1. El Monstruo y la Diosa

Frankenstein, Caligari, La novia de Frankenstein

 

 

 

Jesús González Requena
El Monstruo y la Diosa (James Whale, Mary Shelley)
Seminario impartido en el
Seminario de Investigación II de la Maestría en Comunicación y Medios
Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura IECO/FACARTES
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá
18/02/2010
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 


La interrogación por lo monstruoso

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El lugar donde el artista coloca su firma es siempre un lugar significativo, pues es mucho lo que cada uno se juega en su propio nombre.

En el caso de James Whale, el lugar escogido es ese rostro confuso, de límites desdibujados, en torno al cual giran multitud de ojos.

Pero decir sólo esto resulta insuficiente.

Hay que añadir que existe una incógnita, una palpable interrogación en ello.

Fíjense bien: pone Directed by James Whale, desde luego, pero vean la interrogación que aparece de pronto a continuación del by.

Y esa interrogación crece progresivamente

hasta eclipsar el nombre del cineasta y sustituirlo por la expresión The Monster.

¿Es James Whale, entonces, el monstruo insomne cuyas desmesuradas ojeras acreditan su neta filiación expresionista?

De lo que no hay duda, en cualquier caso, es de que la idea del ser monstruoso formaba parte de manera muy íntima de su experiencia vital pues, de lo contrario,

¿cómo podría haber creado un monstruo tan conmovedoramente inolvidable?

Ahora bien, es obligado añadirlo, esa idea, la del componente monstruoso de lo humano que cobrara una forma tan definida a principios del siglo XIX, con el Romanticismo, en las primeras décadas del siglo XX se había extendido y había calado en profundidad en Europa.

Y James Whale era, como ustedes seguramente sabrán, inglés, y como todos los hombres del teatro y del cine inglés de su tiempo estaba profundamente influido por esa segunda parte, aún más oscura, del romanticismo, que fuera la del expresionismo alemán.


Caligari y Frankenstein

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Presentador: ¿Cómo están ustedes? El sr. Carl Laemmle opina que no sería correcto presentar esta película sin antes hacerles una advertencia.

Presentador: Estamos a punto de contar la historia de Frankenstein. Un hombre de ciencia que quiso crear a un hombre a su imagen y semejanza, sin contar con Dios.

Presentador: Es una de las historias más inquietantes jamás contadas, pues plantea los dos grandes misterios de la creación: la vida y la muerte.

Presentador: Creo que les estremecerá. Puede que les asuste.

Presentador: Incluso podría horrorizarles.

Presentador: Por eso, si alguno de ustedes no desea pasar por un trago así, ahora tiene la ocasión de…

Presentador: Bien, les hemos avisado.

Es notable la resonancia, en estas imágenes iniciales de Frankenstein, de una presentación no menos espectacular que tuvo lugar en los orígenes del cine expresionista.

Pues así presentaba el doctor Caligari su propio espectáculo:

Caligari: ¡Pasen y vean! La maravilla… tiene 23 años, y duerme desde hace 23 años… sin interrupción. Noche y día… Cesare resucitará ante sus ojos de la catalepsia… ¡Pasen y vean!

Como pueden constatar, se habla, aquí como allí, del poder supremo sobre la vida y la muerte, a la vez que, claro está, se nos convoca a participar de un espectáculo que se alimenta de tales magnitudes experienciales.

Y, por eso, también la desbordante gestualidad de Caligari

encuentra su eco en el presentador de Frankenstein:

Imposible dudarlo: James Whale vio aquel gran éxito mundial de 1920 a través del cual el expresionismo, con su mórbida imaginería, se instaló en las pantallas cinematográficas mundiales.

Y así, el monstruo al que dio a luz diez años más tarde, en 1931, no podía ocultar su filiación en el Cesare de Caligari:

La puerta que se abre,

dejando ver la figura alta y toda ella vestida de riguroso negro,

que da paso a un gran primer plano del rostro mórbido

al que sigue un gesto de las manos abiertas e implorantes.

Y lo mismo podemos decir de sus amos o creadores:

Frankenstein: Miren. Se mueve. Está vivo. ¡Vivo! Está vivo.

Frankenstein: Se mueve. Vivo. Está vivo. ¡Vivo!

Frankenstein: ¡Está vivo!

Victor: ¡Henry, en nombre de Dios!

Frankenstein: ¿En el nombre de Dios? Ahora sí lo que …

Muy semejante histrionismo,

la misma combinación de ciencia y esoterismo

Y sobre todo: una común locura megalomaníaca.

Una locura que se manifiesta, al modo expresionista, con las más acentuadas contorsiones corporales:

Caligari: Tengo que saberlo todo… tengo que penetrar en el secreto. Tengo que ser Caligari…

Frankenstein: Muerto, ¿eh?

(El dr. Waldman asiente con la cabeza)

Frankenstein: Bonita escena, ¿no es cierto? Un loco

Frankenstein: y tres espectadores muy cuerdos.

(Rayo y relámpago)

Frankenstein: ¡Sí!

De hecho, la más brillante idea escenográfica de la creación

-el ascenso del cuerpo todavía sin vida hacia el el techo abierto- permite a Whale filmar una y otra vez a Frankenstein en posiciones contorsionadas de su cuerpo

que encuentran su expansión, aún más caligariana,

en la figura de su jorobado ayudante.


La entronización de una diosa

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Lo que alcanzará su máxima expresión 3 años más tarde, en La novia de Frankenstein.

Este hombre, Frankenstein, que aguarda a que algo descienda del cielo se nos antoja, en la imagen, un ser deforme, contrahecho.

Tan torturadamente monstruoso como fascinada es la mirada con la que aguarda eso, sea lo que sea, que desciende.

Y bien, no hay duda de que se trata de una mujer.

De modo que en ella reside el núcleo del enigma.

(un vago gemido)

¿Por qué ha introducido Whale a este segundo personaje inexistente en la novela, el doctor Petrorius?

Frankenstein: ¡Vive! ¡vive!

¿Será para hacer posible esta simetría compositiva que realza y centra el nacimiento de esta mujer?

Es el mismo motivo por el que hay dos lámparas, colocadas cada una de ellas sobre cada uno de esos hombres y cuya función es meramente compositiva: pues les ilumina muy poco a ellos, siendo ella la que, contra lo previsible, tiene el centro de la luz.

Doble plano semisubjetivo, entonces.

Doble fascinación.

En la que sin duda late la memoria visual de otra entronización semejante: la que en 1927 había tenido lugar en Metropolis:

Como ven, ellos comparecen ahí como dos doncellas fascinadas ante su señora, como dos damas que sujetan y despliegan la cola del vestido de la novia,

Petrorius: La novia de Frankenstein.

No pueden negármelo: esta es una apoteosis gay.

La música, con sus campanas, posee los tonos de la entronización de una diosa.

Ella se vuelve atraída por Frankenstein.

Parece marearse en su presencia.


La risa de la Diosa y el miedo del monstruo

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¿Y el monstruo?

Se darán cuenta de que el monstruo tiene miedo.

¿Y ella?

Monstruo: ¿Amiga?

Novia de Frankenstein: ¡Ja! ¡Ja!

Ella se burla.

Pero la intensidad del anhelo del monstruo tapa esa burla.

Monstruo: ¿Amiga?

Tiene lugar entonces el primer grito.

Novia de Frankenstein: ¡Ahhhhh!

Al que sigue un paso de danza.

Petronius: ¡Atrás! ¡Atrás!

Y el monstruo, enamorado, tiembla.

Llega, entonces, el segundo grito:

Novia de Frankenstein: ¡Ahhhhhhhh!

Monstruo: Me odia. Igual que los demás.

Frankenstein: ¡Cuidado! ¡La palanca! ¡Aléjate de ella!

Petrorius: Harás que saltemos por los aires.

Elisabeth: ¡Henry!

Elisabeth: ¡Abre la puerta! ¡Henry!

Frankenstein: ¡Fuera! ¡Vete!

Elisabeth: ¡No me iré sin ti!

Frankenstein: ¡No puedo dejarles aquí! ¡No puedo!

Monstruo: ¡Márchate! ¡Vive! ¡Vete!

Frankenstein: Tu quedar.

Frankenstein: Nosotros pertenecer al mundo de muertos.

Nosotros pertenecer al mundo de muertos.

Estremecedor enunciado éste, que nos devuelve con total intensidad la pasión mortífera que recorrió Occidente a lo largo de los años treinta.

Novia de Frankenstein: ¡Gggggg!

Y este es el tercer grito, el definitivo.

¿Se dan cuenta ustedes de que tiene una cualidad diferente?

Es un grito largo, prolongado, desgarrador.

Novia de Frankenstein: ¡Gggggg!

Y feroz.

Tan destructivo, como aniquilante.

La torre, entonces, estalla desde su propio interior.

Y, necesariamente, se desmorona.

Sé que les va a chocar, pero les pido que acepten, siquiera provisionalmente, reconocer en este desmoronamiento de la torre el desmoronamiento mismo del falo, de la referencia simbólica fálica, como un dato mayor de la tragedia en la que se abismó Europa en los años veinte y treinta.

Me conformo, tan sólo, con que ensayen esta hipótesis. En lo que sigue les ofreceré todo tipo de argumentaciones suplementarias en su respaldo.

Nada queda de esa torre, salvo un montón de cenizas.

Y un final imposible.

Frankenstein: Cariño. Cariño.

Y que, por tal, es objeto de un comentario burlón.

La película se acaba, pero, entonces, de nuevo,

aparece, la interrogación:

¿Quién es The Monster’s Mate, la pareja sexual del montruo?

Y esa interrogación nos devuelve al principio

donde ya fue formulada y en los mismos términos que en Frankenstein:

¿Quién es The Monster’s Mate, esa pareja sexual del monstruo -y por ello mismo, necesariamente, también ella monstruosa?