20. Análisis e interpretación. Nietzsche, y Freud

 

 

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 08/01/2016
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

 

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Análisis e interpretación

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Carlos me ha enviado la siguiente cuestión:

 

«He estado muy pensativo respecto a lo que ud denomina su método de análisis textual. Un método que se pasa como un trago amargo, incluso yo mismo tengo mis dudas y distancias respecto al mismo. Según lo que yo entiendo, ud utiliza la metodología psicoanalítica para afirmar que no hay interpretación, que de lo que se trata es de esclarecer los conceptos- digamos en lenguaje freudiano- latentes que se pueden observar en una película o tal vez en un escrito literario. En este sentido, el nombre del método mismo, análisis-textual, seria coherente en términos de “al pie de la letra”… sin texto, no hay análisis. Dicho esto, cabría preguntar: ¿este método es aplicable hasta qué punto, o a qué ámbitos, ya que la reflexión sobre el contenido de un escrito, pareciese ser imposible sin la presencia misma del escrito. En este sentido vendría a ser un despropósito hablar en términos generales del pensamiento de Nietzsche, o de Marx o cualquier otro. Del mismo modo, las conexiones y las relaciones entre autores pareciera tampoco tener mucha cabida, por poner solo un ejemplo: el nihilismo en Nietzsche, entendiendo su surgimiento no solo a partir de la muerte de dios, sino a su vez en la mercantilización de la vida y en el vacio del trabajo alienado (Marx).»

 

Una primera precisión: no digo que no exista la interpretación. Lo que digo es todo lo contrario: que suele haber demasiada.

 

Y pienso que, en el análisis textual, debería haber la menos posible.

 

Sostengo, sobre todo, que no se debe confundir el análisis con la interpretación.

 

Intentaré explicarme. Piensen por ejemplo en esa ciencia que es la química. Por supuesto, tiene sentido hablar de la interpretación química de ciertos fenómenos. Queremos decir con ello que vamos a ensayar a pensarlos desde el punto de vista de la química. Así, por ejemplo, cuando decimos, el amor, desde el punto de vista de la química es…

 

Ahora bien, cuando nos situamos en el campo de la química es evidente que a nadie se le ocurriría considerar la expresión interpretación química como equivalente de la de análisis químico.

 

Cuando se analiza un producto químico, se lo analiza, no se lo interpreta. A nadie se le ocurriría decir, en términos químicos, que existen infinitas interpretaciones posibles, que es lo que está de moda decir cuando hablamos de los textos artísticos.

 

¿Por qué?

 

Porque, en este segundo caso, cuando nos expresamos así, estamos presuponiendo implícitamente la presencia de infinitos sujetos diferenciales, de manera que cada uno de ellos haría su propia interpretación subjetiva.

 

Si a nadie se le ocurre decir lo mismo en química es, sencillamente, porque el análisis químico, como cualquier otro análisis científico, tiene por ideal la exclusión de la subjetividad del analista. Por ello hablaremos, en cambio, de análisis correctos o incorrectos.

 

Análisis que consisten básicamente en la descomposición del producto químico en sus elementos y en la utilización de determinados reactivos -elementos externos- que al ser introducidos producen efectos que aclaran el tipo de componentes en juego y los modos de su relación e interacción.

 

Quizás les choque, pero de esa índole es la llamada interpretación de los sueños psicoanalítica, por más que el uso de la palabra interpretación haga posible un sinnúmero de confusiones que voy a intentar disolver.

 

Y no hay mejor introducción a este asunto que la consistente en recordar que el psicoanálisis se llama así: psico-análisis y no psico-interpretación.

 

No es que en la terapia psicoanalítica no haya interpretación, sino que ésta desempeña una función específica, puntual, dentro del proceso analítico.

 

Veámoslo.

 

El principio básico del análisis se manifiesta en lo que Freud llama la regla fundamental del psicoanálisis:

 

«Lo comprometemos (al paciente) a observar la regla fundamental del psicoanálisis (…) No sólo debe comunicarnos lo que él diga adrede y de buen grado, lo que le traiga alivio, como en una confesión, sino también todo lo otro que se ofrezca a su observación de sí, todo cuanto le acuda a la mente, aunque sea desagradable decirlo, aunque le parezca sin importancia y hasta sin sentido. Si tras esta consigna consigue desarraigar su autocrítica, nos ofrecerá una multitud de material, pensamientos, ocurrencias, recuerdos, que están ya bajo el influjo de lo inconciente, a menudo son sus directos retoños, y así nos permiten colegir lo inconciente reprimido en él y, por medio de nuestra comunicación, ensanchar la noticia que su yo tiene sobre su inconciente.»

[Freud: (1938) Esquema del psicoanálisis]

 

El análisis pasa, pues, por la escucha atenta del texto del paciente que esa regla hace aflorar.

 

Escucha atenta por parte de ambos, el analista y el paciente, y en este ámbito la tarea del analista consiste en ayudar al paciente a escuchar la letra misma de su texto allí donde éste tiende a ignorarla.

 

No hay, en ello, interpretación.

 

Esta solo actúa en ciertos momentos, sin duda importantes, pero que deben ser en extremo dosificados:

 

 

«Evitamos comunicarle enseguida lo que hemos colegido a menudo desde muy temprano (…) Meditamos con cuidado la elección del momento en que hemos de hacerlo consabedor de una de nuestras construcciones (…) Como regla, posponemos el comunicar una construcción, dar el esclarecimiento, hasta que él mismo se haya aproximado tanto a este que sólo le reste un paso, aunque este paso es en verdad la síntesis decisiva. Si procediéramos de otro modo, si lo asaltáramos con nuestras interpretaciones antes que él estuviera preparado, la comunicación sería infecunda o bien provocaría un violento estallido de resistencia, que estorbaría la continuación del trabajo o aun la haría peligrar. En cambio, si lo hemos preparado todo de manera correcta, a menudo conseguimos que el paciente corrobore inmediatamente nuestra construcción y él mismo recuerde el hecho íntimo o externo olvidado.»

[Freud: (1938) Esquema del psicoanálisis]

 

Como ven, hay un momento para la interpretación, pero es un momento preciso y puntual que debe ser en extremo dosificado. Es el momento de articular una síntesis de los elementos inconscientes que han ido emergiendo.

 

Pero observen que esa es la interpretación del analista, que no hay interpretación por parte del paciente: si éste reconoce válida la interpretación del psicoanalista es porque la reconoce experiencialmente como el análisis correcto: el que corresponde a su verdad subjetiva.

 

Y, por parte del analista, esta interpretación no tiene nada que ver con el uso habitual que se da a la palabra interpretación en los estudios artísticos modernos, pues no tiene nada de subjetiva por lo que se refiere a su propia subjetividad -la del analista.

 

Es, por el contrario, una reconstrucción producida a partir del análisis objetivo -literal- del texto del paciente.

 

Dicho en otros términos: el análisis conduce a formular una interpretación, pero ésta no es otra cosa que una hipótesis destinada a ser confirmada o descartada.

 

En suma, su valor consiste no en ser una interpretación, sino en no serlo: en lograr ser la enunciación de la verdad subjetiva del paciente: la que permite identificar su deseo reprimido.

 

¿Se dan cuenta de lo que esto supone?

 

Puede haber, sin duda, muchas interpretaciones posibles, pero solo una es la correcta: aquella capaz de identificar el sentido del síntoma.

 

De modo que, si es correcta, solo es interpretación por su génesis: por la realidad de su actuación -de su eficacia- es la verdad misma del paciente: aquella que nombra el sentido del síntoma -es decir: el deseo reprimido que late en él.

 

Pues ese deseo, insiste Freud una y otra vez, existe en el inconsciente del paciente en forma de pensamiento inconsciente.

 

Y porque solo hay una interpretación correcta, solo hay un sentido:

 

«Un día se hizo el descubrimiento de que los síntomas patológicos de ciertos neuróticos poseen un sentido.»

[Freud: (1915-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte II. El sueño, 5ª conferencia.]

 

O si ustedes prefieren, solo unos pocos: sencillamente los que hay: los que devuelven la estructura de deseos en conflicto que habitan al sujeto.

 

Cuando se da con ese sentido, cuando el paciente lo reconoce, el síntoma desaparece. ¿Que el texto del paciente puede tener tantos sentidos como sujetos lo escuchen y lo interpreten?

 

Vale, si ustedes quieren. Pero eso no vale nada en psicoanálisis. Pues en psicoanálisis solo importa el sentido que eso tiene para ese único sujeto que es el paciente. Ese sentido es su verdad: la única capaz de liberarle de su síntoma. Verdad subjetiva, pues es la suya, y a la vez verdad objetiva, pues se halla objetivada -escrita al pie de la letra- en su texto.

 

Si Freud titula su primera obra capital La interpretación de los sueños, lo hace porque ese es el término tradicionalmente usado por todos aquellos que en el pasado postularon que los sueños tenían sentido. Pero observen que, en ese sentido, Freud comparte la noción antigua de interpretación, que no coincide con la moderna -esa que hace de la interpretación algo subjetivo.

 

Por el contrario: para él

 

«Interpretar significa hallar un sentido oculto.»

[Freud: (1915-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte II. El sueño, 5ª conferencia.]

 

No es, por tanto, cuestión de subjetividad del interpretante, sino del sentido oculto en lo interpretado que, en tanto que existe por sí mismo, debe y puede ser hallado.

 

Vean hasta qué punto eso es, para él, así:

 

«el sueño posee realmente un significado y (…) es posible un procedimiento científico para interpretarlo.»

[Freud: (1899/1900) La interpretación de los sueños II. El método de la interpretación de los sueños.]

 

De lo que se trata no es de interpretar, sino de hallar ese significado.

 

Y es cuestión científica la de hallarlo. Hay, para ello, un procedimiento, es decir, un método científico: el método del análisis.

 

«el análisis, sin el cual no puedo descubrir el sentido del sueño.»

[Freud: (1899/1900) La interpretación de los sueños II. El método de la interpretación de los sueños.]

 

Insisto: no se trata de interpretar, sino de hacer aflorar algo que se encuentra ya ahí:

 

«el sueño como un todo es el sustituto desfigurado de algo diverso, de algo inconciente, y la tarea de la interpretación del sueño consiste en hallar eso inconciente. (…)

«el sueño recordado no es lo genuino, sino su sustituto desfigurado; nos ayudará, por evocación de otras formaciones sustitutivas, a acercarnos a lo genuino, a hacer conciente lo inconciente del sueño.»

[Freud: (1915-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte II. El sueño, 7ª conferencia]

 

El sueño recordado no es el sueño auténtico, genuino, sino su sustituto desfigurado. Eso está ahí, inconsciente. De lo que se trata, insisto en ello una vez más, es de hallarlo, de hallar eso inconsciente que se encuentra ya ahí.

 

«(los sueños) tienen que ser interpretados, o sea, traducidos; es preciso hacer revertir su desfiguración y sustituir su contenido manifiesto por el latente»

[Freud: (1915-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte II. El sueño, 8ª conferencia]

 

De manera que si quieren llamar a eso interpretación, dense cuenta de que esa interpretación no responde a otra lógica que a la de la traducción: se trata de hacer revertir la desfiguración para restituir ese auténtico contenido del sueño que es el contenido latente.


Análisis, interpretación y lectura

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A la pregunta

 

«¿este método es aplicable hasta qué punto, o a qué ámbitos?, ya que la reflexión sobre el contenido de un escrito, pareciese ser imposible sin la presencia misma del escrito. En este sentido vendría a ser un despropósito hablar en términos generales del pensamiento de Nietzsche, o de Marx o cualquier otro. Del mismo modo, las conexiones y las relaciones entre autores pareciera tampoco tener mucha cabida, por poner solo un ejemplo: el nihilismo en Nietzsche, entendiendo su surgimiento no solo a partir de la muerte de dios, sino a su vez en la mercantilización de la vida y en el vacio del trabajo alienado (Marx).»

 

Sólo cabe una respuesta: ¿cómo podría ser de otra manera?

 

Pero claro, el concepto de reflexión es un tanto vago e incluye varias derivas posibles.

 

En todo caso, dado que el mío es un método de análisis textual, es de análisis de lo que hablo.

 

Y sin duda: solo se puede analizar un escrito a partir de la presencia del escrito analizado.

 

O dicho en negativo: es imposible analizar un objeto del que no se dispone.

 

Dicho esto, no veo por qué vendría a ser un despropósito hablar en términos generales del pensamiento de Nietzsche, o de Marx o cualquier otro.

 

A partir de los resultados de los análisis realizados no solo se puede, sino que se debe realizar generalizaciones: es lo propio del pensamiento teórico.

 

El asunto es que el valor de esas generalizaciones dependerá de la calidad de los análisis previos. ¿En qué otra cosa podrían fundarse?

 

¿Y por qué no habrían de tener cabida las conexiones y las relaciones entre autores?

 

Todo lo contrario: esas conexiones y relaciones solo pueden establecerse con rigor a partir del análisis, que es también entonces, necesariamente, análisis comparado -eso es, por lo demás, lo que hemos estado haciendo a propósito de Freud y Nietzsche este trimestre pasado. Incluso, aunque de refilón, también hablamos de Marx, porque no se puede hablar de todo cada vez.

 

Más adelante, en el mensaje recibido se añade:

 

«cuando analizamos un fenómeno como una película o un texto, depende bastante de cuáles son los marcos teóricos en la cabeza del sujeto los que le permiten mirar este texto. En dicho sentido entiendo yo la interpretación. Es decir, un mismo texto puede ser leído a la luz de distintos marcos teóricos, por ejemplo: un mismo texto va a ser leído e “interpretado” de manera distinta si lo lee un marxista, o un psicoanalista, o un lingüista. En este orden de ideas… ¿cómo seguir negando la existencia de la interpretación? O si se quiere, ¿Por qué la reticencia a utilizar el concepto de interpretación? Por qué no mejor hablar de una correcta interpretación, en oposición a interpretaciones especulativas, flojas o mediocres?»

 

Hay, en estos párrafos, un palpable desplazamiento conceptual a través de las expresiones análisis, interpretación y lectura que son utilizados como equivalentes cuando, en mi opinión, remiten a conceptos diferenciados.

 

Los sujetos leen, es decir, hacen la experiencia de la lectura.

 

Importa poco en ello que sean marxistas, psicoanalistas o lingüistas, dado que si comparecen como sujetos, comparecen por su singularidad y su lectura es, en cuanto tal, singular e irrepetible.

 

Si ustedes quieren utilizar la palabra interpretación aquí, pueden hacerlo. Y pueden decir que habrá tantas interpretaciones como sujetos que leen. Pues lo que caracteriza a esas interpretaciones es que son el resultado del cruce de la experiencia realizada en el texto con la biografía del sujeto: traduce su manera de apropiarse de ese texto en el trayecto de esa singular biografía.

 

Por ello mismo, en este ámbito, carece de sentido hablar de interpretaciones correctas o incorrectas. Todas son, sencillamente, tan reales como incomparables, pues expresan el sentido que esa lectura ha tenido para el sujeto que la ha realizado.

 

Cosa bien diferente supone hablar de interpretación marxista, psicoanalítica o lingüística.

 

Aunque utilizamos una misma palabra –interpretación– nombramos ahora algo esencialmente diferente. Pues, en este caso, conviene olvidarse de los sujetos, porque lo que están en juego son métodos y, más concretamente, métodos analíticos. Lo que se llama entonces una interpretación marxista, psicoanalítica o lingüística no es otra cosa que el resultado de la aplicación de la metodología analítica correspondiente.

 

Aquí, por ello, sí tiene sentido hablar de interpretaciones más o menos correctas.

 

Serán más correctas las que mejor apliquen el método. Pero esa valoración comparada solo será posible para los análisis realizados con un mismo método.

 

Por el contrario, carecerá de sentido comparar la mayor o menor corrección de los análisis realizados con métodos diferentes. Y ello porque, aunque esos análisis compartan un mismo objeto empírico -un determinado escrito, por ejemplo-, lo encuadrarán a partir de objetos teóricos diferentes.


Nietzsche, la interpretación y lo real

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Podemos, sin duda, llamar a los resultados de esos análisis -y, por tanto, de las teorías que los sostienen- interpretaciones.

 

Y hacerlo en sentido fuerte, es decir, en el de construcciones que introducen, en aquello que abordan, un sentido hasta entonces inexistente.

 

Ese es, por cierto, el concepto de interpretación de Nietzsche cuando afirma el carácter interpretativo de todo acontecer, es decir, de todo hecho:

 

«El carácter interpretativo de todo acontecer. No existe el acontecimiento en sí. Lo que sucede es un grupo de fenómenos seleccionados y resumidos por un ser que interpreta.»

[Nietzsche: Escritos póstumos, Lenguaje y conocimiento]

 

Para Nietzsche -y les hablo ahora, como les anuncié en su momento, de lo que considero lo mejor de su aportación filosófica- no existen hechos en lo real: estos no son otra cosa que construcciones conceptuales.

 

El fundamento de su propuesta estriba en su caracterización de lo real.

 

«la naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de intenciones y miramientos, de piedad y justicia, que es feraz y estéril e incierta al mismo tiempo, imaginaos la indiferencia misma como poder – ¿cómo podríais vivir vosotros según esa indiferencia? Vivir – ¿no es cabalmente un querer-ser-distinto de esa naturaleza? ¿Vivir no es evaluar, preferir, ser injusto, ser limitado, querer-ser diferente?»

[Nietzsche: (1886) Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro, Sección primera: De los prejuicios de los filósofos]

 

Lean esto atentamente. Carente de intenciones, es decir, carente de sentido.

 

Carente de miramientos, piedad y justicia, es decir, injusta, brutal e inhumana. Insoportable, intolerable, inhabitable.

 

Pero el concepto esencial de la concepción nietzschiana de lo real es el de indiferencia.

 

No lo entiendan solo como indiferencia hacia los hombres, sino, en primer lugar, como ausencia de diferencia.

 

Ausencia de diferencia, no porque todo en ella sea igual, sino porque todo es indefinidamente diferente, móvil e inconstante, en transformación incesante, de manera que no existen diferencias pertinentes, es decir, relevantes.

 

No existe pues en ella nada que corresponda a lo que nosotros llamamos el ser y de lo que postulamos constancia y estabilidad.

 

Y bien, para defenderse de ella, los hombres deben construir su mundo contra ella.

 

Y la herramienta esencial de su supervivencia es el lenguaje:

 

«mucho tiempo antes de haber tenido conciencia de la lógica, no hemos hecho otra cosa que INTRODUCIR sus postulados en el acontecimiento. (…) Nosotros somos los que hemos creado “la cosa”, la “cosa idéntica”, el sujeto, el predicado, la acción, el objeto, la substancia, la forma (…)
«El mundo nos parece lógico, porque primero nosotros lo hemos logificado.»

[Nietzsche: Escritos póstumos, Lenguaje y conocimiento]

 

Con el lenguaje, hemos introducido la lógica en el mundo. Y con esa lógica hemos creado el conjunto de las categorías que nos permiten pensarlo.

 

Por tanto:

 

«El pensamiento racional es un interpretar según un esquema del que no nos podemos desprender.»

[Nietzsche: Escritos póstumos, Lenguaje y conocimiento]

 

Lo que llamamos razón no existe en ningún otro lugar que en el lenguaje y es el efecto mismo de su gramática:

 

«¿Por qué el mundo que nos concierne en algo – no iba a ser una ficción? (…) No le sería lícito al filósofo elevarse por encima de la credulidad en la gramática?»

[Nietzsche: (1886) Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro, Sección segunda – El espíritu libre]

 

El mundo es pues ficción, construcción, falsedad:

 

«El mundo que nos es un poco tolerable es falso, es decir: no es ningún hecho, sino una invención poética y el redondeo a partir de una pequeña suma de observaciones; está “en flujo”, como algo en devenir, como una falsedad siempre perpetuamente removida y que nunca se acerca a la verdad, pues no hay “verdad” alguna.»

[Nietzsche: Escritos póstumos, Lenguaje y conocimiento]

 

El mundo que podemos tolerar -pues el mundo real es intolerable-, es una invención poética.

 

No hay verdad alguna, o no hay otra verdad que lo real -se dan cuenta, supongo, de hasta donde alcanza el plagio lacaniano de Nietzsche.

 

Si por mi parte prefiero hablar de lo real en vez de la naturaleza a la hora de designar eso que Nietzsche nombra así es porque es un término menos connotado que aquel y, además, neutro, que se opone bien a la realidad como, precisamente, hecho textual.

 

Por cierto que es del todo congruente con la filosofía nietzschiana mi afirmación de que la realidad posee un tejido textual -llegado su momento, les explicaré por qué, sin embargo, no me parece oportuno hablar de ella como ficción y falsedad y por qué considero un error la afirmación de que la verdad no existe- pero insisto, es del todo congruente con ella la idea de que la realidad posee un tejido textual y su derivada, de acuerdo con la cual los textos son los lugares donde nace el sentido.


Texto e interpretación

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Ahora bien, ello me lleva a entrar en contradicción radical con Nietzsche cuando afirma que

 

«Un mismo texto permite incontables interpretaciones: no hay una interpretación “correcta”.»

[Nietzsche: Escritos póstumos, Lenguaje y conocimiento]

 

Los textos no permiten incontables interpretaciones, pues ellos mismos son interpretaciones.

 

Si el mundo no tiene sentido y si son los textos los que lo fabrican y lo introducen en él al interpretarlo, carece de sentido pretender, a su vez, interpretar los textos.

 

Tal idea solo tiene sentido en un enfoque preconstructivo, prenietzschiano si prefieren ustedes, en el que se presuponía que el mundo tenía sentido y existían textos especialmente sabios que encerraban, cifrado, su secreto.

 

Ahora bien, si el sentido es un hecho y una producción textual, lo que corresponde al análisis textual es establecer, aislar, el sentido que produce cada texto determinado.

 

Y para acabar con esta cuestión, permítanme, volviendo al punto de partida de la sesión de hoy, que les llame la atención sobre la diferencia esencial que separa al análisis químico del análisis psicoanalítico.

 

El análisis químico forma parte de la química y ésta es una manera de interpretar-construir el mundo.

 

El psicoanálisis en cambio, entendido como el núcleo fuerte del método de análisis textual que les propongo, no interpreta-construye el mundo, porque lo que hace es analizar textos.

 

Por eso, no debe hacer otra cosa con ellos que deletrearlos.

 

Queda algo pendiente en el correo recibido, que es el asunto de la negatividad como presupuesto del pensamiento moderno.

 

No lo ignoro, sino que lo aplazo para el próximo día, pues The Searchers será el lugar idóneo donde abordarlo.

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