15. Nietzsche, Freud y la ley

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 04/12/2015 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

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Nietzsche y la eliminación de los enfermos

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«Una nueva voluntad enseño yo a los hombres: ¡querer ese camino que el hombre ha recorrido a ciegas, y llamarlo bueno y no volver a salirse a hurtadillas de él, como hacen los enfermos y moribundos!

«Enfermos y moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron las cosas celestes y las gotas de sangre redentoras: ¡pero incluso estos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra!»

 

[Nietzsche: (1885) Así habló Zaratustra]

 

 

«Aún no han llegado ni siquiera a ser hombres, esos seres terribles: ¡ojalá prediquen el abandono de la vida y ellos mismos se vayan a la otra! Ahí están los tuberculosos del alma: apenas han nacido y ya han comenzado a morir, y anhelan doctrinas de fatiga y de renuncia.
«¡Querrían estar muertos, y nosotros deberíamos aprobar su voluntad! ¡Guardémonos de resucitar a esos muertos y de lastimar a esos ataúdes vivientes!
«Si encuentran un enfermo, o un anciano, o un cadáver, enseguida dicen: “¡la vida está refutada!”
«Pero sólo están refutados ellos, y sus ojos, que no ven más que un solo rostro en la existencia.»

 

[Nietzsche: (1885) Así habló Zaratustra]

 

 

Uno de ustedes me ha mandado finalmente algunas citas de Nietzsche.

 

Ésta que acaban de leer es una de ellas.

 

Bueno, debo decir que no es exactamente la misma porque he preferido utilizar la traducción de Andrés Sánchez Pascual (la de Alianza Editorial), que me parece mejor por varios motivos.

 

Aunque las citas llegan solas, sin argumentación que las acompañe, sólo con un título que reza Respecto a los “inferiores”, deduzco que tiene por objeto cuestionar lo que les dije sobre la defensa nietzschiana de la eutanasia.

 

Y por cierto, recuerden que la eutanasia de la que les hablo no es la libremente decidida por un individuo para sí mismo, sino la eutanasia social, aplicada por unos grupos sobre otros.

 

Entiendo, por ello, que estas citas vienen en refuerzo de la idea que otro de ustedes sostenía el otro día y según la cual Nietzsche no hablaba de la eliminación de los enfermos, sino de la eliminación del cristianismo como causa de enfermedad.

 

Por mi parte, solo puedo decirles que estas citas en nada contradicen a las que yo les presenté.

 

Por supuesto, no hay duda de que Nietzsche piensa que el cristianismo es causa de enfermedad. Pero eso no quiere decir que sostenga que el cristianismo sea la causa de la enfermedad que, en su opinión, reclama la eutanasia.

 

De hecho, la cita del Anticristo que les presenté en su momento dejaba suficientemente claro el asunto: en ella, los débiles y los fracasados son anteriores al cristianismo:

 

«Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.

«¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacía todos los fracasados y los débiles: el cristianismo.»

 

[Nietzsche: 1886-1888 Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Lo que se achaca al cristianismo es que sea compasivo con esos débiles y fracasados que le preexisten.

 

Insisto: para Nietzsche, la enfermedad que reclama que ayudemos a morir a los que la padecen, por más que el cristianismo la propague, es anterior y, en sí misma, independiente de él.

 

Les presento una cita de Ecce homo que aclara sobradamente la cuestión:

 

 

«No he dicho aquí ni una palabra que no hubiese dicho hace ya cinco años por boca de Zaratustra. El descubrimiento de la moral cristiana es un acontecimiento que no tiene igual, una verdadera catástrofe. (…) divide en dos partes la historia de la humanidad (…)

«¡El concepto “Dios”, inventado como concepto antitético de la vida en ese concepto, concentrado en horrorosa unidad todo lo nocivo, envenenador, difamador, la entera hostilidad a muerte contra la vida! (…) Finalmente -es lo más horrible- en el concepto de hombre bueno, la defensa de todo lo débil, enfermo, mal constituido, sufriente a causa de sí mismo, de todo aquello que debe perecer, invertida la ley de la selección, convertida en un ideal la contradicción del hombre orgulloso y bien constituido, del que dice sí, del que está seguro del futuro, del que garantiza el futuro hombre que ahora es llamado el malvado.»

[Nietzsche: (1888) Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es]

 

 

Como ven, esta nueva cita tiene el valor añadido de presentarse como una condensación y una explicitación de lo sustentado en Así habló Zaratustra, lo que nos permite elucidar algunos enunciados polisémicos de aquella obra poética.

 

Insisto, aquí es el propio Nietzsche quien nos aclara sobre lo allí dicho sobre la enfermedad y los enfermos. Y ciertamente contradice explícitamente lo que uno de ustedes sugería el otro día.

 

Como pueden leer, Nietzsche no piensa que la moral cristiana sea la causa de la debilidad y enfermedad. Lo que dice, bien por el contrario, es que la defiende, que defiende todo lo débil, enfermo, mal constituido, sufriente.

 

Es más, afirma de eso –lo débil, lo enfermo, lo mal constituido y lo sufriente- es tal, no a causa del cristianismo, sino a causa de sí mismo.

 

Y bien, sin duda: el cristianismo defiende lo débil, lo enfermo, lo mal constituido y lo sufriente; reclama su defensa, lo protege, impide su eliminación y, así, multiplica su posibilidad.

 

Todo lo contrario a lo que hace Nietzsche, quien afirma aquí nuevamente que eso debe perecer.

 

Y que debe perecer porque así lo exige la única ley que él respeta, la ley de la selección natural, es decir, la ley de la diosa Naturaleza, que es la ley primigenia de la supervivencia del más fuerte y mejor dotado.

 

Miren, no hay duda sobre esto, Nietzsche lo repite una u otra vez:

 

«La compasión dificulta en gran medida la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Conserva lo que está pronto a perecer; combate a favor de los desheredados y de los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad de fracasados de todo linaje, da a la vida misma una aspecto hosco y enigmático.»

 

[Nietzsche: (1886-1888) Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Lo que Nietzsche objeta a la moral cristiana -y, por tanto, a ese su concepto mayor que es la compasión- es que se opone a la ley de la evolución, entendida como la ley de la selección del más fuerte.

 

Le acusa de empeñarse en conservar lo que, por sí solo, estaría pronto a perecer, y de mantener en vida a los fracasados -es decir, de no impedir que, abandonados, mueran-, etc.

 


Nietzsche y Hitler

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«En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.

«¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abridme ahora los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: «Yo, el Estado, soy el pueblo.»
«¡Es mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida.
Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.»

 

 

«¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas y con ello se vuelven más pobres.
«Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero, – ¡esos insolventes!
«¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad.
«Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer – ¡que la felicidad se sienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se sienta en el trono – y también a menudo el trono se sienta en el fango.»

 

[Nietzsche: 1883-1885 1884 Así habló Zaratustra]

 

 

Estas dos son otras de las citas que he recibido esta semana.

 

Vienen etiquetadas con otro título que reza Respecto al Estado y la tiranía. Deduzco que tiene por objeto presentar a un Nietzsche profundamente alejado del nazismo.

 

Lamento tener que decir que es más bien todo lo contrario, pues estas palabras de Nietzsche en nada entran en contradicción con el discurso hitleriano.

 

La cosa es especialmente evidente por lo que se refiere a la segunda cita, la relativa al poder del dinero.

 

Pues Hitler siempre manifestó su desprecio hacia el dinero:

 

«En razón directa al hecho de que la economía había llegado a convertirse en el árbitro del Estado, el factor dinero era el dios a quien todo el mundo tenía que servir doblegándose. Había empezado una terrible desmoralización, terrible porque precisamente se presentó en una época en la cual la nación necesitaba más que nunca de un espíritu heroico para afrontar la hora crítica que parecía avecinarse.»
«el espíritu idealista fue prácticamente supeditado al poder del dinero y era claro también que las cosas una vez así encaminadas deberían en poco tiempo anteponer la nobleza de la finanza a la nobleza de la sangre»

 

[ Hitler: (1924-1926) Mi lucha]

 

 

Dejemos esto porque no tiene el mayor interés: el anticapitalismo fue, desde el principio, uno de los ejes mayores del discurso del partido nacional-socialista, como su mismo nombre expresa con sobrada claridad.

 

Me centraré en cambio en la primera cita, que es con mucho la más relevante. Refresquémosla:

 

«En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.
«¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abridme ahora los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos). Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: «Yo, el Estado, soy el pueblo.»
«¡Es mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida.
«Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.»

 

[Nietzsche: 1883-1885 1884 Así habló Zaratustra]

 

 

Primero una observación: si no podemos decir que Nietzsche era nazi porque en su época no existía el nazismo, igualmente, tampoco podemos decir que Nietzsche hubiera rechazado el Estado nazi, dado que ese Estado no existía en su época.

 

De lo que hablaba Nietzsche era de los Estados de su tiempo, pues esos eran los que él conocía.

 

En segundo lugar, les llamaré la atención sobre el hecho de que nada se dice en esta cita sobre la tiranía y, por lo demás, Nietzsche mostró muchas veces su admiración hacia los antiguos tiranos.

 

Pero vayamos a lo fundamental: Nietzsche no opone el Estado al ciudadano, tampoco opone el Estado al pueblo, sino que lo opone a los pueblos.

 

Y tengan en cuenta que cuando se habla de pueblos en plural no se habla de pueblo en el sentido de clases populares, sino de volk, unidad racial, lingüística, orgánica.

 

Es decir: es la noción nacionalista de pueblo la movilizada.

 

Así, Nietzsche percibe al Estado -insisto: al Estado moderno de su tiempo y, especialmente, a los que tenía más cerca: el prusiano y el austrohúngaro- como enemigo de los pueblos. Literalmente, como quien les da muerte.

 

El Estado, dice, es un monstruo frío. Los pueblos, en cambio, son amor y vida.

 

Y miren, formulado así, me resulta imposible no acordarme de uno de los párrafos iniciales del Mein Kamp en el que, hablando de su primera juventud. Hitler afirmaba:

 

«Ya entonces deduje las consecuencias de aquella experiencia: amor ardiente para mi patria austro-alemana y odio profundo contra el Estado austríaco.»

 

[ Hitler: (1924-1926) Mi lucha]

 

 

Ciertamente, Hitler percibía al Estado Aunstro-Húngaro como una fría máquina de opresión contra el pueblo germano:

 

«Estaba convencido de que este Estado tenía que oprimir y poner obstáculo a todo representante verdaderamente eminente del germanismo y sabía también que, inversamente, favorecía toda manifestación anti-alemana.»

 

[Hittler: (1924-1926) Mi lucha]

 

 

El asunto fundamental es que Hitler hizo una crítica no menos radical de los Estados de su tiempo, precisamente por oponerse a los pueblos. Frente a ellos, proponía un nuevo tipo de Estado que debía ser la expresión orgánica del pueblo -del volk:

 

« Una Weltanschauung que, rechazando el principio democrático de la masa, se empeñe en consagrar este mundo a favor de los mejores pueblos, es decir a favor del hombre superior, está lógicamente obligada a reconocer también el precepto aristocrático de la selección dentro de cada nación, garantizando así el gobierno y la máxima influencia de los más capacitados en sus respectivos pueblos. Esta concepción se funda en la idea de la personalidad y no en la mayoría.»

 

[Hittler: (1924-1926) Mi lucha]

 

 

Se darán cuenta de que los motivos fundamentales de este texto en extremo relevante son homologables a los temas nietzschianos: el rechazo neto de la democracia –rechazando el principio democrático de la masa-, el protagonismo de los pueblos –los mejores pueblos-, la apología del hombre superior, la afirmación de un aristocratismo basado en la selección natural –los más capacitados-, y esa conclusión final que afirma la personalidad del hombre superior sobre la mayoría –la idea de la personalidad y no … la mayoría.

 

Les diré más, siguiendo a Hanna Harendt creo que podemos afirmar que este nuevo Estado ya no es, propiamente, un Estado, dado que un Estado se reconoce por sus leyes, mientras que este nuevo tipo de Estado ya no se quiere Estado sino Movimiento, pues ya no se caracteriza por sus leyes, sino por ser la expresión de la voluntad de poder del jefe:

 

«Desaparecen las decisiones por mayoría y sólo existe la personalidad responsable. (…) La decisión definitiva corresponde adoptarla a uno solo.»
«En cámara ni senado alguno, tendrá lugar jamás una votación, porque son organizaciones de trabajo y no máquinas de sufragio. Cada miembro tiene voto consultivo, pero no voto de decisión, el cual es sólo atributo nato del respectivo presidente responsable.»
«Este principio de conexión irrestringida entre la noción de la absoluta responsabilidad, por una parte, y la noción de autoridad absoluta, por la otra, dará lugar a la formación paulatina de una selección del elemento Führer, algo que hoy, en la época del parlamentarismo irresponsable, es sencillamente inconcebible.»

 

[Hittler: (1924-1926) Mi lucha]

 

 

Atiendan a lo fundamental: si todo depende de la voluntad del jefe, entonces ya no hay Estado, pues no hay leyes, sino solo esa voluntad -pura voluntad de poder.

 

Ustedes me dirán: pero la voluntad de poder puede manifestarse de otra manera. Y yo les contestaré que sí, desde luego, pero que eso no impide que ésta sea una de sus maneras de manifestarse.

 

¿Piensan que no? Pues lean esto:

 

«El hombre, incluso el más nocivo, es quizás también el más útil desde el punto de vista de la conservación de la especie, pues conserva en sí mismo, o por su influencia en otros, impulsos sin los cuales la humanidad se habría debilitado y corrompido desde mucho tiempo atrás. El odio, el placer de destruir, el deseo de rapiña y de dominación y todo lo que en general se considera malvado pertenece a la asombrosa economía de la especie, a una economía indudablemente costosa, derrochadora y, por línea general, prodigiosamente insensata; pero que puede probarse que ha conservado a nuestra especie hasta hoy.»

 

[Nietzsche: 1881-1887 La ciencia jovial. La gaya ciencia]

 

 


Freud: derecho, ley, culpa

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Contrasten ahora esta cita de Nietzsche con esta otra de Freud que ya conocen:

 

«el elemento cultural está dado con el primer intento de regular (los) vínculos sociales. De faltar ese intento, tales vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del individuo, vale decir, el de mayor fuerza física los resolvería en el sentido de sus intereses y mociones pulsionales. (…) La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone, como “derecho”, al poder del individuo, que es condenado como “violencia bruta”. Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. Su esencia consiste en que los miembros de la comunidad se limitan en sus posibilidades de satisfacción, en tanto que el individuo no conocía tal limitación. El siguiente requisito cultural es, entonces, la justicia, o sea, la seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantará para favorecer a un individuo. (…) La libertad individual no es un patrimonio de la cultura.»

 

[Freud: (1929) El malestar en la cultura]

 

 

 

¿Me detengo demasiado en Nietzsche?

 

Sé que algunos piensan que es así. Pero, por otra parte, tengo la impresión de que es un esfuerzo necesario para lograr hacer oír lo que, en nuestra sociedad occidental contemporánea, hace obstáculo a la escucha de lo que Freud afirma en una cita como ésta que acabo de presentarles, tanto como a lo que late en el núcleo de The Searchers cuando se hace oír un enunciado como éste:

 

Ethan: But l’m giving the orders, hear?

Ethan: l’m giving the orders.

 

Insisto. Es sin duda difícil, hoy, hacer escuchar lo que aquí se dice: esa palabra del padre que exige imponerse para así poder actuar, tanto como esa reivindicación de la ley como fundamento del lazo social, cultural, humano. Y lo es -cultural, social, humano- porque exige, como condición de su existencia, la limitación de la libertad pulsional.

 

Es difícil hacerlo oír hoy en día porque en esto, es decir, en lo que se refiere a la cuestión de la ley, nuestra sociedad ha hecho suyos esos presupuestos donde Nietzsche y Marx se encuentran: la crítica de la ley social como máscara del poder y la crítica de la compasión como máscara de la debilidad.

 

Les insisto: opuesta era la posición de Freud; para él la ley era el fundamento de la cultura, del lazo cultural.

 

Y solo cuando uno llega a interrogarse sobre ese lazo, puede llegar a comprender algo que hoy les resulta indigerible a una buena parte de nuestros contemporáneos -de ahí, por ejemplo, el éxito de la involución nietzschiana de Lacan-: que el Eros no es suficiente para sustentar el lazo social, que su posibilidad misma hace necesaria la culpa:

 

«¿De qué medios se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva, acaso para erradicar la agresión contrariante? (…) La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; vale decir: vuelta hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como “conciencia moral”, está pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Llamamos “conciencia de culpa” a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se exterioriza como necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura yugula el peligroso gusto agresivo del individuo debilitándolo, desarmándolo, y vigilándolo mediante una instancia situada en su interior, como si fuera una guarnición militar en la ciudad conquistada.»

 

 

Freud lo sabe porque ello se deduce para él de un dato mayor de la ontogénesis del ser cultural -aunque no hace referencia a ello ahora-: el hecho de que el Edipo comienza con esa ley mayor que es la prohibición del incesto.

 

 

No olviden, pues, que éste es el fondo que resuena ahora cuando, en The Searchers, se formula la cuestión de la ley.

 

 

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