6. Texto, Alma, Dios

 

 

Jesús González Requena
Edipo II. Del odio a la promesa
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2015/2016
sesión del 30/10/2015 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2016

 

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  • Cada uno de nosotros es un texto
  • Discurso / texto
  • No hay funciones en lo real
  • Alma, Dios
  • La realidad / lo real
  • Deletrear / interpretar 

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    Cada uno de nosotros es un texto


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    Esta semana me han llegado estas preguntas de Estrella:

     

    «leo el seminario del curso pasado (…) “Cada uno de ustedes es un texto”. (…) Me surgen los siguientes interrogantes:

    «-¿Todo es texto? Toda creación artística humana, cada uno de nosotros ¿en tanto “fachada”?, como si nuestra forma de presentarnos al mundo ¿fuera una creación artística más?

     

    «A la hora de leer en ese texto, escucho su indicación de “deletrear”, y me pregunto cuál es la frontera que lo diferencia de interpretar. Y me pregunto, también, si desde el psicoanálisis, en base a la asociación libre, no es tanto el texto o discurso en sí, reconozco que no me queda del todo claro la diferencia, como lo que de allí genere el sujeto que ha soñado el sueño, por ejemplo, o que ha realizado la obra de arte. O ¿se trata de lo que consigue generar el artista en el espectador? o ¿lo que el espectador recibe de la obra? ¿cada espectador su verdad? Entonces, estamos analizándonos a nosotros mismos mediante la obra de arte y, siendo así, ¿cómo vamos a reparar en nuestra parte inconsciente si precisamente es eso que se nos escapa?»

     

     

    Cada uno de nosotros es un texto, sin duda.

     

    ¿Acaso no hablamos? ¿Acaso no nos vestimos? ¿Acaso no hacemos todo el tiempo gestos significantes, acaso nuestra manera de estar de pie o sentados, nuestra manera de sostener un vaso o inclinar la cabeza, nuestra manera de mirar o no mirar a los ojos… todo… acaso todo eso no pasa por el lenguaje, no es aprendido, educado, no está cargado de significación?

     


    Discurso / texto

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    Todos esos signos, todos esos códigos y discursos de los que participamos y nos configuran, no son, desde luego, todo en nosotros. Está también nuestro cuerpo en tanto cuerpo real.

     

    Por eso insisto tanto -en desacuerdo con la semiótica- en diferenciar discurso de texto: el texto es discurso, pero no solo discurso: es cuerpo, material corporal -real- configurado por los discursos que hablamos y que nos hablan y por las imagos con las que nos hemos identificado y que nos han conformado.

     

    Somos imago y discurso encarnados en un cuerpo real.

     

    Y no pierdan de vista que ese mismo cuerpo está cuidado y normalizado por discursos culturales que lo contienen y regulan: el deporte, la medicina, los medicamentos.

     

    Todo eso son discursos que operan sobre la materia conduciéndola a partir de determinada norma que a su vez determina lo que entendemos como un cuerpo normal, sano, es decir, funcional.

     


    No hay funciones en lo real

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    Pero no hay funciones en lo real. Es el lenguaje el que las crea.

     

    Más concretamente: es la frase “esto sirve para” la que introduce la función en el mundo. El problema es que todavía muchos científicos tienden a usar expresiones antropomórficas como ésta. De hecho la gran confusión en la teoría de la evolución provino de esto: se pensaba que la evolución tendía a la mejora, al perfeccionamiento, cuando es al revés, sencillamente, se producen transformaciones al azar; las que son aptas sobreviven y las otras perecen.

     

    No sobrevive lo más fuerte. Sencillamente, llamamos fuerte a lo que sobrevive. Eso es todo.

     


    Alma, Dios

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    Pero nada de fachada: y ello porque no hay ninguna buena alma, ningún buen salvaje detrás de los signos y las imagos que nos conforman.

     

    Es más: no hay fachada, como no hay nada detrás de la fachada; hay un texto más o menos feliz o desdichado, hay un cuerpo más o menos humanamente conformado o degradado.

     

    De hecho, si lo piensan bien, la deconstrucción no es otra cosa que el efecto sobre el espíritu humano de la constatación de que no hay Dios en los cielos ni alma en nuestro interior.

     

    Ahora bien, ¿quiere esto decir que no hay en nuestro interior otra cosa que pulsión, apetitos y violencia, voluntad de poder?

     

    Porque me reconocerán que eso es lo único en que los hombres -incluyo en ello a las mujeres- creen hoy en día: en el poder.

     

    De ahí el prestigio que goza hoy la palabra empoderamiento.

     

    Y sin embargo…

     

    Ensáyenlo a mirarlo desde este otro punto de vista: existe el espacio interior, pero es algo muy moderno y en extremo cultural.

     

    La interioridad es el efecto de los textos que la construyen en la medida en que velan al exterior, a la mirada pública, cierto ámbito de nosotros mismos al que llamamos intimidad.

     

    ¿Y que es lo más íntimo de nosotros sino las palabras que amamos porque constituyen el fundamento de nuestra dignidad?

     

    Libertad, honestidad, respeto…

     

    Y bien, ¿por qué no llamar alma a eso?

     

    La noción de alma apareció un día -pues desde luego no estuvo desde siempre ahí, sino que nació, fue creada, inventada, un día.

     

    ¿Saben lo que estuvo desde siempre ahí? No hay duda de eso: el poder; la violencia intimidante que el más fuerte ejercía sobre el más débil.

     

    La ley apareció mucho después y, en su origen, es lo contrario al poder, sencillamente porque nació para contenerlo.

     

     

    ¿Existe el alma?

     

    Miren, no hay una respuesta universal para esto. Pero eso no añade gran cosa, porque las respuestas universales son, sencillamente, respuestas metafísicas.

     

    Si prescindimos de ellas, dado que no nos conducen a ninguna parte, yo les puedo contestar: existe el alma allí donde existe.

     

    Por lo que a mí respecta, tengo una.

     

    ¿Y ustedes?

     

    Ustedes sabrán.

     

    Pero no pierdan de vista que hay muchos que están tan contentos por no tener alma, dado que así pueden comportarse como auténticos desalmados.

     

    Si lo piensan bien, lo mismo podemos decir de Dios.

     

    No existe como entidad metafísica, pero es que no existen las entidades metafísicas.

     

    Dios existe como lo que es: una palabra, y una dotada de una poderosa presencia textual.

     

    Y no hay duda de que su aparición tuvo notables efectos.

     

    De hecho, la aparición del Dios patriarcal y monoteísta fue una gran conquista de la espiritualidad humana. -Por cierto: este enunciado no es mío, sino de Freud, pueden encontrarlo en Moisés y la religión monoteísta.

     

    De modo que no digan que los dioses no existen, porque es un error.

     

    Los hombres se han construido y transformado a sí mismos construyendo y transformando las imágenes de sus dioses.

     


    La realidad / lo real

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    Y lo que decimos de las personas y de los dioses podemos decirlo, igualmente, de la realidad en su conjunto.

     

    La realidad -en tanto hecho cultural- no es otra cosa que el conjunto de los textos que configuran, siempre precariamente, y muchas contradictoriamente, nuestro mundo.

     

    La realidad es el mundo en tanto ordenado por nuestro lenguaje, amoldado a nuestro deseo, a nuestra voluntad de confort.

     

    Lo real es otra cosa.

     

     

    Lo real es eso del mundo que es independiente de todo discurso, de toda mirada, de toda voluntad humana.

     

    Lo real es un abismo, sencillamente porque no está hecho para ajustarse a nuestros deseos, a nuestras ambiciones, a nuestras ilusiones, a nuestras certezas.

     

    La realidad no deja de ser real, pero lo es en tanto en ella lo real está contenido, hasta cierto punto ordenado, puesto en discurso, dotado de forma.

     

    Lo real está ahí, en ella, pero está, en cierta forma, escamoteado: lo contemplamos y pensamos que tiene sentido, orden y equilibrio, cuando eso no procede de otro lugar que de la forma que le damos.

     

    Lo real, como tal, solo aparece cuando ese orden se quiebra.

     

    Piensen en el cuerpo: bien educado, lavado, ajustado a los cánones culturales de todo tipo… emerge como real cuando rompe nuestras expectativas, cuando no responde a nuestras previsiones, cuando su materia se manifiesta resistente a toda función: en la enfermedad, por ejemplo.

     

    Lo real es antes que nada la materia, pero solo lo percibimos en su auténtico ser real cuando se manifiesta en ausencia de todas las funciones con las que lo investimos, organizamos y modelamos.

     

    Piensen en una ciudad o en una casa: mientras su materia está sometida a su función -y en el límite, cuando está del todo modelada por la buena forma y por el discurso riguroso del diseñador y del arquitecto- no la vemos, solo la vemos como un aspecto más de nuestra realidad inteligible.

     

    Lo real emerge, por ejemplo, con el terremoto.

     

    Pero si ustedes miran despacio cualquier cosa, tanto más si la miran con un microscopio, verán que viven, que vivimos en un terremoto permanente, por más que nuestra percepción procure no darse cuenta de ello.

     

    Y es que nuestra percepción no quiere ver lo real del mundo, sino solo la constancia y la permanencia.

     

     


    Deletrear / interpretar

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    Vayamos a la última cuestión.

     

    La diferencia entre deletrear e interpretar es sencilla; son dos actividades opuestas: se interpreta para deshacerse de la letra -ese es el vicio hermenéutico.

     

    El analista es antes un filólogo que un hermeneuta: busca restituir el texto en su literalidad.

     

    Al ver una gran película, chocamos con la experiencia real que en ella ha dejado su huella, tanto con las operaciones simbólicas que han logrado dar forma a esa experiencia.

     

    Y sí, cierto: analizar una película es analizarnos: analizarnos en esa película que nos toca.

     

    ¿Que cómo acceder a los contenidos inconscientes que ahí se encuentran movilizados?

     

    Ni más ni menos que deletreando.

     

     

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