12. El animal de presa nietzschiano

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 20/11/2015 (2)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

 

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Nietzsche: compasión y colapso

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«Hay en el ser humano, como en toda otra especie animal, un excedente de tarados, enfermos, degenerados, decrépitos, dolientes por necesidad (…) ¿cómo se comportan esas dos religiones (el cristianismo y el budismo) (…) frente a ese excedente de los casos malogrados? Intentan conservar, mantener con vida cualquier cosa que se pueda mantener, e incluso, por principio, toman partido a favor de los malogrados (…) las religiones soberanas cuéntanse entre las causas principales que han mantenido al tipo “hombre” en un nivel bastante bajo, – han conservado demasiado de aquello que debía perecer.»

 

[Nietzsche: 1886 Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro]

 

 

 

Si les presento esta cita es porque uno de ustedes me la pidió en una sesión anterior en la que, en respuesta a una pregunta suya, hice yo un comentario sobre Nietzsche.

 

En principio, daba yo por hecho que conocían ustedes las referencias a las afirmaciones de éste de las que yo hablaba, pero luego acabé quedándome con la impresión de que no era así.

 

Incluso llegué a tener la sensación de que alguno de ustedes pensaba que yo calumniaba al célebre filósofo.

 

Nada más lejano a mi intención.

 

De hecho, Nietzsche es uno de los autores que más he estudiado, entre otras cosas por su decisiva -y en mi opinión, eso sí, negativa- influencia en el psicoanálisis moderno a través de la obra de Jacques Lacan.

 

Pero no sólo por eso: también porque le considero un filósofo decisivo. Espero poder mostrarles hasta qué punto antes de que acabe el seminario de este año.

 

Por lo demás, debo decirles que el contenido de esta cita no es una idea marginal en el pensamiento nietzschiano.

 

Por el contrario, retorna una y otra vez en su obra.

 

Vean, por ejemplo, como lo hace en el comienzo mismo -en el punto 2- de su Anticristo.

 

«¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.

«¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.
«¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder; el sentimiento de haber superado una resistencia.
No contento, sino mayor poderío; no paz en general, sino guerra; no virtud, sino habilidad (virtud en el estilo del Renacimiento, virtud libre de moralina).
«Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.
«¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacía todos los fracasados y los débiles: el cristianismo.»

 

[Nietzsche: 1886-1888 Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Hay que ayudarlos a perecer, dice con toda claridad y sin el menor reparo.

 

Y ven en qué medida esa eutanasia prenazi de la que les hablaba aparece directamente vinculada a un rechazo de la compasión ¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacía todos los fracasados y los débiles: el cristianismo– y a una apología del poder ¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo– como el único instinto sano, positivo, natural, que conduce, de manera casi inevitable, a una apología de la guerra –no paz en general, sino guerra.

 

¿Quiere esto decir que les propongo un rechazo total del pensamiento nietzschiano?

 

Para nada. Eso sería una conducta religiosa. O ideológico-política.

 

Dos cosas que, les insisto, no debemos hacer aquí.

 

Lo que debemos hacer aquí es, sencillamente, analizar los textos, sin mutilarlos ni para bien ni para mal, sino explorando todas sus aristas y, por tanto, todas sus contradicciones, para así intentar comprenderlos en profundidad.

 

Y bien, lo que yo les señalaba ese día y que al parecer dejó a algunos perplejos o se lo tomaron como una agresión contra Nietsche era el simple establecimiento de una correlación entre esto:

 

«¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.
(…)
«Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.
«¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacía todos los fracasados y los débiles: el cristianismo.»

 

[Nietzsche: 1886-1888 Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Y esto:

 

«El 3 de enero de 1889 deja Nietzsche su vivienda. En la plaza Cario Alberto observa cómo un cochero pega a su caballo. Llorando se arroja Nietzsche al cuello del animal, con ánimo de protegerlo. Sobrecogido por la compasión, se derrumba. Pocos días después Franz Overbeck busca al amigo mentalmente trastornado. Nietzsche vegetó todavía durante diez años.

«La historia de su pensamiento termina en enero de 1889.»

 

[Rüdinger Safranski: Nietzsche. Biografía de su pensamiento]

 

 

Y por cierto que ahora les remito a Safranski, reputado nietzscheologo.

 

Es él el que, aunque no hace ningún comentario sobre ello, aunque no lo pone en relación con el devenir de la filosofía nietzschiana, usa la palabra compasión para nombrar la emoción de Nietzsche en el momento de su colapso definitivo: observa cómo un cochero pega a su caballo -escribe Safranski-, llorando se arroja Nietzsche al cuello del animal, con ánimo de protegerlo. Sobrecogido por la compasión, se derrumba.

 

Y añade: La historia de su pensamiento termina en ese enero de 1889.

 

¿No les parece entonces suficientemente motivado lo que les decía yo ese día a propósito de la incapacidad de Nietzsche de manejar sus emociones?

 

¿No les parece que su rechazo teórico de la compasión respondía -independientemente de su coherencia con otros aspectos de su teoría, sin duda evidente y que ahora no discuto- a una necesidad inmediata de defenderse de ella, a la intuición de que si sucumbía a ella resultaría aniquilado?

 

Pero entonces, ¿no se sabía, en algún rincón de sí mismo, ser uno de esos enfermos a los que tanto detestaba hasta identificarlos como el principal problema de la humanidad?

 

Léanlo en La Genealogía de la moral:

 

«Los enfermizos son el gran peligro del hombre: no los malvados, no los animales de presa. Los de antemano lisiados, vencidos, destrozados -son ellos, son los más débiles quienes más socavan la vida entre los hombres, quienes más peligrosamente envenenan y ponen en entredicho nuestra confianza en la vida, en el hombre, en nosotros.»

 

[Nietzsche, Friedrich: 1887, La genealogía de la moral.]

 

Si han leído alguna biografía de Nietzsche -o esa autobiografía tan peculiar que es Ecce homo– sabrán hasta qué punto su vida fue una cadena interminable de enfermedades.

 

O dicho en otros términos: el mecanismo de la proyección paranoide se manifiesta una y otra vez en los escritos nietzschianos.

 


El animal de presa nietzschiano

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Sin duda, Nietzsche percibió con toda nitidez el goce que la violencia encierra para el ser humano.

 

 

«hacer-sufrir produce bienestar en sumo grado (…) la crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua e incluso se halla añadida como ingrediente en casi todas sus alegrías.»

 

[Friedrich Nietzsche: 1887 La genealogía de la moral.]

 

 

Y por cierto que uno de los rostros más precisos de ese goce es el que devuelve la faz del animal de presa:

 

 

Saben ustedes que hemos encontrado ya hoy esa expresión en Nietzsche:

 

«Los enfermizos son el gran peligro del hombre: no los malvados, no los animales de presa. Los de antemano lisiados, vencidos, destrozados –son ellos, son los más débiles quienes más socavan la vida entre los hombres, quienes más peligrosamente envenenan y ponen en entredicho nuestra confianza en la vida, en el hombre, en nosotros.»

 

[Nietzsche, Friedrich: 1887, La genealogía de la moral.]

 

 

Supongo que conocen el largo alcance de esta metáfora, la del animal de presa, en la obra nietzschiana.

 

Y es que es mucho más que una metáfora. Llegado el momento, aparece como el rasgo más preciso para la definición de lo humano.

 

«El hombre es, en efecto, el mejor animal de presa.»

 

[Nietzsche, Friedrich: 1884, Así habló Zaratustra.]

 

 

Pero -no pierdan de vista esto- de la humanidad sana, en ningún caso de la humanidad enferma.

 

«Se malentiende de modo radical al animal de presa y al hombre de presa (por ejemplo, a César Borgia), se malentiende la “naturaleza” mientras se continúe buscando una “morbosidad” en el fondo de esos monstruos y plantas tropicales, los más sanos de todos (…)»

 

[Nietzsche (1886): Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro]

 

 

¿Sabían que César Borgia era uno de los prototipos del superhombre nietzschiano?

 

Alguien sano hasta la monstruosidad.

 

«La casta aristocrática ha sido siempre al comienzo la casta de los bárbaros: su preponderancia no residía ante todo en la fuerza física, sino en la fuerza psíquica -eran hombres más enteros (lo cual significa también, en todos los niveles, bestias más enteras).»

 

[Nietzsche (1886): Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro]

 

 

Sin duda: Nietzsche percibió con toda nitidez la violencia como motor fundamental de lo humano. La llamó el instinto o la voluntad de poder -otros lo han traducido como voluntad de dominio.

 

Lo percibió bien, y desde luego desde muy pronto, en su potencia, pero, en rigor, nunca la tematizó.

 

Por el contrario: declarándola el dato natural por excelencia, procedió, en su nombre, a la deconstrucción de todos los valores.

 


Deconstrucción y transvaloración

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Fue la suya una deconstrucción que tuvo dos caras: una propiamente filosófica -la de la crítica de la metafisica como efecto ilusorio del lenguaje, en lo que reside, en mi opinión, su principal aportación filosófica, de la que habremos de ocuparnos antes de que acabe el seminario de este año-; la otra cara, en cambio -sé que esto que les voy a decir ahora les va a chocar, tengan paciencia- fue religiosa, y cobró la forma de una diatriba radical contra el cristianismo.

 

Les digo que, a pesar de ello, fue religiosa porque se formuló no como una crítica de la noción de valor, sino como una transvaloración -la expresión es de Nietzsche- por la que criticó los valores de Occidente y propuso su inversión sistemática.

 

Les insisto: se confunden los que piensan que Nietzsche criticó la noción de valor en abstracto. Su crítica se limitó a determinados valores, los del Occidente de tradición cristiana.

 

Pues defendió otros valores; muy precisamente, los valores opuestos:

 

«Lo que un teólogo siente como verdadero debe ser falso: en esto hay casi un criterio de verdad. (…) Donde llega la influencia de los teólogos, el juicio de valor queda invertido; verdadero y falso son necesariamente trocados (…)»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Todo lo que el teólogo cristiano niega ha de ser entonces, necesariamente, verdadero.

 

Ya han visto como, contra la compasión, afirmó la violencia. Igualmente, contra la ley, proclamó el poder instituyendo ese tópico tan extendido hoy que afirma que la ley no es otra cosa que la máscara del poder:

 

«(…) desde el supremo punto de vista biológico, a las situaciones de derecho no les es lícito ser nunca más que situaciones de excepción, que constituyen restricciones parciales de la auténtica voluntad de vida, la cual tiende hacia el poder, y que están subordinadas a la finalidad global de aquella voluntad como medios particulares: es decir, como medios para crear unidades mayores de poder.»

 

[Nietzsche (1887): La genealogía de la moral]

 

 

Contra la igualdad de los derechos de todos los hombres, ese democratismo que para él era el más detestable veneno que el cristianismo había vertido sobre los hombres, proclamó una y otra vez la afirmación de los privilegios de los señores definidos, sin más, como los más fuertes.

 

«El veneno de la doctrina de la igualdad de derechos para todos fue vertido y difundido por el cristianismo»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

 

«El democratismo de los instintos cristianos venció (…)»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Lo que, de manera en extremo consecuente, condujo a Nietzsche a la apología de la ordenación en castas, como algo que encontraba su fundamento mismo en el orden natural.

 

«La ordenación de las castas, la ley suprema y dominante es sólo la sanción de una ordenación natural, de una ley natural de primer orden, sobre la cual no tiene poder ningún arbitrio, ninguna idea moderna. (…) La naturaleza (…) es la que separa a los hombres que dominan por su entendimiento, por la fuerza de los músculos o del carácter, de aquellos que no se distinguen por ninguna de estas cosas, de los mediocres; estos últimos constituyen el mayor número, los otros son la flor de la sociedad. La clase más alta – yo la llamo los poquísimos – por ser perfecta tiene también los privilegios correspondientes a los poquísimos: entre los cuales está el representar la felicidad, la belleza, la bondad en la tierra.»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Y claro está: Nietzsche siempre se consideró a sí mismo como miembro, por derecho propio, de esos poquísimos que constituían la casta de los señores.

 

Cabría preguntarse cuantos nietzschianos no se sienten también ellos así.

 

Contra los valores del espíritu, al que consideró en sí mismo como una enfermedad -idea que Lacan recogió atribuyéndosela con su habitual desenvoltura-, afirmó los de la naturaleza:

 

 

«El espíritu, es considerado por nosotros precisamente como síntoma de una relativa imperfección del organismo (…)»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 


Nietzsche y las diosas arcaicas

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Pues la deconstrucción nietzschiana se detuvo siempre ante la naturaleza, ante la energía violenta de la vida, considerándola en sí misma indeconstruible.

 

De modo que para él, las leyes naturales, en la apoteosis de su violencia, eran el fundamento natural de los auténticos valores.

 

Aunque seguramente no lo saben, debo decirles que Nietzsche nunca criticó la religión en sí, sino tan solo ciertas religiones: especialmente la nuestra, pero también aquellas otras que le son más o menos próximas en ciertos aspectos.

 

Y, de hecho, llegó a escribir palabras elogiosas hacia las más antiguas manifestaciones de la religión hebrea, en la que percibe el rasgo que considera característico -y positivo- de las religiones más antiguas:

 

«La religión (…) es una forma de gratitud. Se es reconocido consigo mismo; para esto se tiene necesidad de un Dios. Un Dios semejante debe poder ayudar y damnificar, debe ser amigo y enemigo; se le admira en el bien como en el mal.»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

 

«La castración, contraria a la naturaleza, de un Dios para hacer de él un Dios sólo del bien, estaría aquí fuera de toda deseabilidad. Hay necesidad del Dios malo tanto como del Dios bueno; no se debe la propia existencia precisamente a la tolerancia, a la filantropía… ¿Qué importancia tendría un Dios que no conociera la cólera, la venganza, la envidia, el escarnio, la violencia? ¿Que no conociera ni siquiera los fascinadores apasionamientos de la victoria y del aniquilamiento?»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

El Dios que repudia Nietzsche es ese mismo Dios monoteísta moderno del que Freud dice que constituyó una conquista de la espiritualidad moderna. Para Nietzsche, en cambio, ese Dios solo del bien es un dios castrado y antinatural. Por ello muestra toda su simpatía al más antiguo Dios de los hebreos -ese que, después de todo, tan bien describe DeMille-, Dios de la cólera y de la venganza, de la victoria y del aniquilamiento.

 

Ahora bien, ese Dios que es mezcla de amor y de violencia, de vida y de muerte, de fecundidad y de destrucción,

 

 

¿no corresponde bien en sus rasgos de las diosas arcaicas que precedieron al Dios monoteista en el Mediterráneo?

 

Gea, Isis, Cibeles, Athor fueron algunos de sus nombres.

 

Y es que -lo he señalado en textos ya antiguos- la deconstrucción del Dios monoteista cristiano coincide en Nietzsche con el canto a una divinidad materna arcaica a la que él -como ya había hecho Sade, a quien en esto, como en muchas otras cosas, sigue estrictamente aunque no le cita jamás- da el nombre de Naturaleza.

 

De ello sobran las pruebas textuales -ya he dado muchas a propósito de Así hablo Zaratustra.

 

Algunas de ellas son conmovedoras por su misma ingenuidad. Por ejemplo, cuando critica a los sacerdotes -pero está criticando solo a los sacerdotes cristianos- porque desvalorizan, quita santidad a la naturaleza.

 

«El sacerdote desvaloriza, quita santidad a la naturaleza.»

 

[Nietzsche (1888): Anticristo. Maldición sobre el cristianismo]

 

 

Se dan cuenta, ¿verdad? Nietzsche proclama, con total explicitud, la santidad de la Naturaleza. De modo que, en ese mismo movimiento, inevitablemente, está actuando como su sacerdote.

 

Y, así, adora a la Diosa de la Naturaleza, en tanto Diosa de lo Real, tanto como condena al Dios Monoteísta y Patriarcal que es, exactamente, todo lo contrario: Un Dios contra lo real. -Uno que, por eso mismo, reclama la protección de débiles y fracasados, de enfermos, degenerados, decrépitos, dolientes…

 

Y uno que por eso, cuando nació diferenciándose de las antiguas divinidades de la naturaleza, el odio y la violencia, comenzó a afirmarse como el Dios de la compasión.

 

 

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