2. La violencia de la Diosa y sus Holocaustos


Metropolis, Octubre, Iván El Terrible, El triunfo de la voluntad, Avatar

 

 


Jesús González Requena

Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual

Psycho y la Psicosis II – Norman

Sesión del 19/10/2012

Universidad Complutense de Madrid

 

 

 

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Zaratustra y Metropolis

 

He recibido un correo de uno de ustedes, Ding. Me platea una cuestión conceptual de notable interés. La agradezco, es muy útil:

 

“Entre la imagen femenina de la diosa que existe en la obra de Nietzsche y la presente en la película Metropolis, creo que hay una gran distancia ¿no? Y no puedo entender por qué las compara al mismo tiempo. O sea, una es positiva, representa lo más fundamental, la diosa a que Nietzsche da canto; la otra en cambio Meretriz de Babilonia, representa una fuerza anticristo, o sea, negativa desde punto de vista más tradicional.”

 

Excelente observación. Pero, ¿y si esos dos aspectos fueran dos caras de una misma diosa?

¿No son así las diosas arcaicas, diosas de la vida y de la muerte, de la fecundidad y de la destrucción?

Precisamente porque son anteriores a la neta oposición entre el Bien y el Mal que habría de trazarse más tarde con la llegada del Dios patriarcal y monoteísta.

Y formulando la cosa en lo concreto: ¿son grandes las diferencias entre la divinidad femenina de Así habló Zaratustra y la de Metropolis?

Claro está, ustedes piensan en esa amorosa Diosa tierra toda ella corazón. Pero es que ella también está en Metropolis:

Y miren, la cosa se aclara considerablemente si formulamos la pregunta así: ¿cuánto de grandes son las diferencias entre la divinidad femenina de Nietzsche y la de Lang?

Lo que introduce en nuestro campo de análisis esta imagen que ya les mostré el otro día:

Por cierto, ¿no les da la impresión de una evidente dificultad de Nietzsche en el plano de la oralidad? Pues ese bigote parece destinado a convertir su boca en un fortín inexpugnable.

Pero sobre lo que quiero llamarles la atención ahora es sobre la frialdad y la dureza de esa madre que tan intensamente absorbe la mirada de su hijo.

Y bueno, si introducimos aquí a la madre de Nietzsche, ¿por qué no introducir a Thea von Harbou, la guionista del film y esposa de Lang en ese periodo?

No la confundan con Brigitte Helm, la actriz del film. Pero qué gesto tan semejante, y sobre todo, qué mirada tan parecida. Como ven, los cineastas trabajan con su propia vida.

 

 

 

 


Octubre: derrumbe del padre

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¿No podrían ser estas imágenes del Octubre que, en cierto modo, inauguran el siglo por más que fueran realizadas en 1928, la expresión más literal del derrumbe del padre?

Un padre ya sin prestigio y por eso objeto de todos los escarnios: mutilado, castrado, desmembrado…

Y observen hasta qué punto ese gesto de mutilación es enfatizado.

¿Se acuerdan?

 

No hay duda, en suma, que el padre que se derrumba es un padre castrado.

Que es el prestigio mismo del falo el que cae con él.

 

 

 


Nietzsche: Deconstrucción, muerte de Dios y retorno de la Diosa

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¿Y cómo no recordar que su caída había venido precedida, sólo un par de décadas antes, por la de su fundamento mitológico: el Dios monoteísta y patriarcal del cristianismo?

Me refiero a ese acontecimiento editorial sobre el que ya les he llamado la atención:

Ahora bien, ¿qué vino a ocupar el lugar que había quedado vacío con su caída?

¿Nada?

En principio, la caída de Dios podría significar el lógico desenlace del proceso de desmitologización que nuestra civilización había emprendido desde la Ilustración.

Y, de hecho, la Europa del siglo XX se vivió a sí misma como la primera experiencia histórica de una sociedad que afirmaba haber renunciado a toda fundamentación mitológica para no reconocer otro fundamento que el del pensamiento racional.

De hecho, sus pensadores y sus artistas asumieron como propia la tarea de deconstruir -es decir: de demoler sistemática y científicamente- los últimos restos del pensamiento mitológico, incluso al coste de poner en crisis los valores mismos de su civilización.

Y sin embargo… Sin embargo, ¿por qué hemos escogido una palabra netamente mitológica para nombrar el holocausto?

La mayor parte de los pensadores modernos de la deconstrucción se han reclamado nietzscheanos. Y sin embargo no está claro que hayan reparado en el hecho de que Nietzsche no negó la existencia de Dios -como hacen habitualmente los ateos vulgares-, sino que afirmó su muerte.

¿Acaso no había sido Dios, mientras vivió, el fundamento simbólico de la civilización que, durante siglos, se pensó a sí misma a través de la mitología cristiana?

Si hubieran reparado en ello, quizás hubieran reparado igualmente en el hecho de que la nietzscheana constatación jubilosa de que su momento histórico era el de la muerte del Dios patriarcal monoteísta venía acompañada, como ya les he anticipado, por la celebración, aún más jubilosa, de su reverso necesario, es decir, de esa Diosa que para él constituía su otra cara inevitable.

 

 

 


Eisenstein: Iván y el cuerpo mutilado de la madre patria

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Volvamos a Eisenstein para comprobar cómo, a través de la metáfora de Ivan El Terrible, se levanta la crónica de la fundación del nuevo Estado estalinista.

Iván: Se necesita un poder fuerte para aplastar a todos los que se oponen a la unidad.

Iván: de Rusia

Iván: Pues sólo un reino unido fuerte, soldado en su interior,

Supongo que saben ustedes que Stalin, además de encargar la película, celebró entusiasmado esta primera parte -no sucedería lo mismo, desde luego, con la segunda, La conjura de los boyardos-, pues se reconocía a sí mismo en la figura de zar Iván.

Y bien, atiendan al cambio de registro que va a producirse ahora, en el mismo instante en que Iván apela a la interioridad de su reino. De pronto, de la más varonil firmeza, pasa a la más opuesta e inesperada melancolía.

A la vez que ciertos indicios de locura empiezan a poblar su rostro.

Iván: ¿Y qué es lo que ahora semeja ser nuestra patria

Lo femenino emerge entonces, simultáneo a una pregunta por el estado de la patria, creando el contexto idóneo para la más expresiva metáfora.

Iván: sino un tronco, sin piernas y sin brazos?

Y las lágrimas se asoman al rostro del líder cuando medita sobre el cuerpo mutilado de la madre patria.

Por cierto, ¿no se han dado ustedes cuenta de que esta metáfora está en el centro de nuestros incesantes debates políticos, a los que, por mor del retorno de la diosa, hemos dado en llamar territoriales?

Quien más y quien menos se rasga las vestiduras ante la posibilidad de que su nación, su venerada madre patria y su respectivo estatuto puedan ser objeto de mutilación.

Iván: El curso superior de nuestros ríos -el Volga, el Dvina, el Voljov-

Un coro de voces celestiales acompaña ahora la expansión emocional de esa descripción de la mutilación de la madre patria.

Iván: está bajo nuestra férula, pero sus salidas al mar se hallan en manos extrañas

Cuaja entonces la imagen de la más bella diosa cuya mutilación resultaría intolerable.

Iván: Las tierras marítimas de nuestros padres y de nuestros abuelos -sobre el Báltico- han sido arrancadas de nuestro suelo.

Y retorna finalmente el vigor: pero lo hace ahora cargado de la violencia que la diosa reclama para vengar su mutilación y ser restaurada en su plenitud.

Iván: ¡Por tanto, en este día Nos coronamos con dominio también sobre estas tierras,

Iván: que ahora, transitoriamente, reconocen otras soberanías!

Los judíos se asustan:

Y es que emerge así un proyecto mesiánico que no duda en tomar para sí los mismos referentes que sólo pocos años antes reclamara el nacionalsocialismo:

Iván: ¡Dos Romas cayeron pero la tercera -Moscú- subsistirá, y una cuarta nunca habrá! Y en esta Tercera Roma -como señor de Moscovia- un solo Amo desde hoy en adelante reinará ¡solo!

Y él, el líder, claro está, se descubre entonces -es el núcleo del deliro- como la encarnación misma de la voluntad de la diosa.

 

 

 


Rienfstahl: Hitler: una divinidad viva y materna que contempla a sus hijos con orgullo

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(Ovación.)

Hitler: Es nuestra voluntad y deseo que este Estado y este Reich

Hitler: se fortalezcan en los milenios que están por venir. Podemos sentirnos

Hitler: felices porque sabemos que ese futuro nos pertenece por completo.

(Ovación.)

Cristaliza así ese Yo blindado, instalado en la plenitud delirante de su paranoia y por ello mismo capaz de desencadenar un gigantesco potlach de destrucción.

Y eso a pesar de quien lo protagoniza pudiera no ser más que un simple idiota.

¿Les parece exagerado esto que les digo? Atiendan a las imágenes que siguen:

Pero no se rían: si él era idiota, tan más fácil resulta la posibilidad de que cualquiera pueda volver a ocupar su lugar.

El lugar de la reencarnación de la voluntad de la diosa.

Hitler: Yo sé que vosotros serviréis a Alemania con lealtad y devoción,

Como les decía, para ella, para la diosa, toda la lealtad y la devoción. Pues ella es una divinidad viva y materna que contempla a sus hijos con orgullo.

Hitler: y Alemania ve con orgullo como sus hijos se incorporan a nuestras filas.

Ella lo es todo y está en todas partes:

Hitler: Alemania está tras nosotros, con nosotros y también ante nosotros. Porque Alemania somos todos nosotros.

De modo que la comunión con ella y en ella es la única garantía de sentido.

A la diosa madre, entonces, se le debe una devoción absoluta:

Hitler: en cada día y día tras día, pensaremos únicamente en Alemania,

Hitler: la nación, nuestro Reich y en nuestro pueblo alemán. Y para nuestra nación alemana… sieg heil, sieg heil, sieg heil.

 

 

 


Holocausto

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La palabra holocausto es por eso sin duda la más precisa posible para nombrar los crímenes masivos que el nacionalsocialismo hitleriano y el comunismo estalinista perpetraron a lo largo del siglo XX: se trató, muy exactamente, de actos religiosos, de hecatombes, es decir, de sacrificios sangrientos masivos en honor de la diosa Madre Patria.

Sacrificios que, por lo demás, no han cesado de proseguir más allá de los límites de la Segunda Guerra Mundial.

Las guerras que pusieron fin a Yugoeslavia los repitieron incesantemente: hubo tantos holocaustos como madres patrias emergentes e irredentas.

Franz Von Stuck : El pecado, 1893

Y qué decir de esa expresión que, entre nosotros, con sólo dos palabras, resume con toda precisión la pasión sacrificial que posee a los hijos de la diosa: ¡ETA, mátalos!

Pero volvamos a esas expresiones más puras y letales que fueron las del nazismo y las del comunismo estalinista. En ambas se ensayó a forjar un hombre nuevo que, en la misma medida en que proclamaba la muerte de Dios, se afirmaba a sí mismo como superhombre.

Ahora bien, ya les he mostrado como, desde su formulación inicial, nietzscheana, el superhombre era hijo de la diosa.

Y de hecho, en uno como en otro caso, los sacrificios masivos fueron concebidos como la condición inevitable para que esa diosa suprema -llamada Alemania, Rusia o la Humanidad, tanto da- llegara finalmente a parir a los superhombres, esos hombres nuevos que se imaginaban soberanos pues se proclamaban libres de toda culpa e inmunes a toda compasión -recuérdenlo: Nietzsche otra vez: culpa y compasión, eran sentimientos despreciables que habían muerto con el dios patriarcal.

Superhombres soberanos entonces, pero que eran, antes que nada, hijos devotos entregados a la diosa que los había alumbrado hasta el extremo de borrar de sí toda diferencia singular.

Hannah Arendt percibió bien este rasgo común en los delirios comunitaristas que estuvieron a punto de arrasar Occidente: en ellos la afirmación del amor a la causa obligaba a anular, en aras a la perfección, todo rasgo de singularidad.

Pero no se dio cuenta que la causa era otro de los nombres de la diosa, que el superhombre era, necesariamente, un ser sin individualidad porque era la encarnación de esa diosa con la que se identificaba absolutamente.

De ahí que, en uno y otro caso, se levantaran enormes estados paranoicos simultáneamente cohesionados sobre el amor a la madre patria y el odio a aquellos que no podían ser sus hijos pues eran diferentes, y con su diferencia amenazaban su integridad imaginaria.

Y es que esto es precisamente lo propio de una integridad imaginaria: que, constituyendo una fantasía de plenitud absoluta, su realidad, por más vasta que se manifieste, es siempre vivida como insuficiente y, por eso, mutilada.

Siempre le falta un trozo a la madre patria.

De modo que sus amorosos hijos cobran forma de la serpiente que ocupa el lugar de esa falta.

Así, Hitler definía Alemania como la nación de todos los germanos, pero a la vez dejaba ver que los germanos, para realizar plenamente la Alemania que anhelaban, esa madre patria con la que se identificaban, necesitaban dominar el mundo entero.

Y de ahí, por lo demás, que no merezca la pena detenerse a discutir si el comunismo estalinista era nacionalista panruso o internacionalista: llegado a un determinado punto del delirio, Rusia hacía de la Humanidad su justo ámbito de expansión y la Humanidad Comunista encontraba en Rusia su primera y más pura manifestación.

La fraternidad germana, rusa o soviética, resultaba en cualquier caso siempre una fraternidad de idénticos en la identificación con la diosa, dispuestos por eso a aniquilar a cualesquiera otros que, con su diferencia, mancillaran su pureza y pusieran límites a su omnipotencia.

Es posible decirlo también de esta otra manera: la diosa es la forma de divinidad propia de la comunidad tribal: es decir, de la comunidad de seres indistintos, cada uno de ellos parte y emanación de la tribu entendida como entidad absoluta -a la vez divinizada y materna- con respecto a la cual toda autonomía y toda diferencia es el signo del peor de los crímenes: el de la falta de amor.

Espero que a estas alturas comprenderán ustedes por qué les insisto en que es ésta una forma de religiosidad arcaica a la que resulta obligado caracterizar de materna: en ella se dan todos los rasgos de la identificación originaria que establece el bebé con su madre cuando todavía nada le permite poseer una identidad diferenciada.

Que se identifica con ella quiere decir que se identifica en ella, que sólo en ella, en tanto imagen esplendorosa de plenitud y omnipotencia, logra reconocer algo constante y armónico, frente a la experiencia de caos que le brinda su propio cuerpo, todavía fragmentado, es decir, sufrido, en ausencia del bálsamo que sólo ella puede aportarle, como desintegrado.

Y espero que, por ello mismo, esta reflexiones puedan ayudarles a reconsiderar el interés de esa construcción, históricamente mucho más moderna y progresista, que fue la del Dios cristiano, a la vez monoteísta y patriarcal.

Un Dios monoteísta que habitaba a cada uno de los hombres independientemente de su tribu de origen y que por ello hacía de cada uno de ellos un ser sagrado -única vía capaz de hacer verosímil la idea, en sí misma inaudita, de la igualdad de todos los hombres.

Y, a la vez, un Dios paterno, es decir, una instancia tercera, desterritorializada, destribalizada y cosmopolita, capaz por ello de cortar ese lazo de amor sometido y amedrentado que liga al sujeto con la diosa madre y que es el efecto, casi inexorable, de la identificación originaria.

 

 


Avatar: All Mother

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¿Qué les parece si contemplamos Avatar (James Cameron, 2009) desde este punto de vista?

Hear us please, All Mother.

Todos absolutamente conectados, absolutamente sincronizados, absolutamente indistintos, oran invocando a esa Diosa a la que, con absoluta literalidad, nombran como la Madre de Todos Madre con mayúscula, y con mayúscula Todos, como la comunidad tribal que si impone a costa de toda diferencia individual.

Les decía: todos están conectados, no sólo porque se tocan, sino también porque la red de raíces los conecta a todos figurando un inmenso cordón umbilical.

Eywa, help her.

Y todos están en estado de trance.

¿Pero acaso no eran estados de trance los que provocaban entre las masas los fastuosos rituales nazis?

Take this spirit into you…

Let her walk among us…

El árbol, aquí, no es una metáfora paterna, sino materna, pues configura la red umbilical que los liga a todos con la diosa.

…as one of The People.

Ahí lo tienen: que camine entre nosotros como uno más de El Pueblo.

Y ante las mayúsculas de ese El Pueblo, ¿cómo no echarse a temblar?

Pues observen que el The y la mayúscula del People constituyen algo el orden del Volk germano, bien alejado del people anglosajón, en sí mismo bien diferente del volk pues, en la expresión normal, sin el the, debe ser traducido, sin más, como gente.

Y esa gente, people, funciona como un conjunto de individuos diferenciados.

 

 

 

Avatar: nacimiento del superhombre

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Convendría por ello tomar distancia sobre la imagen, dudosamente progresista, del actual retorno de las ideologías indigenistas, cuyo arco de difusión se extiende desde el frente bolivariano hasta el Hollywood de Avatar.

Y piensen en cualquier caso que la noción de libertad del ser humano tal y como la entendemos hoy, es decir, como libertad del individuo, fue siempre inviable en el mundo tribal, pues éste no conocía otra entidad sagrada que la tribu misma en tanto totalidad a la vez materna y divina en la que toda individualidad debía disolverse.

Y ahora, en este contexto, contemplen la última versión cinematográfica del nacimiento del superhombre:

Como ven, nace a imagen y semejanza de la Diosa.

 

 

Rienfstahl: una Drag-Queen que encarna a la diosa Madre Patria alemana

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Sé que lo que les digo entra en colisión con ese tópico tan extendido que concibe al estalinismo y al nacionalsocialismo como dos formas extremas del universo patriarcal.

Así, se ha dicho hasta la saciedad que la identificación de las masas con la figura de Hitler o de Stalin debía ser entendida como un proceso de identificación con una evidente figura paterna.

Se ha dicho hasta la saciedad, desde luego, pero, ¿qué quieren que les diga?, ha sido un craso error que no resiste el contraste con los hechos.

En este caso con ese tipo de hechos que son las imágenes huella cinematográficas.

Permítanme, por eso, a este propósito, una prueba final:

Hitler: Mientras que las viejas generaciones puedan tal vez vacilar, las nuevas generaciones se han entregado a nosotros y son nuestras en cuerpo y alma.

¿Es que acaso perciben ustedes en este histrionismo desbocado de Hitler los rasgos de seriedad, control y autodominio que se tienen por caracterizadores de la figura paterna?

Desde luego que no.

De modo que ensayen, desde otro punto de vista, a reconocer lo que, a todas luces, emerge de estas imágenes: la presencia de la que sin duda fuera la Drag-Queen más influyente de todo el siglo XX.

Por lo demás, la latencia homosexual del Führer resulta del todo evidente allí donde proclama que las nuevas generaciones se han entregado a él en cuerpo y alma.

Supongo que no lo dudan, que lo han intuido desde siempre por más que hoy parezca políticamente incorrecto nombrarlo.

En cualquier caso, la atenta cámara de Leny Rienfstahl lo percibió con total claridad:

Nada de chiste hay en lo que les digo. Si les invito a ver a Hitler como esa extraordinaria Drag Queen que realmente fue, lo hago para llamar su atención sobre el hecho de que ello era la cristalización más precisa de su identificación inmediata, es decir, ausente de toda mediación, con la diosa madre patria.

Óiganlo con las palabras de Rudolph Hess que cierran El triunfo de la voluntad:

¿Se dan cuenta de hasta qué punto Hitler ocupa en la ceremonia la posición de la gran reinona?

Pues bien, atiendan ahora a Hess:

En la posturita que escoge para realizar el saludo nazi se aprecia bien ese grado de amaneramiento coqueto que sólo se permitían los gerifaltes del partido:

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!

No hay duda: está emocionado. Y diría más: está enamorado.

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!

Y atiendan ahora sus palabras, tómenselas al pie de la letra:

Hess: ¡El partido es Hitler!

Hess: ¡Hitler es Alemania y Alemania es Hitler.¡Sieg heil! ¡Sieg heil! ¡Sieg heil!

Lo han oído ustedes.

“¡Hitler es Alemania y Alemania es Hitler!

¡Sieg heil! ¡Sieg heil! ¡Sieg heil!”

Han oído lo que a todos electrizaba entonces: que él, Hitler, era Alemania, es decir, la encarnación misma de la diosa Madre Patria alemana. n

 

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