9. Ética: Freud vs Lacan

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2017/2018
sesión del 17/11/2017 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

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El ideal de la formación ética

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Quisiera comenzar hoy fijando algunas ideas que no sé si quedaron suficientemente claras el último día.

 

La primera tiene que ver con la relación entre la inversión de la canción de Sam y la llegada de Ferrari.

 

Les decía que la canción se organizaba sobre la lógica más primaria, la del todo y el nada de la relación dual.

 

Pues bien, con la llegada de Ferrari -figura emblemática del yo realidad- viene a introducirse una dialéctica que da salida a esa relación tan extrema:

 

Sam: Who ‘s got nothing?

Público: We got nothing

Sam: How much nothing

Público: Too much nothing

Sam: Say nothing’s not a awful lot But knock on wood.

 

Y el tocar madera de la letra coincide con el momento en que Ferrari se sienta en su silla.

 

Sam: Now who’s happy

Público: We’re all happy

Sam: Just How happy

Público: Very happy

 

Con Ferrari se asienta el yo del principio de realidad. El que calcula las vías para alcanzar el placer dentro del mapa de la realidad.

 

Con ello, se dan cuenta, salimos de la dialéctica extrema, y potencialmente letal, del todo / nada, para introducir el algo, el quizás luego, el cerca y el lejos, el aquí y el allí...

 

 

Pero frente a la complacencia de Ferrari, se encuentra la amargura de Rick, tanto como un fondo de desprecio que le alcanza a él mismo en espejo.

 

¿A qué se debe esa amargura?

 

¿A la pérdida de ese mundo anterior al algo y sus cálculos, donde solo reinaba la exigencia del principio del placer, o a cierto juicio moral dictado por el superyó?

 

Lo notable es que en la prosecución de la escena se nos presentan como actuantes ambas causas.

 

Ferrari: What do you want for Sam?

 

Por una parte, es evidente que Rick formula un enunciado ético

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

que, en cuanto tal, exige una renuncia pulsional: la renuncia a mercadear con seres humanos.

 

Ferrari: That’s Casablanca’s leading commodity.

 

Seres humanos y/o mercancías.

 

La diferencia de posición entre Ferreri y Rick es la del que pone a ambos términos en una ecuación de igualdad frente a quien los pone en términos de oposición.

 

Pero tampoco debemos perder de vista que, tras el enunciado universal, late uno singular, dado que ese enunciado universal responde a una pregunta formulada en singular:

 

Ferrari: What do you want for Sam?

 

Y Sam, ya saben, es para Rick el aroma sonoro de su relación con Ilsa.

 

Así pues, en el rechazo de Rick, también en la amargura que emerge en él cuando se reconoce partícipe de los modos de Ferrari, se manifiestan a la vez tanto el anhelo del todo originario como la ley que reclama la renuncia pulsional.

 

Esa sorprendente conexión de ambos planos es la que se escucha en la respuesta de Sam:

 

Rick: Ferrari wants you to work for him at the Blue Parrot.

Sam: I like it fine here.

Sam: He’ll double what I pay you.

Sam: But I ain’t got time to spend money.

 

Como ven, la memoria del placer originario que Sam encarna desconoce totalmente los cálculos del yo realidad.

 

Ahora bien, ¿no consistiría en eso el ideal de la formación ética de los individuos?

 

Quiero decir, que el enunciado ético que supone una renuncia pulsional pueda permanecer bañado por la impronta del placer originario.

 


El principio de realidad y el goce perverso

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Por otra parte, esa amargura de Rick llama nuestra atención sobre cierto lado perverso del rostro de Ferrari, que no deja de estar relacionado con la economía objetual que practica: busca un placer dosificado de acuerdo con los límites -las precauciones- que el principio de realidad establece.

 

Por eso su goce es limitado, parcial, perverso -oigan esta expresión en sentido técnico.

 

Está atrapado por la dialéctica de los objetos, no puede aceptar ese atravesamiento central y radical del objeto que constituye el acto sexual.

 

 

Por otra parte, como les decía, la amargura de Rick viene provocada porque se reconoce a sí mismo en los cálculos de Ferrari.

 

Y es que, como les decía, cosas de ese orden son algo que hace con frecuencia Rick. Así, por ejemplo, con Yvonne.

 

 

Uno de ustedes suscitaba el último día muy oportunamente su semejanza con

 

 

Ilsa.

 

Es cierta.

 

Como no es menos cierto que Yvonne no puede dar la talla de Ilsa.

 

 

Ahora bien, sin duda ese vago parecido no ha escapado a Rick.

 

 

Rick ha jugado con él: ha utilizado a Yvonne como un objeto que ha tratado de poner en el lugar de Ilsa.

 

Pero no pongan el acento en el hecho de que la haya tratado como a un objeto, porque perderían de vista lo que en el film sucede.

 

El problema estriba más bien en que la ha tratado como a un objeto degradado y, en cuanto tal, en su degradación, incapaz de ocupar el lugar del objeto originario.

 

Recuerden, por lo demás, que esa posición de objeto degradado era algo que experimentaba en directo el espectador: ese espectador que había entrado en el cine en cuya fachada se encontraba pintado el bello rostro de Ingrid Bergman en tamaño gigante.

 


Freud vs Lacan: la ética y la renuncia pulsional

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Y ahora una consideración teórica.

 

Les he llamado la atención sobre el carácter ético de este enunciado:

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

argumentándoles que es tal porque contiene la exigencia de una renuncia pulsional: la que reclama renunciar a convertir a los seres humanos en mercancías para así obtener beneficio de ellos o a costa de ellos.

 

¿Qué les parece esta idea, quiero decir, la de definir la conducta ética como la que impone una renuncia pulsional para realizar un principio ético?

 

¿Les parece coherente con la teoría psicoanalítica?

 

Pero habría que preguntar más bien, ¿con qué teoría psicoanalítica?

 

Pues es del todo contradictoria con lo que Jacques Lacan denomina la ética del psicoanálisis en su Seminario 7:

«Si hay una ética del psicoanálisis -la pregunta se formula-, es en la medida en que, de alguna manera, por mínima que sea, el análisis aporta algo que se plantea como medida de nuestra acción -o simplemente lo pretende.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 370]

 

La fórmula condicional de este enunciado –si hay una ética del psicoanálisis…- da al mismo el carácter de una pregunta, a la vez que sugiere una respuesta positiva que va a ser aportada solo tres páginas más adelante -Y tengan en cuenta que nos encontramos en el último capítulo, el de llegada, por decirlo así, de ese seminario:

«porque sabemos reconocer mejor que quienes nos precedieron la naturaleza del deseo (…), un juicio ético es posible, que representa esta pregunta con su valor de Juicio Final -¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? Esta es una pregunta que no es fácil sostener. Pretendo que nunca fue formulada en otra parte con esta pureza y que sólo puede serlo en el contexto analítico.

 

A ese polo del deseo se opone la ética tradicional.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p. 373]

 

Como ven, Lacan afirma que hay una ética del psicoanálisis porque hay, desde el punto de vista de éste, un juicio ético posible: el que se establece a partir de una pregunta a la que da el carácter de definitiva, dado el valor de Juicio Final que se postula para ella-¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?

 

De modo que la conducta ética sería aquella en la que el acto fuera conforme con el deseo del sujeto, es decir, el que apuntara a su realización. Y ciertamente, tal es lo explícitamente afirmado pocas páginas más tarde con toda rotundidad:

«Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 379]

 

Y por cierto que en esta nueva afirmación que viene a confirmar la anterior, se incluye el asunto de la culpa, compañero inevitable de la reflexión ética.

 

De modo que, sostiene Lacan, el acto ético es aquel que es conforme con el deseo del sujeto, tanto como el acto no ético, el acto culpable, es aquel en el que el sujeto cede -es decir: renuncia- a su deseo.

 

Se habrán dado cuenta, supongo, de la neta contradicción existente entre la definición del acto ético que les he propuesto antes -uno que, en aras de una mejora cultural, reclama una renuncia pulsional- y la que ofrece Lacan.

 

Debo añadir ahora que la que yo les he propuesto a ustedes es, estrictamente, la definición freudiana:

«Ético es quien reacciona ya frente a la tentación interiormente sentida, sin ceder a ella. Pero quien alternativamente peca, y luego, en su arrepentimiento, formula elevados reclamos éticos, se expone al reproche de que arregla las cosas de manera harto cómoda. No ha realizado lo esencial de la eticidad, la renuncia, pues la vida ética es un interés práctico de la humanidad.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 175]

 

Conducta ética es para Freud la que no cede a la tentación interiormente sentida, es decir, la que no cede al deseo, la que resiste la exigencia pulsional.

 

De modo que el rasgo mayor, esencial, definitorio de la conducta ética es la renuncia.

 

Que lo contenido de este párrafo constituía una firme convicción freudiana es algo que resulta indiscutible por como el propio Freud se reafirmó en ello en una carta de contestación que escribió a una reseña que Theodor Reik, uno de sus discípulos, publicara sobre este texto y en la que ponía en cuestión la concepción de la eticidad sostenida por Freud:

«Mantengo mi creencia en una norma social de ética científicamente objetiva y por eso no discuto el derecho del excelente filisteo a que su conducta sea considerada buena y moral, aunque le haya exigido muy escasa conquista de sí.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 174]

 

Por una nota de James Strachey conocemos el comentario de Reik:

«Reik había escrito: “La renuncia fue otrora el único criterio de la moralidad; hoy es uno entre muchos. Si fuera el único, el excelente ciudadano y filisteo de torpe sensibilidad que se somete a las autoridades, y cuya falta de imaginación torna mucho más sencilla su renuncia, sería éticamente muy superior a Dostoievski”.»

 

En todo caso, lo aquí expresado por Freud es del todo congruente con lo que afirmará podo después en El malestar en la cultura sobre las dificultades de la cultura para contener la pulsión de destrucción de los hombres y del papel de la ética en esa tarea:

«El superyó de la cultura ha plasmado sus ideales y plantea sus reclamos. Entre estos, los que atañen a los vínculos recíprocos entre los seres humanos se resumen bajo el nombre de ética. En todos los tiempos se atribuyó el máximo valor a esta ética, como si se esperara justamente de ella unos logros de particular importancia. Y en efecto, la ética se dirige a aquel punto que fácilmente se reconoce como la desolladura de toda cultura. La ética ha de concebirse entonces como un ensayo terapéutico, como un empeño de alcanzar por mandamiento del superyó lo que hasta ese momento el restante trabajo cultural no había conseguido.»

[Freud: (1929): El malestar en la cultura, p. 137-138]

 

Rick: I don’t buy or sell human beings.

 

Presentemos juntas las citas de uno y otro autor para hacer más palpable la oposición entre sus posiciones respectivas:

 

«porque sabemos reconocer mejor que quienes nos precedieron la naturaleza del deseo (…), un juicio ético es posible, que representa esta pregunta con su valor de Juicio Final -¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? Esta es una pregunta que no es fácil sostener. Pretendo que nunca fue formulada en otra parte con esta pureza y que sólo puede serlo en el contexto analítico.
A ese polo del deseo se opone la ética tradicional.»

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 373]

«Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo

[Lacan (06/07/1960): La ética del psicoanálisis p 379]

«Ético es quien reacciona ya frente a la tentación interiormente sentida, sin ceder a ella. Pero quien alternativamente peca, y luego, en su arrepentimiento, formula elevados reclamos éticos, se expone al reproche de que arregla las cosas de manera harto cómoda. No ha realizado lo esencial de la eticidad, la renuncia, pues la vida ética es un interés práctico de la humanidad.»

[Freud (1927): Dostoievski y el parricidio, p. 175]

 

Es un hecho que lo neto de la oposición entre lo afirmado por Freud y lo afirmado por Lacan sobre la ética resulta especialmente patente en el uso, en sentido opuesto, de una misma palabra: la palabra ceder.

 

Para Freud, la conducta ética exige no ceder al deseo, mientras que para Lacan consiste en no ceder en el deseo.

 

O en otros términos: renunciar -Freud- o no renunciar -Lacan- en el campo del deseo.

 

Y lo mismo supone, por tanto, por lo que se refiere a la culpa.

 

Si en Freud la culpa aparece por la presión del superyó cuando el yo ha renunciado a cumplir uno de sus mandatos, en Lacan, en cambio, la culpa aparece en el caso opuesto: cuando el yo renuncia a cumplir su deseo.

 

Y supongo que se darán cuenta de que eso supone, sencillamente, negar la culpa, rechazarla totalmente, cosa que sin duda habría de entusiasmar a buena parte del mundo intelectual europeo de esa década de los sesenta que acababa de comenzar cuando Lacan terminaba de impartir su seminario.

 

No entiendan que les esté presentando a Freud como una fuente incuestionable desde la que descalificar otras.

 

En ciencia no existen las fuentes incuestionables. Por principio, todas son cuestionables. Pero para poder comprender y apreciar una y otra propuesta es necesario delimitar cada una de ellas, poder comprenderlas en su diferencialidad.

 

Una pregunta, a este propósito, es obligada: ¿por qué no reconoce Lacan que su posición sobre la ética es exactamente la opuesta a la de Freud, en vez de presentarla como una deducción lógica de los presupuestos freudianos?

 

Pues, como ustedes saben, Lacan siempre se presentó como el directo heredero teórico de Freud, como su mejor y más fiel intérprete.

 

¿Desconocía el texto de Freud Dostoievski y el parricidio?

 

Si lo conocía -y es bien probable, dada la insistencia con la que retorna una y otra vez al tema del parricidio a lo largo de sus seminarios-, mentía cuando presentaba su reflexión ética como heredera directa del psicoanálisis freudiano. Si no lo conocía, eso diría bien poco de su autopresentación como el mejor especialista en la obra de Freud.

 

En cualquier caso, ya hemos mostrado en qué medida la misma noción de la ética está presente en El malestar en la cultura, texto insistentemente citado por Lacan, tanto en el seminario La Ética del psicoanálisis como en tantos otros.

 

Pero miren, el asunto más notable ya no es que Lacan lo supiera o no lo supiera, asumiera conscientemente su impostura o se deslizara en ella sin darse cuenta. Lo realmente llamativo, dado que su seminario sobre la ética es uno de los más conocidos y citados, es que nadie, en el mundo lacaniano, se haya dado por enterado de la existencia de esta abultada contradicción.

 

Y ello, sobre todo, porque esta cuestión de la ética no puede para nada ser considerada marginal, dado que afecta de manera central a esa estructura teórica mayor del psicoanálisis que es el Edipo. No solo porque la ética llega con el superyó en esa su fase final que es la del sepultamiento del complejo de Edipo, sino también porque se encuentra implícitamente implicada en él desde su comienzo mismo.

 

Pues díganme: si la máxima ética lacaniana reclama no ceder en el deseo ¿no entra en contradicción directa con esa primera ley que es la prohibición del incesto? Esa ley que prohíbe precisamente ese mayor deseo que es el originario deseo incestuoso…

 

¿No late en la posición lacaniana, tal y como se manifiesta en el seminario sobre la ética, aquella interpretación ingenua del psicoanálisis que hicieran los surrealistas y según la cual toda represión era impugnada en nombre de la libertad absoluta del deseo?

 

En rigor, lo máxima mayor de la ética del psicoanálisis lacaniana, en tanto que desafía toda represión, incluida por tanto esa primera represión que introduce el Edipo, parece más bien una invitación a la psicosis.

 


Ética y concepción del mundo

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Por lo demás, permítanme que les diga que Freud no hubiera aceptado nunca la existencia de una ética del psicoanálisis.

 

El motivo para ello es obvio: para él el psicoanálisis era una ciencia.

 

Y del mismo modo que no tiene sentido hablar de la ética de la física o
de la ética de la química, carece de sentido hablar de la ética del psicoanálisis.

 

Tiene sentido, en cambio, hablar de ética estoica, de ética cristiana o de ética comunista.

 

¿Por qué?

 

Porque la proposición de un sistema ético -no digo de una teoría de la ética, sino de un conjunto sistematizado de principios éticos- es algo característico de una concepción del mundo.

 

Les invito, a este propósito a que lean la última de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932), la treinta y cinco, que lleva por título En torno a una cosmovisión.

 

Allí explica Freud por qué el psicoanálisis, en tanto disciplina científica, no puede ser una concepción del mundo y que debe limitarse a hacer suya la concepción científica del mundo.

«el psicoanálisis. Como ciencia especial, una rama de la psicología -psicología de lo profundo o psicología de lo inconciente-, es por completo inepta para formar una cosmovisión propia; debe aceptar la de la ciencia.»

[Freud (1932): Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis]

 

Pero, añade de inmediato, como concepción del mundo, la científica es netamente decepcionante, pues, por su propio carácter científico, no puede dar lo que las concepciones del mundo dan: explicaciones completas del mundo, de su origen y su sentido, y, por ende, una fundamentación totalizante de la condición y de la conducta humana.

 

De modo que postular la existencia de una ética del psicoanálisis equivale a dejar de pensar al psicoanálisis como una ciencia para comenzar a pensarlo como una concepción del mundo.

 

Y claro está; donde hay concepciones del mundo hay también, siempre, profetas.

 

Tal es lo que sucede progresivamente a lo largo de la obra de Lacan, quien comenzó siendo el abanderado de la reivindicación del psicoanálisis como ciencia para ir cuestionando cada vez más acentuadamente este presupuesto hasta concluir en una impugnación radical del carácter científico del psicoanálisis.

 

Pero no voy a detenerme en ello ahora: si les interesa ese historial, no tienen más que descargar en mi web un artículo que se llama El punto de quiebra del discurso lacaniano. Disponible aquí

 

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