6. Cuestiones de metodología. El punto de ignición

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-10-04 (3)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

ir al índice del libro


Saber, entender, inconsciente

 

 


 

Ella, de eso, algo sabe, pues algo aguarda saber. Mas, sin embargo, no entiende nada de ello.

 

¿Les parece absurdo este enunciado que les propongo y que versa sobre un saber del que nada se entiende? Deberán reconocerme, en todo caso, que deja de serlo de inmediato desde el momento en que ponemos en juego la idea de la existencia del inconsciente.

 

Y, de hecho, la posibilidad misma de tal enunciado -repito: el saber de algo que no se entiende- demuestra que nuestra lengua sabe de ello, dado que ella misma es un depósito de saber que deberíamos salvaguardar de los modernos impulsos hacia la ingeniería del lenguaje que no pueden conducir a otro lugar que al del cegamiento de tan rica fuente de saber.

 

Ciertamente, hay en todos nosotros, en cada uno de nosotros, un saber inaccesible a nuestra conciencia, del que nada entendemos pero cuyo sabor sabemos.

 

Les hablaba del saber que late en la lengua. No en balde la palabra saber, en español, nombra a la vez lo que se conoce y lo que se saborea.

 

He aquí, por lo demás, lo esencial de la experiencia estética: da acceso a una interrogación densamente emocional sobre el sujeto del inconsciente que nos habita.

 

Y bien, ante el film, nuestra posición, en tanto espectadores, no se encuentra demasiado lejos: también sabemos de los pájaros, de su amenaza, aunque no entendemos nada sobre ello.

 

Es así como, desplazado del lugar del Yo que el personaje configura -Yo del entendimiento y Yo de la mirada: vértice del punto de vista- y en que el espectador se ubica, cierto sujeto se anuncia latente: sujeto del inconsciente -pues de él el Yo nada sabe-, sujeto del deseo -allí donde el deseo apunto más allá de lo imaginario: hacia eso real que se anuncia del lado de los pájaros -sujeto, también, de la enunciación -pues es después, de todo, el sujeto que habla.

 

 


Metodología 1: hacer la experiencia del texto

volver al índice

 

Ocupémonos, una vez que hemos levantado acta de lo que se encuentra en la obertura del film, de algunas cuestiones de metodología.

 

Les expondré el primer principio metodológico del método de análisis textual que les propongo: hacer la experiencia del texto.

 

Puede parecerles esto una banalidad, pero no lo es, porque encierra un presupuesto teórico. Precisamente: que el texto artístico es un espacio de experiencia que nos permite entrar en contacto con lo inconsciente que nos habita.

 

Presupuesto, de hecho, doble, pues puede ser descompuesto en dos. El primero, que el texto es un espacio experiencial. El segundo: que el sujeto que se ve implicado en él es el sujeto del inconsciente.

 

Comencemos por lo primero: la experiencia es siempre singular e irrepetible. Es real.

 

Y la experiencia del texto artístico lo es doblemente: pues es la experiencia del autor, que ha quedado ahí, en el texto, cristalizada, y es a la vez la experiencia del lector, del espectador que recorre, realiza y, así, hace suyo ese trayecto experiencial que encuentra cristalizado.

 

Atiendan a la segunda implicación teórica derivada de este primer principio metodológico, pues nos conduce al segundo aspecto que vengo de señalarles, el relativo al hecho de que esa experiencia lo es de lo inconsciente.

 

La implicación de la que les hablo es la siguiente: no deben dejarse engañar por la rúbrica de ficción que acompaña a tantos textos artísticos. Desde el momento en que un texto suscita en ustedes una experiencia, esa experiencia, por ser tal, es una experiencia real. Es, en sí misma, una experiencia verdadera. Pues las emociones que la constituyen son emociones reales, realmente vivenciadas. Es decir: cierta verdad subjetiva se encuentra en el núcleo de esa experiencia.

 

¿Cuál? Precisamente: la relativa a esos contenidos inconscientes que el texto es capaz de suscitar.

 

Y de ello se deduce, también, una implicación práctica: es inútil intentar analizar una obra de la que no poseamos la evidencia de que en nuestra relación con ella algo de esa índole ha sucedido.

 

Ciertamente, el que no tengamos tal evidencia puede significar dos cosas. O bien que el texto carece de la potencia estética suficiente, o bien que, aun poseyéndola, cierta resistencia extrema se ha manifestado en nosotros cegando nuestro acceso a ella.

 

Sea lo uno o lo otro, careceremos entonces de guía alguna para evitar que nuestro análisis se convierta en uno de esos análisis tan abundantes como aburridos que, ciegos a la experiencia estética suscitada, se dedican a descodificar significados posibles o a listar los procedimientos formales presentes en la obra.

 


Metodología 2: localizar el punto de ignición

volver al índice

 

Y bien, ¿en qué consiste esa evidencia? En que el texto nos ha tocado y nos ha conmovido. Nos ha quemado.

 

Llamaremos a esa quemadura punto de ignición: pues es un punto que puede localizarse en el texto y es, a la vez, un punto que podemos localizar en nosotros mismos.

 

Y ello porque, cuando en el texto nos aproxiamos a él, sentimos que eso, simultáneamente, resuena en nuestro interior, pero en un lugar que no es el del yo, sino un lugar otro.

 

Y esa otredad es la propiedad misma de lo inconsciente.

 

Quiero decir con ello que este es el núcleo de la experiencia estética: su capacidad de permitirnos localizar en nosotros, en nuestro interior, cierto lugar que es el de lo inconsciente.

 

Ahora bien -y les enuncio con ello el segundo principio metodológico- eso, el punto de ignición, es algo que debemos localizar, pero en ningún caso tratar de entender.

 

Pero no confundan esta advertencia con aquella otra que les anticipaba el otro día y que decía que había que demorar lo más posible el momento de entender. Pues solo se puede demorar entender aquello que puede llegar a ser entendido. Ahora les hablo de otra cosa: si les digo que no deben intentar entender, explicar, el punto de ignición es, sencillamente, porque no puede ser entendido.

 

De hecho, es el equivalente de eso que, en La interpretación de los sueños, Freud llamaba el ombligo del sueño. Y es también lo mismo que, al final de su vida, en Análisis terminable e interminable, identificará como la roca dura.

 

Espero que esta idea no les resulte irracional, porque no lo es. En rigor, lo que es irracional -lo sabemos, al menos, desde Kant- es la idea de que todo puede ser entendido. Eso, la idea de que todo podría ser entendido, es una idea propiamente imaginaria, y solo responde a la angustia que nos genera lo real precisamente por ser ese dato mayor de nuestra experiencia que escapa a toda explicación racional.

 

Como les decía, esa es la aportación mayor de Kant a la historia de la filosofía -una aportación, eso sí, que la modernidad, enciclopedista, trató de cegar-: que la razón que no delira es la que tiene conciencia de sus límites, límites ellos mismos determinados por los a prioris que conforman nuestra capacidad de entendimiento en tanto seres humanos; no solo el espacio y el tiempo, sino también el lenguaje -este último señalamiento alcanzó su mejor formulación en Nietzsche primero y en Wittgenstein después, dos filósofos netamente kantianos aunque, que yo recuerde, nunca se declararon tales.

 

Los excesos de esa racionalidad imaginaria que ha sido en buena medida la de la modernidad ha provocado, desde su instauración, una escisión entre los dos grandes tipos que textos que conforman nuestro presente.

 

Me refiero a la que opone los discursos de la objetividad -los discursos de la ciencia, de la tecnología, de la informática…- y los discursos de la subjetividad -limitados, en lo esencial, a los textos artísticos, una vez que esa racionalidad imaginaria de la que les hablo decretó la extinción de la mitología.

 

No se si han reparado en lo que constituye lo más específico de los textos mitológicos. Es, después de todo, algo bien sencillo: en todos ellos se encuentra, como en los sueños al decir de Freud, un núcleo irreductible, incomprensible, externo a todo orden de sentido. Mistérico, si ustedes prefieren llamarlo así, aunque no es, en mi opinión, la lexicalización más apropiada.

 

No solo eso, claro está. Pues en torno a ese núcleo se conforma, a la vez que se despliega ciñéndolo, un determinado orden simbólico.

 

Y en buena medida es algo de esa índole lo que sucede en los textos artísticos, dado que es un hecho difícilmente negable que estos han venido a ocupar el lugar dejado vacante por la mitología.

 

¿Por qué esta persistencia de la mitología, siquiera sea a través del arte? Sencillamente, porque lo real, en su opacidad irreductible, está en el núcleo de nuestro ser, por más que los textos de la modernidad, abocados a la afirmación de la objetividad, tiendan a excluirla.

 

Pero volviendo a nuestro asunto: eso, el punto de ignición, no deben intentar entenderlo, sino que deben conformarse con localizarlo como el núcleo mismo de la interrogación que el texto suscita en ustedes.

 

Esa localización, la conciencia de esa presencia, debe guiar el análisis.

 

 

ir al índice del libro

 

 

Safe Creative #2008175036938

 

 

1 comentario en “6. Cuestiones de metodología. El punto de ignición

  1. Pingback: "Los osos no existen" y la amenaza divisoria de la frontera | Código Cine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *