18. Tiresias

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 11/12/2015 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

 

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Un árbol seco

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El viaje sigue, pero ellos ya están, otra vez, ahí: siempre en ese gigantesco cementerio que es Monument Valley.

 

 

Al ardor del día en el desierto sigue la frialdad de su noche.

 


 

¿Aprecian la novedad en el modo en el que se abre esta nueva escena?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Por primera vez, no es Ethan quien se aproxima de modo rectilíneo desde el centro del cuadro y sobre el eje de cámara.

 

Esta vez es Brad.

 

Acotando ese centro, viéndole llegar, en escorzo, Martin e Ethan.

 

¿Qué debemos deducir de ello? Que viene de ese lugar que frecuenta, solo, Ethan.

 

Brad: l found them!

 

Brad proclama haber encontrado a Lucy, pero un árbol seco, a la derecha del plano, desmiente por adelantado el entusiasmo del joven enamorado.

 

Brad: l found Lucy!

 

Y el desmentido aumenta cuando el muchacho se sienta precisamente delante de ese árbol muerto y puntiagudo.

 

Conocemos este árbol.

 

¿No lo recuerdan?

 

 

Es el árbol de la tumba del indio muerto que iba a ser profanada.

 

 

y que quedó asociado con la risa loca de Mos.

 

 

Podría ser, incluso, el mismo.

 

 

Está, en cualquier caso, asociado a Brad como su destino.

 

Todo está ya, entonces, anticipado: en los dos casos, tres elementos: Brad, el árbol y un cadáver profanado.

 

 

Ethan se encuentra entre ese centro ahora vacío por el que avanzaba Brad hace un momento y el propio Brad.

 

Por su parte, Brad da la espalda a ese lugar del que procede y que, les insisto, ocupa el centro del plano.

 

 

Ese árbol parece salir del propio cuerpo de Brad, pero sus ramas parecen, también, entrar en la cabeza de Ethan.

 

Y es que Ethan sabe todo lo que no sabe Brad. O quizás debamos decir: Ethan sabe lo que Brad sabe aunque se niega a saber -siempre la misma doble negación.

 

Ninguno de los personajes parece tener ojos.

 

Brad: They’re camped about a half-mile over.

Brad: l was just swinging back and l seen their smoke.

 

Ahora ese árbol seco ocupa el centro mismo del encuadre.

 

Y desmiente la risa de Brad.

 

O peor, la aproxima a la risa de Mos junto a ese mismo árbol.

 

Brad: Bellied up a ridge, and there they was,

 

El bullicio del movimiento febril de Brad contrasta con el total estatismo del cuerpo de Ethan, mirada y rostro oscurecidos, en una imagen de desolación que sintoniza con ese árbol seco cuyas ramas, como les decía, parecen penetrar en su cabeza.

 

Aunque no ha estado allí de donde Brad viene, Ethan sabe del engaño que ha atrapado la mirada del muchacho.

 

Brad: right below me.

Martin: Did you see Debbie?

 

Y eso, ese engaño, esa ilusión, cuya estructura es la misma del delirio, es contagiosa.

 

Brad: No. No, but l saw Lucy, all right.

 

All right. Por supuesto: la imago del deseo cristalizando en el lugar de su ausencia.

 


Brad: She was wearing that blue dress–

 

Suenan finalmente, demoledoras, las palabras de Ethan:

 

Ethan: What you saw wasn’t Lucy.

 

Eso que tú has visto no era Lucy.

 

Los nerviosos movimientos de Brad se prolongan en los de su mirada, que busca febrilmente en los otros la imposible confirmación del espejismo que le ha atrapado.

 

Los ojos de Ethan, en cambio, nada miran, pues están instalados en la imagen interior que soporta y que, en cierto modo, ha cegado su mirada.

 

-Como la de Tiresias, como la de Edipo.

 

Y es que Ethan es, por eso, una suerte de Edipo que ya se ha arrancado los ojos. Es decir, después de todo, un Tiresias.

 


Tiresias

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Si han leído ya el Edipo de Sófocles -en caso contrario, peor para ustedes- comprenderán hasta qué punto en esa tragedia Tiresias, con su mera existencia, anticipa el destino de Edipo.

 

El destino de su saber y de su ceguera.

 

Pues esto es lo notable de ambos: que en ellos la ceguera no es signo de no saber, sino, bien por el contrario, efecto y señal de su saber.

 

¿Por qué quedó ciego Tiresias?

 

El mito dice que fue cegado por Hera, la diosa esposa de Zeus.

 

Pero cuidado, dicho así, pueden llamarse a engaño.

 

Pueden pensar, por ejemplo, que es una diosa menor, sometida a Zeus, el jefe de los dioses.

 

Dejen eso en suspenso y escuchen el mito.

 

Tal y como lo cuenta Ovidio, Hera y Zeus mantenían una discusión muy interesante: discutían sobre cuál de los dos, el dios o la diosa, durante el acto sexual, gozaba más.

 

Zeus sostenía que era la mujer la que gozaba más, mientras que Hera afirmaba lo contrario.

 

Decidieron preguntar a Tiresias, pues éste, nacido varón, había sido convertido en mujer por Hera como castigo por haber interrumpido el acto sexual de dos serpientes -como ven, la relación entre la mujer, el sexo y la serpiente no es solo judeo-cristiana, como suele afirmarse apresuradamente.

 

Siete años más tarde, la misma Hera le devolvió su condición de varón -había vuelto a encontrar a las serpientes copulando y todo parece indicar que esta vez optó por no molestarlas.

 

Por eso había sido hombre y mujer y experimentado el acto sexual desde las dos posiciones.

 

De modo que Tiresias fue llamado y conminado a formular su dictamen.

 

Y como Tiresias era un tipo serio, y no un chisgaravís como son tantos intelectuales contemporáneos preocupados por no decir nada que no sea políticamente correcto, declaró lo que sabía: que era ella la que gozaba más.

 

Y especificó: diez veces más.

 

Entonces Hera, como castigo, le sacó los ojos.

 

¿Por qué le castigó así?

 

Ovidio no lo especifica.

 

Pero todo parece indicar que lo hizo porque había revelado su secreto.

 

¿Y Zeus, el dios al que había dado la razón Tiresias, por qué no hizo nada para impedir ese castigo?

 

La respuesta de Ovidio es concisa: porque no podía.

 

De modo que se conformó con favorecerle con el don de la adivinación.

 

¿La esposa de Zeus?

 

No se confundan: lo que el mito dice es que ella era más poderosa.

 

En un texto mío que pueden descargar en la web –El oscuro retorno de la Diosa– encontrarán una prueba suplementaria de este poder superior de Hera en la Ilíada: pues allí ella es la protectora de los griegos, mientras que Zeus lo era de los troyanos. Y ya saben ustedes quien ganó aquella guerra.

 

Lo que obliga a deducir, aunque se considere políticamente incorrecto, que la mitología griega guarda memoria cifrada de un pasado remoto, ya olvidado en la época clásica, dominado por diosas matriarcales.

 

 

Pero volvamos a Tiresias: ¿por qué, como castigo, precisamente la ceguera?

 

Si su delito ha sido una declaración, ¿no sería más consecuente privarle de la voz para que así no pudiera volver a repetirla?

 

Habría sido más consecuente ese castigo si lo que hubiera motivado la respuesta de Tiresias fuera no el haber sido antes, consecutivamente, hombre y mujer, sino el haber contemplado el acto de los dioses.

 

Sucede que la ceguera de Tiresias era la marca indeleble de su saber -de un saber que estaba más allá de todo objeto para la mirada.

 

Uno cuya índole participaba, por eso, del ámbito de la visión.

 

Y ciertamente, como el mismo Ethan, Tiresias vivía alejado de la comunidad, pues el saber que encarnaba era ese saber de lo real del que los miembros de la comunidad procuraban -y siguen procurando- no saber nada.

 

Tal es el motivo esencial de su alejamiento: el saber intolerable de ese ámbito donde se quiebran todos los espejismos.

 

Brad: Oh, but it– lt was, l tell you.

Ethan: What you saw was a buck…

Ethan: …wearing Lucy’s dress.

 

Más consecuente con el castigo de la ceguera es la otra explicación mitológica de esa ceguera.

 

Según ella, siendo adolescente Tiresias, habría contemplado a Palas Atenea bañándose desnuda en un lago y la diosa, famosa por su pudor tanto como por su pasión guerrera -de hecho fue la más ardorosa guerrera en la victoria de los griegos sobre los troyanos-, al sorprenderle, le habría castigado con la ceguera.

 

Y luego, ante la intercesión de su madre -como ven, en estas historias son las mujeres las que lo deciden todo-, le habría compensado con la sabiduría.

 

¿Con qué explicación debemos quedarnos?

 

Yo diría que con ambas dada su asombrosa implicación mutua: pues en ambas se asocia la ceguera de un hombre con un saber sobre la mujer que, a su vez, es condición de su sabiduría.

 

Y una sabiduría adivinatoria -pero no la llamen, como hacen algunos apresuradamente, profética, porque adivinar el futuro no es lo mismo que profetizarlo, como tendré ocasión de explicarles en una próxima sesión.

 

Lo único que varía es el contenido de ese primer saber que condiciona todos los otros.

 

Pero, a la vez, el arco de la diferencia es bien estrecho: se ciñe a la sexualidad de la mujer cuya doble cara es, por una parte, su castración y, por otra, la extremosidad de su goce.

 

Y bien, desde ese saber que es el de Tiresias, porque posee el saber de esa ceguera, es tarea de Ethan poner palabras que frenen el espejismo del delirio que lo niega.

 

Brad: No. No, but l saw Lucy, all right.

Brad: She was wearing that blue dress–

Ethan: What you saw wasn’t Lucy.

 

 

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