el color del tubo del equipo de fumigación de Jeffrey es exactamente el mismo que el del vestido de Dorothy.

 


 

Cuando el joven se despide y sale de cuadro dos cosas suceden.

 

La primera, que el rostro de la mujer, ahora que ya no es mirada, acusa su interés por el atractivo muchacho. Y, la segunda, que pasa a ocupar en la imagen el lugar del sillón del padre, que así queda oculto en imagen.

 


 

 

 

 


Escalera: descenso

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Esta vez el pasillo que ha debido atravesar Jeffrey de retorno se omite, pero no así el descenso de la escalera -con lo que esta escalera, y con ella el motivo del ascenso y del descenso, del arriba y el abajo, confirma su presencia e importancia en el film.

 

Esta vez, su descenso supone el alivio que la luz natural y la presencia de Sandy -tan cromáticamente asociada a ella, con lo que se manifiesta el sentido de su cabello rubio y de su tez blanca.

 


•Sandy: Are you all right?



•Jeffrey: Yeah. What happened?

 

Es tarea de Sandy conducirle hacia abajo.

 

Pues arriba, en el cielo de Blue Velvet, solo hay la mórbida oscuridad de Dorothy, Frank y el cadáver del padre.

 

Abajo, en cambio, está la luz -las iglesias del film no son visualizadas en su elevación, sino a ras de suelo.

 

Pero sólo a ras de suelo, porque más abajo, en el interior de la tierra, existe también, como sabemos, una oscuridad no menos amenazante:

 


 


•Sandy: I was about to go to the door when that guy did it for me.


•Sandy: Was it all right?

•Jeffrey: Yes and no. Did you recognize him?


•Sandy: I only saw his back. I think he went out a door at the end of the hall.


•Jeffrey: I didn’t get a good Iook at him either, but he sure Iooked at me.

 

Y porque hacerle descender es la tarea de Sandy su vestido es la única luz en esa oscura escalera.

 


•Jeffrey: I didn’t have time to get a window, but i found these keys. Nifty, huh?

 

Jeffrey alardea de la llave que ahora tiene.

 


•Sandy: Yeah, if they open the door.

 

Y Sandy, no demasiado alegre por ello, responde con cierta mordacidad.


•Jeffrey: Yeah.


 

 

 

 

 


Escalera: adicción y pesadilla

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Esta es, desde luego, una escalera que, aunque exterior, es bien oscura, como lo acusa su contraste el luminoso plano que, en directa continuidad temporal, abre la escena que sigue:

 

 


 

Pero ésta, en todo caso, es la única vez en que será mostrada -y recorrida- de día.

 

Todas sus demás apariciones serán ya nocturnas.

 

Y serán muchas, pues esta escalera, su ascenso y su descenso, retornará de manera obsesiva a lo largo del film, con una cadencia que parece responder tanto a los tiempos de la adicción como a los de la pesadilla.

 

Si ahora Jeffrey y Sandy la abandonan en su minuto 25, reaparecerá en el 31, cuando,

 


 

esa misma noche, Jeffrey retorne al apartamento de Dorothy.

 

Lo hará de nuevo más tarde, en el 52,

 


 

cuando, tras contemplar la escena del encuentro de Dorothy y Frank, abandone la casa.

 

Aparecerá, nuevamente, a la hora y 6 minutos,

 


 

en la nueva visita a Dorothy que concluirá con el primer encuentro de Jeffrey con Frank.

 

Volverá a aparecer más tarde, a la hora 46 minutos,

 


 

en la última visita que Jeffrey realice al apartamento en la que encontrará el cadáver maniatado del padre.

 

Y finalmente volverá a hacerse presente poco después -a la hora 50 minutos- cuando, al intentar abandonar el edificio Deep River, se encuentre con Frank interceptándole el camino.

 


 

Lo que da el total, realmente notable, de siete escenas protagonizadas por esa escalera -cuatro de ellas de ascenso y 3 de descenso.

 

Notable, claro está, no solo por su abundancia, sino por su cifra misma, siete, cuya función densamente simbólica en el film viene así a confirmarse una vez más.

 

Hablábamos, a propósito del retorno tan insistente de esta escalera, de la cadencia de la adicción -esa suerte de enfermedad febril de Jeffrey de la que habla Dorothy- tanto como de la de la pesadilla. Pues es esta una escalera que se asciende y se desciende una y otra vez, pero también una en la que, llegado el momento, se experimentará la parálisis típica de la pesadilla -seguir corriendo sin lograr avanzar- que tendrá lugar cuando la llegada de Frank corte el paso al descenso de Jeffrey.

 

 

 

 

 

 

 


Ante la iglesia

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Es, recordémoslo, muy suave el color rosa de la rebeca de Sandy, como es rojo el del coche de Jeffrey.

 

Y ahora ese rojo manifiesta su conexión directa con el de los labios de Dorothy.

 


 


 

Sandy aguarda a que Jeffrey le abra la puerta del coche.

 


 

Que se comporte, para con ella, como un caballero a la antigua usanza.

 



•Sandy: So, what’s next?

 

Al fondo, tras Sandy, la puerta lateral de la iglesia.

 

No puede extrañarnos que sean también siete los escalones que la preceden. Es el otro séptimo cielo -más a ras de tierra, desde luego-, el de Sandy, hacia el que ella le invita a Jeffrey una y otra vez.

 



•Jeffrey: Are you game for more?

 

El juego de seducción prosigue, incluso se verbaliza.

 



•Sandy: I owe you one


•Sandy: since I goofed this one up.


•Jeffrey: You didn’t goof it up. But…

 

Jeffrey exhibe ante la mirada de Sandy la llave que ha conquistado pero que -de acuerdo con las palabras de ella que acabamos de escuchar-, todavía no ha sido puesta a prueba.

 

Tras mirar interesada esa llave, su mirada se dirige, -en un gesto de complicidad y deseo- a los ojos del joven.

 


•Jeffrey: you still owe me one.


 

Pero cuando éste aparta de ella la mirada, constatamos la lucidez con la que percibe que el deseo de él -en extremo excitado- se encuentra en otro lugar -en el espacio interior de esa mujer al que ha decidido volver.

 


•Jeffrey: I’m gonna try and sneak in tonight.

 

Va a tratar de colarse, de entrar allí, esa misma noche.

 


 

Y sin embargo no duda en involucrarla a ella.

 

¿Solo porque la necesita como instrumento para ello o más bien porque disfruta introduciéndola en un retorcido juego de a tres?

 


•Jeffrey: It’s Friday. Do you have a date?


•Sandy: Yeah. I do.



 

Constatamos ahora que no hablábamos de adicción en balde.

 

Así lo indican las ojeras que presenta Jeffrey en este plano, tanto como la vehemencia con la que reclama la participación de Sandy en su adicción.

 


•Jeffrey: Well…


•Jeffrey: that does that.

 

Ella, a su vez, debe contemplar el gesto tiránico de Jeffrey por el que este le deja ver que se convierte en nada para él si no acepta participar sumisa de su juego.

 

Lo notable de Sandy, sin embargo, es la lucidez casi fría con la que lo constata, lo que le permite mantener su propio juego sin alterarse.

 



 

 

 


Llevando a Sandy a casa

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El coche abandona el centro de la ciudad, para retornar a Vista, el más amable barrio en el que los dos chicos viven.

 


•Sandy: You really wanna do this, don’t you?

 

Sandy verbaliza en forma de pregunta lo que ha constatado -la intensidad con la que el deseo de Jeffrey ha quedado prendado en el apartamento de Dorothy.

 

Jeffrey, cuya mirada en el espejo retrovisor ahora ya no se dirige a ella, a diferencia de cuando, en una composición del todo semejante,

 


 

la invitó a ir a Arlene’s, no contesta lo que considera evidente sino que manifiesta su actual desinterés hacia ella, con la mal disimulada coartada de una convencional preocupación por su seguridad. -Aflora en ello una vez más la estructura perversa de su juego.

 


•Jeffrey: i don’t want you to get involved. I do, but if something went wrong… Like you said, they may be involved in murder.

 

Cuando sus miradas se encuentran de nuevo, Jeffrey está ya deteniendo el coche ante la casa de Sandy, en lo que es un evidente anuncio de su decisión de deshacerse definitivamente de ella si no accede a sus deseos.

 



•Jeffrey: OK.

 

De modo que Sandy se rinde ante la perspectiva de retornar a la casa que quiso abandonar arrastrando a Jeffrey tras sí.

 

Y porque entiende a la perfección la lógica perversa del discurso de Jeffrey, declara entrar en el juego aceptando sus reglas: así el engaño de un tercero

 


•Sandy: OK. I’II tell Mike I’m sick.

 

y la mentira.

 


•Sandy: Just so the record is kept straight, though, I love Mike.

 

De modo que su entrega al juego se manifiesta total:

 



•Sandy: What do you want me to do?

 

¿Qué es lo que quieres que haga?

 


•Jeffrey: First we’ll have a really nice dinner. Try to find out whehe Dohothy Vallens sings.

 

De hecho, ella ya se ha anticipado los deseos de Jeffrey.

 



•Sandy: I already know. The Slow Club on Route 7.

 

Sabe que es en la carretera 7 donde se encuentra la otra escena de Dorothy.

 


•Jeffrey: Great. l’ll pick you up about eight?


•Sandy: Don’t pick me up. My dad might think it’s strange.


•Sandy: I’II walk over to your house. i’II be there at eight o’clock. OK?

 

Asombrosa esta Sandy.

 

Asombroso, sobre todo, lo relajadamente con que se involucra en el juego de Jeffrey, lo que viene a demostrar hasta qué punto sabe que, a medio plazo, ese juego no habrá de obstaculizar el suyo propio.

 


•Jeffrey: OK. You better get out before someone sees us.


 

Le gusto más de lo que él mismo cree, parece pensar.

 


•Jeffrey: See ya!



 

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Safe Creative #2005103952971

 

 

 

La posición perversa de Jeffrey

 

 


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Espacios y línea de demarcación

 

Los espacios de Blue Velvet se ordenan con precisión en torno a una línea de demarcación.

 


 

A un lado, el barrio residencial de los jóvenes protagonistas y sus familias.

 



 

Del otro, más allá de cierta línea trazada por la ley con insistente precisión

 


 

el universo turbio y oscuro que despierta el deseo.

 



 

Su oscuridad es ya suficiente motivo para que el nuevo edificio que sigue,

 


 

el del instituto, por ser espacio del saber convencional, sea todo él claridad.

 

 

 

 


Juegos de seducción en el instituto

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Un instituto imponente a efectos de un acentuado gran angular que se hace bien patente por la curvatura de las líneas horizontales mayores del plano y que permite incluir en imagen la alta bandera que lo preside.

 


 

Frente a él, Jeffrey, ya estudiante universitario que retorna ahora como orgulloso conductor del vistoso descapotable rojo de su padre.

 


 

De modo que el coche rojo tapizado de un elegante cuero blanco se impone avasallador en una imagen que se conforma como una bien evidente escenografía adolescente de seducción.

 

Conviene detenerse en ello porque es ciertamente notable el modo en el que Lynch recrea ese universo adolescente de provincias que fue el suyo, jugando con sus estereotipos sin permitir que ello lleve a aplanar su film.

 

Sandy se siente halagada, tanto más cuanto sus amigas la acompañan.

 

Así pues, el juego de seducción adolescente resulta bien patente para todos y en todo momento.

 


•Jeffrey: You hungry or thirsty, or both?


•Sandy: I don’t know.


•Jeffrey: I’d Iike to talk to you about somethin’.


•Sandy: Wait just a minute.



•Sandy: Listen. Don’t you guys dare say anything to Mike.

 

Se nos informa de la existencia de un novio de Sandy, al que ésta no duda en engañar, sin miedo al juicio crítico -y a la patente envidia- dibujada las miradas de sus amigas, quienes tienen ya tema de conversación para la tarde.

 



•Amigas: Sure.

 

Nuevamente, la rebeca de Sandy es de un suave tono rosa.

 


•Sandy: it’s not what you think, OK?


•Sandy: Promise?


•Amigas: Whatever you say.



•Jeffrey: I don’t wanna cause trouble.

 

El gran angular se mantiene constante. Los dos adolescentes frente a frente, a cielo abierto en un día en extremo luminoso.

 

En el centro de la imagen, en el espejo retrovisor, la mirada de Jeffrey, a la vez escrutadora y seductora. Sandy disfruta de sentirse tan atentamente observada.

 

No solo por él,

 


•Sandy: i’m here, aren’t i?


•Amiga: He is nice-Iookin’.

•Amiga: Yeah.

 

sino también por sus amigas.

 


•Jeffrey: You ever been to Arlene’s?

 

Y es patente la fatuidad con la que Jeffrey le pregunta si una niña como ella ha estado ya en Arlene’s -de modo que el nombre del establecimiento en el que se desarrollará la escena que sigue es suscitado por primera vez.

 


•Sandy: Of course.

 

Y es igualmente patente como el modo en el que Sandy disfruta de poder contestar positivamente a esa pregunta, sabedora de la complicidad que establece con Jeffrey en la frontera del fin de la adolescencia.

 


 

Y es que Arlene no es, desde luego, un nombre cualquiera.

 

De origen celta, posee el significado de promesa y compromiso.

 

Solo que, como constataremos en seguida, esa promesa y ese compromiso habrán de formar parte de la estrategia perversa que rige el juego de Jeffrey.

 

 

 

 

 

 


La posición perversa de Jeffrey

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La fachada del restaurante Arlene’s -podemos leer ahora con toda claridad el letrero que la preside- se encuentra cuidadosamente centrada en imagen, en una composición simétrica que incluye el cielo suficiente como para que los semáforos colgantes resulten visibles. En rojo los de la izquierda y en verde los de la derecha.

 

¿No permite ello deducir ya las posiciones que en imagen guardarán Jeffrey y Sandy en la escena que sigue? Y por cierto que a la derecha se hace visible también el delgado pináculo de una iglesia, tanto como un camión de distribución de hielo del cual pronto habremos de reparar en su motivo.

 


 

Un gran camión atraviesa la imagen

 


 

imponiendo los grandes troncos cortados de árboles que transporta.

 

Así pues, el corte de nuevo.

 

De nuevo la relación entre los árboles cortados y la oreja cortada.

 


 

Cuando el camión pasa y sale de cuadro, la puerta del establecimiento cobra todo su protagonismo, ahora que ya no la desdibuja la pareja que veíamos pasar delante de ella en el comienzo del plano.

 

Sus cortinas naranjas -entre el rosa y el rojo, por tanto- protagonizan ahora la imagen sugiriendo una vez más la forma de un telón abierto y, por esa vía, la idea de que cierta escena aguarda.

 


 

Una vez dentro, Sandy es presentada a la izquierda, mirando pues hacia la derecha -en la dirección de los semáforos verdes.

 

Frente a ella, a la derecha, Jeffrey, mirando hacia la izquierda -el lado de los semáforos rojos, esa dirección de lo prohibido que ha decidido hacer suya.

 

La cámara, apoyada en el movimiento de la camarera que les atiende, desciende ligeramente a la vez se aproxima a los dos personajes corrigiendo la angulación con el fin de centrarles en imagen:

 



•Sandy: Now are you gonna tell me why we’re here?


 

Con esa corrección la calle exterior disminuye considerablemente su presencia, a la vez que la palabra Ice, pintada en el camión congelador, se hace bien visible sobre la cabeza de Jeffrey.

 

Ahora, la línea inferior del marco de la ventana que se encuentra tras ellos queda localizada justo a la altura de sus miradas, de modo que viene a dibujar en la imagen la línea recta en la que éstas han de encontrarse.

 

Pero sería apresurado reducir a ello lo que sucede mientras dura este desplazamiento de cámara.

 

De modo que debemos retroceder

 


 

para constar como la camarera que se aproxima mirando sonriente a Jeffrey desempeña un papel tanto en el dibujo del protagonista como en el de su relación con Sandy.

 


 

Pues Jeffrey, sin duda brevemente, dado que se sabe bajo la atenta mirada de Sandy, le dirige una de sus decididas miradas seductoras -sabe y disfruta del interés que despierta entre las chicas.

 


 

Y bien poco vuelve a hacerlo de nuevo:

 


 

Se baña, desde luego, en el narcisismo con que vive su bien reconocida deseabilidad.

 

Pero no es solo eso: sabe también que eso aumenta su valor -y su capacidad de influencia- ante los ojos de su amiga.

 


 

Y ciertamente Sandy repara en ello,

 


 

a la vez busca interesada el rostro de la competidora con la que quiere medirse.

 


•Sandy: Now are you gonna tell me why we’re here?


 

La pregunta de Sandy es directa: ¿por qué me has traído aquí?, ¿que es lo que quieres de mi?; en suma: ¿me deseas a mí o solo quieres utilizarme como instrumento para tus fines?

 

Lo que todavía podemos formular así: ¿soy el objeto de tu deseo o solo un medio para alcanzar otro deseo más o menos inconfesable?

Tan directa es su pregunta como confusa la respuesta de Jeffrey.

 

El modo en que los ojos de los dos jóvenes se ubican con respecto a la línea inferior de la ventana es bien expresiva de ello.

 

Los de Sandy se encuentran justo sobre esa línea, mientras que los de Jeffrey están ligeramente sumergidos con respecto a ella.

 



•Jeffrey: There are opportunities in life for gaining knowledge and experience.

 

En cualquier caso, los circunloquios de su respuesta dejan pronto aflorar un fondo perverso:

 


•Jeffrey: Sometimes it’s necessary to take a risk.

•Jeffrey: I’ll bet someone could learn a lot by getting into that woman’s apartment.


•Jeffrey: You know, sneak in, hide, and observe.

 

Jeffrey quiere entrar en el apartamento de la mujer marcada tanto por la cifra 7, como por el misterio de la oreja cortada para, una vez allí, esconderse y mirar.

 

De modo que no se trata en principio, por lo que al deseo de Jeffrey se refiere, -y con independencia de hasta donde será arrastrado más tarde- de hacer, sino de esconderse y mirar:

 

Quiere, pues, aquello que la oreja cortada oyó.

 

Es pues la escena primordial lo que está en juego.

 

Esa escena que, fuera vista o no, produjo la impresión acústica más intensa en la infancia del sujeto: el de ese sonido del acto sexual, cuyo diapasón grave es la respiración intensa del padre y cuyo diapasón agudo, el que produce los efectos más lacerantes en el sujeto, son los gemidos de goce de la madre.

 

Sandy, toda su concentración puesta en la escucha del joven al que desea con todas sus fuerzas enamorar, no se engaña sobre lo que oye, y subraya lo esencial de sus palabras:

 


•Sandy: Sneak into her apartment?

 

Meterse en su apartamento.

 

En el apartamento de ella, esa mujer investida de la deseabilidad del mal.

 


•Jeffrey: Yeah.


•Sandy: Are you crazy?

 

Ciertamente, Jeffrey no está loco. Su mente ha diseñado con toda frialdad

 


 

-ice-, con la frialdad propia de los cálculos del perverso, su plan.

 

Pero eso no evita que la proximidad del mundo de la locura comience a dibujarse en el horizonte del relato.

 


•Sandy: Jeffrey, she’s possibly involved in murder. This is givin’ me the creeps.

 

El plan de Jeffrey incluye, desde el primer momento, la decisión de utilizar a Sandy como instrumento, manejando para ello el atractivo que sabe siente por él la muchacha -y ello hasta el extremo de escoger Arlen’s como el lugar de la cita.

 


•Jeffrey: Now just settle down. I have a plan which I think will work.

 

Ella no puede por menos que resultar decepcionada.

 

Tanto más cuanto que Jeffrey no deja de explicitar que es bien pequeño el papel que ella debe desempeñar en su plan:

 


•Jeffrey: There’s very little for you to do, but I do need your help. Don’t you even wanna hear the plan?



•Sandy: Tell me any plan you want, but it’s not going any further than this diner.

 

Es débil su resistencia -no más que una desilusionada forma de hacerse valer-, a la que reacciona de inmediato Jeffrey con una más de sus cabriolas de seductor:

 


•Jeffrey: Sandy,


•Jeffrey: don’t take that attitude.



•Jeffrey: All right.

 

Son niños que juega a la seducción.

 

Pero, a la vez, es bien real la seducción a la que juegan.

 

Y si señalamos lo que de evidentemente manipulador hay en el carácter de Jeffrey, no podemos negarnos a anotar su contrapartida: que finalmente Sandy logrará sus fines -que son, desde el primer momento, matrimoniales.

 

 


En la escena: el hacer y el representar

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En todo caso allí, en Arlene,

 


 

espacio donde la sugerencia del compromiso se ve enturbiada por la sugerencia de la representación que las cortinas de su puerta dibujan, Jeffrey va a exponer su plan.

 

Conviene escucharlo atentamente, atendiendo al hecho de que describe la representación que él mismo se dispone a poner en escena -en la escena del apartamento de Dorothy Vallens.

 

Y debemos hacerlo sin perder de vista que todo plan del que se da cuenta detenidamente en un relato es uno destinado a no realizarse o a realizarse solo por la vía de un desvío que con ello queda desde ese momento anunciado.

 


•Jeffrey: The fihst thing I need is to get into her apartment


•Jeffrey: and open a window to crawl into Iater.


•Sandy: How are you gonna do that?


•Jeffrey: Right out in the car I happen to have some old overalls


•Jeffrey: and a bug-spraying rig.

 

Armado de su equipo fumigador -curiosa versión de la lanza del caballero andante-

 


•Jeffrey: I will go to her apartment as a pest-control man.

 

se presentará como fumigador –pest-control man, literalmente: hombre de control de plagas.

 


•Jeffrey: I will spray her apartment.

 

Y fumigará su apartamento.

 

Es decir: representará el papel de fumigador, pero a la vez fumigará el apartamento -lo hará, no representará su fumigación.

 

Fumigará el apartamento de la mujer en la que quiere entrar. -Sandy lo había subrayado: el quiere Meterse en su apartamento.

 

Y fumigarlo.

 

Es desde luego difuso el límite entre ella y su apartamento, como se demostrará cuando llegue el momento.

 

Y, por lo demás, el acto de fumigarlo alcanza, también él, una extraordinaria ambivalencia, pues fumigarlo puede significar limpiarlo, eliminar la contaminación del pecado que lo impregna, pero puede sugerir igualmente el extremo de ese introducirse en el interior del apartamento que es después de todo también la mujer.

 

Y, por esa vía, la fumigación deja de ser eliminación de la plaga para convertirse en su contrario, en fuente de enfermedad.

 

Por más que esto pueda en principio parecer absurdo, será algo que la Dorothy habrá de repetir hasta cuatro veces, como la más íntima convicción que la habita en su amor loco por Jeffrey:

 



•Dorothy: I have your disease in me now.


•Dorothy: I still have you inside of me.


•Dorothy: He put his disease in me.


•Dorothy: He put his disease in me.

 

Y no menos interesante es el papel que corresponde a Sandy en ese plan, pues viene a actualizar -nuevamente bajo la modalidad de la representación- todo lo que en su momento anotamos de su relación con el mundo de la religión:

 


•Jeffrey: You knock on the door, draw her attention away from me, and i’II jimmy a window.


•Sandy: And what do i say to her at the door?


•Jeffrey: You will be a Jehovah’s Witness.


•Jeffrey: I have some Awake! magazines for you.


 

Todo indica que Jeffrey disfruta de ese reparto de papeles que hace de Sandy la representante caricaturesca del mundo de la religión -que comparece aquí, ya lo hemos anotado, como el del Bien- a la vez que él se dispone a realizar su ambivalente incursión en el de la enfermedad y el mal.

 


•Jeffrey: I don’t need very much time, just a few seconds. Whaddaya think?


•Sandy: I don’t know.



•Sandy: I mean, it sounds Iike a good daydream, but… actually doing it’s too weird.

 

Son siempre notablemente precisas las anotaciones que Sandy realiza.

 

Así también ésta, que nombra el plan de Jeffrey como una ensoñación o, más exactamente, como una fantasía diurna.

 

Como una escena fantasmática, en suma.

 


•Sandy: It’s too dangerous.



•Jeffrey: Sandy, Iet’s just try the first part.


•Jeffrey: No one will suspect us.


•Jeffrey: No one would think two people Iike us would be crazy enough to do this.

 

Y de nuevo Jeffrey nombra ese horizonte de locura que se extiende más allá de la barrera a la que se sujeta el perverso.

 


•Sandy: You have a point there.

 

Es Sandy la que lo confirma.

 


 

Y no sin entusiasmo, pues sabe que entrar en su juego con la locura es la mejor vía de hacerse con él.

 


 

Lo que da paso a esa escena ante la iglesia de la que ya nos hemos ocupado y de la que solo conviene añadir ahora que engrana a la perfección con el papel asignado a Sandy en la escena, en su calidad de testigo de Jehová.

 

 

 

Safe Creative #2005103952971

 

 

 

El hombre de arena, Olympia y el Jitterbug

 

Jesús González Requena
Análisis de Textos Audiovisuales, 2019/2020
16/03/2020
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

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En la ferretería


 

A la mañana siguiente, la ferretería de los Beaumont.

 

Una construcción de una sola planta, pero cuya fachada está llena de escaleras -hasta cuatro que enmarcan la puerta de entrada a la tienda- que parecen invitar a subir hacia la séptima planta en la que mora Dorothy Vallens.

 



Double Ed: Coffee time.


Jeffrey: Yo!

 

Los pies y el bastón de un ciego.

 

¿Qué podemos decir de un ciego en el contexto del universo diegético de Blue Velvet, en el que la oscuridad constituye la amenaza mayor, tanto como el territorio en el que Jeffrey ha decidido internarse?

 

Que es alguien que sabe moverse en la oscuridad.

 

Pero, ¿cómo no reparar, en un plano tan desnudo como éste, en el único objeto que se nos muestra en la estantería de la Beaumont’s Paints & Hardware? Máxime por el contraste que este plano tan desnudo -insistamos en ello- presenta con el tan abigarrado que acaba de precederle:

 



 

No otra cosa que mangueras de riego verdes -cuatro grandes royos alineados en el estante.

 

En todo semejantes a aquella con la que regaba el padre instantes antes de su colapso.

 

Y también, por tanto, como la vena que se atascó en las proximidades de su corazón.

 


Olympia, Sandman

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Pero no solo eso.

 

También esto otro: la marca de esas mangueras, bien visible en la última de ellas: Olympia.

 

¿Cómo no atender a la precisa referencia intertextual que este nombre suscita? Venimos de constatar como incluso el vecindario más apacible de Lumberton, Vista, se ha oscurecido y sus casas, no solo la de Jeffrey, en la noche, han comenzado todas ellas a resultar inquietantes.

 

Lo familiar ha comenzado a ser percibido como extraño, lo heimlich como unheimlich.

 

En El hombre de arena, el relato de Hoffmann que fue escogido por Freud como el texto idóneo para desplegar su reflexión sobre lo siniestro, Olympia es el nombre de la joven de la que se enamora locamente Nataniel, su protagonista, y de la que acabaremos sabiendo -aunque de hecho habíamos empezado pronto a intuirlo vagamente- que no es más que una autómata.

 

Que de tal referencia intertextual se trata -más allá del evidente aroma de lo siniestro que envuelve buena parte del film- queda confirmado cuando recordamos que la canción que Ben, el mórbido hampón amigo de Frank, versa precisamente sobre el Sandman:

 


Ben: A candy-colored clown they call the Sandman

 

Ben interpreta, en un ostensible play-back, la canción In Dreams de Roy Orbison, también ella, como Blue Velvet de Bobby Vinton, de 1963, con lo que esta fecha queda confirmada como la del tiempo diegético del film.

 

Ciertamente, el Sandman del que habla la canción Orbison no es, al menos aparentemente, siniestro como el de Hoffman, sino la imagen amable del folclore anglosajón que promete bellos sueños a los niños cuando se van a la cama.

 

Pero, no menos ciertamente, uno y otro proceden de un fondo folklórico común, y ambos, el amable tanto como el siniestro, llegan por la noche, anunciando el sueño -con independencia de que este sea maravilloso o pueda convertirse en una pesadilla.

 

Y, en cualquier caso, es una figura en sí misma siniestra la de Ben, el personaje que lo interpreta.

 

Por lo demás, el que aquí sea presentado como un payaso de color caramelo, no lo aleja del de Hoffmann, cuyo aspecto bufonesco -pero, eso sí, diabólicamente bufonesco- en señalado con todo detenimiento.

 

No es casualidad, por lo demás, que la figura del payaso haya quedado asociada, en el cine anglosajón contemporáneo, desde La naranja mecánica a Batman o El Joker, como una imagen bien contemporánea de lo siniestro.

 


Ben: Tiptoes to my room every night


Ben: Just to sprinkle stardust and to whisper


Ben: Go to sleep


Ben: Everything is all right

 

Frank -figura no menos siniestra que la de Ben-, deletrea la canción mientras la escucha como si fuera íntimamente suya.

 


Ben: I close my eyes

 

La arena del Sandman hacer cerrar los ojos.

 

Y el sueño maravilloso puede convertirse a la vez en la más siniestra pesadilla.

 

Versa, en cualquier caso, sobre el amor:

 


Ben: Then I drift away


Ben: Into the magic night


Ben: I softly say


Ben: A silent prayer


Ben: Like dreamers do


Ben: Then I fall asleep to dream

 

Cuando el sueño de la canción comienza, Dorothy sale de la habitación en la que por unos instantes ha podido ver a su hijo raptado.

 

Y su raptor,

 


Ben: My dreams of you

 

Frank, sueña con ella,

 


Ben: In dreams I walk


Ben: with you

 

camina con ella -y es ese amor por ella el que libidiniza la patente relación amorosa que Ben y Frank mantienen-,

 


Ben: In dreams I talk to you

 

habla con ella.

 


 

Ben: In dreams you’re mine all the time


Ben: We’re together.

 

De modo que, de alguna manera, Frank se quiere en el lugar de ese niño raptado; la mujer con la que quiere caminar y hablar, la mujer que quiere que sea suya todo el tiempo, debería devolverle -la escena que Jeffrey ha contemplado en el apartamento de Dorothy es del todo expresiva a ese respecto- la madre del origen.

 

Lo más familiar convertido en siniestro por el camino más directo: tal es lo que se encuentra en el núcleo de la fantasía incestuosa que late en Blue Velvet.


Mono, sexo, desdoblamientos

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Jeffrey: Hey, Double Ed,


 

Double Ed.

 

Así pues, no es uno el que llega, sino dos, de modo que ese otro asunto tan propio de lo siniestro, el del doble, se esboza también aquí.

 


Jeffrey: where are the overalls?


 

Jeffrey pregunta donde se encuentran los monos de trabajo.

 

Pero, ¿qué hay en su cabeza cuando hace esa pregunta? La decisión de disfrazarse con un mono de fumigador para así introducirse en el apartamento de Dorothy Vallens, desde luego.

 

Ahora bien, literalmente, tal y como la imagen lo muestra, ¿qué es lo que hay en su cabeza?

 

Basta ir al arranque del plano para constatarlo:

 


 

Dos atractivas jóvenes vistiendo tan solo, cada una de ellas, un idéntico bikini azul. Veámoslas en una ampliación:

 


 

Es el interés por el sexo, por tanto, lo que bien patentemente se agita en el interior de su cabeza.

 

Resulta pues obligado atender ahora a la presencia de lo que se desdobla en dos, en esta película en la que todo está desdoblado: son dos mujeres en bikini como son dos los Ed empleados en la ferretería.

 

Y, por lo demás, ¿cuanto suman dos y dos?

 


Double Ed: They’re on the bottom shelf, rolled


Double Ed: up, where they’ve always been.


Jeffrey: Hey, Ed, how many fingers?

 

No hay duda: cuatro.

 

Como eran cuatro las escaleras presentes en la fachada de la ferretería:

 


 

Por lo demás, que Jeffrey no deja de ser un niño:

 


Double Ed: Four.


Jeffrey: I still don’t know how you do that.

 

Pues afirma que todavía no sabe cómo lo hace, cuando ya es mayorcito para saberlo, dado es bien patente que es el segundo Ed el que comunica al ciego por el tacto la respuesta correcta tocando cuatro veces seguidas el hombro de su compañero.

 


 

Lo que nos obliga a anotar que la respuesta pasa por el tacto: y por cierto que es esencialmente táctil el saber que se juega en el sexo.

 


Jeffrey: I still don’t know how you do that.

 

Ciertamente, de eso todavía no sabe gran cosa Jeffrey.

 

Pero está dispuesto a saber.

 

De hecho, está preparando sus armas para la incursión en el séptimo piso de Dorothy Vallens.

 


Jeffrey: Now Iisten. You sure you don’t need me or this rig for a while?


Double Ed: If you wanna spray for bugs, Jeffrey, it causes us no pain.

 

Spray for bugs se traduce correctamente por fumigar, pero al hacerlo así se pierde la presencia de esos insectos, bugs, que están ahí presentes como fuente de contaminación.


Mulholand drive: Jitterbug

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A lo que hay que añadir que esta palabra, bugs, usada como adjetivo, significa loco.

 

Quien ha visto Mulholand Drive es probable que recuerde que el concurso que gana Diane y que le permite viajar a Hollywood es un concurso de Jitterbug que es presentado en el comienzo mismo del film.

 


 

En él, sobre un fondo vacío, son mostradas parejas de jóvenes entregadas al frenesí del Jitterbug, mezcladas con sus propias sombras, desdobladas y superpuestas en imagen en momentos diferentes de su baile.

 

El desdoblamiento -que constituirá aquí motivo central del film- se haya pues masivamente presente desde su comienzo.

 

El nombre, el de este baile, Jitterbug –jitter – bug– puede ser traducido tanto por el bicho o microbio del nerviosismo, tanto como por
el molesto nerviosismo.

 

 

Aparece así por primera vez la protagonista del film rodeada por sus abuelos -la abuela de nuevo, pues.

 

 

Diane ganó el primer premio.

 

Y ello debió sumirla en un estado maníaco.

 

De hecho, ese concurso de baile aparece como el recuerdo casi delirante de una protagonista sumida en una depresión extrema.

 


 

Pues es un plano subjetivo -sin contraplano- el que hace que la luminosidad de la escena del baile sea sustituida por la oscuridad de un dormitorio en cuya cama se derrumba y abisma Diane.

 

¿Me detengo demasiado en esto del Jitterbug? El caso es que nos conduce, por la vía más inesperada, a la película favorita de la infancia de Lynch.


Jitterbug y El mago de Oz

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Me refiero a El mago de Oz, la película de Victor Fleming de 1939.

 

Pues para El mago de Oz, célebre película a la vez musical e infantil, llegó a rodarse una escena que contenía un número de jitterbug -El jitterbug era un baile de moda en los tiempos en que se rodó el film.

 

Lamentablemente, esa escena no se conserva, pero circula en la red una reconstrucción (The Jitterbug- Lyrics And Music-The Wizard Of Oz) que conviene ver, tanto por su interesante contenido como por el hecho de que su protagonista, como la de Blue Velvet, se llama Dorothy.

 


Dorothy: Did you just hear what I just heard?

 

Como ven -Has oído lo que acabo de oir? la oreja está también presente aquí, pues hay, en primer lugar, un ruido.

 


 

Scarecrow: That noise don’t come from an ordinary bird.

 

El espantapájaros afirma que se trata de un ruido desconocido
que no procede de un pájaro común. De modo que es como esos ruidos que acechan en el mundo lynchiano y que la música intenta apagar.

 

Tin Man: It’s giving me the jitters in the joints around the knees

 

Ese ruido hace que al Hombre de Hojalata le tiemblen las rodillas.

 

Y en seguida provoca el miedo de todos.

 

Lion: I think I see a shadow and it’d fuzzy and it’s furry

 

Así del león, quien afirma creer ver una sombra borrosa y peluda que llegará a cobrar forma en el monstruo de Mulholand Drive:

 

 

Scarecrow: I haven’t got a brain but I think I oughta worry.

 

Tambien el Espantapájaros proclama su miedo y así, en una brillante paradoja, afirma no tener cerebro, pero a la vez sentirse obligado a preocuparse.

 

Tin Man: I haven’t got a heart but I feel a palpitation.

 

Y a su vez el hombre de hojalata, participando de paradoja semejante, afirma no tener corazón y, a la vez, sentir una palpitación.

 

Se hace así patente lo que se dibuja en esas tres figuras que acompañan a Dorothy, el león, el espantapájaros y el hombre de hojalata: un cuerpo a la vez desmembrado y carente de sus órganos fundamentales.

 

Lion: As monarch of the forest I don’t like this situation.

 

El León confiesa su miedo.

 

Por cierto que en todo ello se concreta un tema central de El mago de Oz. En su trayecto, los tres amigos de Dorothy adquieren lo que en principio les falta: el león el valor, el espantapájaros el cerebro y el hombre de hojalata el corazón.

 


Dorothy: Are you gonna stand around and let him fill us full of horror?

 

Que es un pálpito de horror lo que siente el rey de la selva
es algo que las palabras de Dorothy nombran con precisión.

 

Mi impresión es que, de niño, Lynch debió experimentar cierta intensa vivencia de horror que quedó asociada a la contemplación televisiva de El Mago de Oz -pues en los años sesenta era ésta una película emitida por la televisión con harta frecuencia, lo que a su vez nos conduce a la televisión encendida que hemos visto contemplar a la madre de Jeffrey.

 

Y bien, si algo horroroso latía para él escondido en esa película, ¿dónde mejor podría manifestarse que en su escena oculta?

 

Aparecen, a continuación, una serie de denominaciones relativas a esa cosa horrorosa que tratan de nombrar, y que, sin embargo, precisa paradoja, solo alcanzan a nombran es su misma innombrabilidad:

 

Scarecrow: It’s a whosis!

Tin Man: It’s a whatsis!

 

Así pues, ante ese ruido, se da un evidente fracaso de las palabras,

 


 

lo que viene a encender todas las alarmas -pues es sabido que lo más horrible
es siempre aquello para lo que no hay imagen ni nombre posible.

 

Dorothy / Scarecrow / Tin Man / Lion: Beware!

 

Hay que tener cuidado.

 

Dorothy: Who’s that hiding in the treetops?
It’s that rascal, the Jittergug.
Should you catch him buzzing round you?
Keep away from the Jitterbug.
Oh the bees in the breeze and the bats in the trees have a terrible, horrible buzz.
But bees in the breeze and the bats in the the trees couldn’t do what the Jitterbug does.

 

Y luego aparece el Jitterbug como tal, pues este número de El mago de Oz no solo es un jitterbug, sino un Jitterbug sobre el Jitterbug.

 

Es decir: casi una definición.

 

Tomémonosla en serio: Es un bribón el tal Jitterbug del que hay que protegerse.

 

Lo acompaña un zumbido del que se dice que es horrible: peor que el de las abejas e incluso que el de los murciélagos, pues estos no hacen lo que el Jitterbug hace.

 

Lo hemos oído crecer en el momento en que Jeffrey encontraba la oreja cortada:

 


 

Aquí comenzaba su crescendo:

 




 

Y el modo de su emergencia era bien semejante al que ya se producía antes, inmediatamente después del derrumbe del padre:

 


Canción: Precious and warm a memory / Through the years…

 

Tanto como, más tarde, se ahondaba aquí:

 

 

Canción: Oh the jittter.
Oh the bug.
Oh the jitterbug.
I’m a twitter.
In the throws.
Oh the critter’s got me dancing on a thousand toes
Thar she blows!

 

Y por cierto que en El mago de Oz es la propia canción
la que nos devuelve la descomposición de la palabra jitterbug en sus componentes, jitter y bug.

 

Canción: Jitterbugs: Dit-dit-dit… Who’s that hiding in the treetops?

 

¿Quien se oculta en las copas de los árboles?

 



Doubled Ed

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Double Ed: If you wanna spray for bugs, Jeffrey, it causes us no pain.

 

Es todavía pronto para anotar la ambivalencia del modo escogido por Jeffrey para introducirse en el apartamento de Dorothy.

 

Conformémonos, por ello, con constatar el énfasis que desde aquí se hace en ese modo, por la vía de la mostración de sus preparativos.

 


Jeffrey: Okey-dokey, Double Ed.


Jeffrey: Oh, it’s so good to have you back.

 

Por lo demás, la ambivalencia se hace presente aquí en esa doble cara de Doubled Ed, quien a la vez es ciego y ve.

 


Double Ed: Yeah, sure.


 

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9. Ética: Freud vs Lacan

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 17/11/2017 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

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El ideal de la formación ética

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Quisiera comenzar hoy fijando algunas ideas que no sé si quedaron suficientemente claras el último día.

 

La primera tiene que ver con la relación entre la inversión de la canción de Sam y la llegada de Ferrari.

 

Les decía que la canción se organizaba sobre la lógica más primaria, la del todo y el nada de la relación dual.

 

Pues bien, con la llegada de Ferrari -figura emblemática del yo realidad- viene a introducirse una dialéctica que da salida a esa relación tan extrema:

 

Sam: Who ‘s got nothing?

Público: We got nothing

Sam: How much nothing

Público: Too much nothing

Sam: Say nothing’s not a awful lot But knock on wood.

 

Y el tocar madera de la letra coincide con el momento en que Ferrari se sienta en su silla.

 

Sam: Now who’s happy

Público: We’re all happy

Sam: Just How happy

Público: Very happy

 

Con Ferrari se asienta el yo del principio de realidad. El que calcula las vías para alcanzar el placer dentro del mapa de la realidad.

 

Con ello, se dan cuenta, salimos de la dialéctica extrema, y potencialmente letal, del todo / nada, para introducir el algo, el quizás luego, el cerca y el lejos, el aquí y el allí...

 

 

Pero frente a la complacencia de Ferrari, se encuentra la amargura de Rick, tanto como un fondo de desprecio que le alcanza a él mismo en espejo.

 

¿A qué se debe esa amargura?

 

¿A la pérdida de ese mundo anterior al algo y sus cálculos, donde solo reinaba la exigencia del principio del placer, o a cierto juicio moral dictado por el superyó?

 

Lo notable es que en la prosecución de la escena se nos presentan como actuantes ambas causas.

 

Ferrari: What do you want for Sam?

 

Por una parte, es evidente que Rick formula un enunciado ético

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

que, en cuanto tal, exige una renuncia pulsional: la renuncia a mercadear con seres humanos.

 

Ferrari: That’s Casablanca’s leading commodity.

 

Seres humanos y/o mercancías.

 

La diferencia de posición entre Ferreri y Rick es la del que pone a ambos términos en una ecuación de igualdad frente a quien los pone en términos de oposición.

 

Pero tampoco debemos perder de vista que, tras el enunciado universal, late uno singular, dado que ese enunciado universal responde a una pregunta formulada en singular:

 

Ferrari: What do you want for Sam?

 

Y Sam, ya saben, es para Rick el aroma sonoro de su relación con Ilsa.

 

Así pues, en el rechazo de Rick, también en la amargura que emerge en él cuando se reconoce partícipe de los modos de Ferrari, se manifiestan a la vez tanto el anhelo del todo originario como la ley que reclama la renuncia pulsional.

 

Esa sorprendente conexión de ambos planos es la que se escucha en la respuesta de Sam:

 

Rick: Ferrari wants you to work for him at the Blue Parrot.

Sam: I like it fine here.

Sam: He’ll double what I pay you.

Sam: But I ain’t got time to spend money.

 

Como ven, la memoria del placer originario que Sam encarna desconoce totalmente los cálculos del yo realidad.

 

Ahora bien, ¿no consistiría en eso el ideal de la formación ética de los individuos?

 

Quiero decir, que el enunciado ético que supone una renuncia pulsional pueda permanecer bañado por la impronta del placer originario.

 


El principio de realidad y el goce perverso

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Por otra parte, esa amargura de Rick llama nuestra atención sobre cierto lado perverso del rostro de Ferrari, que no deja de estar relacionado con la economía objetual que practica: busca un placer dosificado de acuerdo con los límites -las precauciones- que el principio de realidad establece.

 

Por eso su goce es limitado, parcial, perverso -oigan esta expresión en sentido técnico.

 

Está atrapado por la dialéctica de los objetos, no puede aceptar ese atravesamiento central y radical del objeto que constituye el acto sexual.

 

 

Por otra parte, como les decía, la amargura de Rick viene provocada porque se reconoce a sí mismo en los cálculos de Ferrari.

 

Y es que, como les decía, cosas de ese orden son algo que hace con frecuencia Rick. Así, por ejemplo, con Yvonne.

 

 

Uno de ustedes suscitaba el último día muy oportunamente su semejanza con

 

 

Ilsa.

 

Es cierta.

 

Como no es menos cierto que Yvonne no puede dar la talla de Ilsa.

 

 

Ahora bien, sin duda ese vago parecido no ha escapado a Rick.

 

 

Rick ha jugado con él: ha utilizado a Yvonne como un objeto que ha tratado de poner en el lugar de Ilsa.

 

Pero no pongan el acento en el hecho de que la haya tratado como a un objeto, porque perderían de vista lo que en el film sucede.

 

El problema estriba más bien en que la ha tratado como a un objeto degradado y, en cuanto tal, en su degradación, incapaz de ocupar el lugar del objeto originario.

 

Recuerden, por lo demás, que esa posición de objeto degradado era algo que experimentaba en directo el espectador: ese espectador que había entrado en el cine en cuya fachada se encontraba pintado el bello rostro de Ingrid Bergman en tamaño gigante.

 


Freud vs Lacan: la ética y la renuncia pulsional

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Y ahora una consideración teórica.

 

Les he llamado la atención sobre el carácter ético de este enunciado:

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

argumentándoles que es tal porque contiene la exigencia de una renuncia pulsional: la que reclama renunciar a convertir a los seres humanos en mercancías para así obtener beneficio de ellos o a costa de ellos.

 

¿Qué les parece esta idea, quiero decir, la de definir la conducta ética como la que impone una renuncia pulsional para realizar un principio ético?

 

¿Les parece coherente con la teoría psicoanalítica?

 

Pero habría que preguntar más bien, ¿con qué teoría psicoanalítica?

 

Pues es del todo contradictoria con lo que Jacques Lacan denomina la ética del psicoanálisis en su Seminario 7:

«Si hay una ética del psicoanálisis -la pregunta se formula-, es en la medida en que, de alguna manera, por mínima que sea, el análisis aporta algo que se plantea como medida de nuestra acción -o simplemente lo pretende.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 370]

 

La fórmula condicional de este enunciado –si hay una ética del psicoanálisis…- da al mismo el carácter de una pregunta, a la vez que sugiere una respuesta positiva que va a ser aportada solo tres páginas más adelante -Y tengan en cuenta que nos encontramos en el último capítulo, el de llegada, por decirlo así, de ese seminario:

«porque sabemos reconocer mejor que quienes nos precedieron la naturaleza del deseo (…), un juicio ético es posible, que representa esta pregunta con su valor de Juicio Final -¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? Esta es una pregunta que no es fácil sostener. Pretendo que nunca fue formulada en otra parte con esta pureza y que sólo puede serlo en el contexto analítico.

 

A ese polo del deseo se opone la ética tradicional.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p. 373]

 

Como ven, Lacan afirma que hay una ética del psicoanálisis porque hay, desde el punto de vista de éste, un juicio ético posible: el que se establece a partir de una pregunta a la que da el carácter de definitiva, dado el valor de Juicio Final que se postula para ella-¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?

 

De modo que la conducta ética sería aquella en la que el acto fuera conforme con el deseo del sujeto, es decir, el que apuntara a su realización. Y ciertamente, tal es lo explícitamente afirmado pocas páginas más tarde con toda rotundidad:

«Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 379]

 

Y por cierto que en esta nueva afirmación que viene a confirmar la anterior, se incluye el asunto de la culpa, compañero inevitable de la reflexión ética.

 

De modo que, sostiene Lacan, el acto ético es aquel que es conforme con el deseo del sujeto, tanto como el acto no ético, el acto culpable, es aquel en el que el sujeto cede -es decir: renuncia- a su deseo.

 

Se habrán dado cuenta, supongo, de la neta contradicción existente entre la definición del acto ético que les he propuesto antes -uno que, en aras de una mejora cultural, reclama una renuncia pulsional- y la que ofrece Lacan.

 

Debo añadir ahora que la que yo les he propuesto a ustedes es, estrictamente, la definición freudiana:

«Ético es quien reacciona ya frente a la tentación interiormente sentida, sin ceder a ella. Pero quien alternativamente peca, y luego, en su arrepentimiento, formula elevados reclamos éticos, se expone al reproche de que arregla las cosas de manera harto cómoda. No ha realizado lo esencial de la eticidad, la renuncia, pues la vida ética es un interés práctico de la humanidad.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 175]

 

Conducta ética es para Freud la que no cede a la tentación interiormente sentida, es decir, la que no cede al deseo, la que resiste la exigencia pulsional.

 

De modo que el rasgo mayor, esencial, definitorio de la conducta ética es la renuncia.

 

Que lo contenido de este párrafo constituía una firme convicción freudiana es algo que resulta indiscutible por como el propio Freud se reafirmó en ello en una carta de contestación que escribió a una reseña que Theodor Reik, uno de sus discípulos, publicara sobre este texto y en la que ponía en cuestión la concepción de la eticidad sostenida por Freud:

«Mantengo mi creencia en una norma social de ética científicamente objetiva y por eso no discuto el derecho del excelente filisteo a que su conducta sea considerada buena y moral, aunque le haya exigido muy escasa conquista de sí.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 174]

 

Por una nota de James Strachey conocemos el comentario de Reik:

«Reik había escrito: “La renuncia fue otrora el único criterio de la moralidad; hoy es uno entre muchos. Si fuera el único, el excelente ciudadano y filisteo de torpe sensibilidad que se somete a las autoridades, y cuya falta de imaginación torna mucho más sencilla su renuncia, sería éticamente muy superior a Dostoievski”.»

 

En todo caso, lo aquí expresado por Freud es del todo congruente con lo que afirmará podo después en El malestar en la cultura sobre las dificultades de la cultura para contener la pulsión de destrucción de los hombres y del papel de la ética en esa tarea:

«El superyó de la cultura ha plasmado sus ideales y plantea sus reclamos. Entre estos, los que atañen a los vínculos recíprocos entre los seres humanos se resumen bajo el nombre de ética. En todos los tiempos se atribuyó el máximo valor a esta ética, como si se esperara justamente de ella unos logros de particular importancia. Y en efecto, la ética se dirige a aquel punto que fácilmente se reconoce como la desolladura de toda cultura. La ética ha de concebirse entonces como un ensayo terapéutico, como un empeño de alcanzar por mandamiento del superyó lo que hasta ese momento el restante trabajo cultural no había conseguido.»

[Freud: (1929): El malestar en la cultura, p. 137-138]

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

Presentemos juntas las citas de uno y otro autor para hacer más palpable la oposición entre sus posiciones respectivas:

 

«porque sabemos reconocer mejor que quienes nos precedieron la naturaleza del deseo (…), un juicio ético es posible, que representa esta pregunta con su valor de Juicio Final -¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? Esta es una pregunta que no es fácil sostener. Pretendo que nunca fue formulada en otra parte con esta pureza y que sólo puede serlo en el contexto analítico.
A ese polo del deseo se opone la ética tradicional.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 373]

«Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 379]

«Ético es quien reacciona ya frente a la tentación interiormente sentida, sin ceder a ella. Pero quien alternativamente peca, y luego, en su arrepentimiento, formula elevados reclamos éticos, se expone al reproche de que arregla las cosas de manera harto cómoda. No ha realizado lo esencial de la eticidad, la renuncia, pues la vida ética es un interés práctico de la humanidad.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 175]

 

Es un hecho que lo neto de la oposición entre lo afirmado por Freud y lo afirmado por Lacan sobre la ética resulta especialmente patente en el uso, en sentido opuesto, de una misma palabra: la palabra ceder.

 

Para Freud, la conducta ética exige no ceder al deseo, mientras que para Lacan consiste en no ceder en el deseo.

 

O en otros términos: renunciar -Freud- o no renunciar -Lacan- en el campo del deseo.

 

Y lo mismo supone, por tanto, por lo que se refiere a la culpa.

 

Si en Freud la culpa aparece por la presión del superyó cuando el yo ha renunciado a cumplir uno de sus mandatos, en Lacan, en cambio, la culpa aparece en el caso opuesto: cuando el yo renuncia a cumplir su deseo.

 

Y supongo que se darán cuenta de que eso supone, sencillamente, negar la culpa, rechazarla totalmente, cosa que sin duda habría de entusiasmar a buena parte del mundo intelectual europeo de esa década de los sesenta que acababa de comenzar cuando Lacan terminaba de impartir su seminario.

 

No entiendan que les esté presentando a Freud como una fuente incuestionable desde la que descalificar otras.

 

En ciencia no existen las fuentes incuestionables. Por principio, todas son cuestionables. Pero para poder comprender y apreciar una y otra propuesta es necesario delimitar cada una de ellas, poder comprenderlas en su diferencialidad.

 

Una pregunta, a este propósito, es obligada: ¿por qué no reconoce Lacan que su posición sobre la ética es exactamente la opuesta a la de Freud, en vez de presentarla como una deducción lógica de los presupuestos freudianos?

 

Pues, como ustedes saben, Lacan siempre se presentó como el directo heredero teórico de Freud, como su mejor y más fiel intérprete.

 

¿Desconocía el texto de Freud Dostoievski y el parricidio?

 

Si lo conocía -y es bien probable, dada la insistencia con la que retorna una y otra vez al tema del parricidio a lo largo de sus seminarios-, mentía cuando presentaba su reflexión ética como heredera directa del psicoanálisis freudiano. Si no lo conocía, eso diría bien poco de su autopresentación como el mejor especialista en la obra de Freud.

 

En cualquier caso, ya hemos mostrado en qué medida la misma noción de la ética está presente en El malestar en la cultura, texto insistentemente citado por Lacan, tanto en el seminario La Ética del psicoanálisis como en tantos otros.

 

Pero miren, el asunto más notable ya no es que Lacan lo supiera o no lo supiera, asumiera conscientemente su impostura o se deslizara en ella sin darse cuenta. Lo realmente llamativo, dado que su seminario sobre la ética es uno de los más conocidos y citados, es que nadie, en el mundo lacaniano, se haya dado por enterado de la existencia de esta abultada contradicción.

 

Y ello, sobre todo, porque esta cuestión de la ética no puede para nada ser considerada marginal, dado que afecta de manera central a esa estructura teórica mayor del psicoanálisis que es el Edipo. No solo porque la ética llega con el superyó en esa su fase final que es la del sepultamiento del complejo de Edipo, sino también porque se encuentra implícitamente implicada en él desde su comienzo mismo.

 

Pues díganme: si la máxima ética lacaniana reclama no ceder en el deseo ¿no entra en contradicción directa con esa primera ley que es la prohibición del incesto? Esa ley que prohíbe precisamente ese mayor deseo que es el originario deseo incestuoso…

 

¿No late en la posición lacaniana, tal y como se manifiesta en el seminario sobre la ética, aquella interpretación ingenua del psicoanálisis que hicieran los surrealistas y según la cual toda represión era impugnada en nombre de la libertad absoluta del deseo?

 

En rigor, lo máxima mayor de la ética del psicoanálisis lacaniana, en tanto que desafía toda represión, incluida por tanto esa primera represión que introduce el Edipo, parece más bien una invitación a la psicosis.

 


Ética y concepción del mundo

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Por lo demás, permítanme que les diga que Freud no hubiera aceptado nunca la existencia de una ética del psicoanálisis.

 

El motivo para ello es obvio: para él el psicoanálisis era una ciencia.

 

Y del mismo modo que no tiene sentido hablar de la ética de la física o
de la ética de la química, carece de sentido hablar de la ética del psicoanálisis.

 

Tiene sentido, en cambio, hablar de ética estoica, de ética cristiana o de ética comunista.

 

¿Por qué?

 

Porque la proposición de un sistema ético -no digo de una teoría de la ética, sino de un conjunto sistematizado de principios éticos- es algo característico de una concepción del mundo.

 

Les invito, a este propósito a que lean la última de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932), la treinta y cinco, que lleva por título En torno a una cosmovisión.

 

Allí explica Freud por qué el psicoanálisis, en tanto disciplina científica, no puede ser una concepción del mundo y que debe limitarse a hacer suya la concepción científica del mundo.

«el psicoanálisis. Como ciencia especial, una rama de la psicología -psicología de lo profundo o psicología de lo inconciente-, es por completo inepta para formar una cosmovisión propia; debe aceptar la de la ciencia.»

[Freud (1932): Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis]

 

Pero, añade de inmediato, como concepción del mundo, la científica es netamente decepcionante, pues, por su propio carácter científico, no puede dar lo que las concepciones del mundo dan: explicaciones completas del mundo, de su origen y su sentido, y, por ende, una fundamentación totalizante de la condición y de la conducta humana.

 

De modo que postular la existencia de una ética del psicoanálisis equivale a dejar de pensar al psicoanálisis como una ciencia para comenzar a pensarlo como una concepción del mundo.

 

Y claro está; donde hay concepciones del mundo hay también, siempre, profetas.

 

Tal es lo que sucede progresivamente a lo largo de la obra de Lacan, quien comenzó siendo el abanderado de la reivindicación del psicoanálisis como ciencia para ir cuestionando cada vez más acentuadamente este presupuesto hasta concluir en una impugnación radical del carácter científico del psicoanálisis.

 

Pero no voy a detenerme en ello ahora: si les interesa ese historial, no tienen más que descargar en mi web un artículo que se llama El punto de quiebra del discurso lacaniano. Disponible aquí

 

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CC1809118337478, 2018

 

8. Principio de placer, principio de realidad, mercancías e ideales -el Superyó

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 10/11/2017 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

 

 

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Ferrari y la nada

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El momento más notable de la canción que canta Sam, es decir, Dooley Wilson, viene ahora:

 

Sam: Who’s got nothing?

 

¿Quién no tiene nada?

 

Público: We got nothing

 

Nosotros no tenemos nada.

 

Sam: How much nothing?

 

Esta vez faltan los subtítulos en el momento más interesante -he tenido que añadirlos yo:

 

¿Cuánto de nada?

 

O si prefieren: ¿Cuánto de nada no tenéis?

 

Es realmente llamativa esta cuantificación de la nada que coincide con la entrada de Ferrari en el café de Rick.

 

Y no menos notable es la respuesta:

 

Público: Too much nothing

 

Demasiada nada.

 

Infelicidad o felicidad, suerte o desgracia, todo o nada.

 

Como ven, la letra nos devuelve la dialéctica de lo imaginario: todo o nada, presencia o ausencia de la imago primordial, plenitud o desintegración.

 

Sam: Say nothing’s not a awful lot But knock on wood

 

Decir nada no es muchísimo, pero toca madera

 

Aunque una traducción más literal sería:

 

Decir nada no es un horrible mucho, pero toca madera.

 

 

Y de pronto se invierte la letra:

 

Sam: Now who’s happy

Público: We’re all happy

 

¿Ha tenido que ver con la llegada de este nuevo personaje?

 

Pero formular esta pregunta, en cierto modo, confunde.

 

Porque estamos ante un hecho textual: el momento en que se invierte la letra, en que la falta de felicidad se convierte en felicidad, coincide, exactamente -los buenos textos tienen siempre algo de ecuaciones- con la llegada, con la entrada en escena, diré más, con la cómoda instalación de Ferreri ahí -véanle, vean lo cómodo que se encuentra en el Café de Rick.

 

Sam: Just How happy?

 

¿Cuanto feliz?

 

Público: Very happy

 

Muy feliz.

 

¿Y quién es este Ferrari?

 

Todo parece indicar que otro aspecto de Rick:

 

 

O para ser más exactos: otra de las imágenes en las que Rick se ve.

 

Atiendan a la tristeza desencantada de su mirada.

 

Sam: That’s the way

Sam: were going to stay so knock on

Sam: wood

 

Así estaremos si tocamos madera.

 

Sam: Now who’s lucky?

Público: We’re all lucky

Sam: Just how lucky?

Sam: Very lucky

Sam: Well, smile up, then And once again

Sam: Let’s knock on wood

 

Bien, sonriamos y una vez más toquemos madera.

 

El azar, pues, reina en esta canción.

 


Principio de Placer, Principio de realidad, mercancías e ideales -el superyo

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Ferrari: Hello, Rick.

Rick: Hello, Ferrari.

Rick: How’s business at the Blue Parrot?

 

La equivalencia entre ambos es evidente: el uno dueño del Café de Rick el otro del Café el Loro Azul.

 

Ferrari: Fine, but I’d like to buy your café.

 

Estamos en el territorio de los negocios.

 

Rick: It’s not for sale.

Ferrari: You haven’t heard my offer.

Rick: It’s not for sale at any price.

Ferrari: What do you want for Sam?

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

No compro ni vendo seres humanos.

 

Oímos por primera vez a Rick defender un ideal.

 

Un ideal del que nada sabe ni quiere saber Ferrari:

 

Ferrari: That’s Casablanca’s leading commodity.

 

Esa es la mercancía principal en Casablanca.

 

Ferrari: In refugees alone, we can make a fortune together in the black market.

 

Solo con los refugiados, nosotros juntos podríamos hacer una fortuna en el mercando negro.

 

Si lo piensan bien, el de Ferrari es el discurso propio del yo, pues no solo busca su placer, sino que lo busca de acuerdo con el principio de realidad: hace cálculo de riesgos y beneficios y actúa en consecuencia.

Ferrari: What do you want for Sam?

Rick: I don’t buy or sell human beings.

Ferrari: That’s Casablanca’s leading commodity.

 

Como ven, el mundo de Ferrari está hecho de mercancías, es decir, de los objetos que pueden comprarse, venderse, intercambiarse.

 

Tales son las ecuaciones en las que se desenvuelve el yo, buscando su placer a través de los vericuetos del principio de realidad

 

Y por cierto que se darán cuenta de que eso, la búsqueda del placer ordenada por el principio de realidad, encuentra su mejor espacio en el mercado, donde los objetos definen su valor, de modo que el acceso a ellos pasa por su compra y su venta.

 

La otra posición, en cambio, la de Rick, se sitúa fuera del sistema del yo. Su lógica ahora es ya la del super-yo, como todo aquello que se sitúa del lado de los ideales, es decir, como todo lo que está del lado de la ley simbólica.

 

Rick: Suppose you run your business and let me run mine.

 

Pero Rick no combate, se mantiene al margen.

 

Ferrari: Suppose we ask Sam. Maybe he’d like to make a change.

Rick: Suppose we do.

Ferrari: When will you realize that in this world isolationism is not a practical policy?

 

Fíjense de que notable manera -propiamente paradójica- se introduce el asunto del aislacionismo, esa posición que llevaba a tantos norteamericanos a querer mantenerse al margen de la guerra en Europa y que el film trataba de remover.

 

Rick: Ferrari wants you to work for him at the Blue Parrot.

 

Rick toca madera.

 

Y se apoya en los salvoconductos.

 

Sam: I like it fine here.

 

Sam, por su parte, dice estar a gusto donde está.

 

Sam: He’ll double what I pay you.

Sam: But I ain’t got time to spend money.

Rick: Sorry.

 

Sam, quien como les decía es la expresión musical de la relación de Rick con Ilsa, no entiende de esas ecuaciones.

 

 

De modo que Ferrari se retira.

 

Ahora bien, un problema queda abierto: ¿de dónde ha salido esa referencia simbólica que ha mantenido a Rick fuera de la esfera del cálculo de los objetos que representa Ferrari?

 

¿Cómo es posible que hayamos oído hablar en él la voz del superyó?

 


Yvonne. Copas vacías, asientos reservados

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Sascha: The boss’s private stock. Because, Yvonne, I love you.

 

Sascha, el barman del café de Rick, a su peculiar manera, está enamorado de Yvonne. Pero es evidente, desde el primer momento, que ella está dolidamente enamorada de otro.

 

Como ven, todo el mundo está enamorado de Rick.

 

¿Por qué? Porque Rick no está enamorado de nadie.

 

Y es que, en el mundo de los objetos, cuya lógica no es tan diversa de la del mundo de las mercancías, el objeto más deseado es el objeto más inaccesible.

 

Yvonne: Shut up.

 

Yvonne, por su parte, trata tan mal a Sascha como aquel al que ama la trata a ella misma.

 

Sascha: All right. For you, I shut up. Because, Yvonne, I love you.

Y bien, Rick está ya ahí, en espacio fuera de campo.

Sascha: Monsieur Rick. Monsieur Rick.

 

Es el jefe, y es el hombre al que Yvonne desea.

 

Sascha: Some Germans gave this check. Is it all right?

 

Pero Rick la ignora, dándole ostensiblemente la espalda.

 

Ella se aproxima,

 

 

primero enfadada,

 

 

luego suplicante.

 

Yvonne: Where were you last night?

 

Se dan cuenta de lo que esta pregunta significa: que hace dos noches Rick se acostó con ella y que ella entendió que volverían a verse a la noche siguiente.

 

Rick: That’s so long ago, I don’t remember.

 

La respuesta de Rick es de notable crueldad –Hace tanto tiempo de eso que no lo recuerdo.

 

Sascha pone el oído: cómo le gustaría tener el gancho de Rick para con las mujeres.

 

Y tras la pregunta, la súplica:

 

Yvonne: Will I see you tonight?

Rick: I never make plans that far ahead.

 

No hago planes con tanta antelación: más allá del desprecio que Rick muestra hacia ella, interesa anotar el desmembramiento del tiempo en el que vive Rick: un presente desencadenado del pasado e indiferente al futuro.

 

En suma: Rick vive fuera de todo relato.

 

Yvonne: Give me another.

 

Yvonne amenaza con emborracharse y montar un escándalo.

 

Yvonne: She’s had enough.

 

Pero Rick no lo permite.

 

Aunque no solo es eso lo que se oye en sus palabras: no solo que ya ha bebido bastante, sino también que ya ha tenido bastante -si no demasiado- de él mismo.

 

Y la botella aparece perfectamente definida en el centro de los tres personajes.

 

Yvonne: Don’t listen to him. Fill it up.

 

No le hagas caso, llénala.

 

Como ven, las copas vacías tienen toda su importancia en el film.

 

 

Y por cierto que es desagradable el sonido de la copa vacía de Yvonne:

 

Yvonne: Give me another.

Yvonne: She’s had enough.

Yvonne: Don’t listen to him

Sascha: Yvonne, I love you, but he pays me.

Yvonne: Rick, I’m tired of having you…

 

Y a la queja de ella Rick responde no sin cierta brutalidad.

 

Rick: Sascha, call a cab.

Rick: We’ll get your coat.

Yvonne: Take your hands off me!

 

Suéltame.

 

O más exactamente: Quita tus manos de mí.

 

Y sin embargo, ya saben que el deseo de ella es exactamente el contrario: pon tus manos sobre mí.

 

Rick: You’re going home. You’ve had too much to drink.


 

Ven ustedes el cartelito que hay sobre la mesa: reservado.

 

Y justo tras él una silla vacía.

 

Que podría ser ésta.

 


 

Reconocen ahí ese mismo cartel, aunque ciertamente no es la misma mesa.

 

 

No es la misma mesa, pero, ¿cuál es esta mesa?

 

 

Porque es posible que sea más de una. Pero ya habrá ocasión de ocuparnos de ello.

 

Sascha: Hey, taxi!

 

El yo expulsa un objeto de su mundo.

 

¿Cuál?

 

Yvonne.

 

Yvonne: Who do you think you are, pushing me?

 

¿Quién te has creído que eres para empujarme así? –para maltratarme así.

 

Yvonne: What a fool I was to fall for a man like you.

 

¿Por qué me enamoré de ti? Traducen aquí los subtítulos españoles.

 

Con lo que se pierden todos los matices de la letra original: Qué loca he sido para caer por un hombre como tú.

 

Pero sucede que ese lugar está reservado en el yo de Rick:

 

 

Lo que nos lleva, de nuevo,

 

 

a la copa vacía.

 

 

Vacía como la silla que se encuentra en la mesa reservada.

 

Rick: Go with her. Be sure she gets home.

 

Rick no le contesta, solo se deshace de ella.

 

Y ésta ella devuelve el temor de toda mujer ante el acto sexual: ser rechazada cuando ha concluido.

 

Es decir: no lograr ocupar el lugar de esa silla reservada.

 

 

 

Sascha: Yes, boss.


 


El foco, la torre y el aeropuerto: la escena primordial

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Rick: Come right back.

Sascha: Yes, boss.


 

El foco de la torre del aeropuerto busca a Rick.

 


 

Podríamos decir que le señala.

 


 

Resulta obligado reparar en el abultado fallo de raccord que tiene lugar entre estos dos planos:

 

 

¿Como podría la luz de ese foco iluminar a Rick si éste se haya a ras de suelo, en la puerta de su café, mientras que el foco apunta hacia arriba?

 

 

Y no se trata de que el café de Rick se encuentre en una zona alta de la ciudad, pues, como tendremos ocasión de constatar dentro de un momento

 

 

se encuentras a ras del suelo.

 

Renault: The plane to Lisbon.

 

Y por cierto que ahora la luz de la torre está inclinada hacia abajo, como señalando al avión que alza el vuelo.

 

 

Toda incongruencia -toda aspereza en el despliegue verosímil del texto- es relevante para el análisis:

 

 

La ruptura del buen orden del raccord, del discurso verosímil, pulido, prefigurado, dicho ya tantas veces por tantos, es la marca misma del sujeto.

 

De modo que, contra la verosimilitud, se impone la metáfora: Rick y la torre, Rick una torre como la torre.

 

Lorenzo Torres, viejo amigo que ha vuelto últimamente por aquí, interesado en lo que hablamos el otro día sobre Ugarte y la torre, ha recordado que por ser torre del aeropuerto esa torre es torre de control.

 

Lo que entra del todo en el campo de algo que ya habíamos anotado, como era el ser esta torre, a la vez, faro.

 

¿Qué, en términos de pensar psicoanalítico, escuchan cuando atendemos a estos aspectos de la torre, los de ser control y faro?

 

¿No les parece que estamos ante rasgos propios del superyó?: la necesidad de control, el buen camino a seguir.

 

Y si recordamos que, para expulsar a Yvonne de su café, Rick ha debido asomarse al exterior y allí ha sido señalado por ese poderoso falo que es a la vez torre de control y faro, ¿cómo no constatar que la referencia prefiguradora del superyó, el padre, está ya ahí?

 

Y no debe extrañarles que comparezca como falo, pues como tal ha sido descubierto allí donde señalaba la mirada de la imago primordial un instante antes de desvanecerse.

 

Renault: Hello, Rick.

Rick: Hello, Louis.

 

Tras Ugarte, Louis -anoten la familiaridad con la que se dirige al capitán Renault.

 

Renault: How extravagant, throwing away women like that.

Renault: Someday, they may be scarce.

 

Discurso sensato, típicamente yoico, el de Louis Renault, que viene a situarse en la estela del de Ferrari: de nuevo vemos al yo introduciendo en el principio de placer los cálculos propios del principio de realidad.

 

Ciertamente, cualquier día esas mujeres hermosas pueden dejar de estar a tiro. No habría que desaprovecharlas.

 

Renault: I think I shall pay a call on Yvonne. Maybe get her on the rebound.

Rick: When it comes to women, you’re a true democrat.

 

No deja de ser interesante la respuesta de Rick, pues ciertamente también hoy se hace cualquier cosa con la palabra democracia.

 


Renault: If he gets a word in, it’ll be a major Italian victory.


 

Y bien, ya hemos llegado aquí.

 

Se dan cuenta de hasta qué punto es inverosímil el espacio del drama.

 

¿Cómo creer que este café

 

 

puede tener en frente

 

 

este aeropuerto?

 

 

No hay manera, no cuadra.

 

Y sin embargo, cuando ustedes veían la película ni repararon en ello.

 

¿Cómo es posible que no experimentaran tal incongruencia?

 

Sólo una explicación parece razonable: que se dé una congruencia más densa en otro plano. Y sin duda así sucede: más allá del recinto del yo, justo detrás de esa valla del aeropuerto, está el mundo exterior al que Rick se halla ahora asomado.

 

Renault: The plane to Lisbon.

 

Hay dos elementos: en el centro, el avión, a la derecha, la torre.

 

Y el foco de la torre señala ese avión que se encuentra del otro lado de la valla que separa a los personajes del recinto del aeropuerto.

 

No creo que les choque si les digo que el avión es metáfora de Ilsa como la torre lo es de Laszlo.

 

Y si lo aceptan, no es difícil ver en el avión -y en su vuelo- la metáfora de ese goce que se asocia a la imago primordial, tanto como en la torre una imagen de ese tercero, el padre, que guía con su faro su vuelo a la vez que levanta una valla que cierra el acceso al sujeto.

 

De manera que nos encontramos ante una cumplida metáfora del sujeto asomado a su escena primordial.

 

 

Ahí le tienen, anhelando el objeto perdido.

 

Renault pone nombre a su deseo:

 

Renault: You would like to be on it?


 


Edipo

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Rick: Why? What’s in Lisbon?

Renault: The clipper to America.

Renault: I’ve speculated on why you don’t return to America.

Renault: Did you abscond with the church funds? Run off with a senator’s wife?

Renault: I like to think you killed a man. It’s the romantic in me.

Rick: It’s a combination of all three.

 

Una combinación de las tres, responde Rick.

 

Deletreemos entonces esas tres causas del exilio de Rick:

Renault: Did you abscond with the church funds?

 

Robar los fondos de la iglesia.

 

Y la iglesia, no lo olviden, es la casa de Dios. Es decir, del Dios Padre. Y dado que Renault, además de romántico es francés, es decir, católico, es la Virgen, la madre iglesia, la robada.

Renault: Run off with a senator’s wife?

 

Escaparse con la esposa del senador. Pero claro está, un senador es un padre de la patria. Por tanto: escaparse con la esposa del padre, es decir, poseerla.

Renault: I like to think you killed a man. It’s the romantic in me.

 

Matar a un hombre. Sólo tienen que invertir el orden de exposición: matar a ese hombre que es el padre y apropiarse de su objeto más valioso.

 

Como ven, Rick encarna a Edipo.

 

Renault: What brought you to Casablanca?

Rick: My health. I came to Casablanca for the waters.

 

No es ninguna broma ni ninguna chulería: Rick se encuentra en Casablanca tratando de curar sus heridas.

 

Renault: The waters? What waters? We’re in the desert.

Rick: I was misinformed.

Emil: Excuse me, Monsieur Rick.

Emil: A gentleman inside has won 20.000 francs…

Emil: …and the cashier would like some money.

 

El croupier está avergonzado: han fallado las trampas de la ruleta de Rick.

 


Rick: I’ll get it from the safe.

 

Saben lo que sigue: el fallo del croupier exige abrir la caja fuerte de Rick.

 

El asunto, entonces, es: ¿qué hay en ella?

 


Emil: I’m so upset, Monsieur Rick. You know…

Rick: Forget it, Emil. Mistakes happen all the time.

 

El yo, realista, lo sabe: la presión exterior produce inevitablemente errores en el funcionamiento del fortín de Rick.

 

Emil: I’m awfully sorry.


 


Laszlo y La caja fuerte de Ricky

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Renault: There’ll be some excitement tonight. An arrest in your café.

Rick: Again?

Renault: This is no ordinary arrest.

Renault: A murderer, no less.

Renault: If you’re thinking of warning him, don’t. He cannot escape.

Rick: I stick my neck out for nobody.

 

De nuevo la imparcialidad, la no intervención de Rick: él no arriesga su cuello por nadie.

 

Renault: A wise foreign policy.

Renault: We could’ve arrested him at the Blue Parrot.

 

¿Qué está sucediendo ahora?

 

Sucede que estamos subiendo a lo que se encuentra en la parte de arriba del Café de Rick. Y bien, ¿no les parece el lugar ideal para ubicar al super-yo?

 

Renault: Out of my regard for you, we’re staging it here.

Renault: It will amuse your customers.

 

Es por eso notable que, estando el lugar en el que ahora entramos arriba y teniendo su propia puerta, sin embargo está a la vez abierto a lo que abajo sucede.

 

Rick: Our entertainment’s enough.

Renault: We’ll have an important guest tonight. Maj. Strasser, of the Third Reich.

 

Rick se encuentra ahora fuera de campo, pero su negra sombra protagoniza la zona derecha del plano tanto como la figura de Renault protagoniza la izquierda mientras anuncia la presencia del Mayor Strasser, del Tercer Reich.

 

Pero hay que añadir: hay un fuera de campo más fuera de campo todavía, pues si vemos la sombra de Rick no vemos su caja fuerte.

 

 

Por un momento, la sombra de la puerta de esa gran caja que oculta la casi totalidad de la sombra de Rick.

 

O en otros términos: se hace extraordinario el peso compositivo de la caja fuerte.

 

Renault: We want him to see the arrest as a demonstration of our efficiency.

Rick: I see. What’s Strasser doing here?

Rick: He didn’t come here to witness a demonstration of your efficiency.

Renault: Perhaps not.

Rick: Here you are.

 

Sin duda, de la caja ha salido dinero.

 

Pero a la vez ha quedado localizado, en este espacio que se encuentra en la parte superior del café de Rick, cierto espacio interior de él, en extremo diferente al de sala de juego, que es designado por esa caja fuerte.

 

Emil: It won’t happen again.

Rick: That’s all right.

Rick: Louis, there’s something on your mind.

Rick: Why don’t you spill it?

Renault: How observant you are.

 

Ahí la tienen, la gran caja fuerte de Rick.

 

Presten atención a como prosigue el plano.

 

Renault: I wanted to give you a word of advice.

Rick: Yeah?

Rick: Have a brandy?

Renault: Thank you.

Renault: There are exit visas sold in this café, but we know you’ve never sold one.

 

Si me han hecho caso, se habrán dado cuenta. ¿De qué? De que la caja fuerte está justo detrás -pero podríamos decir dentro- de Rick.

 

Renault: That’s why we let you remain open.

Rick: I thought it was because I let you win at roulette.


Renault: That is another reason.

Renault: There’s a man arrived here on his way to America.

Renault: He’ll offer a fortune to anyone who’ll get him a visa.

Rick: What’s his name?

Renault: Victor Laszlo.

 

¿Quién es Victor Laszlo?

 

Alguien cuyo nombre impresiona tanto a Rick que se ve obligado a repetirlo.

 

Rick: Victor Laszlo?

Renault: That’s the first time I’ve seen you impressed.

 

Reaparece, pues, el tema de la impresión:

 

Rick: I am a little more impressed with you.

 

Y observen que si juntamos narrativamente los dos motivos de la impresión -los salvoconductos y Victor Laszlo- obtenemos el desenlace del relato.

 

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2. El eje de la ley

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 02 2017-10-13 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

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el eje de la ley

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Volvamos a esta cita de Freud:

«La madre ha comprendido muy bien que la excitación sexual del varoncito se dirige a su propia persona. En algún momento medita entre sí que no es correcto consentirla. Cree hacer lo justo si le prohíbe el quehacer manual con su miembro. La prohibición logra poco, a lo sumo produce una modificación en la manera de la autosatisfacción. Por fin, la madre echa mano del recurso más tajante: amenaza quitarle la cosa con la cual él la desafía. Por lo común, cede al padre la ejecución de la amenaza, para hacerla más terrorífica y creíble; se lo dirá al padre y él le cortará el miembro.

«Asombrosamente, esta amenaza sólo produce efectos si antes o después se cumple otra condición. En sí, al muchacho le parece demasiado inconcebible que pueda suceder algo semejante. Pero si a raíz de esa amenaza puede recordar la visión de unos genitales femeninos o poco después le ocurre verlos, unos genitales a los que les falta esa pieza apreciada por encima de todo, entonces cree en la seriedad de lo que ha oído y vivencia, al caer bajo el influjo del complejo de castración, el trauma más intenso de su joven vida.

[Freud, Sigmund: (1939) Esquema del psicoanálisis, p. 189.]<

 

Hoy nos toca tomarnos en serio el segundo párrafo.

 

 

Aunque no tuve tiempo para detenerme en ello, el otro día les presenté esta imagen compuesta como una forma de visualizar la función de la imago primordial en el yo originario: piensen al bebé en el lugar de Rick y piensen a la madre en el lugar de Ilsa.

 

Para entender el yo originario de ese bebé, no lo limiten a Rick, por el contrario, extiéndanlo a la imagen total, porque allí es donde se ve.

 

Quiero decir: así es precisamente el yo en el origen: imago total donde todo lo bueno, lo placentero, lo completo se reúne como la propiedad primera del yo.

 

De modo que hay un cambio radical entre eso y esto:

 

 

En la imagen anterior no hay sujeto ni objeto, el yo está en la Imago Primordial. En esta la imago primordial ha caído, y el yo ve reducidas sus dimensiones, ha comenzado a saberse separado de aquello que desea.

 

Sólo ahora, propiamente, hay sujeto y objeto.

 

¿Qué es enamorarse?

 

Sencillamente,

 

 

tener la suerte de que otro se coloque ahí y durante cierto tiempo produzca el efecto del imposible retorno a ese estado.

 

 

En todo caso, aqui ya se ha producido la diferenciación entre el niño y la madre.

 

De una madre que, con todo, ha quedado investida del halo de la imago primordial, lo que le da todo su brillo como objeto de deseo.


La amenaza de castración

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Y bien, el niño tiene que aprender a estar ahí. Pero, enamorado como está, se ve compelido por su pulsión a restaurar este estado:

 

 

Lo que hace necesario poner límite a su pulsión -lo que, lamentablemente, no quiere decir que eso siempre suceda

 

 

Es necesario introducir la ley que prohíbe el incesto.

 

Aquí quedamos el otro día: ¿quién debe hacerlo? ¿Quién debe sustentar la prohibición?

 

Y les decía también: no conviene que sea la madre, pues ella sigue investida por el halo de la imago primordial y por tanto, si quiere ser la portavoz de la ley, creará una relación de doble vínculo:

 

 

ven / no vengas,

 

ámame / no me ames,

 

etc.

 

Les decía el día pasado: conviene que la ley la ejerza un tercero,

 

 

el padre, precisamente porque es todavía una figura de menor peso que ella, y a la vez le permite al niño mantener la imagen amorosa del objeto.

 

Y bien, esa es la función del padre en la trama de Edipo.

 

Como les decía el otro día, no hace falta que nadie le diga al niño que le van a cortar el pene, pues la presencia de esa padre ahí, en su calidad de amo de la madre, capaz de arrebatársela al niño cada noche, tiene los efectos de una castración: le quita, por decirlo así, el trozo más importante de su propio yo.

 

De ese ser su dueño nace su envergadura.

 

Pero miren el otro aspecto del problema -y aquí nuevamente les hago un señalamiento que no encontrarán explícito en Freud ni en psicoanalistas posteriores, pero que en mi opinión debe ser obligadamente deducido como una fase intermedia decisiva.

 

Para que el padre pueda adquirir esa estatura es necesario que sea introducido por la mirada deseante de la madre.

 

 

Pocas cosas tan decisivas para el niño como este desplazamiento:

 

 

De aquí

 

 

a aquí.

 

Y por cierto: que talla la del cineasta: ¿se dan cuenta de lo que se puede hacer con solo el ala de un sombrero? Los ojos de Ilsa se iluminan cuando levanta ligeramente la cabeza para dirigir su mirada hacia Laszlo.

 

 

Pero volvamos aquí, porque debo llamarles la atención sobre otro aspecto decisivo de lo que en este momento tiene lugar.

 

Ahora la mirada -y, por tanto, el deseo- de ella no se dirige hacia el niño, sino hacia el padre.

 

Es, inevitablemente, un momento de intensa angustia para el niño, pues la imago primordial aparta la mirada de él con lo que su yo pierde su soporte.

 

En mi opinión, la castración está ya ahí.

 

En el mismo momento en que la Imago Primordial cae, pues descubrirla deseante es tanto como descubrirla carente.

 

Y así, aparece para el niño como para la niña un enigma para el que la mirada de la niña como la del niño busca una respuesta: ¿qué tiene él, ese que hasta ahora no era más que una figura subalterna para el niño, que hace que el deseo de ella le busque?

 

Y bien, entiendo que ya saben la respuesta: eso que él tiene y ella no es un pene.

 

Pero llamarlo así es insuficiente, pues no es sin más un simple pene: es el pene que ella desea, y es el pene de ese hombre al que ella desea instituir en el lugar de la ley.

 

Para esa combinación del pene, la potencia, el deseo y la ley la palabra es falo.

 

De modo que a los que les digan que el falo es un significante imaginario, que finalmente no tiene nadie, no les tomen en serio. No lo hagan porque si lo hacen perderán la posibilidad de comprender realmente la forma que a partir de ahora cobra el asunto de la castración.

 

Porque ella no lo tiene, porque ella es esa madre carente que ya no soporta la imago primordial -aunque siga bañada por su halo-, el niño, que reconoce tener algo del tipo de lo que el padre tiene, se vive asaltado por la angustia de poder llegar a perderlo.

 

Y la niña se ve obligada a reconocer que, como la madre, está castrada, es decir, carece precisamente de eso que es lo que ve desear a su madre.


Superyó: Freud o Lacan

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Creo que ahora están en condiciones de reconciliarse con el contenido de la cita con la que hemos comenzado hoy. Reléanla de nuevo:

«La madre ha comprendido muy bien que la excitación sexual del varoncito se dirige a su propia persona. En algún momento medita entre sí que no es correcto consentirla. Cree hacer lo justo si le prohíbe el quehacer manual con su miembro. La prohibición logra poco, a lo sumo produce una modificación en la manera de la autosatisfacción. Por fin, la madre echa mano del recurso más tajante: amenaza quitarle la cosa con la cual él la desafía. Por lo común, cede al padre la ejecución de la amenaza, para hacerla más terrorífica y creíble; se lo dirá al padre y él le cortará el miembro.

«Asombrosamente, esta amenaza sólo produce efectos si antes o después se cumple otra condición. En sí, al muchacho le parece demasiado inconcebible que pueda suceder algo semejante. Pero si a raíz de esa amenaza puede recordar la visión de unos genitales femeninos o poco después le ocurre verlos, unos genitales a los que les falta esa pieza apreciada por encima de todo, entonces cree en la seriedad de lo que ha oído y vivencia, al caer bajo el influjo del complejo de castración, el trauma más intenso de su joven vida.

 

Y retengan esto otro: la experiencia de la castración es inevitable, pero lo decisivo es que esa experiencia venga acompañada, si no precedida, de un acto de palabra que la nombre.

 

 

Contra lo que se suele pensar, la función del padre no puede formularse tan solo en negativo, como prohibición, a pesar de que muchos psicoanalistas tiendan a reducirla a eso.

«Un fragmento del mundo exterior ha sido resignado como objeto, al menos parcialmente, y a cambio (por identificación) fue acogido en el interior del yo, o sea, ha devenido un ingrediente del mundo interior. Esta nueva instancia psíquica prosigue las funciones que habían ejercido aquellas personas del mundo exterior; observa al yo, le da órdenes, lo juzga y lo amenaza con castigos, en un todo como los progenitores, cuyo lugar ha ocupado.

«Llamamos superyó a esa instancia, y la sentimos, en sus funciones de juez, como nuestra conciencia moral. Algo notable: el superyó a menudo despliega una severidad para la que los progenitores reales no han dado el modelo. Y es notable, también, que no pida cuentas al yo sólo a causa de sus acciones, sino de sus pensamientos y propósitos incumplidos, que parecen serle consabidos. (…) De hecho, el superyó es el heredero del complejo de Edipo y sólo se impone tras la tramitación de este. Por eso su hiperseveridad no responde a un arquetipo objetivo, sino que corresponde a la intensidad de la defensa gastada contra la tentación del complejo de Edipo.

[Freud, Sigmund: (1939) Esquema del psicoanálisis, p. 207-208.]

 

Esta cita pertenece a ese último capítulo del Esquema del Psicoanálisis, el IX, que les invité a incorporar a sus lecturas el pasado día.

 

Como ven, el superyó puede convertirse en una instancia tiránica para el sujeto.

 

Pero reducir a eso el superyó, como hace Lacan y sus seguidores, es, sin confesarlo, incluso proclamándose intérpretes de Freud, hacer una evidente violencia a su texto.

 

Pues, para Freud, el superyó torturante e hipersevero no es el arquetipo del superyó –su hiperseveridad no responde a un arquetipo objetivo, sino que corresponde a la intensidad de la defensa gastada contra la tentación del complejo de Edipo.

 

Cuando se da, es que algo ha fallado en el Edipo, éste no se ha desarrollado de acuerdo con su trazado canónico y por eso no se ha quedado sepultado en el fondo del inconsciente -hago referencia ahora a un artículo esencial de Freud sobre el asunto, de 1924, que tiene por título, precisamente, El sepultamiento del complejo de Edipo.

 

El asunto está expresado con toda claridad en la cita que acabo de presentarles: cuando esa hiperseveridad se manifiesta -lo que es, por ejemplo, un rasgo típico de los caracteres obsesivos- ello se debe a que ese sepultamiento no ha tenido lugar, y por eso la tentación del complejo de Edipo -es decir: el deseo incestuoso- sigue peligrosamente viva.

 

De modo que, contra la afirmación lacaniana, resulta evidente que el super-yo hipersevero no es un super-yo fuerte en exceso, sino todo lo contrario, uno débil, frágil, insuficientemente fundado, y obligado a afirmarse por la vía de esa hiperseveridad.

 

La discusión que les propongo afecta de lleno a la reflexión psicoanalítica sobre la ética. Pues para Freud -no así para Lacan- el super-yo es la instancia psíquica que soporta la conducta ética.

 

El sujeto se identifica con el padre y, por esa vía, incorpora, asume, hace suya su ley.

 

En ello reside esa función positiva del padre, de su palabra, en el Edipo canónico. La suya es una palabra que nombra:

 

Laszlo: Welcome back to the fight. This time I know our side will win.

 

y que por eso adquiere el estatuto de la promesa.


Triángulo, sexo, Dios

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Y bien, ya que de dos triángulos se trata o, si se prefiere, de un mismo triángulo primero invertido e inestable y luego finalmente derecho y bien asentado sobre su base, ¿por qué no atender a sus resonancias?

 

Me refiero a sus resonancias icónicas, que son también, en buena medida, simbólicas.

 

¿Saben a lo que me refiero? ¿No les parece que este triángulo

 

 

es una de las representaciones simbólicas de Dios? -No de cualquier Dios, sino, ciertamente, del Dios cristiano, que no por casualidad es el del santísimo sacramento de la Trinidad.

 

 

¿Y este otro triángulo?

 

Creo que podrán aceptarme que algunas de sus resonancias apuntan hacia el sexo, vía la configuración visual de la zona púbica femenina.

 

Quizás deba haber un buen motivo para que el triángulo de Dios, invertido, se convierta en el triángulo del sexo. O viceversa: que el triángulo del sexo pierda su inestabilidad cuando se lo invierte para convertirlo en el triángulo de Dios.

 

La cosa, en cualquier caso, no parece impertinente cuando nos encontramos con la imagen de ese continente sobre cuyo mapa se escribe, como emergiendo por encadenado de los tres nombres triangularmente ubicados, el nombre del film,

 

 

que lo es tanto como el de la ciudad donde ocurren sus vicisitudes.

 

Pero quizás entiendan mejor lo que está en juego si,

 

 

a ese triángulo que es, les decía, el de Dios, por ser tal, lo identifican como el triángulo de la Ley.

 

 

Claro está, no les hablo de cualquier dios, sino del único Dios que se afirma origen, referencia y sustento de la ley: es decir, el nuestro, el Dios judeocristiano.

 

Asunto, dicho sea de paso, que interesó en extremo a Freud, como lo comprobarán si leen Moisés y la religión monoteísta.

 

Les llamo la atención sobre esto porque se suele olvidar lo que en ello hay de original, quiero decir, de novedad histórica. Pues hasta el Dios mosaico, los dioses eran potencias, pero potencias arbitrarias que nada o muy poco tenían que ver con la ley. Por más que, es justo reconocerlo, dioses como Zeus o el egipcio Ra hicieran ciertos esfuerzos por volverse razonables.

 

Retengan pues esta idea: el dios mosaico es el dios de la ley.

 

Reténganla, porque eso liga esencialmente el Edipo a nuestra cultura, quiero decir, a la cultura del Dios monoteísta y patriarcal.

 

Tan intensamente -y pienso que este es uno de los datos mayores de nuestro presente- que la muerte del Dios-ley no ha cesado de minar el fundamento y la presencia del Edipo en nuestra sociedad contemporánea.

 

Así pues nos encontramos con los términos mayores del conflicto que se juega en Edipo.

 

 

Como como les señalaba antes, en el Edipo lo que está en juego es la relación del sexo -allá donde se suscita de manera inmediata e inmediatamente intensa en la infancia, en relación con las figuras parentales- con la ley que, como saben, comparece, en su forma primera, como prohibición del incesto.

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La déesse qui régit les rythmes de la folie

Jesús González Requena
Amour fou dans le jardin.
La déesse qui habite le cinéma de Luis Buñuel
traduction: Annie Bussière-Cros
Edición original: Amor loco en el jardín.
La diosa que habita el cine de Buñuel
Abada Editores, Madrid, 2008
Cette edition: www.gonzalezrequena.com, 2018

 

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L’autre vérité qui doit être tue ; l’impuissance

Mais il y a aussi dans le film une autre vérité qu’on ne doit pas dire :

Francisco : Ah, quelque chose va te faire plaisir. Je suis allé personnellement réitérer à ta mère l’invitation pour ce soir.

Gloria : C’est vrai ?

Francisco : Mais bien sûr. C’est vrai que je l’aime bien. Le problème c’est que je n’aime pas que quelqu’un puisse te soutirer des choses relatives à notre vie intime. Est-ce que je n’ai pas raison ?

Notre vie intime : voilà le territoire d’une vérité indicible qui constitue l’autre face de cette vérité qui doit être proclamée devant tout le monde.

C’est à cela aussi qu’il est fait allusion à plusieurs reprises – jusqu’à 4 fois – dans le film :

Francisco: Gloria.

Francisco : alors tu as été te plaindre au père Velasco. Eh bien pour que tu ne recommences pas à raconter à quelqu’un nos affaires privées.


(trois coups de feu claquent)



Francisco : C’est normal. Heureusement Raul est un homme honnête et compréhensif.


Francisco : De toutes façons, ce serait très dur et humiliant pour toi de devoir raconter notre vie à un étranger.


Gloria : Très. Mais j’avais besoin de parler, de me soulager…


Francisco : Je te croyais capable de tout sauf d’en arriver à vendre notre intimité à un étranger.

Voilà donc ce qui ne peut se dire, la face B, cachée, de la face A, la vérité proclamée.

Mais quoi ? Simplement qu’ici dans l’intimité de ce couple, il ne se passe rien. Voilà ce qui habite le discours paranoïaque du délire de jalousie : si c’est lui qu’elle désire, c’est parce qu’elle ne me désire pas moi : et elle ne me désire pas parce qu’elle ne peut me désirer, car je ne suis pas désirable.

Voilà le savoir le plus intime du paranoïaque : elle ne peut le désirer lui parce qu’il est impuissant.


Francisco : Gloria, je souffre beaucoup, tu sais ? On va rendre la sentence dans mon procès. Je suis perdu.

Francisco : mes avocats m’abandonnent, ils sont tous contre moi.


Francisco : Viens, j’ai besoin de te sentir à mes côtés


Francisco: Je ne sais pas ce qu’il m’arrive aujourd’hui, Gloria. J’ai la tête lourde.


Francisco ; Je ne peux pas me concentrer, mes idées m’échappent. Et il faut que j’écrive aujourd’hui même l’instance au président pour qu’il me fasse justice. Mais…je ne peux pas écrire.

Il ne peut pas écrire.

En effet son impuissance est inscrite dans l’origine, dans la mesure même où cette origine est une imposture.

C’est pourquoi devant l’imminence du jugement, devant la confrontation avec le juge qui l’attend, le délire se déchaîne.


(toux anonyme)

Vieille femme : ha ! ha ! ha !


(plusieurs toux et rires)


(Tout le monde tousse et rit)


Francisco : Mon Dieu ! Ils savent tout.


Francisco : Ils savent tout. Ils sont en train de se moquer de moi.

Tout le monde le sait : ça y est, ils savent tout.

Une impuissance, donc, qui imprègne tout : son origine, son identité, son désir.


La vierge du fétichiste

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Alors, quelle est donc l’origine de ce désir et de cette impuissance qui imprègne tout ?

Revenons au début.





Qu’est-ce qui provoque chez Don Francisco un tel trouble, un désir si intense ?

Il faut souligner que nous sommes le Jeudi Saint et que par conséquent les images sacrées sont voilées.

Alors, quelle est l’image voilée qui préside cet autel devant lequel s’enflamme le désir de Francisco ? Quelle est cette image qui, bien que voilée, est toujours là, contrastant avec la chaire vide, c’est-à-dire : avec cette absence littérale de Dieu relevée dès le début ?

Ce ne sera pas non plus possible de la distinguer plus tard, quand Francisco retournera dans cette même église à la recherche de la femme dont il s’est épris.


L’amplitude de l”échelle de plan ne permet pas de distinguer devant quelle image se trouve agenouillée la femme qui le fascine – et qui le fascine, précisément, parce qu’elle agenouillée devant cette image.

Cependant, nous pourrions le déduire de cette même fascination : quelle image ce pourrait être si ce n’est celle de la Vierge Marie, étant donné que c’est l’aura de bonté, de résignation virginale de cette femme ce qui – c’est lui-même qui l’a dit – le captive ?

En tout cas, la fin du film nous permettra de le confirmer, en effet, c’est à ce moment seulement, quand Francisco se jettera sur le père Velasco pour essayer de l’étrangler, que nous pourrons reconnaître la statue de la Vierge qui préside sur l’autel.


Son fétichisme trouve là son sens :


Il est associé à un amour total, absolu : amour non pas pour une femme mais pour une déesse complète et invulnérable. Car telle est la nature perverse du désir de Francisco : une déesse à adorer, non pas une femme à posséder.


Il peut être aussi le cinéaste

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Mais il existe encore une troisième réponse à notre question initiale : Il peut être aussi le cinéaste lui -même.

Bien sûr, il s’agit là d’une interprétation littérale, qui émerge en mettant simplement en contact le premier et le dernier des titres du générique du film :

En effet, son nom, sa signature, occupe le lieu même, sur la cloche, où nous avons vu le titre inscrit.

Pour confirmer cette suggestion on peut ajouter l’un des rêves que Luis Buñuel raconte dans son autobiographie :

« Je vis soudain la Sainte Vierge, toute illuminée de douceur, les mains tendues vers moi. Présence très forte, indiscutable. Elle me parlait, à moi sinistre mécréant, avec toute la tendresse du monde, entourée d’une musique de Schubert que j’entendais distinctement.

« J’ai voulu reconstituer cette image dans La Voie lactée, mais elle est loin de la force de conviction immédiate qu’elle possédait dans mon rêve. Je m’agenouillai, mes yeux s’emplir de larmes et je me sentis soudain submergé par la foi, une foi vibrante et invincible. Quand je me réveillai, il me fallut deux ou trois minutes avant de retrouver le calme. Je me répétais encore, au bord de l’éveil : oui, oui, Sainte Vierge Marie, je crois ! Mon cœur battait très vite.

« J’ajoute que ce rêve présentait un certain caractère érotique. Cet érotisme restait dans les chastes limites de l’amour platonique, cela va de soi. Peut-être si le rêve avait duré cette chasteté aurait-elle disparu, pour céder la place à un véritable désir ? Je ne peux pas le dire. Je me sentais simplement épris, touché par le cœur, hors des sens. Sentiment que j’ai éprouvé à d’assez nombreuses reprises, tout au long de ma vie, et pas seulement en rêve. (99)

Mais le même texte nous offre une autre preuve tout aussi concluante. Elle se trouve au moment où Francisco reçoit Gloria à sa fête alors qu’elle est encore la fiancée de l’ingénieur.

Raoul : Nous voici Francisco.

Francisco : Comme je me réjouis que vous soyez venus.


Raul : Et à toute vitesse. Parce que je sais que tu aimes…

En contre-champ de Francisco, à la suite du grand premier plan de Gloria, le délire de l’homme s’inscrit d’une façon qui, cependant, échappe à la perception consciente du spectateur : en raccourci, la tête de la femme – contre toute attente – apparaît coiffée du voile noir qu’elle avait porté au cours de la cérémonie du lavement.


Raoul: … que tes amis soient ponctuels.


Raoul : Je vais te présenter.

Un voile qui n’était pas dans le plan antérieur et qui disparaît immédiatement dans le suivant. Et aussi : l’expression d’un délire que le cinéaste inscrit personnellement, au moyen du montage, cet outil d’écriture.


Les deux autels

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Lui est un film configuré à partir de deux espaces centraux : l’église et la maison du protagoniste.

L’église, comme nous venons de la constater, est présidée par la figure de la Vierge, au lieu central de l’autel.

Et, pour ce qui est de la maison, ne nous offre-t-elle pas une scénographie centrale qui rappelle, d’une certaine façon, un autel ? Nous pensons, bien sûr, au grand escalier qui réapparaît si souvent tout au long du film et qui, depuis son introduction, est explicitement thématisé :

Raoul : Chaque fois que je vois ce salón. Je me demande comment un architecte a pu avoir ces idées étranges.


Raoul : Rien ne semble guidé par la raison, mais par le sentiment, l’émotion…


Raúl : L’instinct.

Madame Villalta : Oui, vraiment c’est très étrange.


Francisco à son retour de Paris, après l’exposition 1900.

Père Velasco : Lui n’était pas architecte, mais il en a partagé l’inspiration et la conception avec l’ingénieur.

Madame Villalta : Çà devait être un homme très original et capricieux.


Père Velasco : Tout le contraire de Francisco, qui est parfaitement normal et sensé.

L’œuvre d’un père fou ? C’est en tout cas, quand on parle de la maison, l’escalier qui aimante le regard de tous. (100)

On dirait que face à lui, comme en face de l’autel de l’église, se tient respectueusement la statue d’un antique chevalier.

Alors, bon, qu’est-ce que vénère ce chevalier ?


Une Déesse qui préside tout

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Il convient de prêter attention à une certaine divinité féminine qui, comme le Vierge de l’église, se trouve au centre même de cet autre autel que constitue l’escalier, même s’il n’apparaît pas de prime abord. En effet, lors de la première apparition de l’escalier, une grande potiche semble placée là pour le dissimuler – de même que la statue de la Vierge se trouvait dissimulée dans la première scène du film :

Cependant plus tard, une fois la fête terminée, elle apparaît au centre même de l’escalier. Il s’agit d’une image féminine :


Juste à l’endroit où finit la volée centrale de l’escalier, en plein milieu, derrière les barreaux de la rampe, il y a un tableau qui représente une figure féminine, brune, aux cheveux noirs et au visage arrondi, les mains jointes sur le ventre.

(élargissement)

Elle est focalisée par les diagonales de la rampe latérale, bien centrée sur la moitié supérieure de l’écran.


(élargissement)

Centralité surprenante de cette image, qui par ailleurs détonne dans une maison folle où prédominent les courbes ouvertes et alanguies, féminines, du modernisme :

Et cependant, sur cet escalier érigé en autel central, exceptionnellement, ce sont les lignes droites qui s’imposent.


Pourquoi, si ce n’est pour signaler l’importance de ce centre absolu occupé par le tableau de cette femme ?

En effet les diagonales centrales qui régissent la composition de l’image sont situées sur la tête de cette déesse, mais aussi, remarquons-le dès maintenant, sur ses mains jointes sur le ventre.

Alors, on dirait que devant cette déesse rien ne pourrait rester secret : c’est ainsi qu’elle contemple les traces de l’agression sexuelle du majordome sur la femme de chambre :

Francisco : Qu’est-ce qui vous arrive Marta ?

Francisco : Bon, alors, que s’est-il passé ? Répondez !
(Marta pleurniche)

Marta : Que monsieur le demande à Pablo.

Et plus tard elle est le témoin muet d’une scène dans laquelle la mère de la protagoniste est obligée d’attendre le couple de retour du voyage de noces.

La mère : Que se passe-t-il Pablo ? Pourquoi Monsieur et Madame tardent-ils autant ?

Il est évident que par rapport à cette dernière, elle semble se situer sur un même pied d’égalité, au même niveau, comme si elle aussi était une mère.

Majordome : Don Francisco vous prie instamment de les excuser, mais Madame avait un peu mal à la tête et elle s’est couchée.

La mère : Elle s’est couchée ?

Majordome : Oui, Madame. Ce n’est pas possible.

La mère : Je vais aller la voir.

Majordome : Pardon, Madame.

Majordome : Monsieur m’a recommandé que personne ne le dérange.


Et c’est elle, en tout cas, qui dicte l’exclusion ; l’image dénie l’énoncé du majordome : c’est elle qui impose son expulsion et pas le maître de maison.

Et n’est-ce pas devant son autel que l’épouse est sacrifiée ?

A l’image que nous avons déjà commentée, celle des femmes de chambre retirant le tapis de fête


Suit, sans solution de continuité, celle de Gloria, attendant son mari dans sa chambre, vêtue de son plus beau et plus blanc saut de lit :

Cependant, lui, au lieu de se rendre au rendez-vous, il restera enfermé dans son bureau cette nuit-là. Mais une nuit, plus tard, les cris de Gloria, battue par son mari, résonneront sur l’image nocturne du grand escalier.


(Cris de Gloria en off)


La déesse qui régit les rythmes de la folie

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Mais non seulement çà : en effet, la Dame du tableau préside- elle régit, dirons-nous- les rythmes de la folie du protagoniste (Francisco vient de s’ouvrir à son majordome : Ma femme me trompe, je le sais, j’en suis sûr. Tu ne peux pas savoir comme je l’aime, c’est la première et dernière femme de ma vie. Je suis anéanti.)


Francisco monte le large escalier en marchant en zigzag pour aller s’asseoir sur l’une des marches et frapper les barreaux de la rampe avec l’une des tiges métalliques qui fixent le tapis.

Dans l’obscurité de la nuit, comme baignée par une impossible lumière lunaire, la Dame du tableau resplendit près de la tête – après tout inclinée devant elle – de Francisco, comme si c’était elle qui lui dictait les mots, les gestes et les actes de sa folie.

On dirait que c’est elle qui réclame la violence justicière contre l’autre : contre la chienne.

Mais ce qu’il y a de plus remarquable, de plus surprenant vraiment, c’est que sa présence ne s’arrête pas là. En effet, la Dame du Tableau, cette déesse qui règne depuis l’autel central de l’escalier, contre toute vraisemblance, marque sa présence dans différents lieux et moments du film.

Nous avons déjà remarqué avec la problématique de la vérité- de l’impossible vérité, convient-il d’ajouter maintenant- que le film nous présente le désir de la femme en l’associant au litige sur l’origine. Eh bien, là où, au commencement du récit, cette question sur l’origine est apparue pour la première fois, là se trouvait déjà le portrait de la déesse, président le fond du bureau, juste en face de la table de travail de Francisco, quand ce dernier recevait l’avocat.

Avocat : Comment allez-vous, don Francisco ?

Francisco : Dans l’attente de votre arrivée.

Avocat : Comment allez-vous, don Francisco ?

Francisco : Dans l’attente de votre arrivée.

Francisco : Je dois vous avouer que je commençais à m’impatienter à cause de votre retard et que j’allais vous appeler au téléphone.

Avocat : Pardonnez-moi, mais en raison des fêtes de la Semaine Sainte les archives sont restées fermées jusqu’à ce matin.

Francisco : Vous êtes pardonné.

Francisco : Asseyez-vous, je vous en prie.

Avocat : Merci.

De sorte que la Dame du Tableau est aussi là, dans le bureau du protagoniste, face à sa table de travail : c’est-à-dire : dans un endroit qui constitue nécessairement le centre de son champ visuel quand il se trouve assis à sa table de travail.

Et elle reste là après la brusque interruption de l’entrevue.

Avocat : Croyez bien que j’ai fait tout mon possible pour…

Francisco : Çà suffit.

Mais ce n’est pas tout. En effet, quand dans la dernière partie du film nous reviendrons dans ce même bureau, nous découvrirons – mais seulement si nous observons très attentivement : de fait, la conscience du spectateur ne le percevra jamais, même si son inconscient devra nécessairement en témoigner – que ce même tableau se trouve également sur le mur opposé, c’est-à-dire, derrière la table de travail de Francisco :

La musique de la folie résonne : le jugement va avoir lieu et le personnage se découvre impuissant à écrire son allégation devant le juge.

Quand il se lève, décidé à demander l’aide de son épouse, nous découvrons la présence du tableau près de sa table de travail.


De sorte que la Dame du Tableau – c’est ce qui prouve sa qualité de déesse – possède le don d’ubiquité : non seulement elle régit les desseins fous de la maison, mais elle entoure totalement ce bureau de Francisco dans lequel ce dernier s’enferme à plusieurs reprises tourmenté successivement par les deux éléments fondamentaux de son délire : la jalousie envers Gloria et ses origines à Guanajuato.

Apitoyée par l’angoisse de son mari, Gloria lui offre son aide.

Francisco : Explique-lui au président l’injustice qu’ils veulent commettre envers moi.


Francisco : je t’assure que la chose est très simple, très claire, mais moi je n’ai pas toute ma tête.


Mais il se sent humilié s’il accepte cette aide. Il essaie de nouveau.

Francisco : Laisse-moi, Gloria. C’est très dévalorisant pour moi de t’imposer un travail aussi insignifiant que celui-ci.

Francisco : C’est moi qui le ferai, coûte que coûte.


Francisco : Ferme la porte à clef. Que personne ne nous dérange.

Francisco : Gloria… Assieds-toi ici.

Francisco : Je ne veux pas que tu me quittes un seul instant.

Et il s’effondre de nouveau.


Gloria : Francisco…


Francisco : Je ne peux pas. Je ne peux pas… (Il pleure)


Gloria : Francisco, calme-toi un instant, nous allons le faire tous les deux. On va faire çà très bien, tu verras Francisco.

Et elle ? Est-ce qu’elle n’occupe pas maintenant face à lui une position maternelle ?

Comme nous le disions, c’est l’imminence du jugement, la nécessité de se présenter devant le juge qui va statuer sur la vérité de son origine, ce qui déchaîne l’épisode psychotique final du personnage.

Mais observons comment cela se construit d’un point de vue scénographique.


Francisco : Gloria, laisse çà, viens.


Gloria : Que veux-tu maintenant ?


Francisco : Être près de toi.

Gloria : Attends que je finisse.

Francisco : Non, laisse-çà.

Tout semble indiquer que c’est la folie qui émane de cette déesse qui régit tout dans le film : Francisco se trouve maintenant entouré par les deux femmes, la Dame du Tableau et Gloria.


Eh bien, l’installation définitive du personnage dans son délire a lieu au moment où les deux femmes se confondent.


Francisco : Tu me hais, n’est-ce pas ?

Francisco : Tu me détestes. Oui, tu es très malheureuse avec moi, ne me dis pas le contraire.

Francisco : Aie pitié de moi. Personne plus malheureux que moi.


Francisco : Je suis seul. Je n’ai que toi…


Francisco : … et tu me hais.


Gloria : Je ne te hais pas, Francisco. Je sais que tu n’es pas responsable de ce que tu fais et que tu souffres plus que moi.

Et aussi : au moment où il occupe, par rapport à Gloria, le lieu de ce giron que la déesse du tableau signale de ses mains.


Francisco : Ne m’abandonne pas, Gloria, nous pouvons encore être heureux.

Gloria : Pourquoi ne vois-tu pas un médecin ? Francisco, tu es malade. Tu vas sûrement guérir. Alors nous pourrions…

Le changement de plan renforce la fusion entre Gloria et la divinité du tableau. C’est alors que fait retour la question de la vérité.


Francisco : Oui, je ferais ce que tu voudras, ce que tu m’ordonneras. Mais ne m’abandonne pas.


Francisco : Tu vois bien que je t’ai même pardonné ce que tu m’as fait l’autre jour. Je suis sûr que tu m’as dit la vérité.

Gloria : Je ne t’ai jamais menti.


Francisco : Tu te sentais seule, désemparée, tu avais besoin de te confier à quelqu’un, n’est-pas ?


Gloria : Oui, c’est çà. Ce jour-là j’étais tellement abattue, je ne sais pas…

Francisco : C’est naturel. Heureusement Raul est un homme honnête et compréhensif. De toutes façons, ce serait très dur et très humiliant pour toi de devoir raconter notre vie à un étranger.

C’est donc nécessairement la veille de la rencontre avec le juge quand il retourne, désespéré et impuissant au giron de la déesse maternelle, que le délire de Francisco prend forme.

défouler…


Francisco : Je te croyais capable de tout, sauf d’en arriver à vendre notre intimité à un étranger.

C’est ce qu’il dit lui : que c’est une traîtresse. Et aussi que son désir, son désir à elle, l’anéantit.


Et il est clair que maintenant, pendant un instant, les deux visages féminins sont pris dans la même angulation et le même éclairage.


La solution finale

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Que faire maintenant ?

Annuler le foyer du désir, nier le déchirement de la femme dont l’interpellation sexuelle anéantit le personnage : c’est ce qu’il tentera dans la cérémonie finale.


A minuit. A l’heure de l’acte, si l’on peut dire.

Les éléments de la cérémonie qui suit sont très précis, ils ne laissent aucun doute : il se dispose à la coudre : à éliminer son manque, qui est aussi la marque de ce désir de femme qui lui est intolérable.


Il se dispose donc à la restaurer, à lui rendre le statut de divinité adorable, vierge.


La corde fait obligatoirement partie de la cérémonie : non seulement pour l’attacher, mais également pour nouer définitivement ce qui est dénoué.

On découvre alors, de façon inattendue, la raison d’être des dessins qui décorent les murs de cette maison folle. Ils manifestent la présence de quelque chose de dénoué dans le monde – dans la réalité psychique du personnage – qu’il va, lui, essayer de nouer définitivement. (101)

Et parce que ce qui suit se présente comme la scène définitive, le personnage avance dans l’axe même de la caméra. Le personnage, la caméra et le cinéaste se confondent ainsi, définitivement, au moment où va culminer la réalisation de la scène fantasmatique.

Pourquoi cette corde rugueuse et brutale ? La réponse nous est offerte par l’étrange similitude avec l’alliance qui brille au doigt de la femme :

Deux anneaux en somme. On dirait que le premier, l’alliance, l’anneau qui symbolise la fidélité- l’engagement par la parole- manque de force, d’où la nécessité de cet autre anneau, brutal, pour attraper, bâillonner la femme.

Et c’est précisément çà : parce que la structure symbolique capable de fonder la réalité psychique du personnage a échoué, la folie submerge son univers.



L’adorer, la restaurer, l’anéantir

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On pourrait aussi le dire autrement : parce que l’homme se sent impuissant devant la déesse, il ne peut que l’adorer.

la restaurer,

et tenter désespérément de l’anéantir


Francisco: Gloria.


Gloria : Quoi ?


Francisco : Tu te rends compte, nous sommes seuls


Francisco : Personne ne pourrait m’empêcher de te punir


Francisco : Que dirais-tu si je t’attrapais par le cou ?


Francisco : …et te jetais…

Francisco : … dans le vide ?

Gloria: Ah!


Francisco : Ne crie pas !

Gloria : Ah !

Francisco : Ne crie pas !


Francisco : Je pourrais te jeter dans la rue pour voir comment tu t’écraserais sur le sol !

Tenter désespérément, dirons-nous, d’occuper la place de Dieu qui, du moins pour lui, n’existe pas.


La solution finale

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L’acte que tout désigne au point culminant du phantasme de Francisco et, par extension, de l’ensemble de l’œuvre buñuelienne – coudre le sexe de la femme – constitue exactement, par rapport à çà, la solution finale : annuler ce que lui vit uniquement comme un foyer de panique incandescent : l’ouverture dévoratrice de la déesse qu’aucune divinité masculine – patriarcale – ne peut désormais maîtriser.

C’est, véritablement, la solution finale, et non seulement de Francisco, mais aussi d’une civilisation, l’occidentale, que la panique vis-à-vis de ce qui se joue dans le sexe a conduit aux limites de l’extinction : à la fin de la procréation. Et, en même temps, à une augmentation irrépressible de la violence contre la femme.

Famille de Buñuel

María Portolés mère de Buñuel

Buñuel et sa mère


Notas

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(99) Buñuel, Luis: 1982: Mi último suspiro, p 108

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(100) Aranda, J. Francisco: 1970: Luis Buñuel. Biografía crítica, Lumen, Barcelona, 1975, p25 : ” La décoration delirante et géniale de la maison de El, d’après ce que m’a dit sa soeur Conchita, ressemble à celle de sa maison de Calanda. “

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(101) Il se pourrait, pour la même raison, que la notion de noeud qui jouera un rôle si décisif dans la dernière phase de la pensée de Lacan procède de là.

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La vérité du discours du paranoïaque

Jesús González Requena
Amour fou dans le jardin.
La déesse qui habite le cinéma de Luis Buñuel
traduction: Annie Bussière-Cros
Edición original: Amor loco en el jardín.
La diosa que habita el cine de Buñuel
Abada Editores, Madrid, 2008
Cette edition: www.gonzalezrequena.com, 2018

 

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Qui est ” Il ” ?

Il, ou plus exactement : “ Il “, car c’est ainsi, entre guillemets, que s’écrit le titre du film dès son début (98). Jamais avant, ni après, l’histoire du cinéma n’a connu titre aussi insolite : uniquement le pronom personnel de la troisième personne, doté d’un supplément d’étrangeté par le biais de ces guillemets qui l’entourent.

C’est pourquoi le spectateur est aussitôt assailli par une question. Qui est “ Il ” ?


Dieu : loi inflexible

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Dans la tradition culturelle de l’Occident, Il, écrit ainsi, avec des majuscules et sans autres références, c’est Dieu : c’est-à-dire, le Dieu monothéiste des trois religions.

Alors, est-ce de Il dont il s’agit ? La réponse n’est pas simple du tout, mais au moins il est évident que la question ne peut être écartée, car Il, Dieu, non seulement constitue une référence constante tout au long de la filmographie buñuelienne, mais il est présent – ou absent – de façon explicite un certain nombre de fois au cours du film.


Francisco : Voilà tes gens. De là on voit clairement ce qu’ils sont.


Francisco : Des vers de terre se traînant sur le sol.


Francisco: Çà donne envie de les écraser sous le pied.

Gloria : Mais, qu’est-ce que tu dis, Francisco ? C’est de l’égoïsme pur


Francisco : Et alors ? L’égoïsme est l’essence d’une âme noble.

Francisco : Je méprise les hommes, tu comprends ? Si j’étais Dieu je ne leur pardonnerais jamais.

Je méprise les hommes, tu comprends ? Si j’étais Dieu je ne leur pardonnerais jamais. C’est l’énoncé insolite que Francisco adresse à sa femme du haut du clocher, quelques instants avant d’essayer de l’étrangler dans une attaque de jalousie.

Il semble évident, c’est d’ailleurs ce qui sera dit plus d’une fois au cours du film, que cet homme est devenu fou. Et de plus, le regard de la femme, tandis qu’elle essaie de fuir, l’exprime de façon évidente.

Mais cela n’empêche pas la question : dans la folie de cet homme, proprement paranoïaque, Dieu occupe une place prééminente : il constitue, après tout, la référence ultime de son discours psychotique, en tant qu’incarnation de la loi inflexible sur laquelle pivote son délire.

Et d’ailleurs, n’était-elle pas déjà écrite cette suggestion au commencement même du film, quand le mot Il était inscrit sur la grande cloche centrale de ce même clocher ?

La grande cloche chrétienne, en haut du clocher, constitue sans aucun doute, depuis des temps immémoriaux, une référence plastique et sonore à la parole, à l’appel de Dieu.

Mais Dieu se fait également présent par son absence au commencement du film, même si ce n’est pas perçu de façon explicite par le spectateur dont le regard est intensément absorbé par l’intense parfum fétichiste qui imprègne la scène de la cérémonie du lavement de pieds.

À un moment donné, apparaît cette image d’une grande chaire, intensément éclairée et visiblement vide, entourée par la multitude qui assiste à la cérémonie.

Et c’est précisément quand ce vide est signalé – et souligné par cette lumière intense qui en dessine les contours – que le regard de l’homme se déplace du pied nu de l’adolescent baisé par le prêtre


à la recherche d’autres pieds susceptibles de focaliser son désir. Le panoramique qui traduit son regard

recule à un moment donné pour cadrer dans son champ visuel les pieds d’une femme et, à partir de là, monter verticalement jusqu’à son visage :

C’est ainsi que cristallise son désir, surdéterminé autant par la sensualité de la cérémonie catholique que par le pouvoir irradiant de cette chaire vide qui scande la séquence.


La Vérité

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Et dans ce sillage du vide de Dieu on peut situer le soupçon qui assaille constamment ce qui est nommé par le mot le plus répété du film :


Francisco : Je t’aime désespérément !

Gloria : moi aussi, Francisco. Nous allons être très heureux, n’est-ce pas ?

(…)

Francisco : Dis-moi la vérité. A quoi penses-tu ?

(…)

Francisco : Gloria, dis-moi la vérité. Le doute détruirait ma vie.

(…)

Gloria : je te plais pour de vrai ?

Francisco : Puisqu’on se dit la vérité, dis-moi, qu’est-ce qui te plaît le moins en moi ?

(…)

Francisco : La vérité, tout le monde peut l’entendre !

(…)

Mère : La vérité. Il a reconnu ses fautes.

(…)

Gloria : Et croyez-vous que çà ne me fait pas honte à moi aussi ? Mais c’est la vérité.

Prêtre : Vérité ? Sûrement déformée par ton imagination.

(…)


Francisco : Tu me déteste . Pas vrai ?

(…)


Francisco : Tu vois bien que je t’ai même pardonné ce que tu m’as fait l’autre jour. Je suis sûr que tu m’as dit la vérité.

Gloria : Je ne t’ai jamais menti.


Francisco : Tu te sentais seule, désemparée, tu avais besoin de te confier à quelqu’un. Pas vrai ?

La vérité et Dieu : voici le dense carrefour conceptuel que le film localise à l’intérieur même de la psychose paranoïaque dont souffre son protagoniste.

Alors donc, de quoi s’agit-il quand se pose le problème de la vérité dans le film ?


Le procès. La demande au sujet de l’origine

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Il y a d’abord un procès, une demande judiciaire par laquelle le protagoniste essaie de récupérer ce qu’il considère être les propriétés de ses ancêtres :

Avocat : Essayez de comprendre. Il s’agit d’un procès qui engage de nombreux millions et la partie contraire n’est pas disposée à perdre.

Francisco : m’importe à moi la partie adverse ?


Francisco : Ces terrains m’appartiennent. Les bâtiments, et même quelques rues de Guanajuato sont à moi. Vous avez les documents nécessaires pour le prouver.

Un jugement en instance dans lequel don Francisco constate que son identité est mise en question : cette origine, dont dépend la confirmation des propriétés qu’il réclame. Mais voilà que son avocat le lui fait remarquer : sa cause est pour le moins douteuse.

L’avocat : Oui, des actes de propriété, des concessions, mais…

Francisco : Mais quoi ?

L’avocat : Il s’agit de documents très anciens, les derniers datent du début du XIX. Je crois que ce serait fou de poursuivre le procès.


La vérité de son désir à elle

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Mais la question de la vérité se pose également par rapport à son désir à elle, sa jeune épouse, la nuit même des noces, dans le train où a commencé le voyage de noces.


Francisco : Comme tu es belle, Gloria ! Et combien j’ai désiré ce moment. Je t’aime désespérément.


Gloria : moi aussi, Francisco. Nous allons être heureux, pas vrai ?

Francisco : Oui, mon amour.


Le changement de plan qui se produit alors n’est pas neutre : au contraire, il souligne la coupure qui se produit avec ce baiser annonçant la première relation sexuelle, car il ne fait aucun doute, étant donné le caractère du personnage – plus tard son confesseur le confirmera : Lui c’est un homme pur, qui n’a connu aucune femme avant toi – il s’agit de la première fois.

C’est alors qu’émerge, au moment de ce premier contact, le soupçon :


Francisco : Gloria, à quoi penses-tu ?


Gloria : A toi.

Et c’est alors qu’il invoque la vérité – et, dans cette mesure même, il affirme qu’elle ment.


Francisco : Dis-moi la vérité. A qui penses-tu ?

Dis-moi la vérité. A qui penses-tu ? Demande – ou plutôt exige – Francisco à son épouse pendant la nuit de noces.

La question de la vérité sera convoquée, de façon récurrente, au long du récit. Et, sans aucun doute, la question de la vérité, l’exigence de vérité, d’une vérité absolue et définitive, constitue la demande incessante du paranoïaque.

Et il est certain que maintenant Il semble localiser ce tiers, non pas divin cette fois mais humain, qui fait partie consubstantielle du délire de jalousie.


Gloria : Comment à qui ? A toi, Francisco.


Francisco : Ne me mens pas.


Gloria : Pourquoi te mentirais-je ? A qui veux-tu que je pense ?


Francisco : À Raoul.

Voici donc une seconde réponse à notre question du début : Qui est Il ?

Il nous apparaît désormais comme cette figure indispensable du délire de jalousie du paranoïaque : ce tiers qu’elle désire, elle, la femme aimée.


Gloria : Tu es fou ?

C’est certainement la folie qui est en jeu, avec tout son tissu de délires :


Gloria : Pourquoi imagines-tu ces choses-là ?

Francisco : Parce que c’est naturel, c’était ton fiancé, tu étais amoureuse. Tu allais bientôt te marier.


Gloria : Mais comment peux-tu dire çà puisque je l’ai laissé pour toi ?

Francisco : Parce que je t’ai éblouie sur le moment. Mais lui est plus jeune.


Francisco : J’imagine qu’il a dû te caresser et même t’embrasser souvent.

Pour contenir la prolifération de ce délire, la femme, Gloria – une Gloire, après tout, jamais atteinte -, invoquera le nom de Dieu.

Gloria : Grand Dieu, Francisco !

Francisco : Pas seulement lui. D’autres ont dû t’embrasser. Tu veux me faire croire que Raul fut le premier.


Gloria : Tu es en train de m’offenser. Tais-toi, s’il te plaît.


Francisco : Gloria. Dis-moi la vérité. Le doute détruirait ma vie.

Quelque chose s’oppose, dans l’univers du film, qui est aussi celui de la folie de son protagoniste, à ce que les engagements prennent forme – aussi bien les juridiques que les amoureux -, qu’ils puissent être vécus dans leur vérité. Aucun doute qu’à partir de maintenant les deux thèmes apparaissent liés entre eux : en effet, pour sa lune de miel don Francisco a choisi Guanajuato, précisément la ville où se trouvent les propriétés en litige.

De sorte que, à partir de ce moment-là, le problème de la vérité de l’identité – de l’origine – de l’homme, inscrite dans ses propriétés de Guanajato, se trouve directement lié au problème de la vérité de son désir à elle, la femme.


La justice

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D’ailleurs ce lien deviendra explicite un peu plus tard :

Francisco : Comme tu es jolie, Gloria ! J’adore tes cheveux comme çà, si courts ! Et ces petites boucles si soyeuses.

Gloria : C’est vrai, çà te plaît ?

Francisco : Beaucoup. Tu veux que je te dise ce qui m’attire le plus en toi, ce que j’ai toujours préféré ?

Gloria : Oui. Dis-le moi

Francisco : Ta douceur.

Francisco : Cette sorte d’aura de bonté, de résignation.

Gloria : Ah, oui ?

Gloria : Ma mère pourtant me disait parfois le contraire. C’est curieux.

Gloria : Maintenant tu veux que je te dise ce que je préfère en toi ?

Francisco : ¿ Que ?

Gloria : Eh bien, ton air dominateur, ton assurance, qui m’ont attirée dès le début.

Francisco : Tu me présentes sous un jour bien féroce.


Francisco : Puisqu’on a décidé de se dire toute la vérité, dis-moi, Qu’est-ce qui te plaît le moins en moi ?

Puisqu’on a décidé de se dire toute la vérité…comme dans un jeu, le fait de mentionner la vérité annonce l’irruption d’une nouvelle scène de jalousie.

Gloria : il n’y a rien qui me déplaise.

Francisco : il doit bien y avoir quelque chose, personne n’est parfait.

Gloria : eh bien, oui, quelque chose. Quelquefois tu es un peu injuste.

Francisco tousse : il s’est étranglé.

Francisco : Quelle absurdité ! J’accepte n’importe quel défaut sauf celui-ci.

Francisco : Justement je crois qu’il y en a peu – sûrement aucun – qui ait le sens de la justice que j’ai moi.

C’est ainsi que se voit don Francisco : il y en a peu – sûrement aucun – qui ait le sens de la justice que j’ai moi.


La vérité du discours du paranoïaque

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Et parce qu’il est le porte-drapeau de la justice, il n’hésite pas à proclamer bien haut sa vérité.>

Francisco : La vérité, tout le monde peut l’entendre !

Mais alors, quelle est cette vérité que tout le monde peut – doit – entendre ?


Francisco : Embrasse-moi !

Gloria : Mon Dieu, Francisco, contrôle-toi… ! Laisse-moi !

Et les scènes de jalousie se succèdent, l’une après l’autre, immanquablement, en enchaînant les trois termes en question : Il Dieu, la Vérité.


Francisco : Pourquoi ? Tu préfères l’avocat, n’est-ce pas ?


Gloria : Qu’est-ce que tu dis ?

Francisco : Tu crois que je suis aveugle ? Que je n’ai pas vu ton manège avec lui ?

Gloria : Comment peux-tu dire ça ?

Francisco : Parce que c’est vrai.

Francisco : Tu t’es comportée comme une traînée.

Gloria : Tu mens ! C’est toi qui m’as demandé d’être aimable avec lui.


Francisco : Tu appelles çà de l’amabilité le dévorer des yeux et danser d’une façon scandaleuse ?


Francisco : Est-ce que je t’ai demandé de te perdre avec lui dans les recoins obscurs du jardin ?

Gloria : Tais-toi, au nom de Dieu !


Gloria : Tu ne vois pas que nous ne sommes pas seuls ?


Francisco : Pablo !


Francisco : Ne pars pas !

Francisco : La vérité tout le monde peut l’entendre !

Cette vérité que tout le monde peut entendre c’est la vérité du délire, dans laquelle Lui joue un rôle obligatoire. Mais le Dieu qu’elle invoque pour le retenir ne sert à rien. En son absence, la conviction avec laquelle parle le paranoïaque s’impose comme une vérité unique.

Voilà donc la vérité qu’il proclame. Et c’est aussi la vérité qu’il impose, avec cette solidité sans failles qui caractérise le discours du paranoïaque, au point d’annuler toute autre vérité :

Gloria : Et vous croyez que çà ne me fait pas honte à moi aussi ? Mais c’est la vérité.

Prêtre : La vérité ? Sûrement déformée par ton imagination.

Ce qui est évident c’est que le Christ, bien qu’il figure au milieu, reste de dos.

Telle est donc la vérité que Lui proclame, et dont il est capable de convaincre la mère de son épouse en personne :

La mère : Francisco m’a raconté tous les incidents que vous avez eus depuis votre mariage. Il m’a ouvert son cœur.

Gloria : Et alors ?

Tu dois être plus compréhensive, plus affectueuse avec lui.

Gloria : Mais, Maman, comment est-ce possible ? Que t’a-t-il dit ?

La mère : La vérité, il a reconnu ses torts. Mais il se plaint aussi de toi.

La mère : Il m’a expliqué pourquoi de façon tellement raisonnable qu’il m’a convaincue.

Gloria : Mais, et les insultes ? Et les humiliations ?

Gloria : Et çà?

La mère : Francisco est jaloux, ma fille. Il pense que ta conduite n’est pas très correcte.

La mère : Il reconnaît que parfois il s’aveugle précisément parce qu’il t’aime beaucoup.

Alors : voilà la vérité qui doit être proclamée – car c’est là le foyer de jouissance du personnage : c’est un autre qu’elle désire, ce n’est pas moi qu’elle désire, c’est Lui qu’elle désire ;

Il ne fait pas de doute que trois personnages semblent occuper successivement ce lieu : Raul, le premier fiancé ingénieur, puis le compagnon de voyage qu’ils rencontrent à Guanajuato, et finalement l’avocat.


Notas

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(98) Le contenu de ce chapître a été publié antérieurement dans El y la Diosa, publié dans Juan Zapater (Ed.): El camino del cine europeo. Siete miradas (Murnau, Dreyer, Buñuel, Rossellini, Godard, Bergman, Von Trier), Gobierno de Navarra y Ocho y Medio, Pamplona, 2004.

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