7. Tú no eres quien crees ser

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2014/2015
sesión del 07/11/2014 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

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Justine y el esterotipo

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«Estereotipia (stereotypy)

«1. f. (Psiquiatría/Psicol.) Repetición involuntaria de expresiones verbales, gestos y movimientos que ocurren en algunas enfermedades neurológicas y psiquiátricas.

«2. f. (Psiquiatría/Psicol.) Estereotipia psicomotriz: Actividad motriz, organizada, repetitiva, no propositiva, que se lleva a cabo exactamente de la misma forma en cada repetición; frecuente en el autismo.»

 

[www.dicciomed.eusal.es]

 

 

Ven el motivo por el que me resisto a utilizar la expresión estereotipo que alguno de ustedes me propone para caracterizar las posiciones simbólicas que estamos analizando.

 

En psiquiatría, la noción de estereotipia designa conductas repetitivas, mecánicas y, sobre todo, vacías de calidad expresiva.

 

En sociología, nombra percepciones esquemáticas y discriminadoras que se atribuyen a ciertos grupos.

 

Michael: I believe that I’m the luckiest man on Earth.

Michael: I love you.

Michael: That’s kind of it. That’s all I have.

Claire: Hello, everyone, we’re going to move to the living room

Claire: so that we can clear some tables.

Claire: Then the newlyweds will dance.

Claire: And then, at eleven thirty, the bride and groom will cut the cake in here.

 

 

 

 

No podemos decir que haya estereotipias en la conducta de Justine, desde luego, pero sí hay veces que su conducta y su gestualidad nos resulta estereotipada. Me refiero a casos como éste

 

 

o como este.

 

 

Nos da entonces la sensación de que Justine estuviera interpretando, poniendo en escena, un estereotipo: el estereotipo de la novia femenina y enamorada. Es decir, una imagen convencional que carece de auténtico arraigo en ella.

 

Cosa que se confirma tanto en el latente gesto burlón con el que participa en esa representación

 

 

-fíjense en sus ojos-, como en los momentos en los que sale de foco y se hace evidente el cansancio que supone para ella la representación de ese estereotipo:

 

Cuando su lado maníaco predomina

 

 

puede soportar el estereotipo que tan evidentemente se manifiesta aquí

 

 

por la vía de ese distanciamiento que le permite la burla.

 

Burla hacia el estereotipo mismo y hacia su novio que lo acepta como verdadero. Lo que se percibe bien aquí

 

 

tanto como se hace también perceptible el cansancio con el que ese estereotipo pesa en ella y que aflora netamente cuando queda fuera de foco:

 

 

Pero miren, el problema de Justine es precisamente que solo puede vivir esa posición, la de la novia el día de su boda, como un estereotipo:

 

Claire: It’s just that I thought you really wanted this.

Justine: But I do.

Claire: Michael has tried to get through to you all evening

Claire: to no avail.

Justine: That’s not true.

Justine: I smile and smile and smile…

Claire: You’re lying to all of us.

 

Se dan cuenta de hasta qué punto ella quisiera vivir como verdadero eso que solo logra vivir como un estereotipo.

 

Como ven, ese es el motivo que nos impide aceptar el uso del concepto de estereotipo aquí: si llamamos estereotipo a esa posición que ella quisiera ocupar sin poder hacerlo, nada comprenderíamos de su drama.

 

O en otros términos: esa posición, en sí misma, no es un estereotipo, pero ella, cuando intenta alcanzarla, colocarse en ella, solo puede vivirla como un estereotipo.

 

Ahora bien, resulta evidente que si esa posición no fuera otra cosa que un estereotipo, no habría drama.

 

O en otros términos: si hay estereotipo aquí

 

 

no lo hay aquí:

 

 

Por tanto, insisto: no es apropiado llamar estereotipo a la posición en la que se encuentran tanto Martha como Justine.

 

Y ello en la medida en que en ambos textos reconocemos la presencia de esa misma posición, que sin embargo sólo en uno de ellos se manifiesta como estereotipada.

 

 

Por eso les invito a caracterizar esa posición, la posición femenina tal y como la reconocemos en ambos textos, como una posición simbólica.

 

Insisto: el problema de Justine, su desastre subjetivo, se produce, precisamente, en la medida en que, aunque lo intenta, no puede vivir esa posición como verdadera, y solo logra ocuparla de manera estereotipada.

 


Martin, Ethan, Martha

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Desde el interior de la casa, a través del reencuadre-umbral de cierta puerta de la que sin duda sabemos que no es la principal, aunque sigamos sin saber dónde se localiza esa puerta principal, vemos a un joven que cabalga a lo indio, sin montura, que salta ágil del caballo y se detiene en ese mismo umbral.

 

Que algo tiene que ver con Ethan lo anota tanto el modo de su llegada

 

 

-ambos a caballo, procedentes del desierto exterior, asociados a lo indio-, como el encadenado,


 

que hace emanar la figura de Martin de la de Ethan en el plano anterior y con la que, por ello, se superpone durante unos instantes.

 

 

Difieren desde luego en su velocidad, que traduce tanto la diferencia de edad como el contraste entre la agilidad del más joven y la gravedad del más viejo.

 

 

Pero hay otra semejanza que debe ser igualmente suscitada:

 

 

Ambos detenidos no en el mismo pero sí en muy semejante lugar, con semejante contraluz que presenta a las dos figuras idénticamente negras, ambas detenidas en su respectivo umbral y apoyándose en él.

 

Incluso hay un equivalente palenque al fondo de cada uno de ellos.

 

Pero en posiciones inversas -tan inversas que podríamos incluso calificarlas de especulares-, pues si ella mira hacia afuera, él mira hacia dentro; si ella apoya su mano izquierda, él apoya la derecha.

 

Y bien, ¿no les parece que podríamos deducir de todo ello

 

 

tanto el común origen, la confusión inicial -esa confusión fundante del yo por la que el individuo encuentra su yo en la Imago Primordial-, como el comienzo mismo de la separación,

 

 

del corte, de la diferenciación?

 

 

Y hay también, en ese joven que llega cabalgando con total despreocupación, una palpable interrogación que podríamos verbalizar así: si ella mira en otra dirección, si ella desea, entonces

 

 

¿quién soy yo?

 


 

Y la pregunta, de inmediato, queda prendida en ese padre simbólico que se hace presente aquí por primera vez como quien está detrás de ella, a la vez que ella, con él, aparece del otro lado del espacio en el que ahora se encuentra Martin: la cocina, un territorio lleno de alimentos -frascos, ollas, pan…- separado de ese otro, el de la mesa de comer, donde se encuentra el grupo familiar.

 

De modo que a Martin le aguarda un lugar en esa mesa.

 

Younger Debbie: Marty,

 

Como ven, Ford sigue constelando la familia en dos agrupaciones latente pero netamente diferenciadas: a un lado Ethan, Martha y Debbie, al otro -del lado en el que ahora se encuentra Martin- Aaron, Lucy y Ben.

 

Y no es menos útil anotar esto otro: que Martin y Ethan se encuentran ahora en los dos polos opuestos, pues tal es, como les decía hace un momento, el arco que dibuja la interrogación de Martin por su identidad.

 

Younger Debbie: here’s Uncle Ethan.

 

¿Quién es tío Ethan?

 

Se dan cuenta que esta pregunta que ahora se hace Martin es la otra cara de su pregunta esencial -¿quién soy yo?

 

 

De modo que las dos interrogaciones quedan conectadas.

 

Y la interrogación se temporaliza, es decir, se narrativiza: si la Imago Primordial es un presente absoluto, con el padre llega el tiempo en forma de pregunta por el origen.

 

 

La separación espacial visualizada por el marco de la cocina prolonga todavía su presencia y su utilidad.

 

Y, ciertamente, hay un momento en el que el niño debe pasar de vivir en el mundo del alimento inmediato a instalarse en ese otro mundo que es el del alimento mediado, reglado, cultural, que encuentra su ámbito apropiado en el comedor.

 

Martha: Debbie, sit down.


Martin: Evening, Uncle Ethan. Welcome home,

 

¿Cómo mira ahora Martin a Ethan?

 

Yo diría que entre ilusionado, admirado y asustado.

 

Martin: sir.

 

Y no le faltan motivos, pues tío Ethan no parece reconocerle.

 


 

Lo que casi asusta a Martha, quien interviene en seguida:

 

Martha: Martin. Martin Pawley.

 

Es casi una orden lo que hace oír el tono de voz de Martha, mujer que sin duda no carece de energía.

 

 

Pero Ethan no la acepta.

 

Ciertamente no es un padre amoroso.

 


 

Lo que nubla la mirada del muchacho

 

Martin: l’m sorry for being late, Aunt Martha.

 

El desplazamiento de la mirada de Martin, de Martha a Ethan, coloca a la primera en el lugar de mediadora entre ambos varones:

 

Martin: l’m sorry for being late, Aunt Martha.

 


La Virgen en el Juicio Final de Miguel Ángel

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Y por cierto que esa es la posición de la Virgen en el Juicio Final de Miguel Ángel:

 

 

Es posible que alguien piense: ¡Machismo! ¡Es Jesucristo quien está en el centro! ¡Deberían estar en plano de igualdad!

 

Y yo les responderé: no se apresuren, la cosa es más complicada.

 

Empecemos por el final: ¿qué ganaríamos poniéndoles en plano de igualdad?

 

Creo que nada: sólo conseguiríamos dificultar la simbolización de la diferencia.

 

Y ahora vayamos a lo otro: él, sin duda, ocupa el lugar central, erigido en el lugar de la ley.

 

Ella, en cambio, está ligeramente desplazada de ese centro, ocupando el lugar de la mediadora, de la intercesora ante la ley.

 

Pero no olviden lo otro.

 

¿Qué? Que la falda de ella, esa falda azul que cubre sus piernas y sus poderosas caderas es el azul mismo del cielo que está al fondo de todo, sólo que un poco más intenso y brillante,

 

 

haciendo que,

 

 

con solo entrar en la Capilla Sixtina,

 

 

su figura destaque de una manera extraordinaria:

 

Y bien, cuando se repara en esto, ¿no les parece que es ella la que está al fondo de todo, en el origen de todo, de modo que es él, en cambio, quien actúa de mediador entre ese origen absoluto y el mundo de los hombres?

 


Tú no eres quien crees ser

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Pues bien: tal es el papel de la ley.

 

De la ley simbólica, que no deben confundir con la ley jurídica, pero mucho menos con el poder.

 

Pues la ley es, por principio, limitación del poder.

 

Nada lo demostró mejor que el nazismo y el estalinismo: no había entonces ley alguna y por eso había un poder absoluto, propiamente totalitario.

 

Y lo confirma igualmente la corrupción: el corrupto sabe que solo burlando la ley podrá incrementar su poder y el goce canalla que de él reclama.

 

 

Como ven, tiene un largo alcance el azul del vestido de Martha, que encuentra su prolongación en la vajilla desplegada sobre la mesa.

 

Y qué bien rima el gesto duro del Dios juzgador con el de Ethan.

 

 

La manera con la que el plano se vacía traduce bien la desilusión de Martin.

 

Martin: Uncle Aaron.

 

Y no pierdan de vista este otro hecho: por lo que a Martin se refiere, todos son tíos: tío Ethan, tía Martha, tío Aaron.

 

 

 

 

 

Dos bloques, de nuevo.

 

A un lado Aarón, Lucy, Ben y Martin.

 

Al otro Ethan y Martha.

 

Pero ahora el acento no está puesto en la presencia mediadora de Martha sino en la presencia disruptiva de Ethan:

 

 

Por cierto que en la medida en que el conflicto es puesto en Martin, Debbie queda elidida.

 


Ethan: Fella could mistake you

Ethan: for a half-breed.

 

Muchacho, podrían tomarte por un mestizo.

 

Martin: Not quite. l’m eighth Cherokee. And the rest is Welsh and English.

 

Una octava parte de sangre cheroky y lo demás de galés inglés.

 

Martin: At least that’s what they tell me.

 

Por lo menos eso es lo que me han dicho.

 

Ven como se despliega la interrogación por la identidad, que es siempre, inevitablemente, interrogación por el origen.

 

Ven en acción, también, la función del padre simbólico, que podríamos verbalizar así: ¿quién te has creído que eres? Tú no eres quien crees ser; lo indio te habita.

 

Y que es la palabra de la ley la que está siendo pronunciada lo acredita el hecho de que la puerta de la ley encuadra la cabeza de Ethan.

 

Ethan: Grown some.

 

Has crecido: te ha llegado la hora de apearte de tu narcisismo infantil.

 

No eres quien crees ser. No eres ese Yo-todo-placer que has sido durante cierto tiempo.

 


 

El padre amoroso se apresura a suavizar las tensiones.

 

Aaron: lt was Ethan who found you, squalling under a sage clump after your folks had been massacred.

 

Vean por qué no usamos la versión doblada.

 

En este caso traducía así estas palabras de Aaron: Fue Ethan quien te encontró chillando debajo de un árbol después de perder a los tuyos.

 

Pero lo que Aaron dice es esto otro: Fue Ethan quien te encontró chillando bajo una mata de salvia después de que los tuyos fueran masacrados.

 

Se pierde, en la versión doblada, la mención a la masacre localizada en el origen, tanto como su contrapunto: esa mata de salvia a la que siempre se han atribuido propiedades curativas.

 

Hay pues, un enigma por lo que se refiere al origen de Martin.

 

Se nos dice muy poco de ello, pero ese poco coincide con lo que Martin sabe: precisamente lo que los que le rodean le han dicho.

 

¿Y qué otra cosa puede saber alguien sobre su propio origen? Ni más ni menos que eso: lo que los otros le han dicho -el relato que, de ellos, ha recibido.

 


Enunciación, discurso, texto

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Como ven, el enunciador de mi discurso es el enunciatario del discurso de los otros: el yo de yo soy es el del tú eres.

 

Y ese es el motivo de que el ámbito del sujeto de la enunciación no pueda ser reducido al del enunciador, sino que deba incluir la relación entre ambos, el enunciador y el enunciatario.

 

No conviene llamar sujeto al individuo mientras que no nace como enunciador de su propio discurso. Y eso solo sucede después de haber nacido como enunciatario del discurso de los otros.

 

Pero, en mi opinión, sería más correcto hablar aquí de texto que de discurso y decir que el sujeto nace como enunciador de su propio texto. Y ello porque pienso que no conviene identificar ambos conceptos, el de texto y el de discurso.

 

Hace tiempo que vengo proponiendo llamar discurso al plano semiótico del texto, es decir, al plano de los signos gramaticalmente articulados y de la significación que contienen y ponen en movimiento.

 

Pues el texto no se reduce a ese plano: en él, además de esos signos discursivamente articulados hay cierta constelación de imagos que valen por su deseabilidad o indeseabilidad, no por su significación, y hay también materia: la materia real en la que se encarnan esos signos y esas imagos.

 

 

Los personajes del film no son sólo signos, no son sólo significado, independientemente de que en ellos podamos reconocer ciertos significados –hombre, maduro, vaquero… mujer, taza, seriedad… y todo lo que ustedes quieran.

 

Pero, antes que eso, hay ahí una huella fotográfica real de un ser irrepetible en un momento irrepetible del tiempo, y eso es siempre, en el límite, irreductible a esos significados que podemos enumerar.

 

Y hay, a la vez, una figura que nos moviliza en el campo del deseo, en tanto que, como imago, suscita en nosotros relaciones de identificación que, igualmente, son irreductibles a esos significados.

 

Si en el film solo hubiera signos, en él no sucedería nada y nada de nuestro deseo se movilizaría. Con lo que el film quedaría convertido en eso a lo que la semiótica y la teoría de la comunicación tienden a reducirlo: no más que un mensaje, un contenedor-transmisor de cierta significación.

 

Pero todo cambia si lo concebimos como un texto en el sentido que les propongo den a este concepto.

 

Pues en un texto los signos están materializados en lo real y constelados por imagos identificatorias y deseantes.

 

O atiendan a este otro ejemplo: ustedes mismos, cada uno de ustedes.

 

Cada uno de ustedes es un texto: es decir, una determinada materia -corporal, biológica- en la que se hayan encarnados determinados signos -no solo porque ustedes hablan, sino porque hacen gestos, adquieren actitudes, llevan ciertas ropas, se mueven y disponen de acuerdo con determinados códigos.

 

 

Y además, se conforman a partir de determinadas identificaciones.

 

Y por cierto, ¿se dan cuenta de la importancia que en ese texto que son cada uno de ustedes tiene la declinación sexual?

 

No me refiero ahora al sexo biológico, sino al cultural: las diferencias de maquillaje y vestuario, de las maneras de estar de pie o de sentarse, de moverse, de mover la cabeza o las manos, de mirar y de sonreír.

 

Son realmente muchísimas, aunque ustedes se olvidan de ellas cuando se ponen a pensar, sobre todo cuando se encuentran aquí, en la universidad.

 

Sencillamente porque entonces pasan a primer plano los discursos cognitivos, dominados por la lógica semiótica del lenguaje: en ella ustedes, como agentes discursivos, aparecen como yoes que intercambian sus mensajes con tus.

 

Y ya les tengo dicho que yo y tu son dos palabras muy peculiares, pues carecen de género.

 

De modo que les invito a concentrarse en el asunto: obliguen a su conciencia a levantar acta de las mil diferencias por las que nuestros cuerpos se declinan en posición masculina o femenina con independencia del sexo biológico de cada cual.

 

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