Introducción

Giotto, La adoración de los Magos, Capilla Scrovegni, Padua

Jesús González Requena
Los 3 Reyes Magos. O la eficacia simbólica
1ª edición: Ediciones Akal, Madrid, 2002
ISBN: 84-460-1735-0
de esta edición: www.gonzalezrequena.com, 2018

 

 

 

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La supervivencia del rito

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La adoración de los Magos – Codex Egberti – Stadtbibliothek Trier

En un presente como el nuestro, configurado por los discursos de la modernidad y, en esa misma medida, seguro de haber superado los últimos vestigios del pensamiento mítico, es un lugar común responder, a quien afirma algo que se concibe como obviamente insostenible que, decir tal cosa, es como creer en los Reyes Magos. De suerte que esta expresión estigmatiza como ingenuo, infantil, incluso bobo, todo aquello donde las creencias anidan contra la contundencia de los hechos.

Debería deducirse de ello la desaparición definitiva del ritual que sobre esa creencia se sustenta. Y, sin embargo, es un hecho que el rito navideño de los Reyes Magos manifiesta una inesperada capacidad de supervivencia. Que se trata de una supervivencia real lo demuestra la carga emocional que acompaña a su celebración: los gestos, los signos y los actos que desempeñan en él padres e hijos son bien diferentes de los que acompañan a aquellos otros ritos que se ejecutan vacíos de todo afecto, no más que como una obligación que sólo se acata por respeto a los usos sociales; este, por el contrario, es vivido como emocionalmente denso, a la vez cargado de tensión y de afecto. Sin embargo es esta una supervivencia contradictoria. Pues los que lo practican, aun cuando se saben afectados por esa densidad emocional, no dudan, en la mayor parte de los casos, de proclamar su descreimiento. Afirman, por eso, que tampoco ellos creen en los Reyes Magos. Pues, ¿no son ellos, después de todo, quienes compran los regalos y los depositan cuidadosamente bajo la ventana, junto al Belén o al árbol de Navidad?

De manera que el rito sobrevive aun cuando el mito que lo funda -la historia de los Reyes Magos- es vivido como anacrónico y, en esa misma medida, insostenible. ¿Se reduciría entonces la supervivencia del rito no más que a una concesión al sentimentalismo, a un anacrónico resto del pasado destinado, como tantos otros, a su extinción?

El caso es que los que participan en el rito, aun cuando afirman no creer ya en los Reyes Magos, no quieren, a pesar de todo, al menos por lo que se refiere a sus propios hijos, prescindir de él. Recuerdan todavía la emoción con la que, en su propia infancia, aguardaran aquellos regalos y quieren que sus hijos, aunque sólo sea por unos pocos años, puedan participar de ella. De manera que, después de todo, su descreimiento no cuestiona finalmente la vigencia del rito, sino que, más bien, la confirma de una extraña manera: pues aunque afirman no creer en él, siguen, sin embargo, interviniendo en el ritual, haciendo posible su supervivencia. Diríase, por ello, que su participación termina probando que, a pesar de todo, algo en ellos mismos sabe de su utilidad, a la vez que su insistente afirmación en tal descreimiento indica que, desde luego, nada entienden de eso que saben.

Pues saben, sin entenderlo, que ese ritual posee una secreta eficacia -y en esa medida intuyen que nada sería igual, que algo, después de todo, faltaría, si el ritual mismo no tuviera lugar. Es decir: la conocen en el sentido más elemental del término, en ése, por ejemplo, que tan bien se manifiesta en la expresión conocer varón o conocer mujer -pues es de sobra evidente que tal conocimiento, tal saber que es el resultado de un acto de saborear, en nada se ve acompañado por el entendimiento: el hecho de la diferencia sexual no pierde, con ello, nada de su opacidad.

Ahora bien, ¿cuál podría ser la índole de esa eficacia que les conduce a participar en un rito del que afirman descreer?

Responder a esta pregunta es la intención del libro que el lector tiene ahora entre sus manos. Pero abordarla exige dejar en suspenso las ideas previas, los lugares comunes con los que habitualmente descartamos la cuestión: pues de ellos sólo podríamos deducir la ineficacia, el absoluto anacronismo de ese ritual en el que, sin embargo, se participa. Pues si son los hechos los que impulsan al hombre moderno a descartar toda verdad en el relato de los Reyes Magos, no es menos cierto que la supervivencia misma del rito en el que se encarna constituye a su vez un hecho que debe ser atendido.

En todo caso, acceder a la comprensión de esa eficacia exige tomar una cierta distancia frente a los prejuicios que la ciegan. Y, muy especialmente, frente a esa altiva incredulidad, tan característica del pensamiento de la modernidad, que nos empuja a descartar como mistificación todo lo que con los mitos tiene que ver.

Pues la supervivencia, en el mundo de la Modernidad, del rito de los Reyes Magos, manifiesta la coexistencia de, por decirlo así, dos formaciones culturales diferenciadas. De una parte, la que caracteriza a la cotidianeidad del mundo moderno, funcional y objetivo, en el que no parece haber lugar alguno posible para seres tan vagos, propiamente mitológicos, como los Reyes Magos. De otra, en cambio, esa excepción navideña, vacacional y festiva, en la que, con todo, los Reyes Magos manifiestan su presencia, constituidos en portadores de unos regalos cuyo color y densidad emocional procede, sin duda alguna, del universo del mito.

Y bien, si la contradicción es real, si dos series de hechos manifiestan su consistencia antagónica, nada puede ser tan inútil como intentar suprimir la contradicción imponiendo, a una de ellas, las categorías de la otra. Pues entonces sólo se logra enmascarar una contradicción que, por ser real, sigue presente en cualquier caso. Por eso, el expediente convencional, por el cual juzgamos la supervivencia del rito con las categorías y presupuestos que rigen nuestra vida cotidiana y que nos conducen a dictaminar lo ingenuo y finalmente absurdo de esa supervivencia, sólo sirven para hacernos inaccesible la lógica interna que preside ese tiempo de excepción en el que el rito, y con él el mito que lo preside, despliega su especial eficacia.

Los regalos que el niño recibe encuentran su valor en relación con los que recibiera un niño mítico recién nacido. Por eso es excepcional la noche que les precede: en ella se conectan, por mediación de los Magos, el universo cotidiano del niño que aguarda sus regalos con el universo del mito en el que nació el hijo de un dios. Y esos padres que alimentan la supervivencia del rito aun cuando afirman no creer en el mito que lo anima, cuentan en cualquier caso al niño ese relato mítico sin el cual el rito ya no tendría sentido. Y el niño, durante un tiempo al menos, cree en él. Sea cual sea la índole de su eficacia -esa que intuyen borrosamente los padres que sienten necesario suspender su incredulidad cuando hablan al niño, cuando le dicen que debe escribir no a cualquiera sino a los Reyes Magos, que estos le traerán regalos- está, en cualquier caso, ligada a la creencia del niño. Es decir: se alimenta de su aceptación -en ello independiente de la incredulidad de sus padres- de ese mito como un relato verdadero.

Juan Bautista Maino: Adoración de los Magos, detalle, Museo del Prado, Madrid


Una eficacia simbólica

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Juan Bautista Maino: Adoración de los Magos, Museo del Prado, Madrid

Tal es, sin duda, la condición primera del mito: que aquel que lo escucha lo reciba a la vez como verdadero y como perteneciente a un tiempo otro, esencialmente separado del cotidiano: un tiempo fundador y, en esa misma medida, sagrado. (1)

¿Por qué no, entonces, prestarle, cuando menos, una atención semejante a la que concedemos a los mitos de las culturas más alejadas de la nuestra? No es más que esto lo que pedimos al lector que quiera acompañarnos en la reflexión que proponemos. Pero hacerlo equivale a llamarle la atención sobre esa curiosa disonancia: la que opone el interés con el que escucha los mitos de las culturas más alejadas, al desprecio con el que rechaza los pertenecientes a la suya propia. Sabemos el motivo: la patrimonialización de esos mitos por ciertas instituciones religiosas de las que, por los más variados motivos históricos, se desconfía. Conducta en todo caso ella sí ingenua, pues olvida que siempre podría encontrar, en las otras culturas, motivos semejantes. Románticamente ingenuos, pues, ante los mitos de los otros, y ásperamente avisados, acremente desconfiados ante los propios tendemos a ser los modernos que, tocados por el malestar de nuestra contemporaneidad, aceptamos oír los primeros y rechazamos, compulsivamente, los segundos.

¿Por qué no entonces, con un mayor comedimiento, suspender durante el tiempo de lectura de este libro tanto nuestros perjuicios como nuestros prejuicios -pues nunca está claro donde acaban los unos y comienzan los otros- para prestar atención interesada a un mito que, contra viento y marea, muestra el especial poder de resistencia del rito que lo mantiene vivo?

Retornemos, entonces, a nuestro interrogante de partida. ¿Cuál podría ser la índole de esa eficacia que se despliega en el ritual de los Reyes Magos?

En todo caso, las palabras y los actos de los que en él intervienen tienen como efecto más inmediato convocar una presencia mítica: las de esas evanescentes figuras que son las de los tres Reyes Magos. Figuras, por eso, a las que nadie ve, y de las que sólo se sabe por sus efectos: esos regalos depositados junto a la ventana cuando el niño despierta. Y es un hecho que a nadie escapa que la aparición de esos regalos exige del trabajo silencioso de los padres: son ellos quienes, materialmente, los disponen ahí. Y, sin embargo, la especial eficacia del ritual estriba en que el niño, cuando los encuentre, los reconozca como regalos dados por los Reyes Magos. De manera que la contribución de los padres no se limita a su trabajo físico -comprar, disponer los regalos-: es también un trabajo específicamente verbal: son ellos los que dicen al niño que esos regalos proceden de los Reyes Magos.

De manera que esas figuras evanescentes, las de los Reyes Magos, son propiamente -y exclusivamente- figuras simbólicas; su presencia es el resultado de un acto verbal -el de los padres, que afirman su existencia, pero también del niño, que les escribe su carta- que adquiere, en esa misma medida, el carácter de una invocación. Su entidad, en suma, no es de otra índole que simbólica, pues tal es lo propio del ser de los mitos: la realidad de un mito no es otra que la de las palabras que lo narran y que, en esa misma medida, lo mantienen vivo en la memoria de la colectividad a la que pertenece.

Y si tal es la índole de su existencia, no puede ser otra la índole de su eficacia -si es que ésta, después de todo, existe-: una eficacia, en suma, simbólica.

Ahora bien, ¿cómo ceñirla? ¿en qué puede residir la eficacia de unos símbolos que carecen de correlato empírico alguno, es decir, que nombran cosas que carecen de toda materialidad, que agotan, en suma, su existencia en los signos que las nombran y en los efectos psíquicos que pueden provocar?


Masaccio, Adoración de los Reyes Magos, Gemäldegalerie, Berlín


Notas

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1. Eliade, Mircea: 1962: Mito y realidad, Labor, Barcelona, 1992.

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