10. La madre y el Estado carcelario


La madre, Octubre

 

Jesús González Requena
Seminario Psicoanálisis y Análisis Textual
El dormitorio de la zarina (Octubre, Eisenstein)
Sesión del 23/03/2007
Universidad Complutense de Madrid

 

 

 


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Cuando la locura está ahí y no se ve, es que se está participando de ella.

Si me he detenido en La madre de Pudovkin ha sido porque ofrece imágenes emblemáticas de una locura que, durante mucho tiempo, casi nadie quiso ver.

Así, por ejemplo, éstas:



Octubre: descuartizando al padre

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Todavía no hemos concluido con La madre, pero es oportuno detener por un momento su análisis para recordar que su punto de partida es el mismo que el de Octubre.

Pues en el comienzo de Octubre se encuentra, igualmente, el padre.

Y una revolución que cobra la forma, netamente onírica, de una rebelión contra el padre.

Una rebelión que, inesperadamente, protagoniza y dirige una mujer.

Y que cobra, enseguida, tintes oníricos.

Ella, entusiasmada, prepara la cuerda que va a arrancar esa pierna, provocando, en el cuerpo del zar, el más llamativo de los muñones.

Y lo hace, digámoslo una vez más, entusiasmada.

Retengamos este dato: ata la pierna por su tobillo -habremos de reencontrar algo parecido en La madre.

El ritual pasa por cegar al padre.

Estrangularle.

Despedazarle.

Tal es la tarea de la Revolución alzada en armas.

Descuartizar al padre.

Anoten el hecho más notable del comienzo de Octubre. Si el film ha comenzado con la figura de la gran estatua del zar recortándose soberana en la noche, la irrupción contra ella de las masas revolucionarias poseía las luces del amanecer.

Y sin embargo, los efectos sobre la estatua de los actos de las masas sólo van a manifestarse a continuación, pero en una escena que vuelve a ser nocturna y en la que las masas han desaparecido:

Lo que hace del todo evidente el aroma de pesadilla.

Por eso, insisto en ello una vez más, la oscuridad más densa de la noche sustituye a la ausente luz del amanecer.

Y les llamo la atención sobre el hecho de que lo que en primer término atestigua la pesadilla, ese retorno a la noche cuando el día ya había comenzado, es una suerte de extraña falla temporal:

De modo que el hecho histórico se desdibuja en la imaginería de una pesadilla oscura e inmemorial en cuyo centro se manifiesta el deseo de derrocar al padre: de arrancarle sus atributos simbólicos y descuartizarlo.

Castrarle, por tanto.

Pues, ¿cómo dudar que su atributo simbólico por excelencia es el falo mismo?

El amanecer hace entonces su segundo intento de instalarse en el film como desenlace del acto castrador de las guadañas de la revolución.

Sin embargo, el plano que cierra este inicio es tanto la afirmación de una victoria como -insistamos en ello. Octubre es un texto lleno de fisuras- la formulación de un problema: ¿que vendrá a ocupar el lugar vacío dejado por el derrumbe de quien ocupó ese pedestal?


La madre: la disociación del hijo

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Como les decía, la rebelión contra el padre

es también el movimiento inicial de La madre -film que no deja de especular, en alguna de sus imágenes, con cierto vago parecido entre el personaje del padre y la figura del propio zar.

Retornemos pues al momento en que esa rebelión se manifiesta allí.

Es el momento de recordar que también en esta rebelión se hacía presente cierta falla temporal.

Tras la rebelión y la anotación de la quiebra del tiempo, llegaba la muerte del padre. Retornemos a los antecedentes de ese momento.

El padre persigue al hijo,

Aquí también todo posee los tonos de la pesadilla.

El hijo corre perseguido por el padre.

Está a punto de ser atrapado por él.

Y aquí también un tobillo se ve trabado, en cierto modo atado.

Y esa pierna podría entonces ser arrancada.

Esta vez no se trata, desde luego, de la pierna del padre arrancada por la mujer, sino de la del hijo arrancada por el padre.

Pero les llamo la atención sobre la extraordinaria resonancia mitológica del tema: Edipo cojeaba por haber sido atado por el tobillo cuando su padre, por temor al oráculo, ordenó su asesinato.

Aquí, sin embargo, al menos aparentemente, el hijo escapa intacto.

Y el padre, una vez más, cae.

El hijo huye con un compañero de su edad que se encuentra enfermo.

Ahora bien, este otro joven de la misma edad que el hijo, compañero de huida, ¿de dónde ha salido?

¿No es como si, en un momento dado, en su huida del padre, el hijo se hubiera dividido en dos quedando, así, desdoblado?


La muerte del padre es la muerte del hijo

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Como les decía, el hijo se desdobla.

Una de sus mitades huye.

La otra permanece ahí.

Y la mitad que permanece ahí está enferma, febril y asustada.

Y tiene en sus manos una de esas pistolas que brillan.

Y entonces, otra vez, reaparece el tema edípico del tobillo atrapado, llevado ahora hasta sus últimas consecuencias.

Pues Edipo, el que fuera atado por los tobillos y por eso cojeara siempre, acabaría matando al padre que quiso su muerte y a cuyas expensas fue atado así.

Y hay que añadir esto: el disparo que mata al padre le alcanza en la garganta.

Como fuera atado por la garganta la estatua del zar en Octubre.

Por la garganta: en el eje mismo de la palabra.

Se trata de suprimir la palabra, el dictado del padre.

El joven cae. Y cae el padre.

De nuevo, pero esta vez definitivamente, se desmorona.

Y entonces se produce una notable confusión.

¿Sobre qué cuerpo se abalanzan todos estos hombres?

¿Sobre qué cuerpo se produce este tumulto?

A estas alturas no hay duda.

Es el hijo -si prefieren, la mitad del hijo que ha permanecido ahí.

Pero el que ahora se aclare la cosa no elimina la extraña confusión que, por un momento, se ha producido.

Retrocedamos.

El padre recibe el disparo.

El hijo cae al suelo.

Cae igualmente el padre.

Y parece que los que le rodean se aproximan a él.

Y entonces vemos a un hombre, y en seguida muchos otros, que se abalanzan sobre alguien caído en el suelo al que no vemos.

Es sobre el hijo sobre el que se abalanzan, desde luego.

Pero lo notable es esa momentánea confusión en la que se confunde la identidad del cuerpo sobre el que todos se abalanzan.

Y esa confusión, por lo demás, refuerza la comparación que explícitamente ha realizado la enunciación del film, al hacer simultánea la caída de ambos cuerpos.

¿No arroja esto una nueva, inesperada, luz sobre tema del asesinato del padre?

Frente a ese tópico según el cual el hijo necesita matar al padre, ¿acaso lo que estas imágenes articulan de manera del todo convincente no es que el hijo que mata al padre se destruye inevitablemente a sí mismo?

Y más exactamente: la muerte de la palabra del padre estrangula toda posible palabra del hijo.

La secuencia, por lo demás, es de una violencia inaudita.

Recuerda, anticipa, y con no menor violencia, algo que hemos visto en el cine más moderno.

Así, por ejemplo, en El club de la lucha, donde igualmente el suelo se muestra manchado por la sangre de una cabeza brutalmente golpeada contra él.

La Naturaleza y su esplendor

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Pero quizás las semejanzas no se limiten a esto.

Mi idea era concluir aquí con La madre… Pero de pronto vi, como si no lo hubiera visto nunca antes, el plano que sigue.

¿Cómo es posible hacer seguir el plano anterior por éste?

¿A qué se debe esta irrupción del esplendor de la naturaleza?

¿Se trata acaso de una elipsis?

Pavel corre como un poseso, aun cuando nadie le persigue.

Y, mientras, la naturaleza brilla exultante.

Pero no.

Ninguna elipsis.

Todavía están los sicarios de la patronal separándose del cuerpo del joven que acaban de asesinar.

Y el film vuelve a hacer la comparación entre esos dos cadáveres simultáneamente yacentes sobre el suelo de la taberna.

Y la naturaleza, de nuevo, aunque ahora algo encrespada.

Pavel se encuentra con sus compañeros bolcheviques, informándoles de los combates ocurridos en la fábrica.


La madre y el Estado carcelario

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Son tantos los motivos que hacen, de La madre, un film emblemático para pensar la deriva que va a tomar la revolución soviética…

Y no es el menor éste:

que la cárcel desempeña un lugar central en un film apologético del que se va a convertir pronto en el mayor estado policiaco y carcelario que la historia ha conocido.

Quizás hayan visto ya La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, notable película sobre la Stasi de la Alemania Oriental.

Describe bien ese tipo de Estado que impuso su dominación sobre media de Europa hasta hace bien poco.

El espionaje y la delación constituyen los mecanismos mayores en el funcionamiento de tales Estados. Por ello, no puede ser casualidad que esos dos mecanismos, el espionaje y la delación, sean las dos formas a través de las cuales se expresa el amor de la madre en el film de Pudovkin.

Pues ella espía

y delata

Ella espía y delata no por temor, sino por amor.

Pero, por amor, ella espía y delata.

¿Y no era por eso mismo, por amor al pueblo, a los hijos de la nación, por lo que el Estado policiaco-carcelario espiaba, delataba y encerraba a sus súbditos?

De modo que no resulta descabellado ver en ella, la Madre, una buena metáfora del naciente Estado policiaco-carcelario.


Revisando la lectura de Hanns Saachs

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La madre visita al hijo en prisión.

Hanns Saachs, en su Psicología del film, ha analizado así esta escena:

«El hijo está en prisión; su madre espera darle en secreto, durante la hora de la visita, un pedazo de papel que le mostrará el camino de la libertad. Se hablan a través de una reja, y la atención de la madre está concentrada en la manera por medio de la cual podrá deslizar el papel en la mano de su hijo, a espaldas de las autoridades. Dos oficiales están presentes: ella no tiene nada que temer del primero, sentado en la mesa cerca de ella. Cumple con el deber de todo vigilante. ¡Duerme! Pero al otro lado de la madre está empuñando firmemente su fusil, el guardia que ha traído a su hijo al locutorio y que se lo volverá a llevar: un bruto con rostro inexpresivo que, a falta de tema objeto de contemplación más interesante, mira fijamente el suelo. En este momento el realizador podría crear el sentimiento de tensión dejando a la madre que hiciera varias tentativas para deslizar el papel a través de la reja, y haciendo que cada vez retirara la mano, efecto que habría podido aumentar con primeros planos de esa mano. Pero ha imaginado un método mucho más ingenioso. Hay cerca del guardia un tazón de leche, y es entonces cuando se introduce una diversión que atrae la atención del guardia. Una cucaracha ha caído en él e intenta salir. El guardia la ve en el momento en que alcanza el límite de sus esfuerzos: la seguridad del reborde. Riendo sarcásticamente, el guardia alarga el dedo y la vuelve a sumergir en el tazón y, durante este intervalo de tiempo, la madre desliza el trozo de papel en la mano de su hijo.

«Aquí la tensión es acrecentada por la introducción de un acontecimiento secundario, algo aparentemente insignificante y sin consecuencias, pero de lo que depende, sin embargo, la vida de un hombre. Y con qué ingeniosidad es concebido este incidente: nos da una idea general breve pero elocuente de las horribles condiciones de la vida en prisión, donde la comida está echada a perder. Repite, también, como si fuera de manera fortuita, el momento crucial del drama: aquí, como allí, vemos un detenido que intenta evadirse y que es aprisionado de nuevo. Sin embargo lo que causa la pérdida de uno es para el otro el primer paso hacia la libertad. Aquí tenemos no sólo un contraste, sino al mismo tiempo una anticipación. El hijo cae en las manos de las que no se puede escapar, en las manos que sin piedad le devuelven al lugar de donde creía haberse evadido. Aquí este episodio es un preludio, pues el hijo cae más tarde bajo las balas de los soldados, en el mismo momento en que acaba de escapar. Pero la relación entre los dos episodios va más lejos. Alcanza una profundidad donde no es ya la inteligencia sino sólo la sensibilidad del espectador la que puede captarla. La leche simboliza la madre, el primer don, y el más importante que ella hace a su hijo, un don que liga para siempre a aquel que lo da y a aquel que lo recibe. El insecto anegado en la leche muestra no solamente la evasión imposible del hijo, sino también que él morirá, no en la prisión sórdida, sino, como hombre libre, en brazos de su madre. Así, a través de una simple acción en segundo plano, es a la vez resumido y anticipado el valor emocional intrínseco profundo de esta obra de arte.»

Es notable el comentario de Saachs. Discípulo directo de Freud, no sólo ha percibido bien el valor que daba su maestro a los pequeños detalles, aparentemente insignificantes y fortuitos, sino que tiene la intuición de aplicarlos al cine al modo como lo hacemos aquí.

Observen, en primer lugar, como da, al detalle aparentemente insignificante de la cucaracha, un valor no sólo alto, sino polivalente:

Ve perfectamente cómo, a través de ese detalle, por una parte, se da una idea de las horribles condiciones de la vida en prisión, donde la comida está echada a perder, y, por otra, reconoce una relación metafórica -aunque no la conceptualice como tal- entre el macrorelato del hijo y el microrelato de la cucaracha –Repite, también, como si fuera de manera fortuita, el momento crucial del drama: aquí, como allí, vemos un detenido que intenta evadirse y que es aprisionado de nuevo.

A su vez señala como esa que él llama repetición, más allá de su semejanza -metafórica- contiene una disposición contrastante: Sin embargo -nos dice- lo que causa la pérdida de uno es para el otro el primer paso hacia la libertad.

Y, añade todavía, que ese contraste semántico supone a la vez, en términos narrativos, una anticipación, un preludio.

El hijo cae en las manos de las que no se puede escapar, en las manos que sin piedad le devuelven al lugar de donde creía haberse evadido.

Y por eso, el hijo cae más tarde bajo las balas de los soldados, en el mismo momento en que acaba de escapar.

Y aún queda algo más, nos dice Saachs. Algo que tiene que ver con una carga de profundidad que alcanza al inconsciente del espectador mismo, aun cuando un cierto pudor le hace evitar este concepto y conformarse con hablar de algo que, escapando a la inteligencia, afectaría a la sensibilidad.

La leche simboliza la madre, el primer don, y el más importante que ella hace a su hijo, un don que liga para siempre a aquel que lo da y a aquel que lo recibe.

Falla en esto, desde luego, la memoria de Saachs.

Es un tazón, pero no de leche.

Pero en aquellos tiempos, en los que no había vídeo ni mucho menos DVD, esos errores eran muy frecuentes, casi inevitables.

Por lo demás, lo esencial es que se trata de un tazón de alimento.

De modo que la relación metafórica entre la madre y el alimento contenido en el tazón mantiene toda su validez.

Y, a su vez, está la relación metafórica entre el hijo y la cucaracha: La leche simboliza la madre, el primer don, y el más importante que ella hace a su hijo, un don que liga para siempre a aquel que lo da y a aquel que lo recibe. El insecto anegado en la leche muestra no solamente la evasión imposible del hijo, sino también que él morirá, no en la prisión sórdida, sino, como hombre libre, en brazos de su madre.

Aunque está presente en su reflexión, no la explicita como tal. No dice Saachs, por ejemplo: la cucaracha simboliza al hijo. Pero lo presupone, implícitamente, cuando nos dice que: el insecto anegado en la leche muestra no solamente la evasión imposible del hijo, sino también que él morirá no en la prisión sórdida, sino, como hombre libre, en brazos de su madre.

Observaran, a estas alturas, que el punto de llegada de Saachs es el opuesto al mío, tal y como se lo he presentado en las dos últimas sesiones.

¿Quiere esto decir que se puede decir, interpretar cualquier cosa con el psicoanálisis?

Desde luego que no. No al menos desde la teoría del texto que les propongo. Por el contrario: ya saben que en lo que les insisto es en el principio metodológico de que hay que interpretar lo menos posible.

De hecho, es evidente que Saachs, quien hasta ese momento venía realizando un análisis impecable, de pronto ha dado un salto en el vacío: el que le lleva a afirmar que el hijo morirá, no en la prisión sórdida, sino, como hombre libre, en brazos de su madre.

¿Qué le autoriza a hablar de eso, de hombre libre? ¿Acaso no es menos libre que todos los otros hombres que, cuando llegan los soldados, tienen la capacidad de percibir, reaccionar y escapar?

El sentido tutor del film ha atrapado a Saachs.

Su deseo de comulgar con él le ha llevado, para poder dar ese salto en el vacío, a esa omisión que les he anotado hace un momento.

Si ha afirmado que la leche simboliza la madre, ha omitido la derivada inevitable: que la cucaracha simboliza al hijo.

Y, desde luego, no hay nada peor que una cucaracha para metaforizar la libertad humana.

Hay otros elementos que muestran en qué medida el análisis se le ha ido de las manos a Saachs. Así por ejemplo, hablando de manos, cuando nos dice que

«El hijo cae en las manos de las que no se puede escapar, en las manos que sin piedad le devuelven al lugar de donde creía haberse evadido. Aquí este episodio es un preludio, pues el hijo cae más tarde bajo las balas de los soldados, en el mismo momento en que acaba de escapar.»

Por el contrario: son estas -las de la madre- las manos en las que realmente, literalmente, cae el hijo.

Y hay otros. Quizás el más notable sea el desorden temporal que comete al narrar la historia.

«Hay cerca del guardia un tazón de leche, y es entonces cuando se introduce una diversión que atrae la atención del guardia. Una cucaracha ha caído en él e intenta salir. El guardia la ve en el momento en que alcanza el límite de sus esfuerzos: la seguridad del reborde. Riendo sarcásticamente, el guardia alarga el dedo y la vuelve a sumergir en el tazón y, durante este intervalo de tiempo, la madre desliza el trozo de papel en la mano de su hijo.»

Nuevo, sin duda que minúsculo, error: la cucaracha no ha alcanzado todavía ese borde de seguridad. El raccord -que es de mirada a posteriori- se produce antes de que la cucaracha haya llegado al borde.

Y sobre todo: el guardia no ríe, ni sarcásticamente ni de ninguna otra manera.

No todavía.

Y es que la memoria de Saachs ha trastabillado, mínimamente, el orden de los aconteceres.

Pues en lo que sigue

El guardia no alarga todavía el dedo ni vuelve todavía a sumergir en el tazón a la cucaracha.

Eso sólo sucederá más tarde.

De modo que no es durante este intervalo de tiempo cuando la madre desliza el trozo de papel en la mano de su hijo.

Por el contrario: todo eso ha sucedido antes.

Aquí lo tienen. Todavía faltan unos cuantos segundos hasta que el guardia, riendo sarcásticamente, alargue el dedo y la vuelva a sumergir –a la cucaracha- en el tazón.

Antes de eso tiene lugar la plena reconciliación de la madre y el hijo

Y su común adhesión a la causa bolchevique.

Es sólo en el esplendor emocionado, entusiasmado, de esa feliz reconciliación en el seno de la causa bolchevique cuando sucede eso que la mala memoria de Saachs le ha hecho anticipar.

Aquí lo tienen.

Ahora sí ríe sarcásticamente, el guardia.

Ahora sí la cucaracha alcanza el borde del tazón.

Y es ahora cuando el guardia alarga el dedo y la vuelve a sumergir en el tazón.

Ahora. Es decir, cuando la madre y el hijo se han reconciliado definitivamente.

Y así, sucede que el texto fílmico mismo nos ayuda a hacer las correcciones conceptuales que el texto psicoanalítico de Saachs reclama.

«La leche simboliza la madre, el primer don, y el más importante que ella hace a su hijo, un don que liga para siempre a aquel que lo da y a aquel que lo recibe. El insecto anegado en la leche muestra no solamente la evasión imposible del hijo, sino también que él morirá, no en la prisión sórdida, sino, como hombre libre, en brazos de su madre.»

¿La leche simboliza la madre, a su primer don?

De acuerdo, podríamos aceptar nombrarlo así.

Pero es necesario añadir: ese es, desde luego, un valiosísimo don real, pero no un don simbólico. Y, desde luego, no es para nada el más importante que ella hace a su hijo.

Porque el don más valioso que la madre da al hijo es renunciar a él, aceptar perderle.

Renunciar, con respecto a él, a toda pertenencia. Es decir: acatar la ley del padre.

Pero no malentiendan este enunciado: no se trata, como se da en decir, de la ley que concede el poder al padre, sino la que el padre encarna y que él debe ser el primero en acatar: la ley que afirma el derecho a la libertad del hijo.

Pero no hay lugar para nada de eso en el universo carcelario de La madre.