18. Gregory Bateson y su proximidad con la esquizofrenia


 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual 2013/2014
Sesión del 10/01/2014
Universidad Complutense de Madrid
de esta publicación: gonzalezrequena.com, 2014

 

 

 

 

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Depresión, psicoanálisis e interés por la esquizofrenia

 

Tenemos un cabo pendiente antes de cerrar, siquiera provisionalmente, el dosier Gregory Bateson.

Me refiero a esa íntima proximidad con la esquizofrenia que tuvimos ocasión de atisbar cuando analizábamos su libro.

El primer dato relevante es éste: Bateson era antropólogo, no psiquiatra ni psicólogo, pero desde principios de los cuarenta venía interesándose en los avances de la teoría de la información y la cibernética, a la vez que se distanciaba de los usos convencionales de la antropología de su tiempo.

Poco después de acabada la Segunda Guerra Mundial, en 1946, tras el verano, se separó de su primera esposa,

la célebre antropóloga Margaret Mead.

Al parecer -y sigo en esto el relato de Catherine, la hija de ambos-,

había habido por medio un affaire con una bailarina, pero todo indica que ese no era el motivo, como lo muestra la intensa depresión que hubo de asaltarle tras la separación y que afectó también a su actividad profesional como antropólogo.

El caso es que ello le llevó a iniciar tratamiento con una psicoanalista junguiana.

Dos años más tarde, a finales de 1948, Bateson abandona Nueva York para instalarse en San Francisco, donde comienza a trabajar en la Escuela de Medicina de la Universidad de California.

Un año más tarde -seguimos ahora la biografía de David Lipset- inicia su colaboración con el psiquiatra Jurgen Ruesch con un estudio sobre la comunicación humana en psicoterapia. Y al siguiente, en 1949, le encontramos ya instalado en Palo Alto, trabajando simultáneamente en la Universidad de Stanford como profesor de antropología y en el Hospital de la Administración de Veteranos.

No mucho más tarde, en 1953, ha obtenido de la Fundación Rockefeller los fondos necesarios para formar el equipo de investigación que integrarán Jay Haley, William F. Fry, Don D. Jackson y del que nacerán los célebres estudios sobre la esquizofrenia de los que nos hemos ocupado este año.

Todo parece indicar que esa intensa depresión que se manifestó tras la sepàración y el psicoanálisis que la siguió hubieron de estar en el origen de su creciente interés por la esquizofrenia, como lo sugiere con bastante claridad Catherine:

«Concluidas sus sesiones de análisis con Elisabeth Hellesberg, sus intereses se volvieron hacia la psicoterapia.

«(…)

«Después de la guerra, se dedicó a la psiquiatría, como paciente y luego en sus investigaciones sobre el proceso terapéutico. El mismo decenio que se inició con su rebelión contra Margaret, teñida del resentimiento contra su propia familia y especialmente su madre, culminó con el análisis de las pautas de comunicación en las familias de los esquizofrénicos, sobre todo del rol de la madre.»


Novela familiar

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La pregunta obligada, entonces, es: ¿cómo fue el entorno familiar de Bateson?

¿Existía en él una de esas madres generadoras de doble vínculo que él encontraba siempre en el núcleo de la esquizofrenia?

Aparentemente no.

La familia de Bateson estaba claramente protagonizada por el padre, William Bateson, profesor de la universidad de Cambridge y una de las figuras fundamentales de la genética británica.

La madre, Beatrice, al parecer, le adoraba y colaboraba con él en todas sus actividades.

La biografía de Lipset, es en extremo parca en lo que se refiere a los datos de índole íntima.

Sólo nos deja ver, de refilón, que esa madre no se ocupaba demasiado de sus hijos, especialmente del tercero y último, Gregory, quien, al parecer, fue no sólo un hijo no deseado, sino uno cuya llegada hizo pensar a su madre en la posibilidad del aborto:

«Will y Beatrice pasaban el día ocupados con los pollos, los guisantes y los niños (a veces, al parecer, en ese orden de importancia). En la escala de lo que interesaba a la familia el sitio de Gregory se hallaba aún más abajo. Es posible que haya sido resultado de un embarazo no deseado, durante el cual Beatrice hasta cierto punto, se sintió tentada a abortar.»

¿Cómo lo sabe Liset? Por el tipo de fuentes que maneja, todo parece indicar que hubo de ser el propio Gregory quien se lo dijera.

Para comprender el efecto emocional que tal saber pudo producir en la vida de Bateson, nada mejor que revisar lo que se encuentra en el núcleo de El espejo, la pieza central de la obra de Andrei Tarkovski, donde el protagonista vive el impacto del aborto del que fue objeto el que podría haber llegado a ser su hermano menor. Pueden encontrar el desarrollo de este tema en mi seminario La Diosa del Agua (Andrei Tarkovski): 16. La Diosa del Espejo y el gallo aniquilado

Está luego el dramático episodio de la muerte de los dos hermanos mayores.

El primero en el frente, durante la 1ª Guerra Mundial, y el segundo, Martin, por suicidio poco después de acabada esta.

Ya les he anticipado algo de ese suicidio: Martin se pegó un tiro en la madrugada, en esa plaza de Picadily Circus que está presente en el comienzo de Sabotage.

Las reseñas biográficas, siguiendo a este propósito un comentario de Gregory, tienden a localizar cierta culpa en el padre, quien se habría opuesto a la vocación artística de su hijo, tratando de convencerle de que se dedicara, como él mismo, a la ciencia.

«Gregory describió como sigue el suicidio de Martín: “W. B. consideraba que la literatura y las artes eran lo máximo en el mundo pero que ningún Bateson era capaz de aportar nada en esos terrenos. Arte, para mi padre, significaba el Renacimiento o poco menos, y, por supuesto, nadie en el siglo XX podía producir obras de arte verdaderamente renacentistas. La ciencia sí estaba a nuestro alcance.»

Incluso la hija biógrafa, Catherine acepta, sin la menor duda, esta versión:

«Tal vez el suicidio de su hermano Martin en 1922, producto de los intentos autoritarios de su padre de orientar su vida y que a su vez llevó a éste a tratar de forzar las decisiones de Gregory, fomentaron su angustia respecto a la necesidad de resolver problemas o siquiera de actuar en el mundo. »

Pero los datos que Lipset suministra, en este aspecto inesperadamente prolijos, no lo confirman:

aunque el padre dudaba de las cualidades artísticas de su hijo, nunca se opuso a su voluntad y le permitió ensayar ese camino.

En todo caso, los dos desencadenantes directos de ese suicidio fueron la muerte de John, el hermano mayor, al que Martin estaba muy ligado en el plano afectivo, y el rechazo de Grace Wilson la joven de la que se había enamorado locamente sin ser en nada correspondido por ella .

Lo primero se ve refrendado tanto por la fecha escogida para el suicidio -el día del cumpleaños del hermano-, como por el lugar

a los pies de la estatua del Eros de Picadily Circus quien, aunque popularmente es llamado así, fue, en rigor, una estatua dedicada a su hermano gemelo, Anteros, dios del amor desinteresado -es decir: fraterno .

Pero no solo por eso; también, incluso, por la hora, pues el hermano había nacido a las 2:30 de la madrugada, y el suicidio tuvo lugar poco antes de las 3.

Por lo que se refiere al rechazo de rechazo de Grace Wilson, su influencia directa es del todo evidente, pues el propio Martin había anunciado que ese día iría a visitar a su amada y que si esta volvía a rechazarle se pegaría un tiro.

Por lo demás, se encontró en su bolsillo una carta testamento en el que dejaba todo lo que tenía a la joven que le había rechazado.

Hasta aquí los datos que Lipset ofrece. Pero es fácil avanzar a partir de ellos. Pues, si superponen ustedes ambos motivos, ¿qué encuentran de común al fondo?

Yo les diría que una común falta de amor: no desde luego porque el hermano mayor no le correspondiera en el afecto, sino por lo que ese desmesurado afecto entre los hermanos podría haber venido a suplir: el amor de una madre afectivamente ausente.

Y por lo que se refiere a ese otro amor no correspondido tan típicamente romántico hacia Grace Wilson ¿no les parece que deberíamos plantear la misma pregunta que sobre todos los otros de su especie?

No otra que esta: ¿cómo es posible que alguien se enamore hasta el suicidio de una mujer que nunca le ha correspondido ni lo más mínimo?

Quizás les choque la pregunta, pero no debería. Porque quien más y quien menos sabe que lo que enamora a un hombre es la mirada amorosa de una mujer. Y por buenos motivos: el hombre que en su primera infancia ha recibido una mirada así y ha quedado seducido por ella, resulta en extremo sensible a cualquier otra mirada capaz de reeditarla. Nada tan fácil, pues, como enamorarse de la mirada amorosa de una mujer.

¿Cómo entender entonces que alguien se enamore, y lo haga hasta el suicidio, de una mujer que nunca le ha mirado así?

Pues bien, si encuentran una respuesta mejor que la que ahora les voy a dar, díganmelo: porque el modelo de su objeto de amor es, desde el origen, precisamente ese; el de una mujer -el de una madre, para ser más exactos-, esquiva, que siempre le dio la espalda en el plano del afecto.

Y añado: creo que va siendo hora de examinar los más célebres suicidios románticos desde este punto de vista. Sería esta otra buena manera de explorar la temática de la Diosa.

Imagínense, en todo caso, lo que a partir de ese momento se le vino encima a Gregory Bateson:

él, el hijo no deseado, debía suplir para sus padres a los dos hermanos que le habían precedido.

Un contexto perfecto para la emergencia de una relación de doble vínculo, dado que al rechazo original se sumaba la tendencia a la sobreprotección motivada por la inevitable culpa que habría de haber dejado en ellos el suicidio de Martin.

«Gregory recordaba el sentimiento que lo impulsó a realizar trabajos científicos sobre el terreno: “Hui de mi madre.”»

Ya saben, igual que ese otro inglés que, como Bateson, huyó de su madre para terminar por refugiarse en California: Alfred Hitchcock. También él fue el hijo menos querido de su madre y el siguiente a un hermano que acabo suicidándose -sólo que, en el caso de Hitchcock bastante más tarde, muy poco tiempo después de la muerte de la madre.

Por cierto que las muertes de las madres de ambos se produjeron con sólo un año de diferencia: la de Hitchcock en 1942 y la de Bateson en 1941.

Por lo que se refiere a la biografía de la hija, nada nos dice de una abuela a la que nunca llegó a conocer.

Pero sí acusa su huella en la relación de su padre con su madre, Margaret Mead.

«Cuando conoció a mi padre, Margaret ya era célebre por su trabajo en Samoa»

«Gregory (…) Tenía pocos años menos que Margaret, pero desde el punto de vista profesional era mucho menor que ella»

A lo que añade que, durante su infancia, y en el contexto de la familia ampliada en el que vivió durante un tiempo, tendía a percibir a su padre como perteneciente a una generación inferior a aquella otra en la que situaba su madre:

«cuando era niña, incluía a Margaret, Larry Frank y Ruth Benedict en una generación, la de los coreógrafos, y a tía Mary y a mi padre en otra más joven, la de los bailarines, aunque entre mis padres había tres años escasos de diferencia.»

Simplificando: veía a su padre en una posición que le situaba en el lugar del hijo de su madre.

No menos relevante es el hecho de que Catherine llega a usar la palabra desolación para describir la depresión que sufrió su padre tras su separación de Margaret Mead, tras lo cual afirma que Gregory llegó

«a la conclusión de que sólo podría avanzar en su vida si abandonaba a Margaret. En sus conflictos con ella, afloraba la hostilidad acumulada contra su propia madre.»


El humus del que saldría la teoría del doble vínculo

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Si atienden a la cita que sigue se darán cuenta de que en el núcleo del psicoanálisis que entonces realizó Bateson se encontraba no tanto Margaret Mead como su propia madre:

«Sin embargo, para Gregory, los intentos de Margaret de adaptarse a las transiciones eran parte de su esfuerzo constante por dominarlo, manipularlo. Él tenía algunas cátedras, pero lo más importante para él en esa época eran sus sesiones diarias de análisis y el desarrollo de la cibernética y la teoría de la información de la posguerra (…)»

Y pueden ver también como todo ello se combinaba íntimamente con la teoría de la comunicación para crear el humus del que saldría la teoría del doble vínculo.

No menos notable es la cita que sigue y que hacer referencia al divorcio de su segunda esposa, Betty, que tuvo lugar en 1958:

«Durante este proceso, pude asistir a una parte del conflicto que me habían ocultado durante la separación de Margaret y Gregory (…) También percibí cómo mi madre seguía ocupándose de los asuntos de Gregory; muchas veces lo ayudaba prestando su apoyo a un pedido de subsidio o escribiendo una carta de importancia crucial cuando la carrera de él parecía estar al borde del desastre, pero al mismo tiempo mantenía una presencia en su vida que podía parecer maternalista o manipuladora (…) Cuando Gregory respondía a mis preguntas sobre los conflictos de esa época, me parecía estar escuchando a uno de sus pacientes, igual que en las grabaciones, y eso me causaba horror.»

Como ven, esto ya tiene la fuerza de una prueba: cuando Bateson trataba de responder a las preguntas de su hija sobre su separación de su esposa, su discurso cobraba las resonancias de los pacientes esquizofrénicos del propio Bateson. -Catherine podía reconocerlo así porque su padre le había permitido escuchar las grabaciones de las sesiones de tratamiento de sus pacientes.

Pero he encontrado, todavía, una prueba más contundente.

Se encuentra en Lipset, precisamente cuando está contando la escena que tanto nos ocupó de los gladiolos o crisantemos regalados por Bateson a la madre de uno de sus pacientes.

En una nota a pie de página, y sin mayor explicación, el biógrafo introduce una cita de Bateson en la que éste, a propósito de una explicación conceptual que ahora no hace al caso, presenta como ejemplo uno de sus sueños:

«percibo las contingencias de las relaciones entre mi madre y yo como comparables a las contingencias que prevalecen entre un hombre de corta estatura en pleno desierto y un manantial en la cima de una montaña de granito.»

Notable sueño que sin duda remite a las percepciones de la infancia pues Gregory Bateson no tenía nada de pequeño: medía cerca de dos metros.

Pero el manantial con el que anhelaba saciar su sed le era absolutamente inalcanzable, dado que se encontraba en la cima de una montaña de granito.

A poco que lo piensen, se darán cuenta de que es difícil encontrar una más sucinta imagen del doble vínculo: el maravilloso manantial capaz de calmar toda sed se ofrecele en lo alto de una montaña de granito que rechaza asperamente todo acceso al mismo.

Y retengan la calidad del granito: la más dura de las piedras y, si no ha sido pulida, la que más hiere la piel cuando uno se roza con ella.

Recuerden:

«Although in formal logic there is an attempt to maintain this discontinuity between a class and its members, we argue that in the psychology of real communications this discontinuity is continually and inevitably breached, and that a priori we must expect a pathology to occur in the human organism when certain formal patterns of the breaching occur in the communication between mother and child.»

«The discrimination between map and territory is always liable to break down, and the ritual blows of peace-making are always liable to be mistaken for the “real” blows of combat.»

La montaña y el ser diminuto.

En ausencia de todo otro elemento tercero y mediador.

Este es, como les decía, el punto ciego de la teoría batesoniana sobre la psicosis: la potencia de la madre, eso que hace de ella el poder fáctico originario.

Quiero decir: un poder real, en el sentido radical, ontológico, de la palabra real.

Y porque la madre es ese poder real, densamente corpóreo y material, es tan importante construir, fuera de él, el espacio de lo simbólico. Sobre ello volveremos el próximo día.

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