1. La muerte y la promesa

 

Jesús González Requena
Edipo III. La tarea del hijo
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2016/2017
sesión del 07/10/2016
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2021

 

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La transformación de Martin

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Martin: Well, why don’t you say it?


Martin: We’re beat, and you know it.


Ethan: Nope.


Ethan: Our turning back don’t mean nothing. Not in the long run. lf she’s alive, she’s safe.


Ethan: For a while. They’ll keep her. They’ll raise her as one of their own until… Till she’s of an age to…


Martin: Well, do you think maybe there’s a chance we still might find her?


Ethan: lnjun will chase a thing till he thinks he’s chased it enough.


Ethan: Then he quits.


Ethan: Same way when he runs.


Ethan: Seems like he never learns there’s such a thing as…


Ethan: … a critter who’ll just keep coming on.


Ethan: So we’ll find them in the end, l promise you.


Ethan: We’ll find them.


Ethan: Just as sure as the turning of the Earth.

 

Tras esta impresionante promesa cuyo análisis detenido pueden encontrar en la última sesión del año pasado, va a producirse en el film una notable transformación por lo que se refiere al personaje de Martin.

 

¿De qué se trata?

 


 

Ethan retrocede, saliendo de cuadro.

 


 

De modo que en cuadro permanece, solo, Martin.

 


 

Y es sobre su imagen donde tiene lugar el encadenado que sigue.

 

Hasta ahora, hasta aquí, hemos encontrado siempre a Martin en una posición intermedia entre Ethan y aquellos con los que se encontraba:

 


 

Testigo, por tanto, de los enfrentamientos de Ethan con los otros, a la vez admirándole y temiéndole, a la vez encontrándole impresionante y percibiéndole odioso -son, supongo que se darán cuenta de ello, los términos ambivalentes que caracterizan la relación del hijo con el padre.

 


 

Pero a partir de aquí, en esta nueva fase de la película en la que ahora entramos, algo ha cambiado en él decisivamente.

 

Les insisto: han tenido ocasión de comprobarlo en el fragmento con cuyo visionado hemos comenzado hoy, en las escenas que siguen de inmediato a ésta:

 


 

¿De qué se trata?

 

Es evidente: Martin ha comenzado a enfrentarse con Ethan.

 

¿Qué es lo que ha hecho posible esa transformación?

 

No hay un motivo, sino dos.

 


 

Por una parte, desde luego, la muerte de Brad, la pérdida de ese amigo de la infancia que era como un hermano para él -lo que constituye, por tanto, una intensa herida a su narcisismo.

(pya)

 

De hecho, a poco que lo piensen se darán cuenta de que Brad era en lo esencial la otra cara de sí mismo, el reflejo en el espejo de su proceso de maduración, lo que de él debía perecer con su infancia -o con su adolescencia, si prefieren decirlo así.

 

Pero no perdamos de vista el otro factor decisivo de ese proceso de cambio. Me refiero a la palabra que ha llegado inmediatamente después de esa muerte, procedente de quien ocupa para él el lugar del padre.

 

La hemos escuchado en toda su intensidad.

 


 

Una intensidad que procede, precisamente, de su vinculación directa con la muerte de Brad que -no podemos perderlo de vista- se sitúa en la estela de las de Martha y Lucy.

 


 

 


Palabra / signo

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Concedan toda su importancia a este factor temporal, pues es determinante de su eficacia simbólica. Lo que diferencia a las palabras simbólicas de los signos que contienen, es precisamente su dimensión real, irrepetible, ligada al destinador que la profiere, al sujeto que la recibe y al instante temporal en que se realiza.

 

Y esto es lo que nos importa retener ahora: esa palabra llega en el momento justo para poner nombre a una herida y, así, cicatrizarla.

 

Anotémoslo en sus fases sucesivas: una herida en carne viva

 


 

-la pérdida del objeto amoroso-,

 


 

Martha,

 


 

Lucy, y la pérdida de la imagen de sí

 


 

-en este caso Brad- que muere con ella.

 

Lo que pone al sujeto en un estado de extrema angustia; en el límite, en el borde mismo de su desintegración -ese borde tan poderosamente expresado en el progresivo desequilibrio de Brad que termina por conducirle a la muerte.

 

Y bien, justo entonces llega la palabra simbólica:

 


 

nombrando esa herida y, así, cicatrizándola.

 

Es una palabra que, si puede ser vivida como verdadera -hablo, claro está, de verdad subjetiva, que depende directamente de la potencia atribuida a quien la pronuncia- es capaz de sujetar al sujeto al borde del abismo.

 


 

Si la primera imagen nos ofrece la expresión visual más precisa de esa sujeción, la segunda nos devuelve esa su dimensión esencial que es la de la palabra, pero la de una palabra, les insisto, potente y, por eso, verdadera.

 

Pues su verdad depende de su potencia.

 

De lo que les estoy hablando es de la potencia del padre y nada lo prueba mejor que la índole de su fundamento, que no es otro que el deseo de la madre.

 


 

Son los tiempos del Edipo.

 

En su vórtice, la prohibición, la castración y la angustia.

 


 

Y bien, esa palabra, la palabra del padre, a la vez prohibición y promesa, es una palabra que quema.

 

Y, así, cauteriza y cicatriza. Dejando, como huella, una cicatriz.

 

¿Dónde? En el yo. Pues las cicatrices del yo son, así, las marcas de su maduración.

 

Me permito, por esta vía, recuperar un concepto, el del yo maduro, que ha sido cuestionado por Lacan atribuyéndoselo a los psicoanalistas americanos de la segunda generación y así olvidando que no solo procede de Freud, sino que se asienta y afirma en la última fase de su obra.

 

 

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