14. La diosa del agua

Andrei Rublev

 

 

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual
2008/2009 La Diosa del Agua (Andrei Tarkovski)
Sesión del 08/05/2009(2)
Universidad Complutense de Madrid

 

 

 

 

 

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¿Por qué no hay princesa en el trayecto de Boriska?

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Y ahora ocupémonos de la otra cuestión: ¿por qué no hay princesa en el trayecto de Boriska?

Me dirán quizás que la pregunta no es pertinente, que no todas las películas tienen por qué tener una historia de amor. Puedo concederlo, aunque no sin reticencias, pues es un hecho que el 98 por ciento de ellas la tienen.

En todo caso, la cuestión a la que creo obligado prestar atención es esta: todo parece indicar que el sorprendente éxito, por lo que al habitualmente desolado universo tarkovskiano se refiere, del relato de la campana, de la aventura de su constructor, Boriska, está en relación con la ausencia total, en ella, de presencia alguna de la mujer.

Y no me contradigo por haber señalado hace un momento la presencia de esa mujer vestida de blanco, pues ella sólo aparece una vez que los trabajos de la campana han concluido.

 

Rublev: Pero, no sigas…

 

Como les decía, es una mujer, no un monje.

 

 

Mujer de la que Andrei retira la mirada, mas no porque no la haya conocido.

Pues ella ha aparecido ya antes en esta escena y él, desde luego, la ha reconocido.

¿Cuándo?

Justo en el instante en que, por fin, la campana ha sonado por primera vez.

 

 

Y por cierto que es una irrupción marcada, apoyada en un intenso raccord de movimiento y de mirada.

 

 

Exactamente en el instante en el que suena la primera campanada.

 


 

Y esa presencia se ve además reforzada por el carácter subjetivo del plano, dado que se trata de un plano subjetivo de los dos Andrei -el pintor y el cineasta-: pues es al objetivo de la cámara del cineasta tanto como a los ojos del pintor donde mira esa mujer. -Recuerden que una de las cosas que más incomodaban a los directores de fotografía que trabajaron con Tarkovski era su empeño en mirar constantemente por la cámara, en construir desde ella su puesta en escena.

Pero hay algo, todavía, más chocante.

¿Reparan en qué?

 

 

La cosa es realmente notable: ¿por qué precisamente en el momento en que suena por primera vez la campana, Andrei, en vez de mirarla, mira hacia esa mujer que, patentemente, está frente a ella -pues todos esos otros espectadores que la rodean están contemplando el acontecimiento?

Y bien, ¿no la reconocen?

Es Irina Tarkoskaia -Irina Raush de nombre de soltera.

Es decir: la primera esposa de Andrei Tarkoski que por eso llevaba todavía su nombre, aunque la relación entre ambos hacía tiempo que estaba muy deteriorada.

-Así por ejemplo, Larissa Tarkoskaia, la segunda esposa de Andrei y ayudante de dirección en Andrei Rublev, escribió en su libro de recuerdos que fue durante el rodaje de esta película cuando mantuvo sus primeras relaciones sexuales con el cineasta.

No cabe duda de que el clima del rodaje estaba lo suficientemente cargado: la primera esposa como actriz, la segunda como ayudante de dirección…

Pero claro, podemos decirlo también así: comparece aquí, después de todo, la madre de Iván.

 


 

¿Habrá tenido algo que ver su aparición con el derrumbe de Boriska?

De hecho, ella estaba ya allí algo antes de que Andrei la mirara y de que, por ello mismo, los espectadores supiéramos de su presencia.

De hecho, ya había reparado en ella uno de los embajadores italianos.

Merece la pena prestar atención a sus palabras, nunca traducidas ni subtituladas por Tarkovski y por tanto inaccesibles para el público ruso.

 

Embajador italiano: Pero, ¿qué saldrá de toda esta baraúnda? ¿Tú que crees? En mi opinión no saldrá nada.

 

Como pueden escuchar, su excelencia el embajador está convencido de que la campana no llegará a sonar.

 

Acompañante: Excúseme, excelencia, pero creo que es mejor no anticipar los acontecimientos.

Embajador italiano: esta campana no sonará, no podrá sonar.

Acompañante: Excelencia, usted hace una… esta gente ha construido esta campana.

Embajador italiano: Yo no llamaría a esto una campana.

Acompañante: Y sin embargo, excelencia, se comprende perfectamente que

Acompañante: el Gran Príncipe le cortará la cabeza si no suena.

 

La cabeza de Boriska está en juego: la perderá si la campana no suena.

 

Embajador italiano: Se diría que el imberbe está un poco emocionado en esta circunstancia.

 

Y todavía aparece aquí ese que hemos reconocido como el tema secundario que recorre el film en su conjunto: la envidia.

 

Acompañante: Su excelencia, ¿ha oído decir que el Gran Príncipe ha cortado la cabeza de su hermano?

Acompañante: Eran gemelos.

 

Y bien, justo entonces, y en la cadena que conecta el posible fracaso de la campana con el peligro de muerte de Boriska y la envidia de los príncipes, ella, la mujer, se hace presente:

 

Embajador italiano: Mire que estupenda

Embajador italiano: muchacha. ¡Dios mío!

 

No hay duda de a quien puede referirse. Aunque no la veamos, es un hecho que ella está ya ahí.

 

 


La pintura abstracta y la mujer

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Y bien, esta mujer de la que sabemos que es la esposa de Andrei y la madre de Iván, ¿quién es en la narración del film?

Su primera aparición se produce en la última escena de la primera parte, es decir, la que sigue al episodio en que, en el apoteosis de la envidia, los esbirros del Gran Príncipe sacan los ojos a los artistas.

 

 

Y la pintura se derrama en el riachuelo.

 


 

¿Lo ha sabido Andrei?

Es posible.

El caso es que su crisis artística se ha agravado, lo que le pone en el umbral del arte abstracto moderno.

 

 

Pero hay que añadir: Tarkovski hace visible la angustia que encierra ese mismo arte moderno, en su incapacidad y en su renuncia a dotar de forma simbólica al mundo.

 

(Sonido de truenos y lluvia)

Daniil: Sergio, lee las Santas Escrituras.

Sergio: ¿Que parte?

Daniil: La que quieras.

 

Consciente de esa angustia, Daniil, el monje compañero de Andrei, hace leer las Santas Escrituras.

Sergio, ese muchacho que morirá asaeteado en la guerra civil, ha preguntado qué parte debe leer, a lo que Daniil le ha respondido que cualquiera.

¿Eso quita importancia a lo leído?

Yo diría que todo lo contrario: en la historia del cristianismo se mantuvo durante mucho tiempo la tradición de preguntar a la Biblia, en los momentos de zozobra, abriéndola al azar, para que fuera ella la que ofreciera la respuesta divina.

 

Sergio: Los alabo, hermanos, porque recuerdan todo,

Las manos de Andrei, manchadas de pintura y sumidas en la impotencia, dan forma al motivo de esa pregunta.

Y justo entonces…

 

Sergio: tal y como se lo transmití yo.

Justo entonces entra la mujer en el templo.

 

Sergio: Quiero que sepan que Cristo es la cabeza, o sea el amo, de todo marido, que el marido es la cabeza de su esposa y que Dios está por encima de Cristo.

Y así, parece dar imagen a aquello de lo que hablan las Sagradas Escrituras.

 

Sergio: Todo marido que rece con la cabeza tapada,

Pues de lo que hablan es de la diferencia sexual.

 

Sergio: afrenta a su cabeza. Toda esposa que rece con la cabeza destapada, afrenta a su cabeza. Esto es lo mismo que tener la cabeza afeitada.

Andrei no puede verla todavía, pues tiene la cabeza vuelta hacia la pared.

Sus manos se ven ahora todavía más manchadas de pintura.

 

Sergio: Porque, si la mujer no quiere cubrir la cabeza, que la afeite.

Y ella, sin embargo, está ahí: y está con tal intensidad que protagoniza el único plano subjetivo de la escena.

Pues éste lo es. Ella es la que mira ese tronco reencuadrado por la puerta abierta.

No está seco esta vez, pues algunos pequeños brotes salen del que ha sido uno de sus muñones.

 

Sergio: Y si a la mujer le da vergüenza tener la cabeza rapada, que la tape.

Sergio: Y bien, el marido no debe tapar la cabeza, porque él es la imagen y gloria de Dios. Y la mujer es la gloria del marido.

Ella lleva la cabeza destapada.

Y lleva en sus brazos un buen montón de paja sobre la que se podría yacer.

Es una tonta -y a lo que parece en aquellos tiempos a los seres así se los tenía por sagrados.

 

Sergio: Porque el hombre no provino de la mujer, sino la mujer del hombre.

Notable enunciado éste que retoma lo escrito en El Génesis: que la mujer proviene del hombre y no el hombre de la mujer. ¿Cómo pudo nacer y cuajar en la mente de los hombres un enunciado como éste cuando todo, en la experiencia empírica, manifiesta lo contrario?Basta abrir los ojos: todo hombre, como toda mujer, provienen del cuerpo de una mujer. Y en ello se muestra bien como la emergencia de la religión patriarcal y monoteísta se afirmó como un desafío extremo contra lo real.

 

Sergio: No es el marido quien fue creado para su mujer, sino la mujer para su marido. Por eso, la esposa debe tener en la cabeza una señal de la autoridad del marido, para los ángeles.

Se trata del enunciado de la ley que proclama la autoridad del marido sobre la esposa.

Para entenderlo es necesario atender al hecho de que el marido y la esposa son, en este contexto, antes que nada, padre y madre -lo que se percibe bien en el hecho de que sea un niño el que lee ahora las Escrituras.

 

Sergio: Pero ni el hombre sin la mujer, ni ella sin él están en Dios, pues no…

 

 

Es evidente que la presencia de ella ahí cortocircuita el discurso.

En todo caso, sólo en este contexto encuentra su explicación ese tan desconcertante enunciado sobre el que acabo de llamarles la atención: de lo que se trata es de desposeer a la mujer de su producto, el hijo.

El motivo del Dios padre, es decir, del Dios que comparece como soporte de la función del padre, es precisamente contener el poder real de la madre, su capacidad de, con su sola presencia, suspender el buen orden del discurso.

 

Daniil: Sigue leyendo.

 

Se hace imprescindible una orden para que el discurso siga.

 

(Se oye un trueno.)

Sergio: Pues tal y como la mujer provino del hombre,

Sergio: el hombre, a través de la mujer, provino de Dios. Razonen ustedes mismos, ¿acaso es decoroso que la mujer rece a Dios con la cabeza destapada?

 

Sergio: La naturaleza misma nos enseña

Ella se dirige allí donde se encuentra la mancha de pintura que traduce la angustia de Andrei.

¿Una obra de arte? ¿O un fracaso en el lugar de la obra de arte?

Es decir: una manifestación de la impotencia en el lugar de la obra de arte.

Esto les chocará, sin duda, pero es lo que en la obra de Tarkovski puede leerse.

Y por cierto que parece situarse en el mismo diapasón de la desconfianza que Freud experimentaba hacia el arte de vanguardia.

 

Sergio: que si el marido deja crecer el cabello eso es un deshonor para él.

 

En cualquier caso, ella dibuja visualmente la interrogación que acabo de verbalizar.

 

Sergio: Pero si la mujer deja crecer su cabello, para ella eso es un honor, porque el cabello le es dado

(Gemidos de la mujer)

 

Pintura matérica, táctil -en la que, por cierto, Tarkovski, por la vía del cine, fue un auténtico maestro.

 

Pero, a la vez, fracaso de forma: estallido de angustia

 

 

que ella percibe de inmediato.

 

(Llora.)

 


 

Diríase que ella, porque está más cerca de lo real, vive más intensamente la necesidad de la forma.

 

 

Y es eso lo que saca a Rublev de su marasmo.

 

Daniil: ¿Por qué te callaste? Lee.

Sergio: para ella eso es un honor, porque el cabello le es dado en lugar de…

Andrei: ¡Daniel! ¡Oye, Daniel!

 

La angustia con la que ella ha acusado la impotencia de él se convierte en el motivo del despertar de Andrei, en su nueva decisión de afrontar la pintura del templo.

 

Sergio: ¡Estamos en fiesta! ¡De fiesta, Daniel! Y ustedes dicen… ¿De dónde sacan que ellas son pecadoras?

 

Y entonces Andrei impugna el discurso bíblico sobre la mujer.

 

Andrei: ¿Cómo puede ser ella una pecadora, incluso si no lleva puesto un pañuelo?

 

¿Ella no es pecadora aunque no lleve pañuelo?

 

Andrei: ¡Encontraron a una pecadora!

 

Ella está en el centro.

Y es pecadora, como lo indica su estar en el suelo, entre la paja.

 

Daniil: Déjalo, no le toques. Que ese siervo de Dios se arrepienta.

 

Ella recoge su paja,

 

 

se pone de pie y le sigue.

 

(Truenos, lluvia)

 


 

La imagen funde en negro.

Acaba la primera parte de Andrei Rublev.

 

 


La decepción de Andrei

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Una voz: ¡Ahí vienen! ¡Príncipe! ¡Ya vienen los tártaros!

 

La segunda parte comienza con la llegada, desde contracampo, de los tártaros.

 

Príncipe: ¡Reúne a todos! ¿Me oyes, Bizco?

 

Otra voz: ¡Eh, príncipe…!

 

Seguida del asalto y la destrucción de la catedral.

 

 

Una catedral que Rublev ha pintado, y en cuyo interior se encuentra con la mujer.

 

[…]

 

 

La catedral ha sido arrasada.

Y Andrei, para proteger a la muchacha, ha matado a un soldado que intentaba violarla.

 


 

Pero no hay en ella ahora ningún alarido. Solo un gesto estúpido, mientras hace una trenza con el cabello de una muchacha muerta. -Imposible no reparar en que es del cabello de una mujer de lo que se trata, por segunda vez.

 

[…]

 

 

Han pasado cuatro años.

La muchacha permanece con Andrei.

 

 

Tiene hambre.

Y contempla embobada el pedazo de carne con el que un tártaro juega a provocar la pelea entre los perros del monasterio.

 

[…]

 

 

No hay duda, la tonta encarna a la Rusia maltratada, degradada por las guerras civiles y las invasiones tártaras.

Tal es, sin duda, el sentido tutor.

 

 

Andrei contempla la escena.

 

 

Contempla como el mundo de ella se limita a la carne y a…

 

 

el espejo.

Resulta sin duda sorprendente ver emerger aquí un espejo.

 

 

Pero es todavía más sorprendente ver como ella, para poder contemplarse mejor en ese espejo que descubre en el cinturón del tártaro, conduce al caballo de éste…

¿Hasta dónde?

 

Una voz: Un buen ruso como carne de caballo.

Hasta la puerta misma de una iglesia como aquella que los tártaros arrasaron cuatro años antes.

Y la cosa hay que tomársela muy en serio pues, aunque la iglesia sea otra, sigue siendo una iglesia rusa, cristiana y hortodoxa y, sobre todo, es el mismo tártaro que profanó aquella el que ahora es conducido hasta ésta.

 


Oficial tártaro: ¿Quieres ir conmigo a la horda? Serás mi esposa. Ja, ja, ja.

Oficial tártaro: Tengo siete esposas, pero ninguna rusa. Cada día vas a comer carne de caballo. Beberás leche de yegua fermentada y llevarás monedas en el pelo.

Y ahí, por tercera vez, es suscitado el cabello de la mujer y su dimensión pecaminosa.

 

[…]


 

Y así, ubicado en el centro del plano, justo debajo de una campana, le es dado a Andrei contemplar cómo la muchacha parte con el tártaro profanador de la iglesia que él pintó, en cierto modo, por y para ella.

 

 

Y Andrei, humillado, decepcionado, vuelve la cabeza.

Retornemos ahora al reencuentro que tiene lugar en el final del film:

 

 

Podríamos formularlo así: la bruja ha estado todo el tiempo ahí. Pues recuerden que, en otro lugar del film, aparece una poderosa bruja:

 

 


La diosa del agua

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Que hubo padre, y que supo transmitir su secreto, es, en mi opinión, algo evidente por lo que a Boriska se refiere.

 

 

Si no, insisto, ¿cómo habría podido construir la campana?

¿Qué no le transmitió su saber con palabras? Pero es que era ese un saber no cifrable en signos, no transmitible con palabras, pero sin duda sí convocado por palabras como éstas: ven conmigo, calla, permanece ahí mientras fundo la campana.

Lo hubo, en suma, por lo que a Boriska se refiere.

Más no lo hubo por lo que se refiere a Andrei.

Y por eso, como les señalaba hace un par de sesiones, en un momento dado, la apoteosis de la transustanciación final se detiene y parece comenzar a llover sobre el Cristo de Rublev:

 

 

La forma se hiende, la materia retorna.

Y el agua lo disuelve todo.

 

 

Y es que, en el universo de Andrei Tarkovski, hay alguien más fuerte que Dios: y es, no cabe duda, la Diosa del Agua.

Volvamos a la escena en que la seductora bruja que sedujo a Andrei huye de los soldados de la inquisición:

 

Guardia: ¿Qué hacen, chicos?

Guardia: ¿No pueden dominar a una mujer?

 

No soy yo quien lo dice, sino un aguerrido soldado.

 

 

Y lo dice de manera todavía más insólitamente clara:

 

Guardia: ¿Adónde vas? ¡Ella te ahogará en un santiamén!


Una voz: ¡Marta! ¡Huye nadando!

Andrei no se atreve ni siquiera a mirarla cuando pasa nadando junto a su barca. Es evidente que la desea tanto como la teme.


n

 

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