21. El poder de la madre

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2007/2008
sesión del 16/05/2008 (1)
Universidad Complutense de Madrid
de esta edición: gonzalezrequena.com, 2015

 

 

 

 

 

 

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Feminismo, subversión, deconstrucción

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Fue un buen debate el del otro día.

Sólo quiero, a propósito de él, insistir en una cosa: en que es imposible volver al pasado.

Y porque estoy convencido de que es imposible, no puede ni proponerlo ni defenderlo.

Pienso que todos los que están aquí ven con claridad la crisis de la función paterna que constatamos en los textos contemporáneos y comprenden mi preocupación por sus efectos.

Y sé que su inquietud comienza cuando introduzco, para pensar esa crisis, los conceptos que nombran los soportes de esa función, cuya caída, en mi opinión, produce ese desvanecimiento de la función paterna: Dios y el patriarcado.

¿Qué les parece si, para variar, analizamos hoy un discurso feminista sobre el film que nos ocupa este año?

Ann Kaplan: 1983: “La lucha por el control del discurso femenino y la sexualidad femenina en Lady from Shangai (1946), de Welles“, en Ann Kaplan: Capítulo IV: Las mujeres y el cine. A ambos lado de la cámara, Madrid, Ediciones Cátedra, 1998:

«Pero si el film posee ciertos aspectos subversivos, primero, en la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, segundo, en su desconstrucción del protagonista masculino y viril, no podemos afirmar que el tratamiento que da a Elsa sea verdaderamente progresista. Es cierto que existe algo subversivo en la abierta presentación de la sexualidad femenina en la película, así como en el hecho de que Elsa se resista a los esfuerzos de los hombres por dominarla. Al negarse a sentirse atada por las definiciones y los controles masculinos, Elsa, como hemos visto, utiliza su sexualidad de las únicas formas posibles para obtener su “independencia”.

«Sin embargo, es una “independencia” que no puede admirar nadie, porque se basa en la manipulación, la avaricia y el asesinato. De modo que hay poco de progresista en un director varón que sustituye una forma de represión estructural (el sometimiento a la ley del padre) por una independencia que, aunque permite a la mujer liberarse de los confines de la familia, se basa en la degradación moral.”»

¿Cuáles son los presupuestos teóricos de la autodenominada teoría feminista?

El primero que detectamos en un discurso como éste es que lo guay, lo bueno, lo fetén, es necesariamente la subversión.

Como se deduce del hecho de que la autora recurre a esta palabra para reconocer un cierto valor al film de Welles.

Lo que me suscita dos preguntas.

La primera: ¿por qué habría de ser la subversión necesariamente buena?

¿No habría, primero, que meditar sobre lo subvertido antes de tomar una decisión sobre el valor, positivo o negativo, de la subversión en cuestión?

Por supuesto, el texto establece de qué subversión se trata.

Pero antes de entrar en ella, quiero llamarles la atención sobre el hecho de que en él no se dice que el film sea bueno porque subvierta ciertas cosas que deben ser subvertidas, sino que dice que es bueno porque subvierte y sólo en tanto que subvierte.

Tal es pues el presupuesto implícito evidente: que subvertir es necesariamente bueno.

Esta lógica textual -y este sistema semántico de valoración- se hace especialmente patente en la segunda aparición de la palabra subversión: Es cierto que existe algo subversivo…

Como ven, la subversión es el valor en sí mismo.

Si hay subversión, la que sea, el film es bueno y por tanto, necesariamente, progresista -tal es la otra expresión que concede valor en este discurso, pero que aparece supeditada a la primera –no podemos afirmar que el tratamiento que da a Elsa sea verdaderamente progresista.

Esta supeditación es del todo patente: si The Lady from Shanghai es poco progresista, si su director varón es poco progresista, lo es porque, aun siendo algo subversivo, lo es demasiado poco: Es cierto que existe algo subversivo… hay poco de progresista en un director varón que…

De modo que tal es el presupuesto mayor de este discurso.

Aunque hay que añadir: no es un presupuesto teórico, sino uno ideológico.

Y ello sencillamente porque, como se dan cuenta, es un juicio de valor y, por definición, un juicio de valor puede conformar una ideología, pero no constituir un enunciado teórico.

Y, por lo demás, tampoco es un juicio de valor específico del feminismo, sino característico de las más variadas ideologías antisistema.

Y disculpadme que añada: es, en cualquier caso, algo absolutamente insostenible.

¿O es que deberé recordarles que el nacionalsocialismo se alimentó de un discurso antisistema decidido a subvertir el orden de la república de Weimar?

Y no menos decididos a subvertirla estaban los estalinistas alemanes de entonces, lo que motivó que durante cierto periodo dejaran de tirotearse entre sí para beber cervezas juntos bridando por la desaparición del Estado polaco y por su reparto en beneficio de la gran Alemania nacionalsocialista y de la gran República Soviética.

Pero bueno, pasemos ahora a tomar nota de las subversiones que nuestra autora aplaude.

Son dos y están netamente relacionadas: en primer lugar la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, en segundo, su desconstrucción del protagonista masculino y viril.

Observen, en primer lugar, como en este lugar se hace explícito, por pura impericia de su autora, desde luego, lo que está implícito en tantos otros: que deconstrucción viene a significar destrucción: la destrucción que Welles hace de un ideal femenino empalagoso, sentimental y falso y, segundo, en su desconstrucción del protagonista masculino y viril…

Si prefieren: destrucción por desmantelamiento.

Ahora bien, ¿a qué se referirá con lo primero?

¿Cuál será ese ideal femenino empalagoso, sentimental y falso?

Lo que sí es explícita es su contrapartida a deconstruir/destruir: el protagonista masculino viril.

Es decir: sencillamente, ni más ni menos que la virilidad.

Pues supongo -espero no equivocarme- que la autora no reclama la deconstrucción/destrucción/desaparición de los protagonistas masculinos en su totalidad, sino que es en la virilidad tan sólo en lo que concentra su requisitoria.

Pero claro, desde ese momento, resulta igualmente claro eso otro que ha calificado de empalagoso, sentimental y falso: ¿qué podría ser sino su correlato, la feminidad?

Se hace evidente que nos encontramos ante un tipo de discurso que apunta hacia la destrucción de la diferencia sexual.

Y es que la diferencia sexual es destruible porque no es un dato natural: en lo real cada cuerpo es inexorablemente diferente e irreductible a cualquier otro cuerpo, mientras que la diferencia sexual es, por el contrario, una construcción simbólica a partir de la cual se pone en marcha esa institución básica del mundo civilizado que es el erotismo.

Y por lo demás, el texto en cuestión no ofrece duda alguna sobre cómo conecta esa deconstrucción/destrucción de la diferencia sexual.

Ello pasa por la correlativa deconstrucción/destrucción de esa represión estructural que es el sometimiento a la ley del padre.

En suma, es la ley del padre lo que está en juego.

Les decía el otro día que suscribo la plena igualdad jurídica entre hombres y mujeres.

Pero es evidente que no es de esto de lo que este discurso habla.

De lo que habla, la consigna de la que hace bandera -y las banderas no son teóricas, sino ideológicas- es del desmantelamiento de la ley del padre y, más en concreto, de su represión estructural.

Pero la represión estructural del padre, es imprescindible, pues es la que realiza la prohibición del lazo incestuoso de la que depende el nacimiento simbólico del sujeto y de su deseo.


El punto ciego: el poder de la madre

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Analizar un discurso no es sólo explicitar sus isotopías estructurantes, sino igualmente, levantar acta de sus puntos ciegos.

Y el punto ciego absoluto de los discursos feministas -y, dicho sea de paso, los discursos feministas se han hecho hegemónicos en el mundo intelectual y periodístico occidental contemporáneo- es el poder de la madre.

Y no me refiero a su poder jurídico, sino su poder biológico y, si me permiten esta expresión, su poder identificatorio.

De eso nadie dice nada.

Es curioso como la deconstrucción detiene ahí sus operaciones demoledoras.

En nada se manifiesta tan claramente el hecho de que el programa de la deconstrucción es el del desmantelamiento del orden simbólico mismo. Por eso, a la vez, se ve acompañado por una suerte de respeto casi supersticioso hacia la naturaleza.

Es decir: hacia lo real.

Eso estaba ya en Nietzsche. Por eso, en Así habló Zaratustra, a la vez que hacía todo tipo de burlas de la religión patriarcal, no dudaba en utilizar las expresiones más vehementemente religiosas hacia la tierra, es decir, hacia la madre tierra, esa diosa de lo real ante la que no dudaba en rendirse absolutamente.

«Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales!»

«Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre.»

«El yo aprende a hablar con mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores encuentra para el cuerpo y la tierra.»

«Una virtud terrena es la que yo amo…»

«¡Ojalá hubiera permanecido en el desierto, y lejos de los buenos y justos! ¡Tal vez habría aprendido a vivir y a amar la tierra – y, además, a reír!»

«Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra…»

«El corazón de la tierra es de oro.»

«Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella que me dio a luz.»

Qué puedo decirles sino que, para una mirada psicoanalítica, deberían aquí hacerse patentes los indicios de la psicosis que irremediablemente habría de eclosionar más tarde en este gran filósofo.

Pero sucede con éste lo mismo que sucede siempre con todos los puntos ciegos: acabamos comportamos todos como si eso, el poder de la madre, no existiera.

Pero claro está, desde ese momento, la noción misma de la función paterna resulta incomprensible.

Y, así, seguimos practicando el deporte virtual de derribar un patriarcado que hace mucho que fue derribado.

Y, al mismo tiempo, cegamos nuestros problemas más graves.

Así, por ejemplo: ¿no les parece grave el cada vez más acentuado fracaso escolar de los varones?

¿Cómo es posible que nadie quiera hablar de ello cuando, a todas luces, si eso se mantiene, habrá de tener a medio plazo efectos devastadores y, muy especialmente en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres?

Esto es lo realmente asombroso.

Así por ejemplo: los profesores universitarios cuyo oficio es, se supone, pensar la realidad, y que hace años que vienen percibiendo de manera directa los primeros efectos de ese fracaso en forma de disminución drástica de la presencia de varones en sus aulas, se niegan, sencillamente, a ver en ello problema alguno.

O la crisis de la natalidad.

He llegado incluso a recibir algún correo que me señala que no hay tal, que la humanidad no cesa de crecer y que ese sí es un problema.

Estoy de acuerdo en que es un problema para el planeta el exceso de natalidad. Pero no es menor problema, para nuestra región del planeta, el Occidente desarrollado, que coincide casi estrictamente con el segmento democrático del planeta, la crisis de la natalidad.

Verbigracia:

«La natalidad en España alcanza su récord desde 1991

«La media de hijos por mujer en edad fértil se situó en 1,37 en 2006.- El incremento total de se debió, en parte, a la contribución de las madres extranjeras (…)

«El incremento total de nacimientos se debió, en parte, a la contribución de las madres extranjeras, que continúa en aumento. En 2006 se registraron 79.169 nacidos de madre extranjera, un 12,68% más que en 2005. Los nacimientos de madre extranjera supusieron el 16,46% del total en el año 2006, frente al 15,07% del año 2005 y el 13,78% del año 2004.»

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/natalidad/Espana/alcanza/record/1991/elpepusoc/20070703elpepusoc_2/Tes

Como ven, mi fuente no es el Vaticano, sino El País.

Claro está, El País no habla de crisis de natalidad. Habla de todo lo contrario, de un record de natalidad.

Pero vaya record: 1,37 hijos por mujer fértil, emigrantes incluidas.

Ahora sumen a esas mujeres fértiles las mujeres no fértiles. Y luego los hombres, claro está.

Nos dará algo así como 1,37 hijos por cada 2 y pico personas.

Si eso no es la inversión de la pirámide demográfica, que venga Dios y lo vea.

Pero claro, me dirán, Dios no existe. ¿Cómo iba a venir a verlo?

Lo que me lleva a preguntarme si eso no será también parte del problema. Quiero decir: que la ausencia de Dios multiplica nuestras fuentes de ceguera…

Al menos en un aspecto, discúlpenme que se lo diga, la cosa es evidente: pues ya saben, si Dios no existe, entonces todo es posible.

Es decir: eliminado Dios, nada parece contener la huida narcisista en el Occidente contemporáneo.

Pero volvamos a nuestro tema.

Mother: That’s what you think, is it?

Les hablaba del poder de este abrazo.

Father: Yes.

Mother: That’s why

Mother: he’s going to be brought up where you can’t get at him.

Les hablaba de la locura de este rostro.

Y les hablaba de la identificación, en el filo de la psicopatía, de esta mirada.


Las Diosas arcaicas

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Les hablaba, en suma, del poder de la madre.

Les decía que el emblema de ese poder está presente en el cine contemporáneo.

Pero quisiera hacerles ver hasta qué punto eso hace retornar a divinidades extraordinariamente primitivas.

Son las vulvas paleolíticas.

Pertenecen a esos tiempos en los que los hombres localizaban a sus primeras divinidades en los animales:

en esas bestias espléndidas, mucho más fuertes y poderosas que ellos y que, como decía Bataille, podían entregase a sus instintos sin restricción alguna.

Nada tan prestigioso entonces, nada tan poderoso como lo animal.

No era difícil que, en un contexto como ese, los hombres vieran, y con toda la razón por otra parte, en la fecundidad femenina, una manifestación del todo continua con la del mundo de sus divinidades.

No es difícil imaginar, por tanto, que los hombres quisieran localizar sus orígenes en la estela de esos dioses.

He sostenido que esa primera construcción mitológica del origen podría encontrarse aquí:

Se llama Mujer bajo un reno.

Yo completo la figura así:

Y durante mucho tiempo, debió ser indiscutible esa divinidad femenina, directamente enraizada en lo real-animal

y directamente anclada en sus poderes maternos.

Por eso les decía el otro día que los panteones egipcio y griego mostraban los lentos y conflictivos avances de las divinidades patriarcales contra esas más antiguas divinidades maternas.

Pues bien, la diosa está aquí:


Una ley tribal

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Thatcher: Sleds aren’t to hit people, but to sleigh with.

Mother: You got to go. Jim!

Mother: ¡Jim!

Decía alguien de entre ustedes que la prohibición del cachete no tenía por objeto prohibir este cachete, sino el que vendría después y del que deberíamos suponer que sería mucho más violento.

El caso es que, objetivamente, jurídicamente, prohíbe éste.

Pues el otro, el desmedido, ya estaba prohibido.

Lo que indica bien a las claras que lo que esa ley pretende, en su latente economía perversa, es desarmar al padre.

Exactamente el mismo objetivo y la misma economía perversa de la ley que castiga más la violencia del hombre sobre la mujer que la violencia de la mujer sobre el hombre. Y que constituye, digámoslo de paso, un atentado contra esa que era precisamente nuestra conquista irrenunciable: la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres.

Lo más grave de todo es que con ello desaparece el individuo como sujeto del derecho para ser sustituido, otra vez, por la tribu, esta vez la tribu de los hombres o la tribu de las mujeres.

Pues la reclamación de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer no se funda en que las mujeres sean una tribu con iguales derechos que la tribu de los hombres, sino en la idea de que todo individuo humano, independientemente de su sexo, debe ser igual en derecho, cosa que, precisamente, acaba de dejar de ser por obra y gracia de esta nueva ley feminista.


Harry Shannon

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Pero volvamos a la bofetada.

Por supuesto que hay hombres que someten a una violencia extrema a sus hijos.

Pero parece evidente que éste no es uno de ellos:

Thatcher: decision concerning his education. his places of residence, s to be final.”

Father: The idea of a bank being the guardian…

Mother: Stop this nonsense, Jim.

Thatcher: “We

Este hombre, cuando intenta plantear su opinión, es despreciado sin ni siquiera obtener una mirada de ella.

Ahora bien, este padre, el del pequeño Kane/Welles, del todo sometido a una esposa que ni siquiera se digna mirarle a los ojos cuando le habla, ¿no les recuerda a aquel cochero de The Lady from Shanghai expulsado del relato sin mayor miramiento?

Thatcher: will assume full management of the Colorado Lode” which I repeat, Mrs. Kane, you are the sole owner.

Mother: Where do I sign, Mr. Thatcher?

Thatcher: Right here.

Sólo será mirado cuando suplique

Father: Mary, I’m asking you for the last time.

Father: You’d think I hadn’t been a good husband or father

pero entonces será mirado con el más intimidatorio de los desprecios.

¿No es indiscutiblemente más poderosa y violenta la violencia psicológica que desprende la mirada de esta mujer que la física del cachete que tendrá lugar poco después?

Pero no hablo sólo de la violencia que ella infringe a este hombre, sino sobre todo de la que infringe al hijo que, en tanto varón, necesariamente necesitaría identificarse con él.

Thatcher: is to be paid to you and Mr. Kane as long as you both live.

Thatcher: and thereafter to the survivor.

Father: Let’s hope it’s all for the best.

Mother: It is.

Es a este padre sometido al que se le prohíbe, incluso, el cachete.

Y reconocerán que el hijo está ahí, al fondo, como un ser diminuto que padece la tensión que tiene lugar en primer plano y que va a afectar de manera inapelable su futuro.

No hay duda, entonces, de cuál es el emblema de la divinidad en Ciudadano Kane.

No hay duda de que este padre amedrentado está directamente inspirado en el padre de Orson Welles:

«He visto a mi padre marchitarse bajo su mirada como una crujiente y seca hoja de invierno.»

[Orson Welles: Brief Career As A Musical Prodigy, Paris Vogue, No. 632, Dec. 1982 – Jan. 1983]

Pues bien, es indiscutible su parecido con el cochero que localizaba al padre víctima del crimen en el parque central.


Sencillamente porque ambos personajes son interpretados por el mismo actor: Harry Shannon.

Como ven, basta seguir deletreando para que, en los momentos más inesperados, se multipliquen las pruebas que confirman hipótesis que, en principio, tendían a ser rechazadas como sobreinterpretaciones.

«In 1919, they separated. Beatrice moved, with the children.»

[Callow, Simon: 1995: Orson Welles: The Road to Xanadu: Penguin, New York, 1997, p. 21.]

¿No se remontaría hasta ahí el origen de la culpa de Welles por el derrumbe de su padre?

Quiero decir: a esos 4-5 años en que le abandonó -cuando él ya se hundía en el alcoholismo- para irse a vivir con su madre.

De modo es que si el tema de hoy es el poder de la madre, ello viene directamente dictado por el texto en el que encontramos la neta dominancia de ese poder.

Lo que vamos a hacer a continuación, y ello siguiendo como corresponde el análisis de nuestro texto de trabajo de este año, The Lady from Shanghai, es mostrar hasta qué punto las mujeres son las primeras víctimas de ese poder cuando no se encuentra contenido por la función paterna.
 

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