13. Orden semiótico / orden simbólico

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 04/04/2008
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

 

ir al índice del seminario

 


El derrumbe de la palabra del padre y el discurso de la deconstrucción

volver al índice

Bannister: Well, bear it in mind.

Les decía que el derrumbe del padre es el derrumbe de la palabra del padre.

Y la palabra del padre es el fundamento mismo del orden simbólico.

Entendámonos: de lo que yo llamo el orden simbólico. Y como esta es una confusión que se produce con frecuencia, les diré que ello nada tiene que ver con lo que Lacan llama orden simbólico. Pues Lacan llama orden simbólico al orden de los signos y de los códigos.

Y estos, sin duda, siguen ahí a pesar del derrumbe del padre y de la caída de su palabra.

Basta, para probarlo, con escuchar a Welles, con recordar su asombroso dominio de la lengua. Recuerden que su fama, a escala de masas, le llegó por la radio, no por el teatro. La Sombra fascinó a América con sus recitados. Y luego la estremeció con La guerra de los mundos.

Y por cierto, ya hemos visto hasta qué punto la Sombra tiene que ver con el crimen.

Conviene recordarlo ahora que el crimen -el crimen contra el padre- ha alcanzado esa concreción tan extrema en nuestra investigación.

Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Welles: La planta del crimen da fruta amarga.

La planta del crimen da fruta amarga.

Welles: El crimen no merece la pena. La sombra lo sabe.

El crimen no merece la pena. La sombra lo sabe.

Y bien, conviene ahora llamar la atención sobre el otro aspecto de la Sombra: lo que hay en ella de falta de densidad, de pérdida de realidad…

Welles: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Y eso es exactamente lo que seguirá afirmando Welles 27 años más tarde en F for Fake:

a la vez que exhibe la tramoya de una película que se llama, muy expresivamente, Fraude:

Welles: Ladies and gentlemen, by way of introduction: this is a film about trickery and fraud. About lies.

Welles: Tell it by the fireside or in a marketplace or in a movie. Almost any story is almost certainly some kind of lie.

Como ven, el discurso de la deconstrucción, en estado puro.

La historia, el relato, como sinónimo de mentira.

Welles: Tell it by the fireside or in a marketplace or in a movie. Almost any story is almost certainly some kind of lie.

Pueden adivinar cuál es la verdad que va ser dicha insistentemente en la hora que sigue: que todo es un fraude.

Y cuando esa hora acabe, sin que el espectador se dé cuenta de ello, se dirá algo más:

se contará una historia que será mentira.


Nada sabe del sabor de la cosa

volver al índice

De modo que su asombroso, casi hipnótico dominio del lenguaje en nada es incompatible con esa sensación de pérdida de realidad, de fraude, que le acompañó toda su vida y que, como vengo insistiendo, es uno de los dos motivos esenciales de la elección, como argumento de The Lady from Shanghai, de una novela titulada Si muero antes de despertar.

Es decir: si no llego a despertar nunca.

El otro motivo, no hay duda posible sobre ello, es Elsa.

Ahora bien, ¿no hay, después de todo, una correlación directa de ambos motivos?

Ciertamente hay un lazo directo entre esa vivencia de desrealización y el poder de fascinación de esa imago primordial que Elsa encarna.

Y por cierto que la confirmación de ese lazo nos la da la frase final de la película, es decir, la frase que pronuncia Welles en su mismo final:

Michael: Everybody is somebody’s fool.

Michael: The only way to stay out of trouble is to grow old… so I guess I’ll concentrate on that.

Michael: Maybe I’ll live so long that I’ll forget her.

Michael: Maybe I’ll die trying.

Y sólo unos momentos antes de eso:

Michael: I went to call the cops but I knew she’d be dead before they got there.

Michael: And I’d be free.

Michael: Bannister’s note to the DA would fix it. I’d be innocent officially. But that’s a big word, “innocent.” “Stupid” is more like it.

Habita el mundo del juego y de la representación.

Y ese mundo, en su irrealidad, está en el límite mismo de la locura:

Michael: Everybody is somebody’s fool.

Michael: The only way to stay out of trouble is to grow old… so I guess I’ll concentrate on that.

Michael: Maybe I’ll live so long that I’ll forget her.

Michael: Maybe I’ll die trying.

Veíamos el otro día como esa sensación de desrealización se manifestaba emblemáticamente aquí:

Grisby: So long,

Grisby: kiddies!

En forma de esa burla que la voz de Grisby introduce al fondo.

Grisby: That’s what you’re going to say, isn’t it

Grisby: when you shoot the gun down by the boat landing?

Grisby: People come out of the bar to see what happened.

Grisby: You’re going to say, “I was just doing a little target practice.”

Grisby: Of course, really, you’re supposed to have shot me.

Grisby: And later, when nobody’s looking…

Grisby: And later, when nobody’s looking…

Grisby: you’re supposed to have thrown my corpse into the bay.

***

Grisby: So long,

Grisby: kiddies!

Elsa: Now he knows about us.

Michael: I wish I did.

No lo sabe.

Ni siquiera ahora que la ha besado.

Y ese no saber debe ser entendido en su dimensión directamente experiencial, allí donde el saber no tiene nada que ver con el entender.

Pues él, igual que habla fancy, bonito, entiende perfectamente. Y sin embargo nada sabe del sabor de la cosa: nada sabe de lo que siente, porque en cierto modo no termina de sentir nada. Y ello, el film lo establece con toda claridad, está en relación directa con su disociación en dos personajes opuestos.

Grisby: Bye-bye.

Pues esa risa burlona que suena al fondo es también la suya.

En suma, es Grisby, el otro, el que sabe lo que él, O´Hara, no sabe.


Orden semiótico / orden simbólico

volver al índice

Y es que el orden semiótico, por sí mismo, es del todo incapaz de sostener, de sujetar nuestra realidad. Es decir de sujetarnos en la realidad intersubjetiva.

Piensen también en el caso del paranoico: en su extraordinario dominio del lenguaje que se muestra del todo compatible con su instalación en el delirio.

Recuerden a Schreber siendo capaz de defenderse a sí mismo en el juicio que le permitió abandonar el psiquiátrico en el que había sido recluido.

O piensen, mejor, en Hitler, o en Stalin.

En nuestra sociedad, en la que el padre se ha derrumbado,

los signos y los códigos no sólo siguen ahí, sino que no cesan de reproducirse y multiplicarse: de hecho, cada día nacen nuevos códigos.

Hay ya en el mundo millones de ordenadores que hablan solos

-lo hacen desde el momento en que su software se activa- y hablan incesantemente entre sí, se comunican sin necesidad alguna de mediación humana.

De modo que están siempre hablando, continuamente, como habla continua, masivamente, todo el mundo.

Echen un vistazo a la televisión, por ejemplo.

Uno de los efectos más sorprendentes de la caída del padre y del consiguiente desmoronamiento de su ley ha sido que el silencio ha perdido su valor y casi todo el mundo se ha puesto hablar de manera compulsiva.

Insisto: echen un vistazo a la televisión: a esa cháchara incesante de los llamados talk-shows.

Como pueden ver, el derrumbe del padre no ha afectado para nada a eso que Lacan -pero no solo él, sino también todos los semiólogos y todos los psicólogos cognitivos- llaman el orden simbólico.

Por eso les digo que es mucho más conveniente llamar a eso orden semiótico.

Pues pienso que el orden simbólico es otra cosa.

Y una cosa que está necesaria, indisociablemente ligada a la palabra del padre. Más exactamente: al peso de su palabra.

De esto les voy a hablar ahora. De cómo el peso de la palabra del padre sostiene, da densidad a la realidad.

Y una buena manera de comenzar a hablar de ello es llamar la atención sobre lo que liga esas dos manifestaciones de lo semiótico que son la comunicación de los ordenadores y la cháchara de los talk-shows.

Pues aunque constituyen dos fenómenos semióticos de índole totalmente divergente -frente al orden y a la precisión ejecutiva de los comandos del ordenador, la imprecisión y el desorden compulsivo de los charlatanes televisivos-, hay un aspecto donde uno y otro se encuentran.

Precisamente éste: la falta de peso, la ausencia de densidad de sus signos.

Y por otra parte, hay también un territorio donde se funden: la web.

La web es una buena manifestación de eso que Lacan llama el A mayúscula, es decir, el Otro con mayúsculas -en francés Otro se escribe Autre.

La Web: esa telaraña sin centro y sin densidad que todo lo absorbe.

Los hispanoparlantes, porque traducimos web por red, traducción sin duda correcta, tendemos a olvidar que web es antes que nada, en primer lugar, telaraña.

Y ello coincide bien con la que Lacan considera como la primera y decisiva localización del Otro: la madre.

Como ven, el ordenador, la cháchara, la televisión… todo se encuentra en la telaraña.

Y muy especialmente, a la vez, el desmoronamiento de la masculinidad que nosotros, los españoles, hemos decidido proclamar incluso en Eurovisión.

Y por cierto que el reverso extremo de ese desmoronamiento de la masculinidad es algo en lo que, como les decía el otro día, también nosotros hemos colaborado en proclamar en Hollywood:

me refiero a ese psicópata de cuyo morbo su componente gay no deja de ser un rasgo explícito y fascinante.

El payaso patético o el psicópata.

Pero, del falo, nada.

Tiene razón Lacan, sin duda, en que el primer acceso del ser humano al lenguaje pasa por la madre.

Pero parece ignorar que a lo que se accede ahí es al orden semiótico, que es el orden de los significantes, pero en un registro esencialmente imaginarizado: pues todos los signos que ahí se aprenden, se aprenden en el contexto de la identificación primaria, netamente especular, con la madre.

Pero es más exacto decir: identificación primaria con la Imago Primordial, porque el niño se ve en ella, no se sabe diferente de ella, y ella, por eso, no es todavía, para él, la madre.

Y por todo ello es más exacto hablar de la identificación en la Imago Primordial.

Los signos que allí se aprenden están imaginarizados:

nombran objetos bañados por el halo de la imago primordial: el sonajero, el biberón, el chupete…

El niño va adquiriendo así el manejo del orden semiótico, es decir, de la red de significantes que conforma el código de la lengua.

Pues el significante saussuriano es una pura diferencia. Es la barra de la retícula.

Pero el signo no es sólo significante, sino también significado.

Y bien: el significado es una imago, y esa imago está bañada por el halo de la Imago Primordial.

Por eso les decía el otro día que eso que llamamos las especies es algo imaginario: categorías creadas por la retícula del lenguaje cuando se proyecta sobre lo real, y en la que nada de la singularidad de cada ser se escribe.

Y una imprescindible aclaración terminológica: Lacan, que nunca leyó a Saussure -ya es hora de decirlo-, con su habitual incorrección lingüística, llama significante al signo.

En ningún lugar se manifiesta tan nítidamente el carácter imaginario del significado del signo como en la lógica especular, reversible, del yo y del tú.

Pues en ellos no se inscribe la diferencia sexual.


-y allí parecen querer hacernos regresionar, de una manera ciertamente intimidante, los apóstoles del borrado de la diferencia sexual, al parecer decididos a escribir en los cerebros de los individuos.

A ello se debe, dicho sea de paso, la índole alienante del orden semiótico:

en el yo no me escribo.

No puedo escribirme.

No puedo escribirme porque no puedo escribirme de otra manera que como yo.

Por eso considero un error llamar a la madre el Otro.

O dicho con mayor precisión: llamar Otro a la madre es confundirlo todo.

Y sobre todo, es diluir la importancia de ese auténtico Otro que es el padre.

El padre es el auténtico Otro, es decir, el tercero que alumbra al primero y al segundo, en la misma medida en que introduce el corte que los separa.

Su primer acto distintivo consiste en introducir, desde su posición tercera, la palabra no. Y, con ella, la prohibición y la ley.

No es, desde luego, que la madre no diga no. Es que el no de la madre es reversible o aniquilante.

El no del padre, en cambio, puede ser más neto y distante: cobra la forma de la puerta cerrada, la prohibición y la fundación del inconsciente.

Y también: de la promesa, del relato. De eso que da su densidad experiencial, en el campo del habla, al orden simbólico.

(Un desarrollo del significado de esta batería de gráficos puede encontrarse en Lo Real, en Trama y Fondo nº 28, 2010)

 

 

ir al índice del seminario