12. Dios o el padre de la horda

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual
El dormitorio de la zarina (Octubre, Eisenstein)
Sesión del 20/04/2007
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2013

 

 

 


Moisés y la religión monoteísta

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La pregunta que deberemos sostener abierta durante cierto tiempo es: ¿qué hace esa esfinge ahí?

Mientras tanto, convendrá atender al fondo antropológico en el que esa cuestión pendiente alcanza su mayor resonancia. El de la reconsideración, en el momento final de la obra de Sigmund Freud, de la novedad que supuso, en la historia de la humanidad, la emergencia del Dios monoteísta. Lo que vino a suceder en el contexto de la toma de conciencia del callejón sin salida al que conducía el mito que hasta entonces, en la obra freudiana, ocupaba el mito del padre de la horda.

Trataremos, en lo que sigue, de pensar los términos principales de esa novedad.

« El macho poderoso habría sido amo y padre de la horda entera, ilimitado en su poderío, que ejercía brutalmente. Todas las hembras le pertenecían: tanto las mujeres e hijas de su propia horda como quizá también las robadas a otras. El destino de los hijos varones era muy duro: si despertaban los celos del padre, eran muertos, castrados o proscritos. Estaban condenados a vivir reunidos en pequeñas comunidades y a procurarse mujeres raptándolas, situación en la cual uno u otro quizá lograra conquistar una posición análoga a la del padre en la horda primitiva.»
Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta, traducción de López Ballesteros

«El siguiente paso decisivo […] habría consistido en que los hermanos, desterrados y reunidos en una comunidad, se concertaron para dominar al padre, devorando su cadáver crudo, de acuerdo con la costumbre de esos tiempos.
«[…] no sólo odiaban y temían al padre, sino que también lo veneraban como modelo, y […] en realidad cada uno de los hijos quería colocarse en su lugar. De tal manera, el acto canibalista se nos torna comprensible como un intento de asegurarse la identificación con el padre, incorporándose una porción del mismo.»
Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta


«Llegaron por fin a conciliarse, a establecer una especie de contrato social, comprendiendo los riesgos y la futilidad de esa lucha, recordando la hazaña libertadora que habían cumplido en común, dejándose llevar por los lazos afectivos anudados durante la época de su proscripción. Surgió así la primera forma de una organización social basada en la renuncia a los instintos, en el reconocimiento de obligaciones mutuas, en la implantación de determinadas instituciones, proclamadas como inviolables (sagradas); en suma, los orígenes de la moral y del derecho.»
Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta

«Cada uno renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición paterna, de poseer a la madre y a las hermanas. Con ello se estableció el tabú del incesto y el precepto de la exogamia. […]»
Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta

«La relación con el animal totémico retenía íntegramente la primitiva antítesis (ambivalencia) de los vínculos afectivos con el padre. Por un lado, el totem representaba al antepasado carnal y espíritu tutelar del clan, debiéndosele veneración y respeto, por el otro, se estableció un día festivo en el que […] era muerto y devorado en común por todos los hermanos […] En realidad, esta magna fiesta era una celebración triunfal de la victoria de los hijos aliados contra el padre.»
Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta

Así lo cuenta Freud en el final de la Primera parte del Tercer ensayo, de su Moisés y la religión monoteísta -1934-38 [1939].


Tótem y Tabú

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De manera, por lo demás, casi idéntica a como lo había contado ya en Tótem y Tabú -1912-1913.

Casi igual, excepto por una notable diferencia relativa a cierto aspecto presente en Totem y Tabú y sin embargo ahora ausente. Les ofrezco en lo que sigue la versión de Totem y Tabú, invitándoles a detectar esa diferencia:

«Un padre violento, celoso, que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen […]
«Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron a cabo lo que individualmente les habría sido imposible. […] Que devoraran al muerto era cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y ahora, en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza.»
Sigmund Freud: Tótem y Tabú, traducción de López Ballesteros


«El banquete totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad, sería la repetición y celebración recordatoria de aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron comienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión.»Sigmund Freud: Tótem y Tabú


«la banda de los hermanos amotinados estaba gobernada, respecto del padre, por los mismos contradictorios sentimientos que podemos pesquisar como contenido de la ambivalencia del complejo paterno en cada uno de nuestros niños y de nuestros neuróticos. Odiaban a ese padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales, pero también lo amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común.»
Sigmund Freud: Tótem y Tabú


«El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida; todo esto, tal como seguimos viéndolo hoy en los destinos humanos. Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica de la obediencia de efecto retardado que tan familiar nos resulta por los psicoanálisis. Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el tótem, y renunciaron a sus frutos denegándose las mujeres liberadas. Así, desde la conciencia de culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que por eso mismo necesariamente coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo.»
Sigmund Freud: Tótem y Tabú


La cuestión del origen del sentimiento de culpa

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Y bien, como les digo, a propósito de esta escena del asesinato del Padre que Freud localiza en el origen de la cultura un elemento presente en Totem y Tabú que brilla por su ausencia en Moisés y la religión monoteísta. -Por cierto, qué bonita expresión ésta: lo que brilla por su ausencia. Ese brillo es otra de las guías esenciales de la metodología que les propongo.

¿Qué es, entonces, lo que aquí brilla por su ausencia?

No hay duda: la culpa de los hijos tras el asesinato del padre.

Ninguna referencia hace de ella Freud cuando, en Moisés y la religión monoteísta, retoma el mito del asesinato del padre de la horda primitiva.

En ambos casos se habla del asesinato colectivo, del canibalismo que le sigue y de la ambivalencia hacia el padre, a la vez amor y odio, como dos caras de la identificación con él.

Pero sólo en Tótem y tabú se habla de sentimiento de culpa y arrepentimiento.

«Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común.»

«Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el tótem, y renunciaron a sus frutos denegándoselas mujeres liberadas. Así, desde la conciencia de culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que por eso mismo necesariamente coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo.»

No quiero decir con ello que esos conceptos no aparezcan en el Moisés y la religión monoteísta -cómo no iban a aparecer en un texto que tiene por tema el origen y la historia de las religiones hebrea y cristiana.

Lo que digo es que esos temas sólo son introducidos en ese libro por primera vez a propósito del pueblo judío, en relación al asesinato de Moisés.

Y es en ese contexto donde son objeto -señala Freud- de una elaboración decisiva en el cristianismo, con San Pablo:

«Pablo, un judío romano oriundo de Tarso, captó aquel sentimiento de culpabilidad y lo redujo acertadamente a su fuente protohistórica, que llamó “pecado original“, crimen contra Dios que sólo la muerte podía expiar. Con el pecado original la muerte había entrado en el mundo. En realidad, ese crimen punible de muerte había sido el asesinato del protopadre, divinizado más tarde; pero la doctrina no recordó el parricidio, sino que en su lugar fantaseó su expiación, y por ello esta fantasía pudo ser saludada como un mensaje de salvación (Evangelio).»

¿Por qué no habla de ello Freud cuando describe el proceso del asesinato del padre de la horda si luego lo introduce, cuando habla del cristianismo, en todos sus términos?

El motivo es evidente: y es el motivo implícito mismo del Moisés y la religión monoteísta en su conjunto.

Se trata de responder a cierta contradicción latente en Tótem y Tabú que nunca había sido resuelta: pues si resulta del todo comprensible la idea del asesinato del macho dominante de la horda primitiva, no parece justificado deducir de ese acto la aparición del sentimiento de culpa en los asesinos.

¿Por qué habrían de sentirse culpables asesinando al gran gorila?

Hay ahí un salto no justificado.

Pues la existencia del sentimiento de culpa presupone todo un sistema ya cultural, no sólo pulsional, que la justifique.

Algo del todo ausente en los tiempos de la horda primitiva y, sin embargo, ya netamente cristalizado en los tiempos de Pablo de Tarso.

Y eso es lo que viene a decir Freud -sin llegar a decirlo, desde luego- cuando es en este contexto donde lo nombra.

¿Cuál es la condición de la aparición del sentimiento de culpa?

No el asesinato del gran gorila -que si era una padre en el sentido biológico del término, no lo era, en cambio, en el cultural-, sino, como puede leerse literalmente en la cita que acabo de presentarles relativa a San Pablo: la divinización del padre.

Eso es lo que proyecta al pasado originario la noción de pecado
original y, con ella, ese nuevo sentimiento, propiamente civilizatorio, que es el sentimiento de culpa.


Inversión radical en el pensamiento freudiano

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Esto es, en mi opinión, lo que está en trance de suceder en El Moisés; nada menos que una inversión radical en el pensamiento freudiano: en vez de deducir a Dios del asesinato del padre de la horda y de la culpa generada por ese asesinato, la deducción de la idea de culpa, y de la idea misma de asesinato, es decir, de crimen, de la aparición de la noción de Dios.

Suena, desde luego, chocante. Y sin embargo, son muchos los indicios que apuntan en esa dirección.

Empezando por el comienzo mismo del libro. En él Freud hace un repaso del mito del nacimiento del héroe tal y como Rank lo formula y retoma la idea de su ligazón con la novela familiar del neurótico… para llegar a la sorprendente conclusión que el mito de Moisés no responde a ese modelo y que ello obliga a reconocer en él la existencia de una verdad histórica.

Lo que le conduce a continuación a ocuparse de la fundación, por Amenhotep IV, del monoteísmo y, en seguida, a tratar de reconstruir el proceso histórico por el cual Moisés, su supuesto sacerdote, heredaría su proyecto.

Pues bien, a propósito de esa gesta, de esa invención, la de Amenhotep IV, Freud no menta ni una sola vez al padre de la horda.

Ahora bien, ¿por qué no había reparado en ello Freud con anterioridad?

¿Por qué se había dejado llevar por la proyección de rasgos humanos, es decir, culturales, en el tiempo originario, precultural, de la horda primitiva?

De hecho, no sin incomodidad, Freud titubea varias veces a la hora de nombrar a ese grupo en el que sucede ese primer crimen: a veces habla de horda primitiva, otras de familia originaria. A veces habla de macho dominante, otras de protopadre

Y dense cuenta de la importancia de lo que está en juego: la diferencia entre el padre biológico y el padre simbólico.

Lacan diría entre el padre real y el padre simbólico, pero no creo oportuno formularlo así, pues el padre simbólico es tan real como el padre biológico. Quiero decir: sólo hay padre simbólico si un hombre real asume -paga el precio de asumir- su función.

De modo que Freud titubea a la hora de trazar la línea del nacimiento de la cultura, es decir, la que separa a lo cultural de lo animal-natural.


La desaparición del sentimiento de culpa

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Pero aclararemos la cuestión mejor si la planteamos al revés: ¿qué es lo que hace que Freud, de pronto, perciba lo inaceptable de proyectar un sentimiento civilizado como la culpa sobre el mundo natural, animal, precivilizatorio, de la horda primitiva?

Para mí la respuesta es evidente: eso que está sucediendo mientras desarrolla su última gran investigación.

En 1912 y 1913, cuando escribía Tótem y Tabú, Freud vivía todavía en el siglo XIX. Porque, como casi todo el mundo viene a reconocer hoy, el siglo XIX acaba un instante después, en 1914, con el comienzo de la Gran Guerra.

Y luego, tras ella, vienen esas dos revoluciones que invaden Occidente hasta el límite de poner en riesgo la existencia misma de nuestra civilización: la nacionalsocialista y la comunista.

¿Qué es lo que ve en ellas Freud que le hace revisar tan profundamente la cuestión?

Sencillamente: la desaparición de la culpa.

La soberbia con la que esa ausencia se enseñorea en esos dos movimientos letales -algo de ese enseñoramiento será descrito más tarde por Albert Camus en El hombre rebelde.

De modo que Freud choca con este dato: que la culpa no explica nada, que ella misma debe ser explicada.

Eso es lo que, en mi opinión le obliga a reabrir esa cuestión que hasta entonces había considerado definitivamente cerrada: la cuestión de Dios.


Deconstrucción de la figura del Dios

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Una cuestión, sea dicho de paso, que en Octubre se da por definitivamente cerrada tras una cadena de imágenes destinada a deconstruir la figura del Dios cristiano insertándolo en lo que se considera la cadena de las formas atávicas de la religión.

Tan cerrada como la de ese sentimiento ya definitivamente desterrado que es el sentimiento de culpa -el fundamento de esa compasión cristiana que Nietzsche quiso demoler cuando decretó la muerte de Dios.

Y, ciertamente, las pasiones revolucionarias que condujeron a los holocaustos del siglo XX desencadenaron un goce de destrucción que ya no reconocía ninguno de aquellos antiguos frenos.

Y sin embargo…

Sin embargo no puede afirmarse igualmente que todo atisbo de sentimiento religioso hubiera desaparecido definitivamente, pues seguía ahí, incólume -e invulnerable a toda culpa y a toda compasión- la esfinge.