6. La libertad, el amor y las jaulas doradas


 

 

 

Jesús González Requena

Psicoanálisis y Análisis Textual, 2020/2021

2020-10-23 (1)

Universidad Complutense de Madrid

de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

  • La libertad, el amor y las jaulas doradas
  • A propósito de la libertad – Freud vs Nietzsche
  • La libertad de escoger las propias cadenas
  • Las dos jaulas doradas de Los pájaros
     

     

     

     

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    La libertad, el amor y las jaulas doradas


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    Uno de ustedes me ha enviado el siguiente comentario:

     

    «En la sesión pasada retomó una de las escenas del principio de la película, en donde se observa de fondo una jaula de oro y comentó sobre como las demás jaulas eran de distinto color. Este hecho se me hizo muy significativo porque recordé una lectura de Salvador Minuchin, quien en su libro “Evaluación de familias y parejas. Del síntoma al sistema” habla sobre una de las metáforas que solía utilizar en la terapia de familias. Esta es la siguiente: “el amor es una jaula de oro… las personas no se dan cuenta de que es una jaula porque es de oro… Sin embargo, sigue siendo una jaula… y no te deja remontar el vuelo”. A lo largo de la lectura recurre a ella en múltiples ocasiones, y me parece pertinente a la situación que vive nuestro protagonista, se encuentra en una jaula de oro con su madre, que por ser de oro no se da cuenta que sigue siendo una jaula, y es curioso que parece ser, toda esta situación con los pájaros, lo que permite emprender el vuelo de dicha jaula.»

     

    Comentario que agradezco, pues me va a permitir aclarar posibles confusiones relativas a lo trabajado el año pasado.

     

    Dos cosas se suscitan aquí.

     

    Una es la jaula dorada de Los pájaros.

     

    Aunque sería más apropiado decir: las jaulas doradas de Los pájaros, pues hay, en la película dos.

     


     

    Otra, la jaula dorada de Salvador Minuchin, autor al que debo confesar que desconozco.

     

    Comencemos con lo segundo.

     

    Como no he leído ese texto, trabajaré solo con la cita que he recibido.

     

    Si me equivoco, el autor del comentario podrá corregirme.

     

    Utilizaré el procedimiento del análisis, por más que el texto del que dispongo es bien breve.

     

    Breve pero relevante.

     

    En rigor, la cita que me ha llegado contiene dos metáforas, no solo una.

     

    La primera, desde luego, es la metáfora de la jaula de oro a propósito del amor.

     

    Pero está también esa otra metáfora que es la del vuelo, la metáfora del volar.

     

    ¿Metáfora de qué, está segunda? No está declarado en la cita de la que disponemos.

     

    Y supongo que probablemente tampoco en el texto completo.

     

    Porque es una de esas metáforas cristalizadas que todo el mundo da por buenas.

     

    Se suele interpretar como una metáfora de la libertad del ser.

     

    En todo caso, no por cristalizada debe dejar de ser analizada.

     

    Ahora bien, se darán cuenta de que esa metáfora incluye, en su campo semántico, por oposición, a la jaula. De modo que la metáfora del vuelo a propósito de la libertad incluye a esos animales que vuelan, las aves.

     

    Así, las aves enjauladas no pueden volar. Para que puedan volar deben ser primero liberadas de sus jaulas.

     

     

     

     


    A propósito de la libertad – Freud vs Nietzsche

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    Es sabido que los hombres siempre han querido volar.

     

    Deseo que no deja de manifestar una relación directa con la apreciación de Freud según la cual el sueño de volar simbolizaba el acto sexual.

     

    Los seres humanos siempre han deseado volar y por eso han envidiado a las aves por su capacidad de hacerlo.

     

    Pero es un hecho que los seres humanos no volamos.

     

    Ese es un dato real. Los humanos no volamos, no al menos de manera natural.

     

    Ciertamente, podemos volar con aviones, pero lo complicado de esos mecanismos les confiere un cierto aspecto de jaulas del todo contradictorio con la metáfora.

     

    Anoten, en todo caso, que, en esta metáfora que es la del vuelo como libertad, el ave ocupa el lugar del ser humano, cosa que para nada sucede en Bahía Bodega, donde el conflicto mayor es el que se establece entre las aves y los seres humanos.

     

    No es, desde luego, que nada tengan que ver las aves con los seres humanos, dado que aparecen como expresión de su violencia.

     

    Pero esa violencia aparece como directamente inhumana.

     

    Pero prosigamos, volvamos a la metáfora de Minuchin.

     

    Les insisto: los humanos no volamos.

     

    Y ello da, a la libertad aquí suscitada, en tanto suscitada por esa metáfora del vuelo opuesto a la jaula, un cierto componente imaginario.

     

    Y bien, es en este contexto metafórico en el que el vuelo se opone a la jaula, donde es localizado el amor.

     

    Y lo es del lado de la jaula, y por tanto opuesto a la libertad de volar.

     

    Tal es el presupuesto de la descripción del amor como una jaula de oro.

     

    El amor, así, queda opuesto a la libertad.

     

    La libertad, entonces, ¿se opone al amor?

     

    Sabemos lo que aquí significa el amor -un lazo afectivo con otro.

     

    Ahora bien, ¿qué significa, en este contexto, la libertad? ¿La ausencia del amor, dado que este enlaza, ata, encadena?

     

    Como ven, el texto que analizamos -y recuerden que no me refiero ahora a Los pájaros, sino a la cita de Minuchin- tematiza el amor -como jaula- pero nada dice de la libertad: pues, precisamente, hace de ella una evidencia desde la que se cuestiona el amor.

     

    Pero el análisis no debe aceptar sin más las evidencias. Por el contrario, debe interrogarlas.

     

    Debemos por eso tematizar igualmente la idea de libertad aquí puesta en juego y a la que se adjudica un evidente valor positivo, a la vez que se da por supuesto un valor negativo de la jaula.

     

    Una negatividad esta, la de la jaula, afecta inevitablemente al amor que así queda opuesto a la libertad.

     

    El concepto de libertad aquí latente queda por tanto definido como opuesto a todo lazo, a toda restricción, y a toda limitación.

     

    Es, en suma, una libertad opuesta a la ley -a toda ley.

     

    Es ésta, por cierto, una idea muy difundida en el mundo contemporáneo.

     

    Es, por ejemplo, la idea de Nietzsche, con la que caracteriza al superhombre, como aquel que no acepta restricción ética alguna, situándose por ello mismo más allá -y por encima- del bien y del mal.

     

     


    La libertad de escoger las propias cadenas

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    Y en eso le sigue Lacan sin confesarlo, por la vía fraudulenta de atribuir a Freud, sin citar a Nietzsche, una idea tan nietzscheana como netamente antifreudiana, según la cual la ética del psicoanálisis exigiría no renunciar nunca al deseo, cuando el concepto de Freud era justamente el contrario: la ética, para éste, suponía la renuncia de determinados deseos, o, si prefieren decirlo así, exigía un acuerdo del deseo con la ley.

     

    La cosa es tan evidente como que todo el edificio entero del Edipo reposa sobre la necesaria renuncia a ese deseo originario que es el deseo incestuoso.

     

    Ciertamente, Freud reconoce esa idea de libertad individual como ausencia de toda restricción que Nietzsche atribuye al superhombre, pero a la vez que la reconoce, la identifica no como la promesa de un horizonte futuro, sino como la realidad del pasado más arcaico: pues esa era la libertad del padre de la horda primitiva.

     

    Y por eso la concibe, en esa misma medida, como una noción negativa, inhumana y anticultural -antisocial.

     

    Me he detenido varias veces en este asunto y no voy a hacerlo de nuevo ahora. Quienes tengan interés en ello pueden encontrar una justificación detenida del asunto aquí.

     

    Ahora les propongo abordar el asunto desde otro aspecto.

     

    Piénsenlo: ¿qué sentido puede tener una libertad que excluye toda restricción?

     

    En rigor, ninguno: pues no hay sentido sin restricción en un abanico de posibles.

     

    O, dicho de otra manera, no hay sentido sin cadena.

     

    Pongamos un ejemplo a propósito del discurso.

     

    La libertad de expresión es libertad de decir lo que uno quiere decir, pero desde el mismo momento en que uno empieza a articular su discurso, se ve atado a él: a la exigencia de proseguirlo coherentemente.

     

    Razonablemente, consecuentemente.

     

    Si la libertad de expresión fuera poder decir cualquier cosa en cualquier momento, no habría discurso posible, sino un habla incoherente. Loca.

     

    Pero hay otro concepto de libertad posible: pues la libertad solo puede tener sentido si consiste, no en la ausencia de cadenas ni de jaulas, sino en la elección de las propias cadenas.

     

    O si ustedes prefieren, en la construcción de la propia jaula.

     

    Por cierto, ¿no es esa la tarea de la educación en su aspecto más profundo?

     

    Me refiero a la forja del yo.

     

    Como ven, hay dos conceptos de libertad posibles.

     

    Igualmente hay dos -hay, desde luego, muchos más- tipos de amor.

     

    Hay amores buenos y amores malos.

     

    Maneras buenas y maneras malas a amor.

     

    Pero todas atan.

     

    Ahora bien, no es eso lo malo.

     

    Solo es malo el amor que ata mal.

     

    Pues quien no está atado a nada, cae en el vacío.

     

    O, si prefieren, se levanta como un globo y termina flotando en el vacío.

     


    Las dos jaulas doradas de Los pájaros

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    Dicho todo esto, debo llamarles la atención, ocupándonos ahora del otro texto, Los pájaros, de que la metáfora de la jaula dorada no es suscitada en ningún momento a propósito de la relación de la madre y Mitch.

     

    Si en esta relación hay una jaula, en el sentido de cárcel, no es la jaula de los dos pajaritos, sino la casa de Lydia:

     


     

    Y por cierto, esa casa enjaula a Mitch,

     


     

    pero no impide el vuelo de los pájaros.

     

    Y bien, esta casa-jaula


     

    es del todo opuesta a esta

     


     

    otra jaula.

     

    Esta es, creo, en el texto, una oposición inapelable.

     

    Pues la llegada de la segunda dispara la ira de la primera: la gaviota de la ira de la madre se dispone a atacar a la mujer que ha introducido la jaula dorada de los pájaros del amor en la casa.

     

    Podríamos decir incluso: la casa-Lydia, ante la llegada de esa jaula, enloquece.

     

    Y ahora ocupémonos de la otra jaula dorada de la película:

     


     

    Les recuerdo lo dicho el año pasado: la jaula, aquí, es la propia Melanie, su yo, y el pájaro negro la pulsión que la habita.

     


     

    Una pulsión que puede desencadenarse en cualquier momento.

     

    Ya sea así:

     


     

    o así:

     


     

    Y son dos vías opuestas.

     

    Pues la primera

     


     

    la aproxima

     


     

    a Lydia, mientras que la segunda

     


     

    reconcilia a Melanie

     


     

    con su deseo femenino.

     

    ¿Que hay en común entre


     

    las dos jaulas doradas de Los pájaros? El yo.

     

    Y un yo, añadámoslo, que se declina en femenino.

     


     

    Habitado por una pulsión en sí misma tan violenta como cualquier otra -porque no se confundan, la pulsión de las mujeres no es menos agresiva que la de los hombres, con independencia de que se manifieste o no por unas u otras vías.

     

    Y, también,

     


     

    anhelante de hacer cabida, en su interior, al falo -¿pues no es eso lo que sucede en el coito? ¿Y no es eso lo que sucede en el embarazo?

     

    Se darán cuenta de que la conexión entre lo uno y lo otro nos devuelve esa ecuación esencial del pensamiento freudiano apropósito de la mujer: falo = hijo.

     

    Y vaya si esta imagen, por su configuración plástica, por la posición de la jaula -tan dorada como Melanie- en relación con su cuerpo, devuelve cierta imagen de un feliz embarazo.

     

     

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