17 La relación sexual y el goce de la mujer

 

 

 

 

 

 

Jesús González Requena
Psicoanálisis y Análisis Textual, 2019
sesión del 2019-11-08 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2020

 

 

 

 

 

 

 

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El goce de la mujer y la histérica – Lacan / Freud

 


•Mitch: There we are.


•Melanie: Oh, there.


•MacGruder: Wonderful.

 

En todo caso, esa vocalización -maravilloso- solo llega como corolario verbal de algo que, en lo esencial, se ha situado fuera del campo de las palabras.

 

Me refiero a esos sonidos que no son palabras sino gemidos y que, en cuanto tales, resultan bien elocuentes de aquello que permiten localizar y que como les digo, todo parece indicar que remite al goce de la mujer.

 

Y bien, si de tal se trata, díganme, ¿cuál es su manifestación en el campo de la imagen? ¿Cuál sino, precisamente, un vacío de la imagen?

 


 

Una imagen sin figura, sin objeto, es decir, una que es todo ella fondo.

 

Un pequeño paréntesis resulta aquí obligado.

 

Cuando, en psicoanálisis, se habla del goce de la mujer todo el mundo dice de inmediato, ah, Lacan.

 

Sucede que no es mi caso.

 

Y por eso, para poder avanzar, conviene que desde el principio disolvamos la confusión.

 

Vean a este propósito como habla Lacan del goce de la mujer:

 

«La histérica es mi alegría. Ella me asegura mejor que a Freud, que no supo escucharla, que el goce de la mujer se basta perfectamente a sí mismo. Si ella erige sin embargo esta mujer mítica que es la esfinge, es porque necesita algo distinto, a saber, gozar del hombre, que no es para ella más que el pene erecto, mediante lo cual ella se reconoce a sí misma como Otro, es decir, como el falo del que está privada, en otras palabras, como castrada. Este es el juego inaugural que ella articula.»

[Jacques Lacan: (1968-1969 (16) De un otro al otro\1969-06-25 (25) p. 359]

 

El primer rasgo llamativo, si no chocante, del texto que les presento, estriba en que Lacan aborda el asunto por el lado de la histérica, a propósito de la cual afirma, en primer lugar, que Freud no supo escucharla.

 

Mala imagen da aquí Lacan del origen del psicoanálisis, dado que, como todo el mundo sabe, ese origen consistió, precisamente, en la escucha que hizo Freud de la histérica.

 

Pero bueno, dejemos esto a un lado, detengámonos en los sustantivo que Lacan utiliza a propósito la histérica en relación con el goce de la mujer: el goce de la mujer sería un goce independiente de todo que no fuera ella misma, uno que se bastaría perfectamente a sí mismo.

 

Ese sería su auténtico goce.

 

Ahora bien, díganme una cosa, si hay un auténtico goce de la mujer, ¿ello no nos obligaría a reconocer entonces que la mujer existe, en tanto que su goce la identifica como tal?

 

Pero atendamos a como sigue la argumentación sobre la histérica: añade en seguida que ella podría participar del otro goce que Lacan siempre considera menor, el goce fálico, de modo que, añade, si goza del hombre lo hace porque…

 

Pero alto ahí.

 

 

¿Cómo que la histérica goza del hombre?

 

¿Cómo que goza de su pene erecto? Debo llamarles la atención de que esto contradice absolutamente el punto de partida de Freud sobre la histeria:

 

«Yo llamaría “histérica”, sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer.»

[Sigmund Freud: (1901 Fragmento de análisis de un caso de histeria (caso Dora), p. 27]

 

La histérica, este es el punto de partida de Freud, rechaza el acto sexual.

 

Para Freud, la mujer que goza del hombre, solo puede ser o bien normal, es decir, sana, o bien perversa , pues la perversión es, dice Freud, el negativo de las psiconeurosis:

 

«Las psiconeurosis son, por así decir, el negativo de las perversiones.»

[Sigmund Freud: (1901 Fragmento de análisis de un caso de histeria (caso Dora), p. 45]

 

 


El goce de la mujer y el acto del hombre

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Pero inscribamos la discusión en el texto fílmico que nos ocupa, no para ilustrarla sino, como les decía el primer día, para investigarla ahí, dado que el arte es, antes que cualquier otra cosa, un extraordinario repertorio de hechos del inconsciente.

 


 

¿Es el goce de la mujer perfectamente independiente del varón? Yo diría que no, ni siquiera aquí donde se manifiesta de manera tan abstracta y despojada:

 




 

Yo diría más bien que es un goce que el hombre desencadena.

 

¿O acaso no comenzó todo

 


 

con un gesto de su mano? Por lo demás, si el pajarito que ha entrado en acción no es de ella,

 


 

entonces es que es necesariamente de él.

 

Cosa que por cierto el film confirma,

 


 

cuando nos recuerda que él llegó a las tres y que por eso ahora son las…

 

Hay cosas realmente impactantes, que a uno no pueden por menos que sorprenderle, que le asaltan con toda la fuerza de lo inesperado, cuando se pone a deletrear: la hora que el reloj anota es, exactamente,


 

las tres y once minutos.

 

Anotémoslo para cuando debamos volver a ocuparnos de esta cifra tan señalada en el texto, la cifra once.

 

Sin duda, ese goce a ella, la mujer, la ensimisma.

 


 

Cosa que, por cierto, el varón constata con sorpresa.

 


 

Pero ese ensimismamiento,

 


 

que, como les decía, bordea el desvanecimiento, no puede ser concebido como independiente de quien y de lo que lo desencadena.

 

Es decir, del varón y su falo.

 

Lo que promueve al falo al estatuto de herramienta del goce de la mujer.

 

Y lo que sitúa al acto del varón como el correlato necesario de su goce.

 

Debo recordarles de nuevo que cuando hablo de la mujer hablo del ser que se ubica en la posición femenina, lo que no necesariamente debe postularse de todo individuo de sexo biológico femenino, y lo que, a la vez, puede postularse del individuo de sexo biológico masculino que ubique su deseo en esa posición.

 

¿Les parece excesivo esto que les digo? Quiero decír, que el goce de la mujer esté en correlación con el acto del hombre.

 

Quisiera llamarles la atención, en cualquier caso, de que les estoy hablando de algo que constituye al menos una de las columnas vertebrales del fenómeno cinematográfico.

 

Y no solo de él, claro está, sino de buena parte de la tradición narrativa de nuestra civilización.

 

Pero se trata, en cualquier caso, de algo que encuentra una especial plasmación en el cinematógrafo por su condición eminentemente visual. Me refiero al tema de la mujer en peligro -y al primer plano de su rostro, cargado de una angustia muy difícilmente diferenciable del goce- en relación al acto del hombre.

 

¿Qué acto? ¿El de quien la amenaza o el de quien la salva de la amenaza? No importa eso ahora.

 

Lo que importa es que el varón comparece del lado del acto y la mujer del lado del goce.

 

 


mujer: angustia y goce -falla el varón

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Puede que piensen que eso no se da aquí, pero se equivocan, al menos por lo que se refiere al lado de la mujer, de su angustia y de su goce:

 






















 

 
































 

Como ven, no es eso lo que falta.

 

 

Lo que falta se sitúa, sin duda alguna, del lado del varón, por más que ella reclama su presencia ahí:

 


•Melanie: Oh, Mitch!










•Melanie: Get Cathy and Lydia out of here.

 

Esta sorprendente línea de diálogo corresponde bien a lo que les señalaba en sesiones anteriores, a la incapacidad de Mitch de llegar a tiempo -aunque es más sensato decir, insisto en ello, en el momento justo.

 

Basta para reparar en ello con constatar que el conjunto formado por Lydia, Melanie y Cathy constituye el friso de las tres edades de la mujer, en el que Melanie ocupa, evidentemente, el lugar de la mujer sexualmente madura.

 

De modo que podemos oírlo así: ya que no a mi, salva al menos a la niña y a la madre.

 



•Mitch: Melanie!

 

Solo entonces llega Mitch.

 

Quiero decir: cuando ella ya ha perdido el sentido.

 

Y no solo eso, pues recuerden que, en lo que sigue, abundarán los indicios de que podría haberlo perdido definitivamente.

 


 

De hecho, cuando despierte, la encontraremos sumida en un estado catatónico que podría ser irreversible.

 


 

 

 


el hombre que falta y el deseo de Melanie -la fase genital

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Así pues, en Los pájaros, como en tantos otros films postclásicos -pero este es sin duda uno de los primeros-,

 


 

el goce de la mujer se hace presente en el clímax del relato con estos dos rasgos notables: que presenta el cariz de una experiencia siniestra y que, con respecto a él, falta el hombre en el lugar del acto.

 

Pues es bien evidente que ahí, con ella, solo hay pájaros.

 

Pónganlo por cuenta de esa falla, de esa ausencia del héroe, de la que vengo diciéndoles que constituye uno de los síntomas mayores de nuestro estado civilizatorio.

 

Como ya les he señalado, esa falta es uno de los rasgos más notables del relato postlásico, por oposición al clásico, donde había malvado y héroe, villano y caballero, y éste, el caballero, llegaba en el momento justo para salvar a la dama.

 

El asunto entonces es que aquí hay, sin duda, goce en ella pero no héroe.

 

¿En qué medida podemos conectar esta ausencia del héroe con el carácter siniestro del modo como ese goce se manifiesta? Pueden oirlo como una pregunta retórica, pues es más bien unas hipótesis lo que les propongo con ella.

 

Y hasta sus últimas consecuencias, que incluyen la relación de lo siniestro de ese goce con la psicosis, a través de ese tan evidente estado catatónico que acabo de señalarles.

 

No pierdan de vista, en cualquier caso, que ese goce siniestro no deja, por ser tal, de ser un goce sexual como lo acredita

 


 

el insistente contraplano, subjetivo de Melanie, de esa gran cama de matrimonio llena de pájaros.

 

Pero desde luego eso no ha sucedido todavía.

 


 

Es más, si Melanie inicia su arriesgado viaje hasta Bahía Bodega es porque apuesta por Mitch y corre en su búsqueda.

 

De modo que su figura masculina, por más que incierta, se dibuja aquí, todavía, en calidad de motivo de ese viaje que Melanie va a comenzar.

 

Quiero decirles con esto que, por más que a la hora de la verdad no comparezca finalmente, a estas alturas está presente como motor de su deseo.

 

Por mor de claridad, lo repetiré más sintéticamente: es Mitch, en su calidad de portador del falo y de promesa de la relación sexual, el motivo de que Melanie inicie en seguida su viaje.

 

Luego, ya lo saben ustedes: Mitch no estará a la altura de ese deseo. Pero eso en nada debe cegar el hecho de que tal es el deseo de Melanie.

 

De modo que se trata de hablar del acto sexual y, por extensión, de la relación sexual, dado que esta pivota toda ella sobre ese acto.

 

En suma: va siendo hora de hablar de la fase genital.

 

 

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