8. Ley jurídica vs ley simbólica

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 06/11/2015
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

 

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La quiebra

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Ethan: …don’t ever give me another!

 

El pasado día nos detuvimos aquí, donde les señalaba que la quiebra del grupo, cada vez más acentuada, repercutía con toda su intensidad en Martin.

 

No hay duda de que así lo dibuja esa zona oscura de las rocas

 

 

cuyas líneas convergentes se encuentran a la altura del cuello de Martin, de modo que su cabeza destaca sobre ese fondo oscuro.

 

Es realmente notable el arte compositivo de Ford.

 

 

Y más notable todavía es que durante décadas se haya dicho del suyo que era un cine, como el clásico de Hollywood en su conjunto, inmediato, transparente, inanalizable por su misma inmediatez.

 

Ven hasta qué punto eso es falso: la intensidad con la que nos alcanza -no podría ser de otra manera- es el producto de la precisión con la que da forma a las pasiones puestas en juego.

 

Observen como todas las miradas conducen a Ethan, el único personaje frontal, quien, además, se encuentra en una posición referencial más elevada.

 

Es cierto que, compositivamente, la figura de Clayton se eleva a mayor altura en el cuadro. Pero eso no le da mayor relevancia que a la de Ethan, aunque sí con respecto a las del resto de los personajes.

 

Esto segundo debe ser así, dado que Clayton e Ethan son los dos personajes enfrentados en la escena, las dos fuerzas mayores que chocan ante la mirada expectante de los otros.

 

Lo primero, en cambio -la evidente superior relevancia de Ethan-, se debe a la posición en escorzo de Clayton tanto como a su extrema lateralidad en el plano.

 

Frente a ello, Ethan está frontal y más centrado, con más aire a su alrededor.

 

Bien plantado en el suelo, con una sombra densa y nítida -mientras que las de los otros son meras líneas que señalan hacia él.

 

Y su mano derecha parece estar preparada para desenfundar.

 

Notarán también que Ford sigue encajando el sombrero de copa de Clayton en las líneas de las rocas del fondo: es tan gris como la franja gris en la que encaja y que dibuja en la parte superior del plano una curva en forma de ola que, volviéndose más oscura cuando pasa a la altura de la cabeza de Martin, concluye en -y por eso conduce a- la de Ethan, que es, como les decía, quien concentra todas las miradas.

 

Y bien, en el centro del plano se encuentra el personaje que ancla el punto de vista narrativo del film.

 

La grieta del grupo se localiza en él y con ello se escribe la interrogación central del film, que versa tanto sobre los indios como sobre el propio Ethan, en tanto único personaje que sabe de ellos real-mente.

 

O si prefieren: que sabe de Ello. -Y oigan este Ello, ahora, escrito con mayúscula.

 

De modo que podemos resumir así la línea mayor que direcciona la secuencia.

 

 

La grieta crece, y Martin se encuentra cada vez más en su interior.

 

Ahora bien, ¿no les parece ésta una buena manera de escribir lo real?

 

Quiero decir: como una grieta creciente que se abre en el mundo.

 


Ley jurídica vs ley simbólica

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Y les insisto, porque está directamente relacionado con ello, en que el conflicto que protagoniza en este momento la escena viene dado por el choque entre dos tipos de jefatura.

 

Clayton: And that’s an order.

Ethan: Yes, sir.

Ethan: But if you’re wrong …

Ethan: …don’t ever give me another!

 

De modo que es la ley lo que está en juego.

 

A un lado, la ley jurídica, pues Clayton es a la vez capitán y predicador, jefe indiscutido de la comunidad y avalado -no pierdan de vista la referencia histórica que nos ocupó el año pasado- por el nuevo poder estatal yankee.

 

Y bien, frente a esa ley, ¿cuál es la posición que Ethan representa? ¿La del fuera de la ley? ¿La del forajido? ¿La del enemigo de la ley?

 

Saben, por el trabajo anterior, que la cosa no es tan simple.

 

Ethan no es sin más un forajido: está fuera de la ley jurídica pero no está contra ella; de hecho, en lo que va de viaje, no sin incomodidad, la ha venido acatando.

 

Y de hecho ahora mismo acaba de hacerlo de nuevo, a la vez que ha anunciado la posibilidad de que ésta sea la última vez.

 

Ciertamente, si no está en contra de la ley jurídica, cuenta con la posibilidad de chocar con ella, pues encarna otra ciertamente más exigente: esa ley, recuerden, de la que el sable y la medalla eran testimonios y símbolos:

 

Ben: l was just gonna ask Uncle Ethan what he’s gonna do with his saber.

Ethan: Well, l kind of figured to give it to you.

 

 

 


Younger Debbie: Ooh!

Younger Debbie: Look at my gold locket!

 

Esa ley que Ethan encarna pasa por el compromiso extremo con la palabra ante una comunidad que, por avatares adversos del destino, ha perdido la suya.

 

Saben con qué intensidad tantas cosas cristalizan aquí.

 

En primer lugar, su saber sobre lo indio:

 

Ethan: Might be that this doddering old idiot ain’t so far wrong. Could be Comanche.

 

Un saber que resuena en la mirada loca de Moss:

 


>

Mose: Kind words, Ethan. Thank you kindly.

 

Y que afecta a cosas que los niños no deben oír:

 

Martha: Children, go with Lucy.

Ben: Oh, Ma, I want–

Martha: Ben.

 

Que resuena, desconcertándoles, en los representantes de la ley jurídica:

 

Clayton: Comanche, huh?

 

Y que convoca esa dimensión radical de la palabra que es la del juramento:

 

Clayton: All right. l’ll swear you in.

 

Les dije, en su momento, que la palabrota emergía en esos puntos donde el lenguaje se veía confrontado con el abismo de lo real.

 

Creo que no hay duda de que es así, como no la hay de que en ello el lenguaje se ve invadido, degradado, por la potencia erosionadora de lo real.

 

Es hora de decir que existe, en el lenguaje, otra arista, esta vez noble, no degradada sino desafiante, donde el lenguaje se confronta a lo real: la del juramento, precisamente.

 

Habremos de volver sobre ello, porque el de la promesa es uno de los temas mayores del film.

 

Es justo en este momento cuando la ley simbólica es literalmente localizada en conflicto con la ley legal:

 

Ethan: No need to. Wouldn’t be legal anyway.

 

Y ello porque la ley simbólica está en relación con cierto crimen que, por ser tal, está netamente excluido de la ley jurídica:

 

Clayton: Why not?

Clayton: You wanted

Clayton: for a crime, Ethan?

 

Un crimen originario, un pecado original que afecta a la mujer -a esa mujer radical que es la madre-, y del que nada sabe el padre amoroso:

 

Martha: Coffee, Ethan.

Ethan: Thank you, Martha.

 

Un crimen, en todo caso, que pone en cuestión los discursos que ordenan la realidad, ya sean políticos o religiosos:

 

Ethan: You asking me as a captain or a preacher, Sam?

 


La energía real de la palabra

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Está en juego, en suma, una dimensión de la palabra que no encuentra su fundamento en el buen orden discursivo, sintáctico, del lenguaje, sino que pasa por su quiebra, en la medida en que se constituye no por su verosimilitud, sino por su energía, por su voluntad de desafío a lo real:

 

Clayton: I’m asking you as a Ranger of the sovereign state of Texas.

Ethan: You got a warrant?

Clayton: You fit a lot of descriptions.

Ethan: Figure a man’s only good for one oath at a time.

Ethan: I took mine to the Confederate States of America.


Ethan: So did you, Sam.

 

Lo que está en juego finalmente no es lo que las palabras de ese juramento significan, sino el juramento mismo como acto energético, su firmeza inquebrantable: su potencia real.

 

Y bien, sobre ese fondo en cuya densidad a la vez mítica y edípica tuvimos ocasión sobrada en detenernos, se recorta ahora la figura de Ethan.

 

 

Y por otra parte, el conflicto que ahora se manifiesta, ¿no les parece que viene a reeditar y ampliar uno anterior, podríamos decir que inicial?

 

 

El conflicto que primero se formuló en el estrecho espacio familiar se manifiesta ahora en el espacio social.

 

Saben que esos dos niveles, en su diferencia y en su posible conflicto, están pormenorizadamente descritos en El malestar en la cutura.

 

Pero nada en El malestar de la cultura nombra la posición que Ethan encarna en esos dos ámbitos, y que es la posición del héroe como aquel que afirma una palabra desafiando simultáneamente a la comunidad y a lo real.

 

¿Me aparto entonces, al plantearles esta cuestión, del psicoanálisis?

 

Probablemente eso piensen muchos psicoanalistas. Pero no yo, desde luego.

 

Y ello porque pienso que:

 

Uno: esa figura es la única que permite resolver las contradicciones que, a partir de cierto momento, inundan El malestar en la cultura.

 

Y dos: la mejor prueba de ello se encuentra no solo en esas contradicciones que abordaremos en las próximas sesiones sino en el gran paso siguiente -y final- de la investigación freudiana; el que pasa por poner en el centro del debate la figura de un héroe -el propio Freud lo nombra así: un héroe cultural-: ni más ni menos que Moisés.

 

 


Cosas que a los niñitos no les gusta oír

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Y bien, por lo que se refiere a Clayton, ¿tanto como policía como sacerdote, no les parece que está bien cerca del padre amoroso?

 

Quiere salvar a las chicas, evitar en lo posible la violencia, negociar con los indios…

 

Clayton: Well, what l had in mind was maybe

Clayton: running off their pony herd.

Clayton: A Comanche on foot’s more apt to be willing to listen.

 

¿Cómo no va a ponerse Martin, al menos en principio, de su lado?

 

Ya saben, como dice Goethe, como repite Freud: hay cosas que a los niñitos no les gusta oír.

 

Martin quiere, como cualquiera, que le digan que todo es razonable, que todo tiene sentido, que todo va a resolverse positivamente por la vía del diálogo.

 

Por cierto que los discursos políticos tienden hoy a localizarse ahí, en esa posición, pues la promesa del estado del bienestar es el ensueño mismo del padre amoroso que quiere ofrecer al hijo el retorno a la Imago Primordial -un ámbito donde se tiene derecho a todo y donde uno no está obligado a nada.

 

El ensueño, en suma, de la inexistencia misma de lo real.

 

Lo promete el político ahora, en la tierra, como el sacerdote, antes, lo prometía en el cielo.

 


Conducir al hijo en su contacto con lo real

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Entiendo que les cueste ahora localizar aquí al padre simbólico.

 

 

Pero… ¿No les parece que, a pesar de todo, es así como Martin le mira?

 

Entre él y el grupo, a la vez admirándole y detestándole.

 

Y bien, en la manera en la que a la vez le admira y le detesta, se percibe bien la posición y la estatura del padre simbólico.

 

Pues corresponde al padre simbólico la tarea de conducir al hijo en su travesía por lo real, lo que le obliga a volverse inevitablemente odioso.

 

Pues debe enseñar que lo real carece de razón y de sentido: que no es posible robarles los caballos a los indios para obligarles a dialogar, porque en nada se diferencian de sus caballos.

 

No sólo eso, claro está. Enseña también que es posible sostenerse frente a lo real.

 

Que en el sinsentido de un mundo que carece de caminos, es sin embargo posible, si se posee la obcecación suficiente -una obcecación a la altura de lo real- hacer -¿por qué no decirlo como Machado?- camino al andar.

 

Y es que no hay conversación posible con lo real.

 

Y ello porque -algo así viene a decir Freud desde el comienzo del segundo capítulo de El malestar en la cultura- lo real no está hecho para atender los deseos de los hombres.

 

«Es (…) el programa del principio de placer el que fija su fin a la vida. Este principio gobierna la operación del aparato anímico desde el comienzo mismo; sobre su carácter acorde a fines no caben dudas, no obstante lo cual su programa entra en querella con el mundo entero, con el macrocosmos tanto como con el microcosmos. Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del Todo -sin excepción- lo contrarían; se diría que el propósito de que el hombre sea dichoso no está contenido en el plan de la Creación

 

[Freud: El malestar en la cultura]

 

 

Como ven, hay una grieta en el mundo -verán hasta qué punto este asunto, el de la quiebra, es un tema visual que retorna constantemente en la escenografía del film- Y bien, podemos resumir así lo que hace detestable para el hijo al padre que hace de padre para él: que le dice que esa quiebra existe, le aguarda, y está destinado a confrontarse con ella.

 

La ven, está justo ahí, solo que Martin no puede verla, porque se encuentra detrás de él.

 

Y por eso no se abisma en ella, aun cuando localiza en Ethan la interrogación que, después de todo, tiene que ver con ella.

 

 

 

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