4. Freud y Moisés. Deletreo y punto de ignición

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 21/10/2016 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

 

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Pregunta por el deseo

 


Preguntas:

 

«Es algo sobre lo que me gustaría saber su punto de vista, y fue una pregunta que quedó pendiente en la semana anterior en la clase del viernes.

¿Cree ud que es posible mantener el deseo en una relación amorosa a través de los años, es eso una utopía o una posibilidad? Dado que el deseo es insaciable, pero a la vez siempre complejo en el ser humano.

Cuando hablo de deseo me refiero a todo el sentido de la palabra, el deseo sexual de libido de pulsión, de amor y de ternura.»

 

Me ha llegado esta pregunta. No es la única. Hay otras dos notables.

 

Una versaba sobre The Searchers e incluía esta notable asociación de imágenes:

 



 

Nos ocuparemos de ello, pero necesariamente más adelante.

 

Primero porque la escena está todavía muy lejos de las que nos ocupan ahora y segundo porque, para abordar la cuestión, conviene que hayan terminado ya de leer Moisés y la religión monoteísta.

 

La otra es relativa a estas imágenes:

 


 

No voy a entrar en ello aquí porque imagino que la mayor parte de ustedes ni han visto Melancolía ni conocen el seminario que impartí sobre ella y que contextualiza la cuestión, motivo por el que he invitado al autor del mensaje a una conversación privada.

 

Pero en cualquier caso les doy noticia de ello porque veo que están entrando muy bien en la propuesta analítica que les hago: entrar a los debates desde lo más concreto, desde allí donde la letra de los textos les interroga.

 

Volvamos, entonces, aquí.

 

«Es algo sobre lo que me gustaría saber su punto de vista, y fue una pregunta que quedó pendiente en la semana anterior en la clase del viernes.

¿Cree ud que es posible mantener el deseo en una relación amorosa a través de los años, es eso una utopía o una posibilidad? Dado que el deseo es insaciable, pero a la vez siempre complejo en el ser humano.

Cuando hablo de deseo me refiero a todo el sentido de la palabra, el deseo sexual de líbido de pulsión, de amor y de ternura.»

¿Mi punto de vista?

 

Desde mi punto e vista, la respuesta es . Pero eso no tiene la menor importancia. No es más que mi punto de vista.

 

Lo que importa aquí no es responder o no, sino profundizar en los conceptos en juego.

 

Díganme: ¿han completado la lectura de los seminarios de los dos años anteriores? Imagino que todavía no. Y bien, me comprometo a retomar la cuestión cuando hayan concluido esa lectura, dado que habré de utilizar -y profundizar en- algunos de los conceptos allí expuestos.

 

De modo que me conformaré con decir por ahora que hay un principio de respuesta en cierta combinación de imágenes que les presenté el último día:

 


 

 


Freud y Moisés

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Ciertamente, el parecido es notable.

 


 

Tendremos que meditarlo detenidamente.

 

Pero, antes de ello, sigamos motivando la lectura freudiana que les he propuesto para este año.

 


 

Les dije a ustedes que no escojo una cualquiera de entre las miles de figuraciones existentes de Moisés. Escojo la mejor. Que es, qué duda cabe, la de Miguel Ángel.

 

Y por cierto, debo llamarles la atención sobre la paradoja que late en ello.

 

No me refiero en concreto ahora a la obra de Miguel Ángel, sino al asunto mismo de su figuración. Pues les recuerdo algo sobre lo que ha llamado la atención el propio Freud: que Moisés fue quien introdujo la religión que excluía las figuraciones.

 

Y sin embargo aquí lo tienen, hecho figura.

 

Lo anoto porque eso hace latir al fondo de la reflexión freudiana algo que solo aparece en el libro cuando éste está ya muy avanzado. Me refiero a esa otra religión que es la religión del hijo -la expresión es del propio Freud- es decir, la religión cristiana, de la que Freud llega a decir cosas realmente inesperadas y notables.

 

Lo que, por cierto, entronca de manera directa con el título que he escogido para el seminario de este año: la tarea del hijo.

 

Pues bien, es en el contexto de la religión del hijo en el que retorna la figuración y se hace posible unas escultura tan poderosa y espléndida como ésta.

 

Volvamos ya a la escultura de Miguel Ángel.

 

Como les decía, no solo estoy escogiendo la mejor figuración de Moisés, sino, sobre todo, la que tenía Freud en la cabeza cuando escribió la obra que les he invitado a leer.

 

Les decía también que para darse cuenta cabal de ello deberían incorporar a la bibliografía de este año ese breve ensayo de Freud de 1914 -20 años anterior, por tanto, a la primeras publicación de los materiales iniciales de Moisés y la religión monoteista– que es El Moisés de Miguel Ángel.

 

Pues bien, en el comienzo de esta primera obra puede leerse esto:

 

«Una de esas obras de arte enigmáticas y grandiosas es la estatua de mármol de Moisés, por Miguel Ángel, que se encuentra en la iglesia de San Pietro in Vincoli, en Roma, y que, como bien se sabe, es sólo un fragmento del gigantesco monumento funerario que el artista se proponía erigir en memoria del poderoso papa Julio II. Me alegro siempre que leo sobre esta figura una manifestación como “es la coronación de la escultura moderna” (Herman Grimm). Es que ninguna escultura me ha producido un efecto tan intenso. A menudo he subido la empinada escalera desde el poco agraciado Corso Cavour hasta la solitaria plaza donde se encuentra la iglesia desierta, y he tratado de sostener la mirada despreciativa y colérica del héroe; muchas veces me deslicé a hurtadillas para salir de la semipenumbra de su interior como si yo mismo fuera uno de esos a quienes él dirige su mirada, esa canalla que no puede mantener ninguna convicción, no tiene fe ni paciencia y se alegra si le devuelven la ilusión de los ídolos.»

[Sigmund Freud: 1914 El Moisés de Miguel Ángel]

 

 

Como ven, debió ser extraordinario el efecto que tuvo en Freud la contemplación de esta escultura -ninguna escultura me ha producido un efecto tan intenso.

 

Le afectó tan extraordinariamente como a esos cineastas de los que les hablé llegó a afectarles la película de John Ford que les he hecho ver.

 

 


Punto de ignición

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Lo que invita a una reflexión metodológica por lo que se refiere al análisis textual de los hechos estéticos.

 

Si quieren ustedes trabajar en ello, incorporen este criterio metodológico: escojan la obra que más poderosamente les haya impactado, la que más intensamente les haya conmovido, pues eso es garantía inequívoca de que su inconsciente se ha visto involucrado.

 

Desde ese momento, la obra misma se convierte en una vía de acceso a su propio inconsciente: sólo tienen que leerla despacio, detenidamente, para acceder a sus contenidos -los de la obra, pero que son a la vez, pueden tener la certeza de ello, los de su propio inconsciente.

Pueden aplicar a partir de entonces todas las metodologías analíticas que conozcan -probablemente todas serán de una u otra utilidad- pero ahora las aplicarán de otra manera, pues ya no será la aplicación mecánica de una rejilla analítica -después de todo, eso es lo que son lo que habitualmente llamamos metodologías analíticas: rejillas conceptuales que, superpuestas al texto analizado, hacen visibles unas u otras cosas.

 

Ya no serán aplicaciones mecánicas porque ahora estarán polarizadas, se descubrirán magnetizadas por lo que ahora puede guiarles: y que no es otra cosa que ese efecto, ese impacto, si quieren ustedes, también, ese dolor por el que el inconsciente de ustedes de descubre implicado en la obra misma.

 

Les ofrezco un nombre para eso: punto de ignición, pues hay algo, en ello, que les quema, y esa quemadura es la que orienta, polariza, magnetiza todas esas rejillas analíticas de las que les hablo.

 

 


Freud, Moisés, Superyo

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Merece la pena, por ello, que nos detengamos a ver como el propio Freud se manifiesta orientado por ese punto de ignición que reconoce.

 

Se sintió, nos dice, directamente interpelado por esa mirada despreciativa y colérica del héroe

 


 

No menos que esos cineastas, y ustedes mismos, junto a Martin, cuando contemplaron The Searchers.

 

Pero centrémonos en Freud y Moisés.

 


 

«he tratado de sostener la mirada despreciativa y colérica del héroe; muchas veces me deslicé a hurtadillas para salir de la semipenumbra de su interior como si yo mismo fuera uno de esos a quienes él dirige su mirada, esa canalla que no puede mantener ninguna convicción, no tiene fe ni paciencia y se alegra si le devuelven la ilusión de los ídolos»

[Sigmund Freud: 1914 El Moisés de Miguel Ángel]

 

Atiendan en qué punto Freud se siente interpelado por Moisés, porque eso constituye la prueba más precisa de hasta qué punto el discurso freudiano, como les decía el otro día, se encuentra en las antípodas del deconstructivo -incluida esa versión deconstructiva del psicoanálisis que es la lacaniana.

 

Por supuesto, Freud comparte con Nietzsche -me remito a él, pues es la gran figura del pensamiento de la deconstrucción con respecto a la cual todas las demás, de Derrida a Lacan, son sólo figuras menores- la crítica de los ídolos ilusorios, ciertamente, pero eso no deja para él vacío el lugar de los ideales, pues, como el Moisés mismo,

 


 

Freud se aferra a la ley.

 

Y eso es lo que ve en el Moisés de Miguel Ángel: que toda la escultura se organiza sobre el gesto -que es un acto cristalizado- por el que se vuelca a ceñir y proteger las tablas de la ley; pues lo hace no solo con su brazo derecho sino también -ese es el tema central del estudio de Freud- con todo su cuerpo.

 

Y es a partir de esa convicción de Freud sobre la importancia de la ley simbólica -pues es mucho más que la ley jurídica lo que está en juego- como hace suya esa mirada despreciativa y colérica del héroe hacia esa canalla que no puede mantener ninguna convicción, que carece de fe y de paciencia.

 

Y ello no sin que, en ciertos momentos, él mismo -el propio Freud, quiero decir- se sienta avergonzado de sus propios momentos de duda y, así, se sienta víctima atemorizada de esa mirada despreciativa y colérica del héroe.

 

Y bien, ¿se dan cuenta de lo que se deduce de esta doble posición de Freud con respecto al Moisés de Miguel Ángel?

 

¿Cuál es el concepto que, para nombrar eso, nos ofrece el psicoanálisis?

 

No hay duda: superyó.

 

El Moisés de Miguel Ángel nos devuelve, en forma de texto artístico, la imagen misma del superyó freudiano.

 

Y más que eso: la encarnadura -por más que pétrea- del superyó tal y como el individuo Freud hubo de vivirlo a la vez que comenzaba a pensarlo y teorizarlo.

 

Tengan en cuenta, por lo demás, que este texto de Freud es de 1914 y es en ese año, al decir de Strachey, cuando la noción de superyó, aun sin recibir ese nombre, comenzó a deslizarse en Introducción del narcisismo (1914), por más que fuera necesario esperar a 1923 para encontrar su definición detenida en El yo y el ello.

 


Punto de ignición y deletreo

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Pero volvamos a la cuestión metodológica.

 

Habiendo recibido tal impacto provocado por la estatua de Miguel Ángel, es decir, por ese texto artístico, escultórico, ¿qué hizo entonces Freud?

 

Para nada dar por resuelto el asunto poniendo una explicación con la que taponarlo, pues tal actitud solo sirve para enmascarar la ignición y, por esa vía, intentar deshacerse de la angustia que suscita.

 

El punto de ignición debe ser localizado y convertido en guía, en ningún caso reducido a una explicación.

 

En suma, conviene procurar no entenderlo -dado que entenderlo es entonces una operación defensiva de la conciencia contra la angustia que la asalta-, y conformarse con localizarlo como horizonte y guía del trabajo que comienza entonces.

 

Repito la pregunta: ¿qué hizo entonces Freud?


 

«Mi relación con esta obra fue como la que se tiene con un hijo del amor. Durante tres semanas solitarias del mes de septiembre de 1913 concurría diariamente a la iglesia para detenerme ante la estatua, estudiarla, medirla, dibujarla, hasta que surgió en mi esa comprensión que no me atreví a expresar sino en forma anónima en el ensayo. No fue sino mucho más tarde que legitimé a esa criatura no analítica.»

[Sigmund Freud: 12-04-1933 Carta a E. Weiss]

 

Exactamente lo mismo que nosotros hacemos aquí. Deletrearla.

 

Y ello porque estaba convencido, por la certidumbre que su propia conmoción le ofrecía, de que cierta verdad esencial le aguardaba en el interior de esa obra, pero sabía, a la vez, que el acceso a ella exigía de trabajo, lentitud y demora.

 

De modo que volvió una y otra vez a verla –concurría diariamente a la iglesia para detenerme ante la estatua-, a estudiarla –para detenerme ante la estatua, estudiarla llegando incluso a medirla, y a dibujarla.


Es decir, en suma, a analizarla.

 

Pero a analizarla por la misma vía, les insisto, por la que trabajamos aquí: deletreándola.

 

Por eso, se equivocan si piensan que nos detenemos demasiado en los detalles.

 

Si les parece que es así es, por lo demás, porque no han leído ese texto fundamental para la teoría del análisis textual que es La interpretación de los sueños. Pues allí Freud avanza así, rechazando todo intento de una explicación inmediata y procediendo a ocuparse de cada detalle, aislando cada uno de ellos y siguiendo con total libertad las asociaciones que cada uno de ellos sugiere.

 

Y, finalmente, descubriendo una y otra vez que son las asociaciones aparentemente más absurdas -las que más se apartan de las explicaciones aparentemente evidentes- las que mejor abren las puertas del inconsciente.

 

 

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